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lunes, 24 de junio de 2024

147. Por una estúpida apuesta


Estaba estudiando mi primer año de Educación Superior y para la carrera que quise no me alcanzó el puntaje para la Universidad que aspiraba, por lo que tuve que hacerlo en otra ciudad. Alquiler compartido, fue la modalidad que me permitió obtener el alojamiento más económico, cuyo dato obtuve en la misma Universidad y apenas pude me mudé del hospedaje en donde estaba para allá.

Era una casa de 4 dormitorios y 2 baños que dividíamos su arriendo entre 6 estudiantes. Siendo el más pudiente Juan el arrendatario titular y a vista del contrato se dividían todos los gastos por igual entre cada uno, teniendo todos los mismos derechos y obligaciones. Juan que era el titular del arriendo llevaba viviendo más de dos años ahí y estaba en su tercer año de estudios, teniendo con él un simpático Golden que le hacía de compañía y a la vez de guardián de la casa cuando no había ninguno de nosotros en ella.

Al terminar el primer semestre de ese año, dos de nuestros coarrendadores desertaron de sus estudios y tuvimos que dividir el alquiler solamente entre cuatro mientras no llegara nadie más, por lo que me vi afectada en mi presupuesto, ya que mis padres no podían enviarme más dinero. Siempre apostábamos por cualquier estupidez con Juan y como yo no me mermaba casi ante nada, por lo general resultaba como vencedora. Primero era por cosas pequeñas como por quien pagaba la cena que habitualmente era pizza u otra comida chatarra y cosas así, pero después hubo involucrado dinero de por medio como por ejemplo que al ganar yo él me compraba algún libro que necesitara para mis estudios o algún set de apuntes. Pero obviamente subiendo el calibre de las apuestas mismas, llegando a ser lo más atrevido que me pidió y yo por ganar lo hice, fue que pusiera mis senos desnudos apoyados en el vidrio de la ventana que da a la calle por diez minutos continuos, en lo que claramente me tape el rostro con mi misma camiseta, pues si bien en ese barrio no conocía a nadie no era de naturaleza exhibicionista.

Luego se eso me apostó insistentemente a que no me atrevía a salir a pasear a su perro totalmente desnuda una vuelta a la manzana y luego quedarme todo el resto del día encerrada con el animal en el cuarto que ahora estaba vacío hasta la mañana siguiente. Apuesta que me negué a aceptar pese a lo tentador de la ganancia, hasta que me ofreció cubrirme tres meses de alquiler que más que caerme como anillo al dedo me dejaba al día con todo lo retrasada que estaba de mi presupuesto y haciendo de tripas corazón me comencé a preparar para ganar en aquella estúpida apuesta. Tomé prestados unos tacones rojos de otra chica que vivía en esa casa con nosotros, que yo nunca uso pero se caminar con ellos, me solté y ondulé el cabello que por lo general lo uso tomado, luego pintándome muy rojos los labios y depilándome el vello púbico, aproveché que no había nadie más en casa y poniéndole su correa al Golden lo saqué a dar la apostada vuelta a la manzana, que era la parte más difícil del desafío pues quedarme todo el resto del día encerrada con él y pasar la noche en esa habitación vacía no le veía ninguna complejidad.

La cuadra estaba compuesta por siete u ocho casas como la nuestra, más menos una cantidad similar de edificaciones de entre tres y cinco pisos, pero en el costado que daba a la avenida principal que pasaba por ahí solo había edificios de cuatro pisos y más habiendo en la mayoría de ellos locales comerciales en la planta baja, lo que implicaba mucha gente que me vería pasar desnuda con el Golden y ya cuando estuve ahí me di cuenta que Juan no me había impuesto un horario, y que pude haberlo hecho incluso de madrugada cuando prácticamente no anda nadie en la calle, pero ya estaba ahí y tenía que terminar de pasar. Casi todos los hombres se me quedaban mirando violándome con sus miradas, los más atrevidos me piropeaban y no faltó el par de enajenados mentales que me ofrecían sexo, sin tener idea del porqué de mi desnudez. De todos modos me sentí muy bien y muy femenina por haber cautivado la mirada de todos los hombres que me vieron pasar pues entre ellos había unos muy guapos y caballeros que trataban de disimular de algún modo, aunque de todas maneras traté de ocultar mi rostro dejando caer mi pelo sobre él, no siendo tan terrible dicha experiencia. Había hecho cuerpos pintados anteriormente en una protesta estudiantil con mi torso desnudo saliendo a la calle ya con mis senos pintados con acuarela, pero créanme que no es lo mismo.

Llegué a la casa y me tapé con la misma bata que salí que había dejado en el antejardín para que Juan no me viera, pero después que entré a la habitación desocupada encerrándome en ella, él golpeó pidiéndome la bata reiterándome que era totalmente desnuda sino perdía la apuesta y como ya había hecho lo más difícil se la tuve que entregar. Estando ya un rato ahí adentro no sabía qué hacer, me saqué los tacos y luego de pasearme un poco me senté en una alfombra que era lo único que había quedado ahí, hasta la cama se llevaron como para haber tenido donde dormir. Apoyé mi espalda en una pared y el perro se echó a un costado mío, por lo que aproveché de acariciarlo un poco, luego le hablé a Juan preguntándole si estaba ahí, a lo que me respondió “Obvio, si tengo que verificar que cumplas la apuesta”, y aproveché de solicitarle que no le contara a los demás de la apuesta ni que les mencionara que estaba desnuda, “No te preocupes, si les diré que te dije que esa habitación está embrujada y que por ahí iba la apuesta” me respondió ya que sabían lo de las tontas apuestas y a veces también participaban con él.

Llegó la noche y pese a estar bien cerrada la ventana, el ambiente estaba algo fresco, por lo que me recosté de lado en la pequeña alfombra y abracé al Golden para quedarme dormida, pero en mi cabeza quedó dando vueltas las miradas de los hombres sobre mi cuerpo desnudo y lo que podían haber estado pensando en ese momento, motivo por el cual creo que tuve sueños eróticos durante la noche despertándome por mis propios gemidos y una enorme cosquilla en mi vagina. Estaba de espaldas a piernas abiertas y el perro lamiéndome con muchas ganas, la intensidad del roce de su lengua me dejó perpleja y no reaccioné en el acto, solo seguí gimiendo por algunos segundo para luego incorporándome suavemente retirar su cabeza hacia atrás mientras no podía dejar de respirar agitadamente. Entendí que obviamente el perro no tenía la culpa y sentándome nuevamente con la espalda apoyada en la pared lo quedé viendo pero con la mirada perdida, él se acercó y me lamió el rostro continuando con el sudor de detrás de mis orejas y el cuello, lo que hizo que los pezones se me pusieran duros y humedeciera más de lo que ya estaba. El Golden agachó su cabeza y nuevamente se dirigió a mi vagina, no atreviéndome yo a detenerlo y dejándolo hacer, es más eché mi trasero para adelante curvando mi espala entre mis hombros y caderas, abriendo otro poco mis piernas y dedicándome a disfrutar de su hábil lengua que me hizo entrar en orgasmo en pocos minutos haciéndome ondular el vientre y temblar mis piernas. No recuerdo qué es lo que estaba soñando, pero sí que me estaban penetrando, pues el hurguetear de su lengua al interior de mi vagina eso simulaba y mis intensas ganas eso demandaban.

El Golden se retiró un poco y comencé a meterme un par de dedos, pero este animal puso su pecho sobre una de mis rodillas y abrazando mi pantorrilla con una de sus manos hizo un leve movimiento de coito, con lo que abrí grandes mis ojos y fui a mirar bajo su vientre, pero su pene se veía relativamente normal solo con una pequeña protuberancia atrás cerca de sus testículos. Me puse a gatas a su costado y apoyándome solo en mi mano izquierda, con la derecha le fui a tomar su verga, la que apenas se la tuve rodeada empujó para adelante desenfundando su rosada y delgada punta, pero dicha maniobra me asustó y se lo solté casi de inmediato, lo que el perro aprovechó para darme la vuelta y tratar de montarme, lo que también me asustó y bajé mi trasero al piso sentándome de costado quedándose el Golden con todas las ganas, pero no se impacientó y moviéndome la cola me volvió a lamer el rostro, demostrándome que era más cariñoso que ansioso. “Venga para abrazarlo” –le dije extendiendo mis brazos y él me puso sus codos sobre mis hombros permitiéndome rodearle su espalda con nuestros cuellos entrelazados así como estaba sentada en el piso, pero noté que instintivamente de todos modos movía su pelvis en actitud de apareamiento, por lo que saqué mi derecha de su espalda y fui a buscar su pene a tientas por debajo de su abdomen, el cual tanteé sin atraparlo ni rodearlo notando que su punta estaba húmeda y desenfundada, pero solo la puntita y esa protuberancia la palpé algo más grande de como la había visto, no pudiendo evitar el masturbarlo un poco para devolverle el favor por haberme lamido  tan bien la vagina hace poco. Se bajó para un costado sacudiendo sus caderas con su pene atrapado en mi mano y como mi izquierda me quedó libre aproveché de continuar masturbándome a mí misma.

Observé lo estúpido de la escena, pensando en que rehuí a su intento de montarme y ahora lo único que deseaba en ese momento era ser penetrada, vi que el diámetro de su verga había aumentado y esa protuberancia estaba enorme aún dentro de su funda pudiendo hacer de tope para que no me lo metiera tan profundo. No lo pensé más poniéndome en cuatro patas ofreciéndole mi culo, lo entendió de inmediato y se me subió por atrás, yo en mi calentura me apoyé en mi codo izquierdo y con la derecha por entre mis piernas fui a buscar su miembro para orientarlo a mi vagina, sintiendo muy rico cuando entró esa caliente verga y el perro pese a ya estar eyaculando ayudó a empujarlo más adentro, me apretó fuerte la cintura encajándome sus uñas y empujó aún más dando violentas embestidas que hacían sonar nuestros humedecidos sexos, hasta que tanto moverse esa descomunal bola se salió de la piel que la cubría y se fue para adentro de mi vagina haciéndome dar un corto y contenido chillido, pues estaba consciente que los demás dormían a esa hora.

