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sábado, 3 de agosto de 2024

160. Unas merecidas vacaciones


Siempre nos ha gustado con Johanna, mi esposa llevar a cabo nuestras fantasías y jugar más allá de los límites establecidos, todo con la finalidad de disfrutar al máximo. Hemos participado en fiestas swingers, hemos hecho tríos con amigos y alguna que otra cosa un poco más perversas. Este verano decidimos salir del país y tomar vacaciones en un lugar en el que fuéramos totalmente desconocidos. Fuimos a disfrutar una semana de descanso en un hotel de Punta Cana, el Bávaro Beach Resort para ser más exactos, animados por la publicidad que promovía este lugar como un destino turístico digno de visitar. La idea era conocer otros destinos y la República Dominicana nos pareció un destino atractivo. El lugar es promocionado como un destino ideal para adultos, razón que nos motivó para ir allí, aún sin saber cuáles eran las entretenciones que allí nos esperaban. El sol, las playas, el mar, la música caribeña, la comida y muchas atracciones culturales y deportivas cautivan la atención y hacen agradable la estadía.

Cuando llegamos, el hotel parecía estar con alta ocupación. Se veía bastante gente en todas las estancias y aquello hacía más entretenida la estadía. La oferta de comida era excelente y los dos primeros días estuvimos dedicados a explorar el lugar y ver las opciones que había para conocer y aprovechar al máximo el tiempo que íbamos a estar allí. El hotel ofrece diariamente entretenciones en varios escenarios, de modo que uno puede alternar las opciones y acudir al espectáculo que mejor le parezca. Uno de ellos, la discoteca, siempre está animada, así que fuimos allí al segundo día. Estuvimos bailando merengue y salsa hasta el cansancio y, nos pareció divertido y agradable aquel lugar. Había algunos hombres solos que, para no perder la oportunidad, invitaban a las damas a bailar y, varias de ellas, entre esas, mi esposa, encantadas aceptaban.

Johanna se enganchó con un hombre moreno, digamos que normal, pero bastante simpático y agradable. Un bailarín consumado según ella. Después supimos que él era un profesor de matemáticas en un colegio de Puerto Rico, que estaba acompañando a una promoción de estudiantes que realizaban su excursión de fin de año, próximos a graduarse. Sus muchachos estudiantes, hombres y mujeres jóvenes estaban allí, pero, ellos, los profesores, no tenían pareja para bailar, así que procuraban adaptarse al ambiente y pasarla lo mejor que pudieran. Lo cierto es que aquella noche, al parecer, ambos quedaron encantados con la mutua compañía y el contacto que les proporcionó estar juntos y bailar varias veces, porque, tal vez, a falta de parejas. El tipo la tomó a ella como pareja predilecta. Todo será, quizá refiriéndose a que se trataba de un tipo normal y corriente, pero baila muy bien, dijo ella. Se mueve muy rico y tiene ritmo. Llegaron el fin de semana y parece que se van en dos días. Cuando volvimos a la habitación, mi esposa dijo que iba a salir un rato, pues quería respirar aire fresco y que el olor del mar le resultaba agradable. Nuestra habitación tenía vista a la playa y el mar, situados muy cerca. “¿A dónde vas a ir?” –pregunté. “A ningún lado. Solo voy a estar aquí afuera, descansando” –respondió. “Bueno, yo si tengo ganas de dormir” –le dije. “Ya vengo. No me demoro” –dijo ella con una sonrisa y la vi caminar hacia el mar hasta que se perdió en la oscuridad. No supe a qué hora o cuando regresó, porque me quedé dormido casi de inmediato. Lo cierto es que cuando me desperté, ella estaba durmiendo a mi lado. Cuando despertó, pregunté: “Oye, ¿a qué hora llegaste?”.  “Al poco rato, pero tú ya dormías y roncabas como oso hibernando” –me respondió. “¿Qué hiciste?” –le pregunté con curiosidad. “Me fui caminado por la playa hasta la marina y me devolví. Quería sentir el aroma del mar y el viento refrescando, porque en esa discoteca hacía calor y sudé bastante bailando” –me respondió mirándome a los ojos. “Sí, es verdad. Además, como había tanta gente, el aire acondicionado parecía no dar abasto” –le dije.

Fuimos a desayunar y después, nos embarcamos en un tour, para ir a visitar Santo Domingo. Allí pasamos todo el día. Cuando regresamos, fuimos a comer a uno de los restaurantes temáticos que había en aquel lugar, donde ofrecen comida mexicana. Estando ahí instalados en la mesa, vimos ingresar al profesor, quien, al vernos, fue directamente a nosotros. Saludó a mi esposa y se me presentó. Mucho gusto, señor. Tuve el placer de bailar con la dama el día de ayer en la discoteca” –dijo él educadamente. “Sí, los vi” –le dije. “Bueno, lo felicito, ella baila estupendo y lo hacer sentir a uno muy bien” –me dijo. “Gracias, lo sé, ya que es mi esposa. Por cierto, no ha dicho su nombre caballero” –le dije. “Perdone, mi nombre es Raymond, es un placer” –dijo él. “Mucho gusto, me llamo Gustavo” –le respondí. “¿Los puedo acompañar” –preguntó. “Sí, claro. ¿Está solo?” –le respondí, “Sí. Dejé organizada a la gente con uno de mis compañeros y me escapé para liberarme del ajetreo y descansar un rato, así que me vine a cenar a este lugar. Más tarde, seguramente, los muchachos querrán ir a la discoteca. ¿Van a ir ustedes?  Dijo él. “A mí me gustaría” –se adelantó a decir mi esposa. “Bueno, la verdad, yo no lo había considerado, porque pasamos todo el día por fuera” –le dije. Se notaba en el tono de voz de Johanna que quería ir, en el fondo estábamos ahí para pasarla bien y desconectarnos del mundo. Al final dije que sí. “Perfecto, si van por allá nos hacemos mutua compañía” –dijo Raymond. Mientras cenábamos, Raymond habló sobre su trabajo, lo que hacían con los muchachos en el colegio, anécdotas de otras experiencias con los muchachos y cosas por el estilo. Terminada la cena, se despidió y dijo que nos esperaba si es que nos decidíamos a ir. “Yo quisiera descansar,  pero estos muchachos tienen una energía inagotable y debemos estar pendientes de ellos” –afirmó. “Bueno, si nos animamos, por allá nos vemos” –le dije. Ese día había un espectáculo en otro lugar, al cual habíamos considerado asistir. Era una presentación de bailes dominicanos y del caribe, bastante animados, por cierto. Una vez terminado el evento, regresamos a nuestra habitación. “¿Al fin vamos a ir a la discoteca?” –preguntó Johanna. “Pues la verdad, yo no tengo ni una gana de ir” –le respondí. “Yo si quisiera ir un rato. ¿Me acompañas?” –dijo ella poniendo ojitos tristes. “Bueno, vamos, pero si me da sueño, me devuelvo de inmediato. ¡Mira la hora que es!” –le dije. “Bueno, pero vinimos a esto ¿no?” –dijo Johanna. “Siempre y cuando uno le saqué gusto, sí, pero si uno no tiene ganas, pues no” –le respondí de manera filosófica. “¡Ay! Deja de quejarte. Es solo un rato” –dijo de manera sabia. En cierta forma tiene razón, estábamos de vacaciones y obviamente era para pasarlo bien. “¡Okey, vamos!” –le respondí.

Cuando llegamos, el profesor estaba en la puerta y al vernos levantó sus manos para hacerse notar. Nos acercamos a él y nos dispusimos a entrar. “Pensé que se habían arrepentido” –dijo. “No, fuimos al espectáculo de baile y entre tanta distracción se pasa el tiempo volando” –contestó Johanna. “Bueno, pero ya están aquí” –dijo él, quien estuvo muy atento y cordial en su trato, y sobre todo muy galán y caballero con mi esposa. Y, no más llegar a la mesa, de inmediato la convidó a bailar, cosa que ella aceptó, sin dudarlo. Yo me quedé en la mesa y vi cómo se divertían en cada baile. Raymond supo cómo ganarse la atención de mi mujer y ella estaba encantada con él. Lo aburrido del asunto es que ella y él se entretuvieron bailando toda la noche y se olvidaron que yo existía, de modo que muy pronto me entraron las ganas de dormir. Decidí entonces, ir hasta dónde ella estaba. Le dije: “Oye, tú estás entretenida con el tipo este y a mí ya me dio sueño. Si quieres, quédate, pero yo ya no aguanto más. Me voy a dormir”. “Bueno, estaré otro rato y allá nos vemos” –dijo ella. Me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Yo salí, sin siquiera mirar atrás y me fui directo a la habitación.

Al despertarme en la mañana, igual que el día anterior, ella dormía a mi lado. Tampoco supe a qué hora había llegado. Fuimos a desayunar algo tarde y, como no había nada programado para aquel día. Tomamos el sol en la playa, dormitamos un rato y así recuperarnos de las andanzas del día anterior. Pasado el tiempo, le pregunté a Johanna: “Al final, ¿en qué terminó lo de anoche?”. “Lo normal. Bailamos hasta que cerraron la disco, como a las tres de la madrugada. Además, don Raymond es un tipo interesante” –respondió. “Bueno, además de lo que habló ayer, ¿qué más ha dicho?” –le pregunté. “Pues, no mucho; con esa música a todo volumen es muy poco lo que se puede conversar” –respondió. “Entiendo. Entonces fue sólo baile, manoseo y tomatera” –le dije. “¡Quien dijo!” –respondió Johanna. “¡Me imagino!” –dije yo. “Solo bailamos. No puedo creer que pienses eso de mí” –dijo mi esposa. En la tarde, estando en la habitación, noté a mi esposa algo inquieta, como si tratara de decir algo, estuviera dubitativa y se abstuviera de hacerlo. “¿Pasa algo?” –pregunté. “No, nada, ¿por qué?” –me respondió. “Pues, pareciera que quisieras decirme algo, pero no te atreves. No sé” –le dije. Después de algunos minutos de silencio, entretenida, arreglándose en el baño, por fin, preguntó: “¿Te molestaría si invito a Raymond a nuestra habitación?”.  “¿Por qué en la habitación?” –le pregunté. “Porque no hay tanta gente, no hay ruido y se puede conversar libremente” –dijo ella. “¿No puede ser en la playa, en algún salón o en otro lugar? ¿Tiene que ser en la habitación?” –le pregunté. Se quedó mirándome, sin decir palabra. “Bueno, ¿qué le encuentras de interesante al profesor?” –le pregunté. “Es una persona educada, con formación, alguien con quien se puede charlar de muchas cosas, porque sabe de todo, ha viajado y tiene experiencia. Además, ni él sabe nada de mí y tampoco yo sé mucho de él. Después de habernos conocido, quizá más nunca nos volvamos a ver. Somos totalmente anónimos” –respondió. “Cómo es morenito, de seguro debe tener grande la verga” –agregué con una sonrisa. “Supongo que sí” –dijo ella. “Okey, lo que creo entender es que me estas pidiendo permiso para estar con ese tipo, aquí en la habitación, ¿no es cierto?” –le dije. “Pues, no sé” –me responde. “¿Cómo así que no sabes?” –pregunté. Pues sí; no hemos hablado nada ni ha habido ninguna propuesta, de modo que puede pasar o no puede pasar. Y ¿tú que crees? No sé, dijo ella. Bueno, pregunte sonriendo, ¿te lo quieres coger? ¿Sí o no? Si, dijo ella. “Está bien. ¿Y él sabe que yo soy parte del decorado?” –le pregunté. “Es que no hemos hablado nada de eso” –respondió ella. “A ver si estoy entendiendo. Él no te ha propuesto nada, ni te ha sugerido nada, y tú lo que pretendes es traerlo aquí, seducirlo y si se da, coger con él, ¿cierto?” –le dije. “Si” –respondió riendo. “Entonces, ¿cuál es el apuro?” –pregunté. “Se van mañana” –me respondió. “Ahora entiendo el apuro. ¿A qué hora quedaron de encontrarse?” –le pregunté. “Él aún no sabe” –me respondió. “Ahora sí que no entiendo nada. ¿Cómo así qué no sabe?” –le dije extrañado. “Pues, no, aún no le he dicho, igual sería algo arriesgado, pero me encantan los riesgos” –dijo Johanna con una sonrisa. Y, entonces, ¿en qué momento pensabas decírselo? Quedamos de encontrarnos para cenar. ¿Tú y él, solos?, pregunté sorprendido. ¡No! bobo, los tres, como ayer. “Ya decía yo que eso estaba raro. Bueno, vamos a hacer una cosa. Nos encontramos en la famosa cena, pero, yo me hago el despistado y me voy, los dejo solos para que puedan ponerse de acuerdo. No le digas que yo voy a estar presente, porque de pronto no se siente cómodo y desiste” –le dije. “Pero ¡yo no quiero estar sola!” –dijo ella. “Bueno, lo que podemos hacer es que yo me acomodo en uno de los asientos que hay en el balcón, en un rincón, y cerramos las cortinas, de modo que él no me vea. Tú haces tú show y, si cualquier cosa yo estaré ahí para intervenir” –le dije para darle tranquilidad. “Pero, ¿qué le digo?” –me pregunta ella. “Que hay unos compañeros de trabajo también alojados en este hotel, que quise pasar a saludarlos y que de seguro me demoro. Si llega a verme, pues le dices la verdad. Si él decide continuar, bien, si no, pues lo siento; otra vez será” –le respondí. “Pues sí, me parece bien” –dijo ella.

