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jueves, 11 de julio de 2024

152. El secreto de Mandy


Mandy es una chica de cabellos ondulados y castaño, muy juguetona, ingenua y al mismo tiempo caliente. Debe tener entre 17 o 18 años. Es simpática, le gusta conversar y es muy amable en su trato. Siempre me la encontraba por las tardes cuando ella venía de vuelta del negocio con la bolsa de pan y me saludaba muy cordial. Una tarde se metió a mi jardín a jugar con “Peluche”, mi mascota y desde ahí se le había hecho costumbre. Un perrito bien juguetón que estaba en su primera etapa de apareamiento. Le puse peluche, porque tenía tantos pelos como de un juguete de peluche se tratara y era muy cariñoso con los niños. A Mandy le encantaba Peluche ya que sus padres no le dejaban tener un perro porque aún era muy pequeña. Peluche era de color marrón y blanco la parte de abajo desde el cuello y la punta de la cola.

Sus padres sabían que se escapaba de casa solo para jugar con Peluche, y para mí tampoco era una sorpresa que jugarán en mi patio. A veces dejaba a Peluche libre, y se iba a la casa de Mandy a jugar con ella. Ambos eran tan felices juntos, y yo no veía nada extraño, pervertido, obsceno ni nada malo entre ambos amigos. En uno de esos días en que se escabulló a mi casa vi algo más que un juego inocente. Mandy, al verme ahí sorprendido entonces, soltó la mano de la verga de mi can. Sí, no podía equivocarme, le había estado haciendo una paja, peluche se movía mientras ella estimulaba su miembro. Ella parecía que lo estaba disfrutando porque sonreía de manera perversa.

Entré a la casa con el jugo que le llevaba a Mandy  d y me senté en uno de los sillones de la sala. Mandy, entró tras de mí y me explicó que Peluche se la había montado encima, y que luego ella notó que le había salido esa cosa roja y solo quería tocarlo nada más. Me pidió que no le dijera a sus padres porque si no, no la dejarían jugar de nuevo con Peluche, y yo después de pensarlo, acepté; porqué era apenas una adolescente curiosa, y no me gustaría que peluche no tuviera a nadie con quién pasar tiempo, ya que yo andaba ocupado en mi trabajo y también salía con una linda chica de mi trabajo. “No te preocupes Mandy, es solo un perrito inofensivo, no te hará daño; pero debes prometer que no lo volverás a hacer” –le dije aún sin salir de mi admiración.  La chica aceptó el trato y luego volvió donde estaba peluche y siguió jugando con él. Los veía correr de un lugar a otro, dar vueltas en el césped y lamerse las caras. Lo vi un poco raro, pero me debía arreglar ya que tenía un compromiso ineludible.

En los siguientes días no pasó cosas tan raras entre Mandy y mi mascota; hasta que un sábado que volví temprano a casa después de ser rechazado por la chica con la cual salía a comer o al cine, vi algo que me dejaría absorto, turbado y ciertamente caliente pero no podía creerlo, Mandy estaba con Peluche y parecían estar abotonados, pues su trasero estaba bien pegado al de mi perro. Ella se me quedó mirándome, mientras me acercaba pero no dijo nada para defenderse, aunque sí parecía estar nerviosa. Yo estaba un poco caliente y había bebido un poco por la decepción de que mi ligue no hubiera funcionado.

Sin decir nada tampoco, me bajé el cierre del pantalón y me saqué la verga, que estaba medio erecta y se la acerqué a la chica. Mandy miró mi verga y sin poner objeción ni nada, abrió la boca y dejó que se la metiera  hasta asfixiarla y luego la saqué. Estaba tan caliente que le folle la boca como un enfermo, mientras Mandy estaba a cuatro patas al lado de mi can. La visión era excelente, genial, como de ensueño. No tenía idea de dónde estaban sus padres, o cuántas veces se había cogido a Peluche pero no me importó en esos momentos ni me lo pregunté. Era una maldita putita como todas o la mayoría, pensé; recordando a mi madre y abuela que habían sido unas santas conmigo. Con mi calentura y frenéticos movimientos no pasó mucho tiempo para que acabara en su boca y se la dejara llena de semen. Le dije que se lo tragara porque estaba cayendo sobre el césped. Obedeció y como una buena puta lo tragó completo, incluso lamió lo que había caído al pasto. Al cabo de unos minutos la verga de mi perro liberó la concha de la pequeña zorra haciendo que el semen de peluche se desbordara y le escurriera por su tentadora vagina abierta y palpitante.

Era noche, y sus padres habían salido a tener una velada romántica. La habían dejado durmiendo y con la promesa de que se “portaría bien”, pero Mandy había escapado por la puerta trasera y había logrado fácil adentrarse en mi jardín, por una parte rota de la madera y que colinda con su casa. Mandy me contó también, que era la segunda vez que Peluche la montaba, y que ahora sí lo había pasado bien. “La primera vez siempre duele ¿no es cierto vecino?” –me dijo con curiosidad. Oírla relatarme lo puta que era me hizo desearla otra vez.

