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viernes, 1 de septiembre de 2023

52. La inocencia perdida

Por aquel entonces yo tenía 17 años recién cumplidos y de la vida no sabía nada. Era un chico más inocente que una mosca y tímido. Claro está, mi vida sexual era inexistente y solamente quedaba al descubierto algunos días cuando me levantaba con los calzoncillos húmedos de algo pegajoso o cuando se me levantaba el miembro por algún motivo que aún desconocía. En esto entra mi primita, Noelia, la más pícara de las mujeres, que me abrió la puerta al mundo de los juegos adultos (por cierto bastante mejores que los de los niños). Noelia tenía por aquel entonces 25 años, es morena, con ojos café, 1.73 de altura, con el peso justo para su altura, pechos del tamaño de una mano, culo bonito en forma de corazón, en general, un cuerpo esbelto y ligero.

Todo comenzó cuando fui a casa de mis tíos a ver a Pedro, mi otro primo y hermano de Noelia,  descubrir a mi llegada que se había ido con mis tíos a pasar el día fuera, ya que era verano y vivíamos cerca de la playa. Noelia me invitó a pasar. Aún recuerdo lo que llevaba ese día. Vestía la parte superior de un bikini naranja, de forma triangular y con pequeñas cuerdas que se juntaban en su espalda, junto con un pantalón corto y ajustado y unas zapatillas. Yo por mi parte vestía la típica camiseta de manga corta, bermudas y medias deportivas.

Nos sentamos juntos a charlar en el sofá y me invitó a una limonada casera que contaba con un ingrediente especial (hasta ahora aún no ha querido develarme que era) cuyo sabor era totalmente eliminado por el sabor ácido y dulce de la limonada. Me lo bebí de un solo trago y empezamos a charlar. Hablamos de mis estudios, sus estudios (estudiaba psicología) y de cómo nos iba en general. Descubrí por sus palabras que todo le iba bien, excepto en temas amorosos, diciéndome que los hombres no la comprendían y que era una mujer libre para todo. Divagaciones a las que yo les presté poca atención. Al rato de estar hablando, sin saber porque motivo, mi mirada empezó a repasar su figura de arriba a abajo, disimuladamente y tranquilamente. Me fijé en sus tetas pequeñas y apetecibles, cuando levanté la mirada ella me miraba a los ojos. “¿Qué miras?” –preguntó con curiosidad, aun sabiendo perfectamente lo que estaba mirando. Contesté lo primero que se me ocurrió: “Tu bikini, me gusta mucho”. Ella sonrió y puso ojos de traviesa. “Sí, pues mira” –me dijo. Se puso de pie y bajó sus pantalones bajo mi atenta mirada, dejando al descubierto una minúscula tanga naranja que apenas le tapaba. “¿Te gusta primo? Porqué a mí me encanta como se ve” –me dijo.

Me quedé mirándola fijamente hacia el triángulo invertido que la tanga formaba en sus nalgas y en lo finas que tenía sus piernas. Ella con sonrisa pícara (después lo entendí todo) se dio la vuelta y me plantó su culo a escasos centímetros de mi cara, estaba pasmado. Mientras observaba como un hilo de tela se sumergía entre sus nalgas, noté cómo mi miembro iba creciendo de tamaño, sin yo poder evitarlo y sin saber qué hacer. Ella se dio la vuelta y disimuladamente dejó caer sus pantalones al suelo, a lo que se agachó a recogerlo poniéndose de cuclillas con las piernas abiertas ralentizando sus movimientos. Mi mirada se dirigió de forma inconsciente hacia su sexo, tapada mínimamente por su tanga, y mi verga dio un brinco poniéndose dura totalmente.

“¿Qué? ¿Te gusta mi culo?” –preguntó. No contesté, me limité a mirar al suelo mientras ella se sentó otra vez a mi lado. “¿Qué te ocurre?” –preguntó ella. Seguía sin contestar, me incorporé hacia delante para disimular mi erección. Yo, que nunca había pensado en sexo cuando hablaba con una chica, y  que aún, ignorante de mí, tenía una visión platónica del amor, ni tan siquiera sabía qué hacer con una chica a solas (y había tenido oportunidades). Noté su mano encima de mi hombro mientras me empujaba hacia atrás. Yo estaba enrojecido sin saber qué hacer. “No es nada, no me ocurre nada” –pude decir con esfuerzo mientras la miraba de reojo. “¿Ah no? ¿Y eso?” –me preguntó. Me quedé mirándola mientras ella con una mirada pícara me señalaba la verga toda empalmada y queriendo salir del bermudas. Volví a agachar la cabeza. Si me levantaba, mi verga  aún reluciría más. Así que opté por permanecer sentado. “¿Es eso lo que te preocupa? Tranquilo. ¡Contéstame!” –dijo ella. Después de largo rato asentí con la cabeza. “A ver. ¿Déjame mirar?” –dijo ella con una mirada que no había visto antes hasta ese día.

