Soy
una mujer de treinta y ocho años, no puedo negar que, a pesar de mi edad,
todavía me complace mirarme a lo espejo. Ya no tengo una vagina estrechita como
a los dieciocho, ya no me afeito como cuando era más joven, tengo una jungla de
vellos oscuros que me divierto a tironearlos cuando me masturbo y enloquezco
con un intenso orgasmo.
Mi marido desde que comenzó a engordar ya no me toca como solía hacer, yo más vieja, él más gordo y yo más caliente y más me masturbo. Tengo tres hijos, un par de mellizos de ambos sexos de diecinueve años y un niño de diecisiete, esas son mis referencias personales. Ahora les contaré lo que me sucedió.
La semana pasada mi hija compró una motocicleta y vino a mostrármela. Desafortunadamente llegó justo en el momento en que me estaba masturbando como loca en mi propia cama, me había despertado con la vagina caliente, mojada e inflamada, mi dedo frotaba mi clítoris con fuerza, mis ojos estaban dando vueltas y vueltas en mis orbitas, cuando la escuché subir las escaleras, apresuradamente me cubrí para no ser sorprendida en algo tan íntimo. Me dijo que debía ver su moto y probarla, para ello debía acompañarla a la ciudad, visto su insistencia me tuve que levantar, me vestí y bajamos. Mi hija vestía un ajustado completo de cuero negro, muy resbaladizo, me subí a su espalda y ella sin previo aviso arrancó la moto me aferré a ella, pero si querer lo hice poniendo mis manos sobre sus tetas, rápidamente las bajé a su cintura, pero eso no fue lo más terrible. Cuando la moto se puso en movimiento, las vibraciones de su motor me llegaron directamente a mi ingle y mi clítoris flameaba como una bandera. Todavía estaba caliente, acababa de perderme un orgasmo esta mañana y ese maldito motor me volvía loca con sus sacudidas y temblores que repercutían directamente en mi vagina.
Durante todo el camino no pude pensar en nada más que en mi terrible calentura. Por un momento pensé de tocarme por sobre mi pantalón, pero mi hija podría darse cuenta así que desistí de hacerlo. Lo único que deseaba era llegar luego a la ciudad donde encontraría algún lugar para desahogarme. Después de una media hora de esa terrible tortura con esa tembleque motocicleta entre mis piernas, finalmente llegamos a la ciudad. Mi primera idea fue buscar un baño, mi hija quería ir a solucionar problemas con su celular, así que nos separamos después de acordar un punto de reunión para volver a casa.
Partí en busca de un baño, pero no pude encontrar ninguno donde pudiera entrar sin comprar algo, además, había olvidado mis tarjetas y dinero en casa. Así qué traté de pensar en otra cosa, finalmente logré dejar de pensar en mi excitación, pero de ahí en adelante las cosas se pusieron peor. Primero me encontré con un enorme mural con un musculoso hombre semidesnudo en él. Rápidamente volteé la cara, no quería estímulos de ese tipo, pero me encontré de frente con un joven hombre de buen porte, vestía unos ajustados jeans y se perfilaba claramente un enorme pene bajo sus pantalones. Inmediatamente mi vagina comenzó a rebosar de fluidos. Me vinieron unos terribles deseos de saltarle encima y meterme esa verga esplendida en mi concha, pero pude autocontrolarme. Lo único que se me ocurrió fue encontrar algún probador en una tienda de ropa. Entré al primer negocio de ropa que encontré, agarré una prenda cualquiera y partí a un probador; rápidamente cerré las cortinas y metí mi mano dentro de mis bragas, lo primero que sentí el calor de mis vellos púbicos que se habían humedecidos al igual que mis calzones. Mis dedos velozmente se deslizaron más debajo de mi clítoris, empujé mis hinchados y empapados labios hacía un lado, separándolos con mi dedo anular e índice, y metí casi por entero mi dedo medio en mí vagina. Lo alcancé a hacer un par de veces y escuché la voz de un hombre fuera del probador que me decía que estaba en una tienda de ropa solo para hombres. Mi vergüenza fue enorme, casi tanto como mí calentura. Salí corriendo sin mirar a nadie, apenas había logrado sacar mi mano por completo de mis bragas.