Fuimos a la zona de restaurantes y como era de esperarse, el profesor estaba atento, viendo a la gente que llegaba al lugar. Cuando nos vio, rápidamente se acercó a saludarnos. “Hola, Johanna, ¿cómo la has pasado el día de hoy?” –preguntó con curiosidad. “Bien, descansando” –respondió ella. “¿Y usted?” –pregunté yo. “Bien, pendiente de los arreglos de última hora, porque ya mañana nos vamos” –respondió. “¿Tan rápido?” –le pregunto. Entonces con una sonrisa me responde: “Pues, no tanto, ya completamos una semana aquí”. Mientras conversábamos nos acomodamos en una mesa. “Bueno profe. ¿Cuál es la mayor responsabilidad cuidando estos muchachos?” –le pregunté. “Son varias. Primero que todo, debemos estar atentos a que no vayan a sufrir un accidente, por imprudencias o por actuaciones temerarias o impulsivas. Y, segundo, estando atentos que no se vayan a involucrar sexualmente, sin protección, y no tengamos embarazos indeseados que lamentar” –respondió. “¿Eso sucede frecuentemente?” –indagué. “No es lo habitual, pero si hemos tenido casos, todos ellos se han dado cuando comparten juntos en este tipo de eventos; la compañía, el baile y el compartir hacen subir la calentura y uno nunca sabe qué pueda pasar” –responde él.

Hablamos de varias cosas, pero, como habíamos acordado, yo tenía que ausentarme para que ellos pudieran hablar sin interrupciones, así que me despedí diciendo que me iba a encontrar con unos compañeros de trabajo que por casualidad estaban alojados en un hotel cercano y que habíamos quedado de encontrarnos para tomar unas cervezas. “¿Llegarás tarde?” –preguntó ella. “Yo diría que no, pero tú ya sabes cómo es eso. Espero estar a la 1 am de regreso, a más tardar. Bueno, profe, encantado de conocerle y que tenga buen viaje” –le respondí y me despedí del sujeto. “Muchas gracias. Los espero en San Juan cuando quieran" –dijo él. “Bueno, pero nos tiene que dar el contacto. Yo le dejo con Johanna” –le digo. “No se preocupe, le daré el contacto a su esposa. Páselo bien con sus amigos” –me dijo él. Entonces, desde mi perspectiva, las cosas ya estaban marchando de acuerdo al plan. Llegué primero a la habitación y me dediqué a acomodar las sillas en el balcón, de manera que tuviera acceso visual hacia la habitación, tratando de pasar desapercibido, utilizando únicamente las cortinas como escudo. La habitación tenía interruptores para graduar la intensidad de las luces, por lo cual las ajusté de manera que quedara todo en una conveniente media luz que permitía mantener todo en penumbras y quedar detrás de las cortinas casi en total oscuridad. Debía quedarme muy quieto para no ser descubierto por Raymond. Mi esposa llegó al rato. No dijo nada. Como no me encontró en la habitación y viendo que todo estaba a media luz, se asomó al balcón. “No me di cuenta que estabas aquí” –dijo. “¡Esa es la idea! Por nada del mundo debes dejar que el tipo se acerque a la ventana” –contesté. Nos besamos con pasión dispuestos a disfrutar el momento y calentar los motores para lo que aquella noche prometía. Mientras tanto, Johanna encendió el televisor y buscó un canal de música, dando con uno de Blues Whisky. La suave melodía encendía mi perversión y hacia que mis manos se perdieran en su entrepierna. Estaba vestida con un vestido enterizo blanco, decorado con flores rojas y violetas, bastante bonito, que cubría un pequeño bikini blanco. Por lo demás, solo vestía unas sandalias de tacón alto que resaltaban la figura de sus piernas. Entró al baño, se retocó el maquillaje y pareció estar lista para recibir al invitado. “Bueno, finalmente, ¿qué le dijiste para que viniera?” –le pregunté. “Sí y le dije la verdad” –contestó. “¿Cuál fue la verdad que le contaste?” –pregunté con curiosidad. Johanna sonrió y respondió: “Que quería estar con él, como regalo de despedida y por supuesto aceptó”. “Me parece perfecto. ¿En cuánto tiempo vendrá’” –le dije. “Yo creo que en diez minutos más, pero él igual estaba pensando como yo, quería cogerme antes de irse” –respondió con una sonrisa maliciosa.

Eran las diez en punto cuando tocaron a la puerta. Ella abrió y, sin mediar palabra, Raymond la abordó de inmediato, tomando su rostro con las manos y reteniéndolo para besarla con mucho vigor y pasión, algo que ella no pareció sorprenderla y lo permitió con agrado. De inmediato, el educado profesor, la empujó hacia atrás, la apoyó contra la pared y sin dejar de besarla, empezó a acariciarla por todas partes, poniendo especial atención en sus delirantes tetas. Luego, aprovechando que en el recibidor de la habitación había un gran espejo, dispuesto desde el techo hasta la pared, se puso de espaldas a ella, besando ahora su cuello, lamiendo sus orejas y apretando con especial intensidad sus senos, contemplando ambos su imagen reflejada. En esa posición, el tímido profe, empezó a soltarle el vestido, que cayó a los pies de ella, quien, encantada, contorsionaba su cuerpo al ritmo de las caricias de aquel y empujaba sus caderas hacia él, sintiendo la dureza de la verga de aquel hombre que parecía explotar dentro de sus pantalones. Ella, ahora vestida por su diminuto bikini, veía en el espejo como aquel seguía apretando sus tetas y con la ropa todavía puesta, empujando su miembro contra las nalgas de mi mujer. Ella, con los ojos entrecerrados y la boca entreabierta, ofrecía sus nalgas a aquel desesperado hombre y tomándola de las muñecas frotaba su verga entre esas turgentes nalgas. Raymond no lo dudó más y sin dejar de manosear a mi esposa, se iba quitando la ropa. Ellos, mientras hacían esto, seguían encantados con la imagen que se veía reflejada en el espejo. Poco a poco el profesor fue quedando desnudo, para placer de la excitada señora que, ahora, podía acariciar aquella verga con toda libertad. El caliente profesor seguía empujando su verga para que ella pudiera sentirla en su totalidad, en un abrir y cerrar de ojos le quitó las bragas a mi mujer, quedando tan solo vestida con el sostén de su bikini.

En el espejo se podía ver reflejada ahora la imagen de la vagina de mi esposa y detrás de ella, en medio de sus piernas, el miembro duro y erecto que buscaba acomodarse. Inicialmente, el profesor desde atrás restregó su miembro contra la vagina de mi mujer, sin llegar a penetrarla, pero, pasados unos instantes, hizo que ella inclinara su torso, apoyando las manos en el espejo, buscó con su verga la entrada de la húmeda vagina de mi esposa y la penetró desde atrás. Ella, excitada como estaba, colaboraba para que las embestidas de aquel hombre en esa posición fueran más cómodas y placenteras. Él empujaba y empujaba, mostrando en su rostro gestos de placer y satisfacción. Pienso que nunca llegó a pensar que se le fuera a dar esa oportunidad y estaba aprovechándola al máximo. Empujaba y empujaba, mientras seguía acariciando a mi mujer por todos los rincones de su cuerpo. Ella, para ese momento, solo atinaba a gemir tímidamente con cada embestida que aquel hombre le proporcionaba. De repente, Raymond la dejó y le dijo; “Johanna, mejor vamos a la cama”. Ella obediente así lo hizo. Anduvieron los pocos pasos que los separaban de la gran cama y se acomodaron en ella. Johanna se tendió boca arriba y abrió sus piernas, y él, sin dudarlo un instante, la abordó de frente, en la posición de misionero y se la metió de una, la cara atribulada y de placer de mi mujer era un deleite para mi morbo. Se le notaba excitada, pero a la vez adolorida al ser invadida por esa verga. La sensación tuvo que ser intensa, porque cuando él la penetró, ella soltó un gemido de placer, como si le hubieran tocado las fibras más profundas de su cuerpo.

El profe, sin perder tiempo, empezó a metérsela con fuerza y rapidez, era increíble escuchar los deliciosos gemidos de Johanna que se aferraba con fuerza a ese hombre para que le siguiera dando duro. Ella gemía como loca, bufaba y le decía: “¡Eso, cógeme con fuerza! ¡Demuéstrame lo macho que eres!”. Cada embestida estaba acompasada por intensos gemidos y eso, al parecer, hacía que Raymond se la metiera con más fuerza. Se la metió hasta que ya no pudo más y sacando su verga de la vagina de mi caliente esposa, eyaculó un espeso chorro de semen en su vientre. La cara de satisfacción de Johanna era un premio a su lujuria.  Después de acabar, se montó sobre el pecho de Johanna y colocó su verga frente a la cara de mi mujer y se la ofreció para que se la chupara, ella como toda una niña buena y perversa lo hizo sin protestar. Johanna, con su lengua se dedicó a lamer esa verga en toda su extensión. Casi de inmediato la verga de Raymond recuperó la erección; mi esposa es una experta con su lengua. Él le pidió que se recostara boca abajo y así acostada como estaba, la ensartó en su vagina. Nuevamente empezaron los gemidos de ella al ritmo de las embestidas del lujurioso hombre. Al rato le pidió que se colocara en cuatro y la siguió cogiendo con fuerza y velocidad, como antes lo había hecho. No pasó mucho tiempo hasta que, en medio de gesticulaciones de placer, ella soltó un fuerte y profundo gemido, que acompañó con la expulsión de un profuso chorro de sus fluidos salió expulsado, mojando las sabanas con ese tibio néctar de placer que mi esposa dejó escurrir sin importarle nada. El vaivén de sus exquisitas tetas sobre las sabanas, el roce constante de sus pezones y la fuerza con la que se la estaban cogiendo la hicieron perder el control y en medio de ese lujurioso orgasmo se entregó por completo al placer. Pasado esto, ella se acomodó boca arriba, aún agitada por el esfuerzo. En los ojos de Johanna se notaba que quería más y estaba dispuesta a conseguirlo de cualquier forma. Lo tomó del cuello y lo besó con perversión, el profesor siguió manoseando a mi esposa con el total descaro que les daba la “privacidad”, por mi parte no podía esconder mi calentura y también mis ganas de unirme a ellos y cogerme a mi esposa de la manera más endemoniada. Sus cuerpos permanecieron unidos. Johanna por su parte jadeaba al sentir como las manos de Raymond se metían en su dilatada vagina, se estremecía por completo al punto de retorcerse de placer. Ahora, Johanna tomaría el control. Lo mira morbosamente a los ojos y le dice: “¡Ahora, te la voy a chupar!”. Al escuchar esa afirmación Raymond se puso boca arriba en la cama y mi esposa como una bestia hambrienta bajó a su verga, se la metió en la boca y la empezó a chupar como poseída. Los gemidos del hombre se escuchaban por toda la habitación, yo escondido entre las sombras disfrutaba de ese candente espectáculo y me masturbaba viendo la manera salvaje en que le comía la verga a Raymond.

