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martes, 16 de julio de 2024

154. El Amo de Ruth, una secretaria sumisa 1


Promediando mi cuarta década me encontraba en la peor situación de mi vida, el divorcio de mi esposa era devastador, peleas diarias, abogados, trámites. Luego de un matrimonio de fantasías, plagado de engaños, mentiras e infidelidades, la que alguna vez había sido el amor de mi vida se había transformado en mi peor enemiga. Lorena parecía empeñada en sacarme hasta el último peso de mi vida, parecía dispuesta a destruirme, a humillarme, a verme revolcado en el fango. Mis desfiles por tribunales eran de todos los días, el gasto que incurría en cada cita era tremendo y no era solo por dinero, el gasto emocional era demasiado. Lorena me pegaba donde más me dolía, el tema no solo era monetario, ella estaba decidida a separarme de nuestros hijos, como si no tuvieran padre, les llenaba la cabeza y siempre tenía excusas para no cumplir con las visitas pactadas.

El trabajo no iba, tener la representación local de una reconocida marca de implementos industriales no es tarea fácil, no era es solo firmar un papelito de representación, sino que exigen cupos mínimos de ventas, te hacen un balance mensual, y si no llegas al mínimo, hay dos caminos o sale el dinero de tu bolsillo, o ya no eres representante. La situación en el país estaba difícil, el alto costo de la vida, la inoperancia de quienes debían tener a resguardo la economía y sumando a eso un presidente que sale a caminar escuchando detonaciones de bombas que solo él oye, es solo una parte. Sumado a que por los precios no se vendía ni un clavo y solo prolongaba la agonía, cavaba un pozo para llenar otro. Para completar la situación, mi padre había fallecido, mi madre había entrado en una depresión y yo era su único sostén. Mi hermana mayor vivía en Europa y se olvidó de mi madre por completo.

Mi madre se había puesto en exceso demandante y me asfixiaba, hasta sentí una comodidad es su eterno papel de víctima. La cereza del pastel, mi fiel secretaria de años me acaba de presentar su renuncia ya que iba a iniciar un emprendimiento personal. Estaba devastado, no me alcanzaban las horas del día para arreglar mis problemas, de hecho, por cada solución que encontraba me aparecían dos problemas nuevos. Fue cuando recurrí a un amigo, él tenía una agencia de empleos temporarios, le dije que me enviara alguna chica jovencita, soltera, sin hijos, sin demasiadas pretensiones y con flexibilidad horaria, no podía pagar un gran sueldo y no podía complicarme con esposos ni con hijos. Necesitaba alguien que pudiera un poco organizar mi agenda diaria, arreglar mis horarios, alertarme sobre qué cosa debía hacer cada día y si era necesario, hasta decirme que color de slip tenía que usar.

El lunes siguiente llegó Ruth Zamorano, aunque no era tan jovencita, más bien cercana a los treinta y cinco años, su pelo largo por debajo de los hombros, sobriamente maquillada, una falda apenas sobre la rodilla, medias negras y zapatos de tacón del mismo color, una blusa blanca, tenía mirada de ingenua, quizá era su papel o si lo era, pero en el momento no tomé mayor importancia. Ella estaba de pie frente a mi escritorio, le expliqué a grandes rasgos lo que necesitaba y ella gustosa accedió a trabajar conmigo. No tuvo objeción en empezar de inmediato. Le mostré cuál sería su escritorio y que debía estar atenta a las instrucciones que le entregaría. Todo transcurría bien, era eficiente en su trabajo y obediente a mis requerimientos.

