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viernes, 26 de abril de 2024

125. Cuando las cosas pasan sin querer


La cena de empresa había sido un éxito. Buena comida, buen vino; y por el vino, quien más y quien menos había conquistado a alguna chica de la oficina para pasar un momento de sexo acalorado y morboso y que al despertar en la mañana los llenaría de arrepentimientos, como suele suceder cuando el alcohol está presente en este tipo de fiestas.

A las doce y algo de la noche solo habían quedado Eduardo, que era un pelotudo, Benito, que era el jefe y Enrique, un cuarentón. Eduardo, aún más borracho que el jefe y que Enrique, se le ocurrió decir: “¿Vamos a buscar putas? Aquí ya están todas ocupadas”. El jefe, luego de echar un trago de brandy, dijo: “¡No tengo ganas!”. Al rato estaban en la barra de un bar que pertenecía a un tipo conocido por el tráfico de marihuana y blanqueaba el dinero de sus turbios negocios en el bar.

Aquel lugar, con sus luces rojas, su música empalagosa y apestando a diversos perfumes, ya que no solo ofrecía alcohol, también mujeres para “acompañar a sus clientes”. Para Enrique, que era claustrofóbico, se sentía ahogado por el tumulto de gente. Se fue a la barra. Detrás de la barra vio a su nuera. La sorpresa había sido tremenda. Cuando ella lo vio se acercó si fuera un cliente más pero para Enrique era algo difícil de creer. Le preguntó: “¿Qué mierda haces tú aquí, Valeria?”. La mujer evitó responderle. “¿Qué te sirvo Enrique?” –preguntó ella. “No quiero tomar nada. ¿Sabe mi hijo que trabajas aquí?” –le dijo con evidente enojo. “Tu hijo me tiene sin cuidado” –respondió ella. “¿Tan necesitada estás como para meterte a trabajar de puta?” –preguntó el hombre sin disimular su molestia. “Tu hijo lleva dos meses sin enviarme dinero desde que se fue a trabajar al extranjero” –le respondió Valeria. “Pero hay trabajos y trabajos” –dijo Enrique. “Yo sirvo bebidas, la prostitución es cosa de las otras chicas” –dijo ella. “¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?” –preguntó el suegro. “Empecé hoy” –le respondió. Entonces le habló como si fuera su padre: “-Y va a ser tu último día de trabajo en esta casa de putas”. Valeria puso las manos encima de la barra, y mirando para el guardia de seguridad, le dijo: “Sigue hablando que también me pagan por hablar con los clientes. ¿El trago de que lo quieres?”. “No quiero ningún trago” –dijo ofuscado. Le sirvió un vaso de whisky. Aquella situación le estaba quedado grande a Enrique. “Después del vino y del brandy, tomarme un whisky sería una bomba” –le dice él. “Pues no bebas, pero sigue dándome conversación” –le dice Valeria. “Claro que te la voy a dar, tienes muchas cosas que explicarme” –replicó Enrique.

Valeria miró a Benito y Eduardo, que estaban bailando apretados a dos chicas que le quitaban una cabeza, sonrió y le dijo: “¡Qué manera de tirar el dinero! ¿Quién va a pagar la juerga?”. “Mi jefe, él paga las bebidas y los polvos” –dijo Enrique. “Oye, podía ganar un dinero extra esta noche si le dices que quieres coger conmigo” –dice Valeria. ¿No decías que no trabajabas de puta?” –preguntó su suegro. No lo hago, pero él no lo sabe” –responde ella. “¿Por qué piensas que haría tal cosa?” –le pregunta Enrique. “Simple, porque necesito el dinero” –le respondió sin reparos. Enrique se ablandó y le preguntó: “¿Cuánto le digo que me dé para pagar por el polvo fingido?”. “Doscientos dólares” –respondió Valeria. “Al jefe le salió cara la noche” –dice él. Fue donde Benito y le dijo que la chica de la barra lo tenía loco y que necesitaba de su auspicio para terminar bien la noche cogiendo con ella. Benito no tuvo reparos y le dio el dinero. Le pagó a Valeria pero ella siguió en sus labores en la barra por un tiempo más y le sirvió otro whisky para disimular el engaño, al terminar su turno salieron en dirección a su casa.

