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sábado, 6 de enero de 2024

87. La joven religiosa

 

Mi nombre es Jaime, soy chileno de 65 años de edad, jubilado y viudo desde hace 7 años, mis hijos ya son casados, vivo solo en mi casa que queda en las afueras de la capital y quiero contarles algo muy especial que me pasó recientemente.

Una tarde, estando solo en mi casa, viendo un partido de la Champions League en la tele, golpearon a la puerta de mi casa, en ese momento no esperaba a nadie y se me hizo extraño. Cuando abrí la puerta, apareció frente a mí, una monja, joven, como de 24 años de edad, con su atuendo religioso negro, tenía los brazos sobre su pecho, sosteniendo al parecer una biblia, me llamó la atención que tenía un hermoso rostro, ojos color miel, nariz respingada y labios carnosos, media como un metro sesenta y un fleco de su cabello negro escapaba del velo del mismo color, que cubría su cabeza y su cabello. “Buenas tardes caballero” –dijo ella. Su vocecita dulce, de mujer inocente y su hermoso rostro me cautivaron. “Buenas tardes hermana, ¿en qué le puedo servir?” –le dije con amabilidad. “Quisiera que me regalara 5 minutos de su apreciado tiempo, para hablarle sobre la palabra del señor” –me responde ella con una sonrisa. “¡Qué pena con usted hermana! Ahora me encuentro muy ocupado” –le dije. “Son solo 5 minutos” –dijo con insistencia. “De verdad hermana, en estos momentos no puedo” –repliqué. “Le aseguro que no lo demoraré” –dijo la joven religiosa mirándome con ternura.

Me disponía a cerrar la puerta, cuando veo que con sus manos se abrió lo que al parecer era un abrigo de color negro que cubría todo su cuerpo hasta debajo de las rodillas. Mi sorpresa fue tal, que quedé completamente inmóvil con los ojos abiertos, al ver que tenía puesto un vestido negro de una sola pieza, como en seda, que se le pegaba a cada centímetro de su piel, era tan corto que a duras penas cubría su entrepierna y tenía un amplio escote que casi no logra contener dos grandes y redondas tetas. Era tan escotado, que se alcanzaba a asomar parte de la aureola y sus pezones se marcaban descaradamente sobre la delgada tela, era muy evidente que no vestía brasier. Esa monjita estaba vestida como una autentica puta exhibicionista. “Me alegraría mucho que me pudiera dedicar un poquito de su ocupado tiempo” –dijo ella cambiando esa mirada de ternura por una más audaz.

La gente pasaba en la calle sin darse cuenta de la vestimenta de esta monja, gracias a que su abrigo cubría toda la parte posterior de su cuerpo, abriendo bien la puerta la invite a pasar. “Está bien hermana, pero solo serán 5 minutos. Pase usted, está en su casa” –le dije. “Gracias caballero, el señor se lo agradecerá” –dijo sonriendo. Tras servirle un refresco, pasamos a la sala, donde ella caminaba delante de mí, mientras se quitaba el abrigo que la cubría, dejándome ver una hermosa silueta de una mujer bastante voluptuosa, con forma de guitarra, tenía una cintura estrecha, un culo grande y redondo que movía deliciosamente al caminar. La tela del vestido era tan delgada, que las costuras se estiraban para poder cubrir semejante par de nalgas, haciendo que se transparentara bastante, dejando ver la raya que las divide. Además, era tan corto que solo lograba cubrir el sobresaliente culo, dejando al descubierto un hermoso par de piernas y en los pies, vestía unos zapatos negros con un poco de tacón. “Por favor tome asiento hermana” –le dije un poco nervioso. “Gracias caballero, es usted muy amable” –dijo.

Quedamos sentados frente a frente, ella colocó su abrigo sobre el brazo del sofá, colocó el refresco sobre la pequeña mesa de centro y cruzó una pierna sobre la otra, dándome el hermoso espectáculo de unas muy bien torneadas y carnosas piernas, y un hermoso par de tetas que se asomaban sobre su generoso escote. Mi verga comenzaba a crecer bajo la delgada tela del pantalón que llevaba puesto, como estaba solo en casa tenía puesto un bóxer viejo y ya algo suelto por el uso que no oponía ninguna resistencia a mi calentura. “Discúlpeme hermana, no había visto ese atuendo en ninguna religiosa- ¿A qué congregación pertenece” –le pregunté con curiosidad. “Lo que pasa caballero, es que me he dado cuenta, que cuando visto así, las personas me ponen más atención y no me ignoran tanto; por eso visto de esta forma, para así lograr atraer más almas a la congregación. Yo hago lo que sea, con tal de servir al señor. “Ah ya veo, ¿y todas las hermanas de su congregación visten con esa túnica?” –pregunté. “No, yo soy de una congregación independiente, es decir, realmente no soy una monja, lo hago más por convicción. Pertenezco a una familia muy religiosa de provincia y le prometí a mis padres al salir del pueblo que me dedicaría a difundir la palabra del Señor” –respondió con una sonrisa. “Mucho gusto en conocerla hermana, mi nombre es Jaime” –le dije. “El gusto es mío caballero, yo soy Sor Teresa” –respondió ella.

