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sábado, 5 de agosto de 2023

41. Chateando con mi madre 1

Intuía que mi madre sabía más de tecnología de lo que parece, como casi todas las madres, me pedía ayuda para casi cualquier cosa con el móvil, instalar una app, añadirle un contacto, en definitiva, controlaba su móvil tanto como el mío o eso creía. Aquella tarde estaba instalándole una aplicación meteorológica que me había pedido, cuando saltaron tres notificaciones de una App de citas que yo no recordaba haberle instalado y que de hecho ni siquiera conocía, eran tres mensajes de un joven que no tendría muchos más años que yo, y que le decía que le gustaban mucho sus fotos y que si no le importaba mandarle alguna más potente que la del bikini rosa.

Ahí me saltaron las alarmas, aprovechando que mi madre andaba en su habitación, abrí la App y eché un rápido vistazo, la foto de perfil era la típica foto carnet, pero  tenía otras dos aparte, una en un bikini  rosa, en medio del campo que nunca antes había visto, y otra sonriente junto a un jardín, en una esquina había una especie de carpeta donde ponía “tus fotos privadas” pulse y casi se me cae al suelo al ver lo que tenía allí, 29 fotos, la gran mayoría en bikini, pero había otras tres que iban un poco más allá, en la primera salía ella frente a un espejo con el brazo delante de sus pechos desnudos, en la segunda el brazo dejaba a la vista su pezón izquierdo y la tercera un selfie en el que también se le veía un pecho, además de su precioso culo desnudo en el espejo. ¿Desde cuándo  estaba mi madre en una web así? Anoté el nombre de la aplicación y esa misma noche me la descargué en el móvil para echarle un vistazo con más tranquilidad.

No tarde ni cinco minutos en dar con ella, aunque no existiera la posibilidad de búsqueda por el nombre, me conocía todos sus datos sin problemas y mi madre no había mentido en ninguno. De manera que con poner que buscaba una mujer rubia de 1.65, de ojos verdosos y en 3 kilómetros alrededor me salió como primera opción. En principio tan solo tenía acceso a las tres fotos de perfil, la carpeta privada estaba reservada para los “amigos” que ella aceptara. Tan solo quería  ver las fotos, pero no quería que supiese que era yo por lo que estaba usando un perfil llamémosle falso, para ella era un hombre de 32 años, de pelo castaño, que vivía en un pueblo a 60 kilómetros. Le mandé una petición de amistad y para mi sorpresa no tardó ni dos minutos en aceptarla, y en comenzar a chatear conmigo.

 “Hola. ¿Me dices tu nombre?” –escribió. “Hola, David, encantado de ser tu nuevo amigo, ¿y tú?” –respondí. “Yo me llamo Virginia, y también estoy encantada de conocerte, que gracioso tengo un hijo con tu misma edad y que también se llama como tú” –dijo. “¡Mierda, la había cagado”!” –pensé. Esa primera noche chateamos de cosas personales, gustos musicales, libros y escritores preferidos y cosas por ese estilo, lo cierto es que yo iba con ventaja, ya que se perfectamente los gustos de mi madre, de modo que en alguna ocasión me adelantaba diciéndole mi escritor favorito a sabiendas de que era el suyo. Tengo que reconocer que me gustó su conversación, y creo que yo a ella también le caí bien, aunque en principio no tenía pensado que aquello fuese más allá, que lo que pretendía hacer una vez que tuviera acceso a las fotos y hacerme una buena paja en su honor.

Conozco muy bien a mi madre,  siempre hemos tenido una buena conexión y nos lo contamos todo, por eso se cuántos hombres han pasado por su cama desde que se separó de mi padre e incluso la calidad del sexo, o al menos sé que no quedó demasiado satisfecha con aquel amante. Siempre me ha dicho que para ella el sexo era algo secundario en una relación lo cual no quita que siempre vaya bien arreglada y se cuide bastante como para tener un cuerpazo como el que tiene.

