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viernes, 16 de junio de 2023

18. Los sueños no se hacen realidad, son reales

La cabeza me da vueltas. Es el frío el que me despierta. Tengo los pies congelados y la humedad me está calando hasta los huesos. Estoy completamente desnuda y temblando. Intento abrir los ojos, pero me pesan los párpados, aun así consigo entre abrirlos con mucho esfuerzo. No sé dónde estoy. Lo que sí sé es que estoy retenida aquí en contra de mi voluntad. Deben haberme drogado. La oscuridad envuelve la estancia. Sólo dos luces de emergencia alumbran el lugar con una luz exigua que me permite comprobar lo siniestro del lugar. Creo que se trata de un sótano. Compruebo que estoy retenida cuando intento levantarme y dos argollas en las muñecas me lo impiden. Empiezo a analizar la situación y entro en pánico. Intento deshacerme de los grilletes con movimientos bruscos y con ello advierto que también mis tobillos están sujetos. No sé si gritar o si eso empeorará la situación todavía más.

¿Qué ha pasado? ¿Cómo he llegado hasta aquí? Es evidente que me han secuestrado, pero no recuerdo nada. De lo último que me acuerdo es que iba a tomar un taxi, le hice el alto y se detuvo, pero ahora que lo pienso, alguien me empujó al interior y entró detrás de mí. ¿Eso es todo? No, también recuerdo una fragancia femenina, pero a partir de ahí todo se desvanece.

Cuando mi vista se acostumbra a la penumbra, echo un vistazo a mi alrededor y observo el lugar. Hay una gran cama redonda de agua e innumerables juguetes sexuales: Consoladores de todo tipo, máquinas sexuales a las que se le acopla el dildo deseado. Parece ser que cualquier práctica sexual imaginada puede ser satisfecha en ésta sala, desde el sadomasoquismo hasta la autosatisfacción con artilugios de todo tipo. Látigos, argollas, esposas, cadenas, potros e incluso varios robots japoneses de última generación parecen encontrarse aquí para satisfacer los más exquisitos gustos, pero también los más depravados caprichos. Todo ello se une para aumentar mi desasosiego porque puedo imaginarme cual es mi cometido aquí. Algunos sofisticados aparatos contrastan con lo sombrío y tétrico que es el lugar, de tal modo que todo parece estar en discordancia.

Ahora que lo pienso, no sé realmente cuanto tiempo he dormido, ni tampoco el tiempo que ha pasado desde que me secuestraron. Supongo que serán horas, siendo así. Mi esposo, ¿estará preocupado? porque ya me dirigía a casa cuando intentaba tomar el taxi. A lo mejor ya ha llamado a la policía y están buscándome. Espero estar en lo cierto y que todo esto pase como si hubiese sido un mal sueño.

Oigo pasos. La puerta se abre y un chirrido rasga el silencio de la estancia. A continuación una silueta avanza desde la puerta. No puedo ver quién es. El contraluz me impide reconocer sus rasgos. Viene hacia mí. Estoy muy asustada y me pongo tensa. Alguien más entra y cierra la puerta detrás. Ambos se aproximan y se colocan junto a mí, uno a cada lado. Una luz se enciende y ahora puedo verlos, aunque la iluminación sea tenue. Ambos llevan máscaras. El hombre tiene un aspecto muy varonil, lleva un na máscara que solo se ve en algunos libros de historia, es de los tiempos de la peste negra, la máscara es del pintoresco personaje que se consideraba como doctor, con forma del rostro de un pájaro. La mujer, desde luego lo es. Tiene un antifaz antiguo, como lo que se usaba en las fiestas. Cubría desde sus cejas a la mitad de los pómulos. Por su aspecto y forma de hablar se puede decir que pertenecen a la alta sociedad. Ella tiene una melena rubia y reluciente como el oro. No puedo saber si es peluca o es su pelo natural. A pesar del antifaz, reparo en que lleva unas pestañas postizas que realzan sus ojos verdes. Vestida con cuero o látex que la hacen parecer a Michelle Pfeiffer en Batman.

