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sábado, 2 de diciembre de 2023

76. El departamento embrujado

 

Hola a todos, mi nombre es Silka, de Chile, y les voy a relatar la experiencia más bestial y radical que una mujer puede llegar a sentir. Si no me creen, esperen a que les cuente cómo he acabado teniendo que escribir un diario, por recomendación de mi psiquiatra, con la esperanza de que tenga algo de sentido o de lógica para mí.

Desde muy pequeña siempre he sido una mujer muy peculiar, distinta y algo oscura. No tanto por ser terriblemente tímida, y algo tonta e inocente, más bien fue que siempre me atrajo un poco el mundo siniestro y los misterios. Supongo que era mi refugio, de adolescente no tenía muchas amigas y cada año que pasaba me sentía más distanciada de todas las niñas bonitas y lindas que se dedicaban a los chicos y sus problemas. Todos mis conocidos y familia nunca me entendieron ni quisieron comprenderme, decían que sería una fase y que ya maduraría, pero no fue así, salvo mi abuela paterna, un poco loca y bruja tras su paso por la Alemania post guerra en su juventud y con la que no me dejaban interactuar demasiado pese a ser la única que me entendía, me encantaba las noches juntas ya que me leía viejos cuentos de los hermanos Grimm, tétricos y sin censura. Con la llegada de internet y el frikismo boyante, logré hacer algunas amistades por juegos de rol y de mesa, la verdad que me ayudó mucho para centrarme y salir a delante.

Una vez aprobada mi carrera de enfermería y mis primeras parejas oficiales, encontré un mundo mucho más humano y cercano que el que había conocido. Aunque siempre tenía tiempo para mí propia oscuridad, esa interna que nunca hablas ni sacas a relucir por miedo a no ser aceptada, vista desde fuera era una chica normal a la que le gustaba ver anime, series, pelis y jugar a videojuegos. Trato de ser buena gente y de fiar, pero me cuesta confiar en la gente, no he tenido mucho apoyo de nadie ni soy tan fuerte como para poder fingir ser más de lo que soy. Si hasta mi forma de lidiar con los problema es esconderme cuando alguien me hace sentir incómoda, aguantar sin decir nada hasta que desaparecen, o me acostumbro a ello. Alias “la peque”, al medir menos de 1,55 (a pesar de descendencia alemana), me sonrojaba con nada, tengo una linda sonrisa pero la verdad es que se me escapan gruñidos como un cerdito, trato de evitarlo pero cuando me sale no puedo parar y me gustaría tener la voz un poco más grave, es tan fina y dulce que no impongo demasiado. Físicamente, tras mi época emo/gótica, me teñí de pelirroja aunque he ido oscureciendo el tono con el tiempo, con el pelo algo largo y siempre con coleta salvo ocasiones especiales. Uso gafas de cerca, las necesito pero las usaba principalmente para tapar la multitud de pecas en las mejillas, ya de adulta tengo menos pero pese a que me dicen que me quedan bonitas, detestaba que se quedaran mirándolas. Los ojos azul oscuro, mezclado con gris, con mirada amplia y expresiva. Pese a medir tan poco de altura, teniendo brazos, piernas o cintura finas y delgadas, pesaba unos 73 kilos. Sí, las pecas me tenían acomplejada, no les puedo decir tener unos pechos y unas caderas desproporcionadas, de frente soy como un reloj de arena. Tengo más de 120 de pecho, como no encuentro sujetadores bonitos de esas tallas, los compro pequeños y reforzados, haciendo que los senos me rebosaran de forma exagerada, pesan mucho y me duele algo la espalda, pero no caen tanto cuando me los quito. De caderas no voy mal tampoco, una 110 y con el trasero bien paradito, en su sitio y redondo, haciéndome una curva muy notoria en los riñones.

De adolescente al desarrollarme así, me escondía con grandes vestidos y blusas, pero con el paso por la universidad, aprendí a amarme y quererme un poco, a base de los insistentes consejos de mi madre, empecé a usar escotes normalitos, que me quedaban demasiado obscenos, pero aquello distraía a todos los chicos de mis complejos y me hacían sentir atractiva.

No voy a mentir y era una niña algo ñoña y los chicos se aprovechaban de ello. Me he cansado de contar los hombres que me han tratado como un pañuelo y los pocos que pretendían una relación de verdad han demostrado ser unos idiotas de campeonato mundial y olímpico. Teniéndome a mí, una buena chica, gran estudiante, muy dócil y que sexualmente me he dejado hacer de todo ante mi nula capacidad de imponerme, me engañaban o hasta me estafaban.

Hasta el hermano de una amiga, Dios me tiembla todo de acordarme de la tremenda follada que me dio, me cubrió de yogurt, lamiéndome entera, me destrozó sobre la encimera de su cocina hasta sentir que me acomodaba el útero y luego me desvirgó el culo con su enorme verga, la más grande que vi jamás. Dado que estaba cachonda, pérdida y estas oportunidades no debes dejarlas pasar, me dejé hacer cuanto se le ocurrió ante su hombría desbordada. Estuve varios días caminando mal y me dolía todo, pese a ello, mi mente se expandió en ese momento, entendí la lujuria y la pasión como un divertimiento, no como algo vergonzoso, se desbloqueó en mi cuerpo una serie de sensaciones nuevas, lascivas, me sentí ultrajada y usada de forma visceral por un hombre y todo eso me había encantado. Pero nada, ni un mensaje para volver a hacerlo y fui demasiado tímida para ser yo quien le fuera a buscar, solo era un trozo de carne de usar y tirar, nadie me tomaba en serio.

Ahora ya con casi 25 años y empezando a trabajar de residente tras unas prácticas, he conseguido dejar atrás todo lo que creía que me turbaba y me hacía menos persona o mujer. Por fin he conseguido tener plaza en un hospital, donde comencé a trabajar. Obviamente al ser nueva, sin pareja ni hijos, fui carne de cañón para los peores turnos, los de noche y sumándole muchas veces a tener que doblar y mal dormir en una camilla al quedarme lejos de mi casa. No me importaba mucho, gracias a mi forma de ser no es que le tuviera mucho miedo a la sangre y las jeringuillas, ni a las oscuras guardias nocturnas y los ruidos extraños o historias siniestras de un lugar así, pero si era demasiado que el poco tiempo que pasaba con mis padres, lo pasaran dándome la vara con comentarios del tipo: ¿Cuándo tendría pareja? ¿Cuándo niños? ¿Si no me iba a casar? Qué me iba a dejar el tren.

