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martes, 5 de marzo de 2024

109. Amor entre madre e hijo

 


Les voy a contar algo que ocurrió hace varios años ya, pero creo que vale la pena relatarles la insólita e indebida relación que hasta la fecha mantengo con mi madre. Compartir ahora, después de tantos años los eventos que me llevaron a cometer el mayor tabú conocido por nuestra sociedad, es tanto una catarsis terapéutica y a la vez una forma de alimentar el morbo que siento al tener la oportunidad de compartir con el mundo la relación incestuosa de la que mi amada madre y yo formamos parte.

Creo que será mejor empezar por el principio, así que regresemos en el tiempo al verano de 1995. En aquel entonces yo estaba a punto de alcanzar la mayoría de edad y sobra decir que era un joven muchacho, precoz y morboso. No piensen que esperé a cumplir la mayoría de edad para perder mi virginidad. Mi primera experiencia fue con una mujer mucho mayor. Una depravada vecina famosa por su lujuria y su vida disoluta. Por lo menos la mitad de los chicos de mi vecindario tuvieron sexo con ella y yo no fui la excepción. Sin duda alguna gracias a ella nació en mí ese gusto por la carne madura.

Por otro lado, mi madre, Brenda, tenía 38 años de edad y 10 de viudez. En esos 10 años nunca le conocí un hombre y hasta donde yo sé mi padre había sido el primero y el único hombre en su vida y en su cama. A pesar de eso mi madre, como toda buena mujer, cuidaba muy bien de su apariencia física y no le faltaban pretendientes. En caso de que tengan curiosidad les diré que ella mide 1.60, tiene cabello negro rizado que usa hasta el hombro, su piel es morena clara, sus ojos café oscuro y sus labios muy gruesos. Sus pechos son generosos y si hoy en día casi no conservan mucha de su firmeza, en aquel entonces eran de lo más llamativos, pero lo que, en verdad, hasta el día de hoy, llama más la atención del físico de mi madre es ese trasero portentoso que se carga. Verla de perfil me hacía y aún hoy en día me hace enloquecer de deseo, nada me provoca más el apetito carnal que ver esas nalgas magníficas que tanto placer me han dado.

Ella y yo vivíamos solos en una casa en los suburbios, la herencia de mi padre nos permitía el lujo de vivir sin preocupaciones económicas, pero a pesar de eso mi madre tenía un trabajo de medio tiempo. Yo estaba a punto de entrar a la universidad y nuestra vida no podía ser más normal para una madre soltera y su hijo, pero la normalidad de nuestras vidas llegaría a su fin un fatídico sábado de agosto.

Mi cumpleaños era el domingo siguiente, así que mis amigos de la escuela decidieron festejar no solo mi cumpleaños, sino nuestro inminente ingreso a la universidad, todo a la vez. La fiesta estuvo a nada de convertirse en orgía y yo hubiera podido fácilmente llevar a cualquiera de mis amigas a la cama, pero como ya les dije siempre me han gustado las mujeres mayores. Lamentablemente ninguna de nuestras maestras asistió a la fiesta, de lo contrario puede que este relato nunca hubiera sucedido como lo cuento. Con unas copas encima a altas horas de la madrugada terminó la fiesta, yo no tenía celular en aquel entonces así que no pude avisar a mi madre, aunque ella ya estaba acostumbrada a que yo llegara tarde a casa cada vez que salía de fiesta, cerca del amanecer; pero ella igual se preocupaba por mí. Esta vez no fue la excepción y cuando llegué a casa, no me pregunten a qué hora, mi madre estaba hecha un manojo de nervios, esperándome en la sala. Lo único que traía puesto era su bata de dormir de satín rosa cubriendo su ropa interior. Yo no estaba tan tomado, pero solía fingir que sí lo estaba para que ella no me regañara hasta el día siguiente. Así que pretendí tropezar un poco antes de subir las escaleras a mi habitación. Sin embargo, ella no estaba molesta, más bien estaba un poco angustiada. Supongo que al saber que yo ya era mayor de edad, ella perdería un poco de su autoridad conmigo y además técnicamente ya era domingo, es decir que ya era mi cumpleaños. Mi madre me sujetó del brazo como para no dejarme caer. Yo no podía dejar mi acto de borracho así que le seguí el juego. Al ver la escalera de 22 escalones frente a nosotros mi madre tomó la decisión más práctica que se le ocurrió. “Creo que por hoy te dejaré dormir en mi cuarto y yo me iré a dormir al tuyo. Así no tendré que llevarte cargando hasta tu cama” –me dijo con voz resignada.

