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sábado, 15 de junio de 2024

143. A su disposición

 


Esa tarde estaba más hermosa que siempre. No llevaba maquillaje pero se podía apreciar que se había dado un baño poco antes de yo llegar, porque su rostro lucía muy vivo. Llevaba un vestido negro ajustado a su esbelto cuerpo. El contraste con la blancura de su piel resultaba muy atractivo. Sus hombros y brazos estaban descubiertos y sus piernas se veían de mitad de muslo hacia abajo.

Me invitó a sentarme y me ofreció una copa de vino. Brindamos mientras hablábamos de asuntos sin importancia. “Hoy tú eres mi juguete” –me dijo. La miré fijamente y ella sostuvo mi mirada sonriendo. “¿No puedo negarme?” –pregunté con algún nerviosismo que disimulé. “¿Cuándo has visto a un juguete negarse” –dijo en tono serio. Seguía mirándome y sus labios gruesos sonreían encerrando una boca pequeña. Sus ojos brillaban. “¿Cómo es el asunto, entonces?” –le pregunté. “Los juguetes no preguntan” –sentenció con voz autoritaria. Decidí no hablar. Tras unos segundos, sin quitar sus ojos de los míos y sin dejar de esbozar esa segura sonrisa. “¡Así está mejor!”, me dijo. Llenó las copas de nuevo y, al alzar la suya, me invitó a brindar. Bebí un sorbo largo para ver si me ayudaba, pues la situación me generaba una leve zozobra. Sin embargo, no lo dejé notar.

Ana María y yo habíamos hablado de pasada sobre algunos juegos sexuales pero si entrar en detalles ni manifestar los caprichos o fantasías de cada uno. Sin embargo, después de que todo hubo ocurrido, pensé que ella había intuido algunas cosas y otras simplemente las experimentó. El hecho es que brindó de nuevo y terminamos el vino de nuestras copas. Había estado sentada frente a mí, de manera que podía ver la oscuridad que nacía allí donde comenzaba sus vestido. Eso, por supuesto, me tenía en una emoción expectante, dada la situación que me proponía.

Se levantó, vino hacia mí y me tomó de la mano. Me llevó a un cuarto que usualmente estaba desocupado pero esta vez había en él una camilla. Recordé que algunas veces venía una chica a hacerle sesiones de spa a domicilio. La habitación era cálida, tal vez porque el sol daba sobre una de sus paredes. Ana María se acercó, me dio un beso profundo y húmedo, muy apasionado. Mientras lo hacía acarició mi pecho por encima de la camisa. Yo intenté abrazarla. “¿Cuándo has visto a un juguete abrazando?”. Sin otra alternativa, dejé que ella hiciera lo que quisiera. Estaba entendiendo su juego. Mientras me besaba desabotonó mi camisa y acarició mi pecho. Se detuvo en mis pezones. Yo me estremecí. Tras quitarme la camisa acarició mi espalda, mi pecho y mi vientre. Pasó una mano por una de mis nalgas y luego la llevó encima de mi verga que ya se había endurecido. Se arrodilló y me quitó los zapatos y los calcetines. Enseguida me quitó el pantalón y el bóxer, y mi verga saltó apuntando hacia ella. Ana María la miró. Rápidamente tomó una cámara que había preparado para el efecto y me tomó una foto. Yo permanecí inmóvil.

Se alejó un instante y bajó la cremallera de su vestido. Mis ojos no se apartaban de su cuerpo. Pero, entonces, fue al armario y trajo un trozo de tela negra y me vendó. La sensación de mi desnudez y de la vulnerabilidad que tenía ante ella, con mi erección campante y su mirada sin restricción, me excitó más y ella pudo notarlo. Escuché de nuevo el obturador la cámara. Tras un momento, escuché el sonido de ella despojándose del vestido. La imaginé, imaginé su cuerpo desnudo emergiendo de la tela. Por lo que parecía, no traía nada más encima porque, enseguida volvió a mí y sentí sus manos en mi cuello, sus uñas delicadas en mi espalda. Acarició de nuevo mi pecho. Una de sus manos recorrió de abajo a arriba mis huevas y mi verga con delicadeza. Un espasmo de sangre hizo saltar mi verga. Repitió el movimiento y yo dejé escapar un fuerte suspiro. Entonces su mano apretó mi verga y la pajeó lentamente mientras me besaba. Sus labios buscaron ambos costados de mi cuello, su lengua recorrió algunos centímetros en mi piel. Mientras tanto, su mano seguía masturbándome con mucha suavidad y lentitud.

