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martes, 9 de abril de 2024

120. El convento 3


 La madre superiora Gabriela, albergaba muchos deseos por el padre Donato, ya no era suficiente ver la escena semanal de los miércoles entre doña Antonella y el sacerdote, no era suficiente masturbarse tocando su clítoris y pezones, mientras veía como la polla del padre Donato satisfacía a una sola mujer, la madre también quería probar las mieles de lo prohibido.

Una tarde que el sacerdote estaba en su despacho, como de costumbre leyendo la Biblia, entró la madre superiora. “Buen día madre Gabriela, por favor tome asiento, ¿a qué debo el honor de su visita?” –le dice el cura en tono amable. La monja no hizo caso, de pie se quedó mirando desafiante al sacerdote. “Buen día padre. ¡Lo sé todo!” –le dice. El apacible rostro del padre Donato cambió un poco, se puso tenso. “No entiendo, ¿a qué se refiere madre?” –le pregunta con asombro. “Que he visto como profana este sagrado recinto, se perfectamente las cochinadas que hace con doña Antonella todos los miércoles” –le dice ella mirándolo a los ojos. El padre Donato se puso pálido, sabía que si la monja hacía un escándalo de esto, su nombre y puesto se verían mancillados, el padre no fue capaz de articular palabra alguna, la monja sonrió al ver el miedo en la cara del sacerdote. “Tranquilo padre, veo que está preocupado, no tiene porqué, solo le pido algo grande y grueso a cambio de mi silencio”. “Dígame madre superiora, ¿qué puedo hacer por usted?” –le dice el padre Donato, aunque entendió perfectamente lo que la superiora le quiso decir.  La hermosa monja pelirroja de ojos verdes caminó sonriente hacia el escritorio del sacerdote, se puso frente a él, luego le dio la espalda, levantó su hábito y dejó expuestas sus perfectas nalgas, las cuales abrió con ambas manos para ofrecer su culo al sorprendido cura. “Padre, solo le pido que me haga todas las porquerías que hace con doña Antonella, quiero que me purifique hasta las entrañas padre Donato” –le dice ella.

El sacerdote tuvo una erección inmediata, en frente tenía un hermoso culo que merecía mucha atención, la agarró de los muslos y sumergió su cara en los cachetes de la monja, su lengua lamía todo el santo orificio, pasaba por la cerrada concha deteniéndose en el clítoris, se puso saliva en uno de sus gordos dedos y empezó a dilatar el orto de la monja, el culo de la madre Gabriela tenía buen sabor, así que el caliente padre alternaba sus dedos y su lengua por toda la cavidad anal, la monja sentía una corriente eléctrica de placer, gemía bastante hasta que sus piernas empezaron a temblar con su primer orgasmo anal, el sacerdote con ambas manos sobre las nalgas de la monja, parecía escarbar con su lengua en lo profundo de las entrañas de la pervertida monja italiana. “Padre, ¡qué rica se siente su lengua llenando mi culo!” –le decía jadeando de placer. “Querida hermana, tiene usted un culo glorioso y su sabor es exquisito” –le dijo el cura con lujuria.

