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domingo, 14 de julio de 2024

153. La verga de mi hijo


Alberto es un muchacho dulce en su adolescencia, ya cumplió 18 años. Es alto, mide 1.85. A pesar de su altura es un poco torpe como todo adolescente. Me encanta observar su cara de niño inmaduro, su mirada cálida y tranquila. Es mi bebé y él confía mucho en mí.

Lo llevé a la tienda a comprarse unos jeans nuevos, ya que los que tenía inexplicablemente se le rompieron en las rodillas y me daba vergüenza de que mi hijo anduviera por la calle con sus jeans ajados y rotos. Me llevé una sorpresa mayúscula cuando eligió unos jeans con rajaduras en sus muslos y rodillas. Pensé que habíamos venido a comprar un par de jeans nuevos y no unos ya rotos. Compartimos muchos gustos en cuanto a ropa, pero esto de vestimentas rotas expuestas en las tiendas me pareció algo atroz. Casi como una estafa autorizada quizás por quien.      Mi hijo me dijo que no fuera a reclamar a la atención al cliente porque esta temporada se portaban los jeans rotos. Terminó convenciéndome y elegimos dos jeans, luego nos fuimos a los probadores para ver cómo le quedaban. Estaba bastante concurrido allí con otros jóvenes probándose diferentes prendas. Alberto entró solo, pero pronto me llamó: “¡Mami! Mira, estos no me van, son demasiado estrechos, mis bolas quedan atascadas”.

Claro que le quedaban demasiado apretados, incluso se le marcaba la verga por dentro del jeans. “Quítatelos y pruébate los otros” –le dije. Alberto se quitó los jeans mientras yo lo miraba, llevaba unos calzoncillos azules muy ajustados y su miembro venía perfectamente delineado por su ropa interior, formaba un bulto muy grande. Se puso los otros jeans, evidentemente estos también eran demasiado pequeños, se atascaban bajo su gruesa verga. “Pero, ¿cómo es posible? Siempre has usado esas tallas y ahora no te entra. De seguro te has pegado un estirón y ahora todo te queda chico” –le dije con asombro. Alberto se rio como un niño. Trató de empujar su verga hacia adentro, pero no hubo caso de que lo metiera con su mano, entonces me dijo: “Prueba tú mamá”. Miré su erección y le dije: “No, Alberto. No es posible, esos jeans te quedan demasiado apretados” –le dije. “Tal vez mi verga ha crecido mucho” –dijo él sonriendo. Lo miré un poco molesta y llamé su atención: “¡Compórtate Alberto, hay otras personas por aquí!”. “Lo siento mami, no me percate de ello” –dijo avergonzado. De repente, se bajó los calzoncillos, mi boca se abrió con una sorpresa mayúscula. Se rascó las bolas y noté que su verga pendía y se bamboleaba de lado a lado. Mientras mi lengua bañaba mis labios, mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Su verga se balanceaba como un péndulo, esa verga era grande. Mi hijo notó mi estupor y se puso algo nervioso. Él nunca había hecho algo así delante de mí. Apresuradamente salí del probador y le dije que iba a buscar un nuevo par de jeans.

Había estado toda la mañana aguantando los deseos de orinar, sentí unas contracciones en mi vagina y no pude reprimir los chorritos de orina que escaparon de mi vulva. Mojé mis bragas y noté la tibieza de mi propia orina bañando mis medias de color piel. Me estaba meando de pie después de ver la verga de mi hijo. Me llené de vergüenza. Rápidamente escogí otro par de jeans de una medida más grande y volví al probador, Alberto había cerrado la cortina. Lo vi parado allí con esa cosa tiesa como palo, se había quitado los calzoncillos y agitaba su verga, le tiré los jeans dentro del probador y cerré la cortina de golpe. Me apoyé a la pared y sentí como me orinaba de nuevo debido a la erección del pene de mi hijo. Nerviosa volví a abrir la cortina. “¿Qué haces?” –le pregunté. Nada mami, sola se paró y a mí me gusta cuando se pone así” –me respondió. Lo miré estupefacta sintiendo el tibio líquido que salía involuntariamente de mi conchita que se contraía sin que yo pudiera hacer nada, jamás me había sentido así tan desamparada y no sabía explicar el porqué, lo único nuevo en esta ecuación era la verga de mi hijo.