Enrique no supo cómo había llegado a la casa de Valeria. Lo que sabía es que había despertado junto a su nuera en su cama y en calzoncillos. Del olor a perfume de la noche anterior pasó a oler el delicioso aroma del café. Valeria, sentada en la cama, destapada, apoyada con la espalda en la cabecera y tomando un café, le dijo: “¡Ya era hora de que despertaras!”. Con una terrible resaca, dolor de cabeza y una tremenda erección, le preguntó: “¿Cómo llegué aquí?”. “Malamente, casi a rastras” –le responde. “Voy al baño, me estoy meando” –le dice él. Se puso unas pantuflas que vio al lado de la cama y fue al baño tapando la erección con las dos manos. Al regresar tenía un café encima de la mesa de noche. Valeria le dijo: “Toma un café a ver si despiertas”. Se sentó en el borde de la cama y tomó el café de un trago. “A mí me hacen falta toneladas de café para despertar” –le dice él. “Te lo serviré en una taza grande. La cafetera está casi llena. Hay café de sobra” –dijo Valeria. Salió de la cama. Vestía una bata de casa de seda de color gris, corta, que dejaba ver casi la totalidad de sus largas y moldeadas piernas. Se fue hacia la cocina contoneando las caderas y la verga de Enrique se empezó a intranquilizar, o sea, que se puso más dura de lo que ya estaba. Al regresar su nuera le pareció Jessica Rabbit, solo que de carne y hueso. Ganas le dieron de abalanzarse sobre ella y comérsela viva, pero no lo hizo, lo que hizo fue preguntarle: “¿Pasó algo ayer noche entre tú yo?”. “No, no pasó nada, te quedaste dormido casi de inmediato y tuve que desvestirte para que pudieras dormir más cómodo.

Valeria le dio el café y luego se metió en la cama. Gateando sobre la cama le enseñó la vagina. A Enrique los ojos se le abrieron como platos. “¿Te has olvidado de que no llevas puestas bragas?” –le pregunta. Sentada sobre la cama, recogió el cabello con una mano y se hizo una coleta, y le dijo: “¿Es que has visto algo que te quería enseñar? ¿No creo que no te haya gustado lo que viste?” –le pregunta Valeria. “Sí que querías enseñarme la vagina lo hubieras hecho al momento de levantarte por café quitándote la bata o simplemente lo hubieras hecho sin excusas. ¿Qué buscas?” –indaga Enrique. “Vengarme” –le responde. “¿De quién?” –le pregunta el suegro. “De tu hijo. ¿Sabías que está viviendo con otra en Estados Unidos?” –le dice ella mintiendo. “No, no lo sabía, lo qué sabía es que no viene de vacaciones, estás fiestas” –le dice Enrique con sorpresa. Abrió la bata y como no llevaba bragas ni sostén, le dejó ver su cuerpo que llamaba a la perversión. “Es un poco hombre y le voy a poner los cuernos contigo” –le dice ella. “¿Conmigo?” –pregunta con asombro. Valeria le responde en forma sarcástica: “No, le estoy enseñando mi cuerpo desnudo al hombre invisible”.

Enrique la miró a los ojos, le miró para las tetas, le miró la vagina y le dijo: “¡Eres bien puta!”. “¿Y qué le vas a hacer a la puta?” –le pregunta. Enrique puso la taza de café sobre la mesa de noche. La agarró por un  pie, tiró de ella, la puso sobre sus rodillas, le levantó la bata, con el culo al aire, sacó una de sus pantuflas y le dijo: “¡Esto!”. La empezó a azotar con fuerza. Pataleando, le dijo Valeria: “¡Suéltame, desgraciado!”. “Mi hijo tenía razón al desconfiar de ti” –dijo él sin parar de azotar sus nalgas. “¡Tu hijo es un poco hombre, y tú, otro!” –le dice ella. Le volvió a dar, más veces y con más fuerza. “Mi hijo no te engaña, puta Mi mujer hizo correr la voz de que te engañaba para descubrir como eras” –le dijo Enrique. Dejó de patalear, y entre lágrimas le llamó a la suegra por su nombre: “¡Maldita hija de perra!”. Enrique volvió a golpear sus nalgas y le dijo: “Desconfiaban de ti y acertaron”. “¿Tu hijo está enterado?” –le preguntó. “Sí, pero tranquila, no le voy a decir nada de lo que pasó aquí, ni a mi hijo, ni a mi mujer, con la azotaina y un polvo, espero que te sirva de escarmiento” –le respondió. “Claro que no les dirás nada, porque quedas mal parado, estúpido” –le dijo ella. Se la sacó de encima y vio la tremenda erección que tenía. Se limpió las lágrimas, se sonó los mocos con una sábana y luego le dijo: “¡No voy a follar contigo!”. “Yo creo que sí. Date cuenta de cómo estás” –le dice. “¡Puto sádico!” –le dice ella. “A ti te ha gustado que lo haya sido. Mira qué tiesos se te pusieron los pezones” –le responde. “¡Eres un sádico y chantajista” –le dice Valeria. “Digamos que soy algo salvaje” –le dice Enrique.

