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jueves, 2 de mayo de 2024

127. Doris la culona evangélica

 


Doris es una señora de unos 50 años, de 1.60 de estatura, de piel algo tersa y bien cuidada, cabello negro y lacio, de contextura delgada pero perfecta para su edad, de caderas anchas con un lindo culo generoso y maduro, deliciosas tetas grandes de pezones prominentes y apetitosos. Cubierta toda de unas blusas anchas sin mucha gracia y faldas largas y pegadas que todavía dejan ver sus llamativas curvas.

Todo empezó un sábado que llegaba de la calle y la vi en mi puerta. “Buenos días señora Doris, ¿qué desea?”  –le pregunté después de saludarla. “Buen día hijo, vengo a ver a tu mamá para decirle que en la Iglesia  estamos juntando juguetes y ropa para caridad” –me respondió con una sonrisa. “Ella no está, pero si gusta puede pasar más tarde. De todas maneras le diré para que busque la ropa que no usamos y así ayudarle en su colecta” –le dije con amabilidad. “Te lo agradecería un montón, ya que es para llevar ayuda a albergues y también necesitamos ayuda. El señor te lo va a pagar” –me dijo. Realmente me molestaba que recurriese a trucos así para convencerme. Me tomó de las manos y me preguntó: “¿Vas a venir?”. Tenía las manos suaves y cálidas. “Mire, no le prometo nada pero intentaré” –le dije. La señora Doris sonrió y me dio una especie de bendición. “Vendré a buscarte mañana entonces” –dijo. En eso llegó mi madre y entré.

Había quedado “motivado” al ver a la señora Doris, en mis adentros pensaba que fui un tonto al no hacerla pasar, pero lejos de lamentarme mi verga estaba tiesa imaginando sus grandes tetas y ese culo glorioso. No dudé en masturbarme pensando en ella y en todas las cosas perversas que le haría para que se transformara en una demonia caliente y hambrienta de sexo. Cuando tenía ya la sensación de acabar, pensaba en su boca tragándose mi verga y decía: “¡Chupa putita! ¡Tienes que ayudar a tu prójimo! ¡Trágate mi semen Doris!”. Eyaculé pensando en esa culona evangélica sorbiendo hasta la última gota de semen.

Después de quedar relajado y un tanto liviano, me di una ducha y bajé para acompañar a mi madre y ayudarle con las cosas de la casa. Nos sentamos a conversar de nuestro día y que la señora Doris me había hecho comprometerme a acompañarle a la Iglesia para ayudar con las cosas que estaba recolectando. “Es tan buena ella, siempre organiza cosas para ayudar a los demás” –dice mi madre. “Sí, pero la última vez que fui una iglesia fue cuando me bautizaron y era bebé” –le respondí. Ella se rio de mi comentario y me dijo: “Bueno, si no quieres ir, como buen hombre que eres vas a su casa y le dices”.  La idea me pareció excitante pero pensé que sería mejor ganarme su confianza antes de dar el gran paso.  “Bueno, yo me comprometí y la palabra es lo más valioso que tenemos” –le dije.

Ya era la hora de la cena, mamá se había puesto su camisón para dormir y no tenía nada más que eso. La verdad nunca me había fijado en mi madre como esa noche, se veía hermosa. No sé si era la calentura que sentía por doña Doris o porque de verdad me estaba calentando mirando a mi madre. Mi erección era más que evidente y mis ojos no se despegan de sus tetas cubiertas por la delgada tela de su comisión, no sé si ella se daba cuenta de mis miradas llenas de lujuria, pero no hacía nada para cubrirse. La hora avanzaba, nos tendríamos que levantar para ir a nuestros cuartos pero no podía esconder la erección que tenía. Esperé a que por sí sola se bajara pero no, mi verga estaba tiesa.