Tras ahorrar unos meses, por fin he conseguido independizarme y poder vivir sola en un pequeño apartamento. Mi idea inicial era, como tantas otras compañeras, compartir piso para aliviar los gastos elevados de vivir en un barrio exclusivo de Santiago, a unas manzanas de mi lugar de trabajo. No me entusiasmaba la idea y esperé a ver si salía algo más barato, aunque fueran peores condiciones. Mi sorpresa fue cuando, tras varios sótanos llenos de humedades, pisos de okupas destrozados, y/o proposiciones indecentes como método de pago, algo desesperada ya, una mujer de una agencia inmobiliaria me ofreció la visita de un departamento cuyas fotos no tenían mala pinta. De hecho me sonaba de haberlo visto en varios portales y anuncios de distintas páginas web. Al ir a verlo, me enamoré un poco, era un ático, la esquina de una sexta planta de un viejo edificio, pero lo habían reformado hacía unos años. Pese a que no había ascensor por no dañar la estructura y arquitectura de la fachada, era un loft de lo más lindo, suelo de madera, techo abuhardillado, tono pastel, con vigas reformadas a la vista, una entrada amplia con ropero y espejo enorme, a la derecha una cocina con tonos blancos y negros, bien equipada y moderna, de frente un salón de estar minimalista con apenas una mesa para cuatro y un sillón encajonado a la pared mirando un mueble bajo de televisión. A la derecha un cuarto enorme, junto a un ventanal con pequeña terraza, un armario gigante estilo clásico y un baño pequeño pero con todo lo necesario, la bañera era casi una piscina para mí, todo, hasta el suelo, con delicada porcelana, junto a grifos y agarres dorados.

No pude sentirme acongojada al pensar que sería demasiado caro para mí, pero por incomprensible que fuera, solo debía pagar el mes de arriendo y un mes de garantía y la cantidad no era mucho más que una habitación en otras casas que ya había visto. La chica de la agencia me dijo que era un departamento vacacional y que la dueña, una señora muy mayor, buscaba algo más estable, a alguien tranquilo y tener que desentenderse un poco de aquel departamento mientras se iba a vivir a una residencia de lujo en el sector oriente. Tenía sentido, pero no un precio tan reducido y con la mejor cara de póker que pudo, me explicó que el tema de no tener ascensor, que los vecinos de abajo se solían quejar del ruido de fiestas de turistas y que pese a la reforma era un viejo edificio, la calefacción hacía ruido o las cañerías sonaban de noche. Siendo problemas evidentes, quise creerme todo aquello, al fin y al cabo iba a pasar más tiempo en el hospital que allí y por ese precio, y esas condiciones no me lo pensé dos veces. En menos de una semana se cerró el contrato de alquiler, como si tuvieran prisa me facilitaron todo y me mudé allí encantada de comenzar una nueva vida libre sin tener que aguantar a mi familia jodiéndome con sus preguntas pendejas.

Aquí es donde de verdad, se pone interesante el asunto.

Diario día 1

Hoy por fin me han dado las llaves y he acabado la mudanza, que alegría. La señora dueña de la casa, María Enriqueta, ha sido súper amable durante la firma ante el abogado y me ha dejado traer todo poco a poco. Pese a que el año entero no es negociable, mejor para mí, me dijo que si quería más tiempo ella encantada. Se la veía muy contenta y me ha dicho que disfrute el departamento pero que trate de no hacer muchas fiestas y que cuide el baño que es todo muy antiguo.

Tampoco es que tuviera muchas cosas que llevarme, de mi cuarto un par de maletas con ropa y apuntes, el resto juegos de mesa y consolas. Hice algo de compras para tener en la nevera estos días. Mi amiga Susana se ofreció a ayudarme con su auto y hemos estado arreglando todo. Menos mal, sin ella esos 6 pisos hubieran sido criminales subirlos y bajarlos con tantas cosas. Hemos pedido unas pizzas, y luego hemos ido a una tienda sueca a comprar todas los adornos y detallitos que siempre quise tener, y algunos más. La verdad que gracias a los días libres por la mudanza, he avanzado mucho, tengo ganas de acabar y tener mi casa, mi espacio, sentirme a gusto aquí. Me siento muy contenta.

Se nos hizo algo de noche viendo una serie de anime y la pobre Susana se fue a descansar, bien se lo ha ganado y más teniendo que cuidar a su hermano en un hospital desde hace unos años. Qué trágico todo lo que le pasó, su familia es tan buena y cercana que a veces les envidio. Debo reconocer que una vez nos hemos despedido, al darme la vuelta y ver el departamento, me he sentido algo intimidada, la idea de estar sola no es lo mismo que sentirte sola por primera vez en tu vida. Así que suspiré y recogí algo más pero me sentía machacada del esfuerzo, y en unos días debo regresar al trabajo. Saqué la ropa de la maleta pero voy a ponerme un pijama fresco, de pantaloncito rojo y camiseta de tirantes, lo primero que tengo a mano. Me desnudo y preparo toda emocionada un baño con una bola de esencias de frutos rojos que he comprado, me sirvo un vino blanco en copa, todavía frío de la cena. No voy a desperdiciar ni una noche, esa bañera me está llamando a gritos y me meto a relajarme con algo de música suave de fondo, dejando que el agua tibia cubra mi piel, cerrando los ojos y masajeando mi cuerpo. Al principio me siento cansada, pero poco después recuerdo viejas escenas de sexo en mi mente, me pasa a menudo de esa cogida llena de yogurt, hasta ese momento fantaseaba algunas noches, pero desde ese día solo tengo esa escena en mis pensamientos, y pese a tener relaciones después de eso, nada me borra aquella enorme verga masacrándome sin piedad y yo acabando como una vulgar zorra hasta desvanecerme, queriendo más.

Sin siquiera pensarlo, mi mano derecha está buscando uno de mis pechos, pellizcando mis rosados y empitonados pezones, mientras mis muslos empiezan a apretarse entre ellos, sintiendo ese rico placer al entrecruzar las piernas, con el sonido el chapoteo del agua. He visto esta escena en muchas pelis de miedo, pero nunca entendía el placer hasta ahora, me siento excitada, caliente, libre de ataduras y sin nadie que me juzgue o nada que me detenga. Mis dedos se resbalan por mi entrepierna y noto como mi vagina palpita, literalmente, apartando una pequeña línea de vello está el clítoris híper hinchado y al rozarlo me muerdo el labio inferior, se siente delicioso. Abro paso en mi sexo y siento como me entra el dedo corazón sin ningún esfuerzo, haciéndome sitio y sumando el dedo anular me empiezo a masturbar, de inicio lento, aumentando el ritmo según jadeo sin control. El calor del baño aumenta y debo sujetarme del borde de la bañera para no echar toda el agua al suelo, controlando cuando voy a acabar para frotarme enérgicamente la parte alta de mi vulva y explotar de deseo. Se me estiran las piernas, apretando los dedos de los pies, es algo que me pasa cuando tengo un orgasmo, me tenso unos segundos hasta que se me relaja el cuerpo de forma gradual. Mientras me sereno, enrojecida por la situación trato de hacer memoria, mi último polvo fue, no sé, hace 4 meses, el chico la tenía pequeña, apenas disfruté. Tengo que ser realista, nunca me había importado el tamaño del pene, pero tras lo del yogurt, me di cuenta que mis generosas curvas necesitan de un buena verga para llegarme muy dentro y sentirme llena. Despejo mis ideas y me digo que no necesito ningún hombre, buscaré el nuevo vibrador que me compré más grande que el último y listo. Salgo de la bañera sintiendo el leve espasmo muscular en las piernas, me anudo una toalla al cuerpo y otra a la cabeza, comenzando el ritual de cremas y lociones. Apenas me distingo en el espejo, totalmente lleno de vaho, con cuidado limpio un poco la zona de abajo, donde llego, para poder verme, quedando una parte arriba, como el limpiaparabrisas de un coche. Me cuido a conciencia sin dejarme nada sin hidratar ni dar un masaje, luego me giro y busco el secador de pelo. El ruido de estos aparatos es molesto, pero lo necesito, mi espesa melena caoba lo amerita o enfermaré de dormir con esa humedad.