Metió la mano en la vagina de su nuera con el propósito de saber que tan mojada estaba y la sacó empapada de fluidos, los lamió y le dijo: “Estás muy rica”. “¡Eres un maldito!” –le dice con furia. “Sí, soy un maldito que quiere comerte la vagina” –le dice él. Valeria estaba caliente, pero al mismo tiempo estaba enojada. “Comete una mierda de perro, maldito cerdo” –le dice Valeria. “Sé que quieres que te lo coma” –le dice Enrique. “Eso era antes de saber cómo eres, como es tu hijo y como es la zorra de tu mujer” –dice enojada Valeria.  “La zorra eres tú” –le dice molesto. “Eres un miserable” –añade Valeria. Enrique le dio un ultimátum: “¿Te lo como o me voy y le doy a la lengua de otra manera?”. Valeria sucumbió al chantaje: “Come, maricón” –le dice ella. “Quítate la bata” –le ordenó. Valeria se quitó la bata. Enrique le echó las manos al culo, la apreté contra su cuerpo y le dio un beso con lengua. Besándola, se bajó los calzoncillos. La verga tiesa se metió entre sus piernas. “¡Qué mojadita estás!” –dijo Enrique.

Su lengua se movía de manera perversa en la boca de Valeria y la verga se deslizó entre sus labios vaginales. Luego, sobándole la teta izquierda, le besó el pezón de la teta derecha, lo lamió, lamió la areola y a continuación le mamó la teta, después, manoseando la teta derecha, hizo lo mismo con la izquierda. Valeria parecía que no padecía ni sentía. Al rato, Enrique, se metió entre sus piernas. Con cuatro dedos de la mano derecha le acarició el clítoris, lo hizo de manera transversal, luego le besó la pelvis, en el que lucía una diminuta línea de vello pelirrojo, después, con la lengua plana, lamió la vagina de abajo a arriba, lentamente y acabando cada subida lamiendo y chupando su clítoris, y luego mamándole la vagina, que no dejaba de escurrir fluidos. Valeria, que no se había visto en otra igual, no pudo fingir más, comenzó a retorcerse, a arquear el cuerpo y a gemir. Enrique, cuando vio que su nuera iba a acabar, le metió dos dedos dentro de la vagina, la masturbó, le lamió el clítoris y Valeria acabó como una perra rabiosa, babeando por la boca y por la vagina, arqueando el cuerpo, sacudiéndose y gimiendo. Al acabar de gozar, le dijo Enrique: “Hacía años que no me comía una vagina tan exquisita. Me gustaría repetir, pero con tu consentimiento”. “No te voy a dar mi consentimiento, pero si quieres repetir, repite” –maldito enfermo.

Le había dado el consentimiento, de aquella manera, pero se lo había dado. Enrique volvió a la acción, le enterró la lengua en la vagina, la sacó, lamió de abajo a arriba y después envolvió el clítoris con la lengua y los labios, y se lo chupó unos segundos. Volvió a enterrar la lengua en la húmeda vagina de su nuera y después de follársela con su lengua y de chuparle el clítoris, otras tantas veces, le dijo: “¡Ponte de lado!”. Valeria se puso de lado, Enrique, se puso detrás de ella, le besó la espalda, le metió dos dedos dentro de su vagina y la penetró. De nuevo comenzó a gemir como loca. “¡Ponte boca abajo” –le ordenó Enrique. Se puso boca abajo, le echó las manos al vientre, le levantó el culo y le lamió y le folló el ano con la punta de la lengua. Valeria gemía de tal manera que era obvio que se iba a acabar pronto. “¡Ponte boca arriba, flexiona las rodillas y abre las piernas!” –fue la nueva orden de Enrique. Valeria hizo lo que le indicó y él volvió a aplastar su lengua contra la vagina de su nuera. Ella solo gemía de placer, estaba absorta por el placer, cerraba y sus ojos y su boca se abría dejando escapar sus sensuales gemidos. Entonces Enrique le dijo: “¨Muevete y acaba cuando quieras!”. Esas palabras resultaron para ella ser el alivio que su cuerpo necesitaba. Valeria movió su pelvis de arriba abajo. A medida que sentía que el orgasmo estaba por llegar, levantaba su pelvis, se ayudaba apoyando los pies en la cama. Cuando el orgasmo llegó, exclamó: “¡Voy a acabar maldito cerdo!”. Enrique no despegó la lengua de esa vagina mientras Valeria era azotada por olas de placer que la hacían gemir y retorcerse en la cama, aunque él quisiera o pudiera no podía despegarse de ella, ya que Valeria le había tomado la cabeza con ambas manos y no se la soltó hasta que el intenso orgasmo cesó.