Nuestra segunda cita virtual al día siguiente empezó con normalidad, hablando tranquilamente y de banalidades, de las noticias del día, del tiempo cambiante con la llegada del verano, parecía que iba a ser una conversación entre normal y aburrida, hasta que ella decidió dar un paso adelante. “¿Has visto ya todas mis fotos?” –me preguntó. “Sí, claro, si antes ya pensaba que eras preciosa, ahora estoy convencido” –le respondí mostrando interés. “Eres un zalamero, pero no es esa la respuesta que espero, dime de verdad lo que te parecen” –escribió. “¿Respuesta tímida o prefieres la directa?” –pregunté. “Más te vale que seas directo y honesto, porque con las respuestas tímidas pierdo el interés, y si pierdo el interés, adiós” –escribió con franqueza. “Tú lo has querido. Pues, para empezar tienes un culazo precioso, me encantó encontrármelo así, y disfruté de él, me imaginé a tu lado, acariciando esas nalgas blanquitas, mientras te chupaba los pezones. En definitiva Virginia eres una mujer preciosa y deseable” –le dije. Se dibujó una sonrisa macabra en mis labios. “Esa respuesta me gusta más. ¿Te masturbaste mirándolas?” –dijo. “Sí, mentiría si te dijese lo contrario, y tú ¿Te masturbas? Es solo curiosidad, si no quieres no contestes, no me gustaría que te sintieras ofendida por ello” –le respondí. “Tranquilo no ofendes, además yo empecé primera, alguna vez lo he hecho, no te lo voy a negar, pero hace tiempo que no me toco, estoy digamos un poquito oxidada y con telarañas ahí abajo” –escribió. “Pues deberías hacerlo, es una buena manera de relajarse y de aliviar tensiones” –le respondí. “Siempre he pensado que esas son las excusas de los pajillero para no sentirse mal, si te digo la verdad, cuando lo hice no me resulto muy gratificante en ese momento, rozarme el clítoris” –escribió. “¿Qué estímulos usabas?” –le pregunté. Respondió con preguntas: “¿Estímulos? ¿A qué te refieres con eso?”. “Hablo de referentes, de lo que te imaginabas en ese momento, de en quien pensabas, buena parte de la paja es la excitación mental, ponerse en situación, dejar volar la mente, igual que como te dije antes, yo anoche me imagine sobándote ese culito blanco y lamiéndote esas tetas tan ricas” –contesté. “Quizá en eso fallaba, pero es que en aquel momento tampoco es que tuviera a nadie en quien pensar los únicos hombres de mi vida eran, mi cuñado, mi hijo. Hombres imposibles” –respondió ella. “Pues con lo imaginativa que pareces, deberías volver a probar” -sugerí. “Tal vez tengas razón, pero sigo sin referentes” –respondió. “Pues usa los que tienes, hazte una paja pensando en tu cuñado o mejor en tu hijo, que por lo que dices tiene la misma edad que yo, no es nada malo. Yo te confieso que alguna vez me he masturbado pensando en mi madre, está tan buena como tú  y ese día por algún motivo la he encontrado deseable; eso no significa nada, es un momento pasajero que se queda en tu mente y no hace daño a nadie” –le dije. “Puede que te haga caso” –respondió.

No me sentí orgulloso de andar incitando a mi madre a que se pajeara pensando en mí, pero no voy a negar que me parecía realmente morboso pensar que igual esa noche al otro lado de la pared estaría mi madre metiéndose los dedos en la vagina e imaginándose que yo estaba allí. Aquella conversación me ayudó a darme cuenta de que mi madre podía hacerse la frígida pero en el fondo estaba tan necesitada como cualquiera de sentirse deseada. Por primera vez sentí deseo real por ella, más allá del que uno puede sentir con el onanismo creativo. La noche fue extraña, la curiosidad de saber si unos metros más allá estaría mi madre tocándose me comía por dentro, y si así era, ¿en quién estaría pensando?

