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sábado, 30 de marzo de 2024

117. El convento 2


 Caía una lluvia torrencial, con truenos y relámpagos,  los tres enfermos ardían en fiebre, todos habían sido despojados de sus ropas y permanecían desnudos bajo su respectiva sábana, cada uno era atendido por una de las monjas médico, todos tenían compresas frías en la frente y medicina de la época.

Laetitia trataba a don Massimo con mucho cariño, no se despegaba ni un momento de él, le decía palabras de ánimo, el pobre hombre de 35 años deliraba, hablaba sobre mariscos, en especial tenía pesadillas con un Kraken, que según él lo quería despedazar. Horas después, a eso de la medianoche don Massimo parecía que se iba para el otro mundo, dijo unas palabras en latín que preocuparon a la monja Laetitia. “¡Soror, i videre lucem fine cuniculi!” (Hermana, veo la luz al final del túnel). Laetitia estaba desesperada, recitaba oraciones en latín, pero no veía mejora en don Massimo, hasta que le agarro la mano derecha al enfermo, la puso sobre su corazón, mejor dicho sobre su teta izquierda. La reacción del enfermo empezó a cambiar, su rostro era de alegría, abría la boca como queriendo decir algo, pero seguía con los ojos cerrados, la monja Laetitia se entusiasmó y sin quitar la mano de don Massimo de su pecho siguió recitando oraciones, segundos después Laetitia se sobresaltó, pues la mano del marisquero empezó a sobar su seno, al intentar quitarla, vio apesadumbrada que el enfermo deliraba más, así que Laetitia tuvo la ocurrencia de meter la mano de don Massimo por debajo de su hábito y ponerla sobre su teta, con la inocente teoría de que su paciente se sentiría mejor por recordar de modo inconsciente el seno de su madre cuando era bebé.

Minutos después Laetitia notaba una mejoría en don Massimo que acariciaba la teta izquierda de la monja, por cierto la monja Francesa tenía tetas grandes y firmes a sus 18 años, Laetitia se alegraba por el repentino cambio del enfermo, pero también se asustó porque las caricias que le daba don Massimo, le empezaban a gustar, sus pezones se pusieron duros como nunca, su entrepierna húmeda empezó a hacerle cosquillas agradables, lo que hizo que la monja se cuestionara, pues le daba miedo caer en pecado, así que puso sus manos en señal de oración y recitó: “¡Oh Padre Celestial! ¿Qué hago Señor mío? No deseo pecar, pero siento que mis pechos mejoran la salud de don Massimo. ¿Qué hago Padre nuestro? Dame una señal por favor, ¡oh Creador del universo, Padre Omnipotente!”. Para su sorpresa sus ruegos tuvieron respuesta, la sorprendida monja sintió que una intensa luz bañaba la habitación y don Massimo habló como en trance: “Porque es mejor que padezcan haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal”. Laetitia se sorprendió ante la mención de ese versículo en particular, que pertenecía a Pedro, por eso respondió mirando hacia el cielo: “Padre que estás en los cielos, ¿es tú voluntad que al hacer de mi cuerpo un instrumento para mejorar la salud de esté hombre, me veas cómo a una pecadora?”.  Esta vez los ojos de don Massimo se abrieron, pero se pusieron en blanco, lo cual asustó un poco a la hermosa monja, él enfermo habló con voz más grave aún: “Y sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero que si alguno es temeroso de Dios y hace su voluntad, a ése sí lo escucha”. Era un versículo de Juan, ante esta última respuesta Laetitia no albergó más dudas, se persignó, retiró la mano que don Massimo tenía sobre su pecho, se levantó de la silla, se quitó el hábito, pero se dejó puesto el rosario, la cofia y el velo, aunque era bajita su cuerpo era exquisito, un par de tetas grandes, pequeña cintura y un culo enorme, su vagina era peluda como todas esa época.