Me llevó entonces a su cuarto que estaba al pie de la escalera y se dispuso dejarme dormir ahí, pero no podría simplemente dejar a su pobre hijo dormir con la ropa puesta. Por lo tanto, me sentó en su cama y comenzó a quitarme la ropa en la habitación iluminada solo por una tenue lámpara de la mesa, cosa que encendió en mí una chispa que hasta el día de hoy no ha logrado apagarse. ¿Quién no ha soñado alguna vez con follarse a su madre? Todos lo hemos hecho, no tiene caso que lo nieguen, solo que algunos sienten miedo y de inmediato desechan la idea, pensando que solo por soñar con algo que debería de ser considerado normal ya son unos pecadores irredimibles, otros se conforman con fantasías inalcanzables, creo yo son la mayoría; pero existimos unos pocos que en determinado momento tenemos la oportunidad de lograr ese sueño y tomamos acción. Para mi había llegado ese momento. Tras despojarme del abrigo y la camiseta se dispuso a quitarme los pantalones así que me pidió que me levantara. Yo accedí aun sabiendo que debajo de mis pantalones ya surgía una erección que estaba en una perversa elaboración provocada por los pechos de mi madre que se asomaban por el escote de su bata y las curvas de sus caderas que resaltaban con la textura lisa y brillante del satín. Al parecer mi madre estaba un poco alterada, sus manos temblaban al tratar de desabrochar mi cinturón primero y mi pantalón después ¿Será que acaso ya sabía que yo era todo un hombre? Probablemente le habrían llegado los chismes de que yo era uno de los muchos amantes de la señora Delia, la vecina de la que les conté hace unos párrafos, o tal vez le llegaron noticias de que mi maestra de biología había tenido que cambiarse de escuela luego de que se descubrió que a cambio de buenas calificaciones pedía favores sexuales a sus estudiantes. Curiosamente mis calificaciones de biología eran impecables y yo no era un gran alumno, lo cual era una enorme coincidencia; o tal vez era solo su sexto sentido que le prevenía de un cataclismo estaba a punto de suceder.

Por fin logró desabrochar torpemente mi pantalón y comenzó a bajármelo, pero, ¡Oh fortuna! Al no bajar por completo la bragueta terminó bajándome los pantalones con todo y mi ropa interior dejando al aire libre mi verga que para ese momento ya estaba dura y firme como el mármol. Ella estaba en cuclillas frente a mi verga enhiesta a unos centímetros de su cara. Lo lógico hubiera sido alejarse, pero el sobresalto la dejó petrificada por unos segundos que se sintieron como horas. Parecía un pequeño ratón hipnotizado por una serpiente. Por fin reaccionó y se puso de pie de un salto, pero sin atreverse a subirme de nuevo los pantalones me dejó con la verga de fuera mientras trataba de alejarse. Cosa que no permití pues la tomé de la mano y la acerqué a mí. La tomé entre mis brazos y puse mi rostro sobre su cuello. Ella estaba inmóvil, aún absorta por lo que estaba ocurriendo, no dijo palabra, solamente soltó un fuerte suspiro. Yo la tomé por la cintura con una mano mientras con la otra comencé a acariciar su majestuoso y opulento trasero. Nuevamente le tomó varios segundos reaccionar a lo que pasaba, seguramente debió pensar que todo era un sueño, pero de momento volvió a la realidad y comenzó a forcejear. Obviamente yo era más fuerte que ella y no le permití zafarse de mi inmoral abrazo. De repente ella comenzó a rogarme que la soltara, pero en lugar de hacerlo la levanté en brazos y la recosté por la fuerza sobre su cama. Tomándola de las muñecas y sentándome sobre ella la logré subyugar. Yo ardía en deseo y estaba al borde de perder la cabeza. Pero al ver la cara de angustia de mi madre decidí calmar un poco mis ánimos. Aunque no por eso le permití zafarse de mí. Espere unos segundos a que ella se cansará de forcejear y de rogarme que la dejara ir. Cuando por fin se calmó acerqué mis labios a su oído y le pregunté suavemente: “¿Hace cuánto que no te follan, madre?”. Ella tomó aire y al exhalar fue como si perdiera por completo las fuerzas. Su cuerpo perdió toda tensión y yo le solté las muñecas al ver que ella había dejado de resistirse por completo. Parecía resignada a la locura de su hijo. “La noche antes de su accidente fue la última vez que tu padre me hizo el amor”. ¡Diez años y meses había pasado mi madre sin un hombre en la cama! Solo pensar en eso me parecía inaudito. Al digerir esa información comencé a besarle el cuello, después sus orejas y poco a poco fui acercándome a sus mejillas. Pero justo cuando me disponía a besar sus labios ella retiró la boca y me empujó con todas sus fuerzas librándose de mí, pero no huyó, lo que hizo fue sentarse a la orilla de la cama y golpear con su mano el colchón, indicándome que me sentara a su lado.