Mientras la hermana me empezaba a platicar sobre la biblia con su inocente voz, cruzando y descruzando sus piernas, mientras yo trataba de acomodarme mejor la verga bajo el pantalón. “Discúlpeme hermana, pero es que, por la edad mis oídos ya no funcionan bien y no logro escuchar claramente lo que me dice. Si quiere, mejor siéntese aquí a mi lado, para escucharla mejor” –dije obviamente mintiendo, ya que claramente podía oírla perfectamente. Sin decir nada, la hermosa monja se puso de pie y camino moviendo muy rico esas caderas, hasta el sofá de tres cuerpos donde yo me encontraba y se sentó a mi lado, muy pegada a mí, cruzando otra vez sus hermosas piernas. “¿Así me escucha mejor?” –me preguntó. “Mucho mejor hermana, gracias” –respondí. Luego se puso a leer la biblia otra vez, inclinándose un poco hacia adelante, sosteniendo la biblia con sus manos sobre sus pierna, yo me pegue más a ella, tratando de ver lo que estaba leyendo, pasando mi brazo por detrás de su espalda; muy lenta y disimuladamente mi mano se posó sobre su cintura, sin ninguna reacción de ella mi mano empezó a acariciar su espalda y su cintura, mientras la hermana seguía leyendo concentrada como si nada estuviera pasando. “¿Ahora sí entiende bien lo que estamos leyendo?” –me preguntó dibujando una dulce sonrisa en sus labios. “Si hermana, más o menos” –le respondí poniendo un vago interés. “Porque, si quiere, me puedo sentar sobre sus piernas y así le puedo hablar más cerca del oído y así me entiende mejor” –dice ella con ese tono de amabilidad que la ha caracterizado en toda la conversación. “Pues, si no es mucha molestia” –le dije, aunque mis intenciones eran otras. “Claro que no, yo lo hago con gusto todo sea por que usted entienda mejor la Sagrada Palabra de Dios” –dijo.

Sor Teresa se sentó de lado sobre mis piernas, colocando su enorme trasero sobre mi dura verga, pasando un brazo sobre mi espalda para acomodarse mejor, moviendo ese culo, hasta que logró acomodar bien esas nalgas sobre mi verga y colocando sus tetas a solo unos centímetros de mi cara, cruzó de nuevo sus piernas y empezó a leer nuevamente, pero susurrándome muy cerca de mi oído con esa inocente y deliciosa voz. Mi mano izquierda se posó nuevamente sobre su cintura y mi mano derecha se posó sobre su pierna, como la monjita no decía nada y seguía leyendo como si nada, mi mano derecha empezó a acariciar descaradamente su pierna, mientras mi mano izquierda, paso de su cintura a su gigantesca nalga, era imposible que no sintiera mi dura verga bajo su culo y que no se diera cuenta de mis manoseos. “El Señor nos dice que debemos amarnos los unos a los otros, sin distinción de raza, edad o situación económica” –dice ella en tono serio. “Tiene toda la razón hermana” –le dije sin parar de acariciar su exquisita nalga. Mi mano izquierda, pronto alcanzó el borde inferior de su pequeño vestido, metiéndose entre la delgada tela y la piel de sus nalga, ahora mi mano acariciaba con total descaro sus desnudas y grandes nalgas y como la monjita seguía leyendo la biblia sin protestar, mi mano derecha empezó a trepar por su abdomen, buscando sus redondas tetas, logrando manosearlas sobre la tela del vestido pero como era tan escotado, pronto sus dos pezones asomaron raudos sobre la tela, lo que aproveché para agarrarlos con mis dedos, estirarlos y jugar con ello. Ahora le tenía las dos tetas completamente asomadas sobre el escote; eran perfectas, redondas, grandes y esos pezones oscuros, grandes y duros, contrastaban con el color de su piel.