Por nada del mundo se detendría, era como un tiburón que probó la sangre y no se detendría hasta conseguir lo que ella quería en ese momento. Era todo un deleite para mi lujuria verla y saber que el idiota ese lo estaba disfrutando, ya que como les dije antes Johanna con su boca sabe complacer muy bien. Cuando Raymond ya no pudo aguantar más soltó un agónico gemido y mi esposa no despegó su boca de la verga que estaba explotando, y saciándola con ese tibio semen que le era ofrecido. La satisfacción en los ojos de Johanna era sublime. “Hacía rato que no me la chupaban tan rico” –dijo Raymond. Johanna esbozó una sonrisa mientras bebía el semen que había tragado. “Me alegra. Era lo menos que podía hacer para compensar lo bien que hiciste sentir las otras noches” –dijo ella. “¿Cómo así?” –pensé yo. ¿Qué había pasado las otras noches? Ella no había dicho nada. Con razón el tipo había llegado tan dispuesto. Pasado un rato, Raymond dijo que lo mejor era irse, porque en cualquier momento yo podría llegar y que, además, tenían cosas que hacer desde muy temprano. Nuevamente, la besó y ella, correspondiéndole, acarició con ganas su verga, una vez más, haciendo que se pusiera dura de nuevo, y de nuevo el hombre, no queriendo perder oportunidad, la tomó y la puso en cuatro sobre la cama y se la metió pausadamente, mientras se aferraba a sus caderas. Aquello no duró mucho. Creo que ambos ya habían llegado al límite, así que se levantó, se vistió. Una vez listo, se despidió, besándola nuevamente, y finalmente dejó la habitación.

Johanna entró al baño, se duchó, se colocó un bikini y salió. “¿Qué fue lo que hicieron las otras noches?” –le pregunté. “Nada” –respondió ella. “Entonces ¿por qué te agradecía?” –insistí. “Lo normal” –me respondía de forma evasiva. “¿Qué es lo normal? Cuéntame” –le exigí. “Bueno, espero que no te molestes” –dijo mirándome a los ojos y con una sonrisa traviesa. “Me va a molestar que no me cuentes y que dejes esto en suspenso” –contesté. “Anteayer en la noche, cuando nos conocimos, conecté con él en el baile. El tipo baila muy rico y, ya tú sabes, uno se junta al cuerpo del hombre y se transmiten sensaciones. Yo me excité. El tipo no desaprovechó oportunidad y me acarició mientras bailábamos, por todas partes, de modo que yo estaba súper caliente. Cuando estaban próximos a cerrar, me propuso que nos viéramos en el kiosco que hay en la playa. Yo fui hasta allá, nos vimos, conversamos, nos besamos y nos disfrutamos acariciándonos un rato. Pero nada más. El tipo nunca trató de sobrepasarse y solo fue hasta donde yo se lo permití” –dijo ella. “Entiendo, pero podrías haberme dicho que ya tenías algo avanzado” –le dije riendo. Siguió contándome lo que sucedió. “Ayer, cuando nos quedamos solos en la discoteca, simplemente bailamos. Él no insinuó nada. Fui yo la que le dije que si íbamos a caminar un rato y me dijo que sí. Fuimos hasta la marina en el muelle y aprovechando que no había nadie, que estaba oscuro y que estábamos solos, le chupé su sexo hasta que lo hice venir mientras estaba sentado en una de las barandas. El me estimuló mi clítoris con su mano, me besó y me acarició, incluso hasta me desnudó, pero nada pasó. Lo que pasó fue lo que viste hoy”. “Bueno, ¿de dónde vino tanta calentura?” –pregunté. “Yo creo que no tener relación con la otra persona hace subir la excitación. Yo no lo conozco, él no me conoce, yo le gusto, él me gusta. Y entonces, viene la pregunta, ¿porque no? Yo creo que estar en el anonimato dispara el deseo y la respuesta es más intensa. Al menos eso es lo que me pareció” –me dijo. “¿Quién lo creyera” –pensé para mis adentros.

Ya ha pasado un tiempo desde lo sucedido, lo cierto es que había presenciado una de las mejores cogidas que le han dado a mi esposa en mucho tiempo. No puedo quejarme porque ella siempre supera las expectativas. Ahora estamos pensando en ira otro lugar de vacaciones para el próximo verano y aprovechar al máximo ese tiempo, teniendo en cuenta que serán unas merecidas vacaciones. ¡Que viva el anonimato!

 

 

Pasiones Prohibidas ®

miércoles, 31 de julio de 2024

159. Vacaciones en la casa de la abuela


Todo comenzó en las vacaciones de verano, no soy muy afecto de salir, soy más un chico reservado. Mi nombre es Marcos tengo 22 años, mi estatura es de 1.75 m, tengo cuerpo atlético ya que practico fútbol y hago algo de ejercicio aparte. Entre el trabajo y los estudios, quería pasar un tiempo de relajo total. Por eso la mejor opción era ir al rancho de la abuela y estar entre la naturaleza, ya que la playa, aunque me gusta, no era algo que me mataba por ir.

Llegaron las vacaciones y llamé a mi abuela para ver si podría pasar las vacaciones en su casa, ella accedió y dijo que no había problema ya que ella pasaba sola, mi abuela Olga es una mujer de 72 años algo arrugada por la edad, tetas grandes pero ya caídas, en su juventud por lo que se ve en fotos las tenía muy bien, tiene nalgas y piernas normales.

Llegó el sábado por la mañana y como mi madre sabia  mis planes, le dije que me iria al rancho, asi también podía ayudarle con los quehaceres y que al terminar las vacaciones estaría de vuelta. Obviamente mi madre no tuvo inconvenientes, y dijo que no había problemas, que en unos días se daría una para ver como estábamos. Tomé el auto y salí rumbo a casa de mi abuela. Llegué a la hora de almuerzo, mi abuela había preparado un excelente caldo de pollo con arroz, comimos juntos y pasé a instalarme en uno de los cuartos.

Así pasó el día, entre acomodar mis cosas y ayudar a preparar la comida. A la mañana siguiente me desperté temprano y mi abuela tenía ya listo el desayuno, huevos con tocino y pan amasado, un manjar de los dioses. Después del desayuno mi abuela dijo que se metería a bañar para ver si la podía llevar un rato más a dejar algunas cosas que había vendido e ir de compras. Obvio le dije que sí. “¿Marcos puedes venir ayudarme con esto? ¡Por favor!” –dijo. “Claro, voy a tu cuarto abuela” –contesté. Ahí estaba mi abuela, parada frente al espejo solamente en calzones y tratándose de poner el sostén. “Marcos ayúdame a colocarme este sostén” –me dijo. Mi abuela sin morbo hay estaba parada, luchando con el sujetador, pero al verla con esos calzones blancos y el sostén aún sin poner me llamo mucho la atención, no podía dejar de mirar sus tetas grandes y caídas, para que no viera que se me había parado, le puse el sostén rápido y sali del cuarto.

Me metí al baño y no me sacaba a mi abuela de la cabeza, me imaginaba mi verga entre sus tetas, ella apretándola y pajeandome con ellas, era una visión morbosa que me atormentaba y me ponía demasiado caliente. Tuve que recurrir a mi mano para darme placer y asi calmar un poco la calentura que me tenia embobado. Incluso la veía pasando la lengua en mi glande. Hasta que pude acabar con las imágenes calientes que mi mente me mostraba de mi abuela cogiendo. Salimos a dejar las cosas y a las compras, yo no dejaba de mirar a mi abuela con cierto morbo y ganas de mamarle las tetas y por qué no tener un buen revolcón. No entendía porque estaba pensando en esas cosas, entiendo lo de las hormonas pero nunca se me había pasado por la mente hacerlo con mi abuela y mucho menos que me calentaba la idea.

Llegó el día lunes y al momento de bañarme me di cuenta que en el baño estaban unos calzones de mi abuela, dirán que estoy enfermo pero los tomé y comencé a olerlos, y acariciar mi verga con los calzones, hasta vaciarme en ellos y dejarle un viscoso regalo. Estaba decidido en cogerme a mi abuela, pero no sabía cómo llevar mi visita a esa instancia. Así que ese día después de la cena, cuando estábamos en la sala, comenzamos a platicar. “Abuela, en sus tiempos de joven, ¿usted bailaba con mi abuelo?” –le pregunté. “Claro que sí marquitos, no más escuchábamos a Elvis Presley sonar y nos parábamos a bailar” –me respondió. “Ay, abuela, ¿en serio? No le creo” –le dije. “No sabes lo que dices, muchachito” –dijo ella. “¡A ver muéstreme!” –le dije. Puse algo de música en mi celular y comenzamos a bailar, se movía bien para su edad pero como la tenía pegadas a mi sus tetas, me empecé a calentar. La agarré de las caderas y me pegué más a cuerpo, quería que notara mi erección, Mi verga parecía como si tuviera vida propia, quería que la sintiera hinchándose entre sus nalgas. Después de varias canciones y de tenerla pegada a mí, nos sentamos. “¿Qué te pareció? Para mi edad, ¿no está nada mal?” –me dijo. “La verdad que baila muy bien” –le dije. “Bailo y hago otras cosas muy bien” –dijo riendo. “Se comenzó a reír, ¿quién sabe que está pensando?” –le dije mirándola a los ojos. “Dígame, ¿qué cosas?” –le pregunté. “Olvídalo yo sola me entiendo. Bueno,  ¿qué quieres cenar mijito?” –dijo aun con una sonrisa en los labios. “A usted, perdón, lo que usted quiera hacer” –le respondí. “¿Qué dices? Pues yo sé hacer muchas cosas, ¿qué quieres que te haga?” –dijo. “No sé usted dígame qué quiere hacerme” sugerí. “Yo te hago lo que me pidas” –contestó. Sentía que nuestra conversión estaba tomando otro giro, me estaba calentando al escucharla hablarme de esa manera. “Te haré algo rápido para que no te duermas con la panza llena” –me dijo. “Pues, puedo cenar algo contundente y con algo de ejercicio se me baja” –le dije clavando mi mirada en sus tetas. “¿Te pondrás hacer ejercicio?” –me preguntó. Mi respuesta fue instintiva más que pensada: “Yo decía otro tipo de ejercicio”. “¿A cuál te refieres?” –preguntó. Ahora no tenía nada para decir, mis intenciones eran claras, pero no quería cagarla, así que desvié la conversación. “Vamos abuela, hay que preparar la cena” –le dije. “Voy a preparar puré de papas con huevos, algo rápido” –dijo. Cenamos casi en silencio, pero nuestras miradas hablaban. Nos dimos las buenas noches y cada quien a su cuarto.

