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martes, 2 de julio de 2024

150. Mi pastor


Mi nombre es Isabella. Nacida en Santiago de Chile, nos cambiamos de ciudad con mi madre a San Pedro de La Paz, en la Región del BíoBío cuando cumplí los 17 años. Mi madre evangélica devota, no sabía cómo su dulce niña se había extraviado tanto. Me gustaba salir de fiesta, beber y coger. Era tema de discusión recurrente con mi madre, ya que 3llq me había criado para ser una mujer buena y no una prostituta. Mis enormes senos y ojos miel habían sido la perdición de mi alma vagabunda.

Mi verdad y mi historia. Ya habían pasado algunos meses de nuestra llegada a la ciudad y mi madre hastiada de la situación me obligó a asistir a las reuniones en lo que fue un cine. No niego que al principio iba porque me llevaban pero poco a poco eso ya no era una obligación, sino que se transformó en una necesidad, ya que encontré algo de alivio para todas mis angustias, pero también una atracción indescriptible por el pastor. Osvaldo, un hombre que para los 60 años que tenía en aquella época tenía una imagen imponente, una voz fuerte y una mirada que derretía. Al regresar de la reunión no tuve más remedio que cerrar la puerta de la habitación y descargarme. Comencé a tocarme no desde mis pezones ya erectos, ni en mis labios hinchados por la excitación, sino desde mi cabeza que aún tenía el recuerdo de su mano apoyada firmemente sobre ella. Hicieron falta cuatro dedos enterrados muy profundo para concluir esa noche con un orgasmo infinito.

Esa semana, Alicia una amiga de mamá, llegó a casa a contarle de la esposa de Osvaldo hacía más de tres meses que estaba sufriendo una severa enfermedad que la tenía alejada de todo, incluido el contacto físico con su marido. En ese momento decidí que yo le devolvería un poco del alivio que él me había dado. Las siguientes reuniones intenté acercarme con pocos resultados, no pude más que saludarlo y tocarle su mano. Demás está decir que esto alcanzó de sobra para excitarme y masturbarme pensando en él.

Una tarde mientras realizaba tareas de voluntariado en los pasillos subterráneos fue que divisé su imagen en una de las pequeñas oficinas de ese laberinto. Me deslicé sin que nadie se diera cuenta y cerré la puerta detrás de mí. Él me miró con asombro y yo sin titubear y con toda la experiencia que había tomado en mi mala vida me arrojé de rodillas frente a él para tomar la iniciativa. Tardó en reaccionar, no entendía mis intenciones, hasta que lentamente empecé a sobar con dulzura su entrepierna. Intento detenerme, decirme que estaba mal. A lo que respondí. “Dijiste que hagamos algo bueno y en eso estoy”. Osvaldo se resistía, pero su cuerpo pedía a gritos liberar la tensión acumulada. La erección no tardó en llegar y con ella tomé valentía y bajé su cremallera, desde la que asomó su verga palpitante. Intenté meterla en mi boca pero recibí un fuerte empujón que me arrojó de espalda a la pared. Se levantó deprisa. Mi corazón latía rápidamente, una pequeña lágrima se escapaba por mi mejilla y pensé: “Soy una idiota cómo se va a fijar en mi”. Para mi sorpresa, al llegar a la puerta, puso seguro y se acercó hasta donde yo estaba. Mi cara era entre excitación, admiración y asombro, le dieron permiso para hacer de mí lo que quisiera. Acarició suavemente mi pelo llegando hasta mi barbilla, tomó mis manos que estiró por sobre mi cabeza, dejó caer su pantalón e introdujo su miembro en mi boca hasta producir una fuerte arcada que no impidió que llegara con él hasta mi garganta.

