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viernes, 28 de junio de 2024

149. Sara y la penitencia 3


Sara abrió los ojos al recuperar la consciencia. Veía todo borroso, estaba exhausta, estaba sudada, estaba sucia. Las sogas que la mantenían inmóvil habían hecho en la piel de sus muñecas y tobillos intensas rozaduras. Las pinzas de tender que tenía en los pezones le provocaban un intenso y  placentero dolor. El consolador gigante que tenía en la vagina la estaba reventando. No fue hasta pasados unos segundos que se dio cuenta que la estaban sodomizando brutalmente. En ese momento le metieron una verga en la boca, le taparon la nariz y al faltarle el aliento Sara se volvió a desmayar. “A ver perra, despiértate, que aquí te quieren seguir follando, ¿o acaso quieres parar?” –le dijo el pervertido sacerdote. “No, padre, no” –respondió ella. “¿No, qué? –le preguntó. “Qué no paren, es mi castigo por ser una puta lujuriosa y debo soportarlo” –respondió. “¿Y eso?” –preguntó el cura. “Soy una puta, una zorra, una infiel y necesito ser castigada. “Sí que eres una puta hija, la más zorra que ha pasado por aquí. Te vamos a seguir castigando. De momento me vas a volver a chupar la verga” –dijo el padre. Sara obediente, se la metió a la boca y se la empezó a chupar frenética. “¿Qué diría tu novio si te viera así?” –le pregunta el morboso sacerdote. “¡Qué soy una puta!” –le responde sin sacarse la verga de la boca. “¿Crees que merece saber la verdad?” –le pregunta el cura moviendo su pelvis para follarle la boca. “¡No padre! ¡No merece nada!” –le responde ella sin detenerse. “¿Por qué sucia puta?” –inquiere el sacerdote. “No me gusta que me coja él, me gusta ser cogida por otros hombres. Siempre le doy una excusa para no hacer nada. No me gusta ni siquiera que me toque; prefiero ser usada por otros hombres que por él” –le dice con su boca llena de verga. El padre siguió cogiéndose esa boca, a lo que ella gritó: “¡Santo Dios! ¡Voy a acabar!”. “¡Sí que eres zorra, vas a acabar con la idea de ser infiel!” –le dice el cura. “¡Soy lo peor, me gusta ser infiel, soy una puta!” –decía gimiendo, mientras de su vagina escurrían fluidos tibios que caían al piso.

El padre Miguel hizo una seña, entonces entre varios de los hombres que estaban ahí la tomaron y ataron sus muñecas, la colgaron de una viga en sótano. Entonces un verdugo apareció con un látigo en su mano, el padre le dijo: “Dale cincuenta azotes y después la descuelgan, ya que esta zorra puede aguantar mucho más”. El látigo cortaba el aire con su siniestro silbido y se envolvía en el cuerpo de Sara, uno a uno los azotes fueron llegando, arrancando de lo profundo de su ser intensos gemidos que la hacían estremecer. Cuando la cuenta iba en treinta le costaba mantenerse en pie pero ella soportaba cada mordía del cuero de ese látigo que era blandido con expertica por aquel hombre encapuchado. Cuando iban cuarenta, ella gemía con inusual placer, se notaba que lo estaba disfrutando. Sus piernas, espalda y culo ardían como lo hacen las llamas en el infierno, pero para ella era el precio a pagar por sus sucios pecados. Luego el último llegó y respiró aliviada. “Eres una puta y una zorra de primera. Te vamos a reventar tus agujeros puta” –sentenció el sacerdote. Entre varios hombres la descolgaron de la viga de la que estaba colgada. En el aire la llevaron hasta un potro de gimnasia. Ahí la apoyaron en el vientre y la ataron de pies y manos. Su culo quedo en pompa, las piernas abiertas, la boca a una altura perfecta.

5 horas antes, en la habitación del hotel (Sandra).