 

El primer castigo:

Recuerdo bien, era viernes pasadas las tres de la tarde, Ruth entró a mi oficina. Su postura era distinta a la de días anteriores, esto no estaba en mis planes, me miró fijamente como nunca lo había hecho y se inclinó sobre el escritorio sin que yo se lo pidiese, y me dijo en tono de reclamo: “Pero señor Torres, ¿no va a castigarme? Es que creo que merezco un castigo ejemplar”. ¿A qué te refieres Ruth? ¿Por qué tendría que castigarte?” –le pregunté. “¡He sido una niña mala y merezco ser castigada!” –me dice. “Me dices que has mala y que mereces ser castigada pero no me dices que hiciste” –dije buscando la respuesta a su pregunta inicial. “Señor Torres, merezco ser castigada porque el café que le serví tiene menos azúcar de la que le gusta” –me dice inclinando la cabeza. Entendiendo cuál era su juego y obviamente estaba dispuesto a jugarlo, me puse de pie, ella dio dos pasos hacía a atrás. Tomé de mi escritorio una regla de madera y le indiqué que apoyara sus manos sobre el escritorio, ella obediente lo hizo, me paré detrás y subí su falda hasta la cintura. Sus medias estaban unidas a un sensual liguero negro y llevaba puesta una sensual tanga que se perdía entre sus nalgas. Una de mis manos empezó a recorrer lentamente sus nalgas, Ruth se movía sensual siguiendo mis movimientos. Le di una nalgada con fuerza, ella suspiró con placer al sentir como mi palma empezaba a marcar ese delicioso culo que estaba frente a mí.

Seguí acariciando sus nalgas y al mismo tiempo dándole fuertes nalgadas, se notaba que la humedad de su vagina no podía ser contenida por su diminuta tanga, ya que le corría por los muslos, dándome el panorama de una exquisita vista. Su delicioso culo estaba rojo de tantas nalgadas, pero faltaba el plato fuerte que estaba por llegar. Tomé la regla y empecé a azotarla sin ningún ápice piedad. Ruth pedía un castigo severo y no se lo podía negar. Uno a uno los golpes en su culo cayeron, haciéndola gemir, seguía apoyada firmemente con sus manos apoyadas al escritorio y retorciéndose por cada azote que recibía. Sus gemidos se escuchaban como un deleite para mis oídos, disfrutaba de manera perversa al escucharla, pero me encendía más ver ese culo ardiendo por cada azote, sus fluidos se siguieron derramando entre sus muslos, lo que daba un toque perverso a la escena. Les mentiría si les dijera que llevaba la cuenta o el tiempo que llevaba azotándola, pero sí sé que fue un momento intenso para ambos, tanto que la sensual Ruth tuvo un intenso orgasmo que la dejó al borde de la desesperación. “¡Gracias señor Torres por corregir mi error!” –me dijo. Me senté y le dije: “Siempre que seas una niña mala tendré que castigarte, ya que así aprenderás a ser una secretaria perfecta” –le dije mirándola a los ojos. Ella sin titubear me respondió: “¡Así será, señor, seré la secretaria que merece tener!”.

 

Los Juguetes:

Los días pasaron y el jueguito de los azotes con la regla de madera se me hacía un tanto monótono, debía conseguir algo diferente pero no sabía bien qué. Así que una tarde, caminando por las calles de mi ciudad, de casualidad pasé por un sex shop un tanto oculto y fue cuando lo relacioné con mi secretaria, seguramente ahí encontraría algo que me sería útil a futuro.

Me sentí perdido al ingresar al sex shop, era un mundo desconocido para mí, mi ex jamás me había permitido usar estas cosas, además era nuevo en este juego de dominación que sin querer se había iniciado con Ruth, si bien había visto por curiosidad videos porno al respecto, había cosas que me daban un sabor demasiado bizarro. Salí de ese sitio con un gran paquete bajo el brazo y mi tarjeta de crédito en rojo, algunas vergas de juguete, ropa para mujer en látex, esposas, unos plugs anales de distintos tamaños, un flogger y varias cosas más que tal vez nunca usaría. Confieso que esa noche, antes de dormir me masturbé solo observando lo que había comprado y asumí que poco a poco, mi secretaria empezaba a ser el motor de mi vida, porque mis pensamientos se centraban en ella y sin quererlo todos mis problemas empezaban a quedar en segundo plano.

