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sábado, 3 de agosto de 2024

160. Unas merecidas vacaciones


Siempre nos ha gustado con Johanna, mi esposa llevar a cabo nuestras fantasías y jugar más allá de los límites establecidos, todo con la finalidad de disfrutar al máximo. Hemos participado en fiestas swingers, hemos hecho tríos con amigos y alguna que otra cosa un poco más perversas. Este verano decidimos salir del país y tomar vacaciones en un lugar en el que fuéramos totalmente desconocidos. Fuimos a disfrutar una semana de descanso en un hotel de Punta Cana, el Bávaro Beach Resort para ser más exactos, animados por la publicidad que promovía este lugar como un destino turístico digno de visitar. La idea era conocer otros destinos y la República Dominicana nos pareció un destino atractivo. El lugar es promocionado como un destino ideal para adultos, razón que nos motivó para ir allí, aún sin saber cuáles eran las entretenciones que allí nos esperaban. El sol, las playas, el mar, la música caribeña, la comida y muchas atracciones culturales y deportivas cautivan la atención y hacen agradable la estadía.

Cuando llegamos, el hotel parecía estar con alta ocupación. Se veía bastante gente en todas las estancias y aquello hacía más entretenida la estadía. La oferta de comida era excelente y los dos primeros días estuvimos dedicados a explorar el lugar y ver las opciones que había para conocer y aprovechar al máximo el tiempo que íbamos a estar allí. El hotel ofrece diariamente entretenciones en varios escenarios, de modo que uno puede alternar las opciones y acudir al espectáculo que mejor le parezca. Uno de ellos, la discoteca, siempre está animada, así que fuimos allí al segundo día. Estuvimos bailando merengue y salsa hasta el cansancio y, nos pareció divertido y agradable aquel lugar. Había algunos hombres solos que, para no perder la oportunidad, invitaban a las damas a bailar y, varias de ellas, entre esas, mi esposa, encantadas aceptaban.

Johanna se enganchó con un hombre moreno, digamos que normal, pero bastante simpático y agradable. Un bailarín consumado según ella. Después supimos que él era un profesor de matemáticas en un colegio de Puerto Rico, que estaba acompañando a una promoción de estudiantes que realizaban su excursión de fin de año, próximos a graduarse. Sus muchachos estudiantes, hombres y mujeres jóvenes estaban allí, pero, ellos, los profesores, no tenían pareja para bailar, así que procuraban adaptarse al ambiente y pasarla lo mejor que pudieran. Lo cierto es que aquella noche, al parecer, ambos quedaron encantados con la mutua compañía y el contacto que les proporcionó estar juntos y bailar varias veces, porque, tal vez, a falta de parejas. El tipo la tomó a ella como pareja predilecta. Todo será, quizá refiriéndose a que se trataba de un tipo normal y corriente, pero baila muy bien, dijo ella. Se mueve muy rico y tiene ritmo. Llegaron el fin de semana y parece que se van en dos días. Cuando volvimos a la habitación, mi esposa dijo que iba a salir un rato, pues quería respirar aire fresco y que el olor del mar le resultaba agradable. Nuestra habitación tenía vista a la playa y el mar, situados muy cerca. “¿A dónde vas a ir?” –pregunté. “A ningún lado. Solo voy a estar aquí afuera, descansando” –respondió. “Bueno, yo si tengo ganas de dormir” –le dije. “Ya vengo. No me demoro” –dijo ella con una sonrisa y la vi caminar hacia el mar hasta que se perdió en la oscuridad. No supe a qué hora o cuando regresó, porque me quedé dormido casi de inmediato. Lo cierto es que cuando me desperté, ella estaba durmiendo a mi lado. Cuando despertó, pregunté: “Oye, ¿a qué hora llegaste?”.  “Al poco rato, pero tú ya dormías y roncabas como oso hibernando” –me respondió. “¿Qué hiciste?” –le pregunté con curiosidad. “Me fui caminado por la playa hasta la marina y me devolví. Quería sentir el aroma del mar y el viento refrescando, porque en esa discoteca hacía calor y sudé bastante bailando” –me respondió mirándome a los ojos. “Sí, es verdad. Además, como había tanta gente, el aire acondicionado parecía no dar abasto” –le dije.