Amor, me voy a una excursión a hacer rafting, es algo que quiero hacer desde hace tiempo. Sé que a ti no te gusta. ¿Te importa si voy yo? Volveré por la noche” –le dice Juan. “Claro, sin problema, ¡ve y  disfrútalo! Yo me voy a quedar estudiando los cuadros del monasterio, me han invitado a una Expo privada” –le respondió Sara. “¡Qué buena persona es ese cura!” –dice Juan. “¡Sí, sí que lo es! ¿Comemos algo antes de irte?” –dijo Sara. “No, tengo que salir rápido, ya que nos pasaran a buscar a la plaza del pueblo. ¡Te quiero!” –le dice él, dándole un beso en los labios. “Yo a ti. Eres el mejor. Ah, mándame fotitos” –le dice ella. “¡Cuenta con ellas!” –le dice Juan. Sara se quedó sentada en la cama un momento. Lo quería mucho, pero no le atraía demasiado. La idea de recibir un castigo por ser tan puta le hacía mojar las bragas. Espero un tiempo prudente y se marchó directo al monasterio.

Ahí le esperaba el padre Miguel. Pasearon por los jardines, le enseñó unos cuadros y finalmente le indicó el camino de la cripta. Sara bajo las escaleras de piedra y cuando sus ojos se hicieron a la oscuridad pudo distinguir el contorno de unos 15 hombres. Se estremeció, se le aceleró el pulso, se quedó quieta y espero. Se le acercaron dos hombres que la desnudaron por completo. La ataron de pies y manos. La dejaron en una fría pared con sus tetas pegadas y en forma de X. La azotaron con un látigo en el culo y las tetas. Con una vara de madera le dieron en la vagina. Le pusieron pinzas de tender en el las tetas y en los labios de la vagina. El placer que sentía era inmenso. Empezaron a penetrarla con consoladores por todos lados, la estaban dilatando. Cada poco, los monjes llamaban al monaguillo, un chico muy joven y su única misión era follar a Sara con la mano hasta que acabara a chorros. El chico tenía un don para provocar orgasmos. Mientras que todos los hombres se acercaban a manosearla y a darle verga, uno quedó sentado, mirando. Solo veía su silueta. A Sara empezaron a sodomizarla por turnos, uno a uno eyaculaban en su culo, si bien es cierto era un castigo que debía soportar, no aprovechaba la oportunidad de disfrutar a destajo de las tremendas cogidas que le propinaban esos hombres.

Cada diez minutos venía el monaguillo y hacia lo suyo provocándole intensos orgasmos a la puta de Sara que chillaba como una cerda. “Muy bien puta, veo que lo estás disfrutando, pero estoy seguro que echas de menos algo en tu boca” –le dice el cura con lujuria. “¡Sí, Padre, quiero verga!! –gritó la penitente Sara. El padre Miguel hizo una seña, aflojaron las cuerdas de las manos y Sara quedó con el culo en pompa. Ahora con la libertad de movimiento en sus manos podría jugar con dos vergas más. Empezó a recibir cogidas por la boca, a la vez que le reventaban el culo. Sara era feliz. Se sentía puta, se sentía zorra, se sentía llena. Mientras le metían una verga en la boca, le taparon la nariz y se desmayó. Recuperó la conciencia y se la volvieron a quitar. Volvió en sí y se la cogieron durante horas de manera salvaje.

 5 horas antes (Juan).

Salí del hotel, ahí había dejado a mi novia Sara, a la que adoro. Le había dicho que iría de excursión y a hacer rafting, la muy ingenua se lo creyó. Tenía otros planes en mente mucho más siniestros. Me dirigí al punto de encuentro acordado. Entré en el edificio, me puse la ropa específica a la actividad programada y me senté a esperar. Al cabo de unos minutos, ahí estaba ella, dejándose desnudar, atar y golpear por unos desconocidos. Al principio se me hizo un poco raro, ver a esa mojigata pidiendo verga de esa manera. Ver cómo acababa a chorros con la mano de aquel jovencito pervertido. Verla así, tan depravada, tan puta, tan zorra, me provocó una erección monumental. Me quede ahí sentando, mirando cómo le follaban el culo, como la hacían chupar verga y como ella lo disfrutaba como la puta que es.

