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viernes, 26 de julio de 2024

157. Mi amiga la ex monja


La conocí en el colegio de mi hijo. Era la profesora de religión. Había sido monja durante siete años, al parecer no estaba hecha para esa vida de encierro, oración, penitencia y servicio a Dios. La verdad no me interesaba mucho su vida dentro del convento pero por la confianza que habíamos adquirido teníamos alguna conversación con un “toque extra” para mantenerme lo suficientemente embobado. La muy puta me contaba las cosas que hacían para mantener sus instintos a raya, para no hacerles tan largo el relato, le contaré que como coge, podría decirse que en el claustro se aguantó las ganas que ahora la consumen. Me contó que en el encierro religioso solamente podía acudir a la masturbación bajo las sábanas, cuidando de que ninguna otra monja la estuviera vigilando. Muchas de las que allí estaban también se salieron de la vida monástica debido a la gran cantidad de lesbianas que habitan esos lugares. La gran mayoría de las mujeres que se quedan allí, lo hacen porque tienen a la mano otras monjitas que les dan lengua y dedo en sus orificios, pero al parecer no era muy lesbiana que digamos, porque no se aguantó las ganas de tener una verga tiesa y caliente en esa vagina exquisita que tiene y se salió de allí, para embarcarse en el proyecto de ahí en delante de ser maestra de religión y bueno, ya saben dónde.

La primera vez que la vi, le ofrecí mi amistad, la cual aceptó gustosamente, aunque estaba pasando por un duelo amoroso ya que el cura del barrio, de quien era pareja en ese tiempo, la había dejado. Le era muy difícil al curita hacer misas recordando cada vez que levantaba el cáliz, como se le abría el ano a la monjita ésta a quien le encanta el sexo anal e igualmente le era difícil seguir con su celibato, imaginando cómo cada día la monja le mamaba la verga hasta la acabar y que ella se tragara hasta la última gota de su semen. El caso es que de cierta manera fui su paño de lágrimas. Hicimos buena amistad y sobretodo me gustaba que ella hubiera generado una hermosa amistad con mi hijo, con quienes jugaban como dos críos. Desde mi separación, ninguna amiga mía tenía tal capacidad de ganarse la confianza y el cariño de mi hijo.

Cierto día, la ex monjita trajo a casa de mi madre, donde yo vivía, una película especial. Era la historia de amor imposible entre dos santos de los cuales ya ni recuerdo el nombre, era un santo de los monjes franciscanos, creo y ella una monja de una orden muy estricta, pero estaban enamorados hasta el tuétano. Un amor imposible, mejor dicho. Mientras veíamos la película, todos en una cama grande, tapados con una sábana, la susodicha se dejó tomar la mano. Me entrelazó sus dedos a los míos y entonces instantáneamente comprendí que quería afecto. No hizo falta una semana para que volviéramos a ver una película, ésta vez en casa de un amigo debido a que era muy tarde y la mamá de la ex monja cerraba con llave y seguro a las 9:00 p.m. Entonces ella decidió quedarse conmigo esa noche para madrugar en vez aguantarse el regaño de su mamá al siguiente día.

Esa noche yo estaba muy caliente, pensaba en todas las cosas que podría hacer con la maestra de religión y comprobar de primera mano lo puta que decía ser. Comimos algo mientras charlábamos, su sonrisa era maliciosa, como incitando a que avanzara más allá. Se me hizo fácil acariciar sus tetas y besarla, ella se dejó llevar gustosa, cuando mi mando estaba bajando para meterse debajo de su falda me detuvo, me dijo que estaba en su periodo. Quería que le chupara las tetas, luego me pidió que le mordiera los pezones, yo lo hice con delicadeza, pero la perra quería que se se los mordiera con fuerza y alrededor de los pezones. Era la primera vez que tenía ante mis ojos una mujer que le gustara el sexo rudo. “¡Muérdeme con fuerza!” –me pedía de manera suplicante. Obviamente lo hice, ya que la calentura era más que mi cordura, la mordía con tanta fuerza que quedaban las marcas de mis dientes en su areola, ella lo disfrutaba, podía ver en sus ojos la lujuria manifiesta. Sus pezones eran exquisitos y ella daba pequeños alaridos de dolor pero que pronto se trasformaban en placer, era tan morboso que al apretar ella se paraba en la punta de los pies sin dejar de gemir. Quizá algún cura la acostumbró a eso, quizá la castigaban así los curas, por puta, por hacerlos caer en el pecado, o quizá las monjas en el convento la tenían acostumbrada a morderle esas tetas para calmarle sus ganas de verga por todos sus orificios.