Sonó la puerta del despacho, pero no dio tiempo a que la madre superiora se pusiera el hábito, así que se agachó entre el escritorio y la silla del sacerdote, quedando oculta de la inesperada visita, eran las tres monjas, Brunilda, Varenka y Laetitia, la primera en hablar fue la rusa. “Buen día padre, disculpe nuestra interrupción, pero lo que tenemos que decirle es urgente” –dijo Varenka. “Buen día hermanas, la verdad es que estaba un poco ocupado con un versículo que me tiene intrigado, pero ya que están aquí, díganme, ¿qué les preocupa?” –dijo con amabilidad el cura. La monjita francesa rompió en llanto y tomó asiento. “Padre, es que hemos pecado y no podemos esperar a mañana para que nos confiese” –dice Laetitia. “Pero hijas mías, ¿así de grave es vuestro pecado?” –preguntó preocupado el padre. “Si padre. ¡Hemos fornicado!” dice Varenka bajando la mirada. “Pero, ¿cómo, cuándo y con quién?” –inquirió el cura. La alemana habló muy seriamente, mirando directo a los ojos del sacerdote. “Anoche padre, con los tres enfermos que llegaron ayer en la tarde, con el carnicero, el herrero y el pescadero, pero lo peor de todo es que las tres lo hemos disfrutado, ¡aunque a nuestro favor, todas recibimos señales divinas!” –le dice Brunilda.  “Si padre, nuestro señor nos manifestó sus deseos por medios milagrosos” –dice la hermana Varenka. “Así es padre por increíble que parezca, los tres estaban por morir, pero gracias a nuestros cuerpos ahora están mejor de salud” –le dijo la hermana Laetitia. “Vaya. ¡Por Dios, por favor hermanas! Cuéntenme cómo sucedió todo, no se les ocurra omitir detalle alguno” –dijo el morboso sacerdote.

La madre superiora que estaba agachada en el escritorio, escuchó todo y su calentura en vez de bajar por la intromisión, se elevó por los relatos que cada una de las monjas le confesaba al padre Donato, así que ni corta ni perezosa, metió su mano por entre la sotana del padre y le sacó su erecta verga, y como una posesa empezó a chupar con locura a medida que los relatos de las monjas la ponían más caliente. El sacerdote estaba fascinado con las historias de las tres monjas, más la tremenda chupada de verga que le daba la madre superiora, estaba por acabar ante tanta lujuria, hasta que Brunilda que era la última que confesaba, con su historia, hizo que el padre no aguantará más y gimiera como un búfalo en celo, descargó todo su semen en la garganta de la madre superiora Gabriela, la cual tuvo arcadas, pero con su boca abierta casi a 90 grados se tragó todo el espeso semen del sacerdote. Las tres monjas sorprendidas por los gestos y aullidos del padre, se hicieron a su lado y casi no daban crédito a lo que sus ojos veían. La madre superiora estaba arrodillada con la verga del padre Donato entre sus labios, derramando semen por la comisura de los labios. La monja se levantó y le susurró algo al sacerdote, que inmediatamente sonrió con un gesto de aprobación. “Primero que todo, por favor hermana Laetitia ponga el pestillo de la puerta, que nadie nos vaya a interrumpir” –le dijo el caliente cura. Eso hizo la pequeña monja francesa, que no podía dejar de mirar la verga que tenía el padre entre sus piernas, era mucho más grande que la de don Massimo. “Bueno como veréis, no es casualidad que estemos los cinco aquí reunidos, la madre superiora Gabriela y yo también hemos recibido señales para el disfrute de nuestra carne, eso sí, en nombre de nuestro amado Señor” –dijo el cura. “Así es, quitaros los hábitos excepto la cofia y el velo y os pondréis en cuatro sobre el sofá” –dice la candente madre Gabriela. Ellas sin decir nada obedecieron a la madre superiora, la que sonrió morbosamente.