Cuando la ataron en el potro no pude aguantar más. Discretamente me moví por la cripta y esperé mi turno. Cuando me tocó, le acaricie el culo, ese culo empapado de semen, acerqué mi verga y se la metí de golpe, entró suave, lubricada con todo el semen que la zorra tenia dentro. Sara dio un pequeño temblor y un gemido de placer, eso me excito mucho, era la primera vez que se ponía tan caliente conmigo, claro que no sabía que era yo.  El padre Miguel me miró de manera cómplice y le soltó a Sara: “¡A ver zorra! ¿Te están cogiendo bien? ¿Te están cogiendo mejor que el inútil de tu novio?”. “¡Ah, sí, me están cogiendo muy rico el culo!” –dijo ella disfrutando mi verga en el culo. “¿Será el más cornudo el imbécil ese? ¿Ni si quiera sabe lo puta que eres?” –le preguntaba el padre. “No tiene idea de lo puta que soy, él piensa que soy una mojigata, pero me encanta que me la metan así de rico” –respondió. Me aferré de sus caderas y se la metía con más fuerza, entonces el cura le insiste: “Te hice una pregunta, puta. ¿Será el más cornudo el imbécil ese?”. “Sí, padre, es el más cornudo e imbécil” –le responde. No aguanté más, le saqué la verga del culo y viéndome las intenciones, el padre Miguel le vendó los ojos a Sara. Se la metí en la boca con ansia y me la chupó cómo nunca antes me la habían chupado, acabé en su cara de zorra mientras otro desconocido le reventaba el culo. No pude evitarlo y le dije: “¡Eres una sucia puta!”. Antes de que reaccionara a mi voz, el monaguillo se la metió en la boca y le tapé la nariz. Se desmayó mientras el monaguillo le llenaba la garganta de semen. Me volví a sentar y como un espectador, vi cómo se follaban a mi novia de todas las maneras posibles. La última imagen que tengo de esa tarde es, ver a Sara encima de un tipo, totalmente empalada por la concha, un muchacho metiéndosela por el culo, otro  por la boca y en cada mano una verga. Cuando uno acababa, otro tomaba su sitio, no le daban descanso a la muy puta. Ver a mi novia medio inconsciente disfrutando de cada embestida, de cada eyaculada, de cada bofetada, ver su cuerpo recubierto de semen, su cara de puta, su comportamiento de auténtica zorra, me producía un placer intenso, un placer perverso. 

Llegué al hotel, sabiendo que todo había acabado. Que la puta de mi novia estaría duchada y acostada, vestida con su ridículo pijama y con la máscara de mojigata puesta. Entré sin hacer ruido, me desnudé y me metí en la cama. Me pasé un buen rato observando como dormía, con esa cara de no haber roto un plato en su vida. Tenía curiosidad por saber qué excusa me pondría para las marcas de sus muñecas y tobillos. Está claro que en unos días no la vería desnuda para que no viera los arañazos que llevaba por el resto del cuerpo. Me quedé profundamente dormido. “Buenos días amor, ¿qué tal tu tarde de Rafting?” –me dijo. “Ha sido una experiencia increíble, me ha encantado. Es algo que me gustaría muchísimo repetir. ¿Qué tal tu visita al monasterio?” –le pregunté. “La verdad muy bien, pero mira. Ayudé al padre Miguel a mover un Cristo colgado y con las cuerdas me destrocé las muñecas” –me dijo con cara de tristeza. “¡Pobre, eso debe de doler! ¡Debes tener más cuidado!” –le dije. Le empecé a acariciar las manos, luego los brazos y cuando llegué a sus pechos se puso rígida y dejó bien claro que no quería nada. “No tengo ganas mi cielo, si quieres puedes hacerte una paja, no tengo la libido muy alegre últimamente” –me dijo. No pasa nada, pero, ¿hace cuánto que no tienes un orgasmo?” –le pregunté. “Ni me acuerdo, bueno La semana esa que te fuiste me masturbe un día” –me respondió. “Sí, es que en el fondo eres una puta” –le dije con una sonrisa. “¡Ay Juan, no digas tonterías! Me pones nerviosa” –dijo. “Oye, a mi este plan de fin de semana me ha encantado. Podríamos volver. Eso sí, yo quiero volver a hacer rafting” –le dije como cambiando el tema. “¡Sí, me parece genial! Además, me dijo el padre Miguel que hay un monasterio a 20 km con unos retablos muy interesantes” –dijo ella iluminándosele el rostro. “Voy a empezar a pensar que el padre Miguel tiene oscuras intenciones” –le dije con una sonrisa. “¡Qué tonto eres, de verdad! El padre Miguel es un pan de Dios, es un hombre muy dedicado a la obra del Señor” –me dijo. La muy puta no sospechaba que el cura era un pecador sexual y que sus mayor placer antes de tomar los votos fue ser proxeneta y cobrar por los favores sexuales que daban las mujeres que tenía a su cargo. Eran pocos los que sabían ese secreto, lo que les daba derecho al uso y abuso de aquellas mujeres pecadoras y solo algunos colaboradores eran los que se encargaban de cumplir con sus deseos oscuros, sometiendo y cogiendo a las putas penitentes que llegaban pidiendo perdón. “Yo voy a dar un paseo antes de salir y así te vas preparando que te veo un poco flojita” –le dije. “Me parece una idea genial” –dijo con una sonrisa.