Esa mañana la llamé temprano, le dije que debíamos conversar algunas cosas. Al llegar, le dije que se sentara frente a mí, ella se vio sorprendida, nunca se había sentado en mi oficina, su lugar era de pie frente al escritorio, le pedí que me escuchara con atención, le dije abiertamente: “Basta del jueguito de los errores, es muy excitante, pero tengo daños colaterales, tus ‘errores’ terminan trayendo luego problemas que debo solucionar, con mi ex, con mi madre, con los bancos. Quiero que seas nuevamente esa secretaria ejemplar que fuiste en los primeros días”. Ella permanecía en silencio, como siempre lo hacía, proseguí: “Te prometo que si logras volver a la secretaria que fuiste, la recompensa será mayor”. Su única respuesta fue una sonrisa en sus labios, esa sonrisa que te regala un niño cuando le obsequias un chocolate, así que solo se retiró y fue a hacer sus cosas.

Una semana después mi secretaria había cambiado, volaba como un avión, el cambio fue admirable, así luego de pensarlo volví a llamarla, y le dije: “Bien Ruth, soy un hombre de palabras, cumplo mis promesas, has sido muy fiel y obediente, así que te mereces un premio”. Abrí uno de los cajones de mi escritorio donde guardaba celosamente una cajita envuelta en celofán con moño fucsia, se lo entregué y le dije: “Toma, esto es para empezar, si te portas bien habrá más, quiero que lo uses”. Ella tomó el obsequio adivinando un perfume, o alguna alhaja, pero tremenda sorpresa se llevó al abrirlo y encontrar en su interior un plug anal pequeño, como para comenzar, ella me miró sorprendida y dijo: “Señor Torres, yo nunca usé estas cosas, es que…”. Me puse de pie y apoyando los nudillos en el escritorio le dije alzando la voz y cortando sus palabras: “¡Vas al baño ya y lo usas! ¿Está claro?”. Ruth bajó la mirada y la seguí con la mía hasta perderla en la puerta del baño. Pasaron unos minutos y ella salió, con la caja vacía y me dijo: ¡Listo señor, he obedecido su orden”. No dijo nada más y fue derecho a sentarse a su escritorio, me quedé con una pizca de duda, mezcla de excitación y desconfianza, realmente ella tenía ese juguete incrustado en su culo como lo había visto en tantos videos. ¿Acaso mi secretaria podía ser tan sumisa y puta al mismo tiempo? ¿Solo jugaba para que yo la imaginara y me hiciera la película? Cosa que de por si estaba sucediendo. Me quedé sentado en la silla de mi escritorio, solo observándola a través del vidrio de mi despacho, tratando de adivinar lo que había en su mente, Ruth estaba concentrada en sus actividades diarias y yo solo imaginaba ese juguete metido en su culo. Mis problemas me trajeron a la realidad, una cosa llevó a otra y mis ocupaciones me devoraron.

La jornada laboral ya había terminado. Estaba cenando mientras miraba una película en casa, el móvil empezó a sonar, vi que era ella, me pareció raro, nunca llamaba a menos que se tratara de algo urgente, atendí: “Hola Ruth, ¿dime?” –le dije. “Buenas noches señor Torres, disculpe la hora, espero no haberlo importunado” –me respondió. “No, no me interrumpes, estaba cenando. Dime Ruth, ¿qué sucede?” –le digo con extrañeza. “Verá, no se enfade conmigo, es que tengo muchas ganas de ir al baño y necesitaba pedirle permiso para retirar su regalo” –me responde. ¡Ah, mierda! ¡Pero qué mujer! Me había olvidado del plug y jamás hubiera imaginado que mi secretaria hubiera esperado una orden mía para retirarlo,  me sentí una mierda, esa no era mi intención, pero me sentí una mierda, aunque también me puse a reír. Solo le aclaré que en adelante no llevemos estos juegos al extremo, que lo dejemos para ‘horarios de oficina’, no quería perturbarla las veinticuatro horas. “Tienes mi permiso de quitártelo, pero quiero ver como lo haces” –le dije. Cortó la llamada, al cabo de unos minutos tenía una videollamada, al contestarla veo a Ruth apoyada en la puerta con el culo apuntando a la cámara del teléfono, llevó una de sus manos hacía atrás y se quitó el plug, su culo se veía perversamente abierto. “Has tus cosas en calma y mañana antes de salir te lo vuelves a colocar” –le dije. “Si señor Torres, lo haré” –me respondió. Al llegar la mañana le dije que entrara a mi oficina. Al entrar Ruth se apoyó con las manos en el escritorio y dejó su culo en pompa, levanté su falda y por el diminuto hilo de su tanga se podía ver que había obedecido al pie de la letra la instrucción.

