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lunes, 26 de febrero de 2024

107. Una lujuriosa y puta madura

 

Volvía a mi casa, eran cerca de las once de la noche. Estaba devastado ya que el trabajo fue agotador. Con unos compañeros habíamos decidido terminar el día en un bar cercano al trabajo para desconectarnos y charlas, obviamente no trabajo sino de las cosas que competen a los hombres: Futbol, asados, tragos y mujeres. Ya estaba cansado y me fui a la estación del metro en el horario que les mencioné. Luego de despedirme en el andén contrario visualizo a unos ex compañeros de la universidad, no saludamos a la distancia y con gestos nos pusimos de acuerdos para llamarnos y salir en alguna oportunidad. Observé en mi andén a una mujer de cabello negro, liso y largo y de andar muy elegante y llamativo. Vestía traje verde oscuro de chaqueta y pantalón ajustado en las caderas y en la parte superior de los muslos. Me hizo pensar en piernas muy torneadas. No podía observar su cara, su edad o el resto de su cuerpo, ya que ella caminaba a un costado, pero bastante por delante de mí. Ya en el andén a unos dos metros de distancia, aguardábamos la llegada del metro. Ella notó por el rabillo del ojo que la observaba, pero no se inmutó.

Nos tocaron asientos casi enfrentados y en diagonal. El viaje a destino era algo largo, por lo que la mayoría de los pasajeros optamos por leer; ella no lo haría. Abrí mi libro e intenté leer, más no podía concentrarme en la lectura; deseaba descubrir algo en ella, mirarla, observarla y así lo hice. Ella no me miraba. En su rostro llamaban la atención sus ojos verdes oscuros y su piel muy tostada por el sol, no era ni fea ni bonita. Sus manos si eran esbeltas, sin ningún anillo aunque el dedo anular izquierdo mostraba una línea muy pálida, resultado de haber alojada allí una anillo de matrimonio, hasta no hace muy poco tiempo.

Continué observándola de abajo hacia arriba, notando bellos tobillos, lo ajustado del pantalón en su entrepierna, una cintura no delgada, pero sin excedentes. Por la abertura de su chaqueta mostraba sus buenas tetas, aunque de piel algo floja, que aflorando del gran escote de su blusa, no dejaba duda alguna que no llevaba sostén. Su delgado cuello y sus gruesos labios, también de piel algo floja hablaban de tener unos 25 años más que yo, por lo que andaría en los 50 /55 años. A pesar de su edad eran notorias dos cosas: que estaba muy buena y que le gustaba mucho, gustar.

Llevaba las piernas ligeramente abiertas, dejando ver como una pequeña braga atrapada allí debajo, se le metía dentro, marcando sus labios vaginales. Al sentirse observada y analizada se sintió algo incómoda por lo que cerró delicadamente sus piernas. Disimulé unos minutos y volví a enfocarme en su pecho, También lo notó y cuando miré fijo a sus ojos, intentó cerrarse la chaqueta, pero esta volvió a abrirse al segundo. De nuevo me miró impasible; hice una sonrisa y un gesto como diciendo  “ja, ja, ja, no se pueden ocultar”

Reaccionó inmutable, como ignorándome, levantando imperceptiblemente la mirada. Me dediqué nuevamente a la lectura; al paso de unos diez minutos de leer sin saber si era mi imaginación o no, me sentí observado. Levanté la vista en forma abrupta descubriendo que sí, que me estaba analizando; reaccionó nuevamente en forma intelectual sin gesto alguno desviando la mirada levemente hacia un costado, sin hacer el más mínimo movimiento de músculo alguno de su rostro, pero la rigidez de su mirada clavada en el aire a mi lado, me permitió ver detenida y claramente un especial y destellante brillo en sus ojos. Era obvio que algo que le producía alguna sensación especial, estaba pasando por su mente.