De un momento a otro, Sor Teresa se puso de pie frente a mí, dándome la espalda y se inclinó hacia adelante sin doblar las rodillas para tomar su vaso de refresco, haciendo que el corto vestido se subiera aún más, dejándome ver esa hermosa y depilada vagina sin nada que la cubriera y el agujero abierto de su culo, enmarcados por esas redondas y firmes nalgas y por el borde de su corto vestido, que no lograba ocultar nada a la vista. Luego de tomar un sorbo de su refresco, se volvió a inclinar hacia adelante, para volver a dejar el vaso sobre la pequeña mesita de centro, esta vez se mantuvo en esa posición por unos pocos segundos y luego procedió a sentarse nuevamente sobre mis piernas, volviendo a pasar su brazo sobre mis hombros y acomodarse bien sobre mi dura y parada verga, no haciendo nada por cubrirse sus expuestos pechos. “Siempre que leo, se me reseca la garganta y debo tomar algo para refrescarla” –dijo ella con su voz inocente. “Si quiere le traigo más refresco hermana” –le dije. “No hace falta caballero, más bien, si puede, ahora me regala un caramelo o algo así, a veces necesito chupar algo, lo que sea, para aliviar mi garganta” –dijo poniendo un tono más sensual a su voz. “No faltaba más hermana, ahora buscamos algo para que pueda chupar bien rico” –le dije con la calentura corriendo por mis venas. Mis manos se volvieron a posar sobre sus nalgas bajo el corto vestido, y sobre sus expuestas y deliciosas tetas, manoseándola descaradamente, sin que la monjita mostrara molestia alguna. “Sor Teresa, ¿puedo hacerle una pregunta un poco indiscreta?” –le dije. “Claro que sí, mi deber es aclarar todas tus dudas y hacer todo lo posible para acercarte más a Dios” –respondió. “Gracias hermana, verá, es que pude ver ahora que usted no usa ropa interior. ¿Se lo prohíben en la congregación?” –pregunté con curiosidad. “No, para nada. Lo que pasa es que esta mañana estaba explicando la Sagrada Palabra a otro señor por acá cerca, yo siempre les pido que recuerden orar a diario al Señor y él me dijo que tenía mala memoria, que si podía darle algo mío, para así recordarme y recordar orar a diario y pues, como es mi obligación ayudar al prójimo en todo lo que necesite, decidí regalarle mi tanga, ya que no tenía nada más que pudiera regalarle” –respondió con toda la naturalidad del mundo. “Ya veo hermana, pero, entonces, ¿cómo voy a hacer yo para recordarla a diario y así recordar mi oración si ya no tiene más tangas para regalarme?” –le pregunté algo contrariado y caliente. “Si quiere que vuelva otro día para seguir leyendo la biblia, entonces prometo traerle una tanga para que guarde de recuerdo” –dijo sonriendo. “Gracias hermana, me seria de mucha ayuda, pero por favor, que tenga bien impregnado su olor celestial, y así llevarla conmigo a todas partes y recordarla siempre” –le dije ya sin casi poder contener mi calentura.

