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jueves, 17 de agosto de 2023

48. Soy una putita mala

 

Sandra y Milena son madre e hija, y juntas están acostadas en una confortable cama de dos plazas ubicada al centro de un dormitorio magnífico, de luminosas cortinas, muebles de estilo antiguo pero de buen gusto, silencioso y templado, cuando afuera la noche amenaza con venirse abajo entre nubarrones, un viento intenso y algunos ruidos en el cielo. Esa noche están solas, como casi todos los viernes, en que el hermano mayor de Milena, Gonzalo, sale a beber con amigos, disfrutando de las libertades extremas que la educación de su madre le ofrece desde que comenzó el secundario.

El plan era ver una película, pero como la señal televisiva se vio interrumpida por el estrépito de los rayos, no les queda otra que hablar. Sandra nota cierta impaciencia en los movimientos de su hija. La conoce y sabe que cuando está ansiosa no para de dar vueltas en la cama. “¿Estás bien Milena? ¿Te pasa algo?” –le pregunta algo pensativa la mujer mientras apaga la lámpara de su mesita de luz. ¡Nada mamá, estoy bien! Solo que, me pregunto algunas cosas, y, nada, eso!” –expresa la chica, un poco incierta, misteriosa. Milena tan solo tenía puesta una tanga blanca con lunares y puntillas rodeando su cintura, cubriendo sus partes nobles. Una blusa blanca, sin brasier. “¿Qué te andas preguntando cielo? ¿Qué pasa por esa cabecita? –pregunta tiernamente la mujer, cuando algunos gotones salpican el ventanal. Estaba comenzando a llover. “No sé, es que, nunca supe, digo. ¿Por qué nunca me pegaste mamá? La madre de la Naty hasta el día de hoy le tironea el pelo para que no salga a la calle sin arreglar su cuarto. Los padres de Romina la encierran en el baño si no hace lo que le piden o si se lleva materias la cagan a cinturonazos, y le hacen lavar la ropa de toda la familia durante un mes” –expone Milena tomando cada vez más coraje, sintiendo que sus pulsaciones son como un bombo de cuero tenso resonando en sus sienes.

“Bueno Milena, tú siempre fuiste una buena hija. Pero aparte, ¡qué horror! Esos padres son muy crueles, sádicos y, no sé. No se aplica la violencia para poner límites. El amor, el cariño, la confianza de un hijo no se ganan de esas formas”. –reflexiona Sandra acariciándole la frente, sin saber que el roce accidental de su mano en uno de los pezones de la joven le descarga un acorde melodioso en su interior, el que aún no sabe descifrar. “No sé mamá, la Naty es una rebelde. Le roba plata a su abuela, le falsifica la firma a la madre cuando tiene alguna citación de la escuela por ser contestadora a los profes y es re grosera. Nunca te pusiste a pensar que, ¿tal vez ellos necesitan una buena paliza?” –cuestiona Milena, mientras siente un subidón de energías extrañas, y acude al llamado de su sexo al palparse la vulva sobre su tanga y frota su tierna vulva, imponente y carnosa en la sábana para regalarse otro vestigio de placer. “No Milena, no creo eso. ¡Yo no actuaría así!” –sentencia Sandra algo sorprendida. “¿Papá qué pensaba? ¿Por qué él tampoco nunca nos pegó? Bueno, a mí seguro que no” –insiste la muchacha. “Mira amor, tu papá y yo siempre estuvimos de acuerdo en la crianza que les dimos. El día que murió me hizo prometerle que jamás les levantaría la mano, y así ha sido. Además, no lo necesitaron. Los dos son mis hijitos del corazón” – dice  Sandra con melancolía, pero es interrumpida por Milena. “¿Bueno, bueno, eso ya lo sabemos mamá. Pero, ¿nunca tuviste ganas de darnos una cachetada? O ¿de bajarnos el pantalón y darnos un buen cinturonazo en el culo? O ¿llevarnos a la ducha de los pelos cuando no nos queríamos bañar? O a mí, ¿ganas de refregarme la nariz en mi propia ropa? O  ¿en las sábanas cuando me meaba encima?”. “¡Basta Milena! ¡No son así las cosas! ¿Cómo les iba a hacer eso? Soy una madre, y no una, una loca. Además, no sé qué bicho te picó niña. Muchos habrían querido tener unos padres que…” La interrumpe Milena, quien toma la palabra. ¿Unos padres permisivos? Que nos compraban con boludeces para que no los escuchemos discutir ¿Aburridos? ¿Formales? ¿Religiosos? ¿Eso dices? No creo que eso sea bueno, porque yo al menos necesité otras cosas, no sé, límites. Una buena cachetada. Además, ¿de dónde sacaste que soy o que fui una buena hija? Hay muchas cosas que no sabes de mí, ni de Gonzalo.