Me metí al cuarto pero de la calentura que llevaba no le puse seguro a la puerta, y estaba masturbándome cuando mi abuela abre la puerta, pero me alcanzo a tapar con la colcha. “Disculpa hijo no podía dormir, pero ¿estás ocupado?” –dijo ella. “No, pasa abuela, ¿te pasó algo?” –le pregunté. “Se me fue el sueño, pero, ¿qué es eso que vi mi niño?” –dijo sabiendo perfectamente lo que había visto. “Nada abuela, me pongo algo y platicamos” –le respondí. Sin decir nada se sentó en la cama y comenzó a tocarme mis pies y subió hasta que me dijo que me destapara que podía ayudarme a terminar lo que estaba haciendo. “Mijito, es grande tu pene” –dijo. En ese momento, la vergüenza y el pudor se esfumaron, ahora éramos un hombre y una mujer a solas. Lo agarró y empezó a masturbarme con suavidad. Yo tenía los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás disfrutando lo que hacía con sus manos. “Esto le gustaba que le hiciera a tu abuelo” –dijo ella. Se agachó y se metió mi verga a la boca para chupármela. La agarré de su cabeza y comencé a disfrutar de esa lenta y caliente chupada que me daba. “¿Qué más le gustaba a mi abuelo?” –le pregunté. “Le gustaba que me tragara su semen caliente” –respondió. “¿Quieres probar mi semen?” –le pregunté. “Sí, quiero sentirlo en mi boca y degustarlo” –me respondió. Eso me calentó más y le dije que no se detuviera hasta sacar la última gota y que se lo tragara. Siguió haciendo lo suyo, chupándomela y masturbándome, la verdad que si lo hacía muy bien. Ver esa deliciosa boca tragándose mi verga era todo un deleite para mis lujuriosos ojos, ese ritmo despiadado, esa lengua recorriendo hasta mis testículos era un panorama lleno de perversión. Ya no podía resistirme más y le dije que estaba por eyacular y ella aumentó el ritmo con su incestuosa boca. Mi verga explotó y soltó abundantes chorros de semen caliente, no dejó escapar ni una sola gota, lo tragó todo tal como había dicho. Incluso siguió unos minutos más, haciéndome temblar de placer. “¿Qué te pareció mi semen abuela?” –le pregunté. “¡Delicioso! Hace tiempo que no tragaba semen como hoy” –me respondió sin soltar mi verga. “A tu abuelo le gustaba comerse mi concha, sabía llevarme al orgasmo con solo rozar mi clítoris. Ahora quiero ver si tú lo superas” –me dijo. “Recuéstate en la cama y abre las piernas abuela” –le dije. “No me digas abuela, llámame por mi nombre o como tu gustes decirme, esta noche somos amantes” –dijo ella.

Se acostó, le subí su bata que usa para dormir y le bajé sus pantaletas, mostró su vagina peluda, pero sin pensarla me lancé a esa añosa concha que estaba húmeda y dispuesta a recibir mi lengua. Estaba tan caliente que mi lengua se fue directo a la entrada y la metí para saborear sus tibios fluidos. Olga soltó un alarido de placer, seguido de gemidos intensos, se agarraba de las sabanas mientras mi lengua entraba y salía con perversión de su concha. Ahí estaba la vieja Olga con las piernas abiertas y disfrutando como loca de mi lengua. Fueron dos orgasmos intensos los que tuvo al sentir mi lengua recorriendo su sensible clítoris. Gemía feliz al revivir esa parte caliente de su vida y con su nieto que ardía de deseo por ella. “Creo que has superado a tu abuelo. ¿Ya cobró vida tu verga?” –dijo jadeando. “Sí, ya está dura y lista para la acción” –le respondí. “Me gustaba cuando tu abuelo me cogía y ponía mis piernas en sus hombros, y me la metía con fuerza hasta hacerme gritar. Veamos que tan bueno eres para coger Marquitos” –me dijo. Le agarré las piernas y acomodé mi verga en la entrada de su vagina. “Despacio, recuerda que hace tiempo no me cogen. Si me la metes muy brusco me va a doler demasiado” –dijo ella. La agarré con delicadeza como si fuera su primera vez, lentamente se la metí, su cara de sufrimiento cambiaba a una cara llena de placer, en ese momento la delicadeza se fue a la mierda. Me la empecé a coger con fuerza, haciéndola gemir con lujuria. “¡Eso, dame! ¡Sí, qué rico! ¡Métemela con fuerza!” –me decía. Estaba como loca, se notaba que hace tiempo no cogía, porque su concha estaba apretada, lo que aumentaba la fricción en mi verga y me daba un delicioso placer. ¡Ay, Marcos! ¡Ay Dios mío, que rico! ¡Sigue mi cielo, no te detengas!” –me decía. Sus ojos se ponían en blanco, era tan excitante mirarla que aumentaba más en mí la calentura y se la metía con más fuerza. “¡Voy a acabar Marcos! ¡Sigue por favor!” –decía. Pude sentir como su vagina palpita de manera frenética y ella se entregó a ese “primer orgasmo”, después de tantos años. “Ahora Olga, te toca subirte encima de mí, así que móntame y quítate esa bata que quiero ver tus tetas que me tienen loco” –le die. Obediente me montó a horcajadas y se quitó la bata. Acomodó mi verga y se la metió de un solo sentón. Su cara de lujuria fue excitante. Se empezó a mover y sus tetas se balanceaban perversamente. Las agarró y de tan grandes que eran podía pasar su lengua en los pezones, y chuparlos. Tomado de sus muslos, los apretaba y ella Olga gemía con su cara llena de placer, no pude resistirme al bamboleo siniestro de sus tetas y me incorporé un poco para chupar sus pezones grandes y duros, se los mordí con perversión. Los fluidos de mi abuela mojaban nuestros cuerpos que eran poseídos por el placer en cada instante. “¡Oh, mi cielo, si que sabes coger rico!” –me decía entre gemidos. Hice que se pusiera en cuatro, a lo que ella enseguida obedeció, acomodé mi verga en la entrada de su húmeda concha, me pedía a gritos que se la metiera. Quería torturarla un poco recorriéndola con mi verga antes de penetrarla. Ya no podía más, suplicaba para que la embistiera, pero mi juego era demasiado perverso.

En medio de ese morboso juego y escuchando sus ruegos, mi verga entró en su vagina, sacándolo de sus labios un intenso gemido. Agarré con fuerza de sus caderas y la empecé a embestir con fuerza, nuestros cuerpos chocaban a un ritmo vertiginoso que nos hacía delirar a ambos, con la calentura consumiendo nuestra cordura cogíamos como enfermos. “¡Ay, Marcos! ¡Me tienes loca!” –me decía mientras yo seguía dándole duro a esa concha exquisita. Fue cosa de segundos y ambos estábamos acabando a la vez, le estaba llenando de semen la vagina a mi abuela y ella gimiendo de placer por mi verga, fue un momento intenso y lleno de lujuria. Caímos rendidos sobre la cama exhaustos pero con el placer de una intensa cogida. “Eres toda una hembra” –le dije. “Tú despertaste eso en mí. ¿Crees que no me di cuenta que me mirabas las tetas?” –dijo aun jadeando. “Seguro que si te diste cuenta, pero ha sido una gran noche” –le dije. “Esto apenas empieza, no sabes cómo me gusta coger. Tampoco sabes todas las cosas sucias que soy capaz de hacer solo por complacerte” –dijo ella llena de perversión. “¿Ah sí? Yo encantado” –le dije. Olga sonrió y dijo: “Vamos a mi cuarto, como eres mi hombre tienes que dormir con tu mujer” –dijo poniéndose de pie. Nos fuimos a su cuarto y nos quedamos tendidos sobre la cama, desnudos como dos amantes.

Se estaban convirtiendo en mis mejores vacaciones que había tenido. No había momento del día en que no me la estuviera cogiendo, habíamos perdido tanto el pudor que andábamos desnudos en la casa y yo siempre con la verga lista para metérsela en cualquier momento. Pasaron los días y llamó mi madre para saber cómo estábamos, mi abuela le dijo que la estaba pasando de mil maravillas conmigo, que siempre hacíamos algo entretenido. Mamá estaba contenta al saber que nos llevábamos tan bien con mi abuela. “En un par de días estaré por allá, así me cuentan sus aventuras” –dijo mamá. “Claro hija, te estaremos esperando” –le contesta mi abuela. Cortó la llamada y Olguita enseguida se puso a chuparme la verga, ya la tenía dura porque ella entre líneas le estaba diciendo a mi madre que me la estaba cogiendo. Sus años de experiencia se notaban, ya que se la comía de una forma tan exquisita que me hacía gemir disfrutando de como su puta boca me daba placer.

Nos fuimos a la sala y sobre la alfombra nos pusimos a coger como condenados, presos de la lujuria y el morbo de tan perversa relación incestuosa. Olga gemía y me pedía que se la metiera con fuerza. “Soy una hembra que sabe satisfacer a su macho” –me decía entre gemidos. Atrapó mi cintura con sus piernas para que pudiera metérsela como ella estaba pidiendo. “¡Oh, Marcos, me gusta cómo me coges!” –decía mientras gemía como loca tirada en el piso. “Olga, me encanta cogerte y hacer que revivas esas cogidas de antaño” –le decía, mientras seguía metiéndosela con fuerza. “Sí, dale verga a esta vieja caliente” –me decía, apretándome más hacia ella. Sus tetas bailaban al ritmo en que me la cogía, era tan excitante escucharla gemir, ya que lo hacía de manera intensa. “Ponte en cuatro” –le dije. “Sí mi cielo, cógeme como tú quieras” –dijo. Se acomodó y se puso como le había indicado. Hambriento de morbo me metí entre sus nalgas para lamer su agujero. “¡Ah, qué rico! Hace tiempo que no sentía una lengua ahí” –dijo empezando a gemir salvajemente. Sonreí con perversión y cuando tuve su culo lubricado por mi saliva, sin decirle nada se la metí por ese apretado agujero que había estado cerrado al placer. “¡Hijo de puta! ¡Mi culo!” –dice ella en un grito agónico. “No te quejes Olga, sé que te gusta” –le respondí. “Sí, mi cielo, me encanta” –dijo con lujuria. Me tomé de sus caderas y le empecé a dar verga a ese culo como un macho en celo. “¡Oh, Dios mío!” –decía entre gemidos, me pedía que se la metiera entera con fuerza, ya el dolor de su culo había desaparecido y dejado a placer en su lugar. “¿Qué piensas que diría mamá si nos encuentra así?” –le pregunté. “Diría que soy una vieja puta y tú un pervertido” –respondió. “¿Lo eres?” –pregunté. “Lo soy para ti ahora” –respondió gimiendo más intensamente. “Coges tan rico Olga” –le decía mientras seguía dándole duro a ese culo. “¡Oh, papito, por ti estoy así!” –dijo. Ambos sudábamos pero disfrutábamos del sexo prohibido y fantaseábamos con la idea de ser descubiertos por mi madre y pensar en lo que diría al ver a mi abuela dejándose perforar el culo por su nieto.

