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martes, 19 de diciembre de 2023

81. Sorprendido con las manos en la masa

 


Mi nombre les Luis, les contaré lo que pasó una de esas noches en que me quedé en casa de Ana, mi ex mujer. Nos llevábamos bien aunque teníamos más de diez años de estar separados. Era viernes por la tarde y fuimos al supermercado para surtir la despensa, me gusta acompañarla, ya que siempre lo hacíamos. Caminábamos por los pasillos del supermercado, yo llevando el carro, mientras Ana iba poniendo lo que necesitaba, esto lo hacíamos dos veces al mes. A pesar de no estar juntos, seguía cumpliendo con el papel del proveedor, así que no me hacía problemas en lo que se gastaba.

Ya habíamos llegado a casa de hacer las compras; no era tan tarde ni tan temprano, no serían ni las siete de la tarde. Mi mujer ardió en furia cuando lo primero que vimos al entrar a la habitación fue a Nicolás, nuestro hijo mayor, sodomizando a una chica de su clase, que con la excusa de que iban a estudiar, ¿cómo no? Era más que obvio que Nicolás estaba con la verga en el culo de esa chica. El idiota de mi hijo, aun con la verga en el precioso ano de la chica, nos dio la excusa más burda que puede haber: “No es lo que parece”.  Su madre ardió en furia, se puso a putear a nuestro hijo con toda la vehemencia que afloraba de sus entrañas. Le dijo de todo a la chica, desde zorra hasta sinvergüenza; pasando por degenerada, puta y cuanta cosa se le ocurrió. Echó a la chica a patadas de la casa con la promesa que se lo diría a sus padres y que en colegio se enterarían de la clase de puta que era. Obviamente, Nicolás quedó castigado de por vida.

Ana estuvo enojada todo el resto de la tarde, incluso la agarró conmigo. “¡Qué vas a pensar sus amigas! ¿Qué pensarán en la parroquia” –me decía. “No entiendo para que le das tanta importancia. Solo son dos jóvenes teniendo sexo” –le dije con una sonrisa, tratando de buscar el lado amable a la situación. No pude conseguir que se calmara y lanzó su ataque: “¿Cómo te puede causar gracia todo el asunto? No es normal, menos que estén haciéndolo de esa manera”. El caso es que al final de la noche fui yo quien acabé pagando los pecados del estúpido de mi hijo.

Llegó la noche y después de pasar a ver a Nicolás a su habitación y decirle que por su culpa yo fui el cordero que llevaron al matadero y que si lo hacía en alguna oportunidad tuviera la precaución de cerrar la puerta de su habitación. Fui a ver a mi mujer. Estaba ya en la cama con un libro en sus manos y sus lentes. Pasé por el baño, me puse el pijama, después de mirar a Ana a los ojos me metí en la cama. “Después de todo lo que hiciste no sé cómo te atreves en aparecer por aquí. Deberías dormir en el sofá” –me dice ofuscada. “No hice nada, yo no me estaba cogiendo el culo de la chica, fue nuestro hijo. Además, estoy demasiado mayor para dormir en un sofá” –le dije mientras me cubría con la manta. María no me hizo caso, me dio por imposible y siguió leyendo, yo a falta de libro prefería hablar. “¿Cómo te has puesto con lo de hoy?” –dije rompiendo el hielo. “No sé cómo te puede hacer gracia. Me enojé porque no pensé en encontrarme a mi hijo en esas condiciones. ¿Qué esperabas? ¿Qué me pusiera a aplaudir”” –me dijo a modo de reproche. “Bueno, ambos tienen una edad y necesidades” –le dije. “¿Ambos?, de la zorra esa ni me hables” –dijo molesta. “¿Qué rápido olvidamos Ana?” –le pregunté. “¿Olvidamos que?” –respondió con una pregunta.