Miré
mí reloj y vi que era hora de irme a casa. Caminé hacía el punto de reunión con
mi hija, ella ya estaba allí. Mi calentura no había sido aliviada ni siquiera
un poco y ahora debía volver a montarme en esa moto y zarandearme de regreso a
casa sintiendo un infierno de fuego entre mis piernas. Me sorprendí mirando el
voluptuoso cuerpo de mi hija, parecía haber crecido de algunas partes, jamás la
había visto en este modo, la estaba mirando en manera sexual. “¡Oh, mi Dios!
¿Por qué estoy tan caliente?” –pensaba. Mientras ella subía a la moto, la vi
levantar su pierna y pasarla por encima del asiento, sus nalgas lucían
preciosas, el brillo del cuero daba reflejos fantásticos. Me subí a la moto, mi
hija echó a andar el motor y las vibraciones comenzaron otra vez en mi bajo
vientre, ya no podía dejar de pensar en el sexo, el estimulo era continuo, pero
no lo suficiente como para hacer que me corriera. Por el camino gemí todas las
veces que me acerqué a la cúspide, pero el alivio del orgasmo nunca llegó.
Al fin llegamos a casa, yo venía empapada, sentía mis bragas pegadas en mi vagina. Le dije a mi hija que pasara y tomábamos algo para conversar un rato, obviamente como estaba manejando me dijo que alcohol no, entonces le dije que tenía gaseosa y un jugo de frutas naturales que me había preparado antes que llegara. Aceptó gustosa compartir unos vasos con jugo mientras charlamos. Metió la moto al patio, fui a cocina para traer la jarra y los vasos. “¿Cuándo te convertiste en una mujercita?” –le pregunté. Sonrió y me dijo: “Es parte de la vida mamá. ¿No me digas que sufres del síndrome del nido vacío?”. “No es eso, solo que te miro y no sé en qué momento creciste tanto” –le respondí. Me acerqué y acaricié su rostro, cosa que hace tiempo no hacía; al ser ya una mujer, empecé a sentir esa corriente eléctrica en mi entrepierna, nunca me han gustado las mujeres pero mi excitación era tan grande que ya no la veía siquiera como mi hija, sino como una hembra. Me dijo: “Hace tiempo que no me acariciabas, ¿por qué ese cambio?”. “Todos tenemos derecho a cambiar, hija” –le respondí. “Ya sé porque el cambio, no soy tonta. Sé lo que estabas haciendo cuando llegué y lo que te calentó el ronroneo de la moto” –me dijo. No me dio vergüenza que haya descubierto lo caliente que estaba, solo me descolocó un poco. “Bueno, sí. ¿No tiene nada de malo? Además, te ves tan sensual con ese traje de cuero que mi cabeza vuela” –le dije. “Lo de la moto lo entiendo, siempre termino con las bragas mojadas, me halaga que sientas cosas al verme así. Tú también te ves guapa, te sienta bien estar caliente” –dijo.
Tenía ganas de probar esa conchita depilada de mi hija, así que le dije que se tirara al piso. Hambrienta de su vagina me sumergí entre sus piernas y la empecé a lamer con intensidad. Me sentía como una perra que bebe agua de su plato, loa tibios fluidos de mi pequeña me tenían loca, enferma de placer; deseosa y fuera de control. Tanta era la calentura de ambas que entrelazamos las piernas, quedando nuestras vaginas pegadas, nos frotamos con lujuria, sintiendo ese roce exquisito y placentero. Nuestros cuerpos brillaban por el sudor, ninguna quería ceder al orgasmo. “¡Acaba zorrita!” –me decía. La miraba, mordía mi labio, no salían palabras solo gemidos. Cuando intentaba decir algo balbuceaba como una niña que está aprendiendo sus primeras palabras. De pronto, ella empezó a temblar; se sacudía de manera perversa y gemía. “¡Eso pequeña puta, acaba para mamita!” –le decía con lujuria. Cayó presa del placer, acrecentando sus gemidos y con la lujuria dibujada en su rostro. Al poco rato yo estaba igual que ella azotada por un delicioso orgasmo que me hizo perder la cordura. Nos reímos como niñas traviesas, nos besamos de la forma más sucia en que madre e hija pueden besarse, sellando ese momento intenso y lujurioso. Enfundó su cuerpo en ese traje de cuero que la hace lucir sensual, yo me quedé desnuda en la sala. Nos despedimos con un beso intenso y se fue.
