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martes, 14 de noviembre de 2023

70. Un juego inocente

 

Me llamo Fabiana y enseño inglés en una  escuela secundaria de Chile. Trato, por este medio de plasmar en letras mis vivencia y evocar tiempos por momentos calientes y apasionados.

Hace ya bastantes años, cuando tenía yo 25 años y recién había comenzado con mi carrera docente, que debía empezar por encontrar escuelas donde enseñar y me anoté en el consejo escolar para que me asignaran algunos cursos. La elección de los cursos es aleatoria y no está en nuestra potestad elegir cuáles queremos, la única opción que tenemos las docentes es renunciar a ellos si no nos agradan, pero en verdad ese año que no estaba en mayores condiciones de optar sino que no pasaba por una buena situación económica y no podía darme tal lujo.

Llegado marzo, que es cuando empiezan las clases en mi país, me dirijo a una de las escuelas técnicas que me tocó en suerte, en turno nocturno, y observo que tengo un curso que era ya un mito en dicha escuela: 2do. Nivel Medio. Las clases nocturnas en mi país son ocupadas por alumnos mayores de edad que no han podido estudiar o completar sus estudios en la edad habitual, por lo cual el hecho de hacerlo en turno noche les permite también trabajar. Aunque tal horario de clases puede ser ocupado por gente de todas las edades es habitual que los mayores desistan de hacerlo, dado que generalmente ya a esa edad deben ocupar ese tiempo en sus familias e hijos. Generalmente en las escuelas técnicas la mayoría de los alumnos son varones, sobre todo en algunas especialidades, en este caso electromecánica, por lo cual daba por descontado que no habría ninguna alumna.

Este curso había construido su mística en base al mal comportamiento y a pesar de que las generaciones iban pasando es como que había un patrón de conducta que era inalterable: Ningún profesor o profesora disfrutaba del ciclo lectivo dado que el alumnado era un tanto forajido, para decirlo de una manera elegante. Antes de entrar a impartir mi primera clase, pasé por la secretaría, inspeccioné la nómina de alumnos; las edades iban desde los 18 años a los 23. Siendo la mayoría entre los 18 a los 20 años.

El primer día de clases fue un tanto engañoso, dado que se comportaron de una manera bastante educada, por lo menos para conmigo, salvo el caso de la trifulca final donde dos alumnos se tomaron a golpes en el fondo del aula y tuvo que venir el portero a separarlos. Es normal que del comportamiento de los alumnos de este tipo de escuelas nocturnas sea un tanto adolescente. A pesar de que fue diseñado para que gente con vocación técnica pudiese evolucionar y educarse, lo normal es que fuesen alumnos repetidores que por no ser admitidos en otras escuelas por ser mayores de edad decantaran allí, más por designio familiar que por propia voluntad. Generalmente para impartir clases en esos establecimientos se requiere de un carácter férreo y dominante, cosa que por mi edad e inexperiencia aún no contaba. Con mis 25 años no difería en tanto de la edad de estos alumnos. Para colmo de males mi rostro aniñado, mis ojos verdes y mi melena de rulos castaños no ayudaban mucho.

Con el correr de los días y a medida que entre ellos se iban conociendo la cosa se iba relajando y de a poco mostraban esas conductas que tanto los enorgullecía y que a nosotros los docentes tanto nos angustiaba. Pasó la primera mitad del año sin mayores sobresaltos dentro de esa lógica alocada. Cuando llegaba encontraba dibujos obscenos en el pizarrón, desplantes y malas contestaciones, mi silla en el escritorio con un pene dibujado con tiza, cosas de ese estilo. Cosas que dejaba pasar por miedo a represalias o desplantes a los que no tenía la experiencia como para sobrellevar. Cierto día de septiembre, y ya completamente habituada a esos comportamientos, al terminar la clase y antes de levantarme del escritorio veo que la mayoría se levanta y vienen hacia mí a preguntarme algo sobre el último ejercicio.