Dos paradas después (a mí me faltaban tres paradas más) se levantó casi toda la gente de sus asientos, inclusive ella. Instintivamente me paré y me coloqué por detrás, a su espalda, casi respirándole encima. Pude sentir el aroma leve de perfume y un suave, y exquisito aroma corporal. Mi pensamiento instintivamente afloró en voz clara y pausada; susurrándole al oído: “Voy a seguirte hasta tu casa para disfrutarte y que me disfrutes”. Pareció no inmutarse durante un segundo, pero su cuerpo reaccionó arqueándose brusco y mínimamente hacia adelante y girando casi imperceptible su rostro hacia atrás. Bajó del metro con un andar constante y muy seguro de sí misma, ni apresurado ni lento, con el mismo andar sensual de antes.

Al salir de la estación del metro y unos veinte metros más adelante giró un poco su cabeza hacia atrás. No supe que pensó, ni si se sentía molesta, lo cual no sería de extrañar por la situación. Mantuvo el mismo andar casi distraído, continuo y sin pausa. Caminamos alrededor de tres o cuatro minutos por una calle lateral desierta, muy limpia y poco iluminada a unos tres metros de distancia. A mitad de manzana la acera se adentraba unos metros hacia el interior, formando el ingreso hacia un gran parque propiedad de condominios, franqueado por una gran reja de hierro con un gran techo cobertizo. Faltando un metro y a un costado del gran portón de ingreso se detuvo; agachó su cabeza en busca de algo dentro de su bolso. Este párate provocó al continuar mis pasos, quedar nuevamente por detrás, a su espalda y casi pegado a ella. La cercanía me permitió observar que había extraído de su bolso un spray de autodefensa. Instintivamente le dije lo que pasaba por mi mente: “Voy a respirarte, saborearte, morderte”. Su cuerpo reaccionó con un nuevo y apenas más pronunciado arqueo de tórax hacia adelante y su cabeza hacia atrás, acompañado por un estrechamiento de hombros. Respiró profundo; exhaló el aire; bajó su mano hacia el bolso abriéndola despacio y dejando caer el spray dentro y sin volverse hacia mí, dijo: “Lo sé, puedo respirar y sentir tu química”. Seguido a sus palabras su cuerpo volvió con un nuevo sacudón a estremecerse más notoriamente. Sacó un manojo de llaves de su bolso por unos cinco segundos y volvió a soltarlo en su interior. Corrí el largo cabello hacia un lado acercándome a la base de su oreja y su cuello por debajo de la nuca; crucé uno de mis brazos por el lado derecho de ella y dirigí una de sus manos ascendiendo su abdomen hasta posarla sobre sus pechos. Mi otro brazo cruzó el lado opuesto descendiendo su vientre, presionando levemente y alojándolo ahí, realizando también una presión ascendente y descendente; se notaría en el acto que la femenina humedad genital se hacía presente. Le dije orgullosamente sensual, sintiéndome sabedor y dando por hecho el futuro: “¡Quieras o no estaré dentro de ti!”. Acercó más mi boca al cuello, posando firmemente mis labios y luego los dientes, presiono mi verga sobre esos femeninos glúteos. En segundos, ella sintió que se chorreaba en humedad y su cuerpo fluctuaba en sensaciones jamás experimentadas. Minutos después, mientras continuaba estimulándola de la misma forma sus nalgas y sin abandonar su cuello, ella se colmó de espasmos y ardientes jadeos. Yo, jactándome verídico y orgulloso, sentencié: “Si antes de la madrugada me aceptas como tu dueño, te daré por una eternidad el placer más increíble, más si así no lo haces; esta será tu ultima vez de goce”. Ella dudó unos segundos confundida por mis palabras y por el jamás experimentado placer que estaba sintiendo o que aún no concluía. Acto después el sentido comenzó a abandonarla, dando extrema flojedad a todos sus músculos, yo me retiraba al no tener una respuesta de su parte.

