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viernes, 19 de julio de 2024

155. El Amo de Ruth una secretaria sumisa 2


Estábamos prontos al día de la reunión, me encontraba ansioso ya que había dejado en manos de Ruth la organización del evento, tanto de la comida y de los temas que íbamos a tocar. Estaba al pendiente de cada detalle, la llamaba por teléfono para ver si no se había olvidado de algo, con este tipo de gente no puedes improvisar, no puedes hacerles perder el tiempo con tonterías, solo escucharla con una pasividad que me volvía loco: “No se preocupe mi Señor, usted esté tranquilo, ya está todo resuelto”. Aunque en cierta forma si me tranquilizaba un poco, porque es una mujer profesional, me ponía nervioso no estar tan al tanto de los pequeños detalles.

 

La reunión:

Llegó el momento de la importante reunión con mis principales clientes, era una posibilidad de enderezar mi vida económica, tenía nuevos proyectos y si lograba engancharlos todo iría viento en popa. Llamé a Ruth, le encargué en especial el aspecto visual, la oficina debía lucir como un palacio, todo en orden, todo pulcro, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar, en este paquete de perfección entraba ella, le sugerí que se arreglara bien, la imagen de una secretaria puede ser la llave para abrir las puertas del éxito o para acerrarlas definitivamente. Para la reunión me afeité al ras, me puse punta en blanco y elegí un traje color habano, uno de mis favoritos, me bañé en perfume y podía reflejar mi rostro en el lustrado de los zapatos, llegué temprano, abrí la oficina y lucía espectacular, Ruth nunca fallaba, se había quedado después de hora ultimando detalles. Ella llegó minutos más tarde, tremenda sorpresa, había tomado muy a pecho lo de estar presentable, su cabello largo lucía sensual no habitual en ella, maquillada, ojos pintados y labios carmesí, con unos largos pendientes en cuero que hacían juego con la gargantilla que yo le había colocado, parecía otra mujer, preparada para una gala. Pero eso no era nada comparado con su falda, había cortado la pollera del uniforme que originalmente casi llegaba a sus rodillas, esta vez usaba una minifalda que dejaba al descubierto sus sensuales mulos y tapaba lo justo, las caderas de Ruth parecían esculpidas a mano y la imagen se hacía irresistible de mirar.

Nos pidió prestar atención y se dispuso a leer en voz alta: “Señor Torres, espero que le guste como me queda la falda y mi culo le ayude a conquistar a estos tontos empresarios quiero que sepa que como me pidió, he tomado algunas iniciativas. Anoche pensé como sorprenderlo y me depilé por completo, no pude resistirlo, me metí el dildo en el culito y me masturbé mucho. Hasta ahora todo sale como lo planifiqué, yo estoy sin ropa interior, espero que esto no lo distraiga y lo perturbe en su objetivo de hoy. Mi plan es colgar los vestones en el perchero y dejarle mi tanga empapada en fluidos en unos de sus bolsillos. Sé que se muere de ganas de ir a revisar su vestón y poner pretexto para ir a revisar sus bolsillos. Espero haberme ganado un rico castigo. Ruth, su secretaria sumisa”.

Jorge, uno de los clientes no podía contener la risa al borde de la carcajada y los demás clientes se acoplaron a la situación, me sentí explotar en ese momento, las cosas no podían estar peor. Era indudable que todo se había arruinado, mi reputación se fue al infierno y tuve que tragarme las jocosas bromas de mis clientes, no pude decir palabra, solo me sentí morir en vergüenza, insinuaron sobre mi situación con mi secretaria, sobre lo tonto del juego de Amo y sumisa, sobre lo poco serio que se había transformado mi persona en un abrir y cerrar de ojos, incluso me apuraron para que revisara los bolsillos de mi vestón para ellos ver qué tal la ropa interior de Ruth. Fue imposible retomar la reunión, uno a uno, se levantaron y se fueron despidiéndose entre burlas y humillaciones, me quedé solo, avergonzado y arruinado. Los planes y proyectos fueron se fueron por el retrete. Me senté abatido, mi secretaria afuera del despacho sabía que todo había salido mal pero no imaginaba el motivo. Tomé la carpeta, pasé las páginas y llegué a su nota, un manuscrito con tinta negra, lo releí una y otra vez meditando que hacer, ¿qué debía hacer? Medité, la regla de madera estaba sobre el escritorio, la acaricié un y otra vez, como un acto reflejo, inconsciente, porque en mi cabeza daba vueltas una y otra vez la situación, porque ella sin saberlo acababa de arruinar mi vida, pero era cierto que los dos jugábamos y también que era yo quien había olvidado los lentes y no leer antes para detener la estupidez que acaba de suceder.