“Hija, yo trabajo como una infeliz para que nunca les falte nada y siempre lo hice, no me quejo. Claro que por ahí me faltó tiempo para acompañarlos como tú dices o ustedes, querían” –intenta  hilar Sandra, acalorada y con los ojos sombríos. “No mamá, no hablo de eso. Digo que, tú no te imaginas las cosas que hicimos Gonzalo y yo, pero yo hablo por mí. Hace dos años que fumo marihuana, que me hice un tatuaje en una nalga y que perdí la virginidad. Supongo que no creerás que tengo la concha cerradita todavía” – ironiza la joven sin ataduras. “¡Milena, por Dios! ¿Qué estás diciendo?” –se horroriza la madre con un nudo en la garganta, mientras la chica se estira un pezón. Tiene ganas de masturbarse y la idea de su plan por ahora le resulta en cierta forma satisfactoria. La lluvia cae con fuerza, resonando en el techo, una perfecta analogía para Milena, ya que asi de mojada como la terraza se encuentra su vagina.

“La verdad mujer, abre los ojos. Nunca fui una nenita buena. Para aprobar historia me acosté con la maestra a cambio de la calificación. Le pagué a Lucas para que me haga los prácticos de psicología. Le chupé la verga al profe de gimnasia para que me perdone las faltas. Te saqué el auto un par de veces para irme al parque con Mirko, porque, nos encantaba coger ahí” –le dice a su madre. Sandra se enardece al escuchar lo que Milena le decía. “¿Qué mierda te pasa pendeja? Supongo que todo esto es un chiste. Explícame porque no entiendo nada” –exige Sandra una respuesta con lágrimas dolientes en sus pómulos, sin calma y aterrada. “¡No hay nada que explicar mamá! Te estoy siendo sincera Siempre fui una putita y me encanta. Pensar que para el abuelo soy una princesa! Pero él no sabe que me gusta chupar verga, ni que me trago el semen, ni que me revolqué con el primo Fernando” –le dice. “Milena, un poco de respeto por favor, que el abuelo te quería mucho” –pide Sandra con ganas de corregirla de alguna forma o de apagarle la voz. “Sí, me quería, me quería coger. Además, el viejo me miraba el culo y me aproveché de eso. Cada vez que le pedía dinero para algo, lo pajeaba hasta que acababa en mis tetas. Ustedes nunca lo supieron porque se hacían los tontos. Aparte de todo eso, Gonzalo y yo cogimos en tu cama, en esta misma cama. No sabes cómo se calienta cuando le chupo y lo rico que me chupa los pezones” –pregona la chica, sin evitar una fuga de un gemidito, ya que su índice acaba de transgredir la tela de su tanga y sus fluidos empiezan a escurrir a la entrada de su vulva. Mueve su tanga a un lado, se frota apenas el clítoris con el pulgar y siente que el roce de su tanga la erotiza.

“Hija, ¿qué mierda estás diciendo? ¡Eso no puede ser cierto! Tú y Gonzalo, no, eso no es normal ¿Cómo pudo ser posible? Tú lo calentaste seguro pendeja caliente” –le dice Sandra con furia, al borde de darle una cachetada. Sus manos resisten cada vez menos la tentación de golpearla, pero se contiene hasta una nueva y deshonesta confesión más. “¿Me dices puta? Tú también tienes lo tuyo mamá. El sábado vi cómo se la chupabas al chico que te trae las ensaladitas para tus dietas.  No se lo conté a Gonzalo todavía, así que quédate tranquila” –dice Milena antes de que le brote un manantial de lágrimas de sus ojos, porque Sandra le da la tan ansiada cachetada, le tira el pelo para que suba la cabeza y la mire a los ojos, y le tira una oreja mientras le grita: “Mira guachita de mierda, no tienes ningún derecho a meterte en mi vida. Tú eres una cualquiera, una puta, una salvaje. No sé cómo pude equivocarme así contigo basura!