Ella sabía que estaba embobado y si me pedía que me uniera a su Iglesia lo haría sin poner resistencia. “Está bien, voy a ver qué puedo hacer para que mi tanga quede empapada con toda mi fragancia y me pueda recordar siempre” –dice ella. “Gracias hermana, de verdad sería un gran recordatorio de este momento” –le dije. Mientras tanto, puedo enviarle a su celular una foto mía a diario, para que me recuerde y así recuerde orar al Señor” –dijo dulcemente. “Pero vistiendo esta hermosa túnica que tiene puesta hoy” –le dije en tono morboso. “¿Ve que con esta ropa puedo incentivar más a las personas para que se acerquen a la iglesia?” –dijo en tono de pregunta. “Tiene razón hermana, verla vestida así, hace que se me levante el ánimo y quiera orar junto a usted” –le respondí. No sabe don Jaime cómo me alegra que se le levante el ánimo gracias a mi” –dijo sonriendo. “Se me levanta bastante hermana” –le dije acariciándole una teta. Ella movió sus nalgas y mi verga sintió el delicioso estimulo. “Eso quiere decir que estoy haciendo bien mi labor para con la iglesia” –dijo. Los dedos de mi mano izquierda, ya se abrían paso entre la raya que divide las grandes nalgas de la monjita y con mi mano derecha, trataba de exprimir sus tetas, ella se acomodó mejor, echando hacia atrás el culo y volviendo a pasar su brazo sobre mi espalda, dejando nuevamente esas hermosas tetas expuestas a solo unos centímetros de mi cara, de inmediato con mi boca agarré uno de sus pezones y empecé a chuparlo con desespero, mientras Sor Teresa seguía leyendo sin protestar y como echó hacia atrás su enorme culo, ahora era más fácil para mí, con mi mano izquierda abrirle las nalgas y mi dedo índice encontró la entrada de ese apretadito ano y no dudé en empezar a explorar su apretado interior, ahora la monjita leía con dificultad y dejaba escapar unos pequeños gemidos, a la vez que empezaba a moverse sutilmente sobre mi dura verga. “¡Ay don Jaime, la garganta me está molestando un poco, ya casi ni puedo leer bien! ¿Será que tienes algo por ahí que yo pueda chupar?” –dijo intentando contener sus gemidos. “Si quiere, podemos revisar en la nevera, ahí debo tener algunos helados” –le dije, aunque no era cierto, ya que no acostumbro a comprar esas cosas. “Vamos, yo lo acompaño y escojo el sabor” –dijo ella sonriendo. Nos pusimos de pie y nos encaminamos hacia la cocina. Sor Teresa ya tenía totalmente levantado el vestido por detrás, dejando expuesto ese gran culo que movía deliciosamente al caminar, no dudé en agarrarle las nalgas con mi mano, metiendo un dedo en ese culito delicioso profundamente mientras caminábamos, era una delicia ver cómo le brincaban esas tetas a cada paso sobre su escote. Cuando llegamos a la cocina, ella misma abrió la nevera y se inclinó hacia adelante, sin doblar las rodillas, levantado bien ese gran culo, haciendo que sus nalgas se separaran, dejando ver claramente esa deliciosa vagina y la entrada de su ano. Mis dedos se paseaban libremente de arriba abajo, pasando por entre los labios, llegando hasta el clítoris y volviendo a subir hasta el ano, notando como estaba muy mojada toda su entrepierna. Ella seguía con la cabeza metida entre la nevera, moviendo el culo de un lado al otro suavemente. “Don Jaime, aquí hay helados de varios sabores, no se cual escoger” –dijo ella. Yo sabía muy lo que había en la nevera, tenía unos plátanos que había comprado, un pepino y algunas zanahorias. Tómese su tiempo y escoja la que quiera” –le dije sobando mi verga por encima del pantalón.

Seguía agarrada de la puerta de la nevera con ese culo en pompa, entonces yo me agaché detrás de ella, quedando mi rostro a la altura del ano y mientras con mis manos le abría las nalgas, empecé a pasar mi lengua, por toda esa hermosa, húmeda y provocativa vagina, subía hasta el ano y volvía a bajar, tratando de meter mi lengua lo más adentro posible, a la vez que escuchaba un delicioso gemido de la hermana Teresa, con esa dulce e inocente voz. Pronto mi lengua encontró su clítoris, que estaba bastante durito y empecé a jugar con esa deliciosa apéndice de su cuerpo sin parar… ahora los gemidos de Sor Teresa eran mucho más evidentes y empezó a restregar todo ese enorme culo sobre mi rostro, haciendo presión hacia atrás, mi cara estaba totalmente perdida entre sus enormes nalgas, casi no podía respirar, mis manos seguían aferradas a sus caderas, mientras ella levantaba más el culo. Así estuvimos por un par de minutos, la monjita cada vez me restregaba esa concha por toda la cara con más fuerza y más rápido; sus gemidos eran ahora más frecuentes y fuertes, fuimos acelerando nuestros movimientos, hasta que pude sentir varias contracciones de todo su cuerpo y como varios chorros de líquido salían de su vagina, me empapaban toda mi cara y tragué todo lo que pude. Mi camisa quedó mojada en sus jugos y un gran charco quedó sobre el suelo bajo nosotros. “¡Ah, qué rico!” –decía entre gemidos, retorciéndose de placer. Luego de haberle arrancado ese rico orgasmo, me puse de pie rápidamente, bajándome el pantalón con todo y bóxer, hasta media pierna, me agarré la verga con una mano y le dije: “Hermanita, si quiere, aquí tengo algo bien rico para que refresque la garganta”. La monjita se giró, quedando parada frente a mi y de inmediato me agarro la verga con una mano, sobándomela bien rico. “¡Ay! Gracias don Jaime, no sabe la falta que me hace chupar algo bien rico” –dijo con los ojos llenos de lujuria. “¡Entonces chúpamela bien rico zorrita!” –le dije. Ella sonrió y asintió. “Espere, la limpiar un poquito” –dijo con esa sonrisa angelical.