Ya con su nudo adentro, continuó dándome verga por algunos segundos más, diría que casi un minuto y no sé si incrementó su eyaculación o fue mi percepción en ese momento en que estaba inyectándola directamente dentro de mi vagina que palpitaba a causa del placer, pues el conjunto completo de su verga repletaba toda mi conchita  sintiéndose fenomenal el latir de su bola en pleno contacto con mi punto G, pero fue muy poco lo que estuvo así acabando dentro de mí pues pronto se bajó para un costado y pasando la pata contraria a ese lado por sobre mi trasero, en la acción de darse vuelta su nudo estiró y expandió mis labios vaginales haciéndome doler tanto o más que cuando había entrado, quitándome el placer de esa caliente y latiente verga, el que se salió de una al instante que esa protuberancia traspasó el umbral de la entrada de mi vagina. “¡Maldito perro!” –le dije en voz baja y haciéndolo tumbarse de costado me volví a encajar su pene cargándome insistentemente en él hasta que entró su nudo. A horcajadas pasé a sentada de medio lado apegada a sus testículos, moviendo mi pelvis para seguir gozando de aquella verga que todavía escupía de su semen, quedándose él muy tranquilo y también disfrutando de lo que quedaba, más que molestarse creo que me lo agradeció y ni hablar de cómo jadeaba después cuando se la chupé para beber ese tibio semen que seguía brotando de su verga. Pese a lo adolorida, lo pasamos muy bien esa noche. Claro que ambas veces que su verga salió de mí vagina, el exceso de su semen escurrió hasta la pequeña alfombra que cobijó nuestro apareamiento o dicho de otra forma "fue nuestro nidito de amor”, bueno siendo lo relevante que esta quedó toda empapada, pero ya estaba comenzando a aclarar y ya luego podría salir de ahí, no necesitando dormir más en ese tapete, por lo que para borrar evidencias lo tiré por la ventana al patio trasero. Pero cuando me asomé por la puerta de aquella habitación, ahí estaba Juan despierto en un sillón y me esperaba con ropas mía para que me pusiera, las que le recibí con la puerta entreabierta por detrás de ella y él miró directamente al piso como buscando la alfombrita esa. Luego que me vestí le abrí la puerta, él entró acarició al perro y al cerciorarse que no estaba el tapete en el cuarto vio por la ventana que estaba tirado afuera, se agachó a acariciar al perro nuevamente pero esta vez lo abrazó con la mano izquierda por la cintura, pareciéndome que le tocó la punta de su funda y dejándomelo claro cuando se olió esa mano y se sonrió mirándome a la entrepierna, me dio la mano y me dijo: “Apuesta ganada, cuenta con los tres meses de alquiler gratis”.

Un rato después lo vi en el patio oliendo el tapete y con una evidente erección bajo sus pantalones, estaba segura que algo había escuchado tras la puerta de la cogida que nos dimos con su perro, que el olor de mi vagina en la funda del pene del animal, las manchas en el piso y los abundantes restos de semen en aquella pequeña alfombra le eran evidencia suficiente para estar seguro de que lo había hecho con el Golden y para ponerle la cereza al pastel, el perro no despegaba su nariz de mi entrepierna cuando andaba cerca de él, con lo que Juan comenzó a hacerme insinuaciones respecto a eso, no tardando en hacerme apuestas referentes a su perro hasta que directamente me ofreció dinero por verme teniendo sexo con él, siendo tal la oferta que sumada a mi necesidad de querer repetir la experiencia acepté. Para lo cual esperamos un par de fines de semana más, hasta uno en que todos los demás viajaron a sus respectivos hogares. Estábamos los tres solos ahí, así que decidimos hacerlo en la cocina para poder limpiar más fácilmente el piso, me desnudé y Juan también lo hizo, ante lo cual reaccioné frunciéndole el ceño y él me replicó que por qué no si estaba en todo su derecho, lo cual terminé aceptando. Luego tomó al Golden por su collar supuestamente para ayudarlo, pero el perro sabía lo que tenía que hacer y se me subió prácticamente solo cuando me puse en cuatro, obviamente dándome las correspondientes lamidas previas, pero Juan lo guió para que me penetrara a la primera y su nudo entró muy pequeño sin producirme dolor alguno, pudiendo yo percibir el proceso completo de su hinchazón al interior de mi vagina a  medida que me bombeaba brutalmente ese animal. Debiendo yo luego reconocer lo beneficioso de la presencia de Juan, pues sujetó a su mascota para que no se bajara y me permitió disfrutar de gran parte de su eyaculación con ese gran nudo latiendo en mi interior antes de colocarse por delante de mí ofreciéndome su verga, el cual no dudé en chupárselo en agradecimiento del placer que me estaba dando su perro. El muy estúpido sí, acabó en mi boca haciéndome tragar algo de su semen, lo que le hice notar que me molestó dándole un apretón con mis dientes, pero al muy depravado eso le gustó y me pidió más de aquello, dándome a entender su gusto por el masoquismo. Me permitió que clavara mis dientes en su glande en varias oportunidades mientras su perro seguía dándome verga hasta hacer que me pierda en el placer. Se colocó detrás sujetando al perro y disfruté extendidamente de su larga eyaculación, para luego permitirle a Juan hacer lo suyo y terminé siendo su prostituta privada y esclava sexual de su mascota.

 

  

Pasiones Prohibidas ®

sábado, 22 de junio de 2024

146. Sara y la penitencia

 

Sara se consideraba una mujer normal, era tímida y un poco vergonzosa. Era delgada, con no demasiadas curvas, pero a ojos de cualquier hombre era muy atractiva. Vivía en una pequeña ciudad de provincias y la habían educado en un ambiente muy conservador. Al cumplir los 30 se mudó a una gran ciudad donde no conocía a casi nadie. Al principio estaba feliz, paseaba e iba conociendo la ciudad. De vez en cuando salía por la noche pero su timidez le impedía acercarse a la gente y eso la frustraba, llevaba cuatro meses en esa ciudad cosmopolita sola, necesitaba sexo y algo de cariño.

Una noche al llegar a casa desesperada, se instaló Tinder, le parecía algo que estaba mal, pero le pareció un mal menor. Subió unas fotos en las que salía linda. Empezó a desfilar delante de su cara una enorme cantidad de hombres. Por fin se decidió a dar unos cuantos likes. Al cabo de 2 horas tenía 20 pretendientes y una calentura tremenda. A partir de ahí empezó una espiral de sexo desaforado, los hombres pasaban por su cama uno detrás de otro. Descubrió los placeres más oscuros y se dejó llevar por el sexo duro. Se dejó usar como una auténtica puta, se dejaba hacer de todo y eso la llenaba de placer, pero su sentimiento de culpa iba en aumento, cada vez era más puta y más caliente. Un día medio la violaron y tuvo el orgasmo más grande de su vida. Ese día, no pudo más y se marchó unos días a un pequeño pueblo a hacer un “retiro espiritual”. Necesitaba escapar, tomar nuevos aires, sopesar todo lo que estaba viviendo y buscar respuestas. Necesitaba salir de esa espiral de sexo.

A los dos días de dar paseos, decidió que lo mejor sería confesar, necesitaba aligerar su culpa. Entró en la iglesia y antes de que le ganara la vergüenza, se sentó en el confesionario y ahí sin pensarlo dos veces soltó todas las barbaridades sexuales que había hecho en los últimos meses. Al terminar su confesión se sintió  muy aliviada. Había llorado, pedido perdón y aceptó su penitencia. Al llegar al hotel hizo repaso a todo lo que le había contado al cura y cumplió penitencia arrodillada en el suelo frente a la cama. Del alivio paso a una calentura tremenda, no pudo evitarlo, abrió el Tinder y no tardó en encontrar compañía. Era un jovencito, casi un niño. Tal vez eso le excitó más, saber que tal vez sería el debut sexual de un inexperto. Lo invitó a la habitación. Al llegar el muchacho, era tal cual se veía en la foto, le dijo que pasara. Sara estaba ansiosa por hacer travesuras con aquel muchacho que tenía ante sus ojos, aunque nunca pensó llevarse la sorpresa con la que se encontró. Más que ella tomar ventaja de la situación, fue el muchacho quien la hizo descender al infierno con la lujuria de sus caricias, con la pasión de sus besos y con la perversión de sus embestidas. Una seguidilla de orgasmos la rodeaban, sentía que su sucia alma estaba en las puertas del infierno, las que se abrieron de par en par para dejarla entrar en ese lugar reservado para los lujuriosos y se encaminó por esos oscuros senderos hacia el placer.

Su cuerpo no daba pelea, estaba rendido, sometido a lo que ese jovencito le hacía. Cuando sintió que el cinturón del joven rodeó su cuello, se estremeció por completo, la hizo que se colocara en cuatro en el piso y como una perra la hizo caminar por la habitación. Después le dijo que apoyara su rostro en el suelo y levantara su culo lo más que pudiera; sin ningún cuidado el muchacho pervertido se cogió su culo, de nada le importaron las suplicas de Sara para que se detuviera, cada vez se la metía de forma violenta, arrancando de ella gritos intensos en los que se mezclaba el dolor y el placer. Con la furia en que la embestía Sara sentía como sus tetas se arrastraban por el suelo y su lengua se deslizaba por la alfombra. Estaba siendo poseída de la manera más perversa por un jovencito que ella creía novato en el sexo pero se la estaba cogiendo mejor que muchos hombres de acorde a su edad.

Después de darle por el culo de manera intensa y Sara ser azotada por un intenso orgasmo, la hizo ponerse de rodillas y apretando el cinturón en el cuello de ella, le dijo: “Ahora chupa, puta”. Escuchar esas palabras fue para ella como si hubiera detonado una bomba de desenfreno y sin contemplación se metió la verga del chico en la boca y se la chupó como una enferma. El muchacho marcó un ritmo casi endemoniado que ella poco podía seguir, porque cuando la verga le llegaba al fondo las arcadas afloraban, estar en esa situación para ella era algo perverso que la calentaba en demasía. “¡Sigue sucia puta chupando, no te detengas!” –le decía el muchacho, tomándola del cabello y moviéndose más rápido. Sara se sentía como una verdadera zorra siguiendo la orden de aquel muchacho que no tendría más de diecinueve años. Sentía como la verga del chico se hinchaba en su boca y palpitaba, sabía que el cualquier momento eyacularía y quería estar presta para no desperdiciar ni una sola gota de semen. Presa de su perversión siguió chupando hasta que al fin sintió como esa verga explotaba en su boca, invadiendo con su semen cada espacio de su boca, los certeros chorros de semen causaron en ella que tuviera un orgasmo que la catapultó al extremo. Con la boca engullendo semen y el culo abierto Sara vio como el joven se fue de la habitación sin decirle nada.

