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sábado, 22 de junio de 2024

146. Sara y la penitencia

 

Sara se consideraba una mujer normal, era tímida y un poco vergonzosa. Era delgada, con no demasiadas curvas, pero a ojos de cualquier hombre era muy atractiva. Vivía en una pequeña ciudad de provincias y la habían educado en un ambiente muy conservador. Al cumplir los 30 se mudó a una gran ciudad donde no conocía a casi nadie. Al principio estaba feliz, paseaba e iba conociendo la ciudad. De vez en cuando salía por la noche pero su timidez le impedía acercarse a la gente y eso la frustraba, llevaba cuatro meses en esa ciudad cosmopolita sola, necesitaba sexo y algo de cariño.

Una noche al llegar a casa desesperada, se instaló Tinder, le parecía algo que estaba mal, pero le pareció un mal menor. Subió unas fotos en las que salía linda. Empezó a desfilar delante de su cara una enorme cantidad de hombres. Por fin se decidió a dar unos cuantos likes. Al cabo de 2 horas tenía 20 pretendientes y una calentura tremenda. A partir de ahí empezó una espiral de sexo desaforado, los hombres pasaban por su cama uno detrás de otro. Descubrió los placeres más oscuros y se dejó llevar por el sexo duro. Se dejó usar como una auténtica puta, se dejaba hacer de todo y eso la llenaba de placer, pero su sentimiento de culpa iba en aumento, cada vez era más puta y más caliente. Un día medio la violaron y tuvo el orgasmo más grande de su vida. Ese día, no pudo más y se marchó unos días a un pequeño pueblo a hacer un “retiro espiritual”. Necesitaba escapar, tomar nuevos aires, sopesar todo lo que estaba viviendo y buscar respuestas. Necesitaba salir de esa espiral de sexo.

A los dos días de dar paseos, decidió que lo mejor sería confesar, necesitaba aligerar su culpa. Entró en la iglesia y antes de que le ganara la vergüenza, se sentó en el confesionario y ahí sin pensarlo dos veces soltó todas las barbaridades sexuales que había hecho en los últimos meses. Al terminar su confesión se sintió  muy aliviada. Había llorado, pedido perdón y aceptó su penitencia. Al llegar al hotel hizo repaso a todo lo que le había contado al cura y cumplió penitencia arrodillada en el suelo frente a la cama. Del alivio paso a una calentura tremenda, no pudo evitarlo, abrió el Tinder y no tardó en encontrar compañía. Era un jovencito, casi un niño. Tal vez eso le excitó más, saber que tal vez sería el debut sexual de un inexperto. Lo invitó a la habitación. Al llegar el muchacho, era tal cual se veía en la foto, le dijo que pasara. Sara estaba ansiosa por hacer travesuras con aquel muchacho que tenía ante sus ojos, aunque nunca pensó llevarse la sorpresa con la que se encontró. Más que ella tomar ventaja de la situación, fue el muchacho quien la hizo descender al infierno con la lujuria de sus caricias, con la pasión de sus besos y con la perversión de sus embestidas. Una seguidilla de orgasmos la rodeaban, sentía que su sucia alma estaba en las puertas del infierno, las que se abrieron de par en par para dejarla entrar en ese lugar reservado para los lujuriosos y se encaminó por esos oscuros senderos hacia el placer.

Su cuerpo no daba pelea, estaba rendido, sometido a lo que ese jovencito le hacía. Cuando sintió que el cinturón del joven rodeó su cuello, se estremeció por completo, la hizo que se colocara en cuatro en el piso y como una perra la hizo caminar por la habitación. Después le dijo que apoyara su rostro en el suelo y levantara su culo lo más que pudiera; sin ningún cuidado el muchacho pervertido se cogió su culo, de nada le importaron las suplicas de Sara para que se detuviera, cada vez se la metía de forma violenta, arrancando de ella gritos intensos en los que se mezclaba el dolor y el placer. Con la furia en que la embestía Sara sentía como sus tetas se arrastraban por el suelo y su lengua se deslizaba por la alfombra. Estaba siendo poseída de la manera más perversa por un jovencito que ella creía novato en el sexo pero se la estaba cogiendo mejor que muchos hombres de acorde a su edad.