Ya estábamos en la sala de mi casa, y le dije que yo la haría gozar más rico que Peluche y que debía ser buena niña, sino sus padres lo sabrían todo. Otra vez volvió a pedirme y rogar que no dijera nada a cambio de dejar que se la metiera como Peluche. Sin decir nada más se volteó y se puso en cuatro sobre el sofá, yo estaba encantado con Mandy, me quité toda la ropa y frote mi verga con su húmeda vagina ya lubricada por el semen de Peluche, ya que la zorrita no se había lavado. “Agárrate fuerte putita, que esto no es juego de niños” –le dije. Así lo hizo y metí mi verga todo lo que pude meter de un solo golpe. Mandy gritó fuerte, creí que nos irían a escuchar los vecinos pero no me importaba, estaba caliente metiéndosela a la pervertida vecina que presumía de ser una chica inocente.  Cuando pasaron unos segundos, empecé a embestirla cada vez más rápido y aunque no le entraba toda, la sensación de su concha apretada era sublime, Mandy volteaba a mirarme un poco con esos lindos ojos verdes claros y esos cabellos rizados castaños. Tenía los ojos llorosos, pero aun así estaba muy linda y lo sería aún más cuando fuera más grande. A mí no me gustaban menores que yo, pero ésta oportunidad en bandeja de plata no la iba a dejar pasar. Gemía bajito y por ratos más fuerte, la nalgueaba, y daba un saltito, trataba de sostenerla bien ya que parecía querer venirse abajo. Cuando ya parecía que quería acabar me subí al sofá aún dentro de ella y seguí dándole duro, ella bajaba su cabeza para empinar más su culo. Esa lujuriosa sensación de placer. ¡Oh, acabar dentro de ella! Mandy también se retorcía de placer sin dejar de gemir. En el jardín estaba Peluche lloriqueando porque olía el sexo en el aire y quería entrar porque sabía lo que le estaba haciendo a su primera perra. Estaba tan caliente y perdido en la perversión que acabé dentro de su tibia vagina. Ella gimió, su vagina palpitaba, a los pocos segundos ella estaba teniendo un intenso orgasmo.

Después de coger y que la chupara un rato más para que se fuera con semen en su boca, dejé que se fuera, Mandy se limpió y se vistió. Su apariencia cambió, volvió a ser la niña buena y pura de siembre. La besé apasionadamente y salió al patio, acarició a peluche y le dio un beso en la nariz, se fue a su casa por la tabla que estaba desclavada de la cerca. No volví a ver a Mandy hasta después de unas semanas. Se la pasaba encerrada después de hacer sus tareas y cada vez que había podido quedarse sola en casa, había metido a Peluche para jugar con ella en su cuarto. Yo me imaginaba más bien que Mandy no volvería a jugar con Peluche de ese modo si ya había encontrado en mí a un hombre que podría satisfacerla, pero al parecer me había equivocado. Lo que esa niña linda pero extraña sentía por Peluche se había hecho más fuerte que un impulso y curiosidad sexual de la chica. Yo había obtenido todo lo que quería de ella, pero siempre pasaba por mi mente volviendo del trabajo y encontrándola dispuesta a juguetear con los dos, como un trio interracial o Inter especies, o como se llame. Pero cada vez que tenía tiempo libre, no me la encontraba en el parque ni en el patio de su casa. Creía que había sido castigada o peor aún, que sus padres habían descubierto todo respecto a Peluche y ella. Algunas veces cuando volvía temprano del trabajo hasta Peluche parecía aburrido cuando lo encontraba solo en su casita sin nada que hacer.