Se puso de rodillas frente a mi verga y la colocó en medio de sus grandes tetas, luego con sus manos las aprisionó contra mi verga y empezó a pajearme suavemente con sus tetas. “Ah, que rico hermana, déjela bien limpiecita por favor” –le decía entre gemidos. Me tenía aprisionada la verga con ese par de tetas, con los movimientos de su cuerpo sobre mi verga podía ver como se asomaba el glande por el espacio entre ambas, para volverse a perder entre esos generosos senos. Así me tuvo por algunos segundos, hasta que mi verga me dolía de lo dura que estaba. Hacía muchos años no sentía esa verga tan dura y caliente, me gustaba de la manera perversa que me pajeaba. Luego soltó mi verga de ese delicioso masaje, agarrándola con la mano izquierda, mientras con su mano derecha se persignó y empezó a tragársela con desespero. “¡Sí, eso, me la chupas bien rico!” –le decía mirando cómo me la chupaba, lo hacía de manera endemoniada. Era un espectáculo ver esa hermosa mujer vestida de monja, con las tetas al aire, chupándome la  verga con desesperación. Además, que lo hacía como toda una experta, como la más puta de todas, se le notaba las ganas con que me la chupaba y como lo disfrutaba; se ayudaba con las manos, haciendo salir por completo mi glande y me pasaba la lengua por todo el tronco, para volver a metérsela a la boca, bien hasta el fondo. Podía sentir como llegaba hasta su apretada garganta, la tomé de su cabeza, por encima del velo que la cubría, tratando de llegar lo más adentro posible, moviendo mi pelvis contra su deliciosa boquita. Ahora era yo el que la estaba follando por la boca con desespero en cada embestida, pero antes de acabar quería metérsela por sus demás agujeros también. Entonces, se la saqué de la boca y me la agarré con la mano. “¿Ya te sientes mejor putita?” –le pregunté. Se puso de pie frente a mí sin soltarme la verga, me la seguía sobando con su mano y me miraba con lujuria. “Gracias don Jaime, no sabe la falta que me hacía chupar eso tan rico, para poder calmar mi garganta” –me decía. “Cuando quieras puedes venir a despejar tu garganta” –le dije. “Gracias don Jaime, ya verá que sus obras de caridad, se verán bien recompensadas. Ahora si podemos continuar con nuestra sagrada lectura, pero antes me llevaré uno de esos deliciosos helados que hay en la nevera” –dijo ella con lujuria exacerbada. Vi que tomó el pepino.

Nos encaminamos a la sala nuevamente, Sor Teresa me seguía agarrando la verga con una mano y  yo le agarraba el culo mientras caminamos. Cuando llegamos a la mesita de centro, donde se encontraba la biblia, ella se inclinó hacia adelante para levantarla, sin doblar las rodillas, soltándome la verga y dejando ese hermoso, grande y desnudo culo, a unos cuantos centímetros de mi dura y caliente verga, como tardó unos cuantos segundos en esa posición, yo tomé mi verga con una mano, mientras con la otra mano le abría esas gordas nalgas, colocando el glande en la entrada de su empapada concha, ya me disponía a penetrarla sin compasión, cuando me dijo: “Espere don Jaime, espere”. “¿Pasa algo malo putita?” –le pregunto. Se puso de pie quedando de frente a mí y dijo: “Lo que pasa, es que yo aún soy virgen”. “Pero eso se puede arreglar fácilmente hermana, yo te puedo ayudar con ese problemita” –le dije en tono altruista. Nuevamente me agarró la verga con su mano, sobándomela suavemente, mientras que con su mano izquierda, sostenía la biblia, ya que había dejado el pepino sobre el sofá. “No Jaimito, ese no es el problema” –dijo ella. “Entonces, ¿cuál es el problema?” –le pregunté. “Es que cuando Salí de mi pueblo, para predicar la palabra del Señor, le prometí a mi familia, que iba a mantener mi castidad y virginidad, hasta el día de mi matrimonio” –dice ella con un tono avergonzado. ¿Aún no te has casado?” –pregunté. Sin dejar de jalarme la verga suavemente, me responde: “Aun no, pero tengo un novio en mi pueblo, que también es muy religioso y está esperándome para que nos casemos. También le prometí que guardaría mi castidad y virginidad para él, y como yo lo amo tanto y respeto a mi familia, debo mantener mi promesa de castidad”.