Me estaba orinando de pie frente a él. Volví a salir del probador y me apoyé otra vez a la pared con las piernas apretadas tratando de no seguir meándome encima. Afortunadamente, me había vestido con una amplia falda que ocultaba mis piernas, pero sentía la humedad de mis bragas y medias, sentía hasta mis zapatos bañados. Preocupada miré a mí alrededor y por suerte no había nadie. Escuché a mi hijo llamarme: “¡Mami, mami! ¿Sigues ahí?”. No quería enfrentarme otra vez más con su furiosa erección, así que titubee un instante: ¡Sí! ¡Sí, hijo estoy aquí!” –le dije y volví a entrar en el probador. Los jeans que le había traído le calzaban como un guante y me alegré por él. Comenzó a quitarse los jeans, todavía estaba sin calzoncillos, pero su verga ya no estaba rígida. Me miró a los ojos y me preguntó: “¿Por qué hace un rato escapaste?”. “Bueno, porque se me escapó un poco de pipi, necesitaba orinar y mojé un poco mi ropa interior” –le respondí.

Alberto comenzó a reír de mí en forma burlesca. Rápidamente recogí los jeans y me sentí un poco mal con mis bragas y medias mojadas. Fuimos a la caja a pagar por los jeans y luego nos dirigimos a casa. Él siguió burlándose camino a casa y repetitivamente me preguntaba: “Entonces, ¿mojaste tus bragas y tus medias?”. Sí Alberto, me oriné encima y no me siento bien, así que deja de reírte de mí” –le respondí. Apenas llegamos a casa me fui derechita al baño y lo primero que hice fue sacarme los zapatos, las medias y las bragas mojadas, también mi falda y mi blusa. Me quedé solo con mi sujetador celeste. En eso entró mi hijo, me dijo que no me preocupara y eran cosas que solían suceder. Miró que estaba casi desnuda, luego recogió del suelo mis bragas y mis medias, se las llevó a las narices y olfateó mis olores mientras me miraba sonriente; le dije: “¡Basta, Alberto! Necesito ducharme ahora. ¡Déjame en paz!”. Me quité el sostén para meterme bajo la ducha. Me volteé para sacar del cajón alguna toalla y de repente sentí que su mano se introducía entre mis piernas y en el momento de alzarme, su dedo penetró mi vagina. “¡Ay! ¡Alberto, por Dios! ¡Compórtate!” –le dije ofuscada y sorprendida. Sin embargo, se acercó más a mí y de nuevo metió su mano en mi vagina, cuando sentí que su dedo volvía a meterse entré en pánico. Le grité, pero él no me escuchó y empujó su dedo más profundo dentro de mí. En este punto yo no sabía que hacer. Oponerme, ni pensarlo, él mide casi uno ochenta y yo uno sesenta, el pesa ochenta y cinco kilos y yo cincuenta y seis. Es un chico joven e impetuoso con músculos muy desarrollados, así que con cierta facilidad me atracó al lavamanos, pero luego sacó su dedo de mi vagina y di un respiro de tranquilidad, solo que no sabía que tramaba él; hasta cuando sucedió lo que más me asustaba, su verga. Apoyó su miembro entre mis piernas de gelatina que temblaban sin control e incrustó su verga en mi conchita. No sé como lo hizo, pero inmediatamente me penetró y comenzó a cogerme, en ese preciso momento mi vejiga explotó y me oriné sobre las baldosas del piso.