Otras cachetadas empiezan a enrojecerle las mejillas a Milena, que disfruta viendo a su madre a punto de perder la razón. Ignora que su hija se masturba por el tenor de sus palabras cargadas de reproches, histeria y rencor. Recién cuando la agarra del brazo que la satisface como para sacarla de su cama lo advierte. Estalla en ira y la empuja boca abajo sobre el colchón para nalguearla con todo reprendiéndola. “¡Más encina te pajeas en mi cama sucia cerda! ¿Qué te pasa? ¡Eres una puta de mierda! Tendría que haberte castigado a golpes por mentirosa, desobediente, por puta, por meona y por cogerte a tu hermano” –le dijo Sandra enojada.  Milena solo goza de las nalgadas que le da su madre en su culito cada vez más ardiente, acalorada y fortalecida por la paliza que Sandra le otorga sin apiadarse. Incluso la escupe con repugnancia, se atreve a despojarla de su braga y se la deja un rato entre sus nalguitas, sobre las que luego desata vendaval de estruendosas nalgadas. No fueron más de 8, pero fue suficiente para que Milena sienta que en su vagina se derrama una abundancia de flujos inauditos, los que pronto empapan la sábana.

Afuera la lluvia empieza a convertirse en recuerdo, aunque el viento mece a las nubes indecisas, por lo que algunas gotas aisladas resuenan impasibles. En eso Sandra pone de pie sin demasiado esfuerzo a su hija, ya que posee una silueta delgada. Le toca las tetas, se acerca a uno de los pezones, y en el momento en el que lo lame con la punta de su lengua le da vuelta la cara con una cachetada de su mano izquierda. “¡Pégame mami! ¡Déjame el culo rojo! ¿Quiero que me trates mal, que me pegues por portarme como el orto!” –suplica la joven con sus 20 años a merced de una locura que ella misma fue capaz de construir con su plan macabro. Ella deseaba que su madre la masturbe y le pegue. Había soñado con eso muchas veces y amanecía mojada por el placer y la excitación de imaginarlo en la realidad. Sandra no comprende por qué, pero le chupa las tetas a su hija, le sigue dando cachetadas y le pellizca las piernas. No se ahorra puteadas ni escupidas irreverentes. Cuando se aproxima a su vagina la huele y le introduce un dedo para verificar que sus fluidos son provocados por la humillación que le estaba dando y por la extraordinaria devoción que Milena sentía por aquella mujer que se comportaba como la peor de las inquisidoras de antaño.

“¡Imagino que ya no te meas en la cama puta de mierda!” –se oye la voz inerte de Sandra mientras frota su rostro en las tetas de Milena. Segundos después sus besos ruedan por los aductores, rodillas, los muslos, ingle y abdomen de la chica, que se estremece gimiendo, pero que no puede tocarse, porque su madre se lo prohíbe. Cuando intenta hacerlo ella le muerde las manos, y eso la mata de deseo. Finalmente junta sus labios a la vagina de su hija y tras lamerle los lados, cada pliegue, abrirlos un poco para fascinarse con los fluidos que drenan impacientes y olerla desmesurada, deja que su lengua se abra paso entre ellos y la transforma en una espátula de saliva y músculo. Revuelve, lame, succiona con su boca incrédula, toca con sus dedos y presiona su clítoris duro como una almendra, lo frota, ve cómo crecen las contracciones de su vulva, sus gemidos, la producción de fluidos y los movimientos orgásmicos de la chica. Se pone de pie, no deja de pegarle en las tetas o en el rostro, mientras sus ojos se alimentan con los temblores de la chiquita puta de su hija.

La empuja en la cama para continuar con la faena de escarbar su vagina. “¡así mami, pajéame con tu lengua, cómeme, y no dejes de pegarme! ¡Oh, mierda mamita! ¡Cómele la concha a tu hija! ¿Te mueres de ganas de comerle la verga a Gonzalo y de que te llene la carita de semen?” –le dice Milena delirando de placer, jadeando, temblando en la cama entre las convulsiones que le propinan las bofetadas de su madre en los muslos junto a esa lengua encantadora. Sandra se masturba muerta de vergüenza, pero ya sin bragas y sin la polera que tenía, estaba desnuda, con la concha rebalsada de sus propios temores hechos fluidos y tiritando de calentura.