En medio de esa extraña, cálida y llena de éxtasis noche, ella pensando y meditando las últimas palabras del lujurioso desconocido se aflojó por completo, quedando colgada por sus axilas trabadas en los horizontales del enrejado. No pudiendo evitar que su cabeza cayera floja hacia atrás y hacia un costado, su mente corrió una diabólica carrera entre la duda y la pasión, y contra el amanecer, según las palabras que le había pronunciado. Su cuello, donde había actuado mi amenaza y por donde comencé a poseerla quedaba al descubierto mostrando restos de sangre que coagulaban lentamente. Corrí el largo cabello hacia un lado llevando la boca al costado de su cuello por debajo de su nuca, mordisqueándola y saboreando su piel. Eché atrás su chaqueta, dejándola a mitad de camino, sin quitársela y trabando sus brazos con ella. Me fue muy fácil así, bajar los tiradores de su blusa alojándola por debajo de sus tetas; liberándolas fácil al no llevar sostén. Se las masajeé lento pero con fuerza y destreza; a continuación mi otra mano aflojaba el broche de su pantalón, dirigiendo los dedos sin pausa a su húmeda vagina. Ella echó su espalda hacia delante y su cadera hacia atrás fregándose con entusiasmo contra mi verga, haciendo que se ponga más dura. Sus brazos atrapados no le impidieron liberarlo de la cremallera. Le bajé un poco más el pantalón haciendo a un lado la delgada tanga, frotándole el glande, haciendo círculos por sus glúteos; también hacia arriba y abajo en sus hinchados labios vaginales. La mujer comenzó a decir: “¡Vivo aquí, me conocen, no me gustaría que mis vecinos…!”. No pudo terminar de decirlo al sentir como mi caliente y dura verga se le metía, penetrando su vagina. Reaccionó con entusiasmo y premura, echando su culo hacia atrás, logrando de esta manera se la clavara hasta el fondo. Los movimientos de ambos se hicieron vigorosos y constantes. “¡No abandones mi cuello! ¡Quiero ser tuya y que hagas conmigo lo que quieras!” –dijo ella. Estuve de acuerdo, acepté que fuera mi puta, seguí mordiéndola, como respuesta, muy duramente y por sobre el omoplato sin soltarla. Ella se prendió firme a los hierros verticales de la reja, quedando su rostro encajado y casi atrapado por los mismos hierros. La situación en si los tenía a ambos en excitación sobremanera. Ella agregó: “Subamos, mi departamento es el 603. Ahí puedes usarme a tu antojo”. Yo, más lascivo, tenía en mi mente una idea distinta a la de ella, mi intención era premeditada, de dejarla con las ganas. Le respondí indiferente: “¡Hoy no! ¡Mañana será el indicado!”. Se la metía con fuerza, quería dejarla su concha llena con mi semen y que se masturbara en la cama pensando en mí y en lo que había pasado en la entrada al edificio. Sabía que aunque ella, quedándose con las ganas, continuaría gustosa de volver a verme. Solo bastaron unos minutos más para acabar en su vagina, a lo que ella gimió con total descaro y placer, acomodé mis ropas y le dije con todo el convencimiento que podía tener en ese momento: “Mañana vendré a tu departamento a las once de la noche. Debes estar preparada y caliente a mi llegada”. Sabiendo exactamente lo que hacía y lo que haría en tiempos a venir; me fui de improviso dejándola ambiguamente conmocionada, caliente, colgada de la reja y a medio vestir.

Llegué a mi casa y me di una ducha, la noche fue intensa pero en recompensa encontré a una lujuriosa y puta madura dispuesta a complacerme. La mañana llegó y como siempre me arreglé, me puse la camisa, el traje y la maldita corbata. No me podía concentrar ya que a mi mente venían las imágenes de la noche anterior y como esa madura puta gemía al estarmela cogiendo en la calle, sin ningún pudor a ser vistos. La hora de salida llegó y me fui a hacer la hora al bar, bebí un par de whiskys, pensando en las cosas perversas que haría con esa mujer. Miraba mi bolso y busqué los implementos que usaría para mi deleite, sonreí y me dije: “¡Ay Dios, mio! ¿Cómo puedo ser tan perverso?”. Eran cerca de las diez y media, el trayecto era de unos 25 minutos, pero me dije: ¡Esta puta tendrá que esperar más! De manera premeditada llegué 40 minutos tarde. Llamé a su timbre, nadie respondió aunque el portal de hierro franqueó mi entrada. Habia un botón que decía conserjería y me contestó una chica que cumplia labores de seguridad en el lugar, le dije que iba al departamento 603. Sin preguntarme nada abrió la reja. Subí las escaleras hasta el sexto piso, la puerta del apartamento se encontraba entreabierta dejando entrever luces tenues en su interior.