Quedó en el piso pensando y sintiendo culpable por ser tan vulnerable en cuanto a sexo se trataba, quería cambiar pero le gustaba que se la cogieran, en su pueblo era una chica que dominaba sus impulsos pero en la ciudad conoció un mundo desconocido y lleno de placer que la hizo prisionera. Por eso había recurrido a ese pueblo en donde nadie la conociera con la intensión de comenzar desde cero pero las consecuencias en vez de ser favorables se transformaban más un lujurioso problema. Resuelta, al otro día volvió a la iglesia, al tocar su turno de confesarse y lanzar la típica frase: “Padre he pecado”, le contó al cura la noche de lujuria que había pasado, como el joven se la cogió por el culo y que la había arrodillado y follado la boca de una manera salvaje, como había tenido arcadas mientras se la chupaba y como había acabado en su boca y tragado hasta el último rastro de semen. “Padre no se que me pasa, me encanta que me usen como a una puta” –le dice. “Hija, tienes que reprimir esos impulsos, tienes que controlarte, no quiero que te pierdas en el pecado, pareces una buena mujer.  Cumple la misma penitencia que la otra vez, y cada vez que tengas pensamientos impuros reza. Si necesitas ayuda, puedes acudir a mi” –le dice el cura con toda la paciencia del mundo. Sara se marchó al hotel y cumplió penitencia.

A los 4 días volvió a la Iglesia. “Padre he vuelto a pecar, necesito ayuda” –le dice angustiada. “Hija, ¿tan grave es? ¿Volviste a coger con ese chico?” –le pregunta el cura. “No padre, con ese chico no hemos vuelto a coger” –le dice ella. “¿Con otro chico entonces?” –pregunta el sacerdote. “No padre, con otros chicos, en plural. Fueron cuatro. No he podido reprimirme. Me han hecho cosas que nunca antes había hecho” –le dice ella con un toque de lujuria en su voz. “¿Pero estuviste con los 4 chicos a la vez?” –le preguntó. “No padre, soy puta pero no tanto. Uno cada día, pero no fue hasta el último, hasta que me decidí venir aquí, los tres primeros por así decirlo, fueron muy blandos” –le respondió. “Hija, me estás preocupando, pero que es lo que buscas en un hombre, ¿qué te hizo ese hombre para que te hiciera sentir tan bien?” –preguntó el cura con morbo. “Me trató como una puta. Me llevó a un establo, ahí me ató del techo, me dio con una vara de bambú en el culo, me amordazó, me penetró con consoladores el culo y la vagina hasta que me dejó bien abierta. Luego me metió su verga y termino follándome la boca. Cuando estaba tragando su semen me tomó del cabello y me llevó a una caballeriza, ahí me hizo chuparle la verga un caballo hasta hacerlo eyacular y beberme todo ese semen que botan. Lo filmó todo y se lo mando a sus amigos. Mientras lo enviaba, me hizo masturbarme y acabé como una perra en celo” –le respondió ella. “Hija estás llegando a unos niveles de pecado muy altos, muy feos a los ojos De Dios. Hay que hacer algo para detenerlo. Si quieres yo te puedo ayudar” –dice el cura. “Si padre ayúdeme, no puedo con tal vergüenza” –suplica ella. “Mañana ven a la sacristía a las 15:30 hrs., haremos un rito para alejar de ti el pecado. Te aviso que puede ser duro” –advierte el cura. “Lo que sea lo haré” –dice ella. “Muy bien, hija. Puedes irte y trata de mantener tus pensamientos alejados de la lujuria” –le dice. “Sí, Padre. Gracias por su ayuda” –le dice con agradecimiento.

Al día siguiente Sara estaba puntual en la iglesia. Tímidamente llamó a la puerta y le abrió el padre Miguel, al que solo reconoció por su voz pues no lo había visto. Era un hombre de 50 años, no muy alto, no muy flaco, pero con una mirada muy profunda. Una mirada que a Sara le transmitió mucha seguridad. “Para este rito debes tener los ojos vendados. ¿Estás de acuerdo?” –dijo el cura. “Si padre, lo que usted diga” –le responde. El padre Miguel le vendó los ojos y la tomó de la mano y llevó primero por un pasillo y luego bajaron unas escaleras. Sara notó la humedad y un olor a incienso. “Debes confiar en mí, hija” –le dice el cura. “Eso hago Padre” –le dice. “Ahora, para que esté rito tenga efecto, te voy a desnudar para purificar tus pecados y te voy a atar las manos, no te asustes” –le advierte. “No me asusto Padre, confío en usted” –le dice al cura. El padre la desnudó y descubrió una vagina perfectamente depilada, con unos labios carnosos y húmedos, unos pechos no muy grandes pero firmes y con pezones erectos, le ató las manos con unos grilletes y acto seguido le ató los pies. El cura tenso las cadenas de las manos y los pies hasta que quedó en forma de X. “Padre me estoy empezando a asustar” –le dice Sara. “Hija tenemos que purificar tus pecados. Confía en mí. Necesitas un castigo físico y espiritual” –le dijo el cura. Sara notó un latigazo en su culo, se asustó pero no dijo nada. Cuatro latigazos más le hicieron estremecerse. Se estaba poniendo muy caliente. Notó como la mano del cura le tocó los pezones que tenía tiesos. Le metió tres dedos primero en su boca y luego en su vagina que estaba ya chorreando  y le susurró al oído: “Hija eres muy puta, pero hasta que no aprendas a ser la más puta, no vas a parar de pecar. Aquí hemos venido a volverte la puta que jamás has sido para salvarte”. El cura aflojó las cadenas y Sara cayó de rodillas, el cura le metió en la boca su verga y empezó a follarle la boca. Se la metía muy profundo hasta conseguir arcadas y babas. Sara simplemente chorreaba mientras esperaba que la follara.

El cura se la metía en la boca sin misericordia hasta que acabó, le manchó con semen la cara, éste escurría y ella lo llevaba con su lengua a la boca para saborearlo. “Hija la chupas muy bien, pero aún no eres la más puta” –le dice el cura. “Quiero ser más puta padre, necesito que recupere fuerzas y me la meta” –dice ella suplicando. “No te preocupes hija, que ahora mismo vas a tener verga en tu concha” –dice el sacerdote. Aún con la verga del cura deslizándose por su cara, Sara notó como le tomaban de las caderas y la penetraban violentamente, acto seguido notó como se apartaba el cura y otra verga se metía en su boca. El placer que sintió fue indescriptible, no entendía nada, pero no paraba de sentir placer con esas dos vergas que ni sabía de dónde habían salido. Le desataron pies y manos y la llevaron en brazos. Se sentó encima del que estaba chupando y se metió esa verga en la vagina, acto seguido le metieron otra verga por el culo. “Hija, ¿ves como sí podías ser más puta?” –le dice el cura con una sonrisa pervertida en los labios. “Si padre soy muy puta” –le responde. “Para mi vas a ser aún más puta” –le dice el cura. “Lo que usted diga padre” –responde ella con convicción. Unas manos tomaron su cabeza y le metieron una verga de nuevo hasta la garganta, le costaba respirar, lloraba, vomitaba y seguía tragando verga.

Sintió aliviada al sentir que el que se la estaba metiendo por el culo descargó su verga, dejándole el orificio lleno de lleno de semen. Cuando se la sacó otra verga un poco más grande entró en su culito y se la cogió como poseído. “Hija ese culo que tienes hay que dilatarlo para que seas una puta de verdad, me tiene que entrar sin esfuerzos” –le dice el cura lleno de lujuria. “Padre esto es demasiado, le ruego que pare” –suplica Sara. “Pararemos cuando yo lo diga, tú no eres más que una puta del montón y hasta que no seas la más puta no te ganarás mi respeto” –sentencia el cura. “¡Por favor! ¡Oh qué rico me la meten!” –decía entre gemidos. “Creo que esta puta está así porque aún no ha acabado. Hagan que acabe de una vez, si no es con su verga, que sea con la mano” –ordena el cura. Entre los tres hombres que la estaban follando la levantaron y uno de ellos le metió 3 dedos en la vagina y empezó a follarla con la mano. Sara empezó a gemir muy fuerte,  el cura le quitó la venda de los ojos y Sara descubrió a unos diez hombres más. “Eres una puta y te van a follar todos” –dijo el cura. Sara, ante semejante panorama soltó un grito de placer a la vez que tenía un orgasmo demencial. “Ahora ya eres un poco más puta. Y vas a hacer lo que yo te diga” –le ordena el sacerdote. “Sí padre, haré lo que usted diga” –responde ella. “Toma bebe un poco de agua, te va a hacer falta” –le dice el cura. Según terminó de beber  la volvieron a penetrar por sus tres agujeros. Según se iban eyaculando unos, otros hombres tomaban el sitio que quedaba libre. Sara notaba como cada vez estaba más llena de semen, cada vez estaba más caliente y cada vez era más puta. “Ahora eres mi puta y ahora que estás reventada de verdad voy a meterte mi verga por ese culo que por fin tienes suficientemente dilatado para que entre” –le dice el cura con perversión. “Sí, Padre, use mi culo, cójaselo. Soy una puta hambrienta de verga” –dice ella con la calentura desbordando su cuerpo. Entonces, la verga del sacerdote se metió en su culo abierto y lleno de semen, ella gimió de placer al recibirlo.

Mientras, el resto de hombres formaron un círculo alrededor de la pareja, se pusieron todos a rezar y mientras el cura embestía el pobre culo de Sara le dijo: “Reza hija mía, reza”. A la segunda estrofa del verso recitado por Sara entre gemidos, el cura descargó su semen en el culo de Sara. Los hombres dejaron de rezar. Tomaron a Sara en brazos, le abrieron las piernas y la volvieron a follar con la mano. Esta vez, el cura recibió los tibios fluidos de Sara que salieron de su vagina. Se fueron turnando, hasta que todos recibieron el rocío tibio de la concha de esa chica. Sara quedó agotada, usada, sucia, inconsciente y según el cura, “putificada”. Se despertó en su hotel sin saber cómo había llegado hasta ahí. En cuanto recupero la conciencia se duchó, reflexionó sobre lo que había pasado y decidió marcharse lo antes posible. Al año volvió a ese pueblo. Esta vez acompañada por un hombre. Al segundo día, Sara fue a dar un paseo por la iglesia sola, entró y se sentó en el confesionario. “Padre, he pecado”.

 

 

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miércoles, 19 de junio de 2024

145. La señora amiga


Mi nombre es Susana, tengo 18 años y vivo en Santiago de Chile. Me considero una chica normal, aunque todos dicen que tengo una figura envidiable, 93, 60 y 97 son mis medidas, 1.68 de estatura y pelo hasta la cintura. Aunque eso no es lo relevante de lo que quiero contarles, sino algo que pasó a mediados de año. Mamá me mandó a cotizar un preuniversitario para prepararme para dar la prueba de selección a la universidad o un instituto profesional para tener una carrera, todo para el próximo año y no me quede de nana o empleada doméstica en casa.