Quizás suene como una locura, pero en ese momento no sabes que hacer ni que decir.      Mi propio hijo me la estaba metiendo en el baño de nuestra casa, quería que se detuviera. Sin embargo, empujaba con fuerza mi trasero sobre su verga hinchada. “¡Oh, Alberto! ¡Detente, por favor!” –le decía intentando que entrara en razón. Comencé a gritar, pero no había nadie que pudiera escucharme, solo estamos él y yo, lo único que le escuché decir fue: “¡Mamita, que vagina más apretada tienes!”. Por supuesto que mi vagina era estrecha, nunca había conocido a nadie con una verga como la de mi hijo, que siguió metiéndola muy profundo y con más fuerza. Al cabo de un rato no hice ningún movimiento más de desaprobación. Sentía su verga como inflaba mi concha y comencé a estremecerme, ya no de miedo, sino de placer. No tenía las fuerzas necesarias para permanecer en pie, así que él se aferraba de mi cintura y me levantaba en el aire con sus fuertes embestidas. Ahora me sentía muy caliente empalada en la verga de mi niño. Comencé a gemir y a jadear taladrada por la gran pija de Alberto que me follaba divinamente. Imposible seguir su ritmo impetuoso y me encantó cuando me dijo que era la mamá más caliente del mundo. Iba a acabar, pero no quería demostrarlo, no quería dejar que mi hijo se diera cuenta de cuanto me estaba haciendo gozar con su majestuosa verga. Por primera luché para no alcanzar el orgasmo, me contuve unos cuatro minutos, pero sentí que mi orgasmo sacudía violentamente todo mi cuerpo. Me mordí mis labios para no gritar, tampoco dije nada, solo gemí y sollocé de dicha y lujurioso placer, no sé si Alberto se dio cuenta, porque me estaba cogiendo muy duro cuando acabé, pero él siguió, siguió y siguió. Por mi mente pasaban muchas cosas, pero realmente quería que este momento no acabara jamás. Como mujer estaba feliz y satisfecha con su prodigiosa verga profundamente en mí vagina, pero como madre me venían los sentimientos de culpa. Mi mundo entero se había derrumbado. A veces leo incrédula los relatos que escriben otras madres como yo. No podía comprender como es que se enfrascaban en una relación sexual con el propio hijo. Solo ahora lo estaba entendiendo; son cosas que suceden en las familias y ahora me estaba sucediendo a mí, pero todavía trataba de convencerme de que esto no me estaba sucediendo realmente a mí, pero ahí estaba la verga de mi hijo que me embestía una y otra vez. Casi tengo un nuevo orgasmo cuando metió su mano sobre mis muslos mojados de orina y luego lamió sus dedos. Me hizo sentir como una puta caliente y me aferré al lavamanos hasta que mis nudillos se pusieron blancos, al mirarme al espejo me vi con mi rostro desfigurado por la lujuria desenfrenada que me estaba haciendo sentir él.

No lo había sentido eyacular y ahora yo quería su semen candente. Empujé mi trasero sobre su polla y me vine por segunda vez. Solo que esta vez no lo oculté, grité y me estremecí metiendo mis manos hacia atrás y tirándolo más profundo dentro de mí. Quería que me chorreara la vagina, quería que me llenara completa con ese semen tibio que su verga me daría, pero inexplicablemente Alberto decidió otra cosa. Me cogió por otros diez minutos provocándome un tercer orgasmo y luego lo sacó de mi concha sedienta y lo echó en mi espalda y mis glúteos. Nuestros ojos se encontraron en el espejo y pareciera que solo entonces nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho, nos mirábamos a la cara incrédulos, pero yo le sonreí y él me devolvió la sonrisa. Su semen tibio resbalaba por mis nalgas y por el surco de mi culo. Miré el reloj y atónita, me di cuenta de que faltaba media hora para el regreso de mi marido. “¡Ay Alberto! ¡Fue divino! Pero tú padre estará aquí en veinte minutos más, debemos lavarnos” –le dije. “¡Mierda! ¡Qué rápido que paso el tiempo, mami!” –dijo él un tanto asustado. Rápidamente nos bañamos juntos, nos dimos prisa y solo un par de veloces besitos. Él se había dado cuenta perfectamente de lo que habíamos hecho. Si mi marido se enterara de esto, terminaríamos muy mal tanto él como yo.  Por fortuna, cuando mi esposo entró a casa nos encontró vestidos y mirando la televisión como cualquier otro día normal.