Ella me tomó de la mano con ternura y me dijo que no quería que yo en mi estupor alcohólico cometiera una locura. No quería por ningún motivo yo estropeara el día en que me convertía en adulto por culpa del alcohol. Yo no podía explicarle que el alcohol no tenía nada que ver con esto, pero de todas formas insistía en que no me arrepentiría de nada, pero ella se negaba a escuchar, ambos tratamos de convencernos mutuamente, pero ninguno lo hacía. Hasta que a mi madre le vino una idea que nos dejaría satisfechos a ambos, por lo menos por lo que restaba de la noche. “Si quieres te la puedo chupar, pero nada más” –me dijo ella apenas en un leve susurro, muerta de vergüenza al hacer tan atrevida sugerencia. Naturalmente, yo accedí, la idea de meter mi verga en la boca de mi propia madre me excitaba de una forma inefable, pero argumenté a mi favor. “¿Y si después de esta noche, mañana aún quiero cogerte? ¿Me dejarás hacerlo? –le dije pegando mis labios a su oído. “Ya veremos” –me contestó mientras se ponía de rodillas en el piso frente a mí.

Yo no daba crédito a mi suerte. Siempre que estaba con una mujer madura yo imaginaba que cualquiera de ellas podría ser mi madre y eso me hacía hervir la sangre, pero nada se comparaba a ver a mi verdadera madre tomando mi verga en su mano y acercando sus labios a la punta de mi miembro. La sensación fue exaltante. Lo hizo muy lentamente, al grado que pude sentir su tibio aliento mientras ella acercaba mi verga a sus labios. Comenzó dándole unos besos llenos de ternura, no cabía duda que eran los labios de una madre besando a su hijo. Eran besos llenos de amor materno que en una situación normal ella me hubiera dado en la mejilla, pero ahora lo hacía sobre mi verga erecta que palpitaba de deseo por ella. Tras un par de minutos de tiernos besos y caricias ella comenzó a usar su lengua, Me parecía increíble pensar que ella llevaba por lo menos diez años sin haber experimentado eso que ahora hacía como si fuera toda una experta. Su lengua pasaba por todo el largo de mi miembro, desde mis testículos hasta la punta que era donde ella concentraba la mayor parte de sus esfuerzos. Yo comenzaba a suspirar y bufar de placer mientras ella ensalivaba en su totalidad mi miembro viril. Entonces ella comenzó a chupar de verdad, se metió casi la mitad de mi verga en su boca y empezó a chuparla lascivamente, con fervor casi religioso. Sentía como succionaba con todas sus fuerzas como queriéndome hacer venir lo más rápido posible, pero a la vez se notaba que mi verga era demasiada para su boca que llevaba años sin experimentar este tipo de lúdicas actividades. Fue entonces que decidí ayudarla. “Déjame mostrarte como se debe chupar, mamita” –le dije mientras apoyaba mi mano sobre su nuca y comencé a forzar mi verga hasta lo más profundo de su garganta. Ella batallaba para introducir mi verga hasta el fondo y en más de una ocasión comenzó a toser mientras se atragantaba al sentirme dentro de ella, pero yo solo le daba un par de segundos para tomar aire cuando volvía a la faena de penetrar la boca de mi madre. Yo ya estaba totalmente concentrado en la tarea que me había propuesto de follar a mi madre por la boca hasta la garganta. “Tienes que tragarte toda la verga de tu hijo” –le decía mientras se la empujaba hasta el fondo y sentía como me escurría a chorros la saliva de mi madre. “Y mírame a los ojos mientras te cojo por la boca, mamita” añadí mientras le jalaba el cabello obligándola a mirarme con esos ojos empapados en lágrimas provocadas por el esfuerzo y la dificultad de respirar a causa de la verga que mancillaba su boca.