Aunque me gustaba estar en casa, ya que podía estar desnuda y no tenía mayores obligaciones que cocinar y limpiar lo que ensuciaba. Uno de esos días en que estaba a mis anchas, desnuda acostada en el sofá de la sala viendo TV, Oso, mi perro me acompañaba echado al lado del sofá. Mi cabeza empezó a fantasear con coger y me calenté imaginando como una buena verga invadía mi conchita. Me mojé como endemoniada y me empecé a masturbar, cosa que hacía casi a diario. El hecho de que mamá trabajara no era impedimento para dejar que mis gemidos salieran con libertad. De pronto mi dulce perrito se quedó mirando como extrañado, tan caliente que estaba no le di mayor importancia y seguí masturbándome bien rico, gimiendo y delirando. Entonces la curiosidad le ganó y de un salto se subió al sofá. Intenté empujarlo pero su instinto había reaccionado a mis frenéticas ganas de sexo y me veía como una perrita en celo, empezó a olfatear mi vagina, fue una sensación de lo más excitante. “¿Te gusta?” –le pregunté, obviamente no tuve respuesta de él pero siguió y le puse mis dedos mojados para que pudiera olfatearlos, cosa que hizo al instante y los lamió. “¡Eres un perrito curioso!” –le dije. Él olfateaba buscando de donde salían esos fluidos que impregnaban mis dedos y que de vez en cuando le daba para que los lamiera.

Para mayor comodidad, como Oso es un perro de raza grande, un pastor alemán, me tumbé en el piso, él me siguió de inmediato. “¡De aquí salen!” –le dije golpeando mi vagina y abriendo las piernas lo más que pude. Entonces presuroso metió su nariz en mi entrepierna. “¡Vas bien Osito, sigue!” –le decía. Su lengua encontró el punto exacto de donde lamer para saborear mis fluidos pero lo grande y gruesa de su lengua hacía que mi clítoris fuera estimulado, lo que me ponía demasiado caliente y empecé a gemir. “¡Ah, sí, sigue Oso! ¡Qué rica lengua tienes perro maricón!” –decía gimiendo. Me tenía al borde de la locura con esa perversa lengua, me apretaba las tetas, mis fluidos eran bebidos por Oso y mi lujuria crecía mucho más. Me sentía tan caliente que no podía soportar, sin pensarlo mucho me puse en cuatro en el piso de la sala, entonces Oso se subió encima de mí atrapándome con sus patas y en un acto instintivo empezó a moverse tan deliciosamente que sentía como la punta de su verga intentaba buscar la entrada de mi vagina. Al fin pudo apuntarle y se movía bestialmente haciéndome gritar de dolor pero en cada embestida ese dolor se transformaba en placer, algo que me volvía loca y me hacía temblar. En esas deliciosas embestidas que recibía, noté como algo redondo y grueso entraba en mi conchita, al principio fue doloroso pero mi vagina se amoldó de manera perfecta. Las embestidas cesaron y Oso se quedó quieto, luego pasó una de sus patas traseras por encima de mí y girándose quedamos pegados culo con culo, fue una sensación exquisita, me sentía tan perra al estar así que solo gemía y balbuceaba de placer. No sé cuantos minutos estuvimos pegados pero si sé que estaba casi sin vida de tantos orgasmos que tenía, era sublime. Cuando su verga salió de mí fue como si se descorchara una botella de champagne y por el semen de Oso que de desbordó de mi vagina. Quedé tirada en el piso sin fuerzas, pero mi perrito me lamió para dejar limpia mi conchita y regalarme un último orgasmo. Fue mi primera vez con ese vigoroso animal, puedo decir que ha sido el mejor sexo que he tenido, aunque ya había cogido con chicos de mi edad, pero ninguno fue mejor que mi mascota.

No quería salir a buscar institutos o preuniversitarios, prefería seguir siendo la perra de mi mascota, lo pasábamos muy rico cogiendo cada vez que nos daban ganas, parecía que estábamos de luna de miel, pero mi madre seguía insistiendo, ya que como me dijo no quería que terminara de nana, así que obedecí a regañadientes porque debía dejar la mañana para salir y no podía empezar mi día cogiendo con Oso.

Era el tercer día que había salido a ver institutos y preuniversitarios, ya viniendo de vuelta el autobús quedó averiado y todos los pasajeros debíamos bajar a esperar el siguiente para seguir nuestro rumbo, pero yo decidí seguir a pie puesto que de aquel lugar a mi casa quedaban cerca de once cuadras y no tenía inconvenientes en caminar, pero habiendo avanzado una manzana y media, me topé con una señora de unos 55 años que estaba alimentando a un par de perros en la acera en dos tiestos que tenía atados a un árbol. “¡Que lindos! ¿Son suyos?” –le dije. Era un pastor alemán y otro que parecía bóxer atigrado pero su hocico no era tan corto. “¡Si, absolutamente míos! –me respondió en un tono gracioso que nos hizo a ambas esbozar una sonrisa. ¿Pero por qué les da de comer aquí afuera?” –le pregunté. “Es que adentro son muy territoriales y se pelean cuando se trata de alimento” –me respondió y yo mientras acariciaba al bóxer le repliqué con cara de incredulidad: “¡Qué raro, aquí se ven bastante amistosos!”. Su corto pelaje me permitía percibir su contundente musculatura bajo él, lo que me hizo excitar un poco y el perro lo notó inmediatamente encajando su nariz en mi entrepierna. “¡Parece que le gustaste!” –me dijo la señora haciéndome sonrojar y al mirarnos a los ojos yo supe que me hablaba de sexo, evidenciando mi vergüenza de que le había entendido y con el análisis de su respuesta inicial tuve la certeza de que ella también lo hacía con ellos.

La presencia de otra zoofílica en compañía de sus amantes, no hizo más que hacerme reventar la vagina en fluidos y ya ambos perros se interesaron de sobremanera en mi sexo no sabiendo yo que hacer. “¡Ay, estoy que me orino! ¿Me prestaría su baño?” –le dije ya que la excesiva humedad estaba sobrepasando mi calzón y ya mojando la entrepierna de mi jeans. La señora me dijo: “¡Si mi niña, pase nomás, al final del pasillo a mano izquierda está el baño!”. Entré rauda a secarme mi vagina y ponerme uno de los protectores que andaba trayendo en mi mochila, pero los perros entraron tras de mí y tuve que empujarlos para que me dejaran cerrar la puerta del baño. Era increíble la cantidad de ese cristalino y viscoso líquido que había liberado mi vulva, formaba hilos al pasarme mis dedos por ahí. Luego salí y los perros estaban detrás de la puerta esperándome, siguiéndome estos por el pasillo hasta donde me estaba esperando sentada la señora en la sala y noté que no había nadie más en esa casa, lo que le pregunté a ella y me lo confirmó indicándome que sus dos hijos ya son mayores y su marido trabaja en faenas mineras pasando pocos días del mes en casa. Me indicó que me sentara, a lo que le respondí que no, que tenía que llegar a mi casa a cocinar y hacer otras cosas, otras cosas que obviamente incluía llegar a coger con mi perro. Al quedarme de pie los perros nuevamente comenzaron a meterme sus hocicos por abajo, con lo que decidí sentarme para que no siguieran molestando, pero al estar más abajo, mientras la señora me hablaba, no podía dejar de observar la roja punta del pene del bóxer que algo se le asomaba, ya que al pastor no se le veía nada por su pelaje más largo. Trataba de disimular, pero ella ya me tenía plenamente identificada y me ponía incómoda su inquisidora forma de mirarme. Me volví a mojar y así sentada como estaba los perros igual fueron a hostigarme, estaba muy confundida no sabía si quedarme o salir arrancando. La señora notó mi incomodidad y directamente me preguntó: “¿Has oído hablar o sabes algo de la zoofilia?”. Los casi treinta segundos en que guardé de silencio me delataron. Ella se sonrió y yo me volví a sonrojar. “¡Si, es que no, no sé, ay perdón, lo siento, es que tengo que hacer!” –le dije y poniéndome de pie me fui sin dar mayor explicación. Salí de aquella casa y caminé rumbo a la mía sin mirar atrás, solo pensando en lo increíble de la coincidencia de haberme topado con otra mujer que se dejara o hiciera montar por su perro. Claro que ella tenía dos y eso me causaba una sana envidia, su actitud no fue invasiva ni me presionó por nada, solo que yo me puse nerviosa y no supe cómo reaccionar ante aquel encuentro.

Al día siguiente me fui a dar una vuelta por allá rondando el sector entre las 10:30 y las 11:00, que fue más o menos cuando salió a la calle y me acerqué a hablar con ella. Le pedí disculpas, entramos a su casa y le hice una serie de preguntas respecto a este tema, en donde ella me contó que lo había descubierto por sí sola al verse necesitada de sexo durante las ausencias de su marido, sus hijos para ese entonces estudiaban, pasaba sola en casa y tenía un solo perro, además que llevaba cerca de quince años haciéndolo y su primer amante perruno había fallecido hace tiempo. Bueno yo también le conté lo mío, quedó asombrada como se habían dado las cosas con Oso, ya que pasó sin buscarlo.

Ya todo conversado y luego de un momento de silencio, me comentó: “Sam es el que quedó más enamorado de ti” – haciendo referencia al bóxer, el pastor alemán se llamaba Rocky. “¿Le darías a probar de tus jugos al pobrecito? Porque me parece que te mojas bastante como para atraerlos tan luego” –dijo y sin esperar mi respuesta se subió la falda, corriéndose el calzón a un lado y llamó al pastor que de inmediato se puso a lamerla, lo que encendió el ambiente e hizo que otra vez mi vulva dejara escapar exceso de fluidos, provocando que Sam se viniera directo a mi entrepierna, pero yo andaba con jeans y me los tuve que sacar para poder dejar que me lamiera, aprovechando también de quitarme los calzones para no tener que estar corriéndolo a un lado, pero estando ahí sentada en un sillón, el bóxer luego de devorar los fluidos de la entrada de mi vagina pronto se montó en mi muslo derecho ya queriendo coger y yo la muy caliente me bajé a posición de perrita en el acto. Teniendo ambos experiencia en esto, fue cosa de segundos para que ya me la estuviera metiendo profundo, lo que sumado a la emoción del momento de estarlo haciendo con un macho distinto y desconocido, más la excesiva brutalidad con que me penetraba me hicieron estallar en un precipitado orgasmo en que me llegué a mear por la calentura. No me di ni cuenta en que momento la señora se puso a mi costado, entiendo que pretendiendo ayudarme, había olvidado lo que le había contado pero al ver que nos habíamos acoplado como buenos amantes con Sam se tumbó en el sillón para que Rocky siguiera pasando la lengua por su concha que estaba tan mojada como la mía.