Después de desnudarse, la monja se subió a la cama del enfermo, le puso una de sus tetas en la boca, don Massimo empezó a chupar como ternero huérfano del hermoso pezón de Laetitia, que para su sorpresa veía como un bulto crecía a la altura del abdomen de su paciente, la curiosidad de la monja, hizo que le retirará la sábana, asombrada veía cómo a medida que don Massimo le chupaba la teta, su verga crecía desmesuradamente, la excitación de la monja también crecía, pues la lengua y labios de don Massimo la hacían gozar, así que la monja volvió a persignarse y empezó a besar y chupar la verga del enfermo. Laetitia no podía creer el gusto que sentía por la verga del pescadero, era la primera vez que veía y se comía una en sus 18 años, le chupaba todo el tronco, hasta los testículos, la metía en su sacrílega boca, minutos después don Massimo empezó a reaccionar, salió del estado casi catatónico y no podía creer lo que veía, la monja bajita, la más simpática de las hermanas del convento, le estaba dando una mamada digna de una fina ramera. “¿Pero hermana, que está haciendo?” –le preguntó con asombro. La monja dejó de chupar y le hizo señas con su dedo índice para que hiciera silencio, se acercó a su rostro, le tocó la frente que ahora estaba tibia, el cambio era impresionante, pues antes hervía en fiebre, Laetitia sonrió y le dijo a él asombrado vendedor de mariscos: “Don Massimo, sólo hago la voluntad de nuestro amado señor, en estos momentos soy una herramienta del altísimo, usted puede usar mi cuerpo a voluntad, pues hasta ahora es el mejor método para su pronta recuperación”. “Dios la bendiga hermana, haré la voluntad del señor con su hermoso cuerpo, por cierto su rostro es bellísimo hermana” –le dijo él. Acto seguido le dio un libidinoso beso a la hermosa monja francesa, luego hizo que lo montará, el ahora caliente Massimo trataba de empujar la verga por la concha de la sumisa monja, pero está lo detuvo, le dijo que su virtud no podía ser mancillada, que para su recuperación, le iba a ofrecer su ano. El marisquero sonrió, se escupió la mano le lubrico el orto a la monja, ella se dejó hacer lo que el hombre tenía en mente, pero al intentar penetrar el orto de la monja, su verga no entraba. “Hermana hágame el favor y ponga su dulce trasero sobre mí cara” –le dijo don Massimo. Laetitia enrojeció, pero hizo caso del marisquero, total hacia la voluntad del señor, puso su redondo y gordo trasero sobre la cara del caliente Massimo, éste le abrió las nalgas con sus manos y metió su lengua en lo profundo del ano de la monja, la habilidosa lengua del vendedor de mariscos regalaba el mayor de los placeres a la alegre monja, que estaba excitada, sus fluidos vaginales resbalaban por el mentón del enfermo, que disfrutaba comiendo de ese culo celestial, alternaba la lengua con sus dedos, logró meter tres de ellos hasta la última de las falanges, luego con una de sus manos apoyada sobre la cofia de la monja, la hizo descender hacia su erecta verga, Laetitia que ya no parecía la alegre e inocente monja, devoraba con gran placer el miembro de don Massimo, llegó al punto de tragarla entera.