Una vez que ella se acostumbró a sentir mi verga hasta el fondo de su garganta y batallaba menos que al principio, puse en práctica la experiencia que todas las mujeres mayores habían inculcado en mí. Puse ambas manos sobre la cabeza de mi madre y empecé a coger violentamente su boca. Ella estaba en un trance erótico y no ofrecía la menor resistencia, sus ojos estaban casi en blanco y parecía estar a punto de desvanecerse. Por lo que cada cierto tiempo le daba una pausa para que recuperara el aliento, pero ella misma me pedía que continuara metiéndosela en su hambrienta boca. Atrás había quedado el pudor que sintió cuando forcejeaba conmigo en la cama, ya no existía ese recato con el que se había ofrecido a chuparme la verga. Pasados unos minutos pude sentir como mi verga estaba a punto de estallar. En una situación normal hubiera prevenido a mi pareja de que estaba punto de eyacular, pero quería darle una sorpresa a mi madre, así que hice acopio de fuerzas para no delatar mi inminente eyaculación y aguanté hasta el último segundo. Al final, obviamente no aguanté más y empecé a aullar como un poseído. Tomé la cabeza de mi madre con ambas manos impidiéndole separarse de mí y disparé todo mi semen hasta el fondo de su garganta. Tras unos pocos segundos la dejé libre y ella empezó a toser y escupir ese semen que con tanto amor había depositado en ella. Admito que sentí un poco de culpa al haberla mancillado de esa forma, pero esa culpa estaba eclipsada por la satisfacción de haberle demostrado a mi madre que yo era todo un hombre y sabía cómo satisfacer sus necesidades carnales. De hecho, dudo mucho que ella se sintiera mal por lo que había ocurrido, pues a pesar de permanecer de rodillas mientras tosía en una pose de desamparo total, ella no retiraba su mano de mi verga que sostenía con firmeza, como si sintiera que soltándola se caería de la orilla del mundo. Yo aún tenía la verga un poco dura y las últimas gotas semen escurrían entre sus dedos.

Pasaron varios segundos cuando mi madre recuperó por completo el aliento y por fin me miró a los ojos. Su mirada era difícil de descifrar. Definitivamente había algo de vergüenza, pero no sentí reproche alguno de su parte. Incluso me atrevo a decir que había un dejo de complicidad y satisfacción en su mirada. Una vez que soltó mi verga que ya estaba fláccida por completo, la tomé de la mano empapada en semen y la ayudé a incorporarse. De inmediato la atraje a mi lado y la abracé con fuerza. “¡Fue delicioso!” –le dije al oído y ella me abrazó con la misma fuerza al oír esas palabras. Estuvimos varios segundos abrazados y lo le besaba la oreja mientras permanecíamos así en silencio. Obviamente yo estaba más que dispuesto a seguir el paso natural de las cosas y tener sexo con mi madre en ese momento y estaba seguro que ella sentía los mismo que yo, pero al parecer estaba equivocado, pues al intentar besarla en los labios ella me alejó de su lado empujándome con fuerza. “Por esta noche ya fue suficiente, hijo” –me dijo mientras me clavaba una mirada implacable. “Ya veremos en la mañana como te sientes con esta locura” –añadió intentando poner paños fríos. “¿Y mi beso de buenas noches?” –le pregunté pícaramente mientras acercaba una vez más mis labios a su boca, pero ella volteó su rostro y me impidió acercarme más interponiendo su mano frente a mi cara. “Mejor te doy un beso de buenos días cuando amanezca” –dijo mientras salía de la habitación dejándome ardiendo en deseos.