Al terminar guardo las cremas y lociones, me miro en el reflejo mientras me echo una crema anti ojeras, sonriendo al verme las mejillas coloradas. Es cuando me doy cuenta, en el vaho que quedaba arriba, en la parte alta veo una marca, como si alguien hubiera apoyado la mano izquierda allí. No la había visto antes, seguramente Susana que es más alta, colocando algo se apoyaría, aunque me parece enorme, que dedos muy alargados. Uso un pequeño taburete y me alzo para limpiar todo, no quiero comenzar mi vida siendo una descuidada. Veo en la pared, acercándose a la bañera, más marcas de manos en la porcelana, me tambaleo de pasar un paño tan alto. Dejo todo arreglado y me pongo el pantaloncito y la camiseta de tirantes, no me gustan porque es apenas moverme y se me salen los pechos, pero no tengo ánimo ni ganas de buscar nada más. Me dejo una sábana ligera sobre las piernas y apago la luz, dispuesta a pasar mi primera noche.

Diario día 2

Al levantarme me he sentido genial, la verdad. Incluso con medio pecho sobresaliendo y supongo el roce de la cama, el pezón todo sensible y erecto, notando todavía la sensación de temblor en la piernas después de masturbarme ayer en la ducha.

Una vez en el baño, sentada orinando, descubro que mi pantaloncito rojo de pijama esta empapado en la zona de la ingle, me sorprendo, no debí secarme bien o seguiría excitada al dormirme, porque tengo un vago recuerdo de soñar con ser acariciada y manoseada. No le doy vueltas y tras cambiarme a unas braguitas suaves y una camiseta holgada, me preparo para seguir ordenando las cosas en el departamento.

Comenzando el otoño, el calor todavía reina por Santiago y vivir en un ático no debería ayudar mucho, dejo abierta las ventanas de la terraza y con un pequeño ventilador voy colocando toda mi ropa en el armario, guardando al fondo las prendas de abrigo y quedándome con la enorme colección de jeanss apretados, leggins oscuros y camisetas, blusas y camisas escotadas de todos los colores existentes. Un cajón entero para las prendas íntimas, donde abundan los tangas, no es que me gusten mucho pero mi enorme trasero hace que me aprieten todos los culotes, así que me acostumbré a ello. Otra cajonera para mis sujetadores, los más usados y preferidos adelante, los más bonitos atrás. Alguna caja de prendas especiales con ligeros y encaje, comprados por ver cómo me quedaban y usarlos en alguna cita especial, pero una vez puestos, me veía como una zorra sensual y atrevida, obscenamente provocadora. Nunca me atreví a enseñárselo a nadie. Me rio sola al repasar la cantidad de zapatos que tengo, apenas entran en un colgador junto al armario, 4 pares de tacones de infarto que apenas había usado en bodas o fiestas, no sé andar con ellos. Algunas zapatillas de vestir que eran mis preferidas y sandalias frescas con algo de tacón. Me iba probando conjuntos y qué combinaba con cuál cosa, hasta tener todo ordenado de alguna forma que me hiciera sentir cómoda.

Aunque ya era medio día, y el sol apretaba, tengo de vez en cuando algo de fresco a mi espalda, lo agradezco, aunque llegaba el punto de erizarse la piel y con ellos mis pezones sensibles. Acabo quitándome la camiseta porque el roce me está molestando o incomodando. Llevaba todo la mañana muy caliente, demasiado. Preparando una ensalada ligera ya para comer, me siento sudada y asquerosa, incluso pese a que mi higiene personal es muy importante para mí, huelo todas mis prendas y me reviso a menudo, noto el olor de mi vagina. Me palpo notándome muy empapada y no tardo en comer para meterme en la ducha de nuevo. No tengo pensado bañarme otra vez, tengo cosas que hacer, así que me lavo por partes, lo hago con agua fría para sofocar el calor, pero debo regularla hasta que sale vapor de mi cuerpo, tenga esa sensación rara gélida a mi alrededor. La casa es más fresca de lo que pensaba y empiezo a sopesar qué más cosas no me han dicho del piso. Aún no me creo que la casa esté tan barata sin algún problema escondido.

Salgo de la ducha y parece una sauna donde apenas veo nada. Me seco ante el espejo rápidamente para abrir la puerta y dejar que se airee. Según se disipa la humedad, observo de nuevo las marcas de manos en el marco y azulejos de la bañera. Me extraño porque ayer lo había dejado limpio pero habré sido yo sin darme cuenta, aunque son muy altas y apenas llego. Lo repaso todo de nuevo y al peinarme ante el espejo empiezo a sentir una mirada clavada en mí. No es que vea nada ni a nadie, es una sensación, como cuando sabes que te observan dormido. Me giro tratando de adivinar qué es, incluso me asomo al cuarto por si alguien de la agencia o la dueña hubiera entrado sin avisar. Nada ni nadie en ningún sitio.

Me quito la idea de la cabeza, debe ser mi mente jugando una mala pasada por estar sola en un lugar desconocido. Voy a mi cama y me visto, tanga negro con unos vaqueros. Sujetador a juego y una camisa blanca, me hago mi coleta y tras algo de base y maquillaje suave, las gafas. Cierro todo para que la casa tome un poco de calor, me echo el bolso de mimbre redondo al hombro, y salgo a la calle a mirar un poco el barrio y conocer la zona. Por primera vez en todo el día noto la luz del sol y el calor que me sienta de cine. Compruebo supermercados y comparo precios, tiendas de ropa, bares, mi ruta al hospital y ya atardeciendo me quedo en una terraza tomando un helado, con el dependiente mirando embobado cómo lamo mi cucurucho, sin perder detalle, podía imaginar su mente pensando que mi lengua repase sus testículos y no las de vainilla. Es guapo, con aire árabe, moreno, joven, vestido de camarero con camisa blanca y pantalón negro, marcado trasero, alto y fuerte, y no puedo dejar de pensar en si su verga será grande u otra decepción más. ¿Qué me pasa? Estoy muy caliente y aunque no es raro tras tanto sola, ahora mismo soy un volcán buscando cuándo, dónde y con quién me haga tener erupciones. Se me acerca para hablar, le sonrió, aprieto mis pechos para que desde su altura vea bien lo que hay y me sugiere que me quede hasta las 21h que acaba su turno. Le digo que vivo cerca y que si no le importa irse pronto, porque debo madrugar para trabajar. Sonríe y me invita a una copa de ron para amenizar la espera.