Fuimos a desayunar y después, nos embarcamos en un tour, para ir a visitar Santo Domingo. Allí pasamos todo el día. Cuando regresamos, fuimos a comer a uno de los restaurantes temáticos que había en aquel lugar, donde ofrecen comida mexicana. Estando ahí instalados en la mesa, vimos ingresar al profesor, quien, al vernos, fue directamente a nosotros. Saludó a mi esposa y se me presentó. Mucho gusto, señor. Tuve el placer de bailar con la dama el día de ayer en la discoteca” –dijo él educadamente. “Sí, los vi” –le dije. “Bueno, lo felicito, ella baila estupendo y lo hacer sentir a uno muy bien” –me dijo. “Gracias, lo sé, ya que es mi esposa. Por cierto, no ha dicho su nombre caballero” –le dije. “Perdone, mi nombre es Raymond, es un placer” –dijo él. “Mucho gusto, me llamo Gustavo” –le respondí. “¿Los puedo acompañar” –preguntó. “Sí, claro. ¿Está solo?” –le respondí, “Sí. Dejé organizada a la gente con uno de mis compañeros y me escapé para liberarme del ajetreo y descansar un rato, así que me vine a cenar a este lugar. Más tarde, seguramente, los muchachos querrán ir a la discoteca. ¿Van a ir ustedes?  Dijo él. “A mí me gustaría” –se adelantó a decir mi esposa. “Bueno, la verdad, yo no lo había considerado, porque pasamos todo el día por fuera” –le dije. Se notaba en el tono de voz de Johanna que quería ir, en el fondo estábamos ahí para pasarla bien y desconectarnos del mundo. Al final dije que sí. “Perfecto, si van por allá nos hacemos mutua compañía” –dijo Raymond. Mientras cenábamos, Raymond habló sobre su trabajo, lo que hacían con los muchachos en el colegio, anécdotas de otras experiencias con los muchachos y cosas por el estilo. Terminada la cena, se despidió y dijo que nos esperaba si es que nos decidíamos a ir. “Yo quisiera descansar,  pero estos muchachos tienen una energía inagotable y debemos estar pendientes de ellos” –afirmó. “Bueno, si nos animamos, por allá nos vemos” –le dije. Ese día había un espectáculo en otro lugar, al cual habíamos considerado asistir. Era una presentación de bailes dominicanos y del caribe, bastante animados, por cierto. Una vez terminado el evento, regresamos a nuestra habitación. “¿Al fin vamos a ir a la discoteca?” –preguntó Johanna. “Pues la verdad, yo no tengo ni una gana de ir” –le respondí. “Yo si quisiera ir un rato. ¿Me acompañas?” –dijo ella poniendo ojitos tristes. “Bueno, vamos, pero si me da sueño, me devuelvo de inmediato. ¡Mira la hora que es!” –le dije. “Bueno, pero vinimos a esto ¿no?” –dijo Johanna. “Siempre y cuando uno le saqué gusto, sí, pero si uno no tiene ganas, pues no” –le respondí de manera filosófica. “¡Ay! Deja de quejarte. Es solo un rato” –dijo de manera sabia. En cierta forma tiene razón, estábamos de vacaciones y obviamente era para pasarlo bien. “¡Okey, vamos!” –le respondí.

Cuando llegamos, el profesor estaba en la puerta y al vernos levantó sus manos para hacerse notar. Nos acercamos a él y nos dispusimos a entrar. “Pensé que se habían arrepentido” –dijo. “No, fuimos al espectáculo de baile y entre tanta distracción se pasa el tiempo volando” –contestó Johanna. “Bueno, pero ya están aquí” –dijo él, quien estuvo muy atento y cordial en su trato, y sobre todo muy galán y caballero con mi esposa. Y, no más llegar a la mesa, de inmediato la convidó a bailar, cosa que ella aceptó, sin dudarlo. Yo me quedé en la mesa y vi cómo se divertían en cada baile. Raymond supo cómo ganarse la atención de mi mujer y ella estaba encantada con él. Lo aburrido del asunto es que ella y él se entretuvieron bailando toda la noche y se olvidaron que yo existía, de modo que muy pronto me entraron las ganas de dormir. Decidí entonces, ir hasta dónde ella estaba. Le dije: “Oye, tú estás entretenida con el tipo este y a mí ya me dio sueño. Si quieres, quédate, pero yo ya no aguanto más. Me voy a dormir”. “Bueno, estaré otro rato y allá nos vemos” –dijo ella. Me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Yo salí, sin siquiera mirar atrás y me fui directo a la habitación.