A la mañana siguiente me di cuenta de lo complicado que iba a ser tener al lado a una persona que te genera una curiosidad que no le puedes preguntar a la cara, pero si a través de una pantalla, un paso en falso y podría tener problemas graves. Conseguí aguantar pero en cuanto volvimos a chatear esa noche, tras el saludo de rigor fui directo al grano. “¿Probaste el truquito que te enseñé para relajarte?” –pregunté. “Si, pero no” –respondió. “¿Cómo es eso? ¿Te tocaste y no te funciono?” –le pregunté. “Empecé, sí, pero me asuste y no quise terminar” –respondió. “¿Susto? Cuéntame” –le dije.  “Te lo cuento, pero no te rías de mí por favor” –escribió. “Tienes mi palabra de honor” –dije. “Empecé, lo hice a mi modo al principio, la mano dentro de las bragas, acariciándome el clítoris, entonces recordé lo que me dijiste y te hice caso, me imaginé unos dedos que me acariciaban, sentí el morbo y la excitación creciendo, me estaba poniendo caliente  pensar que mi hijo estaba metiendo sus dedos en la misma vagina por la que salió. Me excitó tanto que me asusté de la sensación que me provocaba, de hasta dónde podía volar mi imaginación y no era solo a sus dedos dentro de mí.” –escribió. “Es que de eso es de lo que se trata, hazme el favor y la próxima vez llega al final, imagínate si quieres que tu hijo te folla o te hace el amor, lo que tu desees. Recuerda lo que te dije, lo que pasa en la mente se queda ahí y no hace daño a nadie” –le dije.

De nuevo me sentí extraño por seguir con aquella incitación incestuosa, una parte de mi sabía que se me estaba yendo de las manos, pero la otra quería ir lo más lejos posible. Es que descubrir que mi madre se había excitado pensando en mí, fue una especie de inyección de ánimo. Chateamos de otras muchas cosas esa noche, pero ninguna tuvo que ver con aquel primer instante, no quería presionarla aunque estaba deseándolo. Serian poco más de las dos de la noche, medio dormido me levanté a tomar un vaso de agua, en aquel momento en lo último en lo que pensaba era en la conversación que había tenido esa noche con mi madre a través del chat, pero al pasar ante su puerta, escuche una especie de maullidos que provenían de ella. Incapaz de aguantar la curiosidad acerque mi oído a la puerta. Había una pequeña rendija por la que pude ver algo, mi madre estaba con las tetas al aire y se intuía su mano acariciándose, pero la abertura de la puerta no me daba para tanto, sí que la podía oír perfectamente, los susurros, la respiración agitada, eran inconfundibles, se estaba tocando y lo más fuerte de todo, entre dientes pude escuchar hasta en tres ocasiones con claridad mi nombre. Me fui a la cama, y no pude evitar masturbarme, tuve que parar a medias cuando sentí que mi madre salía de su habitación en dirección al baño, donde pude escuchar con mediana claridad correr el agua del bidé. No tuve dudas, mi madre esta vez sí había llegado hasta el final.

Para mí no fue tan difícil no preguntar, como lo fue para ella mirarme esa mañana mientras desayunábamos. Esa misma mañana se puso en contacto con mi alter ego en la red y le mando tres mensajes. “Lo hice. Ha sido muy extraño mirar a mi hijo a la cara esta mañana, me daba un morbo increíble, y creo que él lo ha notado. ¿A ti te paso cuando te pajeabas fantaseando con tu madre?” –preguntó. No pude responderle hasta la noche, por la mañana estaba trabajando y por la tarde estuve con ella buena parte del tiempo y no podía escribir sin que se me notara. Esa noche hablamos una vez más. “Perdona que no te haya podido responder antes, estaba muy ocupado, eso quiere decir que me hiciste caso. Independientemente del morbo del que hablaremos después, dime ¿Funcionó? ¿Descansaste mejor?” –pregunté con curiosidad y morbo. “No te preocupes, es que necesitaba decírtelo. Sí, he de darte la razón, una vez que volví del baño caí rendida, así que si funcionó, y ahora si no te importa hablemos de lo que de verdad me preocupa, la obsesión con mi hijo” –dijo ella. “¿Obsesión? Creo que no es para tanto, tan solo ha sido un ratito imaginativo” –le dije. “¿Tú crees que no es obsesión?” –preguntó. “Por supuesto que no, eso es parte del juego, siempre que se quede en tu imaginación no hay problema no haces daño a nadie” –le respondí.

