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martes, 19 de marzo de 2024

113. El convento 1


 

Siglo XVIII, el convento estaba ubicado en un pequeño pueblo en el norte de Italia, estaba regido por el recién llegado sacerdote Donato de 56 años, era un hombre de estatura elevada, 1.98, un poco gordo, de barba negra y tupida, muy bonachón y querido por los habitantes del pueblo y también por las monjas del convento, con excepción de la madre superiora Gabriela, tenía 48 años, era una belleza pelirroja de ojos verdes, media 1.80; desde que enviaron desde Roma al padre Donato, el mal humor se apoderó de la madre superiora, pues prácticamente la habían relevado de su poder jerárquico, que anteriormente ejercía con orgullo.

Era una edificación que estaba en las afueras del pequeño pueblo, constaba de un comedor enorme, una cocina, una gran enfermería dividida en tres pequeñas habitaciones, cada una con su respectiva camilla, una pequeña capilla, un despacho parroquial y 10 habitaciones ocupadas por una veintena de novicias, la principal de ellas, que anteriormente era ocupada por la madre Gabriela, tuvo que cederla cuando llegó el padre Donato, la madre superiora fue relegada a una de las habitaciones regulares del convento, donde compartía habitación con las otras tres monjas de rango superior, Brunilda la alemana de cabello negro y ojos penetrantes del mismo color, era una gigantesca, de 1.85 cm, a sus 28 años era la más seria e introvertida de las tres, solo hablaba lo que era necesario, a veces intimidaba incluso a Gabriela con su mirada de acero, le seguía en rango, Varenka la rusa, de cabello rubio plata, ojos grises, media 1.76 cm, a sus espaldas, la llamaban la Rusa loca, se sabía al derecho y al revés la biblia, lo cual utilizaba para dar sermones a las novicias cuando era necesario llamarles la atención, tenía 24 años, por último estaba la francesa Laetitia, la más alegre y bondadosa de todas, tenía el cabello castaño y ojos azul cielo, media 1.62 cm, era la más querida de las monjas y la menor de ellas con tan solo 18 años, era con quién mejor se llevaba el padre Donato.

Las tres monjas tenían dos cosas en común, una de ellas, era el ejercicio de la medicina y lo otro era la singular belleza que poseían, al igual que la madre superiora Gabriela, todos los hombres del pueblo soñaban con los rostros de las monjas del convento cuando las veían en contadas ocasiones, pero solo suspiraban por sus rostros, pues gracias a sus hábitos no alcanzaban a imaginar sus cuerpos, que por cierto estaban bendecidos con gloriosas curvas.

Desde la llegada del padre Donato, se empezaron a celebrar misas todos los domingos en la capilla del convento, ya que la iglesia que estaba dentro del pueblo, fue víctima de un incendio en el que murió el padre Lorenzo y su sacristán, ésta fue la razón de la temporal visita del padre Donato al convento, quien esperaría a que construyan de nuevo un templo en reemplazo del anterior, para trasladarse a éste, lo cual esperaba con muchas ansías la madre superiora Gabriela.

Desafortunadamente para los habitantes del pueblito, el incendio también arrasó con el pequeño centro médico y sus ocupantes, que eran los dos profesionales en medicina con los que contaban los pobladores, debido a esto el convento se convirtió en el nuevo y temporal hospital, que era atendido por las tres monjas, las cuales eran excelentes practicantes de la medicina en el siglo de las luces y por suerte para los lugareños hablaban perfecto italiano y lógicamente latín. El pueblo estaba habitado por unas 100 personas, de las cuales unas 35 eran de la tercera edad, y unos 40 eran menores de edad, lo que dejaba un promedio de 25 personas adultas hombres y mujeres entre los 18 y 45 años, la mayoría de estas personas gozaban de buena salud y todos eran católicos devotos.