Después de darle por el culo de manera intensa y Sara ser azotada por un intenso orgasmo, la hizo ponerse de rodillas y apretando el cinturón en el cuello de ella, le dijo: “Ahora chupa, puta”. Escuchar esas palabras fue para ella como si hubiera detonado una bomba de desenfreno y sin contemplación se metió la verga del chico en la boca y se la chupó como una enferma. El muchacho marcó un ritmo casi endemoniado que ella poco podía seguir, porque cuando la verga le llegaba al fondo las arcadas afloraban, estar en esa situación para ella era algo perverso que la calentaba en demasía. “¡Sigue sucia puta chupando, no te detengas!” –le decía el muchacho, tomándola del cabello y moviéndose más rápido. Sara se sentía como una verdadera zorra siguiendo la orden de aquel muchacho que no tendría más de diecinueve años. Sentía como la verga del chico se hinchaba en su boca y palpitaba, sabía que el cualquier momento eyacularía y quería estar presta para no desperdiciar ni una sola gota de semen. Presa de su perversión siguió chupando hasta que al fin sintió como esa verga explotaba en su boca, invadiendo con su semen cada espacio de su boca, los certeros chorros de semen causaron en ella que tuviera un orgasmo que la catapultó al extremo. Con la boca engullendo semen y el culo abierto Sara vio como el joven se fue de la habitación sin decirle nada.

Quedó en el piso pensando y sintiendo culpable por ser tan vulnerable en cuanto a sexo se trataba, quería cambiar pero le gustaba que se la cogieran, en su pueblo era una chica que dominaba sus impulsos pero en la ciudad conoció un mundo desconocido y lleno de placer que la hizo prisionera. Por eso había recurrido a ese pueblo en donde nadie la conociera con la intensión de comenzar desde cero pero las consecuencias en vez de ser favorables se transformaban más un lujurioso problema. Resuelta, al otro día volvió a la iglesia, al tocar su turno de confesarse y lanzar la típica frase: “Padre he pecado”, le contó al cura la noche de lujuria que había pasado, como el joven se la cogió por el culo y que la había arrodillado y follado la boca de una manera salvaje, como había tenido arcadas mientras se la chupaba y como había acabado en su boca y tragado hasta el último rastro de semen. “Padre no se que me pasa, me encanta que me usen como a una puta” –le dice. “Hija, tienes que reprimir esos impulsos, tienes que controlarte, no quiero que te pierdas en el pecado, pareces una buena mujer.  Cumple la misma penitencia que la otra vez, y cada vez que tengas pensamientos impuros reza. Si necesitas ayuda, puedes acudir a mi” –le dice el cura con toda la paciencia del mundo. Sara se marchó al hotel y cumplió penitencia.

A los 4 días volvió a la Iglesia. “Padre he vuelto a pecar, necesito ayuda” –le dice angustiada. “Hija, ¿tan grave es? ¿Volviste a coger con ese chico?” –le pregunta el cura. “No padre, con ese chico no hemos vuelto a coger” –le dice ella. “¿Con otro chico entonces?” –pregunta el sacerdote. “No padre, con otros chicos, en plural. Fueron cuatro. No he podido reprimirme. Me han hecho cosas que nunca antes había hecho” –le dice ella con un toque de lujuria en su voz. “¿Pero estuviste con los 4 chicos a la vez?” –le preguntó. “No padre, soy puta pero no tanto. Uno cada día, pero no fue hasta el último, hasta que me decidí venir aquí, los tres primeros por así decirlo, fueron muy blandos” –le respondió. “Hija, me estás preocupando, pero que es lo que buscas en un hombre, ¿qué te hizo ese hombre para que te hiciera sentir tan bien?” –preguntó el cura con morbo. “Me trató como una puta. Me llevó a un establo, ahí me ató del techo, me dio con una vara de bambú en el culo, me amordazó, me penetró con consoladores el culo y la vagina hasta que me dejó bien abierta. Luego me metió su verga y termino follándome la boca. Cuando estaba tragando su semen me tomó del cabello y me llevó a una caballeriza, ahí me hizo chuparle la verga un caballo hasta hacerlo eyacular y beberme todo ese semen que botan. Lo filmó todo y se lo mando a sus amigos. Mientras lo enviaba, me hizo masturbarme y acabé como una perra en celo” –le respondió ella. “Hija estás llegando a unos niveles de pecado muy altos, muy feos a los ojos De Dios. Hay que hacer algo para detenerlo. Si quieres yo te puedo ayudar” –dice el cura. “Si padre ayúdeme, no puedo con tal vergüenza” –suplica ella. “Mañana ven a la sacristía a las 15:30 hrs., haremos un rito para alejar de ti el pecado. Te aviso que puede ser duro” –advierte el cura. “Lo que sea lo haré” –dice ella. “Muy bien, hija. Puedes irte y trata de mantener tus pensamientos alejados de la lujuria” –le dice. “Sí, Padre. Gracias por su ayuda” –le dice con agradecimiento.