“¡Mamita voy a acabar!” –grita Milena, Sandra no puede más que tragarse todos los fluidos que emanaron de la concha de su hija, sorbo a sorbo. Nunca lo había hecho con una mujer y no sabe por qué el sabor de los fluidos de su hija la perturba, la conmueve, le quiebra en pedazos todas sus estructuras. Solo puede atender a la necesidad que le realza las ganas de consumirse en un orgasmo un poco más justo. Ella desea que su hija la haga gozar, que le retribuya algo de todo lo que involuntariamente acaba de obsequiarle, mientras la noche ahora se colma de estrellas. Solo una brisa ligera se cuela por la ventana entreabierta. Ahora las dos están entre las sábanas, con los ánimos algo más moderados, pero con las ansias imperfectas. “¡Dale Milena, chúpame las tetas, como cuando eras una bebé! ¡Tómale la teta a mami pendejita sucia!” –le ordena la mujer mientras le da golpecitos en la espalda, le masajea las nalgas coloradas por el castigo anterior y se la trae bien contra su pecho. Milena no se hace rogar. Deja que su madre le ponga un pezón en la boca, y luego el otro para que se lo chupe, muerda y juegue con su lengua.

“¿Te gusta la leche de mami putita? ¿Quieres más? ¡Pídeme puta! ¿Qué quieres ahora? ¿Quieres que te cambie el pañal? ¿Qué te ponga talquito y te prepare una mamadera con leche de tu hermano cochina? ¿Quieres que le pida que te mee estas tetas hermosas que tienes?” –dice la mujer cuando ahora las dos disfrutan de la fricción de sus vulvas enfrentadas. Se besan en la boca con groseros movimientos, se lamen la cara y se retuercen como dos babosas, sienten que sus clítoris palpitan impregnados en jugos afrodisíacos y algarabía, gimen, se tocan y pellizcan, se frotan y nalguean con lujuria hasta que un estrépito les previene que un orgasmo las enlazaría en breve, más allá de la sangre. Las dos mujeres, madre e hija, permanecen durante un largo minuto en silencio, confundidas, perplejas y aturdidas, pero radiantes de felicidad. Exhaustas caen en la cama, sudadas, con sus vaginas palpitantes y mojadas. La noche se había tornado perversa como nunca antes. Sandra había disfrutado en exceso del juvenil cuerpo de su hija y Milena había sucumbido a los golpes e insultos que anheló desde hace un tiempo; lo mejor es que había disfrutado de la experiencia de su madre hasta perderse por completo. Desnudas y pegaditas, ambas con sus cabezas sobre la misma almohada, respirando de iguales sensaciones eróticas en la piel, se sentían en éxtasis pero también sentían que ahora la relación incestuosa por la que se habían dejado llevar no sería un tabú para ellas. Sandra piensa de momento que todo fue un sueño, un delicioso y fantástico sueño, y así se durmieron.

Sandra en mitad de la madrugada se despierta producto de una incomodidad que parecía haber olvidado. Milena se había hecho orinado en la cama. Eso fue el disparador para que la mujer se masturbe oliendo a su hija mientras ella dormía indefensa, follada, meada y como ella la trajo al mundo. De pronto, siente que su vagina empieza a palpitar y a mojarse con efusividad, recordar que no solo su hija era una putita mala la ponía demasiado caliente, aprovechando su desnudez se empieza a masturbar, las sensaciones de placer eran incontenibles como sus gemidos. Su cabeza empezó a dar vueltas e imaginaba lo que Milena le había dicho de su hermano y como habían cogido en su cama, cerraba sus ojos y su mente le proyectaba la imagen en que sus hijos se habían cogido, se agarraba de las sábanas buscando vivir esos instantes. Se imaginaba chupándole la verga a su hijo y a este eyaculando en su boca; poco a poco esas imágenes se hicieron más vividas, así como el placer que la envolvía y la hacía gemir. Tan perdida en el placer estaba que no se dio cuenta que Milena se había despertado y se masturbaba a su lado; sus gemidos la habían despertado y como niña traviesa imitaba a su madre. Se dio cuenta solo cuando Milena gimió y al verla con las piernas abiertas y tres dedos hurgando su vagina no pudo más que dejarse llevarse llevar y ocupar a su hija para que le diera placer. “Como te measte en la cama, me la vas a chupar hasta que me canse” –le dijo. Para la chica eso no era un castigo, era una orden que debía obedecer con prontitud. Sandra separó las piernas y Milena se puso entre ellas para cumplir el deseo de su madre embriagada de placer. Pronto la excitación se hacía más grande y Sandra agarró el pelo de su hija para pegarla más a su vagina. Milena casi ahogada se encargaba de recorrer la rebosante concha de su mamá. “¡Eso Milena, muéstrale a mami lo putita que eres!” –le decía. Los dedos de la chica se metieron en esa concha que pedía a gritos ser cogida y la penetraba con alevosía.