Al despertarme en la mañana, igual que el día anterior, ella dormía a mi lado. Tampoco supe a qué hora había llegado. Fuimos a desayunar algo tarde y, como no había nada programado para aquel día. Tomamos el sol en la playa, dormitamos un rato y así recuperarnos de las andanzas del día anterior. Pasado el tiempo, le pregunté a Johanna: “Al final, ¿en qué terminó lo de anoche?”. “Lo normal. Bailamos hasta que cerraron la disco, como a las tres de la madrugada. Además, don Raymond es un tipo interesante” –respondió. “Bueno, además de lo que habló ayer, ¿qué más ha dicho?” –le pregunté. “Pues, no mucho; con esa música a todo volumen es muy poco lo que se puede conversar” –respondió. “Entiendo. Entonces fue sólo baile, manoseo y tomatera” –le dije. “¡Quien dijo!” –respondió Johanna. “¡Me imagino!” –dije yo. “Solo bailamos. No puedo creer que pienses eso de mí” –dijo mi esposa. En la tarde, estando en la habitación, noté a mi esposa algo inquieta, como si tratara de decir algo, estuviera dubitativa y se abstuviera de hacerlo. “¿Pasa algo?” –pregunté. “No, nada, ¿por qué?” –me respondió. “Pues, pareciera que quisieras decirme algo, pero no te atreves. No sé” –le dije. Después de algunos minutos de silencio, entretenida, arreglándose en el baño, por fin, preguntó: “¿Te molestaría si invito a Raymond a nuestra habitación?”.  “¿Por qué en la habitación?” –le pregunté. “Porque no hay tanta gente, no hay ruido y se puede conversar libremente” –dijo ella. “¿No puede ser en la playa, en algún salón o en otro lugar? ¿Tiene que ser en la habitación?” –le pregunté. Se quedó mirándome, sin decir palabra. “Bueno, ¿qué le encuentras de interesante al profesor?” –le pregunté. “Es una persona educada, con formación, alguien con quien se puede charlar de muchas cosas, porque sabe de todo, ha viajado y tiene experiencia. Además, ni él sabe nada de mí y tampoco yo sé mucho de él. Después de habernos conocido, quizá más nunca nos volvamos a ver. Somos totalmente anónimos” –respondió. “Cómo es morenito, de seguro debe tener grande la verga” –agregué con una sonrisa. “Supongo que sí” –dijo ella. “Okey, lo que creo entender es que me estas pidiendo permiso para estar con ese tipo, aquí en la habitación, ¿no es cierto?” –le dije. “Pues, no sé” –me responde. “¿Cómo así que no sabes?” –pregunté. Pues sí; no hemos hablado nada ni ha habido ninguna propuesta, de modo que puede pasar o no puede pasar. Y ¿tú que crees? No sé, dijo ella. Bueno, pregunte sonriendo, ¿te lo quieres coger? ¿Sí o no? Si, dijo ella. “Está bien. ¿Y él sabe que yo soy parte del decorado?” –le pregunté. “Es que no hemos hablado nada de eso” –respondió ella. “A ver si estoy entendiendo. Él no te ha propuesto nada, ni te ha sugerido nada, y tú lo que pretendes es traerlo aquí, seducirlo y si se da, coger con él, ¿cierto?” –le dije. “Si” –respondió riendo. “Entonces, ¿cuál es el apuro?” –pregunté. “Se van mañana” –me respondió. “Ahora entiendo el apuro. ¿A qué hora quedaron de encontrarse?” –le pregunté. “Él aún no sabe” –me respondió. “Ahora sí que no entiendo nada. ¿Cómo así qué no sabe?” –le dije extrañado. “Pues, no, aún no le he dicho, igual sería algo arriesgado, pero me encantan los riesgos” –dijo Johanna con una sonrisa. Y, entonces, ¿en qué momento pensabas decírselo? Quedamos de encontrarnos para cenar. ¿Tú y él, solos?, pregunté sorprendido. ¡No! bobo, los tres, como ayer. “Ya decía yo que eso estaba raro. Bueno, vamos a hacer una cosa. Nos encontramos en la famosa cena, pero, yo me hago el despistado y me voy, los dejo solos para que puedan ponerse de acuerdo. No le digas que yo voy a estar presente, porque de pronto no se siente cómodo y desiste” –le dije. “Pero ¡yo no quiero estar sola!” –dijo ella. “Bueno, lo que podemos hacer es que yo me acomodo en uno de los asientos que hay en el balcón, en un rincón, y cerramos las cortinas, de modo que él no me vea. Tú haces tú show y, si cualquier cosa yo estaré ahí para intervenir” –le dije para darle tranquilidad. “Pero, ¿qué le digo?” –me pregunta ella. “Que hay unos compañeros de trabajo también alojados en este hotel, que quise pasar a saludarlos y que de seguro me demoro. Si llega a verme, pues le dices la verdad. Si él decide continuar, bien, si no, pues lo siento; otra vez será” –le respondí. “Pues sí, me parece bien” –dijo ella.