Aquella noche marcó un antes y un después en nuestras conversaciones como madre e hijo, y es que mi madre volvió a la normalidad conmigo, ya me miraba con normalidad y también me hablaba como siempre, pero el espejismo de la vuelta a la normalidad fue eso, un espejismo, esas noches no escuché que hiciera nada como la vez anterior, y las charlas en el chat se centraron más en el mundo de los sentimientos que en el reino de los sentidos. Esas noches me conto muchas cosas que ya sabía de la relación con mi padre, en su mayoría no demasiado buenas, pero también algunas que jamás me había confesado, como que el paso del tiempo le había limado las heridas y llegó a pensar en una vuelta imposible. Fui un psicólogo para ella, pero también un confesor de aventuras que desconocía, todas las cuales empezaban muy bien, pero por alguna razón ninguna cuajo más allá de un primer acercamiento, parecía como si no encontrase en nadie lo que buscaba, y por que según sus palabras no quería alejarse de mi como hijo.

Fueron días de conversaciones profundas, donde apenas dejamos lugar para el sexo, aunque ambos fuéramos conscientes de que era un tema que estaba en el ambiente y tarde o temprano en algún momento llegaría, y así fue una noche de viernes al filo de la medianoche. “¿Echabas de menos el sexo con tu marido?” – pregunte sin malicia alguna, y abrí de nuevo la caja de Pandora, después de que ella me contase que se pasó casi dos años sin dormir con el antes de separarse. “Sí y no. Echaba de menos el inicio de la relación, cuando las cosas eran de verdad, cuando salía del alma y no de las tripas. El rutinario no, de hecho apenas disfrutaba y las únicas veces era cuando me pedía cosas diferentes” –respondió. “¿Cosas diferentes?” –pregunté. “Si, bueno, cosas diferentes para nosotros, que no hacíamos de manera habitual, que se la chupara o que me dejase dar por el culo” -respondió. Entre las cosas que mi madre me había confesado alguna vez estaban esas dos, no sé porque en algún momento me habló de que le había hecho alguna mamada a mi padre, pero también que nunca se había dejado dar por el culo, sentí curiosidad por saber si entonces me mintió, así que pregunté sin pensar: “¿Y te dejaste?”. El corazón me pedía ahondar en ello, pero la cabeza me decía que si seguía por ahí podía dar un paso en falso. “Se la chupé en varias ocasiones, pero por el culo nunca, por mucho que se empeñara en decir que el dolor es placer” –me respondió con sinceridad.

Coincidía plenamente con lo que me contó, reconozco que me hizo un poco de ilusión saber que el culo de mi madre aún era virgen, así que me animé y seguí preguntando: “¿Y él te comía comía la vagina?”. “No, nunca lo hizo, pero tampoco yo se lo pedí” –respondió. “¿Te lo han comido alguna vez? Ya sabes lamer, besar” –le pregunté. “Una vez” –respondió. La curiosidad y la excitación eran evidentes en mí por lo que seguí con el interrogatorio: “¿Y?”. “Fue diferente, bueno, sin más” –me dijo. “¿No te gusto?” –pregunté. “Se puede decir que no me volvió loca” –respondió. Entonces fui más allá y le dije: “Eso es porque no te lo hicieron bien, cuando nos conozcamos te haré un cunnilingus de verdad, y descubrirás lo que es bueno, no pararé hasta sentir que acabas en mi boca, lametón aquí lengüetazo allá, buscando tu clítoris. ¿No te excitas solo de pensarlo? Por qué yo estoy demasiado caliente imaginándolo”. “Estoy deseando conocerte y sentir tu lengua en mi vagina, cada día que pasa tengo más ganas de verte, abrazarte y dejar que hagas que me vuelva a sentir una mujer deseada” –me dijo.