Estaba yo explicándole a uno de ellos cuando claramente noto que una mano me manosea el culo. Me doy vuelta y como eran tantos no pude identificar quien había sido. Dada la sorpresa y sin reconocer al culpable me quede callada e hice como que nada hubiese ocurrido, dado que lo que menos quería era que se enardecieran. Yo desde allí me tenía que dirigir a mi casa y era bien entrada la noche. Tal vez ese fue mi error. La siguiente clase, en la otra semana, la operatoria fue igual. Cuando me estaba retirando del aula vienen unos cuantos con la excusa de preguntarme y me rodean todos y el manoseo fue más descarado. Me sentí apretujada por una decena de muchachos que apoyaban deliberadamente sus miembros sobre mí, con la excusa de que los empujaban. Como pude y sin violentar aún más la situación pude zafarme de ellos y marcharme.

Para ser completamente sincera debo admitir que más allá del miedo, y luego evocando la situación me produjo cierto morbo, aunque tampoco quería que la situación se me fuera de las manos, a veces el temor juega esas cartas. Quiera o no a partir de ese momento las clases eran más amenas y relajadas. Ya no había violencia ni malas contestaciones pero el ritual de fin de clases se repetía siempre y cada vez con más intensidad. Era como un pacto implícito: Ellos me manoseaban y yo los dejaba, pero sin pactarlo en palabras. Una noche al llegar a clases veo que sobre el escritorio hay un papel doblado. Lo abro y leo: “Queremos proponerle un juego. ¿Está a dispuesta a jugar?. Escriba la respuesta en este papel y déjelo en el escritorio”.

Cuando levanto la vista veo que todo me miraban fijamente e hice como si nada y empecé la clase. Les di unos ejercicios y mientras los hacían volví a leer el papel, Tomé un bolígrafo y escribí: “Ok. ¿Pero a cambio de qué?”. Tenía idea que si accedía a ese juego corría un peligro evidente. Aquellos no eran chicos, a pesar de su comportamiento infantil. Eran muchachos hechos y derechos que a pesar de su inmadurez representaban un riesgo, pero la curiosidad pudo más. Terminé la clase, vinieron a apretujarme y manosearme como de costumbre, y al retirarme veía como todos se abalanzaban sobre el escritorio a leer el papel. El juego había comenzado.

Siempre me gustaron las sorpresas y tengo un espíritu lúdico y el hecho de jugar de esa manera misteriosa con aquellos alumnos le daba un matiz especial. Indudablemente intuía por donde vendrían los pedidos y reconozco que me excitaba bastante aquello. Como era de esperar, no bien llegué a clases el papel estaba en el escritorio: “Gracias por aceptar jugar con nosotros. Le proponemos a cambio que nos comportaremos de manera ejemplar y no tendrá de nosotros ninguna queja. A su vez nos comprometernos a protegerla. Como primera consigna le pedimos que escriba en la parte izquierda superior del pizarrón que color son sus bragas Y otro pedido: a partir de ahora ya que empieza el calor queremos que venga de vestido o falda”. Intuía que todos los ojos estaban depositados en mí. Tomé coraje, me incorporé y con una tiza escribí en el pizarrón: White. Cuando los mire noté cierta alegría en el rostro de los alumnos y empecé con la clase. Antes de retirarme escribí en el mismo papel: “Acepto el juego, pero lo que les pido es discreción absoluta y no encontrarme a nadie cuando salgo”. Luego me retiré, no sin antes someterme al ritual del manoseo.