Nos fuimos a mi habitación para seguir en ese perverso juego, ya no le presté mayor atención a sus gustos peculiares, sino que me dejé llevar para saber las cosas que a la zorrita de la profesora le calentaba. Ya en ropa interior se olvidó por completo de que su vagina sangraba y quiso complacerme. Yo me le puse a horcajadas sobre su delicioso cuerpo, la besé hasta la cintura y me quité el bóxer para que viera mi verga erecta y goteando. Mi verga estaba inundada por el líquido preseminal, ya que la zorra me tenía demasiado caliente. Ella se abalanzó como una loca hambrienta de verga y me la chupó como una desesperada. ¡Cómo me tenía la gran puta! Se tragaba mi verga hasta el fondo con locura, incluso babeaba al chupármela hasta el fondo y cuando lo dejaba de hacer mi verga salía con un hilo de saliva que se unía a su boca. “¡Sigue chupándomela putita!” –le decía. Era obediente y seguía como endemoniada pegada a mi verga. Era todo un placer morboso verla, me calentaba demasiado. “¡Abre bien esa sucia boca y traga!” –le decía, ella hacía caso al instante. Con su boca abierta me podía coger esa boca hasta donde yo quisiera, sin darle si quiera la oportunidad de respirar, quería que babeara, quería que se ahogara y que no se detuviera hasta que me sintiera satisfecho. Golpear sus mejillas con mi verga me ponía demasiado caliente, pero más me calentaba su cara de puta caliente queriendo recibir más. Ya no aguantaba las ganas de meterle la verga y hacerla gemir como cerda. “Solo la puntita” –dijo ella. Se quitó la ropa interior y dejó ver ese cuerpo esculpido por los dioses de la lascivia listo para ser usado por mi perversión.

Una vez acomodado en la entrada de su vagina pude sentir cómo estaba de mojada, chorreaban sus fluidos mezclados por la sangre de su periodo. Estaba apretada, a la final parece que en el convento no se la habían cogido los curas por su conchita, quizá solo por el culo o por la boca. Lentamente metí la punta de mi glande, pero mi calentura me hizo que se la meta de un solo empujón. “¡Ah, sí, que rico!” –dijo gimiendo. Sus deliciosos gemidos eran impresionantes mezclados con esa voz calentona con la que decía: “¡Se siente rico, papi! ¡Dame duro! ¡Tú verga me quema! ¡Soy tu perra, tu puta!”. Escuchar lo cerda y puta que era para coger me ponía mucho más caliente y quería solamente hacerla sentir mi verga bien duro en sus entrañas, le di como a una puta realmente como a un objeto de placer, más que como a una amiga. Agarrada de sus tetas, las apretaba, enterraba sus uñas y gemía como la puta que era, verla así de caliente era un deleite para mis lujuriosos ojos. Entre las brutales embestidas que le daba, ella ponía sus ojos en blanco y mordía su labio, sin duda era una puta en toda la extensión de la palabra. No podía contenerme las ganas de acabar, intentaba luchar pero cuando mi verga se empezó a descargar en su interior, ella dio un agónico gemido seguido de intensos espasmos que la hacían lucir sensual. Ambos éramos presa de un delirante orgasmo que nos dejó rendidos. La mañana llegó y se fue a su casa, en donde tuvo que aguantar el regaño de su mamá por no haber llegado. Según me contó que ese día se sintió empoderada y le dijo que se iría de la casa a vivir sola, que era ya mayor de edad para estarla regañándola por si salía o no salía y ya no iba a aguantar más. Arrendó un pequeño departamento en el centro de la ciudad, donde podía entrar libremente.

Cada encuentro que teníamos era más perverso que el otro, ella apenas entraba me recibía con una exquisita mamada, que me llevaba a las alturas de ese cielo lujurioso inundado de placer. La tomaba del pelo y me follaba su boca violentamente, se atoraba, tocía pero su necesidad de sexo la hacía vulnerable a mis deseos. Yo enloquecía al sentir como su lengua se enredaba en mi verga y la lamía, luego la sacaba de su boca y la engullía completa. Le gustaba saborear mi semen, era una adicta a que acaba a su boca y yo la complacía, ya que me encantaba verla beberse hasta la última gota. Su cara de puta caliente al hacerlo me calentaba haciendo que mi lujuria creciera cada vez más. Después nos íbamos al cuarto en donde daba rienda suelta a mis deseos lujuriosos y me la cogía como un loco, siempre el agujero encargado de darme placer era su ano, cada vez que se la metía se sentía más apretado y me encantaba dejárselo abierto. Escucharla suplicar que no parara hasta que su culo ya no diera más era excitante, pedía que le diera con fuerza, que no importaba si le dolía, solo quería complacerme aun a costa de su dolor. Me gustaba ponerla en cuatro y nalguearla mientras se lo metía, ella correspondía con sensuales gemidos y palabras sucias, lo que volvían más placenteros esos perversos encuentros. “¡Rómpeme el culo! ¡Soy tu puta! ¡Dame con fuerza!” –me decía envuelta en lujuria. Era tan puta y gemía de manera tan salvaje que sus gemidos se escuchaban por todo el departamento, y creo que hasta en los pasillos. Lo más delicioso era escucharla pedir que le llenara el culo de semen, cosa que hacía sin pensarlo, ya que su culo apretaba mi verga de forma tan deliciosa que terminaba bufando y gimiendo cuando mi verga se vaciaba en su culo.