De pronto se oyen pasos que ellas no escucharon, Gonzalo había llegado de su salida con amigos, al pasar por la habitación de su madre escuchó los gemidos de Sandra, preso de la curiosidad o de las copas de más se quedó oyendo lo que sucedía. Refugiado por la oscuridad abrió despacio la puerta, la luz de la luna dejaba ver el incestuoso espectáculo, a él no le causó resquemor ver a su madre disfrutando de su hermana, al contrario se sintió caliente, ya que su miembro empezó a reaccionar casi de manera automática. Estaba de pie a unos pasos de la cama viendo como esas dos almas poseídas se daban placer, con la verga en la mano masturbándose lentamente. De pronto, Milena se pone en cuatro para estar más cómoda; eso para él fue una silenciosa invitación a unirse a aquella escena. Se acercó agazapado, cubierto por las sombras, Sandra no se había dado cuenta que su hijo estaba ahí, ya que estaba tan perdida en el placer, que con sus ojos cerrados apretaba sus pezones. Ninguna de las dos se dio cuenta que Gonzalo estaba en la cama y de una embestida se metió en la húmeda conchita de su hermana, la que respondió con un alarido de placer. Cuando Sandra abrió los ojos se dio cuenta que su hijo estaba dándole duro a su hermana, no pareció importarle, ya que en sus pensamientos estaba la misma escena, ahora se había hecho real, la estaba viviendo en carne propia. “¡Llegaste hijo y no perdiste tiempo!” –le dice. “Siempre es rico cogerse a la zorra de mi hermana, pero no sabía que tú lo hacías también” –respondió él. Era verdad lo que decía Milena, quien se deshacía en gemidos y no despegaba la lengua de la vagina de Sandra. Ante esa candente confesión Sandra no hizo más que dejarse llevar por ese perverso momento. “¡Cómele la concha a mami, sucia puta!” –le decía a Milena. Las manos de Gonzalo de aferraron con fuerza a las caderas de su hermana y se la metía rápido, se sentía tan puta y le gustaba; sabía que Sandra lo estaba disfrutando, la había llevado a un escabroso mundo de placer que para muchos puede parecer perverso. Sandra se encontraba en el punto exacto en donde era azotada por otro intenso orgasmo que su hija le había regalo. Hace tiempo que no disfrutaba tanto del sexo como en esa noche, aunque nunca imaginó con quien lo viviría. Empezó a gemir descontrolada y su vagina destilaba fluidos tibios que Milena bebió en éxtasis.

Gonzalo seguía dándole verga a su hermanita bajo la candente mirada de Sandra. “¡Cógete a la zorrita para mami!” –le decía. El chico obediente no se detenía, haciendo que Milena gritara como puta en cada embestida. Para la madre era excitante ver como sus hijos cogían. Se sentó en la cama observándolos, mientras ella jugaba con sus dedos en su clítoris; no se perdía detalle, le encantaba la cara de Milena que se vislumbraba cada vez que era embestida con brutalidad y le calentaba la cara de perverso de Gonzalo al darle verga a su hermanita. No pasó mucho tiempo en que Milena cayó sobre su rostro en la cama, se quedó inmóvil mordiendo las sabanas, hasta que estalló en un delirante mar de gemidos; el orgasmo la había visitado y su cara de niña perversa la delataba, sin poder dejar de gemir y jadear decía de manera agónica: “!Ves mamita que soy una putita mala!”.