Metí mi mano entre sus piernas y busqué la entrada de su mojada vagina para empezar a sobarle el clítoris suavemente. “Ya veo putita” –le dije. Entiéndeme Jaime, yo soy una mujer casta y religiosa, creyente y amo a mi novio y mi familia, no podría faltarles a mi palabra” –me dice gimiendo. Ahora nos estábamos masturbando mutua y suavemente, mientras ella movía sus caderas de manera sensual sobre mi mano, apretándomela con sus piernas, soltando pequeños gemidos, con esa vocecita suave e inocente. “¡Ah! ¡Me tienes tan caliente Jaime! Pero para que veas que estoy muy interesada en que te acerques a la Palabra del Señor, podríamos buscar otras alternativas” –dice gimiendo. “Sí, estoy dispuesto a probar todas las alternativas que quieras” –le dije. “Mientras leemos la Palabra de Dios, solo recuerda que soy una mujer casta y virgen, y que debo seguirlo siendo. ¡Ah, qué rico! Y que estoy dispuesta a lo que sea, con tal de acercarte a las Sagradas Escrituras, a lo que sea. ¡Ay, Dios mío, qué rico! Menos a perder mi virginidad, ante todo, debo seguir siendo una mujer casta y pura, entregada a su familia y a su religión. ¿Me entendiste Jaimito?” –dijo entre sus benditos gemidos. Ahora su mano me pajeaba la verga más fuertemente, mientras movía sus caderas sobre mi mano, haciendo que su clítoris se restriegue sobre mis dedos. “Claro que si putita, sería incapaz de perjudicar a una monjita tan noble y pura, que me está ayudando a creer más en la Palabra de Dios” –le dije caliente. “¡Ah, sí, es delicioso! Si respetas mi virginidad, te prometo que volveré a visitarte para seguir leyendo la biblia. Ahora soltó mi verga y agarró mi mano que estaba perdida entre sus piernas, haciendo que la moviera más rápidamente sobre toda su concha, a la vez que movía con más desesperación sus caderas y con sus piernas me apretaba más la mano, hasta que con una serie de espasmos me apretaba más la mano, empezó a acabar nuevamente a chorros frente a mí, mi mano quedó empapada y los fluidos de su orgasmo escurrían por sus piernas hasta el suelo, donde pronto se formó otro charco. “¡Ah, qué rico! ¡Me siento en el cielo!” –decía.

Luego se puso en cuatro sobre el sofá, colocando la biblia sobre la mesa de centro, apoyándose en sus codos y sus rodillas, levantando bien ese culo y abriendo bien esas piernas, dejando ver esa concha empapada de líquidos bien abierta y el ano totalmente expuesto, enmarcado por el borde de su corto vestido, moviéndose en pequeñas contracciones, invitando a ser poseído. “Esta es una de las alternativas Jaimito” –dijo. Tomó el pepino y lo puso en la entrada de su ano y empujó. Gritos de dolor y placer salían de ella, era un espectáculo maquiavélico, digno de las historias más oscuras de El Marqués de Sade. Agarré mi verga y me empecé a masturbar viendo como poco a poco el pepino se perdía en su culito. Me dijo: “Jaime, dame la biblia para seguir leyendo”. Ya sin duda la perversión estaba desataba en ambos. Se la entregué pero antes restregué mi verga en las hojas donde estaba en separador, dejándola con alguno de mis fluidos, ella al verlos lamió las hojas con perversión, mientras seguía metiéndose el pepino por ese delicioso culo. Sus nalgas se veían alucinantes. Disfrutaba solo con verla taladrándose sola el ano. Otro orgasmo intenso la invadió, empezó a gemir endemoniadamente sensual, mientras yo seguía deleitándome con la vista de culo perforado.  Ambos estábamos tan calientes, yo no podía resistirme las ganas de meter mi verga en ese exquisito culo que se abría y cerraba palpitando. “¿Qué esperas Jaimito? ¿Solo te vas a quedar mirando?” –me preguntó con esa voz inocente y sensual. Tomé mi verga y la acomodé en la entrada de su dilatado culo, mientras que con la otra me agarré de su cadera. Sor Teresa empezó a leer nuevamente La Biblia levantando más su cadera. Ahora la tenía agarrada con las dos manos y se la metí suavemente. Podía ver como ese delicioso ano engullía mi verga, ella apretaba su culo ejerciendo una exquisita presión. Mi verga seguía siendo devorada por ese portentoso culo centímetro por centímetro, hasta que mis testículos chocaron en su entrepierna. Se la tenía toda adentro y ella seguía leyendo entre gemidos, me aferré con fuerza a sus caderas y empecé a embestirla sin compasión. A pesar de haber estado metiéndose el pepino su culito se sentía apretado y el sonido de sus nalgas chocando con mi cuerpo encendía más la lujuria en mí. Ahora escuchaba varios gemidos intensos de su parte, pero estaba empeñada en seguir leyendo, aunque lo hacía con dificultad. “¡Ah, que culo más rico tienes putita!” –le decía sin parar de metérsela. “¿Te gusta Jaimito?” –decía gimiendo con perversión. “¡Me encanta! ¡Me vuelve loco!” –le decía con total convicción. “Si prometes recordarme y orar a diario, puedes tenerlo cuando quieras” –dijo poseída por el placer.