Si ella supiera que quien le estaba diciendo esas burradas era su propio hijo, probablemente no habría respondido así. Estaba tan caliente que empecé a masturbarme, la imagen de mi madre con las piernas abiertas y yo lamiendo su vagina me tenía a mil. Era como una perversa película que solo había un escenario y dos protagonistas dispuestos a hacer de todo con tal de satisfacerse. Nuevamente arremetí con preguntas para indagar más en su vida sexual y así darme placer con mi sucia imaginación. “Dime la verdad. ¿Por qué no te atreviste a dejar que te sodomizara tu marido?” –pregunté. “Pues, por miedo más que nada, imagino que no se hubiera detenido si le decía que me dolía mucho. Sé que hay mujeres que lo hacen y no hay problemas, pero con hombres comprensivos y tiernos, y mi ex en esos momentos no lo era, iba a lo suyo y nada más” –me respondió. “¿Y no tienes curiosidad por saber lo que se siente? No todos los hombres somos como él” –le dije. “No mucha la verdad, pero si en alguna ocasión aparece ese hombre que me haga sentir tan cómoda y deseada, no lo descarto del todo aun” –dijo ella.

Aquella no parecía mi madre, se estaba soltando con un tipo del que apenas tenía cuatro datos y ni siquiera había visto una foto. Un tipo que la había animado a masturbarse pensado en su hijo, que le había dicho que el día que la viera le comería la vagina y le estaba preguntando acerca de dejarse dar por el culo, y ella estaba no solo siguiéndole el juego sino que dándole cabida a esas preguntas que creo jamás hubiese respondido, e incluso le daba ciertas esperanzas de cogérsela. Me tenía descolocado y caliente. La imaginaba en cuatro sobre la cama y yo dándole por ese precioso culo, haciéndola gritar de placer. Me masturbaba despacio mientras mi mente me bombardeaba con esas candentes imágenes de mi madre, solo pensar que mi verga le perforaba el culo era algo placentero.

“El otro día me paso algo que creo que tengo que contarte, y que lleva días remordiéndome la conciencia, creo que necesito tu consejo” -dijo. “Adelante, cuéntame” –respondí. “Me da un poco de vergüenza por eso no te lo he contado antes, fue  hace unas noches, cuando hice lo que me animaste que hiciera, ya sabes, masturbarme. Dejé que la mente fluyera demasiado, y dejé la puerta de mi habitación ligeramente abierta, por si mi hijo pasaba. Creo que eso fue lo que más me excitó, pensar que en cualquier momento me podría pillar con las manos en la masa o mejor dicho con los dedos en la vagina” –dijo. “¿Y él lo hizo?” –pregunté. Contuve la respiración, aquello no me lo esperaba. “Creo, bueno no te voy a engañar, sé que sí, y me dio mucho morbo, me sentía demasiado caliente pensando que estaba ahí mirándome y escuchándome gemir” –respondió. Leer eso fue un estímulo a mi calentura, ya que empecé a masturbarme más rápido. Aunque definitivamente se me había ido de las manos, mi madre sabía que la había estado mirando, no sabía cómo parar aquello, y lo peor de todo, no quería pararlo ya sin descubrir el final, hice una pregunta más: “¿Te imaginas que hubiera entrado?”. “Prefiero no pensarlo” –respondió. “Se sincera. ¿Qué habrías hecho?” –insistí. “Con la calentura que tenía en ese momento, le habría chupado la verga para bajarnos el calentón” –respondió casi al instante. “¿Y él?” –pregunté. Ya estaba casi por acabar leyendo la confesión de mi madre. Estaba tan caliente que mis ojos estaban pegados en la pantalla del celular. “No creo que se hubiese dejado, es mi hijo y creo que me respeta; al menos es lo que pienso, aunque no sé qué hará en su habitación ni en que piensa si es que se masturba” –dijo mamá.