El placer era tan intenso que Olga pronto estaba siendo golpeada por un intenso orgasmo que la hacía temblar y gemir como loca. Minutos después la tenia de rodillas en la sala chupándome la verga para recibir mi semen, su cara quedó llena de semen que le escurría, a pesar de su edad la veía de manera sensual pasando su lengua para tragarlo, era toda una puta. Ya al atardecer fuimos a dar una vuelta al campo, le dije que no usara ropa interior, que se pusiera solo un vestido para cubrirse. En eso nos encontramos con una vecina que le pidió de favor sacar a pasear a su perro, aprovechando que andábamos en eso. “Claro, no hay problema, tráelo” –le dijo. La señora fue a buscar a su mascota, un pastor alemán que no tenía cara de ser muy tierno. Como yo era el de la fuerza, la vecina me entregó la correa y dijo: “Se llama Bobby”. “Al rato lo traemos, no te preocupes” –le dice Olga. Seguimos caminando y tomamos un camino que nos llevaba a un frondoso bosque, saber que no había nadie cerca me ponía caliente y a medida que nos adentrábamos en el bosque mi verga se ponía más dura. Cuando ya estuvimos alejados del camino le dije que se detuviera, saqué mi verga y la puse de rodillas ella entendió bien lo que debía hacer, abrió el cierre de mi pantalón y empezó a chupármela sin decirle nada. “¡Oh, que rico la chupas!” –le dije. Ella no dijo nada solo siguió tragándose mi verga. Me olvidé que tenia al puto perro de la vecina y solté la correa para entregarme por completo a la boca de Olga que me estaba dando placer. De pronto miro a un lado y estaba sentado mirando como el mejor de los voyeristas, no perdía detalle de como Olga me la chupaba. No le di mayor importancia, ya que su presencia para mí era indiferente en ese exquisito momento.

Pasaron unos minutos, Olga seguía con su boca pegada en mi verga y miro hacia donde estaba el estúpido perro ese, no estaba por ningún lado, tampoco me importó mucho donde se había metido, ya que mi preocupación era eyacular en la boca de Olga. De pronto, mis ojos se abrieron por el asombro y el perro estaba olfateando la entrepierna de Olga por encima del vestido. Me pareció una escena caliente, ver al perro queriendo hurgar en la entrepierna de Olga, ella levantó los ojos y sonrió porque se dio cuenta de que sabía en lo que estaba ese animal. Con esa misma sonrisa descarada levantó su vestido un poco más, entonces el perro de la vecina pudo meter su nariz entre las nalgas de Olga. No podía más con la calentura, entre la mamada que estaba recibiendo, más lo que mis ojos veían era como si el infierno ardiera en mí. No podía decir nada, estaba estático, perdido al ver como ahora la lengua del perro se perdía en el culo de Olga, era excitante y morboso, tanto como cogernos.

El morbo, la excitación y la perversión se apoderó de mí, saqué mi verga de su boca y la miré a los ojos, no hubo necesidad de decirle nada, sola se quitó el vestido y se puso en cuatro, como si Bobby supiera lo que debía hacer metió su hocico en la vagina de mi abuela y empezó a lamer, ella de inmediato comenzó a gemir descontrolada y decía: “¿Ves de lo que soy capaz de hacer para complacerte?”. No le dije nada, solo agarré mi verga y me empecé a masturbar viendo su espectáculo. Los instintos del animal se hicieron presentes y se puso en dos patas, atrapando las calderas de Olga y empezó con esos movimientos bruscos buscando acertar su verga en algunos de los orificios destinados al placer. Fue un minuto de intentos fallidos hasta que al fin pudo metérsela en la concha. Olga dio un alarido de placer al sentir como la embistió con fuerza. De golpe la verga entró y él se movía con fuerza, hasta que se quedó quieto y pasando una de patas por encima de mi abuela se giró y quedaron pegados. “¡Por ti mi cielo soy una perra!” –me decía con su voz llena de placer. Estaba tan caliente que no aguanté y me puse de rodillas frente a su boca, la que recibió mi verga de manera lujuriosa y la empezó a chupar perversamente. Con el morbo en ebullición empecé a moverme para cogerle la boca, no tenía compasión con ella, haciendo que se ahogara y que babeara por ser tan caliente. Olga respiraba agitada por su nariz porque mi verga no le daba descanso. En un momento, le saqué la verga y me dice: “No sé cuántos orgasmos he tenido, me gusta que seas pervertido”. Escucharla hablar me calentaba más, ya que su voz se mezclaba con gemidos placenteros, me masturbé y llené su boca de semen, la que agradecida tragó. En eso, Bobby sacó su verga y de la vagina de Olga chorreaba semen, el perro se tiró en el piso y empezó a lamerse, le dije a mi abuela: “Míralo, pobre, necesita que lo ayudes”. Sin pensarlo dos veces se puso entre las piernas del perro, empezó a lamérsela y a chupársela tal como lo hace conmigo, el perro estaba quieto tal vez disfrutándolo pero se veía que le gustaba. Un poco más de chorros de semen salieron expulsados que se fueron directo a la boca de Olga.

Ya se estaba haciendo tarde y volvimos a dejar al perro, nos fuimos a la casa satisfechos y listos para seguir cogiendo esa noche. No cenamos, nos fuimos directo a su cuarto presos de la calentura, cogimos como posesos hasta la madrugada y nos dormimos, para mañana empezar un nuevo día. Al levantarme Olga estaba en la cocina, casi me cai de espanto cuando vi a mi madre, la saludé algo nervioso. “¿Lo has pasado bien?” –preguntó. “Sí, de maravilla. La abuela me ha atendido como príncipe” –le respondí. “¡Qué bueno! Es que mamá es tan linda” –dijo ella. Las ganas de coger con Olga debían esperar hasta que se fuera mamá y obviamente también tendría que quedarme en el cuarto que había estado antes. Desayunamos y yo no desaprovechaba la oportunidad de meter mi mano entre las piernas de mi abuela, para jugar un rato con su clítoris y ver si sabía comportarse o mejor dicho contenerse. Miraba su cara y ella miraba a mi madre intentando esbozar alguna palabra para quitar su atención a lo que estaba haciendo, pero era inevitable que abriera sus piernas para dejarme tocarla mejor. No sé si mamá se daba cuenta por las expresiones de Olga, ya que intentaba mantener la conversación como si nada estaba pasando. Le contaba que habíamos ido a caminar y fuimos al bosque, obviamente no le dije que pasó pero sí que nos habíamos divertido. “Mamá, ¿te pasa algo? Estás colorada. ¿Estás bien?” –le pregunta. “Si hija, debe ser el calor, sabes que en esta época hay más de 35 grados” –le responde. “Sí, es verdad. El calor es sofocante” –le dice mi madre. “No sabes cuánto hija, ni te imaginas” –responde Olga. El desayuno fue devastador para mi abuela, contenerse de tener un orgasmo en frente de su hija fue una tortura, no podía evidenciar el juego perverso que había debajo de la mesa.

El día pasaba y yo estaba caliente, quería coger, pero me tuve que conformar con masturbarme en el baño. No sabía cuánto tiempo se iba a quedar mi madre, pero si se quedaba hasta el final de las vacaciones, se irían a la mierda mis días lujuriosos con Olga; ahora solo me quedaba la paja o buscar la forma de quedarme a solas con mi abuela y tener una buena acogida. Con la calentura emanando en cada uno de mis poros era imposible no tener la osadía de manosear a Olga cuando estábamos a la mesa. Ver su cara intentando de contenerse para no evidenciar lo que le hacía era todo un deleite para mi perversión; mi madre la observaba y siempre le preguntaba si se encontraba bien, la respuesta era la misma: “Estoy bien, no me pasa nada”. Pienso que no le convencía mucho esa respuesta, aunque no decía nada abiertamente, creo que si se daba cuenta de que había algo que hacía que mi abuela se pusiera así cada vez que nos sentábamos a la mesa.

En una de esas ocasiones, estaba tan caliente y empecé a jugar con la vagina de Olga debajo de la mesa, entonces ella por alguna razón no se pudo contener y dejó salir un gemido involuntario, los ojos de mi madre se abrieron pero guardó silencio y siguió observando. Los pezones grandes de mi abuela se notaban bajo la tela del vestido. El morbo era inmenso, quería pararme y que Olga me la chupara, pero solo la presencia de mi madre me detenía. Estaba con la verga a punto de reventar por la erección que tenía y quería desahogarme de alguna forma. Siempre que ya estaba a punto de delatarme, me levantaba y me iba al baño a hacerme una buena paja para calmar mi ímpetu, ese día no fue la excepción, me fui al baño para descargar mi calentura que era infernal. Cuando volví estaban las dos en la sala charlando. “¿Qué más han hecho? Se ve que se la han pasado bien” –dice mi madre. “Pues, no mucho” –le respondo. “Pero se entretienen” –dice mamá. “Sí, mucho, Marcos es un amor” –le dice mi abuela. Las miradas de mi madre eran inquisitivas, buscaba respuestas, pero Olga entrelineas le insinuaba cosas, no sé si mi madre no las entendía o quería que fuéramos claros, pero algo intuía. En eso se levantó para ir a la cocina a buscar un vaso con agua, Olga se acercó a mí y tocó mi verga que ya estaba tiesa, me susurra: “No sabes como la extraño”. Ninguno de los dos se dio cuenta que mi madre nos estaba mirando y dice de la cocina: “Ahora entiendo todo”. Me quedé petrificado, era como su hubiese mirado a Medusa a los ojos. “¿Qué entiendes? Marcos no es un niño y yo sigo siendo mujer” –le dice Olga. “¿Cómo me dices eso? ¡Es tu nieto de quien hablas!” –le dice mi madre. “Sé perfectamente lo que dices, pero no voy a aguantar que me vengas a dar sermones en mi casa” –le dice Olga.

Sin decir nada más, me bajó el pantalón, dejando mi verga en libertad y la aprisionó con su mano. “Ahora, si no te molesta, tengo que satisfacer a este macho” –dice masturbándome lentamente. Olga había perdido el pudor y el respeto por su hija y empezó a chupármela como sabe hacerlo. Mamá no podía creerlo, solo me dejé llevar por la calentura y mi razonamiento se fue a la mierda. Ya no importaba nada, nos habían descubierto y no teníamos que escondernos, pero el golpe para mi madre fue como un balde de agua fría al saber que ambos nos cogíamos y lo estábamos haciendo delante de ella. Se quedó mirando por unos minutos y caminó hacia nosotros con la intención de increpar a Olga, pero ella le había dicho que no quería sermones. “Veo que te la pasas muy bien con mi hijo. No les puedo decir nada, tampoco puedo hacerme la indiferente, habiendo tantos hombres jóvenes con quien podrias coger, tuvo que ser mi hijo” –le dice mi madre sin despegar sus ojos de lo que veía. Olga se detuvo y le dijo: “Nadie nos obligó, lo hacemos porque queremos. Además, es imposible resistirse a esta deliciosa verga”. “¡Mamá, por Dios!” –le dice mi madre. “Dime si no es cierto. ¿Seguro no te dan ganas? Si no fuera así ya te hubieses ido” –le dice Olga. Mamá se sentó al otro lado y pasó sus manos por mi pecho. “Eres todo un hombre” –me dijo con un tono morboso. En ese instante mi mente voló, no lo podía creer. Olga la miró con lujuria y le cedió el lugar. Algo dubitativa mi madre se quedó pensando unos segundos, después de un suspiro intenso se decidió, empezó a jugar con mi verga tomándola en su mano, masturbándome deliciosamente. Olga se quitó el vestido y se empezó a masturbar, era una escena llena de perversión, me iba a coger a mi madre y a mi abuela. Mamá me la empezó a chupar lentamente, aumentando poco a poco su ritmo; lo hacía tan exquisito como su madre, los gemidos de Olga le daban ese matiz morboso al ambiente. Mi madre se quitó el vestido que tenía puesto, su cuerpo era hermoso, adornado solo por una diminuta tanga y un brasier que apenas ocultaba esas deliciosas tetas. Se quitó la ropa interior y se recostó en el sofá con las piernas abiertas, su vagina estaba perversamente mojada, entonces Olga hizo algo que no pensé haría, se metió entre las piernas de mi madre para dar un recorrido incestuoso por su vagina, pensé que en ese momento ella le diría que parara pero solo dejó que la lujuria hiciera su trabajo, empezó a gemir deliciosamente. Ahora tenía la oportunidad, sin decir nada le clavé la verga a mi abuela y me empecé a mover violentamente.