Decidí ya no esconderme y me puse de pie, los ojos de mi madre se clavaron en mi entrepierna y en bulto que había bajo mi ropa, me miró en silencio, solo de puso de pie y caminó a su habitación. Obviamente, yo tampoco dije nada y emprendí el rumbo a mi cuarto. Me tendí en la cama y me empecé a acariciar mi verga pensando en la nueva musa de mi paja por al menos esa noche. Masturbarme pensando en las tetas de mi madre era algo morboso, me calentaba imaginado que tenía mi verga entre ellas y me pajeaba con lujuria pasando su lengua por mi glande que escurría líquido preseminal. Acabé de la manera más obscena con la imagen de las tetas de mi madre en la mente, mi semen escurría por mi mano, deseaba que estuviera ahí lamiéndolo sin dejar ni una gota. Me limpié y me acomodé para cumplir con el compromiso que había adquirido con doña Doris.

Al día siguiente, ella volvió a mi casa temprano para llevarme, yo ya estaba atado y no podía negarme. Fui con ella y vi como organizaban todo, me hicieron trabajar como un burro. Me llamó la atención la manera en cómo se manejaba; había un pastor viejo que mandaba, pero tenía una esposa joven con un cuerpo de actriz porno, él estaba bendecido con tremenda hembra, lo más que seguro sería una puta en la cama. Terminada la jornada la señora Doris me llevó a su casa a almorzar, en el camino me hablaba de sus cosas de su iglesia y como me iba a ayudar para salvarme. Yo no dije nada, solo la escuché en silencio, aunque en mis adentros quería que me salvara de la calentura que me asediaba.

En la casa de doña Doris, me dice: “Ponte cómodo, voy a cocinar algo rápido para que comamos”. Su casa era grande, se notaba que vivía bien. Miré una foto de un hombre elegantemente vestido. “¿Quién es él?” –le pregunté con curiosidad. Ella me respondió que fue su esposo y llevaba varios años de fallecido. Luego le pregunté: “¿Tiene usted hijos?”. Me respondió: “No, no pude ser madre, aunque con mi difunto esposo lo intentamos, pero él era estéril”. Luego vi una foto de la señora de joven en traje de baño, era una diosa hermosa mejor que la esposa del pastor, viendo unas fotos más pude comprobar que su esposo fue otro pastor, me reí. No pude evitar pensar que su esposo ya muerto se la cogía en todas las posiciones intentando darle un hijo y la verdad yo hubiese estado contento solo con cogérmela y a la mierda si quedaba embarazada o no. Solo pensar en cómo se la cogía su esposo me causó una evidente erección.

Fui a la cocina y vi a doña Doris volteada, pelando y cortando verduras, le vi su culo aún firme y sin uso en un buen tiempo. No dije nada, la abracé por la cintura y le arrimé la verga entre las nalgas, ella se asustó, dejó lo que estaba haciendo y me preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Por qué haces eso?”.  Quiso quitar mis brazos, entonces aumenté la fuerza e hice que chocara contra la mesa en la que estaba. “Señora Doris, ayúdeme a quitarme el deseo. Por favor, no me abandones” –le respondí. Ella no oponía mucha resistencia, le besé el cuello y comencé a frotarme en sus nalgas. “¡Por favor suéltame!” –me decía.  “Señora, disfrute que quizá ocurre algún milagro” –le dije mientras con una mano me desabrochaba y bajaba los pantalones con la ropa interior. Con la verga afuera metí mis manos bajo su blusa y su brasier, y le di una manoseada a sus tetas grandes. Al sentir el contacto de mis manos, sus pezones reaccionaron poniéndose duros. Además, que la señora Doris ya no se movía para intentar zafarse. “Señora, le va a gustar, ambos lo vamos a disfrutar” –le dije. Luego empecé a subirle la falda de mojigata que tenía puesta y me agaché para besarle las nalgas tras sus calzones, metí mi nariz y mi boca para aspirar el olor de su culo mientras mis manos jugaban en su trasero maduro. Le bajé los calzones, para saborear ese culo rico, la falda me estorbaba así que me la puse como capucha detrás de mi cabeza para que me dejara solo con ese monumento. La señora ya mojada empezó a gemir disimuladamente. “No se contenga señora Doris, dejé que el placer la envuelva” –le dije. Fue como si algo se hubiera desatado en ella, empezó a gemir con lujuria, se apoyaba sobre la mesa y movía sus turgentes nalgas restregándolas en mi cara. Cuando terminé de lamer ese manjar libidinoso, salí de ahí y busqué un condón en mi billetera. Lo saqué del empaque y me lo puse, cuando ya estaba listo para meterle la verga, no esperó a que la acomodara y me dijo: “¡Quítate eso! ¡Quiero que te lo quites! ¡Es pecado tener sexo sin condón!”. Me pareció raro, ya que éramos dos personas que íbamos a coger y era una medida para cuidarnos ambos de cualquier cosa que pudiera pasar, pero tampoco me iba a negar a cogérmela sin preservativo. La señora quería hacerlo sin condón y quien era yo para negarle el placer de coger. Me acomodé en la entrada de su culo, ella suspiró y dijo: “¡Métemela de una vez!”. De una embestida se la clavé hasta el fondo, ella gimió y dijo: “¡Oh, que rico se siente! ¡Hace tanto tiempo que no tenía una verga en mi culo!”. Me tomé de sus caderas y se la metía con fuerza, tanto que sus nalgas chocaban con frenesí en mi pelvis, sus tetas se deslizaban por la mesa y pedía que se la metiera hasta los testículos. Su culo sin condón era aún mejor, la señora Doris ya no podía disimular su placer, tampoco la perversión de reencontrarse con una verga que invadía su culo con la fuerza que le gustaba. Cuando ya estaba por acabar me detuve, la desnudé por completo y seguí metiéndosela con locura en ese apretado agujero lascivo.