Los primeros rayos de sol entraban entre la cortina, los tres seguían en la cama. Sandra se estaba comiendo la verga de Gonzalo; hace tiempo que no tenía esa sensación de saborear una verga, un placer que ella creyó nunca volvería a experimentar. Con lujuria la devoraba completa, incluso al punto de ahogarse, le fascinaba; estaba embelesada por tener nuevamente en su boca una verga. Gonzalo la tomó del cabello y le dijo: “¡Chupa mami puta!”. Estaba excitada al escucharlo; sí era una puta y no tenía que reprimirse. Milena se puso a un lado y empezó a chupar los testículos de su hermano, el morbo de la escena se hacía tan exquisito para los tres que no tenían reparos en la hora de dejarse llevar. “¡Cógeme como te coges a la puta de Milena!” –dice Sandra. Se subió a horcajadas sobre él y esa candente verga se metió en su concha, haciendo que un grito de placer saliera de sus labios. Empezó a moverse como poseída, sus tetas rebotaban al ritmo de sus movimientos atrapantes; Milena no perdió la oportunidad de lamer el culo de su madre intensificando el placer en ella. “¡Oh, mierda! ¡Lame mi culo sucia puta!” –le decía a su hija, que recorría con vehemencia ese pequeño agujero, el delirante placer en Sandra se intensificaba, su culo era empapado por la saliva de Milena, su vagina palpitaba, renaciendo al placer de tener una verga enterrada en su interior. Sus salvajes movimientos la hacían gemir con más intensidad; se apretaba las tetas, retorcía sus pezones, pasaba la lengua por sus labios intentando hidratarlos. Se sentía tan puta, tan perversa; esa divina sensación de disfrutar del sexo, no importa lo sucio que pudiera ser al estar cogiendo con sus hijos, para ella era el camino del placer del cual se había olvidado.

“¡Qué rica verga tienes hijo!” –decía sin dejar de moverse. De pronto una sensación en su culo la invadió, placentera y dolorosa a la vez, no importaba ya que le dio el lugar al placer; eran los dedos de Milena que se metían en su lubricado agujero. “¡Puta de mierda! ¡Qué rico!” –gritó. Su culo y su vagina eran invadidos a la vez, lo que despertaba en ella una indescriptible sensación de placer que se apoderaba de cara rincón de su cuerpo. No podía dejar de gemir, tampoco soltaba sus tetas, era una hermosa imagen llena de morbo y perversión. Sus gemidos eran incontenibles como su placer, la deliciosa sensación que sus hijos le provocaban hacían estremecer su cuerpo y desbordar de placer. Cayó sobre el pecho de Gonzalo rendida, sin casi respirar, con la vagina y el culo palpitando. Sandra experimentó la noche más excitante y placentera en su vida, estaba agotada, pero no quería parar hasta sentir el semen de su hijo escurriendo desde su boca.

Ambas se acostaron al lado de Gonzalo y entre las dos compartían su verga, sus bocas se encontraban en la cúspide del glande y sus lenguas se entrelazaban frenéticas; el muchacho solo gemía de placer, esas bocas hambrientas por su verga lo tenían loco, solo se dejaba llevar por el placer que su madre y hermana le provocaban. Sin decir nada ni previo aviso, Gonzalo eyaculó inundando de semen ambas bocas que sedientas se bebieron su caliente y espeso fluido. Para Sandra fue la recompensa de una excitante noche, fue el resultado de dejarse llevar por el fuego de su entrepierna, que se vio coronado por el placer indescriptible de volver a sentir una verga deseosa por invadirla. La mañana había avanzado. Sus hijos se habían dormido y ella sonreía satisfecha hasta que sus ojos se cerraron no sin antes pensar en que ahora las cosas serían diferentes en casa y todo por causa de Milena, la putita mala.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

3 comentarios:

  1. Uffff wao que exquisito relato lleno de lujuria y placer que lleva a saciar los más profundos sentimientos y reacciones del cuerpo que exquisitez de letras.
    Como siempre Caballero hermosas líneas

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  2. Que bien relato y que exquisita descripción en cada una de las líneas. Gracias por compartir JOL

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  3. Un relato muy excitante caballero, felicidades 👏 cada palabra nos lleva a vivir cada una de las sensaciones 😉 👏

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