“Padre, tengo una amante: mi hija”. Las palabras deban vueltas una y otra vez en la cabeza del Padre Juan. La confesión había pegado duro en la moral del religioso. El Padre Juan había llegado hacía 6 meses a la parroquia del pueblo. Tenía 26 años y ese pueblo en la alejada Isla de Chiloé era su primer destino. Destino que nunca olvidaría después de haber escuchado esa confesión.
Fue un domingo. Sentado dentro del confesionario vio entrar a Isabel, una mujer de piel canela, pelo rizado, labios carnosos y pintados de un rojo furioso, de grandes pechos y caderas firmes, imponente en su andar. Tendría unos 45 años, muy bien llevados por cierto. Isabel era la esposa del alcalde. No daba crédito a lo que había escuchado de la boca de esa mujer. “¿Cómo sucedió todo hija?” –le preguntó en tono sereno. “Fue en una noche en que mi marido tuvo que salir por cosas de sus ocupaciones con la comunidad, estaba con Belén, mi hija, ella tiene 19 años. Solas, aburridas, nos pusimos a jugar y una cosa llevó a la otra” –dijo ella. “No entiendo lo que dices, hija” –señaló el religioso. “Padre, jugamos a las cartas, pero el juego se estaba poniendo latoso, decimos darle un poco de emoción. Quien perdiera se debía quitarse parte de la ropa, ambas ya estábamos solo con las bragas puestas pero decimos dejar el juego en empate. Pero tener a Belén desnuda frente a mí, hizo que mis pezones se pusieran duros; juro por Dios que intenté ocultarlo pero ya me había visto y obviamente el cuerpo de ella también reaccionó” –dijo Isabel. Hubo un momento de silencio al otro lado del confesionario. El cura estaba procesando la información o tal vez imaginando el lujurioso momento, hasta que por fin preguntó: ”¿Qué hicieron?”. Isabel soltó un suspiro y relató: “Yo toqué mis pezones, primero como un juego. Luego la temperatura empezó a subir y sentí como mi sexo se mojaba. Padre, era como si las llamas del infierno ardieran en mi entrepierna. Belén me miraba con sus ojos encendidos en lujuria y metió su mano entre su braga. Se empezó a masturbar en frente mío, era como si el pudor hubiera desaparecido y solo éramos dos mujeres dominadas por el deseo. Me acerqué a ella y quité su calzón, separó sus piernas y me dejó jugar con mis dedos acariciando su vulva y su clítoris. Ella gemía y me decía lo mucho que le gustaba, mi excitación fue mayor cuando me tomó del pelo y me dio un beso tan intenso, que en ese momento me humedecí mucho más”. “Detente un momento hija” –dijo el religioso con cierto asombro. Añadió el tono de pregunta: “¿Se besaron y se dejaron llevar por la lujuria?”. “Sí padre, en ese momento olvidamos quienes éramos y nos dejamos llevar, era como si algo nos incitara a hacerlo. Tener mi boca en su vagina se compara solo con el sublime momento en que usted pone la ostia en mis labios. La juvenil respiración agitada de mi hija se convirtió en las voces del coro celestial cantando una sinfonía a mi perversión” –dijo Isabel. “¿Cómo puedes blasfemar de esa manera? Lo que describes no se compara con algo sagrado, más bien con algo profano” –dijo el padre con cierto enojo. “Si usted no está preparado para oír los pecados de una mujer penitente, entonces por de más está preparado para esa sotana y esa estola. Además, como voy a obtener la redención si no demuestra indulgencia” –le dijo la mujer. “No dejes que mis palabras te nublen el juicio, solo digo que no es correcto que compares algo tan sagrado como el Sacramento de la Comunión y el Canto de los ángeles con algo tan bajo y ruin como el adulterio y el incesto” –dijo el padre con calma.
Ella le contó como habían disfrutado ambas de sus cuerpos, como sus deseos ocultos afloraron y se dejaron llevar por ellos. “Cuando ya ambas en la cama nos retorcíamos en la cama con las piernas enlazadas y rozando nuestras vaginas, fue cuando el orgasmo llegó y nos hizo perdernos en el frenesí de tan inmenso placer” –dijo ella. En definitiva el joven sacerdote se había convertido en el guardián de un secreto tremendo y debería hablar con esa mujer, hacerla desistir de sus actos inmorales, sobre todo porque había una adolescente Involucrada. Además, porque los hechos habían sido reiterados y antes de dar la absolución quería escuchar a Belén y sus pensamientos con respecto a lo sucedido. Le dijo que mientras tanto la misa se llevaba a cabo, ni ella ni Belén participaran de la comunión y que más tarde continuarían con la conversación en la sacristía. Dio la misa con la mente puesta en la conversación que tendría unos minutos mas tarde, las piernas le temblaban, era su prueba de fuego como sacerdote: un caso de incesto y adulterio, y nada menos que entre la esposa del alcalde y su hija.
