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martes, 23 de abril de 2024

124. Sumisión ante mi pueblo

 


A la muerte de mi padre heredé el trono de mi reino. No tenía más que 21 años, pero la falta de hermanos me dejaba la corona y la responsabilidad de dirigir mi reino desde ese mismo momento. Evidentemente voces discordantes por parte de ciertos nobles pusieron en entredicho la legitimidad de mi padre como la mía propia para reinar. Al principio intenté hacer oídos sordos a las críticas, después traté de negociar con ellos y posteriormente decidí junto a algunos de los antiguos asesores de mi padre que aquello había ido demasiado lejos.

Organicé una fiesta en mi castillo donde invité a la totalidad de los nobles del reino, tanto a los favorables a mi causa como a los revoltosos. Los nobles fueron recibidos con todo tipo de agasajos según iban llegando, cuando la totalidad se encontraban en el castillo, bueno la totalidad no, pues tres de los que más se enfrentaban a mi nombramiento excusaron su presencia, se les hizo pasar a una grada desde el que todos juntos pudimos ver una exhibición de lucha, un torneo y un exhibición de corte de troncos por parte de los labriegos. Toda la fiesta fue regada con cantidad enorme de vino. El vino siguió corriendo cuando ya, durante la cena todos devoraban los manjares ofrecidos, todos bebieron en abundancia salvo yo y mis más leales colaboradores. Cuando el mayordomo anunció los postres por cada puerta de inmenso comedor aparecieron soldados leales a mí que tras ejecutar a las guardias de los nobles díscolos procedieron a su captura.  Los infelices no podían dar crédito y cuando se dieron cuenta estaba encadenado en las húmedas mazmorras del castillo.

Mis colaboradores me sugirieron matarlos a cuchillo y acabar rápido con el problema, pero decidí que no, que serian torturados en publico para que los pocos apoyos que pudieran tener en el reino se desvaneciesen como azúcar en agua. Personalmente nunca había asistido a una tortura, y menos masiva. De nuevo mis consejeros me aconsejaron no ir, pero yo insistí en presidir los eventos. Además, sería una prueba a todos los presentes que con la Reina no se juega. La verdad se me hizo  larga las jornadas en las que uno tras otro, los antiguos nobles díscolos iban saliendo al patio de armas donde el verdugo les esperaba. Al principio me dio un poco de repugnancia verlos ser sometidos a la vista de todos, era como un escalofrío que recorría mi espalda, acompañado de nauseas.  Evidentemente el verdugo era un carnicero sádico que disfrutada del dolor que les infringía. Los hacía sufrir con una habilidad tremenda hasta que poco a poco les iba llegando la muerte. Todo cambió cuando salió al patio Doña Emma, Condesa de la Rivera y una de las que más luchó en contra de mi coronación. Emma salió al patio altiva. Conocía su final y se enfrentaba a él con una mirada desafiante. Me miraba con asco. “¡Que se recree con ella!” –le dije a mi sirviente de la derecha, este le dijo algo al oído a uno de sus asistentes y este corrió hacía el verdugo, el cual me miró y hizo una mueca parecida a una sonrisa. El verdugo arrancó la ropa a la condesa que con sus manos encadenadas intentó tapar su desnudez.  Le valió de poco por que fue conducida por lo pelos hacía una estaca donde fue atada.  El verdugo tiro sin ningún cuidado de sus pezones y cuando estos estaban rojos y crecidos colocó sobre ellos dos diminutas amarras con y dejó dos pesadas piedras haciendo péndulo.  La condesa más que quejarse puso cara de placer.  El verdugo le dio la vuelta y con una vara empezó a azotar las nalgas de la desdichaba que aunque su respiración se aceleró fue el único de los torturados que en vez de gemir se relamía de la situación, parecía disfrutarlo. La azotó con la vara más de 10 minutos para pasar a continuación al látigo, del cual he de reconocer que era un virtuoso el verdugo. Minuto a minuto fue marcando el cuerpo de la condesa, primero las glúteos, después la espalda, mas tarde el interior de las pantorrillas y por últimos los brazos.  No soltó un solo quejido, pero en un momento dado se le acabaron las fuerzas y quedó colgada del poste por sus encadenadas muñecas.