Minutos después de un sincronizado 69, con el orto ya dilatado por la lengua y los dedos de don Massimo, la monja se levantó para luego colocarse en cuclillas sobre la polla del enfermo, que esta vez sí pudo entrar por el orto de la excitada Laetitia, que gemía ahogando gritos de dolor y placer, por fortuna la tempestad los enmudeció. El culo de la monja subía y bajaba por todo el tentáculo de don Massimo, que gemía como búfalo, la verga llenaba de placer a la hermosa francesa, que por vez primera experimentaba la maravillosa sensación de un orgasmo, que escena tenía ante sí el enfermo, veía como su verga se perdía en medio de las gordas nalgas de la monja, se veía sensual con su cofia y el rosario entre sus enormes tetas, que apretaba con fuerza, hasta que no aguantó más, con su fuerza ya recuperada, sacó su verga del culo de la monja, se irguió con la verga en su mano, Laetitia quedó de rodillas a la espera del semen del marisquero, pues según ella le había dicho, ahí residía el último vestigio de enfermedad con el que debía regar su rostro, para poder sanar del todo. El entusiasmado Massimo explotó en una gran cantidad de semen con la que bañó todo el rostro de la sacrílega monja, el marisquero le restregó la verga por el hermoso y profano rostro de la monja, que movida por el instinto del sexo, se metía toda la verga de don Massimo en la boca, limpiando hasta la última gota. “Hermana muchas gracias por su divina intervención, sentí que me moría, pero gracias a usted y sus cuidados soy un hombre nuevo” –le dijo don Massimo con lujuria. “Amén hermano, solo hice la voluntad de nuestro señor, ahora por favor duerma, mañana se podrá ir a su casa, pero por favor no vaya a comentar nada de lo ocurrido en esta bendita noche” –le dice ella, por miedo a ser excomulgada, ya que no entenderían que fue Dios quien la instó a hacerlo. “Se lo juro hermana, este será nuestro secreto. La gloria del Señor sea para usted” –le dice él. “Así sea varón, ahora descanse” –le dice ella. En la habitación contigua, estaba don Fabrizio el herrero de 29 años que ardía en fiebre, era atendido por la monja rusa Varenka, le espectacular belleza Eslava de cabello rubio y ojos grises, que después de darle medicamentos y ponerle una compresa fría en la frente de su paciente, leía algunos pasajes de la biblia, minutos después sentada en una silla al lado de la cama del enfermo, la monja se sumió en un dulce sueño.

Varenka caminaba por el claro de un bosque, que tenía de fondo una hermosa cascada, estaba vestida totalmente de blanco y se sentía especialmente feliz, recogía flores, hasta que la tierra empezó a temblar y en medio del claro surgió un altar en el que yacía acostado un hombre, tenía un halo de luz que no permitía reconocer su rostro, cuando Varenka se acercó al hombre que por cierto estaba desnudo, escuchó una atronadora voz: “Puesto que Cristo sufrió por vosotros en su cuerpo, también ustedes deben adoptar esa misma actitud, porque quien sufre en su cuerpo pone fin al pecado, para que el tiempo que le queda de vida en este mundo lo viva conforme a la voluntad de Dios y no conforme a los deseos humanos”. “¡Oh Padre mío! Yo que soy tu fiel sierva, indícame lo que he de hacer” –respondió solicita a la voz. “Varenka hija mía, debes curar la enfermedad de este hombre y sacar el veneno que lo agobia” –dijo la voz con voz de trueno. “Tus deseos son órdenes Padre Celestial, he hecho lo que he aprendido en las artes medicinales, pero no sé qué más hacer. ¡Oh gran Señor, guíame por medio de tu gracia!” –dijo ella con congoja. “Hija mía he puesto entre tus piernas el bálsamo sanador para este pobre hombre, haz que lo pruebe y al final con tu bendita boca exprime el veneno que Satanás implantó en este fiel siervo mío, así como se saca el veneno de la traidora serpiente, pero recuerda hija mía que tu sagrada concha no debe ser usurpada, entrega sólo la puerta de Sodoma” –escuchó decir a la voz que le hablaba. “¡Oh Padre, Creador del universo, así lo haré! ¡Gracias por dirigir tu gloriosa voz a tu fiel sierva!” –respondió ella. Al final la voz resonó y dijo: “El mundo y sus deseos pasan, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

Minutos después Varenka se despertó sobresaltada, don Fabrizio estaba dormido, parecía en estado de coma, la monja recordaba perfectamente su revelador sueño y los versículos de Pedro y Juan que eran la mismísima Palabra del Creador, se levantó de la silla, se arrodilló recitando una plegaria, se persignó, en cuanto se irguió y se quitaba el hábito, un relámpago invadió la habitación, por un momento su sombra reflejaba sobre la pared una paloma con las alas desplegadas, lo que para la fiel seguidora era otra señal inequívoca de la voluntad de su señor. Solo tenía puesto su rosario, cofia y velo, lo que dejaba al descubierto el cuerpo de una diosa Eslava, unas tetas de mediano tamaño, cintura delgada y nalgas en perfecta armonía, tenía vello púbico de color oro, unas piernas bien torneadas, si el pobre Fabrizio estuviera despierto, se le habría tirado encima.