Pude percibir cuando se paró a mi lado y sentí sus tetas a lado y lado de mi brazo. Su mano izquierda me pajeaba mientras la derecha caminaba por mi espalda y mi cintura. Sus labios y su lengua jugaban en mi cuello, y sus tetas golpeaban suavemente mi brazo. Bajó su mano derecha a mi cintura y luego a mis nalgas. La paja no se detenía pero era tan lenta que no apresuraba mi urgencia. De repente sus dedos acariciaron la línea divisoria de mis nalgas. Sentí erizarse mi piel y un leve temblor sacudió mi cuerpo. Buscó mi perineo y recorrió de allí hasta cerca de mi ano. En ese momento apretó mi verga por la base y jugó con la otra mano sintiendo cómo mi dureza se incrementaba involuntariamente.

Ana María se detuvo y me tomó de la verga para que yo diera un par de pasos. Me guió y me tendió sobre la camilla. Esta, contrario a lo que yo pensé, era firme. Entonces escuché dos o tres veces el obturador. Yo estaba a su merced no solo para que dispusiera de mi cuerpo sino para que le tomara fotos con toda libertad, con descaro. Una vez en la camilla, sus manos me acariciaron de nuevo pero esta vez no tardaron en concentrarse en mi verga. De repente, sentí que esta era tragada por una humedad cálida. No pude evitar un fuerte gemido. Ahora era su lengua la que jugaba con mi verga. Recorría desde la base de los testículos y ascendía por el tronco hasta el glande. Volvía a tragar profundamente, con mucha delicadeza y sin prisa. Entonces se apartó. Aquello era una tortura. ¿Qué haría ahora? –me preguntaba. En ese momento sentí que juntaba mis manos por encima de mi cabeza y las ataba con una cuerda o algo así. Volvió a pajearme y a chuparme la verga. De nuevo se retiró y esta vez fue para atar mis tobillos separados a lado y lado de la camilla. Tomó otro par de fotos. Luego se acercó y subió a la camilla. Se sentó en mi cara y estregó su humedad contra ella. Se movía de adelanta hacia atrás y en círculos. Yo extendía mi lengua para que ella obtuviera el placer que buscaba. Por un momento saltó sobre mi cara repetidamente. Después se inclinó y volvió a mamarme la verga. Ella gemía y yo resoplaba. En ese momento escuché una foto más. Me sobresalté pero la mamada que estaba dando me hizo olvidar pronto el asunto o no darle importancia.

Efectivamente, había alguien más en la habitación. Mientras Ana María frotaba su vagina húmeda en mi cara y chupaba mi verga. Alguien, de vez en cuando, tomaba fotos. La situación me resultaba muy extraña pero las sensaciones en mi cuerpo eran de tal intensidad que opacaban esa extrañeza. Se apartó de mi rostro y sentí que giraba sobre mi cuerpo. Luego tomó mi verga y la clavó en sus entrañas dando suaves saltos que fueron aumentando su vigor y profundidad. Yo sabía que ella hacía bastante ruido mientras teníamos sexo pero en aquel momento ella reprimía sus gemidos y solo escuchaba su respiración fuerte. Yo gemía o gruñía mientras ella saltaba sobre mi verga. Al cabo de un rato la sacó y sentí que daba otro giro. Ahora me daba la espalda y volvía a meter la verga para volver a cabalgar. La cámara sonaba de vez en cuando y desde diferentes lugares alrededor de la camilla. Ana María cabalgaba frenéticamente. A pesar de su esfuerzo por no gemir, de vez en cuando se escapaban retazos de chillidos de placer. Yo no aguantaba más. Gemía al borde del desmayo. Toda mi sangre parecía agolparse alrededor de mi verga. Sentía que el cuerpo presionaba allí con una fuerza poderosa. Entonces mi semen fue despedido violentamente primero con dos chorros pequeños. El tercero fue abundante y prolongado. Lo acompañé con un gruñido que no podía contener. Ella también gemía mientras sus saltos perdían velocidad. Los músculos de su vagina apretaban con fuerza y extraían el semen que quedaba en mi verga.