Los días siguieron, los jueguitos de la regla y el plug anal también, los castigos habían cambiado a recompensa y poco a poco Ruth se volvía más dispuesta a todo. Así, una mañana le propuse un trueque, ella me entregó el plug anal y yo le día a cambio uno de mayor diámetro, ese día en el sex shop había comprado varios, como una mamushka rusa y poco a poco iría aumentando, sin prisa, sin pausa y si ella no ponía un freno, pues yo no lo haría. Con el correr de los días el jueguito se hizo excitante, porque yo me pasaba pensando y pensando, como era posible que esa chica estuviera sentada ocho largas horas con ese juguete en su trasero como si nada, como si fuera lo más natural del mundo y no solo eso, me preguntaba cómo podía abstraer su mente de todo eso, como podía servirme un café, arreglar un negocio, hablar por teléfono, atender un cliente con una sonrisa y tantas cosas más adaptándose a un libreto, como podía, porque yo no podía hacerlo y me desvelaba imaginando, yo solo me masturbaba incluso sentado en mi escritorio pensando en su disposición a servir sin cuestionar una orden. Incluso cuando acababa la llamaba para que limpiara mi semen en el escritorio, lo que ella hacía gustosamente ya fuera con su boca o con sus tetas por debajo de la blusa.

Yo no conocía sus límites, así que fui por ellos, llegó el intercambio por el tercer plug, más grande que los otros, se lo di con la esperanza que se negara, que objetara, pero no, como de costumbre, caminó hacia el baño sin decir palabra, con la caja correspondiente. Diez minutos más tarde volvió a mi lado, me devolvió la caja, la abrí y comprobé que me devolvía el de menor tamaño, el que estaba usando hasta ese momento, perfectamente lavado y esterilizado. Se levantó la falda y abrió sus nalgas para mostrarme que había cumplido con lo indicado. Seguí con los cambios, más y más grande, suena divertido, pero lo que ustedes imaginan era lo que yo imaginaba, porque a decir verdad solo le había visto el culo esa vez que me llamó pero después siempre lo veía cubierto por el hilo de la tanga. Llegamos al más grande y era realmente grande, cinco o seis centímetros de diámetro, era mi última jugada, estaba agotando mi stock y ella volvió a ganar, en algún punto me sacó de eje. ¿Pero qué diablos le pasaba a mi secretaria? ¿Estaba más loca y enferma que yo? ¿Cuál era el jugo? ¿Qué buscaba? ¿Qué había visto en mí? Sí le daba un zeppelín, ¿se lo metería en el culo también solo porque yo lo pidiera? ¿Si me estuviera mintiendo? ¿Si solo estuviera jugando conmigo? ¿Si yo estuviera haciendo un papel de payaso? ¡Ah! Tanto pensar me puso mal y me enojé con ella en mis pensamientos.