Ella coloca una mano en mi pierna y me dice que no tenga miedo, pero pese a la frase de aliento, no me consuela. “¿Cómo te llamas?” –me pregunta. “Ana” –balbuceo. “No tienes nada que temer Ana” –me dice, aunque las circunstancias apuntan a todo lo contrario. ¿Me habla ella en vez de su pareja para que me sienta más tranquila? –pienso. Es verdad que estoy un poco menos asustada. Su voz me resulta reconfortante, aunque sigo inquieta. Tiene acento, creo que inglés americano, pero no puedo asegurarlo. “¿Qué quieren de mí?” –pregunto mirándolos a ambos. “A ti” –responde el hombre con voz profunda. La pregunta era retórica. A estas alturas, visto el entorno y mi situación actual, resulta obvio cuales son las intenciones de estos dos degenerados. Debo ser para ellos un juguete más que añadir a su variada colección.

La mano femenina recorre mi pierna y yo me muevo en la camilla intentando eludir sus osadas caricias, no obstante, es evidente que resulta inútil resistirse. Su mano avanza hacia mi sexo y yo me quedo paralizada, no sé si del pánico o por el estremecimiento de sentirla presionando mi vulva. Puedo afirmar de manera rotunda que estoy aterrada. Ahora bien, algo me dice que confíe en ella, de modo que intento relajarme. Sin apartar la mano de mi entrepierna, se acerca y me susurra algo al oído, pero no logro entender qué ha dicho porque sus dedos recorriendo mi vagina me provocan sensaciones contradictorias y mi cerebro está más pendiente de procesar esas sensaciones que de atender sus palabras. El hombre se colocó detrás de mí y me aparta el cabello para deslizar sus grandes manos por mi cuello. Pienso en un primer momento que va a estrangularme, en cambio siento las yemas de los dedos recorriendo mi cuello en forma de caricias provocando que mis terminaciones nerviosas se agiten. Los vellos se me erizan y los pezones se endurecen. Noto como dos dedos femeninos incursionan en mi vagina, mientras un tercero presiona mi clítoris trazando movimientos circulares. De repente la seductora mujer se detiene. “¿Quieres que pare o que siga?” –me pregunta, no sé que responder. Estoy hecha un mar de dudas. Ahora no tengo claro si quiero marcharme de allí a la brevedad posible o deseo quedarme y seguir disfrutando de sus caricias. Sólo sé que ya no tengo frío y que el miedo está cediendo el paso al deseo. La mujer rubia debe haber visto mi cara y adivinado mis pensamientos y sus dedos vuelven a incursionar en mi sexo. “¿Te gusta?” –me dice mientras vislumbra mi cara de placer, yo asiento con timidez y con remordimientos por estar disfrutando ante una situación completamente surrealista.

Mientras las manos del hombre masajean mis tetas, percibo la dureza de su miembro restregándose cerca de mí. Noto como la mujer abre mis piernas y pasea su lengua por mis muslos subiendo progresivamente hasta que llega a mi vagina. Se detiene un momento, no mucho, inmediatamente advierto como su lengua recorre la abertura arriba y abajo. Es la primera lengua femenina que lo hace, no sólo eso, sino también es mejor que el más experimentado de los hombres.