Isabel llegó a la hora después del servicio religioso con su hija Belén, fueron a la sacristía que se encontraba detrás del retablo mayor. El Padre Juan se sentó dispuesto a escucharlas y sacar conclusiones con respecto a su manera de proceder como guía espiritual. Ambas lucían como si nada pasara, no había un rastro que indicara arrepentimiento en sus acciones. Les dijo el padre que se sentaran y que el escucharía atentamente lo que tenían para decir. La primera en tomar la palabra fue la chica, ya que la mujer ya había dado su versión. La atención al relato lo hacía pensar en como pudieron ceder tanto a la tentación y aún haberlo disfrutado. “Padre, con mamá hemos vivido tiempos placenteros y sería una mentirosa al decir que no me gusta tener sexo con ella” –dijo Belén. Ahora llegó el turno de Isabel. A medida que transcurría el relato, el padre no podía desviar la mirada de los ojos de la mujer, de su boca, del movimiento de sus pechos con la respiración. También fijaba la mirada en Belén, ella mordía su labio al escuchar la voz de su madre contando todo lo perversas que eran en la cama. Las dos estaban excitadas relatando al sacerdote su experiencia. Él quería reprimir esas cosquillas que estaban invadiéndolo, pero su condición nata de hombre le ganaba terreno a su condición religiosa, una erección incomodaba al cura. Siguió el relato atentamente, empezando a disfrutar de cada detalle descrito por Isabel, y ésta lo estaba entendiendo así: elevaba sus pechos al hacer ademanes con sus brazos, respiraba fuerte resoplando los labios y no omitía el menor detalle de su relación incestuosa. La reacción de Belén fue casi instintiva, el cura notó que sus manos se deslizaban por su rostro y metía sus dedos en la boca, lo hacía de manera tan sensual y a la vez una mirada de inocencia se reflejaba en sus ojos, haciendo que la calentura del Padre Juan llegara a su máxima expresión.
Cuando el cura se levantó de su silla era inocultable la erección. Trató de taparla disimuladamente con una mano, pero Isabel lo notó al instante. Se paró, caminó hacia el Padre Juan y lo empujó sobre la mesa de escritorio, obligándolo a afirmarse para no caer, el factor sorpresa hizo que el cura no opusiese resistencia. Corrió la blanca sotana, aún no se había cambiado después de la misa y bajó de un tirón el pantalón liberando la verga del religioso y, a pesar de la escasa o nula oposición de éste, comenzó a lamer sus testículos, a llevarlos a su boca uno a uno, subiendo despacio con su lengua hasta llegar a la cima del glande, sabía muy bien cómo hacer su trabajo. Belén mirada como su madre hacia estremecer al sacerdote solo con su lengua, la calentura en ella era evidente. Ahora sus manos ya no recorrían su rostro, sino que se deslizaban por su cuerpo, hasta llegar a su vagina; la falda que tenía puesta no fue impedimento para tocarse y empezar a gemir. Isabel siguió lamiendo desde abajo hacia arriba unos segundos para dar pequeños sorbitos en la punta de la cabeza y engullirla hasta sentirla tocar su garganta. El padre fue hasta donde la chica que gemía y jadeaba, la tomó y la puso sobre el escritorio. Se puso en posición para lamer el sexo de Belén que estaba empapado, apenas ella sintió la lengua del sacerdote deslizarse empezó a gemir más intensamente, sus manos se fueron a sus juveniles senos para acariciarlos y decir: “¡Mira mamita, el cura no es tan santo!”. Isabel se puso detrás del cura y empezó a masturbarlo entre sus piernas, él gemía al sentir como la mujer apretaba su verga y hacia el movimiento con su mano. El placer estaba presente en aquel lujurioso trío de almas perdidas, al cura ya no le importaba la sotana que aún lo cubría, era el hombre natural que se había manifestado para saciar esos deseos de sexo reprimido por el voto de celibato.