“Es un hombre como todos, no creo que se hubiese opuesto a que le hicieran una mamada” –le contesté. “Puede que en ese momento no importase, pero el problema vendría al día siguiente, no sé cómo nos miraríamos a la cara después de eso” –me dijo. Entonces arremetí: “Pues igual que siempre o, ¿acaso tu mirabas de manera diferente a tu marido después de un polvo?” –pregunté. Ella me respondió con una pregunta: “¿No crees que estoy obsesionada con mi hijo?”. “No creo, y aun así ¿Qué tendría de malo?” –dije con una pregunta. Su respuesta me paralizó por completo: “No sé, dímelo tú, hijo”. En ese momento se abrió la puerta de mi habitación y entró mi madre con su móvil en la mano, se quedó mirándome, yo tenía la verga en la mano erecta y palpitando. “¿Desde cuándo lo sabes?” –pregunté tragando saliva. “El tiempo suficiente hijo” -respondió. Entonces todos mis miedos se hicieron presentes, ya que no sabía cuál sería su reacción, le dije: “No sé qué decir mamá. ¡Lo siento!”. “No digas nada, también es culpa mía, debía haber parado cuando supe que eras tú, y sin embargo, estoy aquí, y no es para pelear contigo. No sé lo que ha pasado entre nosotros estos días, pero sí sé que puede que me arrepienta de lo que pase esta noche” –dijo. Mi corazón palpitaba a mil por hora. Ahí estaba con mis demonios tratando de apaciguarse e intentar encontrar una lógica a lo que estaba pasando; una cosa muy distinta era hablar fantaseando y otra tener a mi madre en mi habitación. Caminó hasta mi cama y se sentó sobre ella, me miro y me dijo: “Antes de que ocurra nada, dime algo que necesito saber ¿Estás seguro de que quieres esto?”. “Sí mamá. ¿Y tú?” –pregunté. No me respondió, al menos con palabras, levantó el culo del colchón y se quitó el pequeño camisón que tenía puesto, bajó sus bragas dejándolas a medio muslo y mostrándome sin pudor alguno su pubis cubierto por una capa delgada de vello. Me acerqué para quitárselas completamente, momento que ella aprovechó para masajear sus tetas al sentir como mis dedos recorrían sus piernas. Estaba desnuda frente a mí y dispuesta a hacer lo que estuviera a su alcance para satisfacerme. La erección que tenía momentos antes jamás decayó, al contrario, ahora era más potente al saber que pronto estaríamos cogiendo como posesos.

“Separa las piernas mamá, voy a comerte la vagina como nunca nadie lo ha hecho” –le dije. “Primero bésame hijo, dale un beso a mamá, pero de los de verdad” –dijo ella. ¿Cómo negarle un beso a mama? Mis labios se pegaron a los suyos y nuestras lenguas se cruzaron, su mano me acarició la verga tiesa. “¡Oh, hijo. No sabes como he fantaseado con tu verga! Prométeme que no te vas a arrepentir de esto” –me dijo. “Jamás me arrepentiría de hacerlo con una mujer tan maravillosa como tu mamá –le dije completamente excitado. Acaricié sus tetas y las besé, lamí sus pezones y en ese momento supe que ya no había marcha atrás, tal vez al día siguiente me arrepentiría de todo lo que en ese momento deseaba, pero esa noche me iba a follar a mi madre. Por su respiración  y por la manera en como acariciaba mi miembro ella lo deseaba tanto como yo. “Ahora si mamá, abre las piernas  y déjame ver de cerca esa preciosa vagina2 –le dije. Mientras ella se ponía cómoda y se colocaba en posición, separando sus piernas, me dediqué por un par de minutos a mirar su sexo, se veía húmedo, sensual, invitaba a mi lengua a recorrerlo sin pudores y sin culpas.