Era un sábado primaveral, día en que normalmente algunos feligreses iban a confesarse, ese día en particular sólo fue doña Antonella, la esposa del acaudalado comerciante don Pietro, posiblemente la mujer más adinerada del pueblo y también una de las más hermosas, era una rubia cuarentona, de voluptuosos pechos y caderas anchas, coronadas con un gran trasero, iba con un vestido largo, con mangas y un escote que oprimía las grandes tetas de esta belleza Italiana; se dirigió hacia el confesionario donde se encontraba el padre Donato, hizo la señal de la cruz y se arrodilló dentro del habitáculo. “¡Ave María purísima!” –dijo el padre Donato. “Sin pecado concebida” –respondió la mujer. Antonella se persignó otra vez.  “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” –dijo ella. “El señor esté en tú corazón para que te puedas arrepentir y confesar humildemente tus pecados” –dijo el sacerdote. “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Padre mi última confesión fue hace un año aproximadamente, he cometido adulterio padre, con diferentes hombres” –dijo la mujer con congoja en su alma. “Dime hija mía. ¿Lo sabe tú esposo?” –dijo el sacerdote en tono de pregunta. “¡No padre, me mata si se entera!” –dijo la mujer con vergüenza. “Pero, ¿estás arrepentida? ¡Me imagino!” –dijo el clérigo con voz inquisidora. “Si padre, pero no lo puedo evitar. Cada vez que mi marido se va en busca de negocios, no veo la hora de follar” –le responde Antonella.

El padre Donato empezó a sentir dura su verga, en muchos años que no le pasaba esto, el relato de la mujer del que no debería saber más detalles, le empezaba a interesar mucho, además alcanzaba a ver por la rejilla los jugosos pechos de doña Antonella, así que el padre se salió de los cánones normales y siguió interrogando a su interlocutora. “¿Con cuántos hombres has estado sin contar a tu señor esposo hija mía?” –pregunta el padre. “Con tres padre, es que no sé cómo explicarlo, pero cuando mi marido se va de casa, es como que tengo la necesidad de tener algo metido entre mis piernas o mi boca padre, me siento muy puta, pero me gusta” –le responde ella. “Sigue con tu confesión hija mía” –dice el padre. El padre Donato estaba muy acalorado, sin darse cuenta se sacó la verga, por entre el hábito y empezó a masturbarse poco a poco, algo que solo había hecho una vez en su adolescencia, pero luego de eso se sintió mal y tomó la decisión de ser un representante de Dios. “Si, padre, don Enzo el carnicero cuando se da cuenta que mi esposo se va de casa, aprovecha y me entierra su verga, don Fabrizio el herrero cada que estoy sola, aprovecha y me la mete con furia, por último don Massimo el que vende mariscos, en cuanto se larga mi marido se come mi vagina” –responde. Doña Antonella, también se estaba calentando con su confesión, así arrodillada como estaba e intentando que el padre no se diera cuenta, se metió mano por debajo del largo vestido y sus dedos hacían delicias con su hirviente sexo, pero el padre que estaba atento a sus palabras, como a su escote, no pasó por alto el movimiento de su mano, el padre Donato que ya se estaba enajenando, le dijo: “Hija mía, te voy a aconsejar, cuando tú marido se vaya de casa y te entre la calentura, te vengas directamente para el convento y hablas conmigo”. “¡Sí padre, así lo haré!” –le dice intentando esconder sus gemidos. Luego el excitado Donato, retiro con facilidad la rejilla del confesionario y sacando su verga por el agujero, le dijo: “Tu penitencia hija mía, es que te comas esta verga que representa el cuerpo de nuestro Amado Señor, para expiar tus pecados deberás meterte este instrumento de Dios por tu sucia vagina y por tu asqueroso culo, luego te vas a beber lo que salga de ella hasta la última gota, ya que esto representa la sangre de Cristo, con este acto piadoso te puedes redimir ante el Señor”.

Antonella que no podía creer lo que sucedía, trago saliva cuando vio la verga del padre Donato asomándose, el glande rojo y brillante por el líquido preseminal, así que sin darse cuenta la mano que tenía libre la agarrará, intentaba abarcar la circunferencia del miembro de su confesor, la movía de arriba abajo y empezó a chupar el glande de su santidad, por poco y le desencaja la mandíbula, pero la caliente Antonella lo hacía con gusto, era una puta que amaba verga. “Sí hija mía, deléitate con el cuerpo de Cristo” –le dice el padre encendido en lujuria. “Padre, me fascina su bendita verga. ¡Qué puta me siento!” –le dice Antonella con la misma lujuria que sentía el cura al escucharla. “A partir de hoy serás bendecida con mi verga celestial” –le dice el clérigo sumergido en el placer. “¡Por favor padre, necesito que purifique mi sucia concha!” –dice Antonella sin contener su deseo de ser cogida por aquel que decía ser hombre de Dios. Antonella dejó de chupar la gruesa verga del padre Donato, después de levantarse, se subió el vestido y se bajó las bragas, empinó su gran culo en dirección a la verga que tenía a su disposición, poco a poco la introdujo en su ardiente vagina.