Sam me hizo notar la diferencia entre su fuerza y la de mi perro, pero por otra parte mi vagina percibía la diferencia entre sus penes. Este era levemente más corto con su nudo más ancho y ovalado para los costados. Apenas detuvo su bombeo me preparé a estar atenta para ver por donde se bajaría y afirmarlo para que no se saliera, me gustaba quedarme pegada a mi amante perruno y sentirme su perra en toda la expresión de la palabra. En esa posición su nudo quedó girado en noventa grados y hacía una exquisita presión en mi conchita, acentuando mis sensaciones al palpitar al mismo ritmo que me iba llenando con su semen. La señora estaba a mi izquierda y quedó presenciando a escasos centímetros directamente nuestro acoplamiento, solo limitándose a apaciguar al Bóxer acariciándolo y cargando su pelvis para que el nudo se mantuviera más adentro. Luego cerca de un par de minutos así, me tomó mi mano izquierda y me dijo: “Suéltelo mi niña para que se termine de voltear, si no va a tirar o yo lo sujeto si se pone nervioso”. Ayudándolo a girarse lo siguió acariciando y Sam continuó acabando tranquilamente en mi agradecida vagina que recibía gustosa ese abundante y caliente semen.

Ya en esta postura su protuberancia seguía presionando, estaba al borde del éxtasis y la señora lo sabía. Fue cuando se acomodó en cuatro a mi lado y Rocky de una la montó haciendo que su verga entrara en su culo, la cara de placer de la señora era un deleite a mis ojos y sus gemidos se tornaron en una armónica sinfonía que envolvía el ambiente. Las dos éramos unas perras que complacíamos a esos vigorosos machos que se habían adueñado de nuestros cuerpos. Nuevamente me orine, porque la intensidad de mi orgasmo no bajaba, mis piernas no tenían fuerzas, parece que me iba a desplomar al piso, pese a estar como un trípode apoyada en mis clavículas y rodillas mi cuerpo no me respondía. Casi pierdo el conocimiento y entré en una nueva fase de orgasmo, convulsionando de tanto placer, mi vientre ondulaba mientras el resto de mi cuerpo temblaba, todo mi ser pendía de la unión con esa bendita verga.

Disfruté por mucho rato de aquello, creo que más de media hora, hasta que se deshinchó tanto que salió por sí solo, habiendo ya escurrido por entre mis piernas gran cantidad del semen, que en ese momento estaba mezclado con mi orina en el piso. “Discúlpeme mi señora por la orinada” – le dije – “No se preocupe que limpiar no cuesta nada en comparación al placer de esto, mi niña” – me respondió, y luego de unos diez o quince minutos me ofreció hacerlo con Rocky, lo que acepté e hice pero no fue tan placentero como con Sam.

Me vestí con las pocas fuerzas que me quedaban, ella estaba tan caliente como yo, que mirarnos a los ojos y ver lo mucho que disfrutamos nos hizo cómplices a la hora del sexo. Bueno desde ese entonces nos hablamos por “mi niña” y “mi señora” sin preguntarnos los nombres siquiera pues lo importante es nuestra afición en común, repitiendo el sexo animal solo un par de veces más en el tiempo que llevamos conociéndonos y las otras ocasiones que la he visitado ha estado acompañada y solo hemos conversado.

En una de esas visitas que le hice, le propuse ir a mi casa para que ambas pudiéramos darnos placer a Oso, ella gustosa aceptó. Salimos con dirección a mi casa, al entrar la reacción de mi perro fue irse a oler la entrepierna de la señora. “¡Sí que es caliente tu perro ni niña!” –me dice con una sonrisa perversa. “Sí, mucho, sabe reconocer una perrita con solo verla” –le dije. “¡Ay, que rico! ¡Lo malo que no sabe lo perra que soy!” –dice. Nos quedamos en la sala y Oso seguía pegado a su entrepierna, ya la calentura comenzaba a transformar el ambiente y casi sin darnos cuenta ya estábamos desnudas con las piernas y Oso alternando entre nuestras vaginas con su lengua. “¡No sabes lo caliente que me tiene tu perro mi niña!” –me dice la señora entre gemidos. “Deje que se la coja entonces y dele placer” –le contesté. Sin dudarlo se puso en cuatro, yo me quedé mirando el espectáculo, de lo caliente que estaba me masturbaba viendo como Oso se la metía sin contemplación, la señora gemía y decía: “¡Qué rico me la metes bonito! ¡Dame esa verga, soy tu nueva perrita!”.  

Yo la miraba disfrutar como mi perrito se la cogía y también disfrutaba yo penetrándome con los dedos. En eso la señora me mira y me dice: “Ven mi niña”. Fui y me acomodé a su lado, pero ella quería que me tumbara en el piso y dejara mi conchita a su alcance, con lo caliente que estaba me tumbé en el piso con las piernas abiertas. “Tú también me calientas mucho mi niña, hace tiempo que tengo ganas de comerme tu conchita” –me dice. Sentí su lengua deslizarse por mi vagina lentamente, la sensación me produjo un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Mis pezones quisieron explotar y mis gemidos se unieron a los de ella. La señora toda una perra que me daba placer con su lengua. ¡Ah, señora, qué rico!” –le decía. Oso ya estaba pegado a ella y yo la tenía con su boca pegada en mi conchita que se mojaba cada vez más. Me regaló varios orgasmos que me dejaron temblando. Cuando la verga de Oso salió, me fui directo a lamerle la concha a la señora que gemía de placer, junté el semen que escurría de ella y en un beso intenso se lo compartí. ¡Qué rica sensación! Sentir su lengua jugueteando con la mía era un exquisito placer. Estuvimos casi toda la mañana cogiendo con Oso y entre las dos, lo más rico que nos compartíamos a nuestros amantes peludos y también nos disfrutábamos entre nosotras, lo que le daba un toque más morboso y perverso a nuestras visitas.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

lunes, 17 de junio de 2024

144. En el bus


Eran las 11 de la noche y mi madre y yo estábamos en el terminal de buses listos para embarcarnos en un bus con destino a Puerto Montt. Íbamos a visitar a los abuelos que viven en Alerce. La máquina se estaciona en el andén y la gente se empezó a subir, dejamos nuestras maletas y nos dieron los respectivos tickets para retirarlos al llegar,  ya en el bus, buscamos nuestros asientos que estaban al final, noté que los asientos alrededor de nosotros estaban desocupados. Entonces ideas morbosas empezaron a rondar mi cabeza. Siempre es entretenido hacer viajes de noche, sobretodo si ocupas los últimos asientos, lo malo que al lado mío iba mi madre. Cuando salimos del terminal esas ideas morbosas empezaron a rondar con más fuerza mi mente, no llevábamos ni media hora de viaje y ya estaba con la verga tiesa pensando en que no había nadie alrededor nuestro, también que el baño estaba no tan lejos por si quería ir a pajearme con total libertad y privacidad. Ya de camino esos pensamientos se transformaron en ganas incontrolables de cogerme a mi madre durante el viaje. Nos pusimos a conversar y de mi mochila saqué un par de cervezas, porque sabía que eso la haría ponerse caliente y terminaría aceptando cualquier cosa que le propusiera.

Cuando noté que ya le estaba haciendo efecto el alcohol, empecé por agarrar su mano y ponerla sobre mi bulto ya erecto, una vez que sintió mi pene lo empezó a sobar por encima de mis pantalones, me estaba calentando demasiado. Además me hablaba despacio y sensual, lo que aumentaba más mi calentura. Le bajé el pantalón y las bragas y después hice lo mismo con los míos, quedamos desnudos de la cintura para abajo y eso me excitaba. Yo con la verga tiesa y mi madre con su vagina mojada nos acercamos para besarnos mientras yo metía mis dedos en la caliente y mojada concha de mi madre y ella masturbando mi verga a nada de explotar, le digo que se siente en mi para metérsela, ella obediente lo hace, sentir como respiraba agitado al sentir como se la metía lentamente. No hay sensación más rica que tu propia madre te tome la verga para guiarla a la entrada de su mojada y caliente concha. Una vez adentro mi madre recarga su espalda sobre mi pecho mientras se mueve disfrutando mi verga, yo meto mis manos por debajo de su polera para agarrarle sus tetas y frotar sus duros pezones con mis dedos.

Le dije que cambiáramos de posición, quedando ella ahora frente a mí, mientras yo me comía sus deliciosas tetas ella seguía ensartándose sola mi verga, mientras veía su cara de puta entre la tenue luz. Veía como mi madre disfrutaba como una perra cualquiera la verga de su hijo. Ella gemía despacio para no llamar la atención pero su cara de placer demostraba lo mucho que lo estaba disfrutando. Estábamos tan perdidos en la cogida que no importaba ya si alguien veía, me importaba seguir dándole verga a la puta que estaba encima de mí. En uno de sus movimientos mi madre mueve la cabeza a un lado y vi a un hombre que nos observaba desde el otro lado, él estaba sentado al lado nuestro pero en la otra corrida de asientos. Le hice una mirada para ver si estaba interesado, a lo que él se levantó de su asiento y viene hacia nosotros y se coloca en el pasillo del bus. Mi madre al darse cuenta que había alguien al lado de nosotros viéndonos la puso nerviosa y para por un momento pero le dije que se relajara, que solo quería masturbarse viéndonos. Me sonríe de manera perversa, le dije: “Tranquila mamá, solo quiere pajearse viendo como cogemos, solo dale en el gusto y sigamos en lo que estamos”. Siguió moviéndose de esa forma deliciosa en que lo hacía antes. Mi madre giraba la cabeza para ver a ese hombre que se masturbaba a su lado, eso me calentaba, ya que había alguien mirando y caliente de como madre e hijo cogían como los más perversos amantes. El hombre bufaba y susurraba: “¡Qué rica puta!”. Pensé en lo delicioso que sería ver a mi madre disfrutando de esa verga. “¿Te gustaría chupársela?” –le pregunto, ella no responde nada, pero en su mirada se veía que si quería. Fue cuestión de segundos cuando ya tenía la verga del hombre en la boca tragándosela como la buena puta que es. Yo me hice a un lado y el hombre ocupó el otro asiento. Saqué mi verga de su concha para que se la chupara tranquila al tipo y también para mirar que no viniera el auxiliar del bus.