El verdugo la soltó y dejó que su cuerpo cayese. La despertó con un cubo de agua.  Cuando la volvió a levantar el agua caía por su cuerpo, en especial por los negros vellos de su sexo. La colocó apoyada sobre un potro con el pecho pegado a él. Ató sus muñecas a las patas delanteras del mismo y sus piernas a las traseras, la dejo en esta posición un buen rato dejándola sufrir con los amarres tirantes. Entonces el hombre enmascarado sacó su verga y sin miramientos le penetró la vagina mientras tiraba de su cabellera hacía atrás. Emma gemía mientras era violada, el verdugo resultó ser un semental con mucho aguante. La mujer apretaba sus puños a cada embestida. Ante la sorpresa de todos, la condesa empezó a tener una cantidad inmensa de espasmos, su piel desnuda se erizaba mientras daba un gemido largo y profundo. De su vagina caía un chorro de líquido que nunca había visto en mi vida. Entonces el verdugo siguió y así sin la piedad que era característica en él, ensartó su verga por el culo de la condesa. Ella dio un grito que ensordeció a los presentes. La penetraba con fuerza tomando sus caderas con sus poderosas manos. Se escuchaban susurros entre los presentes, pero no importaba lo que pudieran estar murmurando ya que el espectáculo era de lo más perverso. El verdugo siguió un poco más hasta acabar en ese destrozado agujero. La muy perra tenía en su cara una mezcla de dolor y placer, había disfrutado cada aberración a la que fue sometida. El enmascarado sacó su verga del culo de la condenada y su líquido blanquecino escurrió por esos magullados muslos. Luego de eso, tomó un cuchillo que sacó de su bota y con crueldad rebanó su cuello de lado a lado. La sangre salió a borbotones y se desparramaba en el piso. El cuerpo de la condesa tuvo varios espasmos hasta que la vida se apagó en sus ojos.

Mi vagina estaba perversamente mojada, estaba chorreando, jamás había disfrutado viendo algo así en mi vida, estaba tremendamente excitada. Tenía la necesidad de ser cogida como una vil cerda que se revuelca en el barro y saciar mi hambre de lujuria. No pude más que levantarme y ordenar: “¡Manda a William a mis aposentos!”. “¡Cómo usted ordené mi Señora!” –contestó uno de mis consejeros reales. Me dirigí hacía mi alcoba, me desnudé, me puse a cuatro patas y esperé no más de un minuto a que William, uno de los miembros de mi guardia personal, entrase en la habitación, se desnudase y agarrándome por las caderas me penetrase hasta el fondo. “Tírame de los pezones” –le dije mientras empezaba a envolverme en un placer fruto de la penetración y la excitación de ver a Emma, la sucia Emma flagelada. William me dio con fuerza, como a mi me gusta. Sabía que dejarme sexualmente insatisfecha le traería problemas. Cuando su esperma caliente se regó mis nalgas, sinceramente no sabía ni donde estaba. Estaba ebria de placer, satisfecha y cansada, tanto que le dije a William que se retirara y me quedé dormida sobre la cama