Una noche recibí la inesperada y extraña visita del padre de Mandy. Un hombre serio, canoso, que aparentaba ser más el abuelo de Mandy. Yo me quería morir en ese momento pensando que su hija le había contado todo con respecto a la cogida perversa que le había dado y que al fin de cuentas todos reciben lo que merecen, aunque en realidad no todos reciben lo que merecen, pero que el karma existía, no tenía dudas. Luego de que aceptara sentarse en el sofá de la sala y no me agarrara de trompadas supuse que era otro el asunto. Me pidió amablemente que si aún no había vendido a Peluche, que él se lo compraría como regalo de su hijita que estaba por cumplir los dieciocho años. Pensé que había sido su hija la que lo había engañado e informado mal diciéndole que estaba queriendo deshacerme de mi mascota, pero lo cierto, en ese momento me daba igual lo que le pasara a Peluche. Pasaba la mayor parte del día fuera de casa y cuando estaba no me daba tiempo de sacar a mi mascota al parque u otro lugar. Creo que estaba bien deshacerme del animal ahora; además de que sabría dónde estaría y con quién; sobretodo, que es lo que haría exactamente en cuanto los padres de Mandy estuvieran fuera de casa. El morbo que sentí en ese momento fue grande y aunque me hubiera venido bien ese dinero, preferí dejárselo gratis como regalo a la niña, y que más bien su padre debería comprarle algo más u otra cosa que la ella quisiera. El aceptó ello, me prometió decirle a su hija que lo del regalo de Peluche era un presente mío y que él le compraría unos patines, ya que siempre que podía salía a patinar al parque. Si Mandy hubiera querido hundirme, solo hubiera tenido que haberlo dicho, las pruebas en mi contra estaban ahí, y lo sabía pero en vez de eso prefirió quitarme a Peluche. Cuando salía rumbo al trabajo me la encontré en la acera frente al parque, llevaba ropa deportiva. Vino hacia mí y me lo agradeció con un beso en el rostro, solo cuando echó a correr a su casa vi a Peluche ir tras ella. Parecían tan felices juntos que los odié en ese momento.

Pasaron unos años después de eso, no podía imaginar cuánto sexo habían tenido Mandy y mi ex mascota en todo ese tiempo, pero Mandy ya se veía más buena y sexy que antes. Cerca de cumplir los veinte años parecía ser ya toda una mujer, en todo el sentido de la palabra. Ella sabía que yo sabía todo acerca de Peluche y ella, pero no había prueba alguna de ello y nunca quise tirar rumores y que ellos me los devolvieran a mí. Hasta que una noche recibí la visita de Mandy, y me pidió que me deshiciera de Peluche porque ya no lo quería, ni la satisfacía como antes. Que sí lo hacía podría volver a tenerla por toda una noche. Yo acepté casi de inmediato, solo que me había sorprendido su petición, sin duda aquella jovencita era una perra perversa. Me había contado que tenía una amiga que quería regalarle un perro más grande de raza siberiano y que no tenían mucho espacio en casa para dos perros, por eso necesitaba de mi ayuda. En la siguiente noche metí a Peluche en la camioneta vieja de mi padre y lo llevé lejos de ahí. No quería dormirlo, no tenía el valor ni la cabeza para ello. Sólo conduje mucho y lo dejé en otra ciudad alejada de donde vivíamos.

De inmediato cuando volví en medio de esa madrugada, me encontré con Mandy sentada en el umbral de mi entrada, esperándome. El calor del verano me la había traído a mí mostrándome esos bellos atributos juveniles y que solo serían para mí, ella misma parecía ansiosa de volver a hacerlo con un hombre. No pude más que dejar que hiciera lo que quisiera conmigo, a pesar de ser una pequeña mujer tenía más experiencia que este humilde servidor, sentía que tocaba el cielo, fue incluso mucho mejor que aquella vez cuando la encontré abotonada a mi mascota. Aquella noche debo haberme eyaculado tanto que quedé seco y no pude moverme todo el maldito domingo. Ella se tragó mi semen, ella me dio el beso negro, ella me baño con su lluvia dorada. Mandy follaba como toda una actriz porno, ella me la mamaba entera y se dejaba follar la boquita hasta sentir arcadas. Se metió mi verga por su culo lubricado por su flujo vaginal. Mandy me cabalgó como toda una vaquera del infierno, y me hizo desear haber sido Peluche esos años sucios en los que folló con el can. Aunque después me hubiera desechado. Porque sabía que de esa noche no pasaría y que en un abrir y cerrar de ojos, volvería a su vida zoofilica con otro perro más grande y robusto de lo que había sido Peluche.