La esbelta monja rusa se subió a la cama del enfermo, agarró la cruz de su rosario y se metió parte de la cruz por la boca, se sentó sobre el rostro en cuclillas dejando su rosado ano sobre la nariz del inconsciente herrero, que segundos después aspiraba un embriagador bálsamo mezcla de vagina y culo, lo que hizo que involuntariamente su lengua lamiera toda la concha y el culo de la hermosa rusa, que miraba hacia el cielo con sus manos en señal de oración y chupaba la cruz de forma sacrílega, pues la lengua del herrero en su culo hacía que se comportará como una monja ramera sin darse cuenta de ello, movía su culo por toda la cara de don Fabrizio que por fin abrió los ojos, ante su asombro de ver ese perfecto culo y sentir su delicioso sabor, su gran verga empezó a levantarse entre las sábanas, lo cual noto enseguida la lujuriosa monja, que recordando las palabras de su señor, le retiró la sábana y empezó a chupar como Dios manda.

Varenka enceguecida por el sueño disfrutaba chupando la verga del herrero, creyendo con toda su fe, que lo que hacía era por orden de su Señor, don Fabrizio alucinaba con el perfecto 69 que le brindaba la monja rusa, que no aguantó más y se acabó como un corcel en toda la garganta de Varenka, que sorprendida pero con gusto se tragó hasta la última gota del “veneno”, que por cierto le gustó mucho su sabor, el herrero todavía con el culo de la monja sobre su cara le dijo: “¡Oh hermana, usted con su hermoso culo y su gloriosa boca me han resucitado, no sé cómo agradecerle!”. Parecía que don Fabrizio le hablaba al culo de Varenka en vez de a ella, quien recordaba las palabras que su Señor le dijo en el sueño, así que metió en su boca nuevamente la flácida verga del herrero para poder cumplir toda la orden de su Creador. “Don Fabrizio, todavía no he terminado de sacar el mal de su cuerpo, ¡necesito que me ayude!” –le dice ella.  “¡Oh por Dios, claro que sí querida hermana, siga chupándola que enseguida mi verga se recompone!” –dice él con lujuriosa pasión. Dos minutos después la verga se ponía tiesa, gracias a los jugosos labios y lengua de la monja Varenka, quien también gemía por la forma en que don Fabrizio le chupaba el culo, la lengua del herrero se metía hasta las entrañas. La monja se puso en cuatro con su orto brillante de saliva, esperaba con impaciencia la verga de don Fabrizio, que enseguida se puso detrás de la hermosa rusa y empujó poco a poco hasta llegar al fondo de sus entrañas, mientras la sacrílega monja chupaba la punta de la cruz de su rosario, como si fuese otra verga, segundos después sentía el dulce placer de un orgasmo increíble, era su primera vez. El herrero seguía dándole con fuerza a ese culo profanado por el placer del pecado, la monja ahogaba sus gemidos con la punta de la cruz del rosario que se la engullía hasta la misma imagen del Hijo de Dios. “¡Qué culo más divino y apretado tiene usted hermana Varenka, estoy próximo a eyacular. ¿Dónde quiere mi semen hermanita?” –dijo el lujurioso hombre. Don Fabrizio, su verga me llena y me rompe delicioso mi culito, por favor señor herrero eyacule en mi ano, ¡se lo ruego, dejé todo ese semen en mis purificadoras entrañas” –le responde ella casi ya sin fuerzas. Ante las blasfemas palabras de la monja rusa, don Fabrizio acabó a chorros por segunda vez, llenando todo el orto de la lujuriosa Varenka, que seguía con el crucifijo entre sus labios, el herrero dejo hasta la última gota de semen en lo profundo del perfecto culo de la monja, luego Varenka se puso de rodillas para “eliminar” lo que quedaba del “veneno” de Satanás en la verga del herrero. “Don Fabrizio, ahora por favor duerma que mañana se podrá ir a su casa, le deseo buena noche” –le dice ella, colocándose su hábito. “Gracias hermana Varenka, nunca olvidaré lo que hizo por mí” –dice él, recostándose en la cama.