Su compañero ha dejado de masajearme los pechos y entiendo por qué. Su verga se coloca en mi rostro, me pongo bizca contemplando su magnitud. Me doy cuenta de que tengo las manos libres, de hecho, no sé en qué momento me han liberado de los grilletes, lo cierto es que ahora tengo libertad de movimientos, puedo incorporarme y evaluar la situación, en su lugar, decido repasar con mi lengua sus testículos y con la mano me apodero del erecto falo. Por un momento pienso en mi marido y la pesadumbre vuelve a azotarme. Tan sólo llevamos unos meses casados y no se merece que me esté comportando como una puta. Quiero pensar que estoy siendo forzada a hacer esto, pero en realidad estoy deseando abrazar esa verga con mis labios. La lengua de la mujer sigue invadiendo mi intimidad apacigua momentáneamente mi desazón. Abro la boca para exhalar un gemido de placer y la verga se adentra buscando el calor de mi garganta. La verdad es que la situación ha dado un vuelco mayúsculo, de modo que lo que más deseo ahora es que me la meta hasta el fondo de mis entrañas y me haga gritar de placer, pero el extraño me toma la cabeza y me folla la boca durante un buen rato. Mientras mi boca acapara su verga, la lengua de su compañera desencadena mi orgasmo y acabo con movimientos espasmódicos en mis ingles. Noto como mis fluidos se desparraman y la mujer se afana degustando mi vagina. Intento zafarme de la verga que arremete en mi garganta y tener libertad para gemir, pero me es imposible. Él me agarra con fuerza la cabeza y mueve sus caderas con ímpetu hasta que estalla dentro. El semen se desparrama a borbotones por las comisuras de mis labios. No me gusta tragarme el semen. Siempre me ha dado cierto reparo hacerlo y es algo que mi esposo ha respetado, por el contrario, el extraño sigue expulsando y me obliga a tragarlo. Su sabor amargo no me resulta desagradable, pero con la verga incrustada en la garganta tengo dificultades para respirar. En cualquier caso, me ha dado mucho morbo que disparara su semen en mi boca al mismo tiempo que yo gozaba de mi orgasmo.

Después de la contienda me incorporo en la camilla sin saber exactamente lo que se espera de mí. La verdad es que yo estoy lista para marcharme. Mentiría si digo que no he disfrutado, cuando pensaba que podía ser mucho peor, pero ahora quiero irme, sea como fuere, parece ser que no son esos los planes de la pareja de excéntricos. No sé en qué momento se desnudaron, solo dejaron sus máscaras. Ahora puedo ver que ella posee un cuerpo verdaderamente atractivo. Los tacones realzan su figura. Sus pechos son de proporciones perfectas, ni grandes ni pequeños, pero se veían apetitosos. Su sexo está adornado por una fina tira de vellos en tonos claros y en su parte inferior está perfectamente depilado. La anatomía de su compañero es más común, pero exhibe una verga que sin duda puede hacer gozar a cualquier mujer. Una gruesa vena recorre la parte superior ramificándose en otros capilares más pequeños. No la tiene totalmente tiesa, pero es imponente igualmente.

Libera mis tobillos de los grilletes y me toma llevándome a la cama de agua. Me coloca en cuatro y yo no opongo resistencia, sino que me entrego por completo a sus oscuros deseos. Apoyo mis codos en el lecho e imagino lo que viene a continuación, de modo que no tengo que esperar mucho para sentir el glande de su miembro pasearse por mi vagina, excitándome cada vez más. Empiezo a mover mi culo invitándolo a que me la meta y de un golpe seco me la incrusta en la vagina, haciéndome gritar de placer. Me ha hecho un poco de daño, pero es soportable. Ahora empieza a percutir en mi interior y percibo como va ganando firmeza al tiempo que embiste con contundente fuerza, ya que muchas veces me hace caer en la cama.