Al cruzar el umbral de la puerta, ingreso al departamento, había un separador de tiras que permitía ver el interior de la sala a través de las pequeñas separaciones que estas hacían. Pudiendo ver así que se hallaba ya iniciada en la labor. Vestía con un sensual arnés de cuero pectoral que dejaba al total descubierto sus tetas, sosteniéndolas y realzándolas por debajo, botas hasta los muslos con tacones finos, y medias de red de amplio calado que hacían juego con sus botas y el arnés. No tenía puesta ropa interior. Lograba con esa vestimenta un contraste muy extremo junto al color marrón de su bronceada piel. Se encontraba recostada sobre un sofá de tela leopardo. Entre sus testas había un par esposas, indicando claramente su entusiasmo de ser amarrada o sujetada. Se encontraba masturbándose el culo con una verga de goma y acariciándose su clítoris con los dedos. Pasé por al lado de la cortina de tiras, al verme exclamó: “¡Ven aquí y déjame chupar tu deliciosa verga!”. Al acércame me empezó a masturbar lentamente, me miró a los ojos y dijo con voz firme, sin enojo pero caliente: “¡Hijo de puta! ¡Me has dejado caliente y casi desnuda en plena calle a la vista de cualquier vecino!”. “Bueno, si algún vecino te hubiese visto tendrías que haber cumplido con tu labor de puta” –le dije. Ella estaba terriblemente caliente y atraída por mi actitud animal, dijo: “Ese hubiera sido el menor de los problemas, soy parte del comité de administración de la comunidad y tengo una reputación que cuidar. Además, hace más de media hora que debías estar aquí, tuve que empezar sola. Me aparte y me apoyé sobre la puerta de las habitaciones y le dije: “Claro, eres re puta y eso se tiene que cuidar, no sería bueno para los vecinos saber que vive una puta con ellos”. La observaba detenidamente y añadí: “¡Deléitame un poco más con tu imaginación!”.

Continuó masturbándose al igual que cuando ingresé. Sonrió pícaramente. Aguardé unos minutos observando su show, descubrí que su edad real era de 50 años, lo que para mí no presentaba ningún problema. Ella gemía al sentir como la verga de goma le perforaba el culo, era todo un deleite para mis ojos y mis oídos. La lujuria encendía el ambiente, ella estaba en estado de ebullición y yo la observaba en silencio. Me acerqué. Sin quitarse la verga de goma del culo, metió sus manos en mi cremallera y por supuesto, sobre mi verga, acariciándola, y lamiéndola palmo a palmo, sin dejar de masajearme los testículos. Acompañó su mamada durante todo ese lapso fregando su pelvis con movimientos sin pausa hacia adelante y hacia atrás a fin que el consolador la siguiera estimulando su culo. “¡Qué espectáculo! Ver a esta madura en actitud de puta” –pensé. “¡Me gusta lo perversa que eres! ¡Eres una madura muy perversa y muy perra! ¡Eres una exquisita puta de mierda!” –le dije mientras ella seguía engullendo mi verga. Me miró fijo a los ojos asegurándose que yo viera claramente la lujuria de sus pensamientos perversos en los. Además, de su satisfacción dándome una chupada profunda y vigorosa en el glande y masajeando mis testículos, mi verga se ponía más dura. Realmente me calentaba mucho su actitud. “¡Me la vas a meter por todos lados!” –me dijo. “Seguramente que si” –respondí. Empujé sus hombros hacia atrás, obligándola a recostarse sobre el respaldo del sofá, me agaché lamiendo por dentro sus piernas ascendiendo por sus pantorrillas y muslos deteniéndome en su vagina íntegramente recién depilada. Al tiempo que me las arreglaba para quitarme la ropa.