Fuimos a la zona de restaurantes y como era de esperarse, el profesor estaba atento, viendo a la gente que llegaba al lugar. Cuando nos vio, rápidamente se acercó a saludarnos. “Hola, Johanna, ¿cómo la has pasado el día de hoy?” –preguntó con curiosidad. “Bien, descansando” –respondió ella. “¿Y usted?” –pregunté yo. “Bien, pendiente de los arreglos de última hora, porque ya mañana nos vamos” –respondió. “¿Tan rápido?” –le pregunto. Entonces con una sonrisa me responde: “Pues, no tanto, ya completamos una semana aquí”. Mientras conversábamos nos acomodamos en una mesa. “Bueno profe. ¿Cuál es la mayor responsabilidad cuidando estos muchachos?” –le pregunté. “Son varias. Primero que todo, debemos estar atentos a que no vayan a sufrir un accidente, por imprudencias o por actuaciones temerarias o impulsivas. Y, segundo, estando atentos que no se vayan a involucrar sexualmente, sin protección, y no tengamos embarazos indeseados que lamentar” –respondió. “¿Eso sucede frecuentemente?” –indagué. “No es lo habitual, pero si hemos tenido casos, todos ellos se han dado cuando comparten juntos en este tipo de eventos; la compañía, el baile y el compartir hacen subir la calentura y uno nunca sabe qué pueda pasar” –responde él.

Hablamos de varias cosas, pero, como habíamos acordado, yo tenía que ausentarme para que ellos pudieran hablar sin interrupciones, así que me despedí diciendo que me iba a encontrar con unos compañeros de trabajo que por casualidad estaban alojados en un hotel cercano y que habíamos quedado de encontrarnos para tomar unas cervezas. “¿Llegarás tarde?” –preguntó ella. “Yo diría que no, pero tú ya sabes cómo es eso. Espero estar a la 1 am de regreso, a más tardar. Bueno, profe, encantado de conocerle y que tenga buen viaje” –le respondí y me despedí del sujeto. “Muchas gracias. Los espero en San Juan cuando quieran" –dijo él. “Bueno, pero nos tiene que dar el contacto. Yo le dejo con Johanna” –le digo. “No se preocupe, le daré el contacto a su esposa. Páselo bien con sus amigos” –me dijo él. Entonces, desde mi perspectiva, las cosas ya estaban marchando de acuerdo al plan. Llegué primero a la habitación y me dediqué a acomodar las sillas en el balcón, de manera que tuviera acceso visual hacia la habitación, tratando de pasar desapercibido, utilizando únicamente las cortinas como escudo. La habitación tenía interruptores para graduar la intensidad de las luces, por lo cual las ajusté de manera que quedara todo en una conveniente media luz que permitía mantener todo en penumbras y quedar detrás de las cortinas casi en total oscuridad. Debía quedarme muy quieto para no ser descubierto por Raymond. Mi esposa llegó al rato. No dijo nada. Como no me encontró en la habitación y viendo que todo estaba a media luz, se asomó al balcón. “No me di cuenta que estabas aquí” –dijo. “¡Esa es la idea! Por nada del mundo debes dejar que el tipo se acerque a la ventana” –contesté. Nos besamos con pasión dispuestos a disfrutar el momento y calentar los motores para lo que aquella noche prometía. Mientras tanto, Johanna encendió el televisor y buscó un canal de música, dando con uno de Blues Whisky. La suave melodía encendía mi perversión y hacia que mis manos se perdieran en su entrepierna. Estaba vestida con un vestido enterizo blanco, decorado con flores rojas y violetas, bastante bonito, que cubría un pequeño bikini blanco. Por lo demás, solo vestía unas sandalias de tacón alto que resaltaban la figura de sus piernas. Entró al baño, se retocó el maquillaje y pareció estar lista para recibir al invitado. “Bueno, finalmente, ¿qué le dijiste para que viniera?” –le pregunté. “Sí y le dije la verdad” –contestó. “¿Cuál fue la verdad que le contaste?” –pregunté con curiosidad. Johanna sonrió y respondió: “Que quería estar con él, como regalo de despedida y por supuesto aceptó”. “Me parece perfecto. ¿En cuánto tiempo vendrá’” –le dije. “Yo creo que en diez minutos más, pero él igual estaba pensando como yo, quería cogerme antes de irse” –respondió con una sonrisa maliciosa.