En la otra habitación la hermana Brunilda se ocupaba del carnicero del pueblo don Enzo, era un hombre pálido, poco agraciado y bajito de unos 40 años, mientras que la monja alemana Brunilda era una auténtica belleza vikinga, de cabello negro como la noche y una elevada estatura. La monja hacía todo lo posible por su paciente, pero no veía mejoría, pasada la medianoche Brunilda estaba muy preocupada, los latidos del corazón eran muy débiles, pero entonces pasó algo “Divino” según Brunilda, pues en medio de la tempestuosa noche, una paloma se coló por la pequeña ventana ubicada en la parte superior de la habitación, luego el ave batió sus alas y se posó exactamente sobre el bulto que se marcaba a la altura de la ingle de don Enzo, ósea en su verga, la estupefacta monja veía como la paloma luego de dicho acto, remontaba el vuelo y se iba por donde llegó. Para Brunilda esto era una señal inequívoca de lo que debía hacer, aunque estuviera en contra de su doctrina, se decidió a intentarlo, hizo la señal de la cruz, pero lo que a continuación sucedió disipó cualquier duda que albergará, pues cuando se levantó de la silla, su biblia cayó sobre el piso abierta y su anillo de ónix que tenía en el dedo anular cayó sobre un versículo de Lucas que decía: “y oyéndolo Jesús, le respondió: no temas, cree solamente y ella será sanada”. La monja recogió la biblia con una lágrima de felicidad pues sentía que Dios se había comunicado con ella.

A continuación retiró la sábana que cubría al carnicero y vio por primera vez una verga, por cierto era grande y contrastaba con la estatura de don Enzo, la monja agarró esa verga que veía hipnotizada como esta crecía más a medida que su mano subía y bajaba por ella, gracias a el líquido pre seminal resbalaba mejor por su palma. Segundos después tomó aire y empezó a chupar la verga del carnicero, para su sorpresa le empezó a gustar el sabor a verga y como le llenaba toda su boca, minutos más tarde de ponerle la verga tiesa, Brunilda se daba cuenta de la mejoría de don Enzo, que abrió los ojos y recitaba emocionado: “Aclamen al señor, porque Él es bueno, porque su misericordia es eterna”. Brunilda sonrió y puso más empeño en su mamada, pues reconoció enseguida el versículo de Crónicas, la monja sentía que debía expulsar el “veneno” que estaba inoculado en la verga de don Enzo. La monja con desesperación le pregunta al carnicero: “Don Enzo, ¿qué debo hacer para que expulse la enfermedad por su miembro?”. “Hermana, yo creo que debo meter mi miembro entre sus piernas, es la mejor manera” –respondió el hombre con perversión. La monja lo pensó, pero estaba segura de que no podía ofrecer su castidad, así que como una valiente, se quitó el hábito, dejando sobre si únicamente su rosario, cofia y velo, los ojos de don Enzo por poco se salen de sus órbitas, la monja era una tremenda yegua, con un par de enormes tetas, gran trasero y lo más increíble eran sus piernas, parecían las piernas de una diosa amazona. “¡Por Dios hermana, es usted más bella que una noche estrellada y su cuerpo desafía en belleza la más perfecta de las obras creadas!” –dijo el hombre. La monja se sonrojó, pero su rostro serio no demostraba emoción alguna, el carnicero le indicó que se recostara boca arriba y abriera sus piernas, tenía una vagina peluda y apretada, con un ano que alcanzaba un tono rosado casi blanco como la piel sedosa de la monja. “Don Enzo, disponga usted pero solo de mi culo por favor, mi virginidad no puede ser tocada”.