Termina su turno y nos tomamos otra copa, yo no suelo beber y se me escapa la sonrisa ronca cuando me susurra lo bonita que soy. No sé desde cuando me tiene agarrada del culo, pero si cuando empieza a amasarlo y el calor se me sube a las mejillas. Los compañeros se burlan un poco al ver la escena, aunque no tardamos en irnos a mi casa. La escalera se nos hace eterna, en el 2º piso ya nos besamos, su lengua juega con la mía al sujetarme del cuello, en el 4º ya me ha sacado un pecho y lo lame con fuerza tirando de él, para cuando estamos delante de mi puerta me tiene atrapada con su verga presionando mi espalda, metiendo su mano dentro de los jeans, estoy tan caliente que no acierto a abrir. Casi me caigo de bruces al entrar, me agarra y me empotra contra una pared en la entrada, me rompe la camisa haciendo saltar varios botones por los aires, sacándome las tetas por encima del sujetador y se agacha a lameros. Me siento abrumada por cómo se ha dado cuenta de que me puede hacer lo que quiera, me da la vuelta y me baja los jeans con energía, hundiendo su cara ente mis nalgas, dando mordiscos y azotándome de abajo a arriba tan fuerte que se me escapan gemidos ahogados de placer.

Tira de mi brazo y me acerca a la cama, allí me desnuda como si fuera una cualquiera, mientras se sienta en la cama, quitándose la ropa. Su verga salta ante mí, no está mal, se ve grande o venosa. “Ven niña, enséñame qué sabes hacer” –me dice provocándome mientras se masturba. No tardo ni un momento, en la mesilla saco un condón, no me ha dicho qué hacer pero lo intuyo. Me arrodillo ante él metiéndome entre sus piernas, le brilla la mirada al verme levantar los pechos hasta dejarlos reposar en sus muslos y allí tomar su verga, ponerle el látex y empezar a deslizar mi lengua suave desde la base hasta la punta, “Niña, con eso no se siente bien” –me dice. Niego con la cabeza, huele a sudor y liquido preseminal y siendo enfermera me conozco los resultados de todas las ETS, no me la voy a jugar “O lo hacemos así o no lo hacemos” –le digo y antes de que replique, meto el glande en mi boca mientras chupo llenando de babas todo su sexo. “¡Oh, vaya puta que eres!” –me dice. Un comentario que debería indignarme pero lo dejo pasar, no tengo tiempo para juicios morales, soy suya por un rato, lo sabe y yo estoy de acuerdo con eso. Tomo mis tetas y aprieto su verga entre ellas, el tipo se deja llevar al sentir mis tetas engullendo su virilidad hasta casi desaparecer.

Me asombro al sentir que hurga en mi conchita, no sé cómo ha conseguido meter el pie entre mis piernas porque noto cómo pasa el dedo gordo por mi vulva, de atrás hacia adelante, doy un pequeño salto al sentir el frio de su piel rozándome con una habilidad increíble. Quiero decírselo pero no me da margen, agarra de mi coleta y me hunde la cabeza hasta que siento su glande en la campanilla. Pese a que toso y me cuesta respirar me deja allí, unos agónicos segundos, tras lo que me la saca lo suficiente para atragantarme y coger aire, luego comienza a follarme la boca, saltando mis gafas por los aires. Me quejaría pero no tengo tiempo y la verdad que su frío dedo está empezando a rozar dentro de mí, jugando a hacer leves círculos en el clítoris, y estoy gozando como puta.

“No aguanto más zorra” –dice. Jala de mi cabello dándome las primeras bocanadas de aire limpio, sollozando y lagrimeando, toda sonrojada y babeando de su glande a mis labios me lanza sobre la cama lo justo para tirar de mí y quedar con el culo expuesto en cuatro. “Madre mía que culazo” –dice.  Lo azota fuerte haciendo que note mis nalgas rebotar, luego escupe en mi culo restregando su verga me la mete despacito y gimo de placer al sentir cómo lo hace. Me aferro a la colcha mientras repercute sin dejar de darme manotazos hasta sentir la piel de trasero ardiendo, separando las nalgas lo suficiente para llegarme más dentro.

Se ríe, supongo que le hace gracia verme allí expuesta, mientras me la mete a empujones y debe tirar de mis caderas para volver a meterla, sintiendo de nuevo sus dedos fríos acariciar mi espalda de los riñones hasta mi nuca. Tengo que agachar el torso, mis brazos se sacuden sin poder hacer nada ante su empuje y el roce de mis pezones con la cama me está matando, así que uso mis pechos como freno sobre la cama, ampliando el ángulo de penetración, provocando un leve orgasmo, mi cuerpo se retuerce. Entre bramido grita poseído: “¡Voy a acabar puta!”. De un fuerte empujón me aleja un poco, me giro lo suficiente para ver cómo se quita el condón antes de eyacular, el muy cerdo se la pone ente mis glúteos y los usa para masturbarse. Sobre mis riñones cae el espeso semen, salpicando toda la espalda y hasta siento que me cae en el pelo y la cama.

El tipo cae redondo a mi lado en el colchón, su pecho agitado me dice que le ha gustado y ha dado todo “¿Ha estado genial? ¿Verdad nena” –pregunta endiosado. La verdad no estuvo nada mal, pero me hubiera gustado recibir más atenciones, pese a ello me recuesto a su lado y beso su mentón abriendo los ojos agradecida. “mierda, ha sido brutal” –digo para mí. Sale de mí una sonrisa falsa, mientras acomoda una de mis tetas para abrazarme. Lo necesitaba, no voy a mentir y ha estado mejor que el último así que no me voy a quejar, he conseguido un buen polvo y que usara condón, ya es más que la mayoría de hombres. Lo que no cambia es su forma de tratarme, estoy aún sintiendo el calor de su cuerpo cuando se levanta y se va al baño. Le sigo con ganas de asearme o quizá provocar una segunda ronda, pero el tipo al verme entrar pone cara rara “Mujer, me has arañado toda la espalda” –me dice increpándome girándose sobre el espejo y sale. No recuero haberlo hecho, pero no discuto. Tras orinar y limpiarme un poco, apenas unos minutos, salgo al cuarto y le veo a medio vestirse. Mi cara debe ser un poema. “Bueno, has dicho que me fuera pronto, que madrugabas ¿No?” –me dice. Se encoge de hombros mientras se abrocha los pantalones. Me quedo allí, desnuda, mirándolo atónita, deseando increparle, quedaban unas horas, podríamos ver una peli o cenar y follar otra vez luego, lo que fuera, pero nada, solo le observaba sin más. “Bueno nena, ha sido genial, tienes mi número o si no pásate por el bar cuando quieras.” Me da un tibio beso en los labios antes de abrir la puerta e irse.