Dormí hasta la mañana siguiente. Me desperté curiosamente excitada, pensé en volver a llamar a William, pero con mis dedos índice y medio solucioné yo sola el problema, gritando de placer al llegar al orgasmo. Mis fluidos corrían como un manantial inagotable, mi respiración estaba agitada, en mi cabeza daba vueltas la cara de placer que tenía Emma a pesar de estar siendo torturada. ¿Por qué el dolor la excitaba? No pude durante todo el día quitarme de la cabeza la escena de Emma disfrutando de su tormento.  Estaba un poco confundida hasta que hice que uno de mis asistentes investigase el porqué. “Mateo, quiero que investigues por que la condesa disfrutó de su tortura” –ordené. “Sí, mi Señora” –respondió él. Al instante salió del palacio con una numerosa escoltas de guardias del castillo. Tomó su caballo y fueron al castillo de la fallecida condesa. No tuvo que amenazar de muerte a los sirvientes para conocer el porqué de aquello. No tardaron mucho en decirle todo lo que sabían con respecto a los gustos poco cristianos de la perra que tenían por ama. También dejó unos guardias custodiando el castillo ya que lo reclamó para el reino, siendo una nueva propiedad que se adjudicó la Corona. “Mi Reina, ya sé la razón del comportamiento de la condesa durante la jornada de ayer” –me dijo Mateo al regresar. “Soy toda oídos, habla de una vez” –le dije. “La condesa disfruta, bueno disfrutaba de prácticas sexuales extremas” –dijo él posando su rodilla en el piso y  bajando la mirada. “Desconozco esas prácticas sexuales.  ¡Explícame de una vez!” –le dije al levantarme del trono. “Aunque parezca raro, Su Alteza, la condesa disfrutaba de ser azotada como parte de sus costumbres sexuales” –dijo Mateo. “¿Qué dices?” –le pregunté incrédula. “Sí, además de sexo habitual el que el Señor nos dio para procrear, la condesa disfrutaba siendo sometida por sus lacayos y siendo azotada hasta la extenuación” –respondió.  “¿Es eso posible? ¿Es normal?” –pregunté. “¡Sí mi Señora! Hay personas que disfrutan de estas prácticas, según nos confesó uno de los sirvientes que solían montarla y además la sometía, la condesa tenia mayores orgasmos cuando era azotada y vejada que siendo penetrada” –respondió con naturalidad. “Parece mentira, con lo altiva, prepotente y despectiva que siempre ha sido con todo el mundo, no me imagino a una mujer así prestándose a ser humillada de esta manera” –le dije con asombro. “Mi Señora, según leí hace tiempo, estas prácticas las llevan a cabo mujeres con poder que disfrutan con prácticas poco ortodoxas que le hacen ir a un mundo que no es el suyo” –Respondió Mateo. “Está bien. Gracias por la información que me has traído. Puedes retirarte” –le dije. “Gracias mi Señora, es un placer estar a su servicio” –dijo él

Me quedé pensativa.  Por mi cabeza pasaban mil imágenes de la condesa siendo azotada en las mazmorras de su palacio. Mi vagina hervía, sentía que palpitaba. Salí a caminar por los jardines del Palacio para intentar calmar la lujuria que se había encendido al escuchar a Mateo, era imposible sacar de mi mente esa cara de meretriz de Emma siendo torturada, ya no aguantaba las ganas, no pude más y me dirigí a mis aposentos. “¡Que venga William!” –grité mientras caminaba. En esta ocasión lo esperé vestida.  El soldado se extrañó verme así, era la primera vez que entraba a mis aposentos y no me poseía apenas entraba. “William, quiero que bajes a la mazmorra y subas con unas cadenas” –le dije. El soldado se extrañó pero no dijo nada, solo obedeció mi orden. Cuando volvió me encontraba a cuatro patas, con la vagina chorreante y mi respiración agitada. “¡Encadéname!” –le ordené. El soldado me puso cadenas en tobillos y brazos, de esta manera me montó duro como a mi me gustaba. Sus brutales embestidas me hacen gemir y gritar. Entre más fuerte entraba su verga, más desesperados eran mis gritos de placer. “¡Así, más rápido!” –le decía gimiendo. Él con esa fuerza que poseía me la metía hasta el fondo, se podía escuchar el sonido frenético de nuestros cuerpos chocando. Me sentía en el paraíso disfrutando de un exquisito placer. Ya me encontraba a punto del orgasmo. “¡Azótame las nalgas!” –le ordené. Él sin cuestionar nada empezó a nalguearme. Los primeros azotes fueron blandos, el soldado no se atrevía a darme fuerte, ya que tenía temor de que tomara represalias en su contra. “¡Hazlo con fuerza gusano” –le grité entre jadeos. Cuando empezó a azotar mis nalgas como se lo había pedido me dolió bastante y estuve a punto de ordenarle que se detuviera, en mi cuerpo empezó a correr un placer que se incrementaba con cada azote, a cada golpe de dolor, ese dolor se convertía en placer. “¡Voy a acabar Su Alteza!” –dice William. “¡Hazlo en mi cara! –le ordené. El hombre sacó su verga de mi mojada vagina, cambió de posición y agitándose el miembro lanzó tres viscosos chorros en mi cara, no pude resistir la tentación y me la metí en la boca probando por primera vez en mi vida una verga en mis fauces. Era exquisito sentir como palpitaba en mi boca y como mi lengua la recorría, sabía que las putas de la cantina encantaban así a los hombres para que volvieran regularmente a degustar del placer que en sus casas no recibían. La verga de aquel fuerte soldado poco a poco se puso flácida, ya había cumplido su cometido y como siempre supo cómo dejarme satisfecha. Le dije que quería seguir encadenada durante un rato. William se quedó de pie al lado de la cama.  Me sentía en las nubes, tirada en la cama, encadenada, con la cara y el pelo llenos de semen y con mi boca con el sabor salado de la verga de mi soldado.