Me paré y fui hasta el perchero donde ya solo colgaba mi vestón, metí mi mano en un bolsillo, luego en otro y ahí encontré su obsequio, lo saqué y lo observé, su ropa interior, una bombacha rosa de medianas dimensiones, en algodón, con una leyenda por el frente que decía ‘kiss me’, con unos corazones dibujados. Volví a mi asiento, la olí, una y otra vez mientras pensaba que hacer, la dejé sobre el escritorio y la llamé por el intercomunicador, Ruth vino casi sin respirar y se paró al frente como de costumbre. La miré sin decir palabra y denoté confusión en ella, miraba su ropa interior sobre el escritorio y eso se suponía bueno, pero también sabía que mis clientes se fueron antes de lo previsto y que todo había salido mal. Me aseguré de poder ver su rostro reflejado en el espejo, le pregunté: “¿Sabes contar hasta diez? ¿Cierto? Bueno, quiero escucharte contar en voz alta. Apoyé mi mano izquierda en su espalda, casi a la altura donde empezaba la raya de su trasero, y con la derecha, empuñando la regla le asesté un golpe terrible, con toda mi fuerza, con toda mi furia, como nunca lo había hecho, ella reaccionó con un incontrolado corcoveo, y no pudo evitar un agudo “¡ah!!”, por el castigo infligido. Miré al espejo, estaba con los ojos cerrados, y los labios temblando, apenas audible dejó escapar: “¡Uno!”. “¡No te escuché! ¡Hazlo más fuerte puta!” –le dije con furia. “¡Uno!” –dijo ya más fuerte. Por alguna extraña razón me sentí excitado como nunca, mi verga estaba dura bajo el pantalón, era una mezcla de sensaciones, su completa sumisión, sentir el poder del castigo en mi mano, la gruesa raya roja al borde del sangrado que se había hinchado en su blanca piel, la idea que aún me quedaban nueve disparos por ejecutar, tantas cosas que se mezclaban en ese momento en mi cabeza. Le di el segundo golpe y volvió a corcovear, incluso perdió la postura sobre sus tacos, haciendo que uno de sus pies se ladeara peligrosamente, ella apretó los puños con vehemencia y dijo ya en tono fuerte: “¡Dos!”. Al tercer golpe de castigo empecé a mirar su rostro reflejado en el espejo, verlo fue espectacular, ella disfrutaba tanto como yo con ese castigo, las lágrimas corrían por sus mejillas, pero una sonrisa se pintaba en sus labios, era como después del dolor venía el placer.

Cuando al final dijo: “¡Diez!”, supe que todo había terminado, ella permaneció inmóvil esperando mis órdenes, pero yo solo fui al baño por una toalla, la mojé bajo la llave y se la acomodé dulcemente en sus nalgas, las marcas enrojecidas estaban demasiado inflamadas, incluso algunos delgados hilos de sangre habían corrido por su piel. Ruth se contrajo como reacción al dolor, estuvimos unos minutos más en silencio, sin decir palabra, refrescándola, mientras su rostro no dejaba de regalarme esa sensación de placer por el castigo, sequé con mis dedos sus mejillas con lágrimas y luego probé su sabor salino. Solo volví a mi despacho, sin palabras y me senté en mi silla solo para observarla a través del ventanal que nos separaba, ella solo acomodó como pudo su corta falda y trató de sentarse de la mejor manera posible, es que evidentemente a ella le dolía cada milímetro de su trasero, sin embargo, lo hizo, prendió su pc, y se puso a trabajar.