Valeria terminó reventada con el placer, Enrique, a su lado, acariciándole el cabello, y con voz melosa, le dijo: “Eres la octava maravilla del mundo”. “Tú sigues siendo un maldito” –le dijo ella. “Sí, pero un maldito con suerte. ¿Sabes lo que me gustaría ahora?” –le dijo él. “¡Qué te la chupe! Pero no voy a hacerlo” –respondió Valeria. “Yo te lamí la concha” –le dice él. “¿Te pedí yo que me lo comieras? ¡Y deja de tocarme el pelo!” –contesta ella. Él dejó de acariciarle el cabello y le preguntó: “¿No te gusta que sea cariñoso contigo?”. “No” –respondió ella de manera tajante. “Entonces seré rudo” –le dijo frunciendo el ceño. Tomó una sábana y la mordió. “¿Qué mierda haces, animal?” –le preguntó ella. Rasgó la sábana, la puso boca abajo y con una tira le ató las manos, luego la volvió a poner boca arriba. Se sentó sobre su pecho, agarró su verga y se la frotó en los labios. Valeria giró la cabeza. “¡No te la voy a mamar, estúpido! La agarró por la nariz, apuntó a esa boca y se la volvió a frotar en los labios. Valeria abrió la boca para respirar y la verga de su suegro se metió en ella. “¡Chupa, puta!” –le dijo él. Como ella no hacía nada, se la sacó de la boca y le dio una bofetada. “¡Abre la boca y chupa, puta!” –le dijo. Valeria tenía cara de espanto. “¡Me pegaste!” –le dijo con terror en su voz. Él levantó la mano y le dijo: “Si no me la chupas te dejo la cara como te dejé el culo con la zapatilla”.

Valeria, asustada, sacó la lengua y le lamió la corona de glande, luego, Enrique, le acarició el clítoris con la yema del dedo medio de su mano derecha. Ella empezó a excitarse, le metió el glande en la boca. Valeria se lo chupó, al principio, poniendo cara de asco, pero cuando la punta del dedo comenzó a entrar y salir de su vagina, ya lo chupó con cara de caliente. Cuando Enrique vio que estaba bien cachonda, le preguntó: “¿Dónde quieres que te la meta primero, entre las tetas, en la concha o en el culo?”. “No quiero que me la metas en ningún sitio” –le contestó ella. Le folló la boca con fuerza, después la sacó, y sin dejar de cogerla con el dedo, le preguntó: “¿Dónde?”. “Si no hay más remedio, preferiría que me cogieras las tetas” –respondió. “¿Y después?” –volvió a preguntarle. “En la concha, ya que dicen que por el culo duele” –dice ella. “Si te lo cojo yo, no te va a doler” –le dice él. “Sí, claro, y la tierra es cuadrada” –responde ella con sarcasmo. Le frotó la verga por el pezón derecho y en la areola, después se lo frotó en el pezón y la areola izquierda, acto seguido, dejó de cogérsela con el dedo, le juntó las tetas y puso la verga entre ellas empezando a moverse lentamente, la cara de Valeria era de placer y morbo, ver a su suegro haciendo esas cosas sucias, la ponía caliente. “¿Te gusta, Valeria?” –le preguntó Enrique. “Sí, me gusta, lo que no me gusta es tener las manos atadas, ni que seas tú quien me está dando placer” –le responde ella. “Lo de las manos lo puedo solucionar” –dice él. La puso boca abajo y le desató las manos, Valeria se puso boca arriba, le agarró la verga para masturbarlo y le dijo: “Ya que vamos a coger, vamos a hacerlo bien”. Le puso la verga hacia arriba y lamió varias desde los testículos al prepucio, después volvió a lamer sus testículos y los chupó, ya eran inevitables sus ganas de chuparle la verga a suegro, se la empezó a chupar con lujuria, la tragaba completa y la sacaba llena de saliva, se la volvía a comer completa. Valeria quería que su suegro acabara, así ya no se la cogería y lo logró, Enrique acabó en la boca de su nuera, dejándosela llena de semen. .