Noté una mano encima de mis muslos que avanzaba hacia mi verga. Cuando se posó sobre ella empezó a tocarla de arriba a abajo, recorriéndola en su longitud. Yo brincaba a cada recorrido que me hacía, apretándome más hacia el respaldo, hundiéndome en la colcha. “Tranquilo primo, relájate. Ella seguía apretando y recorriendo mi miembro con sus dos manos. Yo seguía hundiéndome más y más en mi respaldo, notaba un calor que empezaba en mi verga y me recorría el cuerpo desde los pies hasta la cabeza. “¡Vaya! ¡Tienes una buena inflamación! Tendrás que bajarte los pantalones y que te la calme” –dijo ella cambiando su voz. Escuché sus ahogadas risitas mientras me desamarraba el nudo y me bajaba los pantalones. Hice un amago de incorporarme, pero ella me empujó hacia atrás y con una mirada pícara, sumado a una sonrisa diabólica me dijo: “Tranquilo primito. ¡Será un verdadero placer”. Yo no sabía qué hacer, me limité a obedecer. Me bajó y quitó los pantalones por completo. “Ahora, coloca tu culo hasta el borde del asiento, abre y estira las piernas, y suelta la tensión de tus brazos mientras te quito la erección” –dijo relamiéndose los labios y sonrió. Hice caso a todas las indicaciones. Pues no sabía qué hacer, incluso dentro de mi ignorancia temía que esa “erección” fuese mala.

Ella tomó mi verga con las manos, moviéndome la piel, mostrando y ocultando suavemente mi glande. Mi verga era en ese momento el centro del mundo y repartía sensaciones a lo largo de mi cuerpo que me hacían tensar los músculos de las piernas, nublar mi cabeza y respirar agitadamente. Ella continuaba masajeando mi miembro y mis testículos suavemente. “¡Qué dura la tienes ¡ Te va a gustar y a mí” –me decía mientras sus manos empezaban literalmente a masturbarme. De repente se levantó de mi lado, me abrió las piernas, se arrodilló en medio sentándose sobre sus piernas, me la tomó con la mano izquierda, acercó sus labios a mi verga y empezó a besarla, lamerla y morderla. Me volvía loco. Extrañas sensaciones notaban mi cuerpo y mi mente, no sabía describirlas, pero me gustaba. “¿Te gusta?” –me preguntó, fue como si hubiese leído mis pensamientos. “¡Si, mucho!” –respondí como pude. “Pues ahora sabrás que hay algo mejor” –me dijo.

Se metió media verga en su boca. Una humedad suave se apoderó de mi pene. Su lengua jugaba y lamía mi verga y sus labios la acogían mientras la apretaban. Su mano estiraba mi verga desde la base y su boca empezaba a moverse deliciosamente mientras sus labios la apretaban. Empezó a aumentar el ritmo. Yo me tomé de la colcha fuertemente, sabía que algo iba a suceder. Mi mente se nublaba. Entonces ocurrió. Tras un gemido largo, mi cuerpo liberó chorros de energía a través de mi verga, para después nublar completamente mi cerebro y llegar incluso al mareo. Me quedé hecho polvo mientras mi prima me limpiaba la verga de ese espeso líquido que me acompañaba en algunos despertares. Sin saberlo, había acabado por primera vez con la boca de una mujer. Me quedé mirando al techo, sin saber nada, sin escuchar nada, en otro mundo maravilloso y distinto. Mis músculos no respondían y yo no sabía qué sucedía. “Vaya, creo que me he pasado con la dosis” –dijo sonriendo. “¿Qué?” –le pregunté, intentando volver en mí, que mi mente descendiera de las alturas. “No, nada. Qué estás hecho una fiera. Tu verga aún quiere más guerra. Ahora me toca a mí” –dijo con cara de convicción.