Me tiro sobre la cama a llorar, no sé ni porque, tiene razón, le dije que se fuera pronto, ¿seré boba? Pero en el fondo quería que mostrara algo de interés o ganas, no sé qué tengo de malo, supongo que soy más compleja de lo que yo misma me creo y no dejo claro lo que quiero. Una tetona caliente te ofrece irse a su casa y follar, ¿Encima le dices que se vaya prontito? Ahora entiendo su sonrisa, se lo he servido en bandeja. No me permito más de unos minutos de autocompasión, me sereno buscando mis gafas y cambiando las sábanas manchadas de fluidos. Me pongo un camisón por encima y abro la terraza para que se ventile un poco, huele a sexo, a semen y un poco a goma quemada o pólvora que no termina de irse. Me hago un poco de cena ligera y me quedo en el sillón con absorta viendo una película de superhéroes mientras me escribo con mi madre, que tampoco parece muy interesada en mi vida, sólo pregunta por el trabajo y si conozco a algún médico guapo con el que pueda salir.

No aguanto mucho allí, se hace algo tarde y empiezo a tener frío, tengo una sensación extraña en el cuerpo, destemplada, por dentro con calor, pero las manos heladas, metidas entre las piernas no consigo que tomen temperatura y decido darme un buen baño. Recojo las cosas de la cocina, cierro todas las ventanas y me voy directo a la bañera, donde me froto bien a fondo con el agua caliente al tope, tratando de sacarme la suciedad que en realidad tengo en la mente. Al salir, de nuevo la humedad lo llena todo, apenas veo y casi me caigo al resbalar con el agua del suelo. Al abrir la puerta una corriente de aire extraña saca la neblina rápidamente dejando otra vez un ambiente gélido alrededor. Me seco mientras me enfado al ver las marcas de manos por todo el baño, hasta creo ver algunas en el techo, ese cabrón se ha secado las manos por todos lados. Tardo unos minutos en dejarlo todo bien y al salir, mientras me enrollo la toalla en la cabeza, uno de mis zapatos, de tacón alto, se cae de colgador. Me da un mini susto, pero lo habré dejado mal colgado, así que lo vuelvo a poner en su sitio con fuerza y gesto iracundo, me pongo unas viejas bragas y el camisón por encima para dormir a gusto. Pese a ver el móvil un rato y caer dormida pronto, debo echarme una manta por encima de las piernas, sin dejar de sentir un vacío oscuro por la habitación, no hay nada y eso me perturba, tan acostumbrada a espacios encajonados y cerrados, tener un cuarto tan grande me agobia un poco. Con pensamientos de llenar esos espacios con cosas de tiendas, me relajo y descanso pensando ya en mi vuelta al trabajo al día siguiente.

Diario día 3

Un rayo de luz atraviesa los vidrios de la terraza y el reflejo en el espejo del armario me da en los ojos. Trato de cambiar de postura pero estoy tan perezosa y pesada que tardo en mirar la hora del móvil. Me hago la remolona un minuto pero debo ir al baño. Hago mi mejor esfuerzo y me siento sobre la cama, es extraño sentir que las sábanas me atrapaban, casi tirando de mí. Me percato de que tengo el camisón subido sobre el pecho, con medio pecho fuera y las braguitas descolocadas sobre una nalga, con la manta enrollada sobre mi pierna izquierda. Creo un montón esta noche. Asumo que con el frío que he sentido desde que me mudé, me cuesta dormir bien, arreglo la cama sintiendo mi lado tibio y el otro casi congelado. Voy al baño y al asearme debo cambiarme de ropa interior, esta toda empapada, y mientras me pongo un tanga roja, recuerdo la cogida del camarero del día anterior, me ha dejado toda húmeda soñando con sexo toda la noche, no recuerdo bien el qué, pero me alegro de sentirme satisfecha y algo traviesa. Regreso al salón y enciendo mi portátil mientras preparo un café cargado, reviso mi turno de trabajo en la web del hospital y suspiro al ver mi horario de 00 a 8 de la mañana. Eso me deja cierto margen para el día pero tendré que tomar buena siesta para compensar. Me pongo un leggins negro, peleando porque me suban del trasero sin marcarme toda la vagina, sujetador deportivo rojo y con una camiseta vieja de un hombro azul y salgo a dar un buen paseo con las llaves y el móvil, escuchando música de anime en los audifonos. No me gusta mucho hacer ejercicio pero siento que si no me esfuerzo, mi cuerpo con el paso de los años se volverá flácido y se me caerán las carnes.

El sol calienta y me siento recargada tras unas horas de caminata, no voy a correr, bastante trauma tuve de adolescente con los chicos de la escuela y la universidad babeando detrás de mis pechos botando o los continuos azotes misteriosos al culo que nadie nunca admitía hacer cuando me giraba. Me siento en un parque cercano a descansar y beber algo de agua de una fuente, mientras chateo con algunos amigos de internet, esta tarde quieren hacer una partida de juego de rol online. Me gustaría pero no tengo tiempo si luego tengo que trabajar.

Regreso a casa algo acalorada, los leggins me están matando, siento las piernas chorreando, en la casa me parecía bien pero está claro que debo diferenciar fuera a dentro, realmente es una ático muy frío. Lo noto nada más regresar, es abrir la puerta tras subir los 6 pisos agitada del ejercicio y un aire helado me envuelve al pasar, como si una corriente me introdujera y cerrara la puerta. Voy a cerrar el ventanal de la terraza pero ya está cerrado. No hay más puertas o ventanas, sin duda debe haber un mal aislamiento o un agujero en algún sitio. Pongo un poco de agua a hervir para hacerme algo de pasta para comer. Me pongo una copa de vino blanco frío mientras, me desnudo de camino al baño. Al caminar me asombro de ver mis tacones de boda, rojos de 12cm de tacón de aguja y plataforma, en el suelo, a los pies de la cama perfectamente alineados. Es imposible que se hayan caído del colgador del armario, a casi dos metros y hayan acabado ahí en esa postura. Instintivamente me cubro pechos e ingle, pese a tener el tanga puesto. Me siento muy vulnerable ahora mismo y un escalofrío recorre mi espalda, pienso en que alguien ha entrado y puede estar aún aquí. “¿Hola? Si hay alguien, por favor, no me hagan nada” –digo con temor. Me digo a mí misma lo tonta que soy, si alguien entró a hacerme algo, no dejará de hacerlo porque se lo pida amablemente con voz de niña perdida, asustada y casi desnuda. El silencio absoluto es la respuesta y entiendo que debo ser valiente. Me pongo el camisón, que está sobre la cama, dejado el vino en la mesilla y me armo con la lámpara de lava recién comprada. Me muevo despacio por la habitación, tratando de alcanzar mi móvil me lo dejé en el salón, trato de no hacer ruido pero la madera a mis pies me delata con crujidos leves. Alcanzo el teléfono y marco el número de emergencias, mientras suena, reviso el departamento desde la puerta de entrada, convencida de salir corriendo en cuento vea o escuche algo. “Emergencias, ¿Dígame?” –una voz firme y varonil responde. Me bloqueo un segundo temiendo hablar, susurro. “¡Sí! Hola, mi nombre es Silka, vivo en un ático, me acabo de mudar hace unos días, estoy sola y creo que alguien ha entrado en mi departamento” –le digo. Se nota la tensión y el cambio de postura y concentración del operador. “Está bien, dígame la dirección” –me dice.  Trato de hacer memoria, todavía no me aprendí la calle. “No me acuerdo,  lo siento estay muy nerviosa” –le respondí. Cada palabra me sale más aguda que la anterior. “Si esto es algún tipo de broma juvenil, que sepa que es delito hacer llamadas falsas a emergencias” –me dice en tono serio. Suspiro agobiada, “No, no, es que no quiero hablar alto y tengo voz fina. Por Dios, vivo en el barrio norte, a dos calles del hospital central, en la esquina de la terraza hay una cristalera y abajo un supermercado junto a una tienda de antigüedades” –le digo entregando datos de lugares cercanos. Siento cómo me analiza, mientras desesperada estoy respirando agitada a la espera, “Está bien, conozco el sitio, mandamos una patrulla, mientras, si es posible, salga del departamento y pida ayuda a algún vecino. Llegarán en 3 minutos.”