Poco hizo falta que la chupara para que emergiera al máximo su clítoris del escondite; sonrió de placer. Continúe entrando y sacando el consolador de su culo mientras con mi otra mano sobaba su vulva y mi lengua continuaba en su clítoris. Sus gemidos se acrecentaron; traspiraba un mar. Llegaron los jadeos entrecortados. Elevó sus manos a sus tetas llevándoselas a la boca y mordisqueándose y chupándose con intensidad sus pezones. No pudo hacerlo por mucho tiempo. Mantuve mi lengua y labios con fuerte presión sobre su ardiente clítoris. Su orgasmo llegó junto con sus convulsiones y sus uñas clavándose en mi espalda. Mientras, un profundo grito de saciedad, intentando se acallado entre sus dientes mordiéndose los pezones; y sus muslos, cerrándose y apretándose sobre mi cabeza.

Sin esperar nada, y juntando sus brazos en su espalda, cerré las esposas sobre sus muñecas. La hice colocarse de pie y la llevé hasta el pequeño balcón de su departamento, hice que apoyara su cuerpo en la baranda y sin decir nada embestí su culo, apretó sus labios para no gritar, lo que me pareció poético y pervertido. Me tomé de sus caderas con fuerza y la seguía invistiendo con violencia. “Quiero que tus vecinos vean lo puta que eres” –le dije. Ella intentaba hablar pero sus gemidos ahogaban sus palabras. Musitando palabras sin sentidos podía entender que decía lo mucho que le gustaba que me follara su culo, ya estaba harta del maldito consolador. “¡Grita tu nombre y di que eres puta!” –le ordené dándole un par de nalgadas. Obedeció como buena zorra y gritó: “Me llamo Miriam y soy una puta, me están cogiendo el culo”. Ya no se podía contener, el pudor de ella se había alejado y ahora estaba presente su esencia de ser una sucia puta amante de la verga.

La tomé de las cadenas de las esposas y la tiré al sofá, reclinó su cuerpo en el respaldo y ahora su vagina era que sería usada por mi lujuria. Entró de una sola embestida, ella pidió que se la metiera con fuerza. La jalé del cabello y empecé a moverme con violencia, sintiendo como mis testículos golpeaban la entrada de su exquisita vagina, en cada movimiento ella jadeaba como una perra en celo, escucharla jadear era el tono más sensual que alguna vez hubiera escuchado, aunque se comportaba como una puta seguía siendo una madura elegante y distinguida. “¡Damela con fuerza! ¡Métela toda!” –decía con un tono de voz lujurioso. No sabía cuánto tiempo más iba a aguantar el ritmo que estaba imprimiendo, sentía que mi verga palpitaba, así como lo hacía su concha. Ambos sudábamos, ya que la calentura que sentíamos salía por nuestros poros. Miriam seguía mis movimientos, para que mi verga no se saliera. No me había equivocado cuando la vi la noche anterior en el metro, debajo de toda esa sofisticación y caminar de “dama”, se escondía una puta que debía ser liberada. Nuestros cuerpos unidos por un lujurioso movimiento y armonizado por los gemidos de esa mujer, hacían que el ambiente fuera mucho más placentero. Ya sin resistirnos más, a la vez acabamos, Miriam se retorcía de placer y mi verga estallaba en potentes chorros de semen que se perdían en su interior; fue un momento delirante, un momento que quedaría grabado en el inconsciente de nuestra lujuriosa mente.

Cuando ella pensó que todo había terminado, fui hasta mi mochila, saqué un flogger trenzado. “Ahora veremos qué tan exquisitas marcas quedan en tu piel” –le dije. Le quité las esposas y la hice que se parara contra la pared con sus brazos extendidos a los lados. No pude resistir las ganas de nalguearla, al sentir el impacto de mi mano en su nalga derecha dejó salir un delicioso gemido, las siguientes nalgadas se transformaron para Miriam en intensos gemidos de placer. “¡Qué rico se siente!” –decía al contacto de mi mano con sus apretadas nalgas. Ya envuelto en perversión, comencé a recorrer su cuerpo con el flogger, hasta que el cuero de las trenzas abrazó su cuerpo. Ella se retorcía y gemía en cada golpe, su espalda, sus nalgas y partes de sus muslos ya lucían perfectos con visibles marcas rojizas hechas por mi mano y por el flogger. Antes de detener la azotaina, Miriam estaba teniendo otro orgasmo que la hizo deslizarse por la pared y caer al piso gimiendo. 