Me coloqué justo delante de su entrepierna y sin más preámbulos metí mi cara entre sus muslos, besé su vagina e inserte mi lengua en esa deliciosa fuente de humedad que me embriagaba. El sabor de mi madre me pareció delicioso, el cosquilleo de sus vellos en  la cara, el morbo iba creciendo; por momentos no me podía creer que estuviese lamiéndole el coño a mi madre. Mordisqueaba sus labios vaginales,  jugaba con mi lengua en su vulva, no tardé en dar con su clítoris que para entonces ya estaba inflamado de deseo. “¿Te gusta?” –le pregunté. “Nada que ver con el otro hijo, nada que ver cariño, no te detengas, cómele la vagina a mama” –me decía mientras gemía y jugaba con sus tetas. No pensaba parar, no solo porque le hubiera prometido que no pararía hasta sentir que acababa en mi boca, sino porque estaba disfrutando del morbo me daba estar comiéndole la vagina a mi madre. “¡Voy a acabar! ¡Oh, Dios, estoy acabando en la cara de mi hijo! ¡Qué delicia, mierda!” –decía mientras era sometida al más intenso orgasmo. Acabó mucho más rápido de lo que esperaba, lo noté cuando  sus muslos se comenzaron a tensar y sus manos tiraron de la sabana, ni siquiera tuvo tiempo de avisarme antes de que sucediera, tampoco es que me importara demasiado, porque estaba deseando descubrir el sabor más profundo y privado de mi madre.

Levanté la mirada y vi su cara, al estar lamiendo su sexo había dejado de ser consciente por unos instantes de que la vagina que mi lengua estaba degustando no era la de una mujer cualquiera sino el de mi propia madre, pero su voz me devolvió a la realidad, me levanté y me dejé caer a su lado. “¿Ves mami como un buen cunnilingus no te deja indiferente?” –le dije. Pasó su mano por mi mejilla y me susurró: “¡Eres el mejor hombre que he tenido en la  vida!”. Me estiré hacia el velador y abrí el cajón. “¿Qué buscas hijo?” –preguntó con curiosidad. “Condones” –le respondí. “Déjate de boberías, sabes perfectamente que ya no tengo la regla, no me vas a dejar embarazada; y aunque la tuviera, quiero sentir como acabas dentro mío” –dijo con voz sensual. “Lo sé mamá,  pero quería oírtelo decir, no te imaginas lo excitante que es oír de los labios de tu madre que quiere que acabes dentro” –dije con malicia. Le di un beso apasionado que obtuvo una igual respuesta por su parte, abrazados nos dejamos caer sobre la cama. Me puse sobre ella, con mi verga apuntando a su vagina, estaba a escasos milímetros de hacer algo para lo que ya no habría marcha atrás. Una vez que mi cuerpo invadiera el suyo, cuando mi pene atravesara su vagina por primera vez, daría igual que solo fuese una vez o un millón. La miré a los ojos, tragué saliva y sin pensarlo más me hundí en ella. La sensación fue indescriptible, no sabría decirles si por el morbo de la situación o por el placer que sentía al moverme suavemente. En sus ojos se veía el placer, aferrada en un intenso abrazó me decía: “¡Esto es maravilloso! ¡Dame más fuerte! Quiero sentir tu ímpetu de macho”.