Eran las diez en punto cuando tocaron a la puerta. Ella abrió y, sin mediar palabra, Raymond la abordó de inmediato, tomando su rostro con las manos y reteniéndolo para besarla con mucho vigor y pasión, algo que ella no pareció sorprenderla y lo permitió con agrado. De inmediato, el educado profesor, la empujó hacia atrás, la apoyó contra la pared y sin dejar de besarla, empezó a acariciarla por todas partes, poniendo especial atención en sus delirantes tetas. Luego, aprovechando que en el recibidor de la habitación había un gran espejo, dispuesto desde el techo hasta la pared, se puso de espaldas a ella, besando ahora su cuello, lamiendo sus orejas y apretando con especial intensidad sus senos, contemplando ambos su imagen reflejada. En esa posición, el tímido profe, empezó a soltarle el vestido, que cayó a los pies de ella, quien, encantada, contorsionaba su cuerpo al ritmo de las caricias de aquel y empujaba sus caderas hacia él, sintiendo la dureza de la verga de aquel hombre que parecía explotar dentro de sus pantalones. Ella, ahora vestida por su diminuto bikini, veía en el espejo como aquel seguía apretando sus tetas y con la ropa todavía puesta, empujando su miembro contra las nalgas de mi mujer. Ella, con los ojos entrecerrados y la boca entreabierta, ofrecía sus nalgas a aquel desesperado hombre y tomándola de las muñecas frotaba su verga entre esas turgentes nalgas. Raymond no lo dudó más y sin dejar de manosear a mi esposa, se iba quitando la ropa. Ellos, mientras hacían esto, seguían encantados con la imagen que se veía reflejada en el espejo. Poco a poco el profesor fue quedando desnudo, para placer de la excitada señora que, ahora, podía acariciar aquella verga con toda libertad. El caliente profesor seguía empujando su verga para que ella pudiera sentirla en su totalidad, en un abrir y cerrar de ojos le quitó las bragas a mi mujer, quedando tan solo vestida con el sostén de su bikini.

En el espejo se podía ver reflejada ahora la imagen de la vagina de mi esposa y detrás de ella, en medio de sus piernas, el miembro duro y erecto que buscaba acomodarse. Inicialmente, el profesor desde atrás restregó su miembro contra la vagina de mi mujer, sin llegar a penetrarla, pero, pasados unos instantes, hizo que ella inclinara su torso, apoyando las manos en el espejo, buscó con su verga la entrada de la húmeda vagina de mi esposa y la penetró desde atrás. Ella, excitada como estaba, colaboraba para que las embestidas de aquel hombre en esa posición fueran más cómodas y placenteras. Él empujaba y empujaba, mostrando en su rostro gestos de placer y satisfacción. Pienso que nunca llegó a pensar que se le fuera a dar esa oportunidad y estaba aprovechándola al máximo. Empujaba y empujaba, mientras seguía acariciando a mi mujer por todos los rincones de su cuerpo. Ella, para ese momento, solo atinaba a gemir tímidamente con cada embestida que aquel hombre le proporcionaba. De repente, Raymond la dejó y le dijo; “Johanna, mejor vamos a la cama”. Ella obediente así lo hizo. Anduvieron los pocos pasos que los separaban de la gran cama y se acomodaron en ella. Johanna se tendió boca arriba y abrió sus piernas, y él, sin dudarlo un instante, la abordó de frente, en la posición de misionero y se la metió de una, la cara atribulada y de placer de mi mujer era un deleite para mi morbo. Se le notaba excitada, pero a la vez adolorida al ser invadida por esa verga. La sensación tuvo que ser intensa, porque cuando él la penetró, ella soltó un gemido de placer, como si le hubieran tocado las fibras más profundas de su cuerpo.