Por ningún motivo iba a arrepentirme de lo que acababa de pasar, lo único que deseaba en ese momento era que el sol saliera lo antes posible. Me acosté en la cama de mi madre seguro de que no sería capaz de conciliar el sueño después de la experiencia tan inverosímil que acababa de vivir, pero no podía estar más equivocado pues en cuestión de minutos perdí el conocimiento y caí casi muerto como una piedra. Al despertar pude ver por fin el reloj. ¡Faltaba poco para el medio día! Me levanté como rayo de la cama sin vestirme si quiera y salí casi corriendo, al no encontrar a mi madre en la sala me dispuse a buscarla escaleras arriba en mi cuarto. Tras una breve escala en el baño subí los 22 escalones casi en un segundo y toqué la puerta de mi cuarto donde mi madre me estaba esperando. Ella me invitó a pasar y al abrir la puerta pude ver a mi madre más hermosa que nunca. Había cambiado su bata por un sencillo camisón blanco que se pegaba a sus curvas y por encima de ese camisón de satín tenía una bata larga de encaje transparente del mismo color. ¿En qué momento había ella entrado a su cuarto por ese cambio de ropa? No tenía la menor idea, así de dormido debí de estar al no notar su presencia. “¿Cómo dormiste hijo?” –me preguntó mi madre con el rostro ruborizado, como sabiendo que estaba a punto de ser follada con impudicia demencia. Yo no quería hablar, quería pasar directo a la acción y follar con mi madre en ese momento, pero igual contesté que había dormido de maravilla. Mientras le contestaba caminaba directo a donde ella estaba parada esperándome y al verme decidido ella abrió los brazos y nos fundimos en un abrazo y un beso apasionado. ¡Por fin! Después de que toda la noche procuré besar a mi madre en los labios sin éxito, ahora lo lograba y mi excitación se desbordaba como un volcán en erupción.

Mis manos viajaban por la espalda y las nalgas de mi madre y ella estaba prendada de mi cuello. Mi cuerpo totalmente desnudo se fundía con el suyo cubierto en satín y encaje. Poco a poco en nuestro ilícito abrazo la fui despojando de sus prendas para descubrir que debajo de su camisón mi madre no tenía pantaletas, ella estaba igual de deseosa que yo de pasar a la acción así que me recibió con su vagina descubierta. La mano de mi madre descendió directo a mi verga que estaba dura y hervía como un fogón. Su mano acariciaba mi miembro con firmeza mientras que yo sumergía mis dedos entre sus nalgas, arrebatándole sonoros suspiros y gemidos de placer. Podía sentir su vagina empapada y ansiosa por ser penetrada, pero antes de meter mi miembro en ella quería saborear los fluidos que mis actos clandestinos le provocaban. Recosté a mi madre boca arriba y la abrí de piernas mientras metía mi cara entre sus muslos. Comencé a lamer la vagina de mi madre y mi saliva se confundía con los copiosos fluidos que ella derramaba al sentir mi lengua. Ella había dejado atrás su pudor y gemía de placer a todo volumen mientras mi lengua jugueteaba con su clítoris. Entre sus convulsiones y gemidos incoherentes podía escucharla repitiendo: “¡Hijo, hijo!”. Como si me llamara pidiendo auxilio. Al mismo tiempo podía sentir sus muslos apretando mi cabeza impidiéndome que me alejara de la faena en la que estaba absorto. Ella no me dejaría ir hasta que no le provocara un orgasmo con mi lengua. Eso fue justo lo que sucedió en menos de tres minutos. Sus piernas me apretujaron como si ella fuera un luchador aplicando una mortal llave y su vagina se empapó como si en ella se hubiera derramado un mar de fluidos amorosos. Yo no paraba de lamer y succionar esos deliciosos ríos de placer y eso hacía que ella se convulsionara aún más y sus aullidos aumentaran de intensidad. Al final ella terminó de acabar en mi cara y sus piernas se relajaron lo suficiente para dejarme libre. En ese momento alcé la mirada y pude ver el rostro de mi madre transformado en el de una puta ninfómana. Esa era la cara de una hembra que, tras diez años sin tener hombre dentro de ella, ahora rogaba por ser mancillada y llevada a un paraíso carnal que en más de una década ella había dejado atrás.