Aunque
tremenda cogida que nos dimos con mi hija, seguía caliente. ¿Que mierda me
pasa? Hace tiempo que no me sentía así. Tenía una tarea por concluir, apagar
ese fuego perverso que me tenía tan caliente. Era una obligación de mi consorte,
pero no tenía ni ganas ni tiempo de esperarlo. Decidí de hacerlo por mí misma
en la intimidad, pero no quería correr el riesgo de que mi esposo me
sorprendiera haciéndolo. Por lo que decidí ir a la habitación de mi hijo menor.
Él estaba en el colegio y no llegaría a casa hasta la tarde. Abrí la puerta del
dormitorio de mi hijo y estaba a punto de caminar hacia su cama, cuando lo vi a
él parado allí con sus pantalones en los tobillos y un tremendo pene saliendo
de la abertura de su bóxer. Así que
había salido temprano y yo no lo sabía. Tal vez nos había escuchado a su
hermana y a mí, por eso estaba caliente y a punto de pajearse. Estaba en tal
incandescencia, mi vagina lanzaba llamaradas y lava fundente, qué no pude
sustraerme a la visión celestial de su verga erecta. Él se quedó paralizado cuando me vio,
realmente atónito, pero lo siguiente sería aún peor. Deduje y era obvio que él
también estaba caliente y pensé que no reclamaría en absoluto si le saltaba
encima. Era mí oportunidad de que una apetitosa verga follara al fin mi vagina,
ya que mi esposo no me había tocado los últimos seis meses y lo único que me
animaba ahora, era sentir esa juvenil verga en mi boca.
Antes de que él pudiera expresar alguna palabra, me dejé caer de rodillas y aferré a la verga de mi hijo. No me importaba si había algún ilícito en eso, ya lo había hecho con mi hija, así que me importó una mierda. Estaba a punto de engullirla cuando él se movió como para evitarme, pero no le iba a permitir de alejarse, no lo iba a dejar escapar, entonces agarré sus testículos, inmediatamente se paralizó y lo empujé sobre su cama, enseguida salté sobre él. Rápidamente me di la vuelta y lo monté a horcajadas, al mismo tiempo que le aprisionaba sus velludos testículos en mis manos para que no pudiera huir de mí. Sentí en mis manos esos testículos delicados envueltos en el escroto, también sentí su verga rígida, me lancé en picada a engullirla toda, por completo hasta el fondo de mi garganta, enseguida disfruté la sensación maravillosa de sentir esa verga celestial en contacto con mi lengua. Ni siquiera me había percatado de que mi hijo todavía intentaba escapar, tampoco había escuchado sus gritos de que me detuviera. Mi cerebro estaba obnubilado por la sensación de volver a sentir una aterciopelada verga en mis manos. Al principio, su pene se ablandó un poco, pero después de comenzar a chuparlo con voracidad, sentí que volvía a crecer y que ya no luchaba con la misma fuerza, al parecer empezó a disfrutarlo. Seguí chupando y sus gemidos aumentaron, como así también un ligero movimiento de sus caderas como follando mi boca. Yo aún no lograba desahogarme y también quería mí parte. Cuando sus gemidos aumentaron y comenzó a contorsionarse, la saqué de mi boca sin soltar sus testículos y me senté con mi conchita sobre su cara. Se sorprendió de que me hubiera detenido. Mi hijo virgen ahora estaba mirando directamente mi vagina, quien sabe qué cosa pensaba al tenerlo al alcance de su boca, ya que me di cuenta de que no reaccionaba y no hacía nada de su propia iniciativa, así que le di un fuerte apretón a sus bolas que casi lo hice gritar y le ordené que me lamiera mi conchita, lo vi titubeante, así que volví a darle un ligero apretón a sus testículos y lo amenacé de volver a apretarlo más fuerte si no comenzaba de inmediato a hacer lo que le pedía. Entonces sentí su cálida lengua rozar mis húmedos labios vaginales y empujarlos hacia los lados, pasó rozando mi clítoris lo que me provocó un exquisito escalofrío, pero su lengua se movía en forma errática, al parecer mi coño era su primera vagina y no tenía la menor idea de cómo funcionaba.