Me encontraba en un éxtasis total. Por fin había encontrado un hombre que cumplía con todas mis expectativas. Ahora estaba donde justo lo necesitaba. Poseyéndome, convirtiéndome en el objeto de su deseo y furia. Sus testículos cargados de semen chocaban fuertemente contra mi barbilla mientras el resto de su cuerpo sometía al mío a golpes contra la pared. Sus embestidas eran cada vez más rápidas y violentas. Más de una vez sentí que me faltaba el aire pero sabía que él me necesitaba y para mí eso era suficiente. Tardó pocos minutos en alimentarme con su semen, les mentiría si les digo que probé su sabor, porque fue tan profunda su última embestida que descargó directamente en la profundidad de mi garganta. Para quedar con todo el peso de su cuerpo aplastando el mío contra la pared. Me quedé inmóvil mientras escuchaba calmar su respiración. Me miró con una mueca de angustia y vergüenza, a la que respondí con un beso en su ya flácido miembro y agachando mi cabeza en muestra de respeto y sumisión. Volvió a acariciar mi cabeza con ternura, acomodó su ropa y se marchó. Me dolía el cuerpo pero tenía el alma satisfecha de haber aliviado la tensión de mi pastor.

Tomé compostura y salí al húmedo corredor a terminar mi tarea. Cuando escucho a mis espaldas “Hola, tú debes ser Isa, lo viste a Osvaldo, mi papá” quedé muda por un instante, a lo que continuó: “Te ves cansada, si ya terminaste en el entrepiso hay una café. Te invito algo” –me dijo. “Tú eres Javier, el hijo del pastor” –le dije. “Sí, pero no me dijiste si te invito algo” –insistió. “Bueno, igual necesito descansar un poco” –le respondí. Nos fuimos a la cafetería y trajo a la mesa un café con medias lunas. Nos pusimos a charlar como si nos conociéramos de toda la vida, aunque de mi mente no podía sacarme la verga de Osvaldo cogiéndome la boca y esa exquisita forma en que se descargó.

Pasaron los días, entonces decidí llevar a cabo un plan algo maléfico. Javito era un buen chico, lo único en lo que pensaba era en su música y convertirse en un Marcos Witt moderno. Para tener 18 años tenía muy poco interés en llegar más allá de una apretada de culo ocasional, cada vez que yo intentaba avanzar más se asustaba, así que decidí usarlo de pantalla para seguir ocupándome de cuidar a su papá. Javito me invitó a ir después de la reunión dominical a su casa  a comer un asado y disfrutar la piscina. Era una casa metida en el campo, lejos de la urbanizada cuidad. Sería una oportunidad perfecta para estar más de cerca y encontrar mi lugar. Se notaba que a Osvaldo le incomodaba mi presencia, quizás pensó que yo sería un problema para él, pero mi único propósito era satisfacer sus necesidades físicas. Conforme avanzó el día, la familia se fue retirando, conocí a Ximena la esposa de Osvaldo, una mujer única, sabía que sería muy difícil ocupar su lugar, pero daría mi mayor esfuerzo para librarla del pesar de la soledad de su marido. Llegadas las 5 de la tarde Javito llevó de vuelta a su madre a la ciudad y yo quedé con mi pequeño auto para salir luego de cambiarme, pero ya había decidido que mi auto no iba a arrancar. Desconecté el cable del distribuidor para que el motor no hiciera chispa, y usé la batería hasta que se agotó. “Disculpe Osvaldo puede ayudarme” –le pedí con voz inocente. Rápidamente encontró el problema pero ya la batería estaba muerta. Pedimos una grúa y nos avisaron que tenía tres horas de demora. Este era mi oportunidad y no la iba a dejar pasar.

Para esta hora se estaba refrescando por lo que nos metimos en la casa para esperar, el aire era muy tenso ninguno de los dos emitía palabra. Yo rompí el hielo diciendo: “Quería pedirle disculpas por lo de la semana pasada. No por lo que hice sino por no haberlo hecho mejor. El otro día fue un arrebato, ahora estoy preparada y a tu disposición”. Nuevamente su cara atónita que tanto me excitaba, recorrí los metros que separaban nuestros sillones de rodillas e incliné mi cabeza delante de él en total sumisión esperando su caricia en mi pelo que me habilitaran para cumplir mi rol. Acarició suavemente mi pelo y fue lo último suave qué pasó en esa tarde. Metí mi mano por debajo de su short para encontrar su palpitante verga que de a poco se iba disponiendo para su tarea. Se puso de pie raudamente dejó caer su short e introdujo con violencia su verga hasta mi garganta. Sé que no le importaban mis arcadas y las lágrimas que me causaba su violencia, pero entendía que solo era un objeto dispuesto para suplir sus necesidades.