Ante tal espectáculo la polla del padre Donato se puso erecta nuevamente, los tres culos empinados se veían deliciosos, la madre superiora Gabriela también estaba muy excitada. “Padre voy a preparar cada uno de esos sagrados orificios para que puedan ser bendecidos con su santa verga” –dice la madre superiora. El sacerdote se relamía los labios, enseguida la monja italiana se quitó su hábito, pero dejándose la cofia y el velo también, tenía un cuerpo espectacular a sus 48 años, grandes tetas y un culo tremendo, grande y firme, la vagina la tenía poblada con hermoso vello rojizo; Gabriela empezó a chupar el culo de la monja francesa Laetitia, lo devoraba con gran placer, mientras le comía el culo a la hermana, arqueo la espalda y empino su culo, ofreciendo su manjar al padre, que inmediatamente se arrodilló y metió su lengua hasta lo profundo del orto de la madre superiora. Gabriela seguía lamiendo y chupando el orificio de Laetitia, de a poco le metía un dedo en la cavidad anal de la monjita, gracias a su saliva entró con facilidad, luego metió dos dedos, tres, cuatro, hasta que le metió el puño entero, Laetitia dio un grito de dolor, que luego se transformó en placer a medida que la madre superiora movía su puño dentro de su culo, el padre Donato estaba fascinado con la perversidad de la madre superiora, así que le metió la verga por el culo, Gabriela también dio un grito, el sacerdote se la metió hasta el fondo, Gabriela aullaba de placer, al igual que Laetitia. Minutos después la madre superiora sacó su puño del culo de la menor de las monjas, dejándolo listo y dilatado para la verga del sacerdote, que enseguida sacó la sacó del orto de Gabriela, para ponerlo en el de Laetitia, que aterrada y excitada a la vez, lo sentía más grande que el puño de Gabriela, la pequeña monja sentía que era partida a la mitad. “Por Dios padre, me parte en dos, que grande es su verga, ¡madre mía!” –decía la francesa al ser invadida por la verga del caliente sacerdote. “Disfrutemos hermana Laetitia, por cierto que culo más divino posee usted” –le dice con lujuria, aferrado a las caderas de la monja y embistiéndola con fuerza.

Mientras tanto, Gabriela empezó a comerle el culo a la rusa Varenka, que enseguida se puso a chupar la cruz que colgaba de su cuello, gemía delicioso pronunciando palabras en ruso, luego Gabriela hizo lo mismo que había hecho en el orto de la francesa, Varenka dio un alarido incomprensible, pero en su sonrojado rostro se veía el placer. Brunilda, la alemana, se estaba calentando demasiado y no quería esperar más, así que se puso detrás de la madre superiora y le devoró el culo a la degenerada italiana, que gozaba como una cerda en el barro, tenía el culo muy dilatado gracias a la verga del sacerdote, así que prácticamente la alemana metía toda su lengua en el caliente agujero de Gabriela. Minutos después, el padre metió su verga en el orto de la rusa, que gritó aún más. “Si padre, ¡rómpame el culo con su sagrada verga” –le decía envuelta en placer. “Si hermana Varenka, mi misión es purificar vuestras entrañas” –le decía dándole verga con fuerza en su culo. Gabriela cambio de culo, ahora se comía el de la monja alemana, era el más grande de todos los culos presentes, pues la alemana tenía la estatura de una vikinga de 1,85 cm, Laetitia también quería probar el culo de la Santa madre superiora, le metió la lengua hasta el fondo y también le devolvió el placer de meter su pequeño puño. Minutos después, lo mismo hizo el padre Donato con la monja Brunilda, que por poco se desmaya al sentir en su interior el miembro del sacerdote, era más grueso que el puño de la madre superiora. “¡Qué culo más grande, apretado y delicioso tiene usted hermana Brunilda!” –le dice con la lujuria en su voz el cura. “Es un divino placer tener su verga hirviendo en mis entrañas padre” –le contesta Brunilda hecha una zorra.

Una orgía desenfrenada se llevaba a cabo en el despacho del sacerdote, varios mete y saca después, el padre Donato se recostó boca arriba sobre la alfombra, la madre superiora Gabriela se sentó a horcajadas sobre la polla del cachondo padre. “Hermana Laetitia por favor traiga el frasco de aceite de oliva que tengo sobre la mesa y úntelo sobre mis puños” –le ordenó el cura. Eso hizo la obediente monja, embadurno ambas manos del sacerdote, quien abrió sus brazos en forma de cruz sobre la alfombra, pero sus antebrazos estaban en posición vertical, listos para perforar culos sagrados. “Muy bien hermana Laetitia, ahora siéntese sobre mí puño izquierdo, usted hermana Varenka sobre mi mano derecha y usted hermana Brunilda ponga su hermoso culo sobre mi boca” –les ordena el padre.  Brunilda con placer puso su enorme y hermoso culo sobre la boca del hambriento sacerdote, en cambio Varenka y Laetitia estaban un poco nerviosas y presentaban un poco de dificultad para meterse semejante mano, aunque tenían dilatado el ojete gracias a la verga del sacerdote, los puños del padre Donato eran más gruesos que su miembro, ya que como sabemos el sacerdote es un tipo gordo de casi 2 metros, pero las lujuriosas monjas estaban muy excitadas y no querían defraudar a el párroco, Varenka fue la primera en atravesar el puño, Laetitia la imitó a continuación. Visto desde arriba, el padre estaba en forma de cruz, una cruz sexual de la que gozaban las blasfemas monjas, que subían y bajaban por la verga, brazos y lengua del semental sacerdote, a medida que pasaban los minutos, las monjas cambiaban de sitio, Brunilda pasó a ser sodomizada por esa verga, Gabriela por el antebrazo izquierdo, Laetitia pasó al derecho y Varenka ofrecía su culo ruso a la boca del padre Donato.