Quería acabar, pero me contenía quería que ella disfrutara del placer primero, ese placer que por su religión se había negado y que ahora volvía a disfrutar como la primera vez. La voltee para comerme esas tetas y tocar su húmeda vagina, mientras disfrutaba de esas grandes tetas, mis dedos se perdían en el interior de su mojada concha. La señora Doris gemía con devoción y deseo, cerraba sus ojos y disfrutaba de como mis dedos se la cogían. La tomé de la mano y me la llevé a la sala, me senté en el sofá y le dije: “Acércate y ponte de rodillas”. Ella obedeció, se acercó algo tímida y puso su boca en mi verga diciéndome: “¡No vayas a acabar por favor! ¡Deja que mi boca disfrute de tu verga!”. La mojigata quería sentir otra vez una verga en su boca. Besó el glande y de un solo movimiento se tragó completa mi verga, me estremecí de placer y le dije: “¡Oh, qué rico! ¡Sí que sabes hacerlo bien!”. Me lo chupaba como toda una experta, imaginaba lo mucho que su difunto esposo disfrutaba de las virtudes de Doris. Me aferraba al sofá y bufaba sintiendo como mi verga era engullida por aquella viuda mojigata. Vio mi expresión y dejó de hacerlo, sabía que de seguir no iba a evitar acabar. Se paró y me dio la espalda para sentarse en mi verga que estaba a punto de reventar, en esa posición su culo se veía enorme, sin poder contenerme la nalguee, ella gimió y dijo: “¡Oh, qué rico! ¡Hazlo otra vez!”. Le di otro par de nalgadas y ella empezó a bajar metiendo mi verga en su culo, al parecer le gustaba que le dieran por su agujero, se movía como loca, apretaba sus tetas y gemía descontrolada. Subía y bajaba doña Doris sujetando sus tetas, aunque no veía su rostro si podía imaginar la cara de caliente que tenía al comerse mi verga con su culo. “¡Voy a acabar!” –gritaba y seguía moviéndose sin si quiera respirar. Su ano palpitaba sin control, era excitante esa presión que ejercía, hasta que al fin se entregó a los brazos de tan añorado orgasmo que le fue esquivo por años. Yo tampoco podía contener mis ganas de eyacular, la señora Doris se inclinó hacia atrás y me dice: “¡Llena mi culito con tu semen!”. ¡Qué sublime invitación! Con ese tomo de voz no hizo más que detonar la bomba de semen que tenía para ofrecerle. Puso mis manos en sus tetas y no paró hasta que sentir que acabé en su rico culo. Mi semen escurría de su interior, la hermosa señora Doris quedó rendida echada en mi espalda tratando de recuperar el ritmo normal de su respiración.

