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martes, 1 de agosto de 2023

39. La monja con vocación por el sexo

 

Un nieto de José Luis hizo la primera comunión, la típica ceremonia aburrida en los niños o jóvenes comulgan por primera vez. Después de la iglesia, la celebración fue en un conocido restaurante gallego de Sevilla. Su hija había invitado a una prima que estaba en España, era monja. Los niños fueron a jugar a las colchonetas, a la piscina de bolas, fueron a divertir. Lourdes, la monja, que era una joven chilena de 1.70 aproximadamente, guapa a pesar de su atuendo, un cuerpo cuidado y con ojos que al mirar encendían algo de lujuria en quien los mirara con detenimiento. Se sentó al lado de José Luis y le dijo: “Enhorabuena por el chaval y el paso que ha dado”. “Gracias hermana Lourdes, me pone contento aunque ya no profeso la religión” –respondió. Ella sonrió de una manera no muy santa y le dijo: “Pero si celebras los feriados católicos y te vas de vacaciones cuando caen en fin de semana largo”. “Bueno, hay que sacar provecho de algo, ya que tanto provecho ha sacado la iglesia de los fieles” –le dijo él de forma tajante.

A José Luis, que era un sesentón, de estatura mediana y de complexión fuerte, hablarle de religión es envenenarlo. A su edad sabe de sobras que la religión solo es cuento para mantener a la gente asustada con el infierno y un Dios que no siente empatía por la humanidad. Mirando el crucifijo que le colgaba de su cuello, le habló con frialdad: “Esos hombres que dirigen la iglesia solo son una bola de obesos que viven de lo que gente dona a la Iglesia y se escudan detrás de lujosas catedrales, cuando la gente se muere de hambre. Son solo vendedores de humo”. Ella lo miró con detenimiento y le dijo: “Es tu opinión, aunque se dice que el hábito no hace al monje. Hay muchos que viven como dices pero también hay quienes intentan hacer algo”. “Yo no lo veo así. Mire hermana Lourdes, ese hijo de puta que se viste de blanco en El Vaticano tarde o temprano se le verá el plumero. No quiero que te ofendas Kitty por mis palabras pero es la verdad. A la monja no le gustó su lenguaje y lo corrigió: “Hermana Lourdes, Kitty era la rebelde, y no diga palabrotas, por favor se lo pido”. Él hizo cómo si no la hubiera escuchado. “¿Algo más sobre esos inútiles que quieren tomar el cielo por asalto?” –preguntó José Luis. “Lo de tomar el cielo por asalto es una metáfora. ¿Les llama vagos e inútiles?” –dijo ella.

José Luis terminó su café, y después le dijo: “Si lo son, ya te darás cuenta Kitty. Si tú no te hubieras metido monja y tuvieras un buen puesto de trabajo en España no dirías esa tontería”. “Puede ser, pero hora estoy para ayudar al necesitado” –le respondió. Él la miró por unos segundos, y después le dijo: “Desengáñate, Kitty, ese y su pandilla de maleantes solo se ayudan a sí mismos engañando a los ingenuos”. “Se dice ingenuos e ingenuas” –respondió la monja. Si hay una cosa que a él le molesta es que destrocen el castellano. Así que mandó a mierda la cortesía. “¡Vete a tomar por culo, Kitty!” –lo dijo en alto, pero la música tenía tanto volumen que solo la monja lo oyó. Lourdes con su hábito de monja merecía un respeto, respeto que su tío no le guardó, pero para ser franco ya lo estaba molestando mucho con el temita, ya que lo peor de esta gente religiosa, es que digas lo que les digas ellos tienen la verdad absoluta. “¡Ay, Kitty, ya estoy adaptado a mi vida fuera de la iglesia, la que no se adaptó fuiste tú, con el tremendo tejado de vidrio que tienes meterte a monja fue un crimen” –le dijo él. La monja se puso nerviosa. “Creo que le hizo daño el vino. Le repito que ya no soy Kitty, soy la hermana Lourdes” –le dijo. José Luis hizo cómo si no escuchara sus palabras. “Los niños y los borrachos dicen siempre la verdad. No te puedes imaginar lo que te haría si tú quisieras, eras tremenda zorra y ahora te escondes detrás de los hábitos” –le dijo José Luis. “Imagino, imagino. Todos los hombres quieren lo mismo. Después de lo que me ha dicho debía ir a confesarse” –dijo Lourdes.  “Yo no le cuento a nadie mis cosas. Dios ya sabe de qué pie cojeo” –respondió él. “Eso es cierto. Dios lo sabe todo” –dijo la monja.  “Sí, me gustaría verte desnuda para poder comer tus tetas, lamerte la vagina y follarte hasta quitarte las ganas de llevar esos hábitos". –dijo él sin quitarle la vista de sus tetas. La monja se persignó.