Siento una liberación tremenda, abro y salgo despavorida del piso, debo bajar una planta para llamar a los vecinos y tras unos segundos una señora mayor en bata me abre. No recuerdo qué le dije, sólo sé que puso cara de hastío, pero me vio tan mal, acelerada, asustada, con camisón y la lámpara en la mano, que me dejó pasar y me puso una tila, dejándome sentarme en su salón. A los pocos minutos se escucha el alboroto en la escalera y aparecen dos policías sofocados, la vecina les señala el ático y les da mis llaves, no sé ni cuando se las he dado. Suben a la carrera y tras avisar varias veces, entran, casi puedo oír sus pasos en el techo como abren puertas y revisan todo, pero tras unos 10 minutas, sin gritos, ni forcejeo, bajan los dos, mientras uno más joven se queda con la vecina, el otro se pone a mi lado. “Hola, buenos días, ¿Es usted la vecina de arriba que hizo la llamada a emergencias?” –me pregunta. Asiento algo conmocionada todavía, pero me extraña la cara del agente, algo barrigudo y calvo, pero con brazos fuertes y mirada dura. “Bien, tranquila, hemos revisado todo y no hay nadie en la casa ahora mismo, cuénteme qué ha pasado” –dice con calma. A grandes rasgos le repito lo mismo que a la vecina, que me acabo de mudar, que llevo unos días sintiendo cosas raras, como frío o que alguien me observa y que al regresar de la calle, los zapatos se han movido solos. Sonríe, no sé cómo descifrarlo, entiendo que al decirlo en voz alta suena una locura, pero no es incredulidad lo que leo en sus ojos color café. “Bueno señorita, vamos a hacer una última revisión con usted, miramos todo bien, puede que hayan sido una serie de casualidades y no sea nada, o quizá alguien le haya hecho una broma” –me dice. Niego con la cabeza. “Nadie tiene llaves salvo la dueña y es una señora mayor que está en una residencia, nadie salvo una amiga y mis padres saben la dirección exacta, ¿Y si alguien ha forzado y ha entrado ya se ha ido?” –trato de sonar más lógica y calmado. “Lo hemos comprobado, no hay marcas de ganzúas ni deterioro en la puerta. Venga y comprobamos si falta algo con usted” –me dice el policía. Me toma de la mano y voy tras él como un perrito. La vecina me abraza y da ánimos antes de dejarme subir. “¡Ay niña, dónde te has ido a meter!” –susurra con calidez.

Subimos los tres, los policías revisan de nuevo cada rincón de la casa, sin encontrar nada ni a nadie, me ayudan a recoger un poco la ropa del suelo y bromean con que tuvieron que apagar el agua hirviendo para restarle tensión a la situación. Me tranquilizo al sentirme a salvo y ver que quizá he exagerado, aunque el agente más joven me da la razón. Es imposible que los zapatos hayan caído sin más y terminado a 2 metros alineados, ¿pero qué más opciones había? “Lamento el susto, no parece que haya desperfectos, mi consejo habitual sería hablar con todos los conocidos y saber si alguno está haciendo el tonto, pese a ello, cambiaría la cerradura de la puerta” –me dice el joven policía. Se reúnen conmigo en la entrada, ya con ánimo de irse. “Hablaré con la dueña, y a ver, pero muchas gracias, jope, lamento molestarles.” Asienten felices de que no haya sido nada y mientras el agente novato se va, el veterano se gira y dice: “Bueno, debo serle sincero, no es la primera llamada de este tipo que recibimos de este departamento. Desde hace diez años, es raro que no nos llamen 3 o 4 veces al año sobre cosas así, hasta que lo pusieron como vacacional. ¿La inmobiliaria o la dueña no le dijeron nada?”. Me quedo petrificada ante él. “No, ni mucho menos, hablaron de departamento antiguo, de ruidos de madera o de cañerías, pero no de allanamientos” –le dije. Ahora comprendo la frase de la vecina, me han estafado con el departamento, por eso estaba tan barata. “Cualquier cosa, nos llama pero apréndase la dirección, la próximo operador puede no conocer la historia” –me dice el policía. Se despide y se marcha.

Al cerrar, me inunda una sensación de ira, y tiro los restos de la olla quemada, frotándola con tanta energía que me hago daño en un dedo. Me hago un bocadillo, para comer algo, masticando como si fueran piedras, sopesando el enfado que tengo. No estoy preparada para la confrontación, pero desde luego algo debo hacer. Tras ordenar las cosas, tomo mi teléfono y busco el número de la dueña, no me decido a llamar, le quiero mandar un mensaje pero no atino con las palabras y releo todo, me parece muy violento, debe serlo, pero no me gusta discutir o más bien no sé hacerlo. De golpe me suena el móvil, es ella, María Enriqueta, la dueña, me llama y no sé si cogerlo, pero lo hago, enfada. “Hola” –trato de sonar firme, “Hola querida, soy yo, la dueña del departamento” –lo dice con aire altivo, “Sí, sé quién eres. ¿Con usted quería hablar?” –se nota la tensión en mi voz. “Ay querida, dime qué h.a pasado, ¿Has tenido un susto?” –me dice. Sacudo la cabeza confundida “Sí, ¿Cómo lo sabe?” –le digo confundida. Sonríe como una gran dama experimentada. “Bueno querida, me ha llamado la vecina de abajo, me dijo que has ido a su departamento muy asustada y que fue la policía. ¿Está todo bien?” –dice con serenidad. Su voz, pese a su timbre de mujer de tercera edad, no esconde cierta condescendencia, “Pues no y además creo que usted lo sabe, están pasando cosas raras, creo que alguien ha entrado, ¿Usted no sabrá si alguien más tiene llaves?” –le dijo con ofuscación. Es la forma más directa y acusatoria que soy capaz de emitir para acusarla. “No mi niña, solo yo, pero es que es un departamento viejo, ya te dijimos que tenía sus ruidos y cosas, pero llamar a la policía, es el tipo de cosas que quería evitar al alquilártelo” –me dice. Encima se hace la ofendida. “Bueno, es que hubo cosas raras. Yo me asusté, no quería molestar pero…” –no alcanzo a terminar la frase. “Mira querida, siento todo lo que ha pasado, pero debo ser sincera, no tengo edad para estos sustos y que me estén llamado porque haya problemas Estás a tiempo de decirme si quieres quedarte o no en la casa, cuando pase del primer mes ya no podrás y tendrás que quedarte el año entero o al menos pagarlo, así que piensa bien las cosas y en unos días me dices. Chao” –me dice y corta la llamada. Aquella imagen de mujer amable y tierna que tenía de ella se esfumó, me dejó bien claro que si sabía o no de aquello, le daba igual, era cosa mía decidir quedarme o irme.