Para la siguiente clase me apresté a ir tal como me lo habían pedido. Con un vestido azul . La noche estaba calurosa, ya avanzaba la primavera y bien lo ameritaba, por lo cual no levantaría sospecha. El papel estaba sobre el escritorio: “Muchas gracias por jugar con nosotros. Cuente que nuestra absoluta discreción. Nadie la importunará cuando salgamos y de ser necesario la acompañamos discretamente a su casa para que llegue tranquila. El pedido para hoy es el siguiente: Queremos que nos muestre sus bragas”. La verdad me sorprendió el pedido, no tanto por el hecho en sí, sino porque lo tendría que hacer de una manera que fuese como casual, no deliberada. El juego era así, misterioso. Empecé con la clase y mientras la impartía trataba de dilucidar como resolvería el pedido, hasta que se me ocurrió algo. Estaba hablándoles sobre tiempos verbales caminando por la clase cuando en un momento les pregunto: “¿Les molesta si me siento en el escritorio?  Fue un día largo y me duelen un poco las piernas de estar parada. Al unísono contestaron que no, por lo cual me senté en el escritorio de frente a ellos y seguí hablando como si nada, con las piernas cruzadas. La atención era completa y solo se escuchaba mi voz. Sus miradas estaban expectantes.

Como el vestido era a las rodillas fui moviéndome para que se fuese levantando de a poco. Tampoco tenía intenciones que nadie que pasara por el pasillo me viese dando ese espectáculo, podría ser el fin de mi carrera, que recién empezaba. Cuando vi que era el momento y no se veía nadie en el pasillo, descruce las piernas y me quede unos segundos ante ellos así, dejándole ante sus ojos la visión de mi entrepierna cubierta por una tela de lycra celeste. Sus miradas estaban clavadas allí. Luego de dar por terminado el espectáculo y mientras ellos copiaban un ejercicio les escribí en el papel: “Reto cumplido, como siempre espero discreción absoluta. Tampoco es necesario que me acompañen hasta mi casa. Con que no me molesten a la salida me alcanza”. Luego el ritual de siempre, aunque esta vez por lo ligero del vestido pude sentir más sus manos y sus cuerpos. De más está decir que por aquel entonces ya estaba completamente excitada, pero lo extraño de la situación que quien me excitaba no era una persona. Era el curso completo. Ansiaba que el tiempo pasara pronto para la siguiente clase nocturna. El juego y el hecho que cumplían lo pactado me daba confianza.

En la siguiente clase el papel estaba allí: “Muchas gracias por continuar el juego. Cumplimos nuestra palabra: nos comportamos y somos completamente discretos. No la molestamos a la salida pero si nos aseguramos de que llegue tranquila a su auto. La consigna de hoy es la siguiente: queremos que se saque la bombacha y la deje en el cesto de papeles. A su vez le pedimos que designe quien será acreedor del trofeo”. La consigna me causo gracias. Esos muchachos sabían cómo jugar, eran originales y la cosa se iba poniendo interesante. Podría haber ido al baño y sacármela pero lo hice más atractivo. Cuando estaban haciendo unos ejercicios me senté en la silla tras el escritorio y poco a poco me la fui sacando. Ellos solo pudieron ver cuando las bragas estaban a la altura de mis pantorrillas. Me levanté y tomándola de un extremo la llevé al cesto, sin tratar de ocultarla. Volví a sentarme y escribí en el papel: “Tal como lo pidieron dejé las bragas en el cesto y creo que se la merece Santiago por sus buenas notas. Espero que no sea un compromiso para él llevársela”.

Luego los apretujones y manoseos que cada vez eran más osados y ya con mi práctica hablaba como si nada con quien tuviese enfrente. Ya abiertamente me levantaban la falda pero al estar rodeada se aseguraban que nadie viera de afuera, y siempre por atrás, para que no pudiese identificar quien era en particular. Ya por ese entonces me prestaba al juego, el mecanismo era siempre el mismo. Ellos lo disfrutaban y yo también aunque sin ningún tipo de demostración de ninguna de las partes. Quiérase o no, había logrado disciplina y unión en ese grupo. Se iban turnando noche a noche para ponerse por detrás de mí y satisfacer su deseo. El hecho de que yo no supiese de quien eran las manos que me manoseaban le daba una sensación especial. Ya por ese entonces llegaba a casa, cenaba, me acostaba y me masturbaba evocando aquellas manos que me recorrían. Si antes era tras la tela del pantalón, ahora era sobre la liviana tela de mis bragas o como en la última noche, sobre mi piel desnuda. Para la siguiente clase mi entusiasmo era evidente, deseaba jugar con aquellos muchachos. Ese juego me ponía vital y caliente. Ahí estaba el papel: “Ante todo muchas gracias. Nos encantan las clases de inglés, pero mucho más los juegos que tenemos con usted. La consigna de hoy es sencilla: queremos que elija a uno de nosotros y durante la clase lo caliente y excite de alguna manera. Y otro pedido para la siguiente clase: no traiga ropa interior”.