A pesar de lo que le acababa de decir, no se iba de su lado. Le dijo: “Se acaba de condenar al infierno”. Al no irse, le dio alas. “Dime, Kitty. ¿Tu novio que tenías antes de ser monja te lamía la concha? ¿Acabaste alguna vez en su boca cuando te la comía?” –le preguntó. “Sigue haciendo méritos para condenarse eternamente” –respondió ella. José Luis se tomó un trago de coñac y siguió hablando con la monja. “¿Se la chupaste y te tragaste su semen?” –le dijo. La monja se volvió a persignar. “¡Deje de beber, tío!” –le dijo ella poniendo paños fríos a la conversación. “¿Te masturbas en la celda del convento? Recuerda que las monjas no mienten” –le dijo José Luis mirándola a los ojos. “No voy a responder a su pregunta” –le dice ella en tono ofuscado. “¡Los haces! ¿Te acuerdas de cuando viniste de vacaciones y de aquella noche que saliste de la habitación de invitados para ir al baño en bragas, con los pezones de las tetas marcándose en tu camiseta y te metí mano en el pasillo y te di un beso en la boca?” –le preguntó. “Esas son cosas que no se olvidan” –le respondió ella. “Aquella noche pude hacer de ti lo que quisiera” –insistió. “Y no lo hizo porque lo llamó la tía. Era muy joven y me hervía la sangre, en aquellos días sí que era Kitty, la gatita curiosa y caliente” –le respondió la monja. “Esa Kitty sigue dentro de ti” –le dijo José Luis. “Soy una monja, tío, una monja, Kitty ya no existe” –le responde. La religiosa estaba colorada, quizá por la vergüenza o por la excitación.  Le dijo José Luis: “Yo la sigo viendo. Está aquí ahora. Lo sé porque ya debes tener tus bragas mojadas”. “Es usted el mismísimo demonio” –le responde la hermana Lourdes.

La conversación seguía, la monja no podía esconder su excitación debajo de su hábito, sin darse cuenta se mordía el labio y mirada a su tío con la lujuria en sus ojos, pero trataba de resistirse a esa candente sensación de dejar salir a la gatita caliente que ronroneaba en su interior. “Puedo ser el mismísimo demonio, pero follo como un ángel. ¿Por qué te hiciste monja si eras tan puta?” –le dice él. “No son cosas que a usted le incumban” –le dice ella. José Luis insiste y le dice: “Cuenta, mujer”. “Ya le dije que no le incumben y no me llame mujer, soy la hermana Lourdes. “Pues vaya tontería. Eres monja y mujer, y toda mujer lleva una puta dentro” –le dice José Luis. Lourdes lo miró con asombro y le pregunta: “¿Qué dice?”. “Lo que acabas de oír, no te hagas la tonta. Que toda mujer lleva una puta dentro, cuando la deja salir ya es otra cosa” –le dice él sin pudor. “¿Eso piensa de las mujeres?” –le pregunta. “¿Acaso no te das cuenta que estás caliente?  Pero, sí, es lo que pienso solo con verte” –le responde. “¡Machista! Solo le falta decir que todas las monjas llevamos una puta dentro” –le dice la religiosa. “Mira, te conozco y sé que Kitty busca salir, por mucho que lleves ese ridículo hábito, eres una puta” –arremete José Luis.  “Ya te lo dije. Las monjas sois mujeres. ¿O no? Seguro que en las noches te calientas y te tienes que masturbar, porque las ganas no te las sacas con un Padre Nuestro y dos Ave María” –insiste. “Lo que yo haga o deje de hacer no es su problema, si me masturbo o no, solo queda entre Dios y yo” –dice la monja. “¡No me hagas reír! Seguro Dios te mira con cara de caliente mientras te tocas y se masturba contigo. No juegues a ser inocente porque ese papel no te queda. Siempre serás puta” –dice él.