El sexo con William y otros soldados empezó a ser cada vez más duro, a veces me encadenaban, otras me ataban e incluso llegaron a sujetarme una cuerda al cuello de la que tiraban mientras me follaban como endemoniados. Deseaba bajar a las mazmorras, saber qué mundo se escondía en las profundidades del castillo, ver aquellos artefactos con las que eran torturados aquellos que cometían algún crimen dentro de los límites del Reino y fantasear con aquellas torturas destinadas a los condenados. En mi afán de ir a las mazmorras le manifesté mi deseo a Froilán, el encargado de realizar esos trabajos que pocos se atreven a realizar, el Verdugo Real. “¡Mi Señora, ese no es lugar para usted! La suciedad y los olores no son dignos de una Reina tan sofisticada” –me dice. “¿A caso no tengo derecho a conocer todo el Palacio? Eso incluye las mazmorras y por donde quiera andar” –le dije. “Lo sé, para usted no debería existir un NO por respuesta, pero soy yo quien se encarga de ese lugar, no quiero que sus ropajes se ensucien con la vileza de las mazmorras” –dijo él intentando hacerme cambiar de opinión. “Voy a bajar, quieras o no, ya que si te opones vas a pasar tus días encerrado en una de esas sucias celdas” –le dije. “¡Muy bien Mi Señora! ¡Su deseo será cumplido!”. Bajamos por el estrecho pasillo, Froilán tomó una antorcha para alumbrar nuestros pasos, ya que la luz no llegaba. Bajamos los escalones y el olor a heces fecales y orina se sentía en el ambiente. Me excitó ver las cadenas que caían del techo en las gélidas mazmorras. Había prisioneros que serían ejecutados en las celdas alrededor de la zona de tortura que me miraban con asombro. No habían visto a una mujer en ese lugar que no estuviera para ser castigada. Esas miradas de asombro y morbosas me ponían caliente, ya que estaban encerrados por mucho tiempo y obviamente no habían tenido sexo hace tiempo.