“¡Ay padre qué delicia, su verga me llena toda, siento que me parte padre!” –decía la señora Antonella al sentir como la verga del padre Donato la invadía por completo. Los dos disfrutaban como cerdos en el lodo, Antonella empujaba hacía atrás con todas sus fuerzas, sus nalgas rebotaban contra la tabla por donde salía la verga del padre. Ella se movía con un vaivén desenfrenado dejando que el miembro del sacerdote se clavara en lo profundo de su intimidad. “Hija, ahora mi verga entrará en ese agujero pecaminoso y lascivo, así que abre tu culo y prepárate” –le dice el cura con la calentura corriendo por sus venas. Aunque Antonella era muy puta, le daba un poco de miedo meterse la verga del cura por el orto, pero más miedo le daba decepcionar a Dios y al caliente sacerdote, así que se escupió la mano y se lubricó el ano, con ambas manos se abrió las nalgas, con mucho dolor y placer introdujo hasta el fondo de sus entrañas la verga del padre Donato.

“¡Ay padre bendito! ¡Qué dolor! ¡Me rompe el culo!” –gritaba la mujer al otro lado del confesionario. Estaba en éxtasis disfrutando de las embestidas que el lujurioso sacerdote le daba, haciendo que su cuerpo fuese flagelado para alcanzar la anhelada redención de su alma. “Es tu castigo hija mía, por ser tan puta y se nota que lo disfrutas. ¡No lo niegues pedazo de puta!” –le dice el cura. “Si padre, lo merezco y me fascina su verga partiéndome el culo” –le decía Antonella entre gemidos, haciéndola perder el control de su cuerpo. Temblaba, balbuceaba, babeaba y pedía más, su culo se había acostumbrado a esa perversa verga que le abría el culo sin compasión. Minutos después el culo de Antonella sangraba, ya que hace tiempo que no había sido penetrada de esa manera tan salvaje, el lujurioso padre al ver la sangre que recorría su verga sonrió ante la ironía, ya que minutos antes le había dicho a la pecadora Antonella que se bebería la sangre del Señor. Entre más ella empujaba su culo hacia atrás, más brutales y profundas eran las embestidas del sacerdote. “De rodillas hija mía, que está por salir la bendición del Señor” –le dice el padre Donato, indicándole de forma alegórica que estaba pronto a eyacular y su boca sería el recipiente del semen que su verga expulsaría.

Al ponerse de rodillas Antonella que en medio de la gran excitación no se había dado cuenta de la hemorragia de su culo, hasta que vio la verga de su confesor cubierta con la sangre que había brotado de su culo, empezó a sentir el ardor en su agujero, pero eso no le impidió seguir con la penitencia, así que abrió su golosa boca y chupaba la verga del padre hasta que esté empezó a soltar chorros de semen que bañaban su rostro, ella intentó tragar lo más que podía, pero ya que el padre no había eyaculado por más de 40 años, la cantidad de semen que cubría la cara de doña Antonella era insólita, cabello, orejas, frente, ojos, hasta por su escote resbalaba el denso semen del padre Donato. “No dejes nada del semen que nuestro Amado Señor te regala. ¡Déjame limpia la verga pedazo de puta!” –le dice el sacerdote con su hambre de sexo calmada. Antonella lamía todo el tronco mezclado de sangre y semen, lo dejó bien limpio y reluciente, luego con sus manos recogía el semen que estaba por toda su cara, ingiriendo la tibieza de ese viscoso semen, inclusive se chupaba los dedos con el esperma que quitó de su escote. Minutos después de recomponerse de la tremenda cogida que le dio el padre Donato, esté le ordenó recitar una oración: “Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy una pecadora” –decía Antonella. “Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de Su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la iglesia, el perdón y la paz. Te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” –dice el lascivo sacerdote. “¡Amén!” –responde la adultera mujer. “La pasión de nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la bienaventurada Virgen María y de todos los santos, el bien que hagas y el mal que puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna, vete en paz” –dice el padre poniendo fin a la confesión. Doña Antonella salió del confesionario, con su gran culo adolorido, pero llena de placer, había descubierto una forma de seguir teniendo un marido cornudo, sin culpas y sin riesgo de ser descubierta, pues había tomado la decisión de no volver a llevar a su cama a ninguno de sus tres amantes, pues quedó enamorada de la verga bendita del padre Donato. El padre, luego de serenarse un poco, salió del confesionario, por suerte la capilla estaba desierta, lo que calmó sus nervios, pues de ser descubierto, podría hasta recibir la excomunión y ser desterrado de su cargo, por eso el padre Donato debía ser muy cauto en adelante.