Esa noche reflexioné bastante sobre lo que habíamos hecho mi hijo y yo, nunca esperé que pasara algo parecido. Ni de él ni de mí, ¿y cómo fue que sucedió todo esto? Por el momento no tenía ninguna respuesta a esto. Sabía que estaba mal y que nunca debió haber sucedido, sentí temor por el futuro de nuestra familia. Al final la vida debe continuar, mi esposo se fue a trabajar a la hora acostumbrada y yo me estaba ocupando de los quehaceres domésticos. Alberto volvió a la universidad, pero mi vida había cambiado para siempre. Me encontraba en una especie de montaña rusa. Había días en que Alberto se acercaba a mí sexualmente apenas volvía de estudiar, yo lo esperaba y aceptaba, pero tenía miedo a la sociedad y a mi marido.

Estoy casada, pero no puedo dejar la verga de mi hijo. Nos hemos acomodado en modo que hay días que tengo relaciones sexuales con mi marido en la mañana temprano y cuando mi hijo vuelve del colegio, me coge hasta hacerme explotar el cerebro, todo en un mismo día. Alberto volvió de estudiar temprano una tarde, me encontró sentada en el sofá a tomar una taza de café. Tranquilamente se sentó a mi lado y me pidió un beso, me acerqué a él y le di un beso largo y lujurioso. Rápidamente me sentí caliente cuando su mano se deslizó bajo mi vestido, apartó mis bragas y comenzó a tocarme. No me pude resistir, él me bajó las bragas y me encantó cuando se arrodilló entre mis muslos y comenzó a lamer y chupar mí vagina. Mi concha estaba lista y depilada ya que mi marido me acababa de afeitar esa misma mañana antes de dejarme llena de semen. Estaba realmente asombrada por la habilidad con la que me lamía y muy rápidamente le estaba rogando que me cogiera. Estaba gimiendo de lujuriosa calentura, sabía que no era normal, pero lo estaba disfrutando. Cuando me sacudí en un repentino orgasmo, él levantó su cabeza y me sonrió, se levantó y me hizo saborear mis propios jugos con un profundo beso con lengua. Luego me mostró su dura verga. Me cogió sobre el sofá y me hizo gritar, ya no me importaba gritar y gemir con su verga profundamente enterrada en mi vagina. Se movía como un animal deseoso, y yo estaba como una perra en celo recibiendo esa deliciosa verga, sentía el sudor correr por mi rostro e incluso mi saliva salía de la boca, estaba bañada en fluidos y me encantaba sentirme así. El ímpetu de Alberto era todo un placer. No me pude contener y acabé dos veces más, sabía que él todavía no eyaculaba, en ese momento lo único que quería era satisfacerlo, darle una agradable y amorosa mamada de mamá. Rápidamente le quité los calzoncillos y lo hice acomodar sobre el sillón. Oleadas de estremecimiento barrieron todo mi cuerpo cuando me encontré cara cara con su verga. Comencé a lamerla. Con mi mano libre jugué con sus bolas y seguí chupándolo profundamente, hasta hacer que esa dura verga bajara por mi garganta. Luego le hice alzar una pierna y me agaché a lamer su pequeño agujerito anal. Alberto se volvió loco: “¡Oh, mami! ¡Me estás lamiendo el culo!” –me dijo con tono morboso. Seguí impertérrita a lamer su ano. Estaba gimiendo y tratando de ver como mi lengua empujaba el hoyito de su esfínter, me sentí muy cachonda de hacérselo, le estaba enseñando una forma más de gozar.

Mi marido también me coge muy rico, pero Alberto lo superaba en vigor y en calentura. y estaba acostumbrada a ella, pero la de Alberto es portentosa, mágica, celestial y única; nunca me había sentido así con mi marido. Seguí empujando mi lengua en su ano con toda la lujuria que había en mí y repentinamente sucedió. Mi hijo comenzó a mover sus caderas y a respirar entrecortado, supe lo que estaba por pasar, pero no llegué a tiempo a su polla, vi como gruesas y densas hebras de semen salieron volando de su verga y no pude atrapar ninguna. Alberto se quedó quieto, casi aturdido y dijo: ¡Oh, mami, qué rico!”. Al ver la poza de semen en su estómago, lamí su vientre hasta la última gota de esperma. Mi hijo se levantó y dijo que se iba a duchar. Me quedé pasando mi lengua por mis labios, estaba muy caliente y quería que él regresara pronto, me puse las bragas y justo en ese momento escuché el sonido del timbre. Eran mis padres que pasaban a tomar un café conmigo. Solo entonces me di cuenta de que podrían haber llegado en el momento que besaba el culo a mi hijo. Me pareció que estábamos corriendo un riesgo enorme, pero no podíamos detenernos.