No sabía si estaba en un sueño o era realidad pero sé que también para ustedes es difícil de creer, pero lo estaba disfrutando como un loco. “Esto no es normal, pero lo estoy gozando” –decía mi madre entre gemidos. Se agarraba las tetas y las apretaba, tenía la misma habilidad de Olga de chuparse las tetas ella misma, era tan perverso verla haciéndolo que mi calentura aumentaba en cada segundo. “Ahora Marcos, cógete a tu madre” –dijo Olga. Obviamente era algo que deseaba hacer y que mi madre esperó con las piernas abiertas. Sentir como mi verga entraba lentamente en su vagina, fue un delicioso placer, ver esa cara de deseo, los ojos llenos de lujuria y su voz diciendo: “¡Cógeme hijo!” –se convirtió en un detonante a mi perversión. Empecé a moverme con fuerza, haciendo que nuestros cuerpos chocaran en un ritmo desenfrenado de morbo, los gemidos de Olga que se masturbaba viéndonos eran envolventes, eróticos, sensuales; me motivaban a embestir con más fuerza. Con toda la perversión que corría por mis venas me cogía a mi madre, mirándola a los ojos, sus ojos de puta caliente pidiendo más en cada embestida. Ya no podía resistirse más, sus gemidos la estaban delatando, estaba cercana a un delicioso orgasmo provocado por la verga de su hijo. “¡Ay, Marcos, no te detengas! ¡Sigue, por favor! ¡Dame duro!” –decía aferrándose a mi cuello y gimiendo como poseída. Totalmente desaforado la embestía con una fuerza que la hacía estremecer, también estaba a punto de acabar y me ponía caliente en la vagina de mi madre.

Al fin ambos al unísono acabamos, regalándonos un pervertido orgasmo lleno de placer y de morbo. Envueltos en sudor y con la lujuria en los ojos nos dimos un tierno beso. Olga se lanzó embelesada a lamer la vagina de mi madre para sacar el semen que había dejado y beberlo junto a los fluidos de su hija, sin dudarlo para mí fue un momento sublime. Arreglamos nuestra ropa y nos quedamos sentados en el sofá, yo estaba en medio y una a cada lado mío. Debo decirles que fueron más que unas vacaciones para desconectarme del mundo, sino un momento en que sucedieron cosas que no esperaba, descubrir que mi abuela y mi madre son unas excelentes amantes, que me complacen con ese especial morbo entre lo correcto y lo prohibido; eso lo hace más interesante. También deben saber que todos los fines de semana nos vamos el domingo con mi madre a visitar a la abuela y así seguir siendo los mismos calientes y pervertidos incestuosos que se disfrutan en la soledad y desconectados del mundo.

 

 

Pasiones Prohibidas ®

lunes, 29 de julio de 2024

158. Perrita en celo


Muchas personas me han dicho que me parezco mucho más joven de lo que soy, razón por la cual mis amigos y vecinos siempre han tenido un trato especial conmigo, podría decir que me sobreprotegen, aunque en el fondo sé que lo único que desean es meterse entre mis piernas y llenarme de su semen. Actualmente tengo 19 años, pero parezco de 16, asisto a la universidad de mi ciudad, pero por motivos de la cuarentena se han suspendido las clases por lo que mis padres no me permiten salir, solo a mi rutina de running. Cerca de mi casa vive un chico que siempre ha estado enamorado de mí y me ha pedido muchas veces que sea su novia; sin embargo, lo mantengo en la friendzone, aunque a veces le doy cierta esperanza para que siga atento a mí, mis padres lo conocen y creen que es un buen chico para mí, pero no me interesa como hombre. Él tiene un hermoso perro llamado Sansón, al que algunas veces he llevado a pasear para que me proteja de los pervertidos y poder hacer mi rutina running, para mí solo era eso, un perro guardián, pero un día empecé a verlo de manera diferente.

Todo esto comenzó la semana pasada después de que un chico en línea me envió un gif de una hermosa mujer siendo follada por un enorme perro negro. Estaba tan hipnotizada ante el espectáculo. ¡Esto es algo en lo que nunca había visto antes! Mis bragas inmediatamente se inundaron en mis fluidos. Me dejó tan excitada que era lo único que pude pensar durante días. Por lo cual seguí investigando sobre este tema. En un foro de zoofilia otros chicos, a petición mía, lo admito, me enviaron más gifs de perro/mujer y algunos videos cortos, lo que me puso más caliente y ansiosa aun, pero nunca pensé que terminaría por probarlo yo misma. Así que decidí idear un plan para hacer realidad mi fantasía sexual.

Mis padres son médicos, así que algunas noches ambos trabajan y yo me quedo sola en casa, y por la pandemia de covid 19 sus guardias has sido más seguidas y algunas veces pasan hasta 2 días en el hospital, así que disponía de tiempo pero no de un buen perro que me hiciera suya; después de tanto pensar y pensar en esto, tuve una maravillosa idea, recordé que mi amigo algunas veces me había permitido pasear a Sansón, así que esperé el día en que mis padres estuviesen todo el día en el trabajo, llamé a mi amigo y les pregunté si podía llevar a Sansón a mi rutina de running, ya que por disposición del gobierno ahora estaba permitido salir a pasear a nuestras mascotas. Estaba tan emocionada y nerviosa cuando hablé con él, que me preguntó si estaba enferma o algo, solo atiné a decirle que tenía mi periodo y los cólicos me estaban matando, para generar más presión en su ego masculino, así que me despedí y quedé de confirmar el día que pasaría por mi futuro amante.

Pasaron algunos días y por fin mis padres tenían guardia al mismo tiempo, así que la noche anterior le dije que pasaría al siguiente día temprano para lo que sería la cita amorosa más excitante de toda mi vida, pasé la noche sin poder dormir y con mi vagina caliente, me masturbaba pensando en lo delicioso que sería coger con Sansón y si tendría la misma fuerza de los perros que había visto. Los orgasmos que tenía eran brutales, teniendo que poner la almohada en mi boca para no despertar a mis padres con mis gritos placenteros. Al amanecer mis padres se fueron temprano a su trabajo, esperé algunos minutos para evitar que regresaran y me dañaran mis planes. Estaba tan caliente que no pude resistir masturbarme otra vez como posesa imaginando cada detalle de ese idílico encuentro que había planeado. Me vestí con un top deportivo, unas bragas de color blanco con encaje, unos leggins que se ajustaban perfectamente a mi cuerpo y que marcaban mi entrepierna, y las zapatillas de running. Salí de la casa y empecé a hacer los ejercicios de calentamiento, no los previos que había hecho en casa antes de salir, aunque las ganas eran inevitables. Comencé a trotar calle abajo hacia la casa de mi anhelado macho. Al llegar la alegría de mi amigo era mayor que la de Sansón, me excitaba pensar que al final quien sonreiría seriamos mi Sansón y yo. Él quería acompañarnos, pero le recordé que no era posible por las restricciones de la cuarentena, pero que si no quería prestarme a Sansón me iría de allí sin problema, puse mi cara de ángel enojado y desistió de acompañarme, le di un beso muy cerca de su boca y pegue mis tetas a su pecho que de la excitación ya tenía los pezones duros para que se sintiera mejor, tomé la correa de Sansón y salí trotando de allí con este enorme weimaraner a cuestas.

Lo llevé hasta un parque que está cercano a mi casa y empezamos a trotar con el fin de disimular un poco mi estado de excitación, pero esto no duró mucho tiempo y lo llevé hasta mi casa, entramos rápidamente para evitar las miradas de los vecinos, pero por ser temprano la mayoría aún estaban en cama, al ingresar a casa cerré la puerta lo más rápido que pude, las cortinas y persianas. Él me conocía, así que estaba muy relajado y cómodo. ¡Todo salió bien! Yo estaba muy nerviosa, mis tetas se querían salir del top y mi vulva era una gran fuente de fluidos y el calor se había apoderado el ambiente, así que lo llevé al cuarto de servicio que estaba vacío desde que nuestra maid se fue a su casa a pasar la cuarentena. Me pareció el mejor sitio para disfrutar de mi fantasía. Puse varias toallas sobre el suelo y me quité toda la ropa, me sentía sexy, ningún hombre me había provocado a desnudarme tan rápido como él lo hacía. Sansón me miraba sin saber qué extraño comportamiento tenía esta humana, así que para tranquilizarlo me arrodillé junto a él y comencé a acariciarlo y hablarle dulcemente, le preguntaba si alguna vez había comido perrita humana, si quería montarme, si yo sería su novia preferida, porque era el semental de algunos criaderos de esa raza de perros.

Mi mente era un océano de pensamientos sucios y calientes, sentía que llegaría mi primer orgasmo sin tener contacto en mi sexo, solo por la fuerza y energía sexual que había en esa habitación en ese momento, él parecía sentir que algo placentero iba a suceder, pues cuanto más lo acariciaba y frotaba su pelaje más meneaba la cola. Lo empujé un poco sobre su espalda y comencé a frotar y rascar su estómago, moviendo mis manos más cerca de su verga, no quería asustarlo ni nada, parece que le gustó cuando empecé masajeando su verga y sus bolas, comenzó a hacer sutiles ruidos que parecía gemir suavemente. Por mis piernas sentía correr todos mis fluidos, así que tomé un poco entre mis manos para lubricar la rica paja que le estaba haciendo. Al ver su roja verga brillando por la cantidad de mis fluidos mi vagina empezó a contraerse y sentí esa electricidad sexual llegar hasta mi clítoris y explotar en un orgasmo sublime que recorrió todo mi cuerpo hasta mis ojos, los que se llenaron de lágrimas de placer, la onda expansiva llego hasta el dorso de mi primer dedo del pie izquierdo en donde sentí el hormigueo que pocas veces he sentido cuando mi placer esta al máximo. No lo podía creer, fue un orgasmo espontaneo, había oído hablar de esa experiencia, algo que ningún hombre había logrado, lo logró Sansón sin siquiera estimularme físicamente.

Una vez que mi cuerpo volvió en control, seguí masajeando su verga, estaba muy dura y comenzó a extenderse: muy rojo y de aspecto húmedo, más aun por mis fluidos. Él tenía una erección increíblemente enorme y su bola también era muy grande, muy hinchada y roja. Creo que él sabía lo que quería que hiciera, porque rodó sobre sus pies, me asusté pensando en que lo había lastimado, pero se fue directo a olfatear y lamer mi vagina, me senté al borde de la cama, abrí mis piernas y él solo movió su cabeza hacia mi entrepierna. No necesitaba más a partir de ese momento, simplemente me recosté y dejé que me lamiera todo el tiempo que él quisiera. ¡Estaba goteando literalmente, no sabía si era su saliva o mis fluidos, pero la humedad era abundante! Miré hacia abajo y vi que esa erección enorme y rígida desaparecía, por lo que me preocupe al pensar que había perdido interés, pero estaba equivocada, solo preparaba a su pequeña perra con deliciosos juegos previos; lo supe porque intente pararme para volver a masturbarlo, ante lo cual se levantó tratando de montarme, así que, para estar segura, me levanté lo que parecía no gustarle porque dio un ladrido de molestia.