Estaba en mi clímax, solo mirándola, desabroché mi cinturón, abrí la bragueta y saque mi verga tiesa que se encontraba presa bajo el bóxer, agarré con una mano su bombacha que había quedado sobre mi escritorio y empecé a olerla, a refregarla en mi rostro, a probar su sabor y al mismo tiempo empecé a masturbarme con fuerza, no iba a demorar demasiado, solo cuando estaba por acabar envolví mi glande con su ropa interior y sentí como mi semen salió expulsado con fuerza, incluso esa prenda no fue suficiente y la sentí desbordar, manchando mi propio cuerpo. Como pude me limpié, incluso mis dedos quedaron pegajosos, me acomodé y recobré la compostura, entonces la llamé por el intercomunicador. Vino tan pronto como le fue posible, adivinando en sus torpes movimientos el dolor de sus nalgas, llegó y como de costumbre, parada a mi frente solo esperó mi pedido, así que le dije indicando con la vista por sobre el escritorio: “Ruth, tu ropa interior, no quiero que la olvides”. Ella la tomó entre sus dedos, estaba llena de semen y seguro lo sintió, pero no dijo nada, nunca diría nada, solo la apretó bien su puño, dio media vuelta y se retiró para continuar con sus labores.

 

 Las mellizas:

Pasó el tiempo, y conforme a eso nuestras vidas se acomodaban, disfrutábamos de los juegos, la dominación, incluso ya no solo nos limitábamos a estar en la oficina, sino que lo habíamos llevado fuera de las cuatro paredes. Dejamos bien en claro que en el trabajo ella era mi secretaria y yo su jefe, aunque nos dábamos el tiempo de jugar ese rol como ya les he contado, pero fuera era mi sumisa y yo su Amo.

Ruth había aprendido a jugar el juego, había aprendido a sorprenderme, pero sin pasar ciertos límites y poco a poco mi vida parecía encaminarse, mi esposa había aceptado que ya no éramos pareja y mismo tiempo abogados mediante terminó cortando los pocos hilos que nos unían, mamá había aceptado que papá ya no estaba y que yo no podía ocupar su lugar, y el trabajo, bueno, había cambiado el gobierno de turno y soplaban nuevos aires. Podría decirse que todo marchaba sobre ruedas. Algo empezó a cambiar, Ruth empezó con algunos problemas de salud, frecuentemente se encerraba en el baño y yo no sabía que sucedía, estaba rara, jugaba los juegos, es cierto, pero tenía un día de alegría y el siguiente de tristeza, y yo en mi torpeza masculina no podía darme cuenta, solo no disfrutaba, porque ella lo hacía por complacerme, y así no tenía gracia. La situación se había vuelto monótona, aburrida, ya sin ese morbo que había al principio.

Como ella nunca decía nada, tuve que darme cuenta con mis propios ojos, cuando su pancita comenzó a crecer, tuve la certeza que estaba embarazada, y tuve que abordar el tema, asumir las consecuencias de esos momentos en que nos dejábamos llevar por la lujuria y ninguno tomábamos precauciones. Cuando la llamé a la oficina, vino enseguida, para frente a mí esperando a recibir una orden, le dije que me contara que le pasaba, había visto ciertas cosas que me tenían un tanto preocupado y quería saber por ella misma lo que estaba sucediendo. Tomó aire y me dijo: “Señor Torres, estoy embarazada, tengo tres meses y son mellizos”. Me recliné en la silla y le dije que se sentara, era la primera vez desde que iniciamos nuestra relación que estaba en la oficina no para jugar nuestros juegos, sino para conversar. “¿Son míos?” –le pregunté. Agachó la cabeza y guardó silencio, entonces le dije: “Tranquila, sí es así, a esos niños no les hará falta nada, tendrán mi apellido y responderé de la mejor manera”. Me dijo que estaba en pareja, él viajaba mucho por causa de su trabajo y que su mamá generalmente la acompañaba en sus horas de soledad. También dijo que hace tiempo con su pareja estaban buscando ser padres, pero jamás sospecharon que serían dos. Creo que por primera vez la escuché con atención, no sentí enojo ni nada, pero si le dije que por su condición tendríamos que dar por terminados esos juegos de Dominación y sumisión. Por los temas de seguro debía seguir trabajando hasta el prenatal y después de terminado el postnatal si quería seguir trabajando conmigo podía hacerlo sin problemas. Con el correr de los meses, ya casi no podía andar, siempre llevaba sus manos en la parte trasera de su cintura como si fueran bastones apuntalando su columna, fue cuando me enteré que serían dos niñas.