Mis embestidas cada vez eran más fuertes y profundas,  me encantaba ver como rebotaban ese par de nalgas. La monjita metió una mano entre sus piernas y empezó a jugar con su clítoris. “¡Oh que linda putita! Quiero que me regales una foto tuya mostrándome ese culo tan rico que tienes, para recordar orar a diario” –le decía metiéndosela con más fuerte. “¡Me la metes tan rico Jaimito! Yo te regalo todas las fotos que quieras y en las poses que quieras para que me recuerdes todos los días” –decía gimiendo como loca. Sus dedos jugaban con su concha cada vez con más lujuria, hasta que empezó a tener otro orgasmo intenso con varios chorros de fluidos que caían sobre el sofá y sobre el piso; podía sentir como me apretaba la verga con cada contracción de su culo. Sin sacarle la verga de ese delicioso agujero, hice que se pusiera de pie, yo me senté en el sofá empapado por sus fluidos, quedando ella sentada sobre mis piernas, ensartada en mi dura verga. Ahora ella daba exquisitos sentones metiéndose la verga hasta los testículos. Se inclinó hacia adelante y yo podía ver su impetuoso culo en primer plano exprimiendo mi verga en cada sentada. Ella aprovechaba de jugar con sus tetas, así como también se perdía en cada gemido que daba. “Eres toda una puta Teresa, quiero que vengas a diario para que me sigas enseñando más cositas” –le decia disfrutando de sus candentes movimientos. “¡Sí Jaimito, lo haré! Debo seguir a diario con mis obras de caridad” –decía con sus gemidos intensos.

Justo cuando sentía que ya iba a acabar, la monjita se levantó sacándose la verga del culo y se recostó boca arriba sobre el sofá mientras yo me puse de pie, ella abrió y levantó bastante las piernas, exponiendo totalmente esa hermosa y virginal concha y el ano que ya estaba bastante dilatado y abierto. Como pude, me acomodé frente a ella, haciendo que mi verga quedara a la altura de ese hermoso culo otra vez. Se la metí toda hasta el fondo y empecé con movimientos salvajes, agarrándole las piernas para apoyarme y lograr mayor profundidad.  “¡Ah, Jaimito! ¿Me prometes que me vas a recordar y vas a orar a diario?” –decía con su cara llena de placer. “Sí, pero quiero que vuelvas para poder orar contigo” –le respondí. La puta jugaba con sus pezones apretándolos y retorciéndolos, mientras yo seguía dándole por el culo sin compasión. “Yo vuelvo las veces que quieras. ¡Ah, Dios, qué rico me coges! Pero prometes respetar mi virginidad y mi castidad” –me decía ya perdiendo la compostura. “Claro que si puta, pero me gustaría traer a unos amigos para que les enseñes el camino del Señor” –le decía ya casi sin poder contenerme. Sí, claro que sí Jaimito… con gusto les enseñaré a tus amigos la Sagrada Palabra” –decía gimiendo. Ahora la hermanita se abría los labios de esa húmeda concha con una mano, mientras se restregaba fuertemente el clítoris con la otra mano, yo veía como mi verga entraba y salía de ese hermoso culo. “¡Que culo más rico tienes zorrita!” –le decía casi a punto de acabar. “Si tanto te gusta, quiero que me regales lo mejor de ti, quiero todo tu semen dentro” –dijo con una mirada endemoniada pero con voz de niña inocente. “Sí, te voy a llenar todo el culo, porque eres una buena puta” –le decía. La monjita se restregaba ese clítoris con mayor desespero, apretándome la verga con  su ano, mientras mi verga resbalaba dentro y fuera de ese gran culo cada vez más rápido y más profundo. “¡Sí, dámelo todo! Complace a esta sierva de Dios” –me decía. Otra vez tuvo un orgasmo que la hizo chorrear, se restregaba la concha, está vez el orgasmo fue más fuerte y prolongado, botando chorros a borbotones que me dejaron empapado. “¡Ay, Dios mío, apiádate de esta noble puta que solo busca acercar a las personas a Ti!” –dijo con lujuria. Como su dulce culo palpitaba y presionaba mi verga también acabé llenándolo de chorros de semen. “¡Sí, qué rico! ¡ Ya siento tu semen correr dentro  de mí” –decía con sus ojos y su voz llenos de lujuria. “¡Eres toda una puta Teresa!” –le decía mirándola a los ojos. Sus labios dibujaron una sensual sonrisa.