La cuestión se estaba poniendo caliente y no sabía cómo hacer, pero seguramente algo se me ocurriría. Comencé la clase y después de unos minutos se me ocurrió. Les iba dictando un ejercicio y me dirigí al fondo del aula. Ahí estaba el objetivo: Sepúlveda. Con absoluta naturalidad me fui hasta donde él estaba y dictándoles a todos, apoyé mi culo sobre su brazo y me quedé ahí. Podía sentir el calor de mi piel sobre su brazo. Me movía imperceptiblemente pero con firmeza dejando que mis nalgas se clavasen en su brazo. Él ante el contacto puso su brazo duro y sentía la tibieza de su piel en mi culo. Después de un par de minutos y notando que todos habían contemplado el espectáculo me retiré, constatando que Sepúlveda tenía una erección prominente. Tarea cumplida. Les escribí en el papel: “Espero que Sepúlveda sueñe esta noche conmigo, creo haber hecho el mérito suficiente. Si tiene novia, espero que la motivación le permita satisfacerla adecuadamente”

El rito final se intensificó. Ya sus manos hurgaban todo mi cuerpo. Desde atrás apretujaban mis pechos pero por arriba del escote. Mi falda ya estaba por la cintura, pero nadie podía ver desde afuera, eran muy prudentes en eso. Mi rostro no denotaba nada, sabía que era fundamental para que el juego siguiera dentro de esos parámetros. Sentí como dos manos intentaban bajarme las bragas y lo dejé hacer. Abrí un poco mis piernas para facilitarle la tarea y luego levante uno a uno mis pies para que pudiese quedarse con el trofeo. Sus manos hurgaban entre mis nalgas pero sin violencia. El canto de una mano rozo mi vagina. Seguramente la retiro mojada. Hubiese gemido en otro momento, pero no me podía dar ese lujo. Para la clase siguiente debía cumplir con la consigna: Sin ropa interior. Ir sin bragas no sería problema porque no se notaría, pero sin sostén era otro tema y no quería que lo notaran en la escuela, por lo cual opté por llevar un saco de lana y un vestido blanco liviano y medianamente escotado.

Ya una vez en la clase, el papel: “Estamos muy contentos y agradecidos por la disposición a jugar. Sepúlveda no se olvidará nunca de la experiencia, aunque declara no tener novia. La consigna de hoy es sencilla: queremos que recorra los pasillos y se deje tocar por detrás. Prometemos ser cautelosos y discretos. Otra cosa. Cuando termine la hora demórese un poco, queremos dejarle un regalo”. Ya por ese entonces el juego me calentaba tremendamente. Me saqué el saco y tiré una tiza al piso. Al agacharme a levantarla comprobaron que había cumplido la consigna. Mis tetas quedaban expuestas ante ellos. Comencé la clase como si nada y no encontré mejor excusa que leerles un texto. Caminando con el libro por los pasillos me detenía ante cada pupitre y desde atrás dejaba que me tocaran el culo a sus antojos. A decir verdad cumplían con su palabra y lo hacían de una manera discreta, sin sobresaltos y ordenadamente.

Terminada la clase no anoté nada esta vez en el papel, pero me apresté a cumplir con sus pedidos. Me rodearon nuevamente y haciendo un círculo no dejaban que se viese al exterior. Me levantaron la falda pero esta vez no sentí sus manos lo que me llamó la atención. A los pocos segundos escuché un leve gemido y supe cuál era el regalo. Un líquido tibio se deslizaba por mis nalgas. Luego vino otro y después otro. Luego de unos minutos bajaron mi falda y nos retiramos en paz. Presentía que todo aquel líquido podía haber empapado mi vestido, por lo cual me dirigí a mi coche en forma apresurada, notando como por mis piernas se escurría abundantemente. Cuando se menté en la butaca noté que estaba completamente empapada de aquello. Llegué a casa y ante un espejo en mi habitación comprobé que aquellos muchachos habían llenado mi culo con su semen joven.