Era el momento que llevaba varios días esperando, estaba decidida a intentar la anhelada penetración, pero se acostó sobre las toallas y decidí devolverle el favor con la mejor de mis felaciones, cuando empecé a chuparla su verga creció dentro de mi boca, casi de inmediato estaba rociando liquido preseminal muy caliente y acuoso, su sabor no era desagradable, no era semen, eso vino después, este líquido acuoso me rociaba, mi cara especialmente. Tenía miedo de que eyaculara en mi boca, así que dejé de chupar. Quería su semen dentro de mí. Quería que me dejara la vagina llena de su semen. Me fui de nuevo hasta el borde de la cama y lo llamé para que viniera a mí. Me acomodé en cuatro con mi torso sobre la cama, él se paró sobre sus patas traseras y me montó, mientras guiaba su enorme verga dentro de mi vagina. ¡Dios, me estoy poniendo caliente con solo recordarlo! Entonces, él tenía sus patas delanteras contra mis caderas y costillas, me dio fuertes arañazos, nadie me advirtió sobre esto. Sentía la punta de su pene golpear entre mis labios vaginales, no sentí dolor, solo el calor de su verga abrirse paso en mi vagina. Cuando sintió mi caliente humedad, su cadera empezó los movimientos coitales más enérgicos que mi útero ha sentido, literalmente lo sentí en mi útero.

¡Sansón me follaba muy duro! Que sensación tan placentera, solo los perros pueden llevar a una mujer hasta este punto de dominio sexual. Sus patas estaban apretadas alrededor de mi cintura muy, muy duro. Quiero decir que estaba bombeando hacia mí mientras sus testículos se estrellaban contra mí clítoris, cada vez más rápido, multiplicando infinitamente el placer, Él también lo disfrutaba, jadeaba mucho y su saliva bañaba mi espalda y cuello, no podía creer que el sentir su saliva escurrir por mi cuerpo me hacía sentir más dominada, más perra. Mi vagina, mi placer y mis deseos de ser una hembra caliente, le pertenecían solo a Él. Sansón ya estaba listo para acabar. Estaba tan embriagada por la pasión que me puse en pompa para que sus embestidas fueran más profundas, me bombeaba tan duro que me empujaba hacia adelante en la cama hasta que estuve prácticamente acostada sobre esta. Mis manos estaban delante de mí sosteniéndome ante el embate de su verga, sus patas me rodeaban con fuerza. ¡Qué macho tan hábil! Con mis fluidos y su líquido preseminal que salía a chorros por todas partes y dentro de mi vagina, me estaba empujando tan fuerte que su verga llegó hasta el fondo, él y yo, macho y hembra unidos por sus sexos y por la lujuria seguimos cogiendo cada vez más fuerte. Mis orgasmos venían uno tras otros, no hubo dolor, solo placer, antes de que mis orgasmos finalizaran, su bola estaba completamente dentro de mí. No me importaba lo que pudieran pensar sobre mí si me encontraban en esa situación, porque se sentía tan bien tener su enorme verga y bola adentro, quedando sensualmente abotonados en medio del mar de orgasmos que estaba recibiendo y ese maldito deseo de seguir siendo su perra hasta que él se cansara. Los orgasmos continuaban, no se detenían, me encantó la sensación de su áspero pelaje en mi piel suave y su rudeza, su brutalidad animal empujándome toda verga dentro de mi tierna vagina mojada.

Entonces fue el turno de Sansón. Ya no era liquido preseminal, ahora me estaba llenándome con mi semen, me di cuenta por el empuje profundo y más enérgico que hizo mientras disparaba sus pegajosos espermatozoides en lo más profundo de mi matriz de perra en celo; lo logró, dejo todo ese cálido semen dentro de mis entrañas, sus vaivenes se hicieron más calmos, simplemente dejó de empujar, ya su hembra estaba abotonada y se quedó allí o más bien, acostó contra mí su pecho, mis tetas eran bañadas su saliva que había bajado por mis costillas, su cabeza sobre mi hombro por el tiempo que le tomara a su verga llenar lo más profundo de mi ser. Estaba quieto y solo se quedó allí dentro de mí, pude sentir su calor, la viscosidad de su semen escapando de nuestra unión, llenando toda mi vagina y cayendo lentamente por la cara interna de mis muslos. Cada vez que intentaba sacarlo de mí, su nudo me hacía daño, era tan grande, así que tuve que permanecer pegada a su miembro durante unos quince minutos. Yo solo lo sostuve de sus patas traseras y lo dejé lamer mi cara para mantener nuestro salvaje amor. Cuando pude sacarlo de mí, vi la inmensa monstruosidad que había invadido mi conchita, nunca pensé ser capaz de soportar la descomunal verga de Sansón. Yo no tenía fuerzas, todo mi cuerpo temblaba al ritmo de la palpitación de su verga al aire libre, no quería perder una sola gota de su elixir divino desperdiciada en el suelo, así que con las fuerzas que me quedaban lo metí en mi boca, y chupe todo el semen hasta que se fue haciendo pequeño de nuevo y volvió a la normalidad. ¡Sansón era un perro feliz!

Volví a la sobriedad después de la embriaguez por la cogida que acababa de tener, pero estaba exhausta. ¡Me había convertido en un desastre pegajoso! Su semen salía de mí y mis manos no podían contenerlo para llevarlo a mi boca, estaba sobre mis piernas y abdomen, su liquido preseminal se había secado por toda mi cara, mis tetas y en todas partes. Mi cabello se había endurecido al secarse su viril eyaculación, tenía el olor de su semen en mi cabello, en mis brazos, en todas partes, mi alma de hembra en celo tenía el aroma del semen de su macho. Eso pareció volver a excitarlo, me estaba olisqueando y relamiendo por todas partes, como revisando su obra, supongo. Pude notar como volvía su erección, así que decidí intentarlo de nuevo. Me acosté sobre la cama y dejé que me montara de nuevo esta vez frente en un lindo misionero Inter especie. Algo que nunca en mi corta experiencia sexual vi hacer a un hombre, su erección era fuerte al instante, fue el mismo empuje frenético de un macho para dejar descendencia en el interior de su receptiva hembra; otra vez, su nudo volvió a deslizarse dentro de mí, su eyaculación fue esta vez mas presurosa, acabó de nuevo dentro de mí en una serie de gruñidos de placer para perros. Con sus patas me apretaba los costados con tanta fuerza que me di cuenta de que estaba realmente disparando hasta la última gota de su semen dentro de mí. También me acabé muy fuerte que grité con todas las fuerzas de mi ser, tuve que apoyarme contra la cama  para aguantar la fuerza de su deseo; llegó mi segundo orgasmo, justo después de que Sansón había disparado su preciosa carga en mí. Su nudo salió con más facilidad en esta posición, los dos estábamos jadeantes de tanto placer, me quedé recostada sobre la cama y descansé alrededor de media hora. ¡Él me encantó!

Me desperté de mi letargo postcoital cuando Sansón de un salto se subió a la cama, también estaba cansado y que mejor forma de descansar que acostado al lado de su nueva perra mujer, me acerqué a él y lo abracé, me había dado los más intensos y electrizantes orgasmos de mi vida, en ese momento era realmente feliz, deseaba seguir siendo cogida por él cuando tuviera oportunidad, ser una verdadera perra para mi Sansón. Pude ver como la deliciosa punta de su verga permanecía asomada, tentándome al pecado, así que lo tomé con mi mano y lo metí en mi boca, la posición era muy incómoda, así que decidí ponerme de rodillas en el piso justo en el borde de la cama. Lo acerqué frente a mí para seguir disfrutando de su libidinoso manjar, presionaba suavemente sus testículos, la fuente del vicio de mis entrañas, su semen salía por la comisura de mis labios y caía sobre mis manos y yo chupaba con devoción, algunas veces salía de mi boca y caía sobre mi mis tetas y mi vientre. ¡Quería saber cuánto esperma caliente podría disparar este perro! Sansón parecía muy, muy contento de tener una amiga humana tan atenta y en celo, alguien que se encargaría de que tuviera una buena experiencia cuando lo llevase a pasear.

Para entonces ya habíamos terminado, así que me di una corta ducha, pero no lavé mi vagina, ni lave mi boca, quería su olor en mi sexo y su sabor en mi boca, lo llevé a la casa de mi amigo, durante el trayecto de regreso podía sentir como sus semen empapaba mis bragas, mi vagina era una cascada de semen canino que formaba un rio que bajaba por mis muslos, era tanta la descarga que apareció una macha de humedad en el área de mi trasero, de la cual se percató mi amigo, quien creyó que se trataba de un accidente menstrual, me sentí sonrojada y excitada. “Debió correrse la compresa” –fue lo que se me ocurrió decir, me ofreció su casa para cambiarme, pero desistí de esto porque sabía que no era mi periodo lo que bañaba mi entrepierna. Me despedí cariñosamente de mi amante canino y en agradecimiento a amigo le di un largo beso para dejar algo de semen en sus labios. Él nunca sabrá nada de lo que hicimos esa mañana.

Desde ese día mi amigo me dice que su perro prefiere salir a correr conmigo y esas ocasiones llega exhausto a casa, no sabe cómo le descargo su energía sexual. En recompensa lo dejo besarme sin saber que tengo la boca y mi sexo lleno del semen de Sansón. Sansón es un perro muy afortunado y yo soy una universitaria en celo muy satisfecha. Ahora yo trato de coincidir mi ovulación con los encuentros con Sansón, él percibe mi aroma de hembra caliente y no tengo que esforzarme para recibir todo ese semen delicioso en mi conchita y deleitarme en las cogidas y orgasmos que me da, soy su perrita en celo, siempre lista cuando podemos para complacerlo.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

viernes, 26 de julio de 2024

157. Mi amiga la ex monja


La conocí en el colegio de mi hijo. Era la profesora de religión. Había sido monja durante siete años, al parecer no estaba hecha para esa vida de encierro, oración, penitencia y servicio a Dios. La verdad no me interesaba mucho su vida dentro del convento pero por la confianza que habíamos adquirido teníamos alguna conversación con un “toque extra” para mantenerme lo suficientemente embobado. La muy puta me contaba las cosas que hacían para mantener sus instintos a raya, para no hacerles tan largo el relato, le contaré que como coge, podría decirse que en el claustro se aguantó las ganas que ahora la consumen. Me contó que en el encierro religioso solamente podía acudir a la masturbación bajo las sábanas, cuidando de que ninguna otra monja la estuviera vigilando. Muchas de las que allí estaban también se salieron de la vida monástica debido a la gran cantidad de lesbianas que habitan esos lugares. La gran mayoría de las mujeres que se quedan allí, lo hacen porque tienen a la mano otras monjitas que les dan lengua y dedo en sus orificios, pero al parecer no era muy lesbiana que digamos, porque no se aguantó las ganas de tener una verga tiesa y caliente en esa vagina exquisita que tiene y se salió de allí, para embarcarse en el proyecto de ahí en delante de ser maestra de religión y bueno, ya saben dónde.

La primera vez que la vi, le ofrecí mi amistad, la cual aceptó gustosamente, aunque estaba pasando por un duelo amoroso ya que el cura del barrio, de quien era pareja en ese tiempo, la había dejado. Le era muy difícil al curita hacer misas recordando cada vez que levantaba el cáliz, como se le abría el ano a la monjita ésta a quien le encanta el sexo anal e igualmente le era difícil seguir con su celibato, imaginando cómo cada día la monja le mamaba la verga hasta la acabar y que ella se tragara hasta la última gota de su semen. El caso es que de cierta manera fui su paño de lágrimas. Hicimos buena amistad y sobretodo me gustaba que ella hubiera generado una hermosa amistad con mi hijo, con quienes jugaban como dos críos. Desde mi separación, ninguna amiga mía tenía tal capacidad de ganarse la confianza y el cariño de mi hijo.