El profe, sin perder tiempo, empezó a metérsela con fuerza y rapidez, era increíble escuchar los deliciosos gemidos de Johanna que se aferraba con fuerza a ese hombre para que le siguiera dando duro. Ella gemía como loca, bufaba y le decía: “¡Eso, cógeme con fuerza! ¡Demuéstrame lo macho que eres!”. Cada embestida estaba acompasada por intensos gemidos y eso, al parecer, hacía que Raymond se la metiera con más fuerza. Se la metió hasta que ya no pudo más y sacando su verga de la vagina de mi caliente esposa, eyaculó un espeso chorro de semen en su vientre. La cara de satisfacción de Johanna era un premio a su lujuria.  Después de acabar, se montó sobre el pecho de Johanna y colocó su verga frente a la cara de mi mujer y se la ofreció para que se la chupara, ella como toda una niña buena y perversa lo hizo sin protestar. Johanna, con su lengua se dedicó a lamer esa verga en toda su extensión. Casi de inmediato la verga de Raymond recuperó la erección; mi esposa es una experta con su lengua. Él le pidió que se recostara boca abajo y así acostada como estaba, la ensartó en su vagina. Nuevamente empezaron los gemidos de ella al ritmo de las embestidas del lujurioso hombre. Al rato le pidió que se colocara en cuatro y la siguió cogiendo con fuerza y velocidad, como antes lo había hecho. No pasó mucho tiempo hasta que, en medio de gesticulaciones de placer, ella soltó un fuerte y profundo gemido, que acompañó con la expulsión de un profuso chorro de sus fluidos salió expulsado, mojando las sabanas con ese tibio néctar de placer que mi esposa dejó escurrir sin importarle nada. El vaivén de sus exquisitas tetas sobre las sabanas, el roce constante de sus pezones y la fuerza con la que se la estaban cogiendo la hicieron perder el control y en medio de ese lujurioso orgasmo se entregó por completo al placer. Pasado esto, ella se acomodó boca arriba, aún agitada por el esfuerzo. En los ojos de Johanna se notaba que quería más y estaba dispuesta a conseguirlo de cualquier forma. Lo tomó del cuello y lo besó con perversión, el profesor siguió manoseando a mi esposa con el total descaro que les daba la “privacidad”, por mi parte no podía esconder mi calentura y también mis ganas de unirme a ellos y cogerme a mi esposa de la manera más endemoniada. Sus cuerpos permanecieron unidos. Johanna por su parte jadeaba al sentir como las manos de Raymond se metían en su dilatada vagina, se estremecía por completo al punto de retorcerse de placer. Ahora, Johanna tomaría el control. Lo mira morbosamente a los ojos y le dice: “¡Ahora, te la voy a chupar!”. Al escuchar esa afirmación Raymond se puso boca arriba en la cama y mi esposa como una bestia hambrienta bajó a su verga, se la metió en la boca y la empezó a chupar como poseída. Los gemidos del hombre se escuchaban por toda la habitación, yo escondido entre las sombras disfrutaba de ese candente espectáculo y me masturbaba viendo la manera salvaje en que le comía la verga a Raymond.