El silencio se hizo presente por unos minutos, en cierta forma su tío tenía razón, las ganas de sexo no se las quitaba rezando. Muchas veces sus fuegos internos los debía apagar con sus dedos, pero le sorprendía que José Luis la leyera tan bien en cuanto al sexo, le perturbaba y a la vez le excitaba, tenia el deseo morboso de masturbarse pero no podía ser tan evidente ante José Luis, debía terminar la conversación de alguna forma para ir al baño a jugar con su vagina que pedía a gritos ser recorrida por sus dedos. “Mañana estamos solos en casa. Se van todos a Disneyland París…”. La hermana Lourdes no dejó que acabara de hablar. “¡Qué cara tiene! Es un desvergonzado” –le dice ella. “Yo lo dejo caer por sí acaso” –dice José Luis. La monja no era tonta. Así que le dijo: “Parece mentira que no para de hablar. Me parece insólito que  haya tenido tiempo para decir tanta barbaridad junta”.  “¿Y si lo sabías por qué no lo dijiste antes?” –preguntó José Luis. “Quería saber hasta dónde podía llegar, y llegó hasta el final” –le respondió ella. “Mujer, al que le quede el saco, pues que se lo ponga” –le dice él. “Me voy, está mucho más borracho de lo que yo pensaba” –dice la hermana Lourdes encontrado el escape preciso.

Se levantó y lo dejó solo, ella desesperada se fue al baño, cerró la puerta de uno de los cubículos y levantó su hábito. Tenía las bragas pegadas a la vagina, había estado escurriendo demasiado en la conversación y ya no podía resistirse más. Metió sus dedos a la boca para probar la tibieza de los fluidos que emanaban de su sexo, perdida en la lujuria se comenzó a masturbar de forma descarada, su vagina quería ser saciada y sus demonios necesitaban calmarse. “¡Soy una puta!” –decía mientras se masturbaba con perversión. Extasiada por el placer sus dedos se adentraron en su vagina y se penetraba con locura. “¡Mírame Dios como esta puta disfruta cogiéndose!” –decía descontrolada. “¡Me calienta saber que me observas y que disfrutas de mi perversión tanto como yo lo hago!” –hablaba mirando al cielo entre gemidos. La vagina le palpitaba y su corazón estaba acelerado. Ya no podía resistir más el placer la abrazaba y el morbo de saber que el Ser Superior estaba mirándola como profanaba su cuerpo con lujuria, la hicieron caer en los brazos de un endemoniado orgasmo que la hizo temblar y desparramar sus fluidos en ese pequeño espacio. Una sonrisa perversa se dibujó en sus labios, se acomodó las bragas y el hábito y salió.

La comida terminó y se dirigieron a casa, la hermana Lourdes iba sentada en la parte de atrás del auto, estaba exhausta por tan exquisito placer que había experimentado en la soledad del baño del restaurant. Se quedó en la misma habitación que ocupó hace años atrás y se durmió. La mañana llegó y José Luis fue a la cocina en bata, detrás de él entró la hermana Lourdes, que le dijo: “Buenos días, tío”. “Buenos días. ¡Dormiste bien?” –le dijo. “Sí, pero desperté a las siente de mañana cuando se fueron la prima, la tía y el pequeño Ignacio” –respondió ella. “¿Quieres unos huevos fritos con tocino?” –preguntó la religiosa. A José Luis se le iluminó la cara y le dijo: “Hace años que no desayuno así. ¡Claro que me gustaría!” – le responde. En un dos por tres ya tenía cuatro trozos de tocino y dos huevos fritos en un plato. Estaba de espaldas a José Luis. El hombre estaba viendo el culo que viera tiempo atrás en el pasillo, un culo paradito y rellenito. Se acercó a ella y le agarró las tetas. No tenía puesto sostén. Se las magreó despacito. La voz de la monja sonó autoritaria al decir: “¡Suélteme tío!”. Echó el culo para atrás para separarlo de ella o para sentir su verga en el culo, fuera para lo fuera, se encontró con la verga tiesa las nalgas. José Luis le besó el cuello por encima del velo y le dijo: “Se buena y déjate follar como la puta que eres”. La monja apagó el fuego de la cocina, y le dijo: “¡No se puede ser más ruin!”. La soltó y le dijo: -Perdona Lourdes, por un momento creí que necesitabas cariño”. “¿Quién se cree que es? A lo mejor se cree que es alguien con quien todas quieren follar” –le dijo ella. “Ya te pedí perdón, no hagas mala sangre. Me voy a vestir. Desayuna” –le dijo él con algo de decepción en sus palabras.