La mujer se recuesta delante de mí abriéndose de piernas y empieza a masturbarse al mismo tiempo que su compañero arremete en mi vagina como un energúmeno. Reconozco que estoy gozando como una puta pese a mis reticencias iniciales. El hombre me folla con brío, se aferra a mis ancas y me hace gozar como nadie. No sólo es dueño de un buena verga, sino que sabe muy bien cómo usarla. Su verga me llena por completo y con cada embate me acerca un poco más hasta donde está la mujer rubia, con lo cual, ahora tengo un primerísimo plano de su vagina cerca de mi cara. Mientras recibo la ración de vergazos del hombre enmascarado, la mujer me toma la cabeza y la acerca a su humeda intimidad. No sé muy bien qué hacer. Tengo la nariz en su sexo, estoy oliendo su aroma de mujer y la verdad es que no me desagrada, sino que me embriaga. Está moviendo su pelvis sobre mi boca y me dice: “Lame zorrita, hazme gozar”. Sólo lo pienso unos segundos hasta que meto la lengua allí, repasando la vagina, igual que me gusta que me lo hagan a mí. Noto como sus fluidos resbalan por su vagina y mi boca los atrapa con voraz sed. Percibo que se excita cada vez más con la actividad que mi lengua le dispensa, lo cual es un indicativo de que lo estoy haciendo bien. Tengo que parar un momento porque verga que taladra mis entrañas empuja con mucha violencia, hasta que unos fuertes gemidos del atacante de mi retaguardia revelan su orgasmo. Acabó dentro. Supongo que en algún recóndito rincón de mi ignorancia pensaba que pediría permiso para eso, pero si no lo ha hecho para otras cosas peores, mucho menos lo haría por eso. Después de eyacular saca la verga chorreante y desaparece de mi vista. Tampoco lo busco porque estoy absorta aplicándole el cunnilingus a su compañera y sé que lo está disfrutando enormemente. Por mi parte, me deleito ahora con la esencia salada de la sofisticada mujer. Ella aferra mi cabeza presionando e intentando conducirme en mi nueva e inexperta habilidad, mientras sus movimientos pélvicos se hacen notar cada vez más hasta que obtiene su clímax entre espasmos. Saboreo por primera vez el néctar de mujer, y no dudo en beberme todo el extracto de sus tibios fluidos.

La rubia yace en el lecho, por lo que veo plenamente satisfecha. Sin embargo, yo estoy ahora muy excitada. Mi semental ha acabado sin contemplar mis necesidades, pero me doy cuenta de que ha vuelto y me coge del brazo, no sé exactamente para qué. Me incorporo y no sé adónde me lleva. La hermosa mujer también nos acompaña. Al parecer los dos conocen mi destino, soy yo la única que lo ignora. Para mí es un intrigante y morboso misterio. El hombre me suelta y parece dirigirse a un determinado lugar. Ahora es ella la que me toma de la mano (como si fuésemos dos amantes) y me acompaña hasta mi destino, y creo saber ya cual es.

Ambos me ayudan a acostarme en una especie de potro ginecológico, pero más sofisticado. Siento curiosidad, pero me da la impresión de que me encuentro en la consulta del médico para hacerme una exploración vaginal. La mujer rubia me ata las piernas con unas cintas de cuero diseñadas para tal fin y me aplica una considerable cantidad de gel lubricante en la vagina. Su compañero acerca una de las máquinas y la regula de tal manera que el pistón esté a la altura deseada. Posteriormente elige uno de los consoladores de notable tamaño, tanto es así que me asusta y lo ensambla al pistón, luego acerca el artilugio para que el consolador pueda penetrar completamente mi sexo. Lo embadurna con gel lubricante y lo posiciona a la altura de mi abertura, a una orden del excéntrico hombre enmascarado, la mujer acciona el artilugio poniéndolo en marcha, ayudado por él, penetra en mi vagina, marcando un movimiento lento y repetitivo con el que empiezo a sentir el pene artificial incursionando en mi interior, de tal modo que empiezo a gozar del artificio mecánico. Yo miro a la mujer rubia mientras disfruto del juguete, y ésta sube un nivel la velocidad del artefacto, con ello se incrementa también mi goce, por consiguiente, empiezo a jadear y a gemir con el placer que aquella máquina me dispensa. Las expresiones de mi cara se desencajan y mis pupilas desaparecen detrás de los párpados.

La mujer intensifica la velocidad de forma gradual hasta que el regulador llega a su tope y llegado a ese punto, grito como si me fuera la vida en ello. Jamás he sentido nada semejante. El enorme e incansable pene artificial se mueve a una velocidad vertiginosa golpeando incesantemente en mi cuello uterino, sigo bramando de placer, pero, paralelamente, es una sensación casi intolerable. Al mismo tiempo que gozo, deseo que termine pronto, y después de innumerables gemidos me viene un potentísimo clímax en el que tengo que retroceder para sacarme completamente el pene mecánico, expulsando un potente chorro de mi vahina que desparramo por la máquina, salpicando también a mis anfitriones. El pistón continúa accionado y mi cuerpo se convulsiona una y otra vez con el potente orgasmo recibido, pero retrocedo de los golpes que la verga de plástico me está asestando en la vagina. Mi anfitriona apaga el artefacto y el pistón deja de increpar mis bajos, sin embargo, aún tengo unas últimas convulsiones derivadas del placer, acompañadas de unos últimos chorros de pis de menor intensidad. A continuación, desabrocha las correas que mantienen sujetas mis piernas.