Verla en piso me puso más caliente y mi verga se puso dura, me acerqué la tomé del cabello dejándola de rodillas, la lasciva madura se las ingenió con las pocas fuerzas que le quedaban para agarrar mi verga y chupármela como loca, me miraba y en sus ojos se dejaba ver toda la perversión hecha mujer; mordía mi glande y se lo engullía, su boca era sensacional en el arte de chupar verga. No se detuvo hasta que extrajo mi semen, lamiendo lo que escurría por la comisura de sus sensuales labios, abrió su boca y me mostró triunfal rodo el contenido en su boca, formando hilos pegajosos entre su lengua y el paladar antes de tragárselos con enorme gula. “¡Eres toda una puta!” –le dije dándole una cachetada, ella sonrió y dijo: “No pensé que me ibas a poner así de caliente”.

Una vez recobrado el aliento me vestí. Ella estaba desnuda y exhausta. Antes de salir le dije: “Abre la boca, tengo ganas de mear”. Obediente a mi requerimiento abrió la boca, saqué mi verga entre el cierre y la oriné, a media que su boca se iba llenando, Miriam tragaba los grandes sorbos de orina. Cuando termine me la limpió con su lengua de una manera sensual. Caminaba hasta la puerta y me preguntó: “¿Vendrás mañana?”. Me devolví y le dije: “Claro que vendré a cogerme a mi puta”. “Soy tu puta y tu mi dueño” –me dijo. “Muy bien, pero a contar de ahora me dirás mi Señor y estarás disponible para mí” –le respondí. “¡Sí, mi Señor!” –dijo con total obediencia. Anoté su número telefónico, le tomé una foto tal como estaba y la puse como foto de contacto y el nombre: “Puta madura”. Salí en dirección a mi casa. Caminando por la calle pensé en todas las cosas perversas que podría hacer con la puta madura. Al llegar a casa le mandé un mensaje: “Mañana cuando vayas a trabajar no te pondrás ropa interior y me esperarás cerca de la estación del metro donde nos conocimos”. “Sí, mi Señor. ¿Cómo quiere que me vista para usted?” –preguntó en respuesta al mensaje. “Como una puta” –le escribí. “Así será, mi Señor”.

Al caer la tarde del día siguiente, camino hacía el metro y en el andén estaba ella, Vestida con una falda muy corta, me acerqué y con descaro examiné que no tuviera ropa interior, la muy zorra había cumplido. “Se nota que eres una puta obediente” –le dije. Ella sonrió como una niña traviesa. No perdí la oportunidad de meter mi mano debajo de su falda ante la vista de quienes iban con nosotros compartiendo el vagón. “¿Qué se siente que te miren puta?” –le pregunto. “¡Me calienta demasiado mi Señor!” –me responde. Seguía metiendo mi mano y rozando su clítoris, su cara de asombro y de morbo era para mí un deleite. Al salir del vagón y de la estación no habíamos avanzado mucho, cuando la hago detenerse y en medio de la calle, la apoyo en un añoso árbol y levantó su falda, la doy vuelta y la empiezo a coger como un loco. “¡Oh, mi Señor, es usted muy perverso!” –me dice. Solo me enfoqué en embestir su concha que rebosaba en fluidos. Después de intensos quince minutos cogiéndomela, solo de vez en cuando pasaba algún vehículo que nos encandilaba con sus luces, acabé profusamente, dejándola llena de semen. Al llegar al condominio nos subimos en el ascensor, aun sabiendo que hay cámaras en el interior ella se dejó manosear hasta que las puertas se abrieron. Entramos al departamento y como un animal furioso la desnudé por completo apoyada en la pared, la empecé a masturbar arrancándole deliciosos gemidos. Mi lujuria estaba tan encendida como la de ella. Entonces la di vuelta y le ensarté la verga en culo sin previo aviso. “¡Ay mi Señor, mi culo, me lo va a destrozar!” –me decía entre gemidos.