La monja viendo que Pedro se iría, le agarró la verga y le dijo: “Aunque de esto no andas mal, Daddy”. Más claro, agua. Ya podía entrar a matar. Le lamió la cara. La monja giró la cabeza, le chupó la lengua con perversión y después, dejando salir la puta que llevaba dentro, le dijo: “¡Tengo unas ganas locas de mamártela Daddy!”. José Luis estaba con su miembro tan erecto que parecía que le iba a explotar, se abrió la bata y le dijo: “Es toda tuya Kitty, cómetela”. La monja se agachó y se la mamó metiéndola toda en la boca, después le lamió los testículos y se la masturbó. Lamió la verga de abajo a arriba y lamió, le chupó el glande para luego volver a chuparla completa.  Estuvo así largo rato. Al dejar de chupar y ponerse en pie le levantó el hábito. Le quito las bragas negras y vio su vagina, lo rodeaba una espléndida mata de vello negro. La sentó en la encimera de mármol. Le lamió de abajo a arriba la vagina una y otra vez. La monja se deshacía en gemidos. Le metió un dedo en el cocha y le siguió lamiendo el clítoris de abajo a arriba, hasta que acabó cómo una bendita puta, diciendo: “¡Mi madre, qué placer Daddy, me hiciste acabar muy rico!”.

La bajó de la encimera y le quitó el velo y el hábito. Su cabello era negro y largo, hasta casi si cintura. Se quedó solo con una camiseta negra, los zapatos negros con muy poco tacón y unos calcetines blancos. La apoyó en la mesa, la dio la vuelta y la nalgueó con fuerza, ella gemía al sentir como la mano de su tío la azotaba. “Esto es por ser una sucia sin respeto y por negar hasta el cansancio que eres puta” –le dijo. “Sí soy una puta que se esconde detrás del hábito, por eso merezco que me castigues Daddy” –le dijo ella. Siguió nalgueándola hasta que el culo le quedó rojo y con las marcas de los dedos y su mano. Hizo que se abriera las nalgas y le metió la verga con fuerza en la vagina. Se la folló con prisa y sin pausa. La monja giraba la cabeza, lo miraba, gemía y se mordía el labio inferior. “Mi conchita te deseaba Daddy” –le dice ella. El siguió con esos movimientos frenéticos. La hermana Lourdes gemía desesperaba, hade tanto tiempo que no tenía una verga adentro que para ella era como si fuera la primera vez, la mezcla de sensaciones la hacía alucinar. Al rato la sacó de la vagina y frotó el glande en su ano. La monja movió el culo alrededor invitándolo a que se la metiera en el culo. Aunque las ganas de José Luis eran demasiadas, se resistía a follarle el culo, no porque fuera a lastimarla, sino porque quería escucharla suplicar por su verga. La monja estaba ansiosa porque su tío le follara el culo, pero él prefería hacerla sufrir y refrenaba su deseo.  Lamió su vagina y su ano. Ella estaba tan extasiada que se empezó a masturbar mientras esa lengua pecaminosa recorría su intimidad. “¡Daddy, por favor métemela en el culo, ya no resisto las ganas!” –le decía. Él parecía no prestarle atención y seguía con su perverso recorrido. Los dedos de Lourdes acariciaban su clítoris con avidez. José Luis le separó las nalgas, dejando el culo de la monja más que expuesto a la perversión, dos dedos entraban y salían del culo de la monja puta, ella gemía con descontrol, hasta que le dijo: “Quiero acabar en tu boca, Daddy”.

Le dio la vuelta, se agachó y le comió la vagina empapada de fluidos, en nada, exclamó: “¡Voy a acabar, Daddy, voy a acabar!”. De su vagina empezaron a salir chorros de sus fluidos y después una pequeña cascada de fluidos pastosos con sabor agridulce. Después de acabar en la boca de José Luis, con su concha latiendo y un hilo de respiración, le volvió a dar la vuelta, la agarró por la cintura y le metió solo el glande en el culo. Le dolió. “¡Mierda!” –gritó ella. La verga entraba en su ano con lentitud, provocando en ella una tortura placentera, mientras gritaba: “¡Lo juro por Dios! ¡Es la mejor cogida que me han dado en años!”.  “¡No jures, que las monjas no juran!” –le dice él mientras perforaba ese culo delicioso de Lourdes. “¡Eres un malvado, Daddy!” –dice ella. Aquella ya era Kitty, de la monja solo quedaba el hábito que estaba tirado en el piso de la cocina, como indicando que los votos ya no importaban, no importaba si Dios la estaba mirando, tampoco importaba que su tío le estaba dando salvajemente por el culo. Su cuerpo, su mente y su alma se habían entregado por completo a la lujuria.