Tras unos instantes así, se bajó de la camilla. No escuché ningún sonido por un minuto y entonces unas manos se apoyaron en mis piernas. Casi de inmediato sentí que mi verga, con algo de erección aún, era absorbida por una boca. Sentía cómo esa boca chupaba como recogiendo semen que había quedado tras haberse retirado Ana María. No sabía si quien hacía esta limpieza era ella o tal vez una amiga suya. En cualquier caso, la cámara seguía disparando fotos. Al cabo de un rato mis manos y mis pies fueron desatados. Mi verga fue jalada y entendí que debía incorporarme. Fui conducido a la sala y me senté (o me sentaron) en el sofá. Poco después me acercaron alimento que me era proporcionado cada vez que acababa de pasar el anterior bocado. Al terminar sentí en mis labios el borde de una copa y bebí vino.

Después de un rato que no vale la pena detallar, fui conducido der nuevo a la camilla. Esta vez solo una mano y un pie fueron atados. Enseguida solo hubo silencio y me dormí. No sé cuánto tiempo pasó. De repente sentí que unas manos acariciaban mi rostro y mi cuello. Eran caricias llenas de delicadeza. Como estaba de medio lado, las manos me indicaron que debía volverme boca arriba. Luego pasearon por mi pecho y por mi vientre dando círculos caprichosos hasta rodear mis pezones. En ese momento sentí que la sangre volvía a fluir hacia mi verga aunque no de inmediato. Mientras las manos hacían su recorrido, los labios esparcieron su aliento por mi rostro y besaron mis mejillas, mi cuello y, finalmente, mis labios. La lengua se hundía en mi boca, los dientes tomaban con suavidad mis labios. La mano más osada descendió y acarició mis piernas, la cara interna de mis muslos. La sangre seguía peregrinando hacia el centro. Al mismo tiempo los labios y la lengua seguían los pasos de las manos, besando y lamiendo mi pecho, chupando mis pezones. Ahora la erección ya iba a mitad de camino. La mano separó mis piernas y acarició mi perineo. Luego ascendió lentamente por mis testículos y siguió de largo por mi verga. Los dedos dieron círculos en la punta mientras los labios y la lengua, después de quemar mis pezones, arrasaban mi vientre. La mano repitió el recorrido varias veces del mismo modo. La erección ahora ya era plena y fue capturada por la mano. Sentí cómo me pajeaba lentamente, al tiempo que la lengua y los labios se aproximaban.

De repente la boca dejó de chupar aunque mi verga siguió sostenida con firmeza por una mano. La otra me tomó de manera que mis piernas quedaron por fuera de la camilla. Entonces me hizo encoger las piernas y levantarlas. Mis tobillos fueron atados y quedé con las piernas levantadas y suspendidas. La mano que sostenía mi verga me pajeó lentamente. Sentí una lengua que lamía mis testículos y el perineo. Poco a poco descendió hasta mi ano. Sentí la humedad girar alrededor. Me estremecí. Un golpe de sangre fortaleció mi erección. La lengua seguía dando círculos y de vez en cuando se hundía en mi culo. Gemía. Entonces sentí que otra boca se tragaba mi verga hasta el fondo. Dejé escapar un gruñido. La lengua buscaba abrir mi ano mientras la boca sacaba y metía mi verga hasta tocar mis testículos. De repente, la lengua se apartó y fue reemplazada por un dedo. Una sensación de vacío invadió mi vientre. Sabía lo que venía, aunque nunca lo había experimentado.