Al día siguiente Sara estaba puntual en la iglesia. Tímidamente llamó a la puerta y le abrió el padre Miguel, al que solo reconoció por su voz pues no lo había visto. Era un hombre de 50 años, no muy alto, no muy flaco, pero con una mirada muy profunda. Una mirada que a Sara le transmitió mucha seguridad. “Para este rito debes tener los ojos vendados. ¿Estás de acuerdo?” –dijo el cura. “Si padre, lo que usted diga” –le responde. El padre Miguel le vendó los ojos y la tomó de la mano y llevó primero por un pasillo y luego bajaron unas escaleras. Sara notó la humedad y un olor a incienso. “Debes confiar en mí, hija” –le dice el cura. “Eso hago Padre” –le dice. “Ahora, para que esté rito tenga efecto, te voy a desnudar para purificar tus pecados y te voy a atar las manos, no te asustes” –le advierte. “No me asusto Padre, confío en usted” –le dice al cura. El padre la desnudó y descubrió una vagina perfectamente depilada, con unos labios carnosos y húmedos, unos pechos no muy grandes pero firmes y con pezones erectos, le ató las manos con unos grilletes y acto seguido le ató los pies. El cura tenso las cadenas de las manos y los pies hasta que quedó en forma de X. “Padre me estoy empezando a asustar” –le dice Sara. “Hija tenemos que purificar tus pecados. Confía en mí. Necesitas un castigo físico y espiritual” –le dijo el cura. Sara notó un latigazo en su culo, se asustó pero no dijo nada. Cuatro latigazos más le hicieron estremecerse. Se estaba poniendo muy caliente. Notó como la mano del cura le tocó los pezones que tenía tiesos. Le metió tres dedos primero en su boca y luego en su vagina que estaba ya chorreando  y le susurró al oído: “Hija eres muy puta, pero hasta que no aprendas a ser la más puta, no vas a parar de pecar. Aquí hemos venido a volverte la puta que jamás has sido para salvarte”. El cura aflojó las cadenas y Sara cayó de rodillas, el cura le metió en la boca su verga y empezó a follarle la boca. Se la metía muy profundo hasta conseguir arcadas y babas. Sara simplemente chorreaba mientras esperaba que la follara.

El cura se la metía en la boca sin misericordia hasta que acabó, le manchó con semen la cara, éste escurría y ella lo llevaba con su lengua a la boca para saborearlo. “Hija la chupas muy bien, pero aún no eres la más puta” –le dice el cura. “Quiero ser más puta padre, necesito que recupere fuerzas y me la meta” –dice ella suplicando. “No te preocupes hija, que ahora mismo vas a tener verga en tu concha” –dice el sacerdote. Aún con la verga del cura deslizándose por su cara, Sara notó como le tomaban de las caderas y la penetraban violentamente, acto seguido notó como se apartaba el cura y otra verga se metía en su boca. El placer que sintió fue indescriptible, no entendía nada, pero no paraba de sentir placer con esas dos vergas que ni sabía de dónde habían salido. Le desataron pies y manos y la llevaron en brazos. Se sentó encima del que estaba chupando y se metió esa verga en la vagina, acto seguido le metieron otra verga por el culo. “Hija, ¿ves como sí podías ser más puta?” –le dice el cura con una sonrisa pervertida en los labios. “Si padre soy muy puta” –le responde. “Para mi vas a ser aún más puta” –le dice el cura. “Lo que usted diga padre” –responde ella con convicción. Unas manos tomaron su cabeza y le metieron una verga de nuevo hasta la garganta, le costaba respirar, lloraba, vomitaba y seguía tragando verga.