Bajé mi mano, pasándola sobre el camisón, lo levanté un poco para sentir sus sensuales piernas al descubierto. “¡Luis, para, por favor!” –me dijo con determinación. “¿No te acuerdas cuando te calentabas al sentir mi mano subir?” –le dije haciendo oídos sordos. “¡Para! De eso ya han pasado muchos años” –me dijo tratando de no ser ruda. Seguí acariciando sus piernas y a buscar la forma de llegar a su vagina, a pesar de que Ana las cerró, logré hacer a un lado sus bragas y llegué a su vagina depilada y algo húmeda. Intentaba quitar mi mano empujando con la suya. “¡Luis, para por favor, me voy a enfadar!” –dijo. “¿A ver que tienes por aquí?” –le pregunté aunque ella sabía dónde estaba mi mano. “¡No, no me toques la vagina! ¿Qué te has creído?” –me dijo. “No seas tonta, seguro no te gusta” –le dije y seguí metiendo mi mano en esa vagina que tan bien conozco. “¡Para por el amor de Dios! Nos va a oír” –dijo ella inquieta. Cuando mi dedo alcanzó su clítoris y la palma de mi mano la abertura de su rico sexo, Ana instintivamente abrió sus piernas y suspiró. “¡Luis, para por el amor de Dios!” –decía, aunque su vagina húmeda era la señal de seguir palpándola. Empecé a flotar su clítoris y Ana empezó a gemir. Ya la tenía donde yo quería, la Ana que conocía no la para nadie llegado a este punto.

La puse a cuatro patas y le subí el camisón hasta la cintura.  Le sobaba el clítoris y poco a poco le metía dos dedos en su cuidada concha. “Cerdo, ya que vas a hacerlo, por lo menos quítame las bragas” –me dijo. Se las rasgué y quedó con su concha y culo a mi disposición.  Su culo no era el mismo que cuando me la empecé a follar, pero cuando uno la quiere meter, poco le importa dónde. “¡Por dios Luis, para!” –gemía mi mujer sin demasiado convencimiento. Se sacó las tetas por encima del camisón dejándolas colgando mientras movía la cadera para mayor sensación de mis dedos que se la cogían con locura. “¡Hay que ser muy hipócrita!” –le dije. “¿Por el niño?” –me preguntó totalmente entregada. “¿Por quién si no? Además, tienes el descaro de decirle puta a la chica, siendo que tú eres igual o más puta que ella” –le dije. “Si es un niño” –me dijo. “Un niño que sabe coger. Además, no puedes negar que fue excitante ver a la chica, asi como estás tú pero con la verga de Nicolás en el culo” –le dije.  “Sí, fue caliente verlos pero no gusta esa chica para el niño. Se nota que se anda acostando con uno y con otro” –me dijo entre gemidos. “¿Qué tiene que ver eso? Él ya tiene que aprender a elegir y si le gustan las putas, pues bien por él. Nosotros teníamos su edad cuando empezamos a coger.  Todavía me acuerdo cuando aquel día en casa te metiste en mi cama” –le dije, penetrándola con mis dedos con más intensidad. “¡Sigue, no pares! ¡Tocame las tetas! ¡Oh, Dios mío! Es que me calentabas mucho y un año viéndote no me pude contener” –me dijo. La hice ponerse de espaldas y empecé a apretar esas tetas que me encantan, sus pezones estaban duros, se los apretaba; Ana gemía descontrolada, ya se había olvidado de Nicolás y de la rabia que le había hecho pasar, ahora estaba a mi merced, caliente y deseosa de verga. Me miraba con sus ojos llenos de deseo, esperando a que en cualquier momento tomara su cuerpo, pero como dije, yo tenía ganas de hablar. “No estuvo bien follarse a la empleada” –le dije, mientras mi mano se posaba en su vagina y ella con total lujuria abría sus piernas. “No era la empleada, ayudaba a tu madre a cambio de una habitación. ¡Ah, que placer me estás dando! Tócame como te gusta hacerlo, aprovecha que me tienes caliente” –me decía entre gemidos. “Tan caliente que me despertaste la primera vez chupándome la verga” –le dije. “¡Mierda, qué exquisito me tocas! No sabes la de veces que me masturbé pensando en ti. ¡No pares, sigue tocándome! ¡Me tienes loca! No entiendo porque no fui antes” –me decía con sus gemidos ahogados por las palabras.