La mamada era suave y delicada. El dedo iba abriéndose paso y la sangre corría presurosa. Entonces sentí como si una descarga eléctrica invadiera mi cuerpo. El dedo había alcanzado su cometido. Una sensación de fluir de sangre constante, una avalancha de calor. Mis gruñidos fueron absorbidos por otra mano que se posó sobre mis labios con fuerza. Al mismo tiempo sentía la presión en mi verga, la contracción de mis testículos y el roce circular del dedo. Comencé a sacudirme. Mi cabeza giraba a uno y otro lado. Apretaba los puños y trataba de levantarme de la camilla, sin éxito. Escuchaba los gemidos de la que me la mamaba y unas leves risas de la que frotaba mi ano. Mis piernas y mis puños se tensaban ante la inminencia del fin. Finalmente ambas aumentaron el ritmo de sus labores sobre mi cuerpo. Sentía que iba a estallar. Mi semen se arremolinó y salió expulsado con fuerza cayendo en la boca húmeda. Los gemidos de quien me la chupaba aumentaron aunque no tanto como mis gruñidos bajo aquella mano. Fueron varios chorros de semen, muchos, en todo caso más de los que nunca había expulsado. La mamada se fue reduciendo así como los círculos del dedo. Mi verga perdió su erección y fue liberada por la boca. El dedo salió. Las risas de las chicas se escucharon en medio un beso. Me sentí mareado. El placer aún recorría mi cuerpo.

Ambas siguieron torturándome de manera placentera, me soltaron de las amarras e hicieron que me pusiera de pie, sentí que una se puso detrás de mí y acariciaba las nalgas, mientras la otra frente a mi verga me pajeaba con delicadeza. Fue en un momento en que las dos decidieron invadir mi verga y mi culo a la vez, la lengua de quien estaba detrás seguía un marcado ritmo que me erizaba por completo, mientras la otra engullía mi verga con sensualidad. Podía percibir en ellas la complicidad y lo disfrutaban, al punto de que sentí como la de atrás mete dos dedos en mi agujero, mientras la otra no paraba de chupármela. “¡Te dije que sería un juguete divertido de usar!” –le dice Ana María a la otra chica, pero la otra no respondió nada, entendí que la otra era quien me la chupaba de forma exquisita. Me sentía preso del placer, era lo más excitante que había vivido, mi culo era penetrado con rapidez por los dedos de Ana María que reía disfrutando lo que hacía, mientras la otra chica estaba con su boca soldada a mi verga.

Las dos se detuvieron y me hicieron ir al sofá. Una de las chicas me montó y clavó su verga en su apretado agujero, intentó no gemir y empezó con movimientos lentos, me tomé de sus caderas mientras ella se movía lentamente. Me frustraba el hecho de no saber a quién me estaba cogiendo pero después de dejar esos pensamientos entendí que era el juguete que ellas estaban usando y los juguetes siempre están dispuestos a ser usados. Sentía como unas uñas se deslizaban en mi pecho dejando marcas en él; los movimientos de quien estaba encima de mí se hacían más intensos, pero solo escuchaba una respiración agitada que me calentaba aún más. Cada vez más esos movimientos se volvían intensos, sentía como era abofeteado por el placer de manera siniestra, sentía que ya no podía más a causa de la calentura, luego de otro par de movimientos mi verga estaba derramando en ese culo que la tenía prisionera, yo gemía y bufaba, a la vez sentía el ardor en mi pecho de esas uñas que habían dejado surcos a su paso. Sin siquiera darme descanso, sentí como ambas deslizaban sus lenguas en mi verga para lamer los restos de semen que pudieran quedar, haciendo que mi cuerpo tiemble de lujuria.

Sentí que la puerta se abrió y quien estaba en la habitación salió. Ana María me quitó la venda y me dijo: “Espero que entiendas que hoy estás a mi disposición, serás el juguetito especial que use siempre que quiera”. “Así será” –respondí. Entendí que estaba a su entera disposición.

 

 

 Pasiones Prohibidas ®

1 comentario:

  1. Me encanta la perversión de este relato, que deja tanto a la imaginación y a la delicia del placer. Gracias por compartir JOL

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