Yo no titubeé ni un segundo. Me incorporé y acerqué mis labios a los suyos nuevamente. El placer de besar a mi madre de una forma totalmente ajena a las normas sociales me causaba un estupor que jamás había sentido en mi vida entera. Sentir su lengua enredada con la mía, nuestras salivas confundiéndose y escurriendo a borbotones, nuestros cálidos alientos incorporándose en uno solo, nuestros cuerpos desnudos mezclados en un solo ser grotesco. Casi nada me excitaba más en ese momento. Solo había una cosa que me entusiasmaba aún más. El deseo de penetrar a mi madre y hacerla totalmente mi mujer. Interrumpimos nuestro pecaminoso beso para mirarnos a los ojos. Pensé si debía decir algo antes de cometer la mayor transgresión concebible y solamente se me ocurrió decir una cosa. Curiosamente mi madre me leyó el pensamiento y ambos hablamos al unísono: “¡Te amo!”. Lo dijimos en sincronía total y al terminar de hablar mi verga entró suavemente en su vagina empapada. El calor de su concha era lo más delicioso que había sentido en mi vida. Sentir mi verga envuelta en los labios vaginales de mi madre era lo que más había gozado jamás y si no me vine en cinco segundos a causa de la excitación fue porque puse toda mi fuerza de voluntad en hacer que mi madre recuperara el tiempo perdido en estos diez años, para provocarle los orgasmos más deliciosos que una mujer jamás hubiera tenido.

Mil cosas pasaban por mi mente mientras empezaba a follarme a mi madre con suavidad y ternura. Mientras ella gemía yo me preguntaba si mi padre la habría follado igual cuando me concibieron, me preguntaba si ella había gemino igual que como gemía ahora en ese momento. Mientras nuestras miradas se cruzaban yo pensaba que esa vagina que estaba penetrando era la misma por la que yo había salido al mundo hace exactamente 18 años y ahora estaba entrando nuevamente, aunque fuera solo una fracción de mi ser. Cogiéndome a mi madre así, de misionero logré provocarle otro orgasmo. Su cuerpo se estremeció y sus gemidos subieron de intensidad mientras lágrimas brotaban de sus ojos. La sequía de diez años había terminado, pero la abundancia apenas iba a comenzar. Intercambiamos lugares e hice que mi madre se montara en mi verga mientras nos fusionábamos en un abrazo pasional. Nuestros labios nuevamente se confundían en un beso lascivo y ella se movía sobre mi verga que ardía a mil grados centígrados. Bien pronto ella incrementó la potencia de sus brincos y se volvió imposible seguir besándonos. Yo alternaba entre acariciar sus tetas por momentos para luego tomarla de las nalgas ayudándole a incrementar la intensidad de su cabalgata. Su segundo orgasmo fue más copioso que el anterior y pude sentir sus fluidos resbalando sobre mi miembro. Ella se desplomó agotada sobre mi verga, pero yo no estaba dispuesto a darle descanso.

Ya les he explicado lo mucho que adoro el trasero de mi madre. Es por ese motivo que no podía dejar pasar la ocasión para ponerla en cuatro, cogerla a lo perrito y así contemplar en toda su gloria ese culo que tantas noches de desvelo me habían provocado. Ella dócilmente me obedeció cuando le ordené ponerse en cuatro. No quedaba rastro de la madre decente que había conocido la última década. La mujer que estaba en mi cama era una zorra hambrienta y sumisa que solo quería que su macho, su hijo, la penetrara sin piedad. Eso fue lo que hice y metí mi verga hasta lo más profundo que su culo me permitía, ya que estaba apretado por la falta de uso. La metí de un solo golpe y lo que logré con eso fue arrebatar a mi madre el aullido más fuerte que le he escuchado en toda mi vida.