Con el pasar de los días, doña Antonella iba puntualmente todos los miércoles a una cita con el padre Donato. Se reunían en la oficina del convento en donde no serian interrumpidos para la sesión de sexo con tintes de confesión.  la madre superiora Gabriela empezó a sentir mucha curiosidad por las constantes visitas de doña Antonella. Don Pietro el esposo de la adultera, había empezado a donar importantes cantidades de dinero para el convento, cosa que agradecía la madre superiora. La curiosidad la invadía, quería saber lo que pasaba en esas constantes citas, intentaba calmar su curiosidad rezando y pidiendo a Dios que le quitara ese deseo de espiarlos, pero eso no evitó que uno de los miércoles en los que el padre Donato recibía a doña Antonella, la curiosa monja descubriera el porqué de las donaciones y las regulares visitas, previamente la madre superiora había hecho un agujero en la pared que estaba entre la oficina y su nueva habitación, el cual cubría desde su habitación con una pintura de “La inspiración de San Mateo” del famoso Caravaggio, que retiraba para luego ver por el pequeño agujero lo que ocurría al otro lado, dicho agujero estaba oculto en el cabello de uno de los esbirros romanos de la pintura también de Caravaggio “La crucifixión de San Pedro”.

Ese día la madre superiora, puso candado a la puerta de su habitación desde dentro para poder espiar tranquilamente lo que sucedería en la oficina, cuando Gabriela vio el acto blasfemo que ocurría entre el padre Donato y doña Antonella, por poco se desmaya. Por un segundo estuvo a punto de gritar y salir corriendo a denunciar lo que el puerco sacerdote hacía con la señora Antonella, pero algo la detuvo, algo en su interior femenino se despertó, lo que veía le causaba algo placentero que no podía describir, la escena en sí, lo prohibido de ese pecado, lo que el padre Donato tenía entre sus piernas hizo que Gabriela experimentará por vez primera un calor incontrolable en su entrepierna, no entendía porque lo que veía hacía que su vagina se mojase como nunca lo había hecho, sin darse cuenta una de sus manos se empezó a hacer cargo de su calentura, la metió por debajo de su hábito y cuando la faena entre el padre Donato y doña Antonella estaba por acabar, la madre superiora también lo hizo, era la primera vez que se masturbaba y que además tenía su primer orgasmo. A partir de ese día, no se perdió los miércoles de visita de doña Antonella. Gabriela, ahora veía con otros ojos al padre Donato, que ignoraba el espectáculo que ofrecía a la monja pelirroja.

Días después, un viernes en la tarde, unos feligreses traían de urgencia a tres enfermos, eran don Enzo, don Fabrizio y don Massimo, al parecer tenían una extraña fiebre, fueron conducidos a la enfermería, las novicias inmediatamente le fueron a comunicar a sus hermanas lo ocurrido, minutos más tarde aparecían las tres monjas, Brunilda, Varenka y Laetitia, para alegría de las esposas de los tres enfermos, las monjas les dijeron a las señoras que harían todo lo posible por socorrer a los enfermos, las mujeres aliviadas hicieron acto de espera en la enfermería, cada uno de los hombres fue instalado en las tres habitaciones que tenía a disposición la enfermería. Minutos después las tres monjas dejaron descansando a los enfermos, compartieron sus impresiones y tomaron la decisión de dejar internados a los tres hombres en la enfermería del convento, lo comunicaron a las afligidas esposas, les dijeron también que en cuanto mejorarán tendrían noticias de ello, para que pudieran venir por ellos, las tres señoras quedaron muy agradecidas con las hermanas y partieron hacia el pueblo. Nadie sabía lo que sucedía, tal vez sería un castigo del cielo por la lujuria y el adulterio que estaban cometiendo o simplemente eran presa de una casualidad del destino.

 

 

Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Wao en realidad un buen relato con cada línea de lujuria y pasión en cada momento que se lee.
    Felicitaciones 👏 Caballero como siempre

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  2. Como siempre, tus relatos m fascinan....m ponen muy cachonda...sigue mandando...

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