Después de unos minutos mi madre ya estaba encima del hombre siendo cogida de manera descomunal, no podía dejar de masturbarme al ver como sus tetas rebotaban en cada embestida que le daba, era excitante ver esa cara de puta y como aguantaba sus gemidos. “¡Dale fuerte! No te contengas, a esta puta le gusta duro” –le decía al hombre para que siguiera dándole verga a la zorra de mi madre. “Se nota que es toda una puta” –decía mientras seguía dándole duro a esa concha que rebosaba de fluidos. De lo caliente que estaba le dije a mi madre que se pusiera en cuatro en el asiento y que el otro tipo se la metiera mientras me la chupaba. “¡Qué rico chupas putita! ¡Trágate mi verga entera! ¡Chúpame los testículos también zorra!” –le decía mientras el hombre se la metía con más fuerza. Era una imagen tan caliente que me tenía caliente y loco. Le dije al tipo: “¡Cojámonos entre los dos a esta puta!”. Mi madre sonrió y con esos ojos llenos de lujuria me miró poniéndome más caliente. Yo me quedé sentado y mi madre me montó de espaldas, agarró mi verga y la puso en la entrada de su culo, lentamente bajó hasta que se metió por completo en ese apretado agujero. El hombre quedó de frente a mi madre y se la ensartó de una en más que húmeda vagina. Yo le masajeaba las tetas y pezones mientras que él le daba unas fuertes embestidas y la tomaba del cuello besándola. Él le preguntaba: “¿Te gusta sentir mi verga? Te voy a dejar llena de semen por lo puta que eres”. Yo al escuchar eso me calenté tanto que le empecé a coger más duro su apretado ano, la agarraba de la cintura para ensartarla lo más que pudiera, mientras que el hombre hacia lo mismo, dándole duro por la concha y tapándole la boca para que no se escucharan los gemidos de putita de mi madre. Entre más intensas eran mis embestidas, más eran las ganas que sentía de acabar, solté un ligero gemido y empecé a llenar de semen el culo de mi madre, la que al sentir como mi verga explotaba en su interior ahogaba sus gemidos mordiendo sus labios. Luego el hombre acabó y mi madre dio un agónico suspiro mientras su concha era llenada con el semen de ese desconocido. Luego ella nos la chupó a ambos para extraer hasta la última gota de semen que pudiera quedar. Antes que el hombre volviera a su asiento intercambiamos números de teléfono por si se nos ocurría invitarlo alguna vez a casa para seguir cogiendo como esa madrugada. El hombre en silencio se fue a su asiento, mi madre y yo nos pusimos la ropa y acomodamos nuestros asientos, charlamos un momento y decidimos dormir lo que quedaba de camino.

El bus entró a la ciudad de Osorno por la mañana, ya quedaba poco para terminar nuestro viaje. No supimos donde el hombre se bajó pero si le dejó un regalo a mi madre, tenía semen seco en su cara, el muy pervertido se pajeó mientras dormíamos y acabó en la cara de mi madre, al verla así me calentó mucho, le dije que se viera en el espejo y al verse solo sonrió sin decir nada. Al fin llegamos a Puerto Montt, cuando entramos al terminal y el bus se estacionó en el andén, bajamos para retirar nuestras maletas. Caminamos por la costanera en dirección al departamento que habíamos rentado por los días que estaríamos ahí. Entrando noté una pequeña terraza con una mesa y un sofá pequeño. Al cual le dimos uso a tan solo unos momentos de haber llegado. Fuimos a la terraza, me senté en el sofá y mi madre se arrodilla frente a mí, desabrocha mi pantalón y empieza por pasar su lengua por mi glande, lo chupa lentamente, cada vez me lo deja más babeado y la manera en cómo se sienten sus labios subiendo y bajando mi verga es una sensación riquísima. Tener una madre tan puta como la mía es el mejor regalo que un hijo puede tener, la manera en como disfruta mi verga en su boca es delicioso de ver.

Nos levantamos, yo no perdí tiempo en putos preámbulos, la desnudé y mi madre se acuesta boca arriba sobre la mesa para yo arrodillarme y empezar a comerle su concha caliente hambrienta de verga. Meter mi lengua en esa vagina es de los mejores placeres que he tenido, besarla, lamerla, comérsela toda y sentir como se pone cada vez más mojada y mi madre gimiendo cada vez más, me encanta calentarla de tal manera que se ponga como perra en celo, rogando por verga y dispuesta a todo con tal de sentir una verga. Mi madre entre sus gritos de placer me pide que la meta y siendo un hijo obediente, me levanto y le meto la verga en su vagina hinchada aun de tanto haber estado recibiendo verga en el viaje. La tengo abierta de piernas mientras me la cojo, viendo la cara que pone disfrutando, me pide que le dé más duro. Le digo: “¿Te gusta puta? Tienes la concha más deliciosa que he cogido mami”. Seguía embistiéndola muy duro, ella gemía y se agarraba las tetas, me decía: “¡Me encanta tu verga! ¡Me haces sentir tan puta!”. Esos gemidos mezclados con su voz eran sensuales y a la vez perversos, no podía más que seguir dándole verga hasta que pidiera que parara, pero conociendo lo puta que es, eso jamás pasaría. Luego le dije que se pusiera en cuatro, quería metérsela en el culo otra vez, ella como puta obediente se acomoda quedando su culo a mi pervertida disposición. “¡Ah, qué rico!” –dice. “¡Ahora puedes gemir y gritar todo lo quieras puta!” –le dije. “Sí, mi amor, qué rico!” –decía ella moviéndose, siguiendo el ritmo de mis embestidas. Los ensordecedores gritos y gemidos de mi madre creo que se podían escuchar en varias partes, pero que importaba eso, lo que más nos importaba era disfrutar como enfermos de esa cogida y yo en particular de ese rico culo. Ya nuestros cuerpos envueltos en sudor y en el placer nos tenían descontrolados, hasta que me dijo: “¡Voy a acabar amor!”. Escucharla decir eso, me calentó en sobre manera y le dije. “¡Acaba puta!”. Yo seguía metiéndosela hasta el fondo de su culo, mientras ella gemía y gritaba, se retorcía en la pequeña mesa siendo víctima de un intenso orgasmo. Ya sentía que estaba a punto de eyacular cuando se la saqué de su culo y le puse la verga en la boca para que me la chupara, quería que se tomara hasta la última gota de mi semen. Me la chupó de manera tan perversa que no aguanté mucho y acabé en su boca, ver que como buena puta no dejó ni un rastro de semen, me hizo acariciar su rostro con ternura y decirle: “Eres una buena puta”. “Para ti soy lo que quieras. Después de anoche no puedo negarme a nada” –me dijo.

Terminamos cansados, nos levantamos para ir a bañarnos y dormir por un rato, ya que el viaje fue demasiado largo y obviamente no habíamos tenido descanso después de llegar. Obviamente, dormimos juntos y desnudos. Cuando llegó la mañana mi abuela nos llama para que estemos listos, porque mi abuelo nos pasaría a buscar en un par de horas, por lo que decidimos aprovechar el tiempo cogiendo bien rico. Cuando nos dimos cuenta que el abuelo estaba por llegar nos metimos a la ducha y nos arreglamos para esperarlo, en eso sonó el teléfono de mi madre, era mi abuelo que estaba afuera esperándonos. Mamá se veía preciosa con jeans que resaltaban ese rico culo. Salimos, nos saludamos con cariño después de no vernos por harto tiempo. Yo me senté atrás y mi madre iba al lado de su padre. Después de tomar el Camino a Alerce, mi abuelo me pregunta: “¿Tienes novia?”. “Bueno, así como novia no es, pero estoy empezando algo con alguien” –le respondí. “¡Ah qué bien! Eso es bueno, ya que un hombre siempre debe tener alguna mujer con quien descargar sus ganas” –me dice. “No le digas eso, porque se lo va a tomar enserio” –le dice mi madre. “¿Eso qué tiene de malo? Yo a la edad de este muchacho tenía mis jueguitos con varias de mis vecinas” –le dice mi abuelo. “¡Ay papá! No quiero escuchar ese tipo de historias, menos tuyas” –le dice mamá. Mi abuelo se ríe y yo le digo: “Yo si quiero escucharlas. De seguro que eras el semental en Puerto Montt”. “Ya hijo, no le des cuerda, porque después no va a parar y yo me voy a morir de vergüenza” –me dice mi madre. “Bueno, lo único que puedo decirte es que si la pasé muy bien” –me dice mi abuelo.

Hubo un momento de silencio, entonces mi abuelo me pregunta: “¿Cómo es esta chica que estás empezando? De seguro debe estar muy buena”. “Si supieras abuelo, es toda una diosa en la cama, de esas que nunca dicen que no” –le respondo. “¡Ah, caramba! Toda una potranca para un semental” –dice mi abuelo. Supongo que mi madre iba roja escuchando la conversación, ya que no decía nada. “Pero yo te pregunté cómo es, no las cosas que te hace” –dice mi abuelo. “¡Ay abuelito! No tienes idea de cómo es. Primero es mayor que yo, tiene el cabello cobrizo hasta los hombros, blanca, ojos verdes y muy sensual” –le dije. Me mira por retrovisor y se queda en silencio. Siguió manejando sin decir ni una palabra. Hasta que le preguntó a mi madre: “¿A ti te gusta?”. Mamá no sabía que responderle. “Te hice una pregunta” –le dice otra vez a mi madre. “¿Qué cosa?” –dice mi madre haciéndose la desatendida. “¿Cómo que cosa? ¿Te gusta que te la meta tu hijo?” –le vuelve a preguntar. “¿Cómo dices eso? ¿Qué cosas te pasan por la mente?” –le pregunta mi madre. “No soy tonto, calzas perfecto con la descripción” –le responde mi abuelo. No puedo negar que escuchar la conversación me ponía caliente, sobretodo viendo las evasivas de mi madre para no responder. “¿Ahora soy la única mujer que encaja en la descripción? ¡Papá por favor!” –le dice mi madre. “Bueno, en eso tienes razón, pero no puedes negar que el parecido es exacto” –le dice el abuelo. Yo estaba con la verga por estallar en mi pantalón. Entonces mi morbo se encendió y decidí poner en aprietos a mi madre. “Mamá cuéntale lo que pasó en el bus” –le dije. Ella se dio vuelta y me miró con enojo, no sabía cómo salir del embrollo en que la había metido. “Sí, quiero saber, cuéntame hija” –le dice mi abuelo. El silencio reinaba en mi madre, entonces le dije a mi abuelo: “Veníamos sentados en los últimos asientos del bus, no había nadie cerca nuestro y nos tomamos un par de cervezas, pero que mamá te cuente el resto”. Ella no dijo nada pero mi abuelo no es tonto y le preguntó directamente: “¿Te la metió en el bus?”. Mamá quedó de una pieza ante tamaña pregunta. Después de guardar silencio unos segundos le respondió: “¡Sí, me la metió en el bus! ¡En el departamento cuando llegamos y antes que llegaras! ¿Ahora estás contento? ¿Esa es la respuesta que querías?”. “No me vengas con esas cosas, siempre has sido bien puta y ahora te haces la santa. Crees que no sé qué te acostaste con varios” –le dice mi abuelo. “Ese es mi puto problema, ya soy mayor de edad y no le debo cuentas a nadie y si mi hijo me lo mete es algo que le compete a él y a mi” –le dice mamá.