Alberto tampoco me lo hacía fácil. Dos días después me agarró descaradamente mientras su padre estaba concentrado viendo un partido de futbol. Me empujó contra la puerta de la cocina, casi a los pies de la escalera. Por el reflejo de la ventana podía ver a su padre sentado al sofá. Rápidamente me bajo las bragas a los tobillos, su verga estaba duro más que nunca. Me la hizo sentir entre las nalgas y luego plegándose un poco hacia abajo, empujó hacia arriba y me la metió casi toda de un solo golpe. Literalmente se me escapó todo el aire de mis pulmones.   Silenciosamente gemí y respiré atosigada de verga. Tan rápido como me la metió, me la sacó y se fue al cuarto de lavado con una sonrisa en sus labios. Me dejó tan caliente que lo seguí de carrerita. Me tomó de la cintura y me sentó en la lavadora. Luego con sus pantalones abajo, apuntó su durísima verga a mi conchita y me la metió violentamente, me aferré a sus hombros desesperada y escondí mi rostro en su cuello para no gritar.

Seguí amarrándolo con mis brazos y mis dientes mordiendo su hombro. Mi concha estaba llena de su verga hundida profundamente. Empujó y empujó tanto y tan fuerte que estimuló mi vejiga haciendo que mi orina saliera en chorros mientras él me embestía con todas sus fuerzas. Ya lo había meado tantas veces que no me preocupaba volver a hacerlo. Oriné sobre su pija hasta vaciar totalmente mi vesícula urinaria. Alberto continuó cogiéndome duro, pero no podía hacer ningún sonido con mi marido al piso de abajo mirando la TV. Acabé casi junto a él y una vez que se vació en mi conchita rápidamente me puso de pie en el piso, me subió las bragas y con una palmada en el trasero me dijo: “Ve a ver al viejo, quizás te está buscando”. Me pareció astuto de su parte preocuparse por su padre. Alberto volvió a su cuarto y yo bajé a la sala a ver a mi marido. Sentí que mis bragas estaban mojadas con el semen que colaba de mi vagina. No me atreví a sentarme al lado de mi marido de inmediato, pasé y toqué sus cabellos, él estaba todavía muy abstraído por el partido de futbol, le pregunté: “¿Quieres una cerveza?”. Ni siquiera se volteó a mirarme y respondió: “Sí, cariño. Gracias”. En la cocina me tomé unos minutos para recuperar la respiración y reponerme del loco riesgo que mi hijo me había hecho vivir al cogerme con mi marido en casa. Después volví a la sala y le di la cerveza a mi marido, me senté frente a él y me quedé en silencio. El futbol terminó diez minutos después y mi esposo me tomó de la mano y me dijo: “Vamos arriba, cariño, te voy a coger”. Un golpe de miedo atravesó mi corazón y pensé: “Pronto se dará cuenta”. Rápidamente me fui al baño y me lavé acuciosamente antes de ir a acostarme. Conozco a mi marido y sé que siempre quiere lamerme la vagina, luego quiere que yo se lo chupe antes de coger. Así fue como sucedió. Mi hijo me había dejado completamente satisfecha habiéndome cogido una hora antes, pero casi exploté rápidamente en un orgasmo, cuando mi marido metió su lengua en mi vagina recién follada por mi hijo. Me pareció genial que mi marido me lamiera el coño todavía con trazas de semen de Alberto. Muy pronto tuve un potente orgasmo pensando al semen de mi hijo en mi concha y a mi marido lamiéndome toda. Mi marido ignorante de todo se acomodó para que le chupara su verga diciéndome: “Sí que estás caliente hoy, cariño”. Mi esposo no acostumbraba a acabar en mi boca mientras se lo chupo, a él le gustaba follarme y acabar en mi vagina e iba a hacer precisamente eso. Luego de unos minutos mi concha estuvo llena de esperma masculino por segunda vez.