Quise llamar a la inmobiliaria para quejarme, pero repasando mentalmente todo, está claro que lo sabían y yo me cegué por el precio del piso. Así que simplemente empecé a buscar en internet trucos y consejos para estas cosas. Primero, era poner cámaras de seguridad internas, pero con mudanza y departamento estaba muy ajustada de dinero. Rescaté un viejo portátil y una webcam desfasada de la caja de consolas y entre el armario de la entrada, un poco de equilibrios, logré poner la cámara a grabar las 24 horas desde la entrada hacia el salón donde tomaba parte de la cocina y de la habitación, media escondida tras un jarrón, conectada a un nube digital a la que subía los videos por horas. Lo siguiente fue, con el móvil hacer un barrido por toda la casa con el modo nocturno y flash de la cámara, por lo visto así se resaltaban las cámaras grabando, incluso infrarrojas. Me dio mucho miedo pensar en que podías haber imágenes mías follando por ahí, pero tras un exhaustiva investigación, nada. Algo parecido hice con una vieja radio, en ruido blanco buscando frecuencias de micrófonos, pero o no supe o no detecté nada especial. Tras unas horas de jugar a la espía, me tranquilicé y me di una ducha rápida, dejándome de tonterías, mi mente me estaba jugando malas pasadas y solo eran coincidencias, eso me tranquilizaba más que pensar en alguien entrando a colocarme unos zapatos en el suelo. Con un camisón de tirantes y una tanga negra me acosté a dormir un par de horas, estaba algo agitada y no cogía el sueño, pero debía descansar. Jugando con el móvil, mis amigos del chat estaban tratando de convencerme para unirme a la partida de rol en un rato, fue divertido comentarles lo que me había pasado y se inventaron historias de fantasmas, de y asesinos en serie, ver lo absurdo que era todo aquello me dio confianza.

Logré cerrar los ojos un buen tiempo, lo suficiente para descansar pero no para dormirme del todo. El frío ya era notorio, me estaba acostumbrando a él, estaba con manta y todo encima, pero comencé a sentir el aroma a pólvora de nuevo, algo parecido a ceniza aromatizada con especias negras, no era desagradable para nada, pero era intenso, y era extraño. Sentía como el cuerpo se me volvía pesado y caía en un estado aletargado. Imágenes de la cogida de ayer o del día del yogurt empezaron a rondar mi mente. Me acordaba de todo, de las manos sobándome, de los azotes, del sexo brutal, de la forma de usarme, despacio mi mano fue descendiendo entre mis muslos. Tras todo lo ocurrido debería de estar de todo menos cachonda, pero no puedo evitarlo, me siento muy excitada. Remoloneo cruzando mis piernas mientras meto mis dedos dentro de la tanga, me sorprendo delo húmeda que estoy, pero no por ello dejo acariciarme el clítoris. Me giro para quedar boca arriba, con el camisón subido, me aprieto el pezón de uno de mis senos, tirando de él, notando cómo se va poniendo duro. Jadeo al sentir el fresco a mi alrededor, contrasta con el calor que emana mi piel y tras unos segundos me penetro con dos dedos, alcanzado el punto de no retorno, ese en el que la calentura nubla el juicio y nada importa.

Me siento en una nube, soy consciente de todo pero no tengo el control y ante esa sensación comienzo a sentir un toque, un dedo está rozando la cara interna de uno de mis muslos, es leve pero claro, trato de parar, de recomponerme, de abrir los ojos y cerrar las piernas, pero el sueño en el que estoy no me lo permite. Siento que sube, como incluso aparta la manta un poco dejándome abierta y expuesta. Está frío, no lo suficiente para quemarme, pero si para erizarme la piel. Me estoy masturbando de forma frenética, la idea de que alguien esté allí, tocándome, me trastoca la mente y más cuando noto mi camisón subirse aún más dejando mis tetas al aire y al instante, un roce suave y húmedo en mi pezón, no puedo creérmelo, pero diría que es una lengua, larga y puntiaguda que juega haciendo círculos con él. Me tenso sobre la cama, agarrada a las sábanas con ambas manos, sin atreverme a moverme, tampoco creo que pudiera. Exhalo al sentir una mano entera, sí, agarrándome un seno y apretándolo, soltándolo con cierta dureza, ni quiero abrir los ojos por miedo a lo que sea que esté pasando, pero siento erotismo en los gestos, delicados y lentos, no creo que quiera hacerme daño. La sensación de alguien tocándome la pierna va a más, sube hasta mi ingle y me da un escalofrío al sentir otra mano abriéndome los labios mayores, su gélidas manos me dejan paralizada, respiro con agitación, pero no se detiene y tras hurgar unos segundos, me mete un dedo, lentamente, logrando sacarme un suspiro “¡Ufff, que rico!” –digo gimiendo. No sé si es malo o bueno, pero estoy disfrutando, es como si estuvieran metiéndome un consolador fino y alargado que han metido en la nevera.

No puedo más, esta locura me está excitando demasiado y abro los ojos, lo que veo me aterra. Nada. Al mirar mis tetas observo claramente cómo una está siendo apretada, dando pequeños tirones del pezón, y en la otra marcas de dientes, sin llegar a morder, pero marcado sobre mi seno como si fuera un molde y diría que unos colmillos algo más alargados que rozan con mis sensibles pezones. Debo de estar loca de remate, intuyo que si una mano me está masturbando y otra en mi pecho, con la boca al lado, la cabeza debe quedarme sobre el tórax, y mi mano se alza, temblorosa, despacio dejando que se acerque sin movimientos bruscos, y antes de lo esperado, lo noto, no hay nada pero estoy rozando una espesa melena, diría que con rastas, grandes, gruesas y duras. Al agarrar de una de ellas, aparecen de la nada unos ojos enormes del tono amarillo oscuro de la miel.