Claro que le parecía una idea genial, la muy puta no quería que le viera el resto de magulladuras. Y yo tenía todo el interés del mundo en ponérselo fácil. Salí del hotel y me dirigí a la Iglesia. Llamé a la puerta de la sacristía. “¡Juanito!” –me dicen cuando abren la puerta. “¡Miguelón!” –le dije. “¡Qué buena puta nos has traído!” –dijo el sacerdote. “Buena puta y reincidente que la conocí aquí” –le dije. “Mira las vueltas de la vida. ¿Nunca te reconoció?” –me dijo. “No tiene la más mínima idea” – le contesté. “¡Qué mujer!” –dice el cura. “Querrás decir: ¡Qué puta!” –le corregí. “Es lo que te gusta” –dijo el padre. “Claro, por eso formé parte de tus cercanos por años. Me ha dicho que la quieres llevar a visitar un monasterio para visitar unos retablos” –le respondí. “Tengo que prepararlo, cuando esté todo listo te aviso. ¿La misma tarifa?” –obvio, tú sabes que después es 50 y cincuenta. “Por cierto, aquí tienes tus $4500 de anoche” –me dijo. “Vaya, así da gusto tener una puta y más encima ganar dinero con ella” –le dije. “¿La vas a poner  de puta en la cuidad?” –me preguntó Miguel. Claro, la dejo sola la semana que viene y tengo un amigo que ya se la cogió a lo bestia y luego la sacó a que la cogieran desconocidos en un estacionamiento. Le avisaré, estoy seguro que va a ser incapaz de negarse y ganar algo de dinero con la puta” –le respondí. “¡Sí que es puta esa chica!” –dice Miguel. “Una auténtica puta y las pajas que me hago con esos vídeos que me mandan cuando se la cogen es como estar en el paraíso” –le dijo al cura. “Yo también los uso. Es toda una zorra” –dice el cura. “Bueno Miguelón, muchas gracias por todo y nos vemos el mes que viene” –le digo y nos despedimos con un abrazo.

Una vez en el coche de vuelta a la ciudad, de vuelta al departamento. Ya habían pasado algunos días de nuestra visita a ese pequeño pueblo y Juan le dice: “Por cierto, la semana que viene tengo un viaje de trabajo. Estaré fuera tres días” . “Bueno, así es el trabajo, ¿no?” –le dice ella. “Sí, pero me molesta tener que dejarte sola” –le dice. “No te preocupes, me quedaré viendo la tele como la otra vez” –le dice Sara. Ella se puso caliente de pensar en cómo la iban a coger durante esos tres días. Le desabrochó el pantalón a Juan y se la chupo a modo de agradecimiento, obvio sin que él supiera el verdadero motivo. La manera candente en que le devoraba la verga hacia que Juan gimiera de placer, sobretodo cuando le pasaba la lengua en los testículos y los apretaba con sus labios. Él se tomó de su pelo y le marcó el ritmo en que quería que se la chupara, ella muy obediente se la chupó como si no hubiera tiempo. Juan acabó profusamente en su boca, dejándole chorros de semen que se le desbordaban por la comisura de los labios pero que Sara supo perfectamente como no desperdiciarlos. “¡Ves, sí que eres una puta!” –le dice Juan. Sara con su cara llena de lujuria le dice: “Solo un poquito” –quitándose la ropa y poniéndose con el culo en pompa sobre el sofá, invitando a Juan a que se la coja. El joven no perdió el tiempo y le clavó la verga de una sola estocada en su agujero, haciendo que la chica gritara al sentir como su culo era invadido, pero después solo disfrutó imaginándose como le dejarían el culo de abierto cuando Juan no estuviera en casa.

 

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

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