“¿Qué te ha parecido?” –me pregunta la mujer. Todavía estoy con la cabeza dando vueltas y tengo que recomponerme para responder. “Ha sido muy salvaje” –respondo todavía jadeante, después de buscar calificativos para describir las sensaciones.

Tengo mucha sed y le pido al misterioso amante un vaso de agua. Me lo bebo de un trago y quiero agradecerles la experiencia, pero también quiero decirles que debo marcharme. Entonces un profundo sueño me atrapa y necesito echarme en la cama porque no me aguanto en pie.

Oigo voces. Alguien intenta despertarme, pero de nuevo mis párpados se resisten a abrirse, aun así la voz persiste y noto que alguien me sacude el hombro para despertarme. “Señora, señora. Despierte. Hemos llegado” –me dice. “¿Qué? –respondo sin saber lo que dice, ni donde me encuentro. Abro los ojos de par en par y compruebo que estoy en la puerta de mi casa y no logro entender nada de lo ocurrido. El taxista espera a que le pague y yo tardo en reaccionar, pero cuando lo hago le doy dinero de más de lo que marca el taxímetro. Le pregunto al taxista si sabe quien me ha dejado en el taxi y me mira como si estuviera loca y me responde: “Usted se subió sola y me indicó dónde venir”.

Cuando entro en casa mi marido me recrimina por haber tardado. Intentaba darle una explicación, pero no podía describir lo que había vivido y más encima decir que lo había disfrutado. La mejor opción fue solo decir que no me di cuenta de la hora y me había olvidado de avisarle. Mi cabeza intentar procesar información, pero por más que lo intento todo me parece cada vez más confuso y no sé si todo ha sido real o tan sólo fruto del sueño.

Subo a mi habitación y me desvisto para darme una ducha intentando convencerme a mí misma de que debo de haberme quedado dormida en el taxi y que todo ha sido un micro sueño en el que el concepto del tiempo opera de forma diferente. Cuando me quito las bragas reparo en que flujos y semen se deslizan en cantidades importantes por mi pierna. ¿Qué mierda me había pasado? ¿Por qué tenía aquellos rastros de semen en mi interior? ¿Será que todo era real?

Recordar aquel momento vivido me pone demasiado caliente, esa manera salvaje en que fui follada era una imagen recurrente en mi cabeza. Me fui a la ducha para darme un baño, aún la sensación en mi cuerpo se hacía tan real que me masturbe sintiendo como el agua tibia recorría mi cuerpo. Las caricias morbosas de ambos habían dejado marcas que el agua no pudo quitar, ya que estaban en mi cuerpo así como deja marcas una barra de hierro al rojo vivo. Mis manos se paseaban por mi cuerpo mojado siguiendo el camino que las caricias de ellos hicieron. Solo sé que tuve un exquisito orgasmo que me tambaleó en la ducha. A la mañana siguiente me levanté como todos los días para ir a trabajar y con la esperanza de volver a experimentar ese magnífico sueño en aquel sótano y ser sometida a la tortura de ese sexo salvaje que me tiene prisionera.


Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Infierno L© FiorellaD'Mr. P16 de junio de 2023, 7:23 a.m.

    Los sueños son reales...
    Coincido Totalmente en ello.
    Muy excitante, con una trama interesante. Sabes Me gusta mucho el tema del rape.
    Deliciosa narrativa.
    Un excelente relato Mí Perverso

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  2. Mmmmm exquisito relato yo creo q fue real todo lo q vivió y quizo pensar q tal vez fue un sueño fue delicioso como fue tratada como una puta en celo.
    Me encantó como siempre Caballero

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