José Luis le follo el culo como si estuviera poseído, ella gemía como y se retorcía en cada maldita embestida, cerraba sus ojos y disfrutaba de los placeres carnales como una pagana que había ofrecido su alma al diablo. Ella miraba el hábito en el piso y sonreía perversamente. Le dijo a José Luis que quiera ponerse en cuatro, él la dejó. La monja de puso en cuatro sobre su hábito e invitó a su tío a que siguiera dándole por el culo. Él no se opuso a la invitación y se la volvió a clavar hasta los testículos en su culo que ya estaba demasiado abierto y no presentaba resistencia a que esa verga entrara. Para la hermana Lourdes estar follando encima de su hábito era tan placentero como perverso, ya que en medio de ese frenesí inquietante de ser cogida, estaba también el profanar lo que es considerado por muchos como una prenda sagrada; le daba más morbo a sus gemidos y a ese endemoniado placer que su culo estaba recibiendo. Cuando José Luis sintió que iba a acabar le sacó la verga del culo y le dio la vuelta. Vio sus generosas tetas, con areolas oscuras y pezones duros. Tomó pan, partió un trozo, lo untó en uno de los huevos fritos, se lo frotó en un pezón y después se lo dio a comer. Lo comió mientras él le lamía el huevo de su pezón. Después fue el otro pezón, al final restregó las claras en sus tetas y después se las dio a comer con pan, para jugar más con su morbo tomó los cuatro trozos de tocino y se los pasó por el culo y por la vagina, después de adobarlos bien se los dio a comer. Al terminar de comer, ella le dijo: “¡Tengo sed, Daddy!”. Sacó un carton de leche de la nevera y se lo dejó caer en la boca como si fuera una cascada, la leche que le escurria bajaba por sus tetas, llegaba a su vagina y terminaba desparramada en el piso de la cocina, después le limpió la boca a besos y volvió a manosearle las tetas. Se las mamó, José Luis le dijo que limpiara la leche del piso, ella con una sonrisa en los labios se puso en cuatro y empezó a lamerla como una gatita obediente. Él la observaba y se masturbaba como un loco. La tomó, la puso sobre la mesa y se la metió de una embestida en la concha de la puta monja que lo miraba a los ojos gimiendo. Sobraban las palabras en aquel polvo solo se necesitaban gemidos y más gemidos y por ambas partes. Kitty cuanto más fuerte gemía, José Luis se la metía con más fuerza. Lo desafiaba con la mirada, cómo diciendo que iba a acabar él antes que ella, pero los ojos se le fueron cerrando hasta que desaparecieron bajo los párpados. Jadeando volvió a acabar en un delirante orgasmo. Se preguntaba en que momento el hombre iba a llenarla de semen, ella esperaba que José Luis eyaculara pronto, pero él parecía tener una resistencia que no esperó. Él le dijo: “Abra los ojos, hermana”. Los abrió, él notó que los tenía en blanco. La hizo que se pusiera de rodillas en el piso y le ordenó que le chupara la verga, ella obediente la metió en su boca y la chupó con lujuria, hasta acabar en la exquisita boca de la religiosa.