El abuelo esta vez siguió manejando en silencio, dobló en el Cruce La Vara. “¿Dónde vamos abuelo?” –le pregunté. “A dar la vuelta larga” –me respondió. Cruzamos una vieja línea de tren y viramos bordeándola. Entramos por una pequeña calle de tierra y se veían casas de madera, después de poco andar doblamos a la derecha y entramos a una de esas casas. Mi madre no conocía ese lugar y yo menos, no sabíamos dónde estábamos. “¿Qué hacemos aquí?” –le pregunta mamá. Mi abuelo no le responde nada y abre la puerta. Entramos y nos dice: “Aquí traigo alguna que otra puta para coger”. “¡Eres un cerdo!” –le dice mamá. “¡Y tú una puta!” –le responde él. “Siempre supe que engañabas a mi madre, pero que tengas un nidito de amor es demasiado” –le dice mamá. “No me interesan tus reproches, tampoco estás aquí para que conversemos. ¡Quiero que te quites la ropa ahora!” –le dice mi abuelo. “¡Eres un viejo pervertido!” –asegura mi madre. Él acercándose a ella pone una mano en su cuello y le dice; “Ya te dije, obedece de una puta vez”. Empezó a manosear sus tetas por encima de la ropa. “¡Quítame la ropa viejo de mierda!” –dice mamá mirándome, esperando que la ayudara, pero yo estaba tan caliente viendo lo que pasaba que no hice nada por detenerlo. Conmigo como aliado, siguió sobajeándole las tetas a mi madre, hasta que su resistencia comenzó a ceder, ya no era esa mujer enojada, sino una que se dejaba acariciar a destajo. “Siempre supe que eras una puta. Desde que te vi espiándonos a tu madre y a mi cogiendo o cuando te encerrabas a masturbarte” – le dice él. “¡Ah, eso no lo puedo negar! Hacías que mamá gritara y me calentaba escucharlos, pero más me gustaba verlos” –le responde ella. “¡Quítate la ropa!” –le ordena mi abuelo. Ya no pudo resistirse más y se desnudó ante los ojos perversos de su padre.

No aguantaba la calentura, me senté y saqué mi verga para pajearme, y ver ese perverso espectáculo ante mis ojos. Mi abuelo la tira contra la pared y se acerca como un lobo hambriento, estando frente a ella hizo que levantara sus brazos y automáticamente mi madre separó las piernas, la mano de mi abuelo se metió en su vagina y empezó a hurgar en ella con libertad. Los gemidos de mamá no se hicieron esperar, empezó a gemir como loca, caliente, sintiendo como los dedos de su padre la penetraban. Mi abuelo se bajó los pantalones con desesperación, su verga a pesar de los años estaba tiesa, entonces le dice a mamá: “¡Chupamela, así como lo hacen algunas de tus amigas cuando vienen para acá!”. Sin pensarlo mamá se pone de rodillas y se la mete a la boca, la cara de placer de mi abuelo era innegable; apoyado con una mano en la pared se empieza a mover marcándole el ritmo a su hija para que se la comiera como a él le gusta. La calentura rondaba el ambiente, no aguanté las ganas y me paré a un lado esperando a que mi madre me la chupara, ella no dudó en hacerlo, nos tenía la verga aprisionada con sus manos y las chupaba como toda una puta. Esa manera caliente que mi madre tiene de chuparla me estremecía por completo, no pasó muchos para que ya le estuviera descargando mi semen en la boca, tragándolo sin dejar rastro. Le dije a mi abuelo: “¡Cógetela tú, yo lo puedo cuando quiera!”.

Sin perder tiempo el viejo la llevó hasta la mesa del comedor y la hizo apoyarse. Con su cara llena de lujuria le abrió las nalgas y se la ensartó en su culo. “¡Ay mi culo!” –gritó mamá mientras yo la miraba a sus ojos. El abuelo se empezó a mover con fuerza, clavándole la verga en su culo hasta los testículos, mamá gemía y gritaba, sus tetas se arrastraban por la rustica mesa mientras mi abuelo seguía dándole duro a la puta. “¡Ah, sí papito, dame fuerte!” –le decía ella mientras él seguía empecinado en abrirle más el culo de lo que ya lo tenía. Entre esas embestidas que el viejo le daba también le dejaba caer unas cuantas nalgadas que la puta de mi madre disfrutaba. “¡Eso papi, déjame tu mano marcada en las nalgas por negar que soy una puta!” –le decía ella entre gemidos, el abuelo no daba más de placer y mi madre tampoco, en una perfecta sincronía ambos acabaron a la vez, dejándole el culo abierto y lleno de semen.

Después de la cogida que recibió mi madre por el culo, nos arreglamos para seguir el camino a la casa de los abuelos, nosotros llegamos como si nada, haciéndonos los tontos, la abuela nos recibió con alegría ya que hace tiempo que no nos veíamos. Los días que estuvimos allá, mi madre salía a dar una vuelta a la casa que tenía mi abuelo y obviamente no para jugar cartas, después seguíamos cogiendo en el departamento, la puta no tuvo descanso. Cuando llegó la noche de volver, compramos asientos en la parte de atrás del bus. Dejé que mi mamá se fuera sola solo por el placer de verla coger con varios que se pasaron el dato que en el asiento iba una mina que se dejaba coger por quien quisiera y más encima lo hacía gratis. Decidimos volver todos los veranos a visitar a los abuelos, haciendo travesuras en el bus y en los días que pasábamos de vacaciones.

 

 

 

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sábado, 15 de junio de 2024

143. A su disposición

 


Esa tarde estaba más hermosa que siempre. No llevaba maquillaje pero se podía apreciar que se había dado un baño poco antes de yo llegar, porque su rostro lucía muy vivo. Llevaba un vestido negro ajustado a su esbelto cuerpo. El contraste con la blancura de su piel resultaba muy atractivo. Sus hombros y brazos estaban descubiertos y sus piernas se veían de mitad de muslo hacia abajo.

Me invitó a sentarme y me ofreció una copa de vino. Brindamos mientras hablábamos de asuntos sin importancia. “Hoy tú eres mi juguete” –me dijo. La miré fijamente y ella sostuvo mi mirada sonriendo. “¿No puedo negarme?” –pregunté con algún nerviosismo que disimulé. “¿Cuándo has visto a un juguete negarse” –dijo en tono serio. Seguía mirándome y sus labios gruesos sonreían encerrando una boca pequeña. Sus ojos brillaban. “¿Cómo es el asunto, entonces?” –le pregunté. “Los juguetes no preguntan” –sentenció con voz autoritaria. Decidí no hablar. Tras unos segundos, sin quitar sus ojos de los míos y sin dejar de esbozar esa segura sonrisa. “¡Así está mejor!”, me dijo. Llenó las copas de nuevo y, al alzar la suya, me invitó a brindar. Bebí un sorbo largo para ver si me ayudaba, pues la situación me generaba una leve zozobra. Sin embargo, no lo dejé notar.

Ana María y yo habíamos hablado de pasada sobre algunos juegos sexuales pero si entrar en detalles ni manifestar los caprichos o fantasías de cada uno. Sin embargo, después de que todo hubo ocurrido, pensé que ella había intuido algunas cosas y otras simplemente las experimentó. El hecho es que brindó de nuevo y terminamos el vino de nuestras copas. Había estado sentada frente a mí, de manera que podía ver la oscuridad que nacía allí donde comenzaba sus vestido. Eso, por supuesto, me tenía en una emoción expectante, dada la situación que me proponía.

Se levantó, vino hacia mí y me tomó de la mano. Me llevó a un cuarto que usualmente estaba desocupado pero esta vez había en él una camilla. Recordé que algunas veces venía una chica a hacerle sesiones de spa a domicilio. La habitación era cálida, tal vez porque el sol daba sobre una de sus paredes. Ana María se acercó, me dio un beso profundo y húmedo, muy apasionado. Mientras lo hacía acarició mi pecho por encima de la camisa. Yo intenté abrazarla. “¿Cuándo has visto a un juguete abrazando?”. Sin otra alternativa, dejé que ella hiciera lo que quisiera. Estaba entendiendo su juego. Mientras me besaba desabotonó mi camisa y acarició mi pecho. Se detuvo en mis pezones. Yo me estremecí. Tras quitarme la camisa acarició mi espalda, mi pecho y mi vientre. Pasó una mano por una de mis nalgas y luego la llevó encima de mi verga que ya se había endurecido. Se arrodilló y me quitó los zapatos y los calcetines. Enseguida me quitó el pantalón y el bóxer, y mi verga saltó apuntando hacia ella. Ana María la miró. Rápidamente tomó una cámara que había preparado para el efecto y me tomó una foto. Yo permanecí inmóvil.

Se alejó un instante y bajó la cremallera de su vestido. Mis ojos no se apartaban de su cuerpo. Pero, entonces, fue al armario y trajo un trozo de tela negra y me vendó. La sensación de mi desnudez y de la vulnerabilidad que tenía ante ella, con mi erección campante y su mirada sin restricción, me excitó más y ella pudo notarlo. Escuché de nuevo el obturador la cámara. Tras un momento, escuché el sonido de ella despojándose del vestido. La imaginé, imaginé su cuerpo desnudo emergiendo de la tela. Por lo que parecía, no traía nada más encima porque, enseguida volvió a mí y sentí sus manos en mi cuello, sus uñas delicadas en mi espalda. Acarició de nuevo mi pecho. Una de sus manos recorrió de abajo a arriba mis huevas y mi verga con delicadeza. Un espasmo de sangre hizo saltar mi verga. Repitió el movimiento y yo dejé escapar un fuerte suspiro. Entonces su mano apretó mi verga y la pajeó lentamente mientras me besaba. Sus labios buscaron ambos costados de mi cuello, su lengua recorrió algunos centímetros en mi piel. Mientras tanto, su mano seguía masturbándome con mucha suavidad y lentitud.

Pude percibir cuando se paró a mi lado y sentí sus tetas a lado y lado de mi brazo. Su mano izquierda me pajeaba mientras la derecha caminaba por mi espalda y mi cintura. Sus labios y su lengua jugaban en mi cuello, y sus tetas golpeaban suavemente mi brazo. Bajó su mano derecha a mi cintura y luego a mis nalgas. La paja no se detenía pero era tan lenta que no apresuraba mi urgencia. De repente sus dedos acariciaron la línea divisoria de mis nalgas. Sentí erizarse mi piel y un leve temblor sacudió mi cuerpo. Buscó mi perineo y recorrió de allí hasta cerca de mi ano. En ese momento apretó mi verga por la base y jugó con la otra mano sintiendo cómo mi dureza se incrementaba involuntariamente.