Sintió aliviada al sentir que el que se la estaba metiendo por el culo descargó su verga, dejándole el orificio lleno de lleno de semen. Cuando se la sacó otra verga un poco más grande entró en su culito y se la cogió como poseído. “Hija ese culo que tienes hay que dilatarlo para que seas una puta de verdad, me tiene que entrar sin esfuerzos” –le dice el cura lleno de lujuria. “Padre esto es demasiado, le ruego que pare” –suplica Sara. “Pararemos cuando yo lo diga, tú no eres más que una puta del montón y hasta que no seas la más puta no te ganarás mi respeto” –sentencia el cura. “¡Por favor! ¡Oh qué rico me la meten!” –decía entre gemidos. “Creo que esta puta está así porque aún no ha acabado. Hagan que acabe de una vez, si no es con su verga, que sea con la mano” –ordena el cura. Entre los tres hombres que la estaban follando la levantaron y uno de ellos le metió 3 dedos en la vagina y empezó a follarla con la mano. Sara empezó a gemir muy fuerte,  el cura le quitó la venda de los ojos y Sara descubrió a unos diez hombres más. “Eres una puta y te van a follar todos” –dijo el cura. Sara, ante semejante panorama soltó un grito de placer a la vez que tenía un orgasmo demencial. “Ahora ya eres un poco más puta. Y vas a hacer lo que yo te diga” –le ordena el sacerdote. “Sí padre, haré lo que usted diga” –responde ella. “Toma bebe un poco de agua, te va a hacer falta” –le dice el cura. Según terminó de beber  la volvieron a penetrar por sus tres agujeros. Según se iban eyaculando unos, otros hombres tomaban el sitio que quedaba libre. Sara notaba como cada vez estaba más llena de semen, cada vez estaba más caliente y cada vez era más puta. “Ahora eres mi puta y ahora que estás reventada de verdad voy a meterte mi verga por ese culo que por fin tienes suficientemente dilatado para que entre” –le dice el cura con perversión. “Sí, Padre, use mi culo, cójaselo. Soy una puta hambrienta de verga” –dice ella con la calentura desbordando su cuerpo. Entonces, la verga del sacerdote se metió en su culo abierto y lleno de semen, ella gimió de placer al recibirlo.

Mientras, el resto de hombres formaron un círculo alrededor de la pareja, se pusieron todos a rezar y mientras el cura embestía el pobre culo de Sara le dijo: “Reza hija mía, reza”. A la segunda estrofa del verso recitado por Sara entre gemidos, el cura descargó su semen en el culo de Sara. Los hombres dejaron de rezar. Tomaron a Sara en brazos, le abrieron las piernas y la volvieron a follar con la mano. Esta vez, el cura recibió los tibios fluidos de Sara que salieron de su vagina. Se fueron turnando, hasta que todos recibieron el rocío tibio de la concha de esa chica. Sara quedó agotada, usada, sucia, inconsciente y según el cura, “putificada”. Se despertó en su hotel sin saber cómo había llegado hasta ahí. En cuanto recupero la conciencia se duchó, reflexionó sobre lo que había pasado y decidió marcharse lo antes posible. Al año volvió a ese pueblo. Esta vez acompañada por un hombre. Al segundo día, Sara fue a dar un paseo por la iglesia sola, entró y se sentó en el confesionario. “Padre, he pecado”.

 

 

Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Excelente relato , demasiado excitante.

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  2. Demasiado candente y exquisito relato lleno de lujuria emoción y placer de ser usada así como siempre exquisito

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