Al eyacular, ella lamió el semen que había caído cerca de su boca y lo degustó con esa lujuria que estaba implícita en su interior. Sonrió y le dijo: “¡Tienes razón Daddy, follas como un ángel!”. En completo silencio José Luis la toma entre sus brazos y la coloca en la cama. Le dio un beso. La monja le miró, sonrió. Ambos seguían con ganas de más. Pasaron de los besos lujuriosos a las caricias impúdicas, presos de la perversión se tocaban como dos adolescentes que estaban conociendo sus cuerpos. “¡Quiero Acabar otra vez en tu boca, Daddy!” –le dijo ella. “Cierra los ojos” le dijo él. “-Llámame hermana Kitty, Daddy” –dijo la monja. “Cierre los ojos, hermana Kitty” –dijo José Luis con la perversión reflejada en sus ojos. Ella cerró los ojos y él recorrió cada espacio de su piel con su lengua. Kitty gemía, al sentir el viaje exploratorio de esa lujuriosa lengua que la quemaba a su paso. La besó con lujuria y siguió el recorrido desde esa deseosa boca que suplicaba a gritos que invadiera su vagina. Bajó por su pecho y jugó con sus pezones erectos, sus manos apretaban sus tetas con fuerza, dejando marcados sus dedos en ellas. Bajó besando su vientre y jugó con la lengua en su ombligo. Siguió bajando. Le abrió las piernas, le dio un beso en el clítoris y después fue besando y lamiendo el interior de su muslo derecho, besó y lamió su muslo izquierdo hasta llegar a la vaina. Se lo abrió con dos dedos y vio que estaba inundada en fluidos. Lo lamió de abajo a arriba muy lentamente. La monja, comenzó a gemir. Con la vagina abierta le lamió los labios por separado más de veinte veces y después juntos otras tantas, sin llegar a tocar el clítoris en ninguna de ellas, después metió y sacó la lengua de su vagina varias veces, y al final pasó la punta de la lengua por el hinchado clítoris. La monja dijo: “¡Ay, Dios mío, siento que muero! ¡Daddy, voy a acabar!”. Le metió dos dedos en la vagina y le acarició el punto G, que ya estaba abultado. La monja estaba en el cielo y sus gemidos eran celestiales. “Tú Dios no tiene nada que ver en esto, soy yo el que te está dando placer” –le dice él. La monja se apretaba las tetas y los pezones, sentía como el orgasmo estaba llegando y le decía: “¡Sigue Daddy, tienes a esta puta a punto de explotar!”.

José Luis sintió cómo una corriente de jugos mojaba sus dedos, como si quisieran salir expulsados. La penetró con más celeridad y de nuevo un chorro de fluidos salió a presión de su vagina y empapó su cara y las sabanas. Él no se detuvo y siguió penetrándola hasta que esos fluidos espesos salieron y los lamió mientras la monja se retorcía de placer. Después que la monja dejó de retorcerse y entró en un estado de la calma, se la metió otra vez en la vagina, le cerró las piernas y le dio como si no hubiera un mañana, ambos gemían de placer, estaban empapados de sudor. “¡Eso Daddy, métemela con furia!” –le decía la monja. Él casi en estado automático se movía con fuerza, haciendo que las tetas de Kitty se movieran al ritmo del frenético movimiento. “¿Así te coges a mi tía?” –le preguntaba ella. Él seguía ensimismado en clavarle la verga a la sucia monja. “¡Oh, Daddy! Mi tía debe gemir como puta cuando se la metes” –le decía aumentando el morbo. No pasaran ni dos minutos cuando empezó a sentir esa placentera sensación del orgasmo. José Luis, se la saca y se la pone en la boca, con un gemido lleno de estruendo su verga reventó llenándole la boca de semen. La monja se tragó hasta el último chorro y tuvo potente orgasmo. Fueron tantas veces las que acabó que su cuerpo temblaba de forma involuntaria, casi ya no podía decir algo, ya que su agitada respiración no la dejaba hablar.

Fue un domingo inolvidable. Estuvieron todo el día exorcizando sus demonios con la mayor de las lujurias, cada vez que cogían lo hacían con la vehemencia de dos posesos que se entregan a la más baja de las pasiones, la mezcla de lo sacrílego y lo divino le daba un matiz que los embrujaba haciendo que el placer fuera más intenso. Ya casi al caer la noche se dieron una ducha y José Luis se fue a su habitación. Ella bajó a buscar su hábito y su ropa interior que estaban en la cocina. Se tumbó en la cama con los ojos cerrados, en ese momento su mentalidad con respecto a los votos que había tomado, sabía que podía disfrutar perversamente del sexo, ya que con lo que se nace no se hurta, ella había nacido para ser puta y había quedado más que demostrado. No se dio cuenta cuando se durmió, al otro día su prima la despertó, ya que se le estaba haciendo tarde para volver al convento, a esa aburrida realidad pero que ella sabría sacarle provecho gracias a que la puta no había muerto, solo estaba dormida.

 

 

Pasiones Prohibidas ®


2 comentarios:

  1. Infierno L©Fiorella de Mr. P1 de agosto de 2023, 7:22 a.m.

    Me encantan este tipo de relatos
    Con toques pecaminosos y sacrílegos.
    Los detalles morbosos y muy precisos hacen una escena perfecta , maravilloso relato Amor.
    Siempre tienes una historia candente, todo un deleite a los sentidos.

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  2. Ufffff que exquisito relato ser cogida de esa manera con ese impulso y esa perversión que dominan el ambiente romperle el.culo y darle.duro hasta acabar que delicioso y que manera de saciar los demonios que lleva adentro interesante relato Caballero

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