Supuse erróneamente que mi hijo no se iba a enterar de esto, pero a la mañana siguiente, quince minutos después de que mi esposo se había ido al trabajo, mi hijo entró desnudo a nuestro dormitorio con su verga parada. Se rio después de acostarse a mi lado y dijo: “Así que anoche anoche, ¿no? Te escuché, ¿sabes?”. Por supuesto que no iba a negarlo, él ya lo sabía, había escuchado todo. “Es mi marido, ¿sabes?” –fue lo único que alcancé a decir, porque sin darme cuenta ya me tenía la mitad de su verga en mi resbaladiza vagina y estaba gimiendo como loca. Alberto inmediatamente comenzó a cogerme muy duro, así que otra vez mi cuerpo se inflamó en llamas. “¡Más despacio, acaso te crees que soy una maquina!” –le dije. “Bueno, es tu vagina caliente la que quiere ser cogida. Dime, ¿quieres que me coja esa apretada y caliente vagina que tienes? ¡Dímelo!” –me dijo. “¡Sí! ¡Sí, cógeme fuerte!” –le respondí. Me quedé boquiabierta al escuchar mi propia voz pidiéndole a mi hijo que me coja con todo. Empujó tan fuerte su verga que hizo rechinar mis dientes y abrí ampliamente mis piernas para que él me diera su hombría con todas sus fuerzas. Después de varios orgasmos obtenidos mi cuerpo ni podía resistir más, le pedía a gritos que por favor eyaculara y así tener un poco de alivio, pero él seguía dándome duro a pesar de saber que había acabado varias veces. Al fin su perversa verga comenzó a palpitar y a vaciarse deliciosamente en mi concha. Me folló hasta dejarme casi inconsciente, con una sonrisa de boba de oreja a oreja, mi cuerpo tenía espasmos involuntarios y mi lujuria era recurrente. Volvió a rompérseme una uña cuando enterré mis garras chillando mi orgasmo demencial. No sé si podré resistir y continuar con dos hombres que me cogen tan cachondamente, según mi hijo sí, pero yo tenía mis dudas.

A las ocho de la mañana ya me había cogido dos veces. Se fue a la ducha y a las nueve menos un cuarto, salió de la casa bien peinado, bien desayunado y su verga todavía no se bajaba totalmente. Satisfecha, pero un poco adolorida, me levanté para iniciar mi día. Ciertamente estaba pasando por una etapa muy extraña, pero muy excitante y cachondo experimentarlo con mi hijo y mi marido. Ahora a mi hijo le bastaba meter su mano bajo mi vestido o atraparme con un profundo beso caliente y yo estaba lista para él. No podía confiarme demasiado. Siempre estaba alerta a todo. Mi marido no es ningún tonto. Mi hijo comenzó a exigirme más. Insistió en que me quitara las bragas y sostén cuando estuviéramos solos en casa; al principio no me atreví, ¿qué pasa si mi esposo se da cuenta y comienza a hacerme preguntas?  Nunca antes había hecho algo así y no sabría que responderle. Quería evitar ese riesgo a todo costo, pero finalmente accedí.  Me acostumbré a tener siempre un par de bragas y sostén al alcance de la mano por si llega alguna visita o mi marido regresa repentinamente a casa, pero no me puedo resistir a su verga, me enloquece, me pervierte y me coge como una puta. No puedo negar que lo disfruto, no puedo negar que incluso he llegado a fantasear que entre los dos me cogen, aunque creo que eso jamás pase pero el morbo de pensarlo me pone demasiado caliente, al punto de masturbarme como loca cuando ninguno de los dos están y grito sus nombres entre cada orgasmo.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Magníficamente narrado. De los mejores relatos madre-hijo que he leído 👍
    bernmarch@gmx.com

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  2. Que rica historia muy buena relación madre e hijo

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