Me quedo inmóvil, no puedo entender qué está pasando pero esa extraña mirada se clava en el fondo de mi mente, no puedo apartar la vista, eso confunde la suya, se ha dado cuenta de que le veo. Por un segundo se detiene, sorprendido, lo lógico es que cualquier persona se asustara y se alejara, pero lo que hace que me corra un escalofrío por la espalda es la forma en que tornea las pupilas, se expanden de forma violenta y juro que siento sobre mi pezón una sonrisa traviesa, una que alcanzo a escuchar, tenebrosa, ahogada y débil, pero la llego a captar. “¡Por favor!” –susurro con miedo, pero no llego a decir más, mete un segundo dedo helado dentro di mi vagina y eso mata cualquier replica en mi garganta, comenzando a meterlo tan adentro que me retuerzo de gusto cuando los gira, sabiendo dónde presionar para elevar mi respiración a pequeños gemidos. “¡Voy a acabar!”. Solo al decirlo deja de lamerme el pezón y noto el peso de un cuerpo pesado sobre mi vientre, una respiración tan pegada a mi delgada línea de vello púbico y masturbándome tan velozmente que me retuerzo sobre mi misma, llegando a tirar de las supuestas rastas, la risa oscura se repite mientras empiezo a echar fluidos. Convulsiono unos segundos en que pierdo la consciencia, para cuando me repongo, alzo el torso esperando sentir algún peso o dónde me está tocando, pero no hay nada, de nuevo, estoy sola. Palpo en busca de sentir o notar algo por la cama, desorientada, pero tras unos minutos me rindo y me relajo sobre la cama, creyendo por un segundo que todo ha sido fruto de mi imaginación y que lo he soñado, pero la enorme mancha sobre las sábanas de los fluidos cayendo por mis muslos, me demuestran que no es posible. Me he vuelto loca, ya está, es transitorio y no pasa nada, en lo poco que llevo en hospitales ya he visto suficiente para saber que a veces a la gente se le va la cordura. Actos imprevisibles, inconscientes y del todo ilógicos llevan a la gente hacer cosas impensables y obviamente me ha tocado experimentarlas.

Me levanto y me voy directo a la ducha, me siento sucia y usada. Pese a que siento el fresco a mi alrededor. Me meto a la ducha y es tan rápida, estoy tan aletargada que no presto atención a nada. Algo mareada todavía me siento sobre el borde de la cama, secándome el pelo y mirando la hora, me queda apenas un rato para irme a trabajar. Ya sopeso que pruebas me voy a hacer y pedir en el hospital. Logro centrarme lo suficiente para ponerme tanga, leggins negros y sujetador, mientras elijo que camisa ponerme, noto el aire frío sobre mi hombro, la piel erizarse y al alzar la mirada sobre el espejo del armario, lo veo, alcanzo a ver esa mirada detrás de mí, los ojos del tono de la miel con las pupilas dilatadas clavadas en mi cuerpo. Escucho la sonrisa tenebrosa y erótica de nuevo, tan pegada a mi oído que me da un escalofrío de lo más sensual. Es cuando comprendo que esto, es sólo el principio.

Me fui a trabajar a eso de las once de la noche, no me podía concentrar, estaba envuelta en mis pensamientos, a ratos sentía el mismo aire frio de mi departamento siguiéndome. ¿Por qué mi mente me traiciona de esa manera? Eran cerca de las tres de la madrugada, tocaba mi descanso y me fui a una de las habitaciones vacías y me recosté un rato, miraba al techo buscando una respuesta sin poder encontrarla, cuando siento que el frío envuelve la habitación, esa presencia me había seguido. Mi piel se erizó por completo y sentí como mis bragas se humedecieron al instante, la excitación se hizo presente en mi cuerpo, sin darme cuenta me estaba tocando, mis dedos jugaban con mi clítoris frenéticamente, era como una necesidad de masturbarme. Siento que me toman fuertemente de las muñecas y levantan mis brazos, el brillo de esa mirada apareció y no hice más que entregarme por completo. Sentí esa alargada lengua entrar a mi boca y unos carnosos labios posarse en los míos. Me besaba con pasión, cerré mis ojos para disfrutar ese apasionado beso que estaba recibiendo. La sonrisa traviesa llena de lujuria retumbó en mis oídos, escuchaba una respiración profunda que me estremecía.

Con los ojos cerrados sentí cuando mis muñecas fueron liberadas, esas manos grandes, frías y con dedos alargados me empezaron a recorrer, mi corazón palpitaba con aceleración cuando sentí que mi pantaloncillo de trabajo era deslizado por mis muslos, mis piernas fueron separadas y me quedé sin hacer nada. No sabia si gritar o solo dejar que esa presencia siguiera buscando lo que quería. En eso, sentí como mis bragas se hicieron a un lado y esa lengua pervertida comenzó a asaltar mi intimidad. Al rozar mi clítoris dije casi en forma de susurro: “¡Oh, que exquisita lengua!”. Tan pronto como terminé de hablar esa lengua se metió en mi húmeda conchita y sentía los movimientos que había en mi interior. Yo estaba disfrutando, me apretaba las tetas y deliraba de placer. Mis ahogados gemidos intentaban volverse intensos, pero no me podía permitir ese lujo en el hospital, así que puse una mano en mi boca para intentar contenerlos. En cosa de minutos estaba teniendo un intenso orgasmo que hace temblar, me retorcía sobre la cama mientras mis fluidos chorreaban de mi palpitante conchita.

No había terminado aún. Sentí como una verga grande y gruesa se metía en mi vagina, me penetraba con fuerza, abrí mis ojos estaba con las piernas abiertas y sentía como empujaba con brutalidad, la mirada intensa se clavó en mis ojos y la risa se volvió a escuchar. “No sé quién eres, pero cógeme con más fuerza” –dije fuera de mis cabales. Tapaba mi boca para no dejar escapar mis gemidos, las embestidas eran brutales, sentía que mi vagina se partiría en dos, pero lo estaba disfrutando. Fueron momentos intensos que culminaban en varios orgasmos más intensos que los otros. Había perdido la noción del tiempo, no sabía cuánto tiempo llevaba así pero para mí eran horas. Hasta que sentí esa verga explotar en mi interior llenándome con su semen. Entres mis fluidos y los que sentí de esa presencia, estaba enloquecida. De pronto, el frio desapareció y quedé con mis pantalones abajo y la vagina escurriendo fluidos. Como pude me recompuse y salí de la habitación. Era como si el tiempo hubiera pasado lento, ya que no hubo reclamos por mi larga ausencia.

El turno siguió con normalidad, hasta que llegó mi hora de salida. Cuando llegué al departamento, lo primero que hice fue darme una tibia ducha y tirarme en la cama. Ya no había camisón ni bragas, mucho menos mantas o sabanas, solo mi cuerpo desnudo esperando que mi fantasmal amante se presentara para que me usara a su antojo.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

5 comentarios:

  1. Es creer o reventar, cosas que suelen pasar y lo único que se puede hacer es disfrutar. Excelente relato.

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  2. Me encantó este relato son a veces experiencias únicas que solo una decide si afrontarlas oh no pero que rico que la cojan así a la medida y le hagan disfrutar como una perra en celo.
    Como siempre Cabllero excelente relato

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  3. Excelente relato caballero 🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥💦💦 otro favorito, pero siento que este amerita una 2da parte

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  4. Excelente relato. Gracias por compartir JOL

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