Después de esa noche llegó el perro que le regaló su amiga, era imponente. Pasó una semana y me la encuentro en la panadería. “¿Cómo te va con tu nueva mascota?” –le pregunté. “Hasta ahora me he comportado bien, ya que no me he quedado sola con él; pero me masturbo como loca pensando en las cosas perversas que podemos hacer” –me responde sin pudor. “Suena interesante” –le dije. Ella sonrió. “¿Tendrá tiempo esta noche?” –me pregunta. “¿Cómo para qué?” –le respondí preguntando. “Para coger. ¿Para qué más?” –me responde. “¡Vaya si que eres directa! Siempre tengo tiempo para follarme a una perrita caliente como tú” –le dije. “No me diga así porque me mojo y no creo que pueda aguantar hasta la noche” –me dice. “Bueno, es tu decisión, si quieres lo hacemos ahora” –dije con perversión. Nos fuimos del negocio, ella a dejar el pan a su casa y yo me fui a casa sabiendo que sería cuestión de minutos para que la zorrita me tocara el timbre de la puerta. No pasaron cinco minutos cuando ya estaba en la puerta, la hice pasar y sin mediar palabras me fui sobre ella, la empecé a desnudar, ella me decía: “¡Cójame vecino! ¡Hágame sentir como la perra de la primera vez!”. No perdí tiempo en ir a la habitación, la tiré en la alfombra de la sala, ella jadeaba como la perrita sensual que es y abrió las piernas. Me metí en su vagina con mi lengua y se la empecé a lamer, al sentir el roce de la punta de mi lengua gimió de forma delirante. Se agarró las tetas y se retorcía. “¡Oh, que rico! ¡Hace tiempo que mi conchita no sentía una lengua deslizarse así de rico!” –decía  gimiendo. El embriagante sabor de su conchita me enloquecía, ese olor de hembra en celo me ponía más caliente. Ella al borde del orgasmo me pedía que no me detuviera, perdido en mi lujuria seguí jugando con mi lengua hasta que tuvo un potente orgasmo, verla retorcerse de placer fue un espectáculo alucinante. Me acomodé y le puse la verga en la boca, perversamente me la empezó a chupar, tragándosela por completo. Se la comía como toda una experta, estaba tendida en el piso y yo al lado suyo mirándola como mi verga se perdía en su boca. Se dice que la experiencia se adquiere con los años y Mandy lo confirmaba con pruebas irrefutables.

Le dije que subiera encima de mí, no tuvo problemas para hacerlo, se montó en horcajadas y acomodó mi verga para que se metiera en su húmeda vagina. Sin siquiera decir nada comenzó con sus movimientos haciéndome gemir de placer, ya que sus sentones eran llenos de morbo y lujuria. “¿Le gusta así vecino?” –me decía. “Me fascina, eres una buena perrita” –le respondí. Mandy sacó la lengua y se puso a jadear, verla era excitante y lleno de lujuria. Estaba embobado viendo esa cara de perrita en celo moviéndose encima de mi verga. No sé en qué momento se acomodó mi verga pero sentí como se metió en su culito, lo que la hizo gritar de placer, haciendo más perversos sus movimientos. Sentía como su agujero aprisionaba mi verga y la apretaba, haciendo más placentero mi momento. “¡Oh, que rica se siente su verga en mi culito!” –me decía Mandy, revotando y gimiendo. “¡Sigue así linda perrita!” –le decía extasiado viendo como sus tetas se movían de arriba a abajo. Empezó a gemir con más intensidad, incluso gruñía, su culo estaba palpitando deliciosamente hasta que cayó sobre mi pecho gimiendo y pasando su lengua por mi rostro como lo hace una perra contenta de ver a su dueño. La calentura ambos sentíamos no nos dio pie a tregua, hice que se pusiera en cuatro, como ya estaba su culito abierto se la metí sin misericordia. Me tomé de su pelo y se la metía completa, haciendo que mis testículos golpearan su vagina. “¡No se detenga, siga! ¡Déjeme el culo abierto!” –me decía sin parar de gemir. Entre más violentas eran las embestidas Mandy más lo disfrutaba y obviamente yo me sentía en el infierno lujurioso de placer. Aferrado fuertemente de sus caderas se la metía hasta que ya no pude aguantar más y acabé en su agujero, sentía que mi semen salía en cantidades llenándole las entrañas. Cayó rendida, exhausta, pero en su agitación pedía más. Se volteó y se puso en cuatro frente a mi verga, la empezó a lamer y a chupar como endemoniada. No tardó en ponerse dura mi verga y se tiró de espaldas en la alfombra, me dijo: “Métamela una vez más. ¡Soy su perrita!”. Sin dudarlo me subí encima de ella y se la metí a un ritmo frenético. Mandy seguía gimiendo y jadeando con su lengua afuera como una buena perra. Puso sus piernas rodeando mi cintura y se aferró a mi cuello. “¡No pare!” –me decía. Enredados en el placer nos besamos haciendo que nuestras lenguas se enredaban en una danza llena de lujuria y pasión. Ya no podíamos seguir aguantando y como si estuviéramos de acuerdo acabamos los dos de una vez, gimiendo y retorciendo nuestros cuerpos en el frenesí del orgasmo.

Cuando terminamos de coger, Mandy se coloca de pie y me dice: “Ya me tengo que ir. ¡Siempre es un placer coger con usted!”. Sonreí, le dije que a mí también me había gustado y que sería siempre bienvenida para darle verga, a lo que ella me responde: “Eso no lo dude”. Recogiendo su ropa se vistió y se fue a su casa. Mandy se había vuelto en una linda perrita obediente, después de ese día la tenía en la puerta de mi casa con un collar rosado, siempre la esperaba con agua y comida en sus platos para después cogérmela como a una perra en celo. Nunca más le pregunté por la relación con su nueva mascota, ya que estaba tan entretenido cogiéndome a la perrita Mandy que había adoptado.

 

 

 

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