Ana María se detuvo y me tomó de la verga para que yo diera un par de pasos. Me guió y me tendió sobre la camilla. Esta, contrario a lo que yo pensé, era firme. Entonces escuché dos o tres veces el obturador. Yo estaba a su merced no solo para que dispusiera de mi cuerpo sino para que le tomara fotos con toda libertad, con descaro. Una vez en la camilla, sus manos me acariciaron de nuevo pero esta vez no tardaron en concentrarse en mi verga. De repente, sentí que esta era tragada por una humedad cálida. No pude evitar un fuerte gemido. Ahora era su lengua la que jugaba con mi verga. Recorría desde la base de los testículos y ascendía por el tronco hasta el glande. Volvía a tragar profundamente, con mucha delicadeza y sin prisa. Entonces se apartó. Aquello era una tortura. ¿Qué haría ahora? –me preguntaba. En ese momento sentí que juntaba mis manos por encima de mi cabeza y las ataba con una cuerda o algo así. Volvió a pajearme y a chuparme la verga. De nuevo se retiró y esta vez fue para atar mis tobillos separados a lado y lado de la camilla. Tomó otro par de fotos. Luego se acercó y subió a la camilla. Se sentó en mi cara y estregó su humedad contra ella. Se movía de adelanta hacia atrás y en círculos. Yo extendía mi lengua para que ella obtuviera el placer que buscaba. Por un momento saltó sobre mi cara repetidamente. Después se inclinó y volvió a mamarme la verga. Ella gemía y yo resoplaba. En ese momento escuché una foto más. Me sobresalté pero la mamada que estaba dando me hizo olvidar pronto el asunto o no darle importancia.

Efectivamente, había alguien más en la habitación. Mientras Ana María frotaba su vagina húmeda en mi cara y chupaba mi verga. Alguien, de vez en cuando, tomaba fotos. La situación me resultaba muy extraña pero las sensaciones en mi cuerpo eran de tal intensidad que opacaban esa extrañeza. Se apartó de mi rostro y sentí que giraba sobre mi cuerpo. Luego tomó mi verga y la clavó en sus entrañas dando suaves saltos que fueron aumentando su vigor y profundidad. Yo sabía que ella hacía bastante ruido mientras teníamos sexo pero en aquel momento ella reprimía sus gemidos y solo escuchaba su respiración fuerte. Yo gemía o gruñía mientras ella saltaba sobre mi verga. Al cabo de un rato la sacó y sentí que daba otro giro. Ahora me daba la espalda y volvía a meter la verga para volver a cabalgar. La cámara sonaba de vez en cuando y desde diferentes lugares alrededor de la camilla. Ana María cabalgaba frenéticamente. A pesar de su esfuerzo por no gemir, de vez en cuando se escapaban retazos de chillidos de placer. Yo no aguantaba más. Gemía al borde del desmayo. Toda mi sangre parecía agolparse alrededor de mi verga. Sentía que el cuerpo presionaba allí con una fuerza poderosa. Entonces mi semen fue despedido violentamente primero con dos chorros pequeños. El tercero fue abundante y prolongado. Lo acompañé con un gruñido que no podía contener. Ella también gemía mientras sus saltos perdían velocidad. Los músculos de su vagina apretaban con fuerza y extraían el semen que quedaba en mi verga.

Tras unos instantes así, se bajó de la camilla. No escuché ningún sonido por un minuto y entonces unas manos se apoyaron en mis piernas. Casi de inmediato sentí que mi verga, con algo de erección aún, era absorbida por una boca. Sentía cómo esa boca chupaba como recogiendo semen que había quedado tras haberse retirado Ana María. No sabía si quien hacía esta limpieza era ella o tal vez una amiga suya. En cualquier caso, la cámara seguía disparando fotos. Al cabo de un rato mis manos y mis pies fueron desatados. Mi verga fue jalada y entendí que debía incorporarme. Fui conducido a la sala y me senté (o me sentaron) en el sofá. Poco después me acercaron alimento que me era proporcionado cada vez que acababa de pasar el anterior bocado. Al terminar sentí en mis labios el borde de una copa y bebí vino.

Después de un rato que no vale la pena detallar, fui conducido der nuevo a la camilla. Esta vez solo una mano y un pie fueron atados. Enseguida solo hubo silencio y me dormí. No sé cuánto tiempo pasó. De repente sentí que unas manos acariciaban mi rostro y mi cuello. Eran caricias llenas de delicadeza. Como estaba de medio lado, las manos me indicaron que debía volverme boca arriba. Luego pasearon por mi pecho y por mi vientre dando círculos caprichosos hasta rodear mis pezones. En ese momento sentí que la sangre volvía a fluir hacia mi verga aunque no de inmediato. Mientras las manos hacían su recorrido, los labios esparcieron su aliento por mi rostro y besaron mis mejillas, mi cuello y, finalmente, mis labios. La lengua se hundía en mi boca, los dientes tomaban con suavidad mis labios. La mano más osada descendió y acarició mis piernas, la cara interna de mis muslos. La sangre seguía peregrinando hacia el centro. Al mismo tiempo los labios y la lengua seguían los pasos de las manos, besando y lamiendo mi pecho, chupando mis pezones. Ahora la erección ya iba a mitad de camino. La mano separó mis piernas y acarició mi perineo. Luego ascendió lentamente por mis testículos y siguió de largo por mi verga. Los dedos dieron círculos en la punta mientras los labios y la lengua, después de quemar mis pezones, arrasaban mi vientre. La mano repitió el recorrido varias veces del mismo modo. La erección ahora ya era plena y fue capturada por la mano. Sentí cómo me pajeaba lentamente, al tiempo que la lengua y los labios se aproximaban.

De repente la boca dejó de chupar aunque mi verga siguió sostenida con firmeza por una mano. La otra me tomó de manera que mis piernas quedaron por fuera de la camilla. Entonces me hizo encoger las piernas y levantarlas. Mis tobillos fueron atados y quedé con las piernas levantadas y suspendidas. La mano que sostenía mi verga me pajeó lentamente. Sentí una lengua que lamía mis testículos y el perineo. Poco a poco descendió hasta mi ano. Sentí la humedad girar alrededor. Me estremecí. Un golpe de sangre fortaleció mi erección. La lengua seguía dando círculos y de vez en cuando se hundía en mi culo. Gemía. Entonces sentí que otra boca se tragaba mi verga hasta el fondo. Dejé escapar un gruñido. La lengua buscaba abrir mi ano mientras la boca sacaba y metía mi verga hasta tocar mis testículos. De repente, la lengua se apartó y fue reemplazada por un dedo. Una sensación de vacío invadió mi vientre. Sabía lo que venía, aunque nunca lo había experimentado.

La mamada era suave y delicada. El dedo iba abriéndose paso y la sangre corría presurosa. Entonces sentí como si una descarga eléctrica invadiera mi cuerpo. El dedo había alcanzado su cometido. Una sensación de fluir de sangre constante, una avalancha de calor. Mis gruñidos fueron absorbidos por otra mano que se posó sobre mis labios con fuerza. Al mismo tiempo sentía la presión en mi verga, la contracción de mis testículos y el roce circular del dedo. Comencé a sacudirme. Mi cabeza giraba a uno y otro lado. Apretaba los puños y trataba de levantarme de la camilla, sin éxito. Escuchaba los gemidos de la que me la mamaba y unas leves risas de la que frotaba mi ano. Mis piernas y mis puños se tensaban ante la inminencia del fin. Finalmente ambas aumentaron el ritmo de sus labores sobre mi cuerpo. Sentía que iba a estallar. Mi semen se arremolinó y salió expulsado con fuerza cayendo en la boca húmeda. Los gemidos de quien me la chupaba aumentaron aunque no tanto como mis gruñidos bajo aquella mano. Fueron varios chorros de semen, muchos, en todo caso más de los que nunca había expulsado. La mamada se fue reduciendo así como los círculos del dedo. Mi verga perdió su erección y fue liberada por la boca. El dedo salió. Las risas de las chicas se escucharon en medio un beso. Me sentí mareado. El placer aún recorría mi cuerpo.

Ambas siguieron torturándome de manera placentera, me soltaron de las amarras e hicieron que me pusiera de pie, sentí que una se puso detrás de mí y acariciaba las nalgas, mientras la otra frente a mi verga me pajeaba con delicadeza. Fue en un momento en que las dos decidieron invadir mi verga y mi culo a la vez, la lengua de quien estaba detrás seguía un marcado ritmo que me erizaba por completo, mientras la otra engullía mi verga con sensualidad. Podía percibir en ellas la complicidad y lo disfrutaban, al punto de que sentí como la de atrás mete dos dedos en mi agujero, mientras la otra no paraba de chupármela. “¡Te dije que sería un juguete divertido de usar!” –le dice Ana María a la otra chica, pero la otra no respondió nada, entendí que la otra era quien me la chupaba de forma exquisita. Me sentía preso del placer, era lo más excitante que había vivido, mi culo era penetrado con rapidez por los dedos de Ana María que reía disfrutando lo que hacía, mientras la otra chica estaba con su boca soldada a mi verga.

Las dos se detuvieron y me hicieron ir al sofá. Una de las chicas me montó y clavó su verga en su apretado agujero, intentó no gemir y empezó con movimientos lentos, me tomé de sus caderas mientras ella se movía lentamente. Me frustraba el hecho de no saber a quién me estaba cogiendo pero después de dejar esos pensamientos entendí que era el juguete que ellas estaban usando y los juguetes siempre están dispuestos a ser usados. Sentía como unas uñas se deslizaban en mi pecho dejando marcas en él; los movimientos de quien estaba encima de mí se hacían más intensos, pero solo escuchaba una respiración agitada que me calentaba aún más. Cada vez más esos movimientos se volvían intensos, sentía como era abofeteado por el placer de manera siniestra, sentía que ya no podía más a causa de la calentura, luego de otro par de movimientos mi verga estaba derramando en ese culo que la tenía prisionera, yo gemía y bufaba, a la vez sentía el ardor en mi pecho de esas uñas que habían dejado surcos a su paso. Sin siquiera darme descanso, sentí como ambas deslizaban sus lenguas en mi verga para lamer los restos de semen que pudieran quedar, haciendo que mi cuerpo tiemble de lujuria.

Sentí que la puerta se abrió y quien estaba en la habitación salió. Ana María me quitó la venda y me dijo: “Espero que entiendas que hoy estás a mi disposición, serás el juguetito especial que use siempre que quiera”. “Así será” –respondí. Entendí que estaba a su entera disposición.

 

 

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