Se detuvieron solo por unos minutos para desvestiese y así tener mejor perspectiva del cuerpo de ambas mujeres que estaban ahí para apagar sus fuegos lujuriosos. Ya desnudos. El cura apoya sus manos en el escritorio y hace que las dos se arrodillen para seguir chupando su verga. El Padre Juan cerró sus ojos dejándose llevar por la ola de placer, placer que no sentía desde sus encuentros con Andrés, compañero de estudio, quien lo había hecho acabar por primera vez cuando eran seminaristas, chupándosela todas las noches hasta que su amigo renunció retornando a su casa. En la vulnerabilidad de su placer Isabel supo que el cura estaba bajo el dominio de la perversión. Se alejó y puso llave a la puerta. El padre acomodó a Belén con el torso sobre el escritorio. Tomó por los hombros a la mujer y girándola la dejó en la misma posición que a su hija. La primera en ser follada fue Belén, no pudo resistir la tentación de metérsela y la penetró violentamente, con todas las ganas contenidas durante años. Se agarró fuerte de su cintura y no paró hasta que Belén tuvo un orgasmo lleno de lujuria. La vaginande la muchacha palpitaba y ella se retorcía de placer. “¡Qué rico padre! ¡Se nota que es todo un perverso demonio! Sabe usar esa verga deliciosamente” –le dijo Belén. Ahora sería Isabel el blanco de su perversión. Esta vez sin contemplación le metió la verga por el culo, ella lanzó un grito de dolor, pero a los segundos ya estaba disfrutando de la follada salvaje que estaba recibiendo. “¡Eso, cógeme maldito santurrón! ¡Méteme la verga hasta el fondo de mi culo!” –le decía en éxtasis. Belén acariciaba las nalgas de mami mientras el cura cumplía la petición de la mujer, embistiendo con fuerza su agujero. El cura dijo a Belén que nalgueara a su madre mientras él seguía dándole verga por el culo, la chica lo hizo fuertemente, el sonido de sus manos nalgueando a Isabel se mezclaban con los gemidos de la mujer, la escena era tan excitante como perversa. “¡Así, hija, castiga el culo de mami por ser una puta!” –decía Isabel, quien recibía una oleada de placer que detonó un furioso orgasmo. El cura se aferró con fuerza a las caderas de la mujer y empezó a moverse más violentamente, bufaba y gemía como poseído. “¡Voy a acabar!” –grita con fuerza y no se detuvo hasta llenar de semen su agujero. Ambas se pusieron y limpiaron con sus labios la verga del sacerdote. Entonces el padre Juan le dice a Belén: “Lame el culo de esta puta como la perra que eres”. Isabel se reclinó otra vez sobre el escritorio y separó sus nalgas. Belén metió su lengua saboreando los fluidos del cura hasta no dejar rastro de ellos. Isabel besó a su hija para degustar también el esperma que su culo había recolectado.
Al cabo de unos minutos ambas se vistieron, se arreglaron y salieron de la sacristía. Antes de salir de la Iglesia el padre absuelve sus pecados, ya que la justicia había sido cobrada y la misericordia debía hacerse presente. Ambas se fueron sabiendo que la confesión era un pretexto para seguir dando rienda a sus lujuriosos encuentros.
Ya el lunes el alcalde se presentó en la parroquia para invitar al religioso a cenar a su casa ya que era su aniversario de matrimonio y quería renovar sus votos en un acto íntimo, pero sobre todo en presencia de su hija. El Padre Juan no pudo negarse. Esa noche en la casa del alcalde, el Padre Juan pidió estar a solas con Isabel y Belén, el secreto de confesión era importante para iniciar este segunda etapa de casada. Al estar en la misma habitación las dos no pudieron resistir las ganas de chupar la verga del sacerdote. Se la chuparon hasta que el cura no pudo aguantar las ganas de acabar, dándoles a beber su semen, el que ellas disfrutaron con placer. Belén salió de la habitación e Isabel se quedó con el religioso. Ella lo miró a los ojos y le dijo: “Padre, tengo dos amantes. Una es mi hija y el otro es el párroco del pueblo”.
Pasiones Prohibidas ®
Que buen relato me ha gustado la temática
ResponderBorrarformidable lectura muy buenas historias
Mis saludos y respetos para ud y su propiedad
Que rico, tan obsceno y encantador
ResponderBorrarMmmm delicioso... 🔥🔥alucinantes escenas.
Me encanta 😈 sabes que tengo un gusto especial por lo sacrílego
Morbosamente excitante Amor
Tus ideas son adorables
Y tus relatos siempre candentes, muy excitantes sabes que me encantan.
Maravilloso Mí adorado perverso😘😘😘😈
Excelente relato Mí Amo🥰😈
Exquisita Señor como si leyera mi mente jaaa gracias por dejarme leerle Señor
ResponderBorrarUn Excelente relato Caballero
ResponderBorrarMagnifica Historia muy morbosa
Buena temática, otro buen relato caballero. Felicidades 👏 👏 👏 🔥🔥🔥
ResponderBorrarWao tremendo relato Caballero ufff muy delicioso como siempre felicidades
ResponderBorrarHermoso escrito caballero,como siempre hace volar la imaginacion
ResponderBorrarLo mejor de lo mejor
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