Recordé que más de una vez le había mirado el trasero al salir de la oficina, tratando de notar la base del plug bajo la ajustada falda, pero nunca pude ver nada, recordé que más de una vez traté de observarle algún gesto de incomodidad, pero nunca había notado nada. Conclusión: Me estaba engañando. Minutos más tarde volvió a mi despacho con la caja bajo el brazo, como de costumbre, pero esta vez, cuando se disponía a regresar a su escritorio le dije en un tono con algo de molestia: “Ruth, espera, tengo que hablar contigo”. Ella me hizo caso, como de costumbre. “¿Cómo te sientes esos juguetes en tu culo?” –le pregunté. “¡Bien señor Torres!” –respondió. “Bien, ¿y no te molesta, no te duele?” –volví a preguntar. “No, para nada, ya estoy acostumbrada” –respondió. “¡Si claro! ¿Sabes qué? No creo nada de tus mierdas”. Ella no dijo, nada, bajó la mirada y empezó a refregarse sus transpiradas manos, en ese momento perdí el control y solo actué por instinto animal, me paré y fui a su lado, la puse sobre el escritorio, en posición para azotar sus glúteos con la regla, pero esta vez solo subí con premura la falda, tenía su tanga negra, esta vez no dudé en bajarla, estaba enceguecido de ira, la iba a azotar sin pensar en las consecuencias. El enorme culo de mi secretaria lucía entre las nalgas la base roja del enorme plug que atravesaba su agujero. Pensaba que se lo quitaba a los pocos minutos de mostrarme que se lo había puesto. Recobre la cordura, solo volví meditando a mi sillón, me senté, la miré, ella, como si fuera un títere se subía su ropa interior y se acomodaba la falda, pregunté: “¿Por qué lo haces?”. “Como no hacerlo, usted es mi Amo y yo estoy obligada a cumplir su voluntad” –me respondió. No dije nada, ¿qué decir? Yo nunca había propuesto ningún juego, ni disciplina, nada de nada, deduje que, si yo estaba enfermo, Ruth estaba más enferma que yo.

Pasaron unos días y esa regla no escrita se siguió cumpliendo, con la misma firmeza. Aunque ahora algunas cosas habían cambiado, ahora era mi juguete sexual. La hacía andar sin tanga en la oficina, cosa de usarla cuando se me antojara sin perder tiempo. Los momentos de placer que experimentábamos en la soledad de mi oficina eran simplemente fascinantes, sentir su vagina envolviendo mi verga y esos candentes movimientos que me llevaban a la locura eran la perversión máxima. Ver como sus tetas se mecían endemoniadamente en ese ritmo frenético que ella impartía me hacía morder sus exquisitos pezones al grado de perder la cordura. Nos sumimos en lo más profundo del infierno candente que se apoderaba de nosotros solo con el fin de obtener placer sin importar lo que sucediera a nuestro derredor. Cuando me la chupaba, era toda una experta, no tenía que decirle que ritmo usar, ella lo sabía perfectamente y me hacía disfrutarlo. Ver como su lengua perversa marcaba el camino completo de mi verga hasta los testículos y después tragársela entera me arrancaba extasiados gemidos de placer. Lo que más me gustaba era ver su cara de satisfacción cuando eyaculaba en su boca y bebía hasta la última gota de mi semen, siempre con una sonrisa perversa y un: “¡Gracias mi Señor!”. Terminaba más que complacido.

Al año de permanencia a mi lado, decidí cambiar algunas cosas, el juego con mi secretaria de reglazos en el traste y dilatadores anales los dejamos un tanto de lado. Que ella fuera tan sumisa me sacaba de balance alguna veces, jamás proponía, jamás me sorprendía, así que decidí cambiar las del juego, mi deseo y orden para era: “¡Sorpréndeme!”. En vez de esperar a que yo le dijera que hacer, esperaba por alguna vez que ella mostrara iniciativa. Como muestra de mi dominio le regalé un collar en lazo negro, bien ajustado a la garganta, con una medalla redonda de gran tamaño, con las letras ST labradas, en clara alusión a ‘Señor Torres’, que era la forma en que siempre me llamaba, supuse que, si cualquiera preguntara, ella podría dar una respuesta acertada sin dejar en evidencia que era mi sumisa, no por miedo a que alguien se enterara o que yo tuviera algo que esconder, sino quería saber hasta qué punto teníamos complicidad. Ahora bien, cualquiera que entendiera de juegos de amos y esclavas, hubiera sabido de que se trataba, por las dudas, en el reverso le hice grabar ‘La perra del Sr. Torres’.

Ruth solo dejó que le ajustara la medalla al cuello, y captó cada una de mis ideas, idea que pondría en práctica en no mucho tiempo, se avecinaba una reunión para mí, con mis clientes y ella jugaría sus cartas.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

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