Sujetándola de las nalgas la follé sin clemencia, el sexo romántico con el que empecé a hacerle al cogerla ya había quedado atrás y ahora yo era solo una bestia llena de lujuria. Mi madre estaba a punto del colapso y parecía querer desmayarse mientras yo taladraba su trasero. La tomé de las manos como si fueran las riendas de una yegua y no le permití colapsar ante mis embestidas salvajes. Ella lloraba y me pedía compasión. Yo hice oídos sordos y me negué a escucharla. En mi trance pude sentir como me escurría la saliva entre los labios y al darme cuenta dejé caer un gran chorro de esa saliva entre las nalgas de mi madre. Haciendo una pausa crucé sus brazos atrás de su espalda y los sujeté con una sola mano mientras que con la otra introduje mis dedos índice y medio en su culo. Reanudé la acometida dándole por sus dos orificios y la seguí cogiendo por varios minutos más mientras mis dedos le daban placer a su ano que se estremecía y me los apretaba como si quisiera arrebatármelos. Hasta que por fin sentí mis fuerzas abandonándome y no logré aguantar más. “¡Voy a acabar, madre!” –alcancé a balbucear. Ella no podía articular palabra, solo gemía y aullaba mientras se la metía. Un descomunal chorro de semen inundó su vagina. Ambos bramábamos de placer mientras gozábamos de un orgasmo simultáneo. Así quedamos inmóviles los dos en esa posición mientras mi verga se vaciaba por completo dentro de su exquisita. Cuando por fin saqué mi verga un chorro blanquecino escurrió entre sus piernas manchando las sábanas sobre las cuales habíamos follado como animales en celo.

Una vez mi semen dejó de escurrir de entre sus piernas ella colapsó sobre la cama y con trabajos logró darse la vuelta quedando boca arriba. Acto seguido estiró sus brazos invitándome a compartir un abrazo. Accedí a su invitación y nuevamente comenzamos a besarnos, pero ahora de forma más cariñosa y menos intensa. “Te amo hijo, nunca había sentido tanto placer” –me dijo con los ojos llorosos y me siguió besando, mientras yo le correspondí sus palabras de amor y le prometí no desatenderla nunca más. Atrás habían quedado sus años de castidad. Una vez recuperadas nuestras fuerzas, mi madre y yo hablamos por horas acerca del futuro. Obvio juramos nunca contarle esto a nadie, sería nuestro secreto. Seguiríamos nuestro amorío ilícito mientras ambos tuviéramos el deseo sexual y ella me hizo jurarle que ya no me cogería a la vecina. No pude negarme, prefería mil veces a mi madre que a cualquier otra mujer. También me confesó que había decidido buscar pareja una vez que yo entrara a la universidad, obviamente ese plan había quedado anulado después de lo que había pasado. Hablamos de muchas cosas más pero no quisiera aburrirlos con detalles que la verdad ya deben de ser obvios para muchos de ustedes.

Así empezó mi incestuoso romance con mi madre hace más de 20 años. Podría escribir varias novelas contándoles todas las aventuras y experiencias que en ese tiempo he vivido con ella, pero el tiempo que tengo ahora es breve y no pretendo agobiarlos. Lo que creo que definitivamente les interesará saber es que nunca usé condón con mi madre. Por lo que ella fue al ginecólogo para que le recetara pastillas anticonceptivas y así cuidarnos. Los años como les dije han pasado y ella sigue teniendo el mismo apetito sexual que la primera vez, ya que cada vez que estamos juntos en la cama es un momento mágico y lleno de lujuria.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

3 comentarios:

  1. Un delicioso relato Caballero donde demuestra la lujuria y la pasión que intenso.
    Como siempre Caballero exquisito relato

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  2. Waooo Porfin lo termine de leer me dejó sin palabras Señor un gran placer probóco en todo mi see

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  3. Muy excitante , un relato maravilloso, logró imaginarme la situación..

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