El vestido estaba todo pegoteado, me lo quité y me duché masturbándome frenéticamente, evocando aquella eyaculación colectiva. Ya las cosas se iban poniendo muy calientes y un tanto peligrosas, dado que de descubrirse ese juego, estaban en juego mi trabajo y mi reputación, por lo cual no sabía cómo continuarlo. Era un sentimiento ambivalente, por un lado el miedo a perder todo y por el otro el morbo y la adrenalina de ser el objeto sexual de esos alumnos. Ya quedaba poco tiempo para terminar las clases y con todas esas dudas me dirigí a la escuela, y como siempre el papel: “Profe, nos encantó lo que pasó la última clase pero sabemos del riesgo que ello conlleva. Queremos más de usted pero no queremos ponerla en peligro. No sabemos cómo continuar esto y quisiéramos pedirle si nos puede aconsejar. Nuestro deseo ya sabe cuál es, pero usted es quien decide”. Sinceramente me tranquilizaron aquellas palabras, veía en sus ojos una expectativa manifiesta. Comencé a dar las clases y algo se me ocurrió: “Quiero que traduzcan la siguiente frase, la cual es una pregunta y saliéndonos por una vez del inglés técnico tienen que traducir en una hoja y contestarla. Cuando lo hayan hecho dejen la hoja en mi escritorio. No es una prueba” –les dije sin dejar lugar a especulaciones. El cuestionamiento los dejó perplejos y pude notarlo en sus miradas. Me dirigí al pizarrón y escribí: “¿Do you want to continue with the game?”. No necesitaron usar el diccionario. Las hojas se fueron acumulando en el escritorio y la respuesta era unánime: “Yes”. Antes de irme deje un papel escrito sobre el escritorio: “Estoy dispuesta a jugar pero necesito algo de ustedes. Consigan un lugar adecuado y completamente discreto para el encuentro. Cuando lo tengan me lo dicen por este mismo medio.”

Esta vez no hubo ritual, me fui libremente de la clase. La causa es que se agolparon ante es escritorio para leer el papel. Las cartas estaban echadas. En la siguiente clase el papel estaba en el escritorio: “Nos encanta que siga el juego. Conseguimos un lugar para el sábado. Díganos la hora y allí estaremos. Eternamente agradecidos”. Por razones de discreción no diré la dirección que me habían dado, pero era una localidad balnearia cercana a la ciudad. Indudablemente sería la casa de fin de semana de alguno de los alumnos. Antes de irme anoté: “22 horas del sábado. Les pido como siempre completa discreción. Otra cosa: yo pongo los límites”. Esta vez tampoco hubo ritual de despedida: ya sabían que lo qué les esperaba era mucho mejor.

Pasaron unos días y llego el sábado. Les mentí a mis padres, con quienes aún vivía, le dije que iba a cenar con unas amigas. Me había maquillado y preparado para lo ocasión: Blusa blanca, un pantalón turquesa y un conjunto de ropa interior rosa y gris de encaje. Lo más importante: tomar la pastilla anticonceptiva. Sabía que aquellos muchachos no eran muy responsables y no se iban a cuidar y yo evidentemente conocía como iba a terminar el juego. La noche era ideal, estaba templada y estrellada. Conduje por la ruta completamente excitada. Sabía que una veintena de muchachos estaban esperando fervorosamente mi llegada. Cuando llegué me sorprendió ver pocos auto, cuatro para ser exacta y pensé que algunos de ellos no habían querido o podido ir. Un par de muchachos estaban en la puerta y les hice seña para que no hablaran. Entramos en la casa , la cual era espaciosa, con una gran sala. Estaban todos. Seguramente habían ido varios en cada auto. Allí delante de ellos les hablé: “Hola caballeros de 4to. Acá estoy, tal como les dije. No quiero que hablen porque para mí sería algo extraño. El juego fue con 4to y sería extraño escucharlos individualmente. Son un grupo con el que jugamos un lindo juego y este, desde ya les digo, va a ser el fin del juego. Les voy a dar indicaciones precisas y ustedes la van a cumplir, que era como habíamos acordado, yo tendría el control y pondría los límites. Como primera medida quiero que pongan música tranquila, se desvistan y se relajen”. Tal como les pedí uno de los muchachos fue hasta un equipo musical que había y cambió la música que escuchaban por una más suave.