Para entonces ya estaba chorreando, le frotaba embravecido su clítoris hincado. Ana abría más las piernas para que mi mano circulase mejor por su entrepierna, arqueaba la espalda, gemía y se agarraba las tetas enterrando sus uñas. “Mira que eras puta y como te gustaba que te follase por las noches” –le decía sin detenerme, estaba tan caliente escuchando todo lo que no sabía hasta esa noche. Ya no se podía resistir, gemía endemoniada, se retorcía; esos movimientos los conocía perfectamente bien, la putita estaba teniendo un orgasmo. “¡Ah, sigue por Dios, Luis! ¡Oh, qué rico!” –decía mientras seguía retorciéndose de placer. “No sabes la necesidad de tener tu verga dentro cuando me iba a la cama sola. No podía esperar a que todo el mundo se durmiera para meterme en tu cama” –me decía. “¿A qué?” –le pregunté. “No seas tonto, a sentir esa verga que tienes rasgándome por dentro y acabar como una cerda, que es lo que siempre te ha gustado” –me respondió. “¿Y qué diferencia hay con Nicolás?” –le pregunté. “Nicolás es un niño. ¡Ah, me estás torturando! Esa chica es una puta” –me respondió. “¿Y tú?”  -insistí. “Yo soy puta, pero me casé contigo” –me dijo. “¿Ósea que ella es más puta que tú porque nuestro hijo le da por el culo?” –le pregunté. “Cada cosa tiene su momento” –respondió. “Ahora es el momento” –le dije. La puse en cuatro otra vez y se la metí por el culo de una embestida. “¡Hijo de puta!” –me dijo. Se la metía con fuerza, ella gritaba de placer, aferrado a sus caderas se la metía hasta que mis testículos chocaban en ella. Era tan exquisito ese culo cuando se adaptaba a la forma de verga, pero más exquisito era su forma de gemir. “¡Dámela con fuerza Luis!” –decía mientras se aferraba a las sabanas. Como un vil endemoniado se la metía, quería que siguiera gritando de placer y que me dijera que era una puta.  “Como me calentaba que me atases” –me dice. “Y como me calentaba a mi atarte.  Me encantaba verte a mi disposición” –le digo a Ana.  “Me encantaba sentirme dominada, me encantaba darme cuenta que sabías que haría cualquier cosa por ti” –dice Ana con la lujuria en su voz.

Mi verga entraba en esa húmeda concha de mi mujer, ella gritaba de placer. Chorros de sus fluidos salían acompañando mi verga y nos empapaban de manera abundante. “Aún recuerdo el día que se la chupaste a Álvaro” –le dije. “A ti te calentaba y por tanto a mí también” –dijo ella entre gemidos. “Imagínate que se enteran tus amigas. La santa de Anita no es tan santa como ellas piensan” –le decía sin parar de metérsela hasta el fondo de su vagina.  “Me dejarían de hablar, eso seguro, con lo mojigatas y estiradas que son” –decía ella con ella. “Más o menos como tú” –le digo. “¿Qué dices? ¿Yo?” –me pregunta. “¿Y si se enterasen los de la parroquia?” –le pregunto dejando su pregunta en el aire.  Estaríamos muertos a nivel social” –me responde. “Querrás decir que lo estarías tu” –le digo. “Pues eso. ¡No pares por Dios!” -me pedía Ana cada vez más caliente y entre un intenso orgasmos. “¿Quiere que te la meta en el culo?” –le pregunté. “¡Ay Luis, hace mucho que no hacemos eso!” –me responde. “Ni te inmutaste la primera vez que te la metí” –le dije. “Aquel día estaba muy caliente” –dice ella con mirada perversa. “¿Y hoy?” –le pregunté. “Hacía mucho que no estaba así de caliente” -responde. “¿La quieres dentro?” –insisto con la pregunta. “Dilátamelo con la lengua y métemela” –responde poniéndose en cuatro.