Cuando pensé que ya terminaba, abrí mi boca lo más grande posible intentando sacar mi lengua para acariciar sus testículos, se detuvo, sacó su miembro chorreante de mi garganta y me tiró sobre el sillón y me acomodó de perrito sobre él apoyabrazos. Tenía una mezcla de terror y satisfacción por lo que solo me dejé hacer. De un solo empujón metió su carne hasta el fondo de mi pequeña concha, por un instante pude sentir como latía en mi interior. Con una fuerza descomunal comenzó un bombeo que me sacudía, no pude contenerme y uno tras otro vinieron interminables orgasmos que me dejaban casi inconsciente, pero todo el tiempo regresaba para levantar mi cadera y darle mejor acceso para su labor. Sentí que estaba cansado y le pedí que se siente en el sillón, me senté sobre él de espaldas, porque sabía que él no quería mirarme, sentía culpa por saciar su humana debilidad. Cabalgué sobre él con la intensidad que sabía que le gustaba, elevando y dejando caer mi cuerpo para ser ensartado una y otra vez por su enorme verga. Cuando empecé a sentir que su respiración se aceleraba e intentaba sacarme de sobre él para no acabar en mi interior, pero aún me quedaba una herramienta más que no había utilizado. Me arrodillé frente a él con la cabeza gacha sin mirarle, y rodeé su pene con mis enormes pechos aun cubiertos con el top, escupí saliva en su glande y comencé a frotarlo de arriba abajo hasta lograr que descargara su tibio semen en mis tetas.

Nuevamente la calma, quedé inmóvil hasta que él acariciara mi cabeza, luego como rutina besé su pene ya flácido y con mi lengua limpié los rastros de semen que quedaban en él. Abracé sus piernas y le dije: “Gracias por todo lo que haces por mí. Esto es una pequeña muestra de gratitud”. Me levanté hacia la ducha no sin antes hacer una pequeña genuflexión. Él sonrió ante mi acción, no de forma burlesca, sino de satisfacción. Me encontraba tan caliente que el agua de la ducha no podía calmarme, así que me di placer pensando en ese hombre que se había metido no solo en mi mente, sino también en mi vagina y me regalaba su semen. Gemí descontrolada hasta que tuve un exquisito orgasmo. Terminé la ducha, me sequé y me puse la ropa, al salir estaba Javito con Osvaldo, habían pasado corriente del auto de Javito al mío, por lo que el motor estaba en marcha. Me despedí de ambos y me dirigí a mi casa. Al llegar mi madre estaba esperándome, sabía que había estado con mi supuesto novio en la casa del pastor, por lo que no pensó que andaba haciendo cosas malas, aunque en cierta forma sí, estaba incitando a un hombre de Dios al adulterio, pero ella no tenía por qué enterarse. “¿Tienes hambre?” –me preguntó. “No, comí rico antes de salir” –le dije en tono irónico. “Bueno, yo si tengo hambre. ¿Me acompañas?” –me dijo. “Bueno, si quieres te acompaño con un refresco.

Al estar servida la mesa nos pusimos a conversar, me dijo que notaba cambios significativos desde que la estoy acompañando a la Iglesia, que se sentía orgullosa de mis avances y esas cosas que te dicen para elogiarte. “Llega el momento en que se debe madurar y es lo que estoy haciendo. Las enseñanzas del pastor han sido una guía para mí y al aplicarlas siento que estoy cambiando” –le dije. Me miró asombrada por mi forma de hablar, atrás había quedado la muchacha descarriada que gozaba de los placeres de la vida, aunque lo hacía en secreto Con Osvaldo. Ese sucio secreto que nos dejaría mal parados a los dos si lo descubrían. “Tienes razón, el pastor Osvaldo es un hombre que vive los principios que enseña” –me dice mi madre. “Claro y los trasmite siempre que le oímos predicar” –le respondí. Ella sonrió, parece que le agradaba escucharme decir, pensaba que estaba abrazando su fe, pero yo no podía dejar de pensar en la verga de mi adorado pastor. La charla siguió de lo más amena, sin despertar ninguna sospecha de mi comportamiento inmoral. Le ayudé a lavar la loza que habíamos ocupado y mamá me dice si veíamos una película. Pensaba en mi interior ojalá no sea “La Pasión de Cristo”. Por fortuna me dejó elegir a mí y fiel a mi estilo nos fuimos a las aplicaciones de streaming y busqué una película a mi gusto, quizá como premio a mi buen compartimiento.