Rápidamente todos se desnudaron. Estaban ante mí desnudos y en todos los casos con una erección prominente. Pronto me vi rodeada por unos veinte muchachos de ojos deseosos y vergas paradas. “Es mi turno” –les dije con la calentura recorriendo mis venas. Sus ojos estaban expectantes y lujuriosos. Sensualmente me fui sacando la ropa hasta quedar en ropa interior. “¿Les gusta lo que ven?” –les pregunto, aunque ya sé su respuesta. Todos asintieron excitados. Luego me saqué el brasier y la braga. “Quiero que se queden así, en un círculo, rodeándome. Yo los voy a tocar pero ustedes aun no a mí” –les dije de forma caprichosa. Lo hicieron y me rodearon en un círculo más abierto. Pasé uno por uno acariciándole por un momento los testículos y la verga, mirándolos a los ojos. Uno no aguanto el estímulo y eyaculó con un chorro fuerte bañándome mi pierna. Seguí como si nada hubiese pasado hasta completar el círculo. En la siguiente vuelta fui pasando y brevemente les chupé sus vergas paradas brevemente. No los dejaba que me tocaran, yo únicamente a ellos.

Me metí cada glande en mi boca, probando el sabor y el tamaño de cada uno sin estimularlos demasiado para evitar que acabaran. Pero dos no aguantaron. Uno no bien me metí su verga en la boca me la llenó de semen. El otro cuando me estaba retirando acabó en mi cara. Una vez finalizada la vuelta di otra vuelta besándolos profundamente a cada uno, Sus lengua recorrían mi boca pero no dejaba que me tocaran. Los tenía a mi merced, muertos de deseo. Ninguno puso ningún reparo del semen en mi cara ni del sabor a semen de mi boca. “Ahora yo me voy a acostar en aquel sofá. Quiero que uno por vez venga a mí y me coja brevemente. Esto recién empieza y la condición es que no acaben. Cuando yo les digo basta, se retiran y sigue el otro” –les dije probando su obediencia. Uno a uno fueron ordenadamente al sofá. Yo los recibía con las piernas abiertas y evitando que ellos tomaran la iniciativa les tomaba la verga y la llevaba hasta la entrada de mi concha. Cuando estaba ubicada dejaba que me la metieran. Luego de unos instantes les indicaba con un suave empujoncito que se retiraran y enseguida venía el otro. No eran necesarias las palabras. Algunas vergas de un tamaño considerable me entraban hasta el fondo. Algunas eran gruesas y dilataban mi canal vaginal. En esa noche y en un breve momento, habían pasado más vergas por mi concha que en toda mi vida.

A pesar de ello tres acabaron sin poder contenerse, por lo cual ya estaba completamente empapada, mezcla de mis fluidos y de la cantidad de semen que me inundaba. Ya para ese entonces estaba completamente excitada y aunque trate de retardar el orgasmo la verga de un rubio alto me lo sacó, aunque ahogué mis gemidos. Ya completamente extasiada por la situación y luego de que todos habían probado mi concha les dije: “Quiero que pongan luz muy tenue”. Uno de los chicos fue y apagó la luz, dejó una lámpara de pie encendida, por lo cual los rostros apenas se distinguían. “Bueno, ahora quiero que hagan lo que quieran conmigo pero con cuidado” –les dije con la calentura ya brotando de cada poro. En un primer momento no sabían cómo tomar la iniciativa hasta que uno se acercó y me empezó a chuparme un pezón.