Se quitó la tanga y me lo tiró a la cara. Mi cara lo recibió sin entender aún, pero mi olfato distinguió un olor extraño, fuerte y excitante, mis labios notaron la humedad de la tanga. “Como aún sigues con la erección no tengo más remedio que actuar definitivamente. Échate un poco hacia atrás” –me dijo con una sonrisa en los labios. La obedecí sin saber ni por qué. Ella se acercó, apoyó una rodilla a mi derecha y la otra a mi izquierda. Dejó a mi vista su pequeño coño depilado. Me quedé observándolo atónito. Se quitó la parte superior del bikini y me quitó la camisa. “Dame una mano”-me dijo. Extendí mi mano derecha. Ella la tomó, lamió mis dedos y la puso sobre su pecho izquierdo, moviéndola. Yo apretaba un poco, con miedo, y manoseaba sus pezones. Me gustaban sus tetas. Noelia me tomó la otra mano y la acercó a su vagina. Pude notar el calor que desprendía, la suavidad de su piel y la humedad que se notaba. Escogió uno de mis dedos y lo introdujo en su concha. Lo metía y sacaba tranquilamente. “Continúa tú. Tócame mis tetas y la vagina” –me dijo. Empecé a tocarle las tetas e introducirle un dedo de forma automática pero muy sensible. Le apretaba cada vez más las tetas y pellizcaba sus pezones. Como vi que le gustaba, empecé a meter otro dedo en su agujero húmedo. Ella se movía y me miraba mientras con sus manos tocaba mi verga y mi pecho. Me tomó del cuello y me acercó hacia sus tetas, restregándomelas por la cara. Yo lamía sin saber dónde. Me empujó hacia atrás. “Ahora sabrás lo que es el placer, primo. Vas a gozar con tu primita. Vamos a follar como locos” –me dijo con lujuria en sus ojos.

Se incorporó, me tomó la verga con una mano y la dirigió hacia su vagina, que mis dedos habían explorado antes y la introdujo suavemente. Una oleada de humedad, calor y presión se apoderó de mi verga. Estaba obnubilado, entendí lo que me dijo y si tenía razón, las sensaciones que estaba experimentando eran el resultado del placer. Después de introducirla completamente varias veces, empezó a moverse sin cesar en un movimiento circular, con un rápido volteo de su cintura. Sus brazos se apoyaban en el respaldo. Yo empezaba a notar sensaciones parecidas a la primera vez que acabé, sin ser tan bruscas. Mis manos en vez de agarrarse del sofá, le apretaban sus tetas mientras iban y venían en su dulce movimiento. Noelia bailaba encima de mí, gimiendo y soltando bruscamente el aire. Yo la contemplaba y disfrutaba mientras mi verga entraba, salía y se encharcaba en un mar de fluidos y sensaciones que nunca había probado, pero no cabía duda de que era algo maravilloso. “¡Oh, ufffff, Dios, aguanta!” –decía entre gemidos. Mi prima disfrutaba a lo grande mientras saltaba y saltaba sobre mi verga sin cansarse. ¡Dioses! ¡Voy a acabar. ¡Oh, primo qué rica verga¡” –dijo mientras su respiración se agitó más de lo que ya estaba. Supongo que acabó, porque noté cómo su vagina se contraía apretando mi verga y que una oleada caliente de fluidos se prendieron a mi miembro, saliendo hacia el exterior y resbalando por mis piernas hacia el suelo. Noelia se arqueó hacia atrás, como si cayese y después descargó todo el peso de su cuerpo sobre mí abatida y sonriente. Había sido estupendo.

Al rato, se levantó sacando de su vagina mi verga aún erecta, no había eyaculado aun. Se agachó y empezó a masturbarme salvajemente. Mi glande aparecía y desaparecía a velocidades increíbles. Noté que iba a acabar otra vez. “¡Prima me gusta como tu boca envuelve mi verga!¡Siento lo mismo de hace rato! ¡Oh, prima qué rico!” –le decía. Se metió mi glande en su boca y recibió todo mi semen, mientras yo tomaba su cabeza con dos manos, me hundía otra vez en el sofá y arqueaba mi espalda. Se tragó mi semen, me limpió la verga de los restos, se acercó y me besó en los labios, introduciendo su lengua por mi boca. Ya había pasado bastante tiempo y quizá por los nervios quería volver a casa, ella notó mi impaciencia y me dijo: “Si quieres irte, hazlo; pero recuerda que tienes a tu prima para enseñarte más y para que aprendas a satisfacer a las mujeres. Me vestí y me dio un beso apasionado. Había sido un momento delicioso, mi prima me hizo sentir como si tocara el cielo con las manos, me sentí después de esa experiencia como un hombre; había aprendido de la mejor manera como entregarle placer a una mujer.

Claro que volví no una vez, sino varias; cada encuentro aprendía algo nuevo. Me enseño como hacer un cunnilingus, como dilatar un culo para meterle la verga y tantas otras cosas perversas que supongo ustedes también saben. Fue una maestra excepcional, ahora ella tiene 33 años, yo 25 y siempre que el tiempo nos permite nos juntamos para llevar a la práctica lo tan perversamente aprendido.

 

 

Pasiones Prohibidas ®

6 comentarios:

  1. Delicioso como siempre amor
    Tus letras son adictivamente placenteras

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  2. Q ricooo aprender algo nuevo y exitante para el.cuerpo y poder generar sensaciones únicas como siempre Caballero exquisito

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  3. Excelente escrito, una descripción muy lujuriosa y excitante de los actos y sus culminaciones. JOL

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  4. Muy buen relato caballero

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  5. Lo mejor de aprender es con alguien que te genere confianza y disfruten ambos.
    Excelente relato Mr. P.

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