Estaba inmóvil, con mi verga bien pegada a su culo, botando mis últimos chorros de semen, mientras ella seguía moviendo ese culo, tratando de sacarme hasta la última gota. ¡Qué rico hermanita, tienes un culito delicioso!” –le dije estremeciéndome. “Lo hago con gusto Jaimito. Sabes qué debo hacer mis obras de caridad con los más necesitados” –me dijo sonriendo. La monjita se puso de pie rápidamente y empezó a arreglar su ropa. “Debo irme Jaimito, debo seguir divulgando la Palabra del Señor” –me dijo. “¿Vas a volver a visitarme?” –le pregunto. “¡Claro que sí! Solo debes recordarme a diario, debes orar y debes respetar mi virginidad. Apenas pueda vengo para que sigamos leyendo La Biblia” –me dice mirándome con lujuria. “¿Podré traer a mis amigos para que también puedan escuchar la Sagrada Palabra?” –le pregunté. “¡Claro que sí! Así podremos hacer un grupo de oración” –dijo con emoción.

Luego de arreglar un poco más su vestido y su velo, se arrodilló frente a mí, me agarró la verga y me la chupó para tragarse los últimos restos de semen. “Quiero darte algo para que me recuerdes” –le dije. “¡Oh, qué bendición! ¡Dame lo que quieras Jaime!” –me dice contenta. “Abre la boca” –le dije. Ella obediente la abrió y sacó su lengua. La oriné y ella bebió hasta el último chorro, incluso oriné su cara. “Ahora me recordarás también” –le dije. “¡Si Jaimito! Llevaré tu olor conmigo” –dijo con lujuria y volvió a chupármela con las mismas ganas. Luego se puso de pie y sin soltarme la verga me besó en la boca con lujuria, su lengua buscaba la mía para enredarse deliciosamente, mientas yo le agarraba el culo a dos manos, levantando nuevamente su corto vestido y dándole unas sonoras nalgadas que ella agradeció. “Gracias Jaimito, gracias por tu apreciado tiempo y por escuchar atentamente la Palabra del Señor” –dijo. “Gracias a ti putita por hacer mi día diferente y dejarme probar ese culo tan rico y perverso que tienes” –le contesté. “Me llevo tu semen en mi culo y el olor de tu orina en mi piel, esa es mi recompensa por mis obras de caridad” –me dijo Teresa. Añadió: “Recuerda avisarles a tus amigos para cuando pueda volver”. “Claro que sí, estarán gustosos de escuchar tus enseñanzas” –le dije. “Mientras puedo volver, te enviaré fotos mías a tu celular para que me recuerdes a diario” –me dijo. “Bueno putita, así se las podré mostrar a mis amigos, para convencerlos que vengan a escucharte” –le dije.

Me dio un último apretón de verga con su mano, un último beso en la boca, se puso su abrigo que cubría todo ese voluptuoso cuerpo, tomó su biblia, le di mi número telefónico y se marchó dejándome con la verga totalmente exprimida y con varios charcos de sus orgasmos por el piso de toda la casa. Teresa cumplió con su palabra, a diario recibía fotos calientes de ella para estimular mi acercamiento a Dios, pero lo único que estimulaba era mi perversión. Incluso me mandó un video en donde estaba en un callejón por la noche haciéndole a una mamada a un tipo, esa sensual boca sabía muy bien cómo hacer su trabajo y como hacer disfrutar a los hombres a cambio de escucharla entregar “el mensaje de salvación”, aunque solo era una puta que se camuflaba detrás de una apariencia de piedad para saciar su sed de sexo.  Obviamente les mostraba las fotos de la puta a mis amigos cercanos, así que ya estábamos todos deseosos de que volviera para escucharla y obviamente más para cogérnosla hasta el cansancio.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

5 comentarios:

  1. Uffs, que buena idea para llevar la palabra del Señor, tendré que robarme y hacer uso de esa idea tan pura. Un deleite de relato caballero 😈🔥💧

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  2. Deliciosa manera de camuflarse y hacerse la santa,para obtener una buena cogida magistral solo por el culo y seguir virgen del coño bien pesando.
    Como siempre exquisito relato Caballero

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  3. La lujuria no deja espacio para el disfrute de la misma; alcanzando su cometido el placer.

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  4. Que delicia de relato. Gracias por compartir JOL

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