Fue tan placentero y perverso, tal como lo había imaginado, para ella fue como un milagro lo que había pasado, ya que no pensó volver a coger con la misma intensidad de antaño. El almuerzo se fue a la mierda, era más importante para ella calmar mis deseos lujuriosos y los suyos. “¡Quiero mostrarte algo!” –me dijo. Yo quedé intrigado, pensaba en que se traía entre manos, que es lo que me iba a mostrar. Por la curiosidad me quedé sentado esperándola. Fue hasta la cocina y volvió con sus manos atrás como escondiendo algo. “¿Qué tiene ahí señora Doris?” –le pregunté. Me miró y respondiendo con otra pregunta, dijo: “¿Me vas a seguir llamando señora?”. No supe que responder, la miré en silencio. “¿Después de lo que pasó me vas a seguir llamando señora?” –volvió a preguntar. Tenía razón, era absurdo, entonces le respondí: “Claro que no, solo quería estar seguro”. “Ante los demás si quieres hacerlo, hazlo, aunque no me importa lo que los demás puedan decir. Aquí, soy Doris, tu puta y todo lo que quieres que sea” –dijo. Una vez aclarados los puntos, volví a preguntarle sobre lo que escondía detrás. Sonrió con malicia y me dijo: “No todo lo que ves es lo que parece. Siempre que tengo ganas de sexo hay algo con que entretenerse” –me dijo y extendiendo su mano me mostró un pepino de los que iba a pelar y picar para el almuerzo. No pude esconder mi asombro, no daba crédito a lo que veía, la muy caliente se penetraba con las verduras cuando ya no aguantaba las ganas de tener algo duro dentro.

Se sentó en un sillón frente a mí y me dijo: “Hoy será el último día que usaré uno de estos”. Puso sus piernas en los apoya brazos y las abrió de par en par, su vagina seguía mojada, deseosa por más acción. Ahora sería un espectador de tan candente escena. Doris empezó a lamer el pepino y a chuparlo. Se veía sensual y perversa haciéndolo, mi verga reaccionó poniéndose dura, después se pasó los dedos por la boca para ensalivarlos y pasarlo por su concha deliciosa y deslizó el pepino hasta metérselo. La cara de placer que puso me calentó demasiado y empecé a masturbarme. Poco a poco empezó a moverlo más rápido y los alaridos de placer que salían de sus labios eran como una sinfonía celestial que resonaba en mis oídos. No sé cuánto estuvo dándose placer con el pepino pero si sé que tuvo varios orgasmos que la hacían desvenarse, cuando ya estaba listo por acabar me puse de pie y me acerqué a ella, puse mi verga en su boca y la llené de semen, Doris tragó hasta la última gota, quedando rendida.

Ya habían pasado varias horas y debía volver a casa, me vestí lo más rápido que pude, Doris se quedó desnuda, total no tenía que salir y tampoco iba a tener visitas. Cuando llegué a casa mi madre me preguntó: “¿Cómo estuvo tu día?”. “De lo más bien, aprendí que es necesario ayudar al prójimo cuando está en problemas y al hacerlo Dios te bendice de las maneras que menos esperas” –le respondí. “No sabes cómo me alegra que digas eso, me pone feliz” –dijo ella. “¿Supongo que la señora Doris estuvo a tu lado para ayudarte?” –me preguntó. “¡Sí, ella es un amor de persona!” –le contesté. “Eso es bueno hijo y tú que no querías ayudarla” –dijo. Después del largo interrogatorio me fui a dar una ducha, no podía sacarme de la mente lo puta que era Doris y lo dispuesta que estaba para tener sexo sin ningún remordimiento. La forma de vestir de ella cambió, se arreglaba más, se veía más hermosa que la puta que tenía el pastor como esposa. Empezó a usar jeans apretados, se maquillaba y su ropa interior ya no era la típica que usan las señoras mayores, sino que le añadió sensualidad a su closet.

Iba a verla a diario, cogíamos como endemoniados y ella me sorprendía cada día con algo nuevo por hacer para mi deleite, también la acompaño a la iglesia los domingos solo para cerrar la semana dándole verga por su delicioso culo, total nadie sabe lo que hacemos y lo disfrutamos como el renacer de la viuda culona que se reencontró con el placer de coger como la buena puta que permaneció oculta por varios años.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

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