Empecé a chupar el ano de mi mujer mientras ella meneaba la cadera.  Su culo se fue dilatando mucho más rápido de lo que esperaba. Antes le hubiese podido meter el puño en un segundo, pero después de tantos años sin sexo anal me sorprendían las reacciones que mi mujer estaba recibiendo. Agarré mi verga y poco a poco empecé a metérsela en el culo. “Suéltame que me quiero masturbar, me quiero tocar el coño mientras me follas el culo” –me dice con su voz llena de gemidos. “¿Cuánto hace que no lo hacías?” –le pregunto. “Hace años que no me masturbo, lo deberías saber. ¡Ya sabes como soy!” –dice ella. “La Ana que conocía no paraba de hacerlo. Era un puta caliente, que aprovechaba cada momento para tocarse” –le digo. “Dame duro, ya no me duele. Sí, me encantaba que me vieses abierta de piernas llegando al orgasmos delante de ti” –me dice ella gimiendo y siguiendo el ritmo de mis embestidas.

Le clavaba mis uñas en esas carnosas caderas, a ratos agarraba una de sus caídas tetas que colgaban sobre el colchón.  Ana gemía con mis embestidas.  Me encantaba ver como mi verga entraba en aquel culo desde hacía muchos años prohibido. Ana gritaba de placer y se masturbaba. “¡Me gusta cómo me la metes!” –decía. “Siempre te gustó” –le dije. “Siempre hiciste que me gustase” –dijo ella. “¿Hasta cuándo te compartía?” –pregunté sin parar de darle verga en el culo. “Incluso cuando hacía que me follase a tus amigotes. Nunca me he arrepentido, no lo repetiría, pero nunca me he arrepentido” –dijo ella sin parar de gemir. “No te hagas la tonta, te gustaba ser doblemente penetrada” –le dije. “Lo disfrutaba mucho, pero solo acababa como una cerda cuando te tenía dentro. Me encetaba notar como dos vergas me destrozaban pero no podía acabar si la tuya no era una de ellas” –decía ella más caliente. “Te he visto acabar como una puta con mis amigos y sin mi” –le dije. “Nunca como contigo Luis” –me dijo ya al borde del orgasmo. “¿Cómo ahora?” –le pregunto. “¡No pares por el amor de Dios!” –dice ella.

Quería eyacular en su boca.  Antaño no le importaría que pasase de su ano a su boca, pero quería ver como reaccionaba. Ana tuvo un intenso orgasmo que la hacía temblar como una loca.  No paraba de gritar ni de gemir, yo estaba a punto de sacarla para darle la vuelta y metérsela en la boca. “Mamá, ¿al final papá no se quedó a dormir?  He mirado en el sofá y no estaba. ¡Ah perdón!” –nuestro hijo entró en la habitación y encontró a su madre con mi verga hasta el fondo de su culo y gritando de placer. No sé a cuál de los tres le dio más vergüenza aquello.

En ese momento me di cuenta que a lo mejor no había sido muy buena idea quedarme a dormir en casa de mi ex mujer aprovechando una visita a la ciudad.  María aun gemía colorada de vergüenza arrodillada en la cama mirándome hacía atrás avergonzada como si quisiese mi polla de vuelta en su culo…  Evidentemente me volví a fornicar a mi legalmente mujer a pesar de la década y algo separados.  Esa noche follamos como adolescentes recordando tiempos mejores.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

5 comentarios:

  1. Quejándose de una puta y ella siendo igual o peor. Exquisito relato.

    ¿Se sentirá rico el sexo anal?

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  2. Ufff a veces una puta habla de otra siendo igual oh peor exquitas líneas llenas de lujuria y placer que rico
    Como siempre Caballero un exquisito relato

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  3. Exquisita lectura Señor mojar mi entre pierna mientras menstruo uufff

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  4. Que delicia es cuando recuerdas esos días y noche de sexo loco y llegar a la locura. Gracias por compartir JOL

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