Todas se sentaron y disfrutaron en las diferentes partes del sudoroso sacerdote, haciendo una perfecta rotación armónica, la última en ser empalada por la verga del clérigo, era la francesa Laetitia, contrastaba mucho ver a la pequeña monja de 1,62 cm sobre al gigantesco sacerdote de 1,98 cm, que después de una hora de follar ortos, chupar ojetes y perforar los mismos con sus manos, se levantó y ordenó a las 4 monjas que se arrodillaran para recibir el sagrado semen. El padre Donato ordeñó su verga sin esfuerzo, pues ver a esas hermosas mujeres en posición penitente a la espera de su sagrada ración de semen, hizo que salieran abundantes chorros de blanco y espeso semen, con el que bañó a las cuatro monjas por igual, el sacerdote gemía como un león rabioso y las monjas como unas dulces gatitas con la boca abierta y la lengua afuera, bebían el semen que les daba su benefactor. “¡Qué delicia! Limpiadlo bien hermanas, que a partir de ahora mi verga será el sagrado purificador diario que usareis para expiar vuestras culpas” –dice el profano sacerdote lleno de lujuria. Al unisono las cuatro monjas candentes, respondieron: “¡Sí Padre!”. Las bocas de las 4 monjas se deslizaban por toda la verga del lujurioso clérigo que bufaba como un animal en celo, la limpiaron con sus lenguas, hasta dejarla brillante y reluciente, sin una gota de semen por beber.

El sacerdote les dio la bendición a las satisfechas monjas. Todos los días siguientes estaban las cuatro monjas recibiendo el perdón de sus pecados, con sus culos y bocas rebosantes de semen, al igual que doña Antonella acudía por la expiación de sus pecados lujuriosos encerrada con el padre Donato en el despacho, en donde él seguía realizando los rituales antiguos de manera moderna, lo que hacía cada semana más profana que la otra. Los tres hombres después de ser sanados de forma milagrosa por las lujuriosas atenciones de las monjas, se volvieron “fervientes religiosos” y cada vez que podían, iban a recibir “bendiciones” de las hermosas religiosas que los esperaban con su cuerpo listo para darles la sanidad que su cuerpo les ofrecía. Todo guardado bajo el riguroso secreto de confesión de las monjas en el despacho del sacerdote, quien las purificaba con su verga y su semen. Las monjas estaban agradecidas por la bondad que el padre Donato les profería al ser instrumento que Dios usaba para expiar sus pecados con los tres hombres que habían estado moribundos.

La vida en el convento para las cuatro religiosas se volvió en el más absoluto de los placeres, incluso ofrendaron la castidad de sus vaginas a ese clérigo que con solo una orden las hacía participes de las más obscenas orgías y así saciar su hambre de lujuria. Nadie sospechaba lo que ocurría en las cuatro paredes del convento, ni siquiera las otras monjas que Vivian ahí, ya que era un secreto muy bien guardado y por mas herético que fuera, era el mejor de los placeres que hombre alguno haya probado.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Wao que tremenda historia y tremendo relato me encantó como siempre Caballero excelente relato

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  2. Wao que exquisita historia me encantó como.siempre Caballero exquisito relato

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