Nos sentemos en el sofá y empezamos a ver la película. “¡Ay hija! ¿Cómo pones este tipo de película?” –me dice. El título elegido fue 365, yo sabía que tenía escenas algo muy subidas de tono, pero me había dejado escogerla a mí. “Eso solo una película, no tiene nada de malo mamá” –le respondí. Se rió, no sé si porque encontró inocente mi comentario o solo para no enfadarse, el caso es que no se fue sino que siguió viendo. Conforme los minutos avanzaban y aparecían las escenas eróticas, mi cuerpo empezó a reaccionar al estímulo visual. Sentía como mis pezones se ponían duros y mi conchita se mojaba, tenía unas ganas imperiosas de tocarme, pero estaba mi madre al lado y si hay algo que ella tiene, es muy buena visión periférica, cualquier movimiento que hiciera sería detectado por su radar. El deseo era demasiado, sentía que mi sangre hervía y debía buscar la manera de controlar mi calentura de alguna forma. “Pausa la película, voy al baño y vuelvo” –le dije. “Bueno, yo voy a preparar un refresco para que sigamos viendo la película” –me dijo. Ya en el baño me di cuenta de lo mojada que estaba mi tanga, me empecé a masturbar como una loca, tratando de apagar mis gemidos para no ser escuchada por mi madre. No sabía si ella estaba igual de caliente que yo, pero me imaginaba que estaba en el sofá tocándose y metiéndose los dedos en su vagina, gimiendo y retorciéndose. El solo imaginarlo me ponía más caliente y me acercaba cada vez al orgasmo. Mi cuerpo comenzó a temblar y mi vagina se contraía perversamente, apreté lo más que pude mis labios y sucumbí ante el placer, el orgasmo llegó apoderándose de mi cuerpo y de mis emociones, era un fuego tremendo que me consumía y hacía arder no solo mi entrepierna, también mi morbosa imaginación. Cada vez se hacían más latentes las imágenes de mi madre dándose placer en el sofá mientras no estaba con ella. Cuando la calma llegó, moje mi rostro y salí del baño como si nada.

Al llegar a la sala encontré a mi madre en el sofá esperándome, había un rico jugo naranja para seguir viendo la película. Me senté a su lado y le di play para seguir con nuestra “noche de chicas”. A medida que avanzaba la película, notaba que mi madre estaba algo inquieta, inusual en ella, ya que es de esas personas que no se perturban con nada. Se cruzaba de piernas y cuando no lo hacía juntaba sus piernas como apretándolas. Pensé: “Se calentó con lo que estamos viendo”. Solo pensarlo hacía humedecer mi vagina. Ya no estaba pendiente de la película sino en las reacciones de mi madre. Mordía sus labios de manera sensual, pensaba: “¿Qué mierda me pasa? ¿No puedo pensar estas cosas?”. Mi hambre de sexo apareció y reclamaba ser saciada, no fue suficiente lo sucedido en el baño, quería más. Entonces, me acerqué a mi madre y puse mi mano en su muslo, le pregunté: “¿Estás bien? ¿Te pasa algo?”. Me miró a los ojos como avergonzada, pero estaba en su papel de “cristiana fiel” y me responde: “Nada, no te preocupes todo está bien”. Acaricié su muslo y le dije: “Dime, te conozco, hay algo te pasa”. Guardó silencio y dio una mirada a la tele. Seguí acariciándole el muslo y eso la ponía nerviosa, se le veía en su cara. “Ya sé, no me tienes confianza” –le dije. “No digas eso, claro que sí” –me contesta. Subí mi mano más de lo debido pero ella guardó silencio, sabía que estaba caliente igual que yo, al parecer el instinto la superó y abrió sus piernas esperando a que mis caricias aumentaran la intensidad. Por un momento tuve un golpe de realidad y me detuve, pero mi vagina seguía escurriendo por la calentura que sentía. Me encontraba en esa encrucijada de la moral y la perversión, pero ganó la perversión y mi mano buscó la entrepierna de mi madre por encima de su jeans. Un suspiró salió de sus labios, ella se acomodó bajando su cuerpo y abrir más sus piernas. “¿Estás segura de lo que vamos a hacer?” –le pregunté. “No lo sé, pero quiero que sigas” –decía mientras desabrochaba su pantalón. Seguí como ella lo indicó y mi mano se metió entre su jeans acariciando su sexo por encima de la ropa interior, estaba igual de mojada que yo, me moría de ganas por desnudarla, pero dejaría que ella tomara la iniciativa.