Froilán me explicó para que servía cada instrumento, cuánto daño hacia cada látigo, cada flogger.  Me explicaba las sensaciones que las personas sometidas sentían en cada sesión. “¡Deseo probarlo! ¡Quiero saber de primera mano que sienten mis súbditos, incluso los condenados!” –le dije. El verdugo me miró con poca sorpresa, estaba claro que los soldados habían hablado de mis gustos sexuales. Me condujo debajo de las cadenas y ató a ellas mis tobillos, y mis brazos, quedando estos abiertos. “¡Quiero probar un látigo!” –le dije. “Tenemos varios mi Señora” –respondió. “Lo dejo tu elección” –le dije. Estaba extremadamente excitada en ese lugar, el olor nauseabundo quemaba mi nariz, incluso sentía el olor a la sangre derramada en el suelo. Me calentaba la mirada de los hombres en las celdas y en esa posición, expuesta y con un hombre a mi espalda con un látigo en la mano. El verdugo, blandió un flogger y con él azotó mi espalda y nalgas, me excitó mucho, pero no me dolía. “¡Desnúdame la espalda y vuelve a azotarme!” –le ordené. “Pero mi Señora, le dolerá” –me contestó. “¡Eso lo decidiré yo, tú azótame, no temas nada!” –le dije casi jadeando, estaba deseando ser flagelada. Los encarcelados miraban atónitos. “No sé cómo abrir este vestido” –me dijo Froilán. “Rasga la espalda con un cuchillo” –le contesté. Sacó de puñal y rasgó mi caro y lujoso vestido, dejando al aire mi espalda y mi ropa interior de lana. “¡Rasga también el sujetador y las bragas!” –le ordené. El contacto del hierro con mi piel me hizo estremecer, la fría hoja se deslizó en mi espalda y en mis muslos; tenía la vagina mojada y hervía por la calentura. “¡Ahora vuelve a azotarme!” –ordené. El primer golpe hizo que acabara, un tremendo orgasmo cruzó mi cuerpo y mis piernas fallaron dejándome colgada de los brazos. “¡Mi señora!” –gritó Froilán. Yo me recompuse y sin mírale le pedí más. “¡Azótame, trátame como a una condenada!” –le dije

Me azotó durante diez minutos, le ordenaba que cambiase de flogger hasta que torturó mis nalgas con un dolorosísimo látigo que dejo mi culo lleno de marcas. Iba de orgasmos en orgasmo y el verdugo esperaba pacientemente a que me recompusiese para volver a empezar ya sin esperar mi aprobación. Acabé destrozada, una sirvienta me bajó un vestido nuevo el cual me cambie ante la mirada de todos los hombres de las celdas no perdían vista. Movían sus vergas con demencia al verme con la cara llena de placer, incluso eyacularon en el piso, en sus caras sucias se veía el morbo, me calentaba ver como lo hacían y esperé pacientemente hasta que ya estuvieran en un estado de calma. “Cercena sus miembros y mátalos como cerdos, yo no les ordené que se tocaran” –le dije a Froilán antes de abandonar la sucia estancia. Me quedé mirando como mi orden era cumplida. Los hombres suplicaban por sus vidas, pero mi decreto debía cumplirse. La orden fue ejecutada y uno a uno sufrieron la amputación de sus vergas para después ser apuñalados en el cuello y dejados a que se desangren como los cerdos. La escena me excitó demasiado, podía sentir en mis muslos desnudos como mis fluidos escurrían.

Había pasado un tiempo y la economía del Reino no iba de la mejor manera, por lo que me vi obligada a subir impuestos, esto no contentó ni a la nobleza ni al pueblo, hubo conatos de insurrección por parte de algún hombre que envalentonado por lo nobles que se libraron del verdugo en el banquete en que cayeron mis enemigos. La caída de dos de los nobles fugitivos y de un par de cientos de campesinos relajó las cosas.  Todos fueron torturados y ejecutados en público para darle una lección a mi pueblo y para mi propia satisfacción.