No
tenía el tiempo de enseñarle, necesitaba acabar, necesitaba desahogarme y
alcanzar por fin ese anhelado orgasmo, así que velozmente moví mi vagina
empapada hacia su pene que se conservaba tieso, grueso y largo. Me senté de una
sobre esa verga parada y dura, mis
glúteos tocaron su vientre y lo embestí con fogosidad inaudita, gemí sintiendo
su maciza carne deslizándose dentro de mi hambrienta concha, su miembro
caliente frotaba mis paredes vaginales y me hacían temblar de placer, estaba
tan desesperada que bastaron una docena de embestidas para acercarme a la cúspide
de mi añorado clímax. Mis esplendidos pechos rebotaban arriba y abajo, con cada
embestida mis gemidos se hacían más y más fuertes. Después de una veintena de
segundos mi cuerpo se encabritó, no podía parar de chillar y mover mi cuerpo
rápidamente en vaivén. La maravillosa sensación que siente una mujer antes del
orgasmo se aproximaba, solté sus testículos y me enderecé empalándome con
fuerza en su verga que taladraba en las profundidades de mi vagina en modo fantástico.
Mis muslos se contrajeron y apreté todos los músculos de mi cuerpo alrededor de
esa bendita verga de mi hijo. Grité tan fuerte que estoy segura de que me
escucharon todos mis vecinos, luego me derrumbé hacia atrás como una muñeca de
trapo, mi cuerpo se estremecía finalmente en un potentísimo orgasmo, la verga
de mi hijo estaba todavía dentro de mí. Lo dejé deslizarse fuera de mí, me
acosté a su lado y volví a metérmela en la boca, ahora necesitaba que me
alimentara con su semen de muchacho virgen, le di solo un par de chupadas y me
llenó la boca de su sabroso esperma. Le sobajeé
dulcemente sus testículos para descargarlos completamente en mi boca, luego
azoté mis mejillas con su verga dura y mojada.
Me quedé otros cinco minutos a su lado tratando de recuperar mi respiración, mi hijo gemía cada vez que mi lengua envolvía su pene para beber las gotitas que continuaban a aflorar en su amoratado glande. Después de eso me subí rápidamente mis pantalones y escapé con una satisfecha sonrisa de su cuarto. Ahora tengo miedo de empezar a usar y abusar de mi hijo cada vez que me sienta tan caliente y no quiera masturbarme. Su verga es adorable, se sintió tan bien dentro de mí. Creo que no sería nada de malo enseñarle a usarla como se debe, su verga necesita de mi experiencia, quizás no le guste del todo, pero algo aprenderá de mí.
Soy
todavía una mujer linda y hombres y muchachos se giran a mirarme. Muchos
soñarían con tenerme. Creo que no me resistiré a hacerlo otra vez con mi hijo,
ya que verga es verga y no importa de quien venga, ahora sí hay un hombre en
casa que podrá satisfacer la fiebre de mi concha cuando la calentura me nuble la razón.
Pasiones
Prohibidas ®
Alimentar el morbo y las fantasías
ResponderBorrarCon detalles que hacen volar la mente
Sin duda es muy placentero
Morboso relato Mí Amo.
Detalles excitantes
Wao cuanta lujuria en cada letra,en cada línea hace volar la imaginación y vivir lo a flor de piel como que se estuviera viviendo ese moroso momento.
ResponderBorrarComo siempre Caballero un buen relato