El ansioso carnicero asintió con pesar, pero la idea de comerle ese precioso culo lo motivó a darle una lamida de culo que Brunilda disfrutaba como loca, aunque intentará no manifestarlo, minutos después de dejarle dilatado el orto con su lengua y dedos, el carnicero se disponía penetrarla. “Entremos por sus puertas y por sus atrios con alabanzas y con acción de gracias; Alabémosle, bendigamos su nombre” –dijo don Enzo. Sin compasión se la metió hasta el fondo, provocando un gran dolor y placer en la monja que gritó: “¡Aleluya! ¡Bendito sea Dios! ¡Ay, don Enzo me rompe el culo!”. El carnicero metía y sacaba su verga a gran velocidad, con sus manos sujetaba las grandes y hermosas piernas de la monja vikinga, que ya no podía disimular sus emociones, gemía bastante a cada embestida del caliente carnicero. ¿Le gusta mi polla en su culo hermana? ¿e gusta como se lo abro?” –dijo el carnicero bufando como toro en celo.  “Don Enzo, me gusta servir a nuestro señor, eso es todo” –dijo ella. Mentía la monja, pues muy a su pesar, estaba disfrutando ser poseída por la verga de don Enzo, sin darse cuenta sus dedos giraban en círculo sobre su clítoris, hasta que sintió su primer orgasmo, involuntariamente baño el abdomen del carnicero con sus tibios fluidos. “Veo que sí que lo disfruta hermana, yo también estoy por eyacular” –le dijo sin parar de moverse como poseso. Le sacó la verga de su abierto ojete y derramó su semen por todo el abdomen, tetas y cara de la excitada monja, que saboreaba lo que llegó hasta sus labios, luego el hambriento carnicero volvió a metérsela por el dilatado orto. “¡Ay don Enzo! ¿Es que tiene más?” –le dice ella con excitación.

El carnicero no respondió, como una bestia siguió follando el culo de la excitada monja que se mordía los labios de gusto, la verga de don Enzo aguantó heroicamente un segundo round sin bajar la guardia, pero con la velocidad que se follaba a la hermosa monja, fue cuestión de minutos para que volviera a eyacular, en cuanto sintió el dulce placer, se la sacó del orto y se puso a la altura de su cabeza para dejarle la boca llena de “veneno” blanco caliente y cremoso, que la abnegada monja tragó con placer, su boca abrazaba la verga de don Enzo, chupó hasta que limpio todo el miembro del afortunado carnicero.

Minutos después la monja se puso su hábito, le indicó a don Enzo que descansará, a la mañana siguiente podría regresar a su hogar. Con los ojos llenos de placer el carnicero se acostó y cerró los ojos. Brunilda, quiso volver a experimentar la gloriosa sensación de placer que le brindó el hecho de masturbarse mientras era cogida. Se sentó en una silla, seguía desnuda y sin pensarlo dos veces, sacó su rosario y lo metió en su dilatado culo que palpitaba de placer y con su otra mano acariciaba su clítoris. Al cabo de algunos minutos su vagina expulsaba fluidos y ella gemía con lujuria. Agradecía a Dios por dejarla ser un instrumento para ayudar a curar a ese hombre y le ofreció su orgasmo como ofrenda al Creador.

La mañana llegó y ante la milagrosa recuperación los hombres debían volver a sus hogares. En sus recuerdos siempre permanecería lo que sucedió esa noche. Las monjas cuando despidieron a sus pacientes en sus rostros se reflejaban la satisfacción de haber cumplido con la voluntad de Dios y ser medio que Él ocupó para realizar el milagro más esplendoroso en la vida de aquellos hombres que moribundos salieron totalmente curados.

 

 

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