Mi actividad sexual fue aumentando. No era rara la noche en la que en mi habitación era montada por dos o más soldados con carta blanca para disfrutar de mi cuerpo. Los hombres disfrutaban flagelándome, follándome en posturas imposibles por todos mis agujeros y finalmente corriéndose en mi cara a la vez. Yo les premiaba con buenas bolsas de oro por su hombría y su discreción. A pesar de lo poco ortodoxo, le dije a Froilán que me trajera unos harapos de las criadas para vestirme, él recibió la orden sin inmutarse. Me hizo llegar unos harapos que me puse mientras le esperaba. Me hizo esperar más de 10 minutos de pie en mi habitación, por menos de eso le hubiera mandado azotar, pero había pedido ser tratada sin ningún miramiento por lo que aguanté mientras mi vagina empezaba a mojarse. Froilán entró y sin ningún miramiento me tiró contra la pared y me encadenó de pies y manos. Empujada por los soldados fui conducida a la mazmorra sin que por primera vez en mi vida la gente no bajase la cabeza a mi paso. Llegué a la mazmorra y el verdugo me arrancó los harapos. Me miró de arriba abajo y me abofeteó al ver que llevaba bragas, me las arrancó haciendo un daño terrible en la entrepierna. Mis pezones estaban duros de la excitación, respiraba agitadamente y más cuando me puso varias pinzas en mis pechos y en mi clítoris.  El éxtasis total llegó cuando puso dos últimas pinzas en mis duros pezones.

El carcelero que ayudaba a Froilán colocó las cadenas a mis extremidades. Con una cuerda tensó las mismas quedando mi cuerpo casi suspendido. “Espero que le guste tanto como a su madre” –me susurró al oído. Yo aluciné, jamás pensé que mi madre disfrutaba de estas cosas y mucho menos que venía a la mazmorra para ser torturada sin piedad. El primer latigazo fue el más fuerte que había recibido en mi vida. No creía que pudiese resistirlo, pero cuando ya llevaba seis, no deseaba que aquello parase. El verdugo me azotó con fuerza. Cambiaba de látigo una y otra vez.  Unos eran realmente la cola de satanás, los otros me permitían descansar. Me azotaba por todo mi cuerpo. Primero en las nalgas, después en la espalda, luego pasó a mis senos y posteriormente a mis piernas y pies. No sé el tiempo que me azotó, solo recuerdo que casi colgando de las cadenas pues mis piernas no podían más cuando se acercó para soltarme, no solo soltó de un tirón las pinzas en mis pezones sino que además retorció los mismos llevándome al cielo del placer. Caí echa un ovillo al suelo cuando soltó las cadenas, ante mi sorpresa el verdugo me metió su sucia verga en la vagina y el carcelero la suya en la boca. Acabé como una de las sucias putas de la cantina atendiendo a dos hombres a la vez, sentir como el semen tibio del carcelero llenaba mi boca y lo bebía como si fuera el mejor vino exprimido del Reino era delirante, lo mismo me sucedió cuando Froilán sacó su verga y dejó caer su semen en mi espalda. Sentir el tibio recorrido me llevó a un delicioso orgasmo. Recorrí el camino de vuelta a mis aposentos cubierta en una piel de oso y con la Guardia Real gritando hagan paso a la reina, en este camino de vuelta mis súbditos si bajaron la cabeza a mi paso.

Los impuestos seguían subiendo y el cobro de los mismos cada día era una labor más complicada.  Mi pueblo no estaba contento ni yo tampoco. Siempre pensé que mi vida como Soberana sería placida y sin embargo, me veía preocupada por la estabilidad de mi pueblo sobre todo por las acciones de Sir Edward de la Higuera que siendo el ultimo noble díscolo seguía sin ser capturado y obviamente era un agitador frente al pueblo en contra mía. Con el paso del tiempo eran públicas y notables mis aficiones sexuales. Lo bueno de ser la reina es que nadie te juzga o al menos nadie se atreve a decir nada. Me encantaba bajar a la mazmorra con distintos verdugos que me eran prestados por mis nobles.  Cada uno tenía su técnica y todos sabían que aunque tenía carta blanca conmigo no debía quedarme ninguna marca permanente.