Cierto día, la ex monjita trajo a casa de mi madre, donde yo vivía, una película especial. Era la historia de amor imposible entre dos santos de los cuales ya ni recuerdo el nombre, era un santo de los monjes franciscanos, creo y ella una monja de una orden muy estricta, pero estaban enamorados hasta el tuétano. Un amor imposible, mejor dicho. Mientras veíamos la película, todos en una cama grande, tapados con una sábana, la susodicha se dejó tomar la mano. Me entrelazó sus dedos a los míos y entonces instantáneamente comprendí que quería afecto. No hizo falta una semana para que volviéramos a ver una película, ésta vez en casa de un amigo debido a que era muy tarde y la mamá de la ex monja cerraba con llave y seguro a las 9:00 p.m. Entonces ella decidió quedarse conmigo esa noche para madrugar en vez aguantarse el regaño de su mamá al siguiente día.

Esa noche yo estaba muy caliente, pensaba en todas las cosas que podría hacer con la maestra de religión y comprobar de primera mano lo puta que decía ser. Comimos algo mientras charlábamos, su sonrisa era maliciosa, como incitando a que avanzara más allá. Se me hizo fácil acariciar sus tetas y besarla, ella se dejó llevar gustosa, cuando mi mando estaba bajando para meterse debajo de su falda me detuvo, me dijo que estaba en su periodo. Quería que le chupara las tetas, luego me pidió que le mordiera los pezones, yo lo hice con delicadeza, pero la perra quería que se se los mordiera con fuerza y alrededor de los pezones. Era la primera vez que tenía ante mis ojos una mujer que le gustara el sexo rudo. “¡Muérdeme con fuerza!” –me pedía de manera suplicante. Obviamente lo hice, ya que la calentura era más que mi cordura, la mordía con tanta fuerza que quedaban las marcas de mis dientes en su areola, ella lo disfrutaba, podía ver en sus ojos la lujuria manifiesta. Sus pezones eran exquisitos y ella daba pequeños alaridos de dolor pero que pronto se trasformaban en placer, era tan morboso que al apretar ella se paraba en la punta de los pies sin dejar de gemir. Quizá algún cura la acostumbró a eso, quizá la castigaban así los curas, por puta, por hacerlos caer en el pecado, o quizá las monjas en el convento la tenían acostumbrada a morderle esas tetas para calmarle sus ganas de verga por todos sus orificios.

Nos fuimos a mi habitación para seguir en ese perverso juego, ya no le presté mayor atención a sus gustos peculiares, sino que me dejé llevar para saber las cosas que a la zorrita de la profesora le calentaba. Ya en ropa interior se olvidó por completo de que su vagina sangraba y quiso complacerme. Yo me le puse a horcajadas sobre su delicioso cuerpo, la besé hasta la cintura y me quité el bóxer para que viera mi verga erecta y goteando. Mi verga estaba inundada por el líquido preseminal, ya que la zorra me tenía demasiado caliente. Ella se abalanzó como una loca hambrienta de verga y me la chupó como una desesperada. ¡Cómo me tenía la gran puta! Se tragaba mi verga hasta el fondo con locura, incluso babeaba al chupármela hasta el fondo y cuando lo dejaba de hacer mi verga salía con un hilo de saliva que se unía a su boca. “¡Sigue chupándomela putita!” –le decía. Era obediente y seguía como endemoniada pegada a mi verga. Era todo un placer morboso verla, me calentaba demasiado. “¡Abre bien esa sucia boca y traga!” –le decía, ella hacía caso al instante. Con su boca abierta me podía coger esa boca hasta donde yo quisiera, sin darle si quiera la oportunidad de respirar, quería que babeara, quería que se ahogara y que no se detuviera hasta que me sintiera satisfecho. Golpear sus mejillas con mi verga me ponía demasiado caliente, pero más me calentaba su cara de puta caliente queriendo recibir más. Ya no aguantaba las ganas de meterle la verga y hacerla gemir como cerda. “Solo la puntita” –dijo ella. Se quitó la ropa interior y dejó ver ese cuerpo esculpido por los dioses de la lascivia listo para ser usado por mi perversión.

Una vez acomodado en la entrada de su vagina pude sentir cómo estaba de mojada, chorreaban sus fluidos mezclados por la sangre de su periodo. Estaba apretada, a la final parece que en el convento no se la habían cogido los curas por su conchita, quizá solo por el culo o por la boca. Lentamente metí la punta de mi glande, pero mi calentura me hizo que se la meta de un solo empujón. “¡Ah, sí, que rico!” –dijo gimiendo. Sus deliciosos gemidos eran impresionantes mezclados con esa voz calentona con la que decía: “¡Se siente rico, papi! ¡Dame duro! ¡Tú verga me quema! ¡Soy tu perra, tu puta!”. Escuchar lo cerda y puta que era para coger me ponía mucho más caliente y quería solamente hacerla sentir mi verga bien duro en sus entrañas, le di como a una puta realmente como a un objeto de placer, más que como a una amiga. Agarrada de sus tetas, las apretaba, enterraba sus uñas y gemía como la puta que era, verla así de caliente era un deleite para mis lujuriosos ojos. Entre las brutales embestidas que le daba, ella ponía sus ojos en blanco y mordía su labio, sin duda era una puta en toda la extensión de la palabra. No podía contenerme las ganas de acabar, intentaba luchar pero cuando mi verga se empezó a descargar en su interior, ella dio un agónico gemido seguido de intensos espasmos que la hacían lucir sensual. Ambos éramos presa de un delirante orgasmo que nos dejó rendidos. La mañana llegó y se fue a su casa, en donde tuvo que aguantar el regaño de su mamá por no haber llegado. Según me contó que ese día se sintió empoderada y le dijo que se iría de la casa a vivir sola, que era ya mayor de edad para estarla regañándola por si salía o no salía y ya no iba a aguantar más. Arrendó un pequeño departamento en el centro de la ciudad, donde podía entrar libremente.

Cada encuentro que teníamos era más perverso que el otro, ella apenas entraba me recibía con una exquisita mamada, que me llevaba a las alturas de ese cielo lujurioso inundado de placer. La tomaba del pelo y me follaba su boca violentamente, se atoraba, tocía pero su necesidad de sexo la hacía vulnerable a mis deseos. Yo enloquecía al sentir como su lengua se enredaba en mi verga y la lamía, luego la sacaba de su boca y la engullía completa. Le gustaba saborear mi semen, era una adicta a que acaba a su boca y yo la complacía, ya que me encantaba verla beberse hasta la última gota. Su cara de puta caliente al hacerlo me calentaba haciendo que mi lujuria creciera cada vez más. Después nos íbamos al cuarto en donde daba rienda suelta a mis deseos lujuriosos y me la cogía como un loco, siempre el agujero encargado de darme placer era su ano, cada vez que se la metía se sentía más apretado y me encantaba dejárselo abierto. Escucharla suplicar que no parara hasta que su culo ya no diera más era excitante, pedía que le diera con fuerza, que no importaba si le dolía, solo quería complacerme aun a costa de su dolor. Me gustaba ponerla en cuatro y nalguearla mientras se lo metía, ella correspondía con sensuales gemidos y palabras sucias, lo que volvían más placenteros esos perversos encuentros. “¡Rómpeme el culo! ¡Soy tu puta! ¡Dame con fuerza!” –me decía envuelta en lujuria. Era tan puta y gemía de manera tan salvaje que sus gemidos se escuchaban por todo el departamento, y creo que hasta en los pasillos. Lo más delicioso era escucharla pedir que le llenara el culo de semen, cosa que hacía sin pensarlo, ya que su culo apretaba mi verga de forma tan deliciosa que terminaba bufando y gimiendo cuando mi verga se vaciaba en su culo.

Una noche estaba demasiado caliente, decidí ir a ver a la puta a su departamento, había salido recién de la ducha y estaba acostada. Cuando entré a la habitación solo estaba tapada con la sabana ya que le gusta dormir desnuda. Me quité la ropa y me acosté a su lado, al sentir mi mano acariciando sus tetas, se dio vuelta y empezó a chuparme como bien sabe hacerlo. Esa noche fue diferente porque estaba con un collar con una imagen de la Virgen y al chuparme la verga la medalla masajeaba mis testículos, fue algo morboso y caliente. Le quité la medalla y la puse en el velador y le dije que siguiera chupándomela sin detenerse. Ella obediente se la tragaba completa como la buena puta que es. Cuando estaba a punto de acabar tomé la medalla y la puse cerca de mi verga, llenándola de semen, ella sonrió de manera maliciosa y me dijo: “¿Me vas a hacer compartir tu semen con la Virgen?”. La miré y le respondí: “¡Lame puta!”. Con la obediencia que le caracteriza empezó a lamer y a degustar mi semen, la imagen era sensual y profana pero ambos lo estábamos disfrutando. Luego la hice que se pusiera de pie y que se apoyara con las manos en la pared, tenía preparado algo que a ella le iba a encantar. Busqué en su ropa interior y puse en su boca una de sus bragas, tomé mi pantalón y saqué el cinturón, le susurré al oído: “¡Ahora veré qué tanto te gustan los azotes, putita!”. Ella respiró profundo y asintió. Sin que le dijera nada puso su culo en pompa y ante tal regalo no podía negarme.

Empecé a azotar sus nalgas primero despacio, a ver si era capaz de aguantar, luego iba aumentando la intensidad, fue ahí que ella empezó a retorcerse y a respirar más agitado. Movía sus nalgas como si disfrutara de los azotes. Seguí azotando sin piedad su culo hasta que ella tuvo un delicioso orgasmo por el solo hecho del placer que le causaba ser flagelada. Luego hice que se inclinara y mantuviera sus manos apoyadas en la pared. Acomodé mi glande en la entrada de su culo y la embestí con fuerza, si no fuera por la tanga que tenía en la boca hubiese dado un grito de dolor, pero como a la zorrita le gustaba que le dieran por el culo al poco rato se estaba moviendo siguiendo mis embestidas. “¡Toma perra!” –le grité mientras ella gemía, se le cayó la tanga de la boca y pude escuchar mejor sus calientes gemidos y alaridos de placer, que supongo se escuchaban en todo el edificio. “¡No lo saques! ¡Ábreme el culo! ¡Dale duro a esta puta!” –decía una y otra vez, poniéndome más caliente de lo que ya estaba. La manera en que se la metía era bruta, fueron varios minutos en que su culo estaba completamente sometido a mi verga. La tomé del pelo y la tiré en el piso, se puso en cuatro esperando a que siguiera dándole verga. Seguí dándole por su culo de forma despiadada, sus gemidos cada vez se acrecentaban, era delirante escucharla. La tomaba del pelo y se la metía hasta el fondo sin darle respiro. Luego me tumbé en el piso y le dije que se subiera a horcajadas encima de mí, su culo abierto no opuso resistencia y dejó entrar mi verga sin problemas. Le apretaba las tetas y le retorcía los pezones, la zorra estaba como una bestia salvaje y caliente. Me miraba y abría su boca cada vez que le mi verga le llegaba al fondo. No pasó mucho para que otra vez tuviera un orgasmo lleno de gemidos y gritos de intenso placer. Ya no podía contenerme más, la verga me palpitaba, sentía que pronto iba a eyacular, ella también lo notó y me decía sin parar de moverse: “¡Llena mi culo con tu semen!”. Fue una explosión de placer que me hizo acabar deliciosamente en ese rico culo.

Tirados en el piso, sudados y exhaustos disfrutamos de ese momento, estábamos llenos de lujuria, tanto que empecé a masturbarla, con sus piernas abiertas de par en par mis dedos jugaban en su vagina y se perdían en su interior sin dejar de masajearle el clítoris. Sus ojos mostraban la lujuria que la consumía y la manera deliciosa en que disfrutaba del placer, no pasó mucho tiempo para que me regalara un orgasmo morboso que la hizo escurrir sus fluidos por el piso.

Nuestra locura sexual sobrepasaba todo entendimiento y cada vez que estábamos juntos era un exquisito momento para dejar que la lujuria hiciera su parte.

 

 

 

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