Por nada del mundo se detendría, era como un tiburón que probó la sangre y no se detendría hasta conseguir lo que ella quería en ese momento. Era todo un deleite para mi lujuria verla y saber que el idiota ese lo estaba disfrutando, ya que como les dije antes Johanna con su boca sabe complacer muy bien. Cuando Raymond ya no pudo aguantar más soltó un agónico gemido y mi esposa no despegó su boca de la verga que estaba explotando, y saciándola con ese tibio semen que le era ofrecido. La satisfacción en los ojos de Johanna era sublime. “Hacía rato que no me la chupaban tan rico” –dijo Raymond. Johanna esbozó una sonrisa mientras bebía el semen que había tragado. “Me alegra. Era lo menos que podía hacer para compensar lo bien que hiciste sentir las otras noches” –dijo ella. “¿Cómo así?” –pensé yo. ¿Qué había pasado las otras noches? Ella no había dicho nada. Con razón el tipo había llegado tan dispuesto. Pasado un rato, Raymond dijo que lo mejor era irse, porque en cualquier momento yo podría llegar y que, además, tenían cosas que hacer desde muy temprano. Nuevamente, la besó y ella, correspondiéndole, acarició con ganas su verga, una vez más, haciendo que se pusiera dura de nuevo, y de nuevo el hombre, no queriendo perder oportunidad, la tomó y la puso en cuatro sobre la cama y se la metió pausadamente, mientras se aferraba a sus caderas. Aquello no duró mucho. Creo que ambos ya habían llegado al límite, así que se levantó, se vistió. Una vez listo, se despidió, besándola nuevamente, y finalmente dejó la habitación.

Johanna entró al baño, se duchó, se colocó un bikini y salió. “¿Qué fue lo que hicieron las otras noches?” –le pregunté. “Nada” –respondió ella. “Entonces ¿por qué te agradecía?” –insistí. “Lo normal” –me respondía de forma evasiva. “¿Qué es lo normal? Cuéntame” –le exigí. “Bueno, espero que no te molestes” –dijo mirándome a los ojos y con una sonrisa traviesa. “Me va a molestar que no me cuentes y que dejes esto en suspenso” –contesté. “Anteayer en la noche, cuando nos conocimos, conecté con él en el baile. El tipo baila muy rico y, ya tú sabes, uno se junta al cuerpo del hombre y se transmiten sensaciones. Yo me excité. El tipo no desaprovechó oportunidad y me acarició mientras bailábamos, por todas partes, de modo que yo estaba súper caliente. Cuando estaban próximos a cerrar, me propuso que nos viéramos en el kiosco que hay en la playa. Yo fui hasta allá, nos vimos, conversamos, nos besamos y nos disfrutamos acariciándonos un rato. Pero nada más. El tipo nunca trató de sobrepasarse y solo fue hasta donde yo se lo permití” –dijo ella. “Entiendo, pero podrías haberme dicho que ya tenías algo avanzado” –le dije riendo. Siguió contándome lo que sucedió. “Ayer, cuando nos quedamos solos en la discoteca, simplemente bailamos. Él no insinuó nada. Fui yo la que le dije que si íbamos a caminar un rato y me dijo que sí. Fuimos hasta la marina en el muelle y aprovechando que no había nadie, que estaba oscuro y que estábamos solos, le chupé su sexo hasta que lo hice venir mientras estaba sentado en una de las barandas. El me estimuló mi clítoris con su mano, me besó y me acarició, incluso hasta me desnudó, pero nada pasó. Lo que pasó fue lo que viste hoy”. “Bueno, ¿de dónde vino tanta calentura?” –pregunté. “Yo creo que no tener relación con la otra persona hace subir la excitación. Yo no lo conozco, él no me conoce, yo le gusto, él me gusta. Y entonces, viene la pregunta, ¿porque no? Yo creo que estar en el anonimato dispara el deseo y la respuesta es más intensa. Al menos eso es lo que me pareció” –me dijo. “¿Quién lo creyera” –pensé para mis adentros.

Ya ha pasado un tiempo desde lo sucedido, lo cierto es que había presenciado una de las mejores cogidas que le han dado a mi esposa en mucho tiempo. No puedo quejarme porque ella siempre supera las expectativas. Ahora estamos pensando en ira otro lugar de vacaciones para el próximo verano y aprovechar al máximo ese tiempo, teniendo en cuenta que serán unas merecidas vacaciones. ¡Que viva el anonimato!

 

 

Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Maravilloso Relato
    Hasta Mojé Los Calzoncillos ,Sin Tocarme.
    Me He Inmiscuido En El Relató y Lo He Vivido Al Máximo
    Muchas Gracias.

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  2. Este es uno de los mejores relatos , super excitante.

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