La mujer de Sir Edward fue capturada y se le sometió al mismo suplicio que a la condesa Emma. A diferencia de esta no disfruto para nada los servicios de Froilán. Encerrada en la mazmorra fue sometida a las más perversas torturas que una mujer puede soportar. Incluso sirvió para calmar los bríos de algunos caballos del establo. Cuando no pudo soportar más pidió perdón por los actos cometidos contra la Corona, pero de mi parte no obtendría la clemencia que suplicaba. Hice que le cortaran la lengua y que fuera la esclava de los carceleros, no tenía derecho a vestir ni siquiera harapos. Le despojé su título de Lady y la nombre la puta de la mazmorra. Siempre bajaba a ver cómo era violada por los guardias y carceleros, me calentaba ver el dolor en sus ojos y varias veces me tocaba viendo como a uno a uno se la follaba. Alucinaba imaginando que era yo la que estaba siendo sometida y torturada en presencia del pueblo. Por lo que organicé una fiesta para Mayo en donde todos serían agasajados por un banquete y yo cumplir el deseo que me ponía caliente.

Llegó el día de la fiesta, recibí de nuevo en mis aposentos unos harapos incluso más sucios y roídos que los anteriores que había usado. Olían a mierda y orina. Disfruté quitándome mi lujoso vestido y colocándome la asquerosa prenda. Esa vez iba ser distinto, Froilán acudió media hora después a mi habitación. Me encadenó con más fuerza que nunca los brazos y las piernas, esta vez con la cadena más corta que de costumbre y empujada por el carcelero fui conducida hacia la mazmorra. La guardia me sacó por la puerta de enfrente del castillo donde habían cientos de campesinos que me lanzaron verduras podridas y me escupían mientras caminaba. Todo estaba saliendo a pedir de boca.

Me llevaron hasta una celda de la mazmorra donde fui lanzada sin ninguna compasion. Yo estaba excitadísima allí dentro con mis cadenas. Me tumbé sobre el asqueroso piso y empecé a tocarme, ya que era primera vez que me metían en una celda, me calentaban los barrotes y mis ganas eran mayores que la repulsión que pudiera sentir. Acabé un par de veces pero necesitaba más, le pedí al carcelero una verga tallada en madera que en más de una ocasión me habían metido por el culo y la usaban con la puta de la mazmorra, pero ante mi sorpresa me la negó y no solo eso sino que entró, me puso una argolla en el cuello y esta la ató a otra de la pared y así atada como una perra me sodomizó. Mi culo fue abierto sin consideración, con violencia. Me jalaba el cabello y me decía mientras me cogía: “Eres toda una puta. ¡Larga vida a la puta del Reino!”. Sus sucias palabras le hubieran costado la vida, pero tenía razón, era toda una puta que disfrutaba del dolor y ser usada con crueldad. Fui violada tres o cuatro veces a lo largo de la noche, no pude dormir, porque cada vez que lograba dormir algo, alguien entraba y abusaba de mi cuerpo.

Desde mi celda oía la fiesta que se estaba produciendo fuera, como desayuno recibí un trozo de pan duro bañado de semen equino y una jarra con orina. Lo me comí y bebí con desesperación. A las dos de la tarde la guardia vino a buscarme. Me hicieron caminar escaleras arriba y me llevaron al cadalso, ahí era el lugar donde se ejecutaba a los condenados en el Palacio. Me dejaron atada de pie en medio de él, ni los nobles ni los del vulgo decía nada. Froilán de nuevo se hizo esperar. Cuando llegó me rasgó la tela del harapo y me dejó desnuda completamente ante mi pueblo. Mi excitación iba en aumento. Me colocó unas pinzas en los pezones, otras en la vagina y colocó unas cadenas en mis muñecas, quedé encadenada a un poste después de un fuerte tirón. Mi excitación era máxima.