Cuando mis dedos pasaron por su clítoris, soltó un gemido contenido de placer. “¿Te gusta así o más rápido?” –le pregunté. Me miró y respondió: “¡Sorpréndeme hija!”. Escuchar esas palabras para mi fueron un detonante de lujuria y perversión, mis dedos se empezaron a mover de forma morbosa por su clítoris, empezó a gemir y a jadear, mordía sus labios y me miraba con deseo en esos brillantes e incestuosos ojos. Su mirada era suplicante, era como si pidiera más, Nunca me imaginé estar así con mi madre, a pesar de que es una mujer atractiva, nunca había despertado un deseo tan lleno de erotismo como hasta esa noche. Ya no aguantaba más, quería verla desnuda, por lo que decidí tomar la iniciativa y me quité la ropa frente a ella, mi madre al verme también decidió que era tiempo de ir más allá y se desnuda lentamente. Se veía hermosa, con sus tetas firmes y pezones duros, su vagina depilada y un culo que invita a pecar de manera descarada. Cuando mis ojos se deleitaron en la excitante figura de mi madre, hice que se recostara en el sofá una vez más, esta vez con las piernas abiertas de par en par, me metí entre ellas y con mi lengua empecé a recorrer su vagina, mamá gemía descontrolada al sentir como mi lengua se paseaba con morbo por su sexo húmedo.

Lentamente la penetré con dos de mis dedos, pero no detuve el viaje de mi lengua por su vagina. “¡Oh, hija, qué rico se siente!” –decía mientras se pellizcaba los pezones y gemía. Dejó de lado las caretas de la religión y se entregó al pecaminoso placer del sexo incestuoso. Cada gemido de sus labios demostraba como disfrutaba, la manera en que se retorcía mostraba no solo perversión también placer. Se encontraba al borde del orgasmo y estaba dispuesta a conseguirlo. Tomó mi cabeza y la hundió en su vagina para que mi boca no se despegara de su clítoris, bebía los fluidos que salían de esta y me embriagaba cada segundo con la tibieza de ellos. “¡Ya no puedo más, no pares!” –decía retorciéndose, ya estaba al borde del orgasmo, mi lengua seguía afanada su recorrido, hasta que un gemido agónico salió de los labios de mi madre y se entregó por completo al placer. En sus ojos se veía la perversión, en su cara había satisfacción y en sus labios se dibujaba una sonrisa retorcida. “Ahora es tu turno” –me dice. Hace que me apoye en el respaldo del sofá, estaba deseosa por saber lo que haría, si resultaba ser tan perversa como yo. Separó mis nalgas y me dice: “No me había fijado en el rico culo que tienes”. Metió su lengua y empezó a recorrer mi agujero, me sentí en el paraíso más lujurioso al sentir como su lengua se paseaba con libertad por mi culo y vagina. “¡Oh, qué rico lo haces mami!” –le decía entre gemidos. Mi cuerpo se estremecía y yo gemía como posesa pidiéndole que siguiera. Estaba perdida en el placer, deliraba cuando ella metió sus dedos en mi conchita y me penetró con rapidez. Ya no podía más de placer, mi culo era invadido por su lengua y mi vagina por sus dedos, mami era toda una sucia y me encantaba. Ya me tenía al borde del orgasmo y como era de esperar mis fluidos salieron disparados, escurriendo por mi conchita mis muslos.

Despues de ese momento tan candente que vivimos, nos tumbamos en la alfombra de sala. “No sabia que eras una sucia mamita” –le dije. Ella sonrió y me dijo: “Quizá lo he sido siempre, pero es bueno mantener secretos y dejarlos salir en el momento justo”. Nos dimos un delicioso beso que me enloqueció. Seguimos yendo a la Iglesia, eso no iba a cambiar. Aunque me seguía calentando al ver a Osvaldo predicar, cuando llegábamos a casa me quitaba las ganas con la sucia y pervertida de mi madre.

 

 

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