Después de años sin sexo la vagina de mi madre estaba apretada y lubricada, el roce era bestial, y maravilloso, llegué hasta el fondo de su sexo, me besó y apretó contra ella. “¡Hazme sentir mujer otra vez!” –decía entre gemidos. Nuestros movimientos eran suaves, mi verga parecía estar hecha a medida para su vagina, gemía con cada una de mis embestidas por suave que fuera, de hecho no tardó en mojarse de nuevo en cuanto fui acelerando el ritmo y mi bombeo ganó en intensidad. “Sigue hijo mío, me encanta sentirte dentro, haz disfrutar a mamá,  haz que mami se sienta otra vez mujer, aguanta un poquito más hijo, vas a hacer que mama acabe” –decía. Cada frase de mi madre era para recordarme que no estaba dentro de cualquier mujer si no de la misma que me parió. Noté perfectamente cómo acababa, cómo su vagina chorreaba y su cuerpo se estremeciéndose debajo del mío. “Mamá ponte a cuatro, quiero disfrutar de tu culo cuando acabe” –le dije. “No dejé a tu padre follarme el culo y te voy a dejar a ti el primer día, ni lo sueñes cariño, el culo de mamá no se folla” –respondió. “Tranquila mamá, que no es para follarte el culo, es para verlo, tocarlo, quiero ver tu culazo en esa posición, ver como se bambolean tus tetas, confía en mí mamá, no te voy a dar por el culo si no quieres” –le dije. No necesité insistir, en cuanto se la saqué, se giró y se puso a cuatro, ofreciéndome la maravillosa vista de su hermoso trasero. “¡Mierda mamá! ¡Qué culazo tienes! Te lo digo en serio, un día de estos me tienes que dejar probarlo, yo no soy mi padre, yo no te haría daño, te lo aseguro, te he comido la vagina, cosa que él nunca hizo y te he sacado ya dos orgasmos” –le dije. “En eso tienes razón, bueno ya veremos, pero no te hagas ilusiones” –respondió.

Acaricié su culo con los dedos, mientras colocaba mi verga a la entrada de su vagina. Esta vez mi verga entró en ella como cuchillo caliente en mantequilla, me deslicé suavemente mientras acariciaba sus nalgas y las separaba para poder ver su virginal ano. Ahora era yo el que no dejaba de recordar frase a frase, que no era cualquier tipo de la calle el que la estaba follando, sino su propio hijo. “¡Qué vagina más exquisita mamá! ¡Me encanta follarte mami! ¡Qué culazo mama! ¡Mierda, qué rico te mueves mamá!” –le decía. Sus gemidos y mis jadeos se fundían en uno solo, aquel era el polvo más morboso y delicioso que había echado en mucho tiempo. Agarraba sus tetas las estrujaba, ella se movía a mi ritmo. Intuyó que estaba a punto de acabar y me animó una vez más a que eyaculara dentro de ella. “¡Acaba dentro de mami! ¡Llénale la vagina a mamá de tu semen! ¡Dale a mamá su ración de leche calentita que su vagina necesita!” –decía entre gemidos. Unas pocas embestidas después, noté un latigazo que me recorrió toda la columna, al tiempo que mi verga reventaba de placer inundando su vagina con mi esperma, me vacié en las entrañas de la mujer que me había dado la vida. Fue morboso, excitante y placentero. Permanecí unos pocos minutos más dentro de ella, quieto, sin moverme, dejando que mi miembro fuese perdiendo tamaño en su interior, dejando que mi eyaculación quedase en sus entrañas.

Cuando por fin salí de ella, nos besamos y nos dejamos caer rendidos sobre mi cama. Ella se acomodó en mi pecho y yo le acariciaba el cabello. “¿Has disfrutado mamá?” –le pregunté. “Si cariño, me alegra que el chico desconocido fuese tan cercano” –me respondió. No supe cómo se enteró que era yo, pero supe que había disfrutado de nuestras conversaciones previas, al punto de despertar en ella el morbo de querer coger con su hijo. Nos dimos un beso y un rato después nos quedamos dormidos, abrazados y desnudos, sin pensar en nada más que en el placer absoluto de aquel intimo momento.

 

Pasiones Prohibidas ®

3 comentarios:

  1. Infierno L©Fiorella de Mr. P5 de agosto de 2023, 8:13 a.m.

    Interesante Narración Mi Amo
    Lo explicito en los detalles lo hace excitante
    Y el contexto sumamente morboso.
    Excelente relato Mí Perverso

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  2. Siempre lo voy a decir, no decepciona con sus relatos Señor. Los detalles exquisitos y lo morboso le da una pizca diferente

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  3. Rica cojida se dieron anbos

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