De a poco el círculo se empezó a cerrar y sus manos empezaron a recorrerme. Uno comenzó a besarme profundamente. La luz tenue y el círculo de chicos no me permitía identificarlos. De pronto alguien que me estaba besando mordió mi labio y quise detenerlos. “Paren, despacio” –les dije tratando de calmar sus ánimos. Lejos de obedecerme se enardecieron más y supe que el pacto de entendimiento había terminado, por lo cual mostraba una fingida resistencia. “Paren chicos, despacio, no sean brutos” –les reclamé aunque sin convencimiento. Ya la situación estaba descontrolada y la cosa se ponía más caliente. Me estrujaban las tetas y chupaban los pezones. Las manos se agolpaban en mi concha tratando de entrar en ella. “Paren por favor, me lastiman” –fingía reclamarles. Ellos lejos de hacerme caso seguían más y más. “Ahora vas a ver como el 4to va a disfrutar de ti” –escuché decir. En ese momento sentí como me levantaban del suelo y me dejaban en el aire con las piernas abiertas, completamente doblegada ante ellos. Yo trataba de hacer esfuerzos fingidos para zafar de aquellos muchachos pero me tenían inmovilizada.

No podía ver sus caras por la falta de luz y el tumulto. Ya se escuchaban jadeos. Uno se ubicó entre mis piernas y me penetró profundamente. Notaba en mi concha que el tamaño de su verga era muy grande haciéndome gemir como loca. Luego de un momento de embestidas despiadadas exploté violentamente en un orgasmo. “Acabó la profe, le gusta como la cogemos” –escuché entre sus risas. El que me estaba penetrando acabó y pude sentir el chorro de semen dentro de mí. Cuando la sacó su semen se escurría entre mis nalgas. Luego vino otro he hizo lo mismo. Un dedo trataba de meterse en mi culo. “No, por ahí no” –dije aunque sin éxito. Mientras uno me daba verga como si el mundo se fuera a acabar por adelante el otro metía y sacaba frenéticamente su dedo de mi culo. Un ardor fuerte me hacía doler dado que no estaba lubricado. “No, me duele” –decía intentando fingir. En el aire me dieron vuelta, sin tocar el suelo. Decenas de mano me sostenían sin esfuerzo dejándome completamente expuesta a todo. Abrieron totalmente mis pierna y entre la penumbra veía el suelo y sus pies descalzos. Por entre mis tetas pude ver como alguien se ubicaba tras de mi sentí como un glande trataba de entrar en mi culo torpemente. “Suave chicos, que estoy muy seca ahí” –les dije. Dejó en ese instante de tratar de penetrarme y sentí que se masturbaba entre mis glúteos hasta que su chorro de semen dio de lleno en mi ano. Luego me introdujo su dedo, primero uno y luego dos, dejándome bien lubricada. “Déjame a mí” –dijo uno y tomo posición como para penetrarme. Ubicó su glande en la entrada de mi culo y buscaba de a poco que se fuese metiendo. Luego de un instante y de algunos intentos lo logró y de un empujón fuerte me la metió toda. Pensé que me desgarraba y por unos instantes creí desmayarme del dolor de dolor. Sentía como taladraba mi ano y de a poco el ardor fue transformándose en placer y sentí como una serie de chorros seminales fuertes me llenaban el recto.