Froilán no tenía prisa, empezó azotándome las tetas, veía las estrellas cada vez que una tira del flogger chocaba con mi pezón. Cada vez que veía hacia abajo mis se llenaban de marcas, el dolor era intenso pero nada no vivido hasta entonces, la excitación era increíble solo de pensar en lo mucho que les calentaría a mi pueblo verme así. Me dio la vuelta y directamente fue por un látigo.  Eran como cuchillas cada vez que este daba en mi tersa piel. Nunca había probado aquel pero estaba segura que lo repetiría. “Este, mi Señora, es el que utilizamos con los más revoltosos” –dijo Froilán. Yo lo miraba cayéndose la baba de mi boca, y disfrutaba cada golpe certero en mis nalgas o espalda.  En algunos de los golpes el pueblo gritaba ante la dureza del castigo. No sé cuánto tiempo estaría recibiendo azotes, pero sentía como mi piel se desgarraba y la tibia sangre empezaba a cubrir mi cuerpo. No daba más de placer, los orgasmos eran seguidos, no tenía fuerzas siquiera para mantenerme en pie. Me soltaron de poste y me ataron a un potro en el que mi culo quedaba en pompa. Me tuvieron que llevar a rastras ya que no podía ni andar. Mi culo lo azotaron con una paleta hasta que no podía articular palabra, yo lloraba pero disfrutaba como nunca en mi vida, era presa del placer. Aquello estaba por terminar. En el mismo potro me soltaron mis ataduras, me subieron más en él y atando mis pies y a las patas traseras y brazos a las delanteras me dejaron a la disposición de quien me quisiese follar mis dos dilatados y excitados agujeros. Algunos campesinos aprovecharon el suculento manjar que tenían por delante y me follaron como locos dejando mis agujeros abiertos para el deleite de los presentes. Estaba ya un poco cansada y aunque quería una última sesión de orgasmos, no veía el momento de llegar a mis habitaciones y que mis criadas me curasen las heridas y me diesen un buen baño.

Sin misericordia el verdugo me penetró y empezó a embestirme salvajemente el culo. Por primera vez en mi vida de mi vagina empezó a salir una catarata de líquido que se sincronizo con un intensísimo y tremendo orgasmo. Froilán estuvo dándome un buen rato hasta que sacó de mi culo su sucia verga y la metió en mi vagina. Empezó a darme con fuerza y los orgasmos iban uno tras otro, no le hice caso pero a mi derecha oí los cascos de un caballo aproximarse. El verdugo me agarró bruscamente del pelo subiendo mi cuello para que pudiese ver ante mí a Sir Edward montado en un caballo que me miraba fijamente, intenté tirar de mis ataduras más por acto reflejo que por otra cosa. Contraje mi vagina y Froilán siguió fallándome hasta que acabó, llenando mi vagina con su semen, algo que le hubiese costado la vida. Cuando me di cuenta ante la situación que estaba una oleada de terror recorrió mi cuerpo. “¡Eres la puta del pueblo!” –me dijo. Lo miré suplicante, estaba en sus manos. De pronto, esa sensación de terror cambió y me calentó tenerlo frente a mí, me sentía vulnerable, no podía hacer nada, fui traicionada y nadie de La Guardia Real estaba dispuesto a blandir su espada por una vil puta usada a vista y paciencia del pueblo. Noté como un filoso cuchillo se posaba en mi cuello. La voz de los presentes se hizo escuchar a gritos: “¡La Reina ha muerto! ¡Larga vida al Rey!”. En ese momento sentí el filo del cuchillo cercenar mi cuello, mientras me ahogaba en mi propia sangre sentía espasmos deliciosos en mi vagina. Antes que la vida se me escapara tuve el ultimo orgasmo, uno que nunca había experimentado hasta que perdí el sentido.

Abrí los ojos, estaba en mis aposentos, empapada en sudor. Había sido un maldito sueño. Mi vagina estaba mojada, mis sabanas también. A pesar de ser un sueño aterrador fue placentero. Los preparativos de la fiesta siguieron tal como estaba planeado y para los de mi Reino fue exquisito saber que no solo tenían una Reina, sino una puta que disfrutaba del dolor y con sus agujeros disponibles para saciarlos.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

4 comentarios:

  1. Riquísimo! Me hizo mojar mucho

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  2. Wao que exquisito relato me encantó como.siempre Caballero

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  3. Un relato lleno de morbo y perversión

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  4. La lectura me cautivó y no aguanté las ganas de tocarme

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