Cuando iba a escupir el semen, Enrique, le metió la lengua en la boca y la besó. Besándose, se tragaron entre ambos cada chorro de semen. Fue el beso más caliente y sucio que Valeria había recibido en su vida, eso la puso tan caliente que se rindió por completo a los deseos de su perverso suegro. “¿Lo del sexo anal lo decías en serio?” –le preguntó Valeria. “Sí, con el sexo no bromeo” –respondió Enrique. “¿Seguro que no me dolerá si me follas el culo?” –volvió a preguntarle la chica. “Seguro. No será el primer culo que abro” –le dice Enrique. “¿Me tendría que poner en cuatro?” –preguntó con sensualidad y curiosidad Valeria. “Por supuesto” –le contestó Enrique. Se puso en cuatro y separó las piernas. “¿Así está bien?” –le preguntó. “Separa un poco más las piernas” –respondió el pervertido suegro. Las separó más como Enrique le había dicho. “¿Así suegrito?” –le preguntó ella.  “Así estás perfecta” –le dijo él. “Has hecho de mí una puta” –le dice ella con sensualidad. “No hay putas con tu belleza, y menos con tu cuerpo, pero dime una cosa. ¿Empezaste a coger conmigo sin querer o porque querías hacerlo?” –preguntó el hombre con curiosidad. A lo que Valeria le respondió: “Sin querer hacerlo, pero las ganas me llevaron a esto”.

Enrique vio como brillaban en sus muslos esos fluidos que habían salido de su vagina. Eran muchos y eso solamente podía ser por una cosa. Lo quiso corroborar: “¿Estás ovulando?” –le preguntó. “Sí, pero eso no te detendrá, porque se nota que quieres cogerme” –le responde ella. Le empezó a pasar su lengua por la vagina de su nuera hasta su ano, era tan perverso que Valeria gemía a destajo de esa lengua intrusa que la recorría con libertad. Luego, le metía la lengua en la vagina mezcladas por certeras lamidas que se deslizaban a su culo. Le siguió el dedo pulgar de Enrique que se metía lentamente en el culo de su nuera para preparar el camino de su verga y las nalgadas que en ese momento para Valeria eran caricias.  La chica ya quería que se la metiera por el culo, pero podría esperar un momento más, así que le dijo a su suegro: “¡Métemela en la concha! ¡Tiene hambre de verga!”. Le agarró del cabello, tiró de él, le apretó el vientre con la otra mano y se la metió con fuerza, ambos estaban frenéticos de placer. El hombre sabia como hacerla sentir puta y le gustaba esa sensación que su vagina experimentaba. Los gemidos de Valeria eran cada vez más intensos, lo que calentaba más a Enrique, que la embestía con fuerza. Valeria estaba siendo penetrada con fuerza, iba camino al orgasmo, su cuerpo ya no podía resistir, al punto de pedirle que le llenara la vagina de semen. Que no se detuviera hasta vaciarse por completo dentro de ella. Ante la súplica imperante de su nuera, Enrique no tardó ni un minuto en gritar: “¡Voy a acabar!”. Pasó lo inevitable, Enrique eyaculó dentro de su sensual nuera dejándola llena de semen. Ambos cayeron rendidos en la cama. Ella no podía reclamarle nada, porque de sus labios salieron las suplicas de que acabara dentro. Después de la tremenda cogida que recibió, ya no quiso que le cogiera el culo ese día ni ningún otro, pues ya no volvieron a coger más.

Enrique se vistió y le dejó dinero que su jefe le había dado para cogérsela. “Has sido una buena puta, te mereces el pago” –le dice. Salió de la casa, no sin antes darle un beso lleno de ternura en los labios. Valeria se quedó en la cama tendida, exhausta. Había sido la puta de su suegro ese día, lo disfrutó y no podía quejarse. Pasó un mes después de ese perverso momento y fue al médico para saber si había tenido consecuencias, para su suerte nada había pasado y podía respirar tranquila. A la semana siguiente su marido vino de vacaciones por un mes y cogieron como enfermos todos los días en la misma cama donde había sido la puta de su suegro.

 

 Pasiones Prohibidas ®

6 comentarios:

  1. Hermoso relato que despiertan pasiones. Gracias

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  2. No puedo dejar de pensar en que me cojan de esa manera, todavía estoy mojada y con ganas

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  3. Que exquisito relato cada línea cada región desprenden lujuria y perversión como.siempre excelente Caballero

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  4. Exquisita lectura Señor gracias

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