Una noche estaba demasiado caliente, decidí ir a ver a la puta a su departamento, había salido recién de la ducha y estaba acostada. Cuando entré a la habitación solo estaba tapada con la sabana ya que le gusta dormir desnuda. Me quité la ropa y me acosté a su lado, al sentir mi mano acariciando sus tetas, se dio vuelta y empezó a chuparme como bien sabe hacerlo. Esa noche fue diferente porque estaba con un collar con una imagen de la Virgen y al chuparme la verga la medalla masajeaba mis testículos, fue algo morboso y caliente. Le quité la medalla y la puse en el velador y le dije que siguiera chupándomela sin detenerse. Ella obediente se la tragaba completa como la buena puta que es. Cuando estaba a punto de acabar tomé la medalla y la puse cerca de mi verga, llenándola de semen, ella sonrió de manera maliciosa y me dijo: “¿Me vas a hacer compartir tu semen con la Virgen?”. La miré y le respondí: “¡Lame puta!”. Con la obediencia que le caracteriza empezó a lamer y a degustar mi semen, la imagen era sensual y profana pero ambos lo estábamos disfrutando. Luego la hice que se pusiera de pie y que se apoyara con las manos en la pared, tenía preparado algo que a ella le iba a encantar. Busqué en su ropa interior y puse en su boca una de sus bragas, tomé mi pantalón y saqué el cinturón, le susurré al oído: “¡Ahora veré qué tanto te gustan los azotes, putita!”. Ella respiró profundo y asintió. Sin que le dijera nada puso su culo en pompa y ante tal regalo no podía negarme.

Empecé a azotar sus nalgas primero despacio, a ver si era capaz de aguantar, luego iba aumentando la intensidad, fue ahí que ella empezó a retorcerse y a respirar más agitado. Movía sus nalgas como si disfrutara de los azotes. Seguí azotando sin piedad su culo hasta que ella tuvo un delicioso orgasmo por el solo hecho del placer que le causaba ser flagelada. Luego hice que se inclinara y mantuviera sus manos apoyadas en la pared. Acomodé mi glande en la entrada de su culo y la embestí con fuerza, si no fuera por la tanga que tenía en la boca hubiese dado un grito de dolor, pero como a la zorrita le gustaba que le dieran por el culo al poco rato se estaba moviendo siguiendo mis embestidas. “¡Toma perra!” –le grité mientras ella gemía, se le cayó la tanga de la boca y pude escuchar mejor sus calientes gemidos y alaridos de placer, que supongo se escuchaban en todo el edificio. “¡No lo saques! ¡Ábreme el culo! ¡Dale duro a esta puta!” –decía una y otra vez, poniéndome más caliente de lo que ya estaba. La manera en que se la metía era bruta, fueron varios minutos en que su culo estaba completamente sometido a mi verga. La tomé del pelo y la tiré en el piso, se puso en cuatro esperando a que siguiera dándole verga. Seguí dándole por su culo de forma despiadada, sus gemidos cada vez se acrecentaban, era delirante escucharla. La tomaba del pelo y se la metía hasta el fondo sin darle respiro. Luego me tumbé en el piso y le dije que se subiera a horcajadas encima de mí, su culo abierto no opuso resistencia y dejó entrar mi verga sin problemas. Le apretaba las tetas y le retorcía los pezones, la zorra estaba como una bestia salvaje y caliente. Me miraba y abría su boca cada vez que le mi verga le llegaba al fondo. No pasó mucho para que otra vez tuviera un orgasmo lleno de gemidos y gritos de intenso placer. Ya no podía contenerme más, la verga me palpitaba, sentía que pronto iba a eyacular, ella también lo notó y me decía sin parar de moverse: “¡Llena mi culo con tu semen!”. Fue una explosión de placer que me hizo acabar deliciosamente en ese rico culo.

Tirados en el piso, sudados y exhaustos disfrutamos de ese momento, estábamos llenos de lujuria, tanto que empecé a masturbarla, con sus piernas abiertas de par en par mis dedos jugaban en su vagina y se perdían en su interior sin dejar de masajearle el clítoris. Sus ojos mostraban la lujuria que la consumía y la manera deliciosa en que disfrutaba del placer, no pasó mucho tiempo para que me regalara un orgasmo morboso que la hizo escurrir sus fluidos por el piso.

Nuestra locura sexual sobrepasaba todo entendimiento y cada vez que estábamos juntos era un exquisito momento para dejar que la lujuria hiciera su parte.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Que delicia de relato me encantó lo perverso que se escucha cada línea como siempre Caballero exquisito

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