Estaba tan perdido cogiéndome su culo y perdido en esos gemidos sensuales que provenían de su candente boca. En eso veo que está el citofono que conecta con la conserjería, sabía que estaba de turno la misma chica que anoche me dejó entrar sin preguntarme nada. Le dije a Miriam que tomara el citofono y llamara a la consejería, que no dijera nada cuando le contestaran, que solo siguiera gimiendo. Obediente descolgó el citofono y presionó el botón. Sus gemidos se hicieron más intensos al escuchar la voz al otro lado, embelesado con su culo seguía metiéndosela con fuerza y ella siendo la puta que es con el auricular en la oreja, gimiendo como si vida se escapara de sus manos. “¡Dile que eres una puta!” –le ordené. “¡Sí Susana, me están cogiendo como una puta! ¡Tengo una exquisita verga metida en culo!” –decía con la perversión saliendo de sus labios. “¡Me encanta ser puta!” –decía. Con el morbo en la sangre y escucharla decir lo puta que era hice colgara el auricular, ahora era el tiempo de disfrutar su cuerpo, su lujuria y su perversión a destajo. La llevé a la sala y me senté en el sofá, ella se metió entre mis piernas y empezó a masturbarme de manera sensual. “¿Le gusta mi Señor que sea puta?” –me pregunta. “Acaricié su rostro y le di una cachetada. “Claro que me gusta, de lo contrario no estaría acá ahora” –le respondí. Me chupó la verga con desesperación, se la metía toda a la boca, incluso se ahogaba pero ella no se detenía, incluso me masturbaba con sus tetas poniendo cara de niña perversa. En eso suena el timbre, quiso levantarse a abrir, pero no la dejé. La tomé y la hice que me montara, se empezó a mover de manera salvaje, haciendo que sus tetas se movieran al mismo ritmo de sus movimientos. Gemía como loca, cuando mi verga le llegaba al fondo. Volvió a sonar el timbre, pero no la dejé ir a ver quién era. “Mi Señor, tengo ver quien llama a la puerta” –me decía sin parar de moverse. “¿Quieres ver quién es? Dile que pase, total la puerta no está cerrada” –le dije. “¡Adelante, está abierto!” –gritó obediente.

Entre las tiras de gomas se vislumbra una silueta femenina, al separar las tiras lo primero que pudo ver esa mujer era a Miriam rebotando sobre mi verga. “¡Perdón señora Miriam! Pensé que no estaba hablando en serio” –dice la mujer. Miriam quedó petrificada y con cara de asombro, no podía creer que la conserje haya sido capaz de ir a ver si le estaba hablando en serio o no. “Sigue moviéndote puta” –le digo. “Sí, mi Señor” –respondió obediente y siguió moviéndose. Lejos de irse, Susana la conserje se quedó pasmada al ver que la recatada “señora” no bromeaba con lo que había dicho. Deteniéndose pero sin darse vuelta le dice: “¿Por qué estaría bromeando? Además, ¿qué haces aquí?” –le pregunta agitada y continuando sus movimientos, esta vez lentos y sensuales. “Yo, yo, perdón; tiene usted razón. No debí venir” –le dice acongojada la conserje, que no debe pasar los treinta años. Miriam me miró de forma pervertida y esbozó una sonrisa macabra. Siguió moviéndose invitando a la perversión, saber que había alguien observándola encendia en ella el morbo, estaba tan caliente que dijo: “Mira como disfruto Susana, es una lastima que solo estés de voyerista”. La mujer no podía quitar la vista de la sensualidad que transmitia la madura moviendo sus caderas de adelante hacia atrás. “No sé que decirle, solo que estoy sorprendida” –le dice Susana. “Si quieres puedes cerrar la puerta” –le sugiere Miriam. No sabría decirles si fue por el morbo de quedarse a ver coger a Miriam o porque también estaba caliente, pero fue a cerrar la puerta como la madura le había indicado. Cuando volvió encontró a Miriam chupándome la verga. “Veo que te quedaste, sería mejor que te quitaras la ropa, porque en tu cara se ve que quieres participar” –le dijo.