Llegó el día donde debía comenzar el prenatal. Esa mañana vino a despedirse, hacía calor, ya no sería mi secretaria, ya no usaría uniforme, llegó a media mañana, lucía una blusa que ocultaba sus ya crecidos pechos y un jean tipo canguro por el cual parecía escapar a ambos flancos su hermosa panza. A pesar de la tristeza de la despedida, estaba radiante, llegó a mi escritorio, me saludó con un beso, la invité a sentarse, pero solo negó con la cabeza. Ruth estaba un poco de costado, descansando su panza de lado, empezó a acariciarse el rostro y a tocarse los pechos, ensalivando sus dedos para jugar dulcemente con sus pezones, yo me senté al frente, bajé mis pantalones y empecé a masturbarme suavemente, mi verga estaba tiesa y moría en excitación. Nuestras miradas de placer se cruzaban en forma pecaminosa y cuando notaba que ella miraba mi verga era más excitante aun, yo me llenaba los ojos con su figura, Ruth tomó el plug enorme y empezó a escupirlo, luego lo llevó a su ano y empezó a empujar, y volvió a escupir y volvió a empujar. Estaba un tanto de costado, apoyada sobre su cadera derecha y me encantó ver con la facilidad que su culo se abría para permitir el ingreso del intruso, hasta que pareció devorarlo para solo quedar la base circular por fuera. El vientre de esa mujer era tan grande que le costaba tener acceso a su intimidad, sin embargo, se arregló para tocarse, aunque percibí que en su estado no podría lograr un orgasmo, pero yo sí, me morí en placer y sentí que pronto eyacularía. Me incorporé y fui sobre ella, ella solo se quedó expectante, apunté mi verga en su vientre y todo mi semen empezó a caer sobre él, Ruth se mostró engolosinada con el inesperado regalo y en segundos su enorme panza estaba empapada por mi viscoso líquido, el final perfecto de una historia perfecta. Ella solo jugó con mi semen, esparciéndolo por toda su panza, como si fuera una crema humectante, nos miramos y le devolví el beso dulce que ella me había dado, solo labios contra labios, solo eso. Solo quise que me dejara contemplarla una vez más, desnuda, con esa panza enorme y perfecta, algo que es tan único y reservado para una mujer. Incluso me dejó tomarle una fotografía para recordarla. Ambos supimos en ese momento que era el final, ahora sí, ya no más juegos. No tuve sexo con ella en ese momento aunque me moría de ganas, pero solo hubiera sido por la calentura del momento y no bajo los parámetros de los juegos que estábamos acostumbrados.

Días después ella vino por última vez, a despedirse, a llevar las últimas cosas que le pertenecían, sentí nostalgia, debo reconocerlo, le obsequié un sobre repleto de dinero, era lo menos que podía hacer, ella se negó a aceptarlo, se ruborizó, pero yo le imploré que lo hiciera, si no era por ella, que fuera un obsequio para las bebas que llegarían pronto. También había algo que quería que llevase consigo, la regla, tomé la regla y la acomodé entre sus cosas, nos reímos cómplices, solo nosotros sabíamos lo que eso significaba y ese sería nuestro secreto. Me agradeció, nos besamos en las mejillas y me regaló la última sonrisa, la acompañé a la puerta y la vi marcharse, llegó a un coche blanco que esperaba con el motor en marcha, dentro, un muchacho joven me saludó apenas inclinando su cabeza, seguramente era su pareja.

El tiempo ha pasado, cada tanto nos escribimos, en verdad es ella la que siempre me escribe, es feliz en su nuevo lugar, me envía fotos de los paisajes espectaculares, de su cabaña perdida entre montañas, de sus niñas, crecen rápido, lo cómico que ella un tanto por costumbre, empieza cada mail con el encabezado ‘Señor Torres’. No hay mucho más por contar en esta historia, creo que puedo resumirla en dos personas locas con placeres comunes que el destino se empeñó en cruzar.

 

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

1 comentario:

  1. Ohhh que pena que no se haya quedado con ella una historia bonita con cierta nostalgia.
    Como siempre exquisito Caballero

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