En el aire me ponían en varias posiciones y varios de ellos me acabaron en mi ano, entre el semen y la repetición ya estaba completamente dilatada y lubricada. “Tráiganla que se la metemos por el culo y la concha” –escuché. Jamás en mi vida había estado en una situación así, con más de un hombre y mucho menos con unos veinte. En andas me llevaron hasta el sofá en donde uno estaba acostado y me penetró por adelante y se quedó quieto con su verga dentro de mí, esperando que llegase el otro. Se puso uno por detrás mío y me penetró firmemente sujetándome del pelo. Sentía a su vez como eyacularon en la cara, por lo cual cerraba los ojos para evitar la irritación que me producía el semen en mis ojos. Ya mis piernas estaban completamente cubiertas de semen que chorreaba copiosamente de mi concha y de mi culo. “Vamos a cogerla afuera que la noche está para coger y en eso se motivan los vecinos” –escuché. Traté de abrir los ojos pero tenía la cara cubierta de semen lo cual me impedía ver. Así y todo notaba como me llevaban y sentí el aire de la noche en mi cuerpo. Ya no tenía más fuerza y no sentía las piernas. Estaba completamente entregada a esos chicos que ya habían eyaculado tantas veces por dentro y por fuera, pero que aún persistían en el juego.

Me acostaron boca abajo en el pasto y me seguían penetrando en turnos. Cada tanto me daban vuelta y lo hacían desde allí. Ingresando en mi vagina ya completamente adormecida. Mi concha ya era un depósito de semen y cada tanto lo despedía a borbotones cuando una verga salía de allí. Luego de unos minutos, que me parecieron eternos escuché preguntarme: “¿Está bien profe?”. “Si chicos, pero basta. Ya no doy más” –les dije casi sin poder respirar. Los últimos en eyacular dejaban caer su semen en mis tetas y mi pelo. Me ofrecieron el baño para ducharme pero les dije amablemente que no, que prefería irme ya. En verdad estaba exhausta y no quería darles tiempo a recuperarse y que quisiesen volver a comenzar. Trajeron mi ropa y con una toalla saqué el semen de mis ojos para ver con claridad. Me vestí adolorida de tanto sexo desenfrenado. Me acompañaron hasta mi auto y me despidieron amables y agradecidos. Yo también lo estaba con ellos. Manejé hasta mi casa y sin hacer ruido me acosté, estaban mis padres y no quería que me viese en ese estado. Al despertar estaba toda pegoteada, bañada en semen reseco. Me bañé, desayuné algo y me volví a acostar. Estaba completamente rendida.

Volví a la clase siguiente y no sabía con qué me iba a encontrar. Después de una vivencia tan intensa con ellos no sabía cómo reaccionarían. La nota y un sobre estaban allí. Abrí el sobre y encontré unas fotos del último encuentro. Prácticamente no se distinguía mi rostro por la cantidad de semen que lo cubría. “No se asuste por las fotos, no vamos a hacer nada con ellas, tan solo atesorarlas. Pasamos una noche inolvidable y esperamos que lo haya sido para usted también. El juego terminó acá y nadie la va a molestar. Desde ya seremos completamente discretos. Con afecto 4to.”.

Aún guardo las fotos y me masturbo pensando en esa perversa noche de sexo. Recuerdo ese juego inocente que se transformó en uno perverso, lleno de placer y lujuria que hace palpitar mi concha cuando me veo cubierta de semen.

 

 

Pasiones Prohibidas ®

6 comentarios:

  1. Que suertuda la profe. Excelente relato caballero, sus palabras nunca decepcionan hacen que nos trasladamos hasta la misma historia y sentir cada una de sus emociones.

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  2. Que delicioso juego exitante para todos me encanta cada letra hacen que uno se vuelva el.protagonista de ese relato .
    Como siempre Caballero exquisito relato

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  3. Excelente relato.... que solo con palabras de un juego alimenta la imaginación y la perversión, en donde al fin y al cabo una termina con las expectativas superadas.

    Sueño de toda mujer terminar bien exhausta, sudada, llena de semen y bien follada 😌

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  4. Excelente relati, muy excitante hace volar la imaginación, gracias

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  5. Excelente relato, cuánta perversión hay en cada letra y que experiencia tan exquisita de tener esas vergas y esa satisfacción de un buen sexo. JOL

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  6. Exelente relato. Ojalá un día yo también tenga esa experiencia que ricura me moje a más no poder deseo tanto que me toquen varios al mismo tiempo

    L.T.

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