Susana en medio de un turbulento mar de pensamientos lujuriosos se quitó la ropa ante la invitación de Miriam. Se veía sensual, con curvas pronunciadas y tetas grandes, sus pezones rosados y duros y unos labios sensuales que invitaban a meterle la verga en la boca y que la chupara. Miriam le hizo una seña para que se acercara y le indicó que se subiera al sofá; por alguna razón Susana obedecía sus palabras, tal vez por ser directamente o porque la calentura guiaba sus acciones; por la maldita razón que fuera, pero ya estaba pegada a mi verga, mientras Miriam chupaba mis testículos. La manera en que la invitada lo hacía era igual de lujuriosa como Miriam, estaba envuelto en un frenesí de placer viendo como dos putas estaban a mi entera disposición. Le dije a la madura que había que atender a las visitas, ella sonrió maquiavélicamente y se instaló detrás de Susana y empezó a lamer su vagina. Susana lanzó un delicioso gemido y siguió comiéndome la verga. Miriam ahora jugueteaba en el culo de la conserje, la manera en que le separaba las nalgas para hurgar en ese agujero era excitante. Escupía en su ano y jugaba con sus dedos en círculos, incluso metía un dedo haciendo que Susana bufara con mi verga en la boca. “La cena está servida mi Señor” –dijo Mirian con esa voz de madura caliente.

Tomé a Susana y la hice que se pusiera en cuatro en el piso. Con el culo en pompa era un deleite mirarla, sobre todo con ese agujero dilatado que suplicaba por ser cogido. Me acomodé y se la metí despacio, ella dio un grito de dolor mezclado con placer, poco a poco mi verga se metía en su culo hasta que ya estuvo toda adentro, me empecé a mover con fuerza; los gemidos de Susana se hacían intensos y Miriam nos miraba en el sofá tocándose como loca, en eso no pudo aguantar la calentura y se unió al morboso ritual de sexo anal candente que recibía su invitada. Se recostó con las piernas abiertas dejando su concha al alcance de la boca de Susana que no tardó en lamer y chupar su rico clítoris. Miriam gemía en el absoluto éxtasis, se agarraba las tetas y apretaba los pezones con fuerza. En el ambiente reinaba el sexo desenfrenado y la perversión, los tres estábamos disfrutando lo que estábamos viviendo; seguimos hasta que Miriam tuvo un exquisito orgasmo que la dejó agonica en el piso con su cuerpo retorciéndose. Susana decía que estaba a punto de acabar y que le gustaba sentir mi verga en su caliente culo, no tardó mucho en comenzar a gemir y a retorcerse, Miriam me decía: “¡Eso mi Señor, haga gritar a la puta!”. Cuando les dije que estaba a punto de eyacular, las dos como pudieron se pusieron de rodillas y abrieron sus bocas esperando recibir mi caliente semen, Me empecé a masturbar rápido, mi semen salió llenando sus bocas y sus caras, se venían preciosas adornadas por el blanquecino liquido que mi verga les regaló. Las dos muy calientes se empezaron a besar y a compartir como buenas niñas el semen de boca en boca hasta que lo tragaron. Entre ambas me chuparon la verga para dejarla limpia. Como lo hice con Miriam, empecé a orinarlas pero no sus bocas, su cara y sus tetas.

Susana se vistió ya que debía regresar a su puesto, iba con olor a semen y a orina, Miriam se quedó tendida en el piso deleitándose con lo sucedido. Me di una ducha y le dije a Miriam que ella no tenia permiso de hacerlo. Nos fuimos a acostar y nos dormimos después de tan placentera jornada. En la mañana Miriam salió sin bañarse, nos encontramos con Susana que estaba por terminar su turno y Miriam se despidió con un candente beso en los labios. Me fui a mi casa a cambiarme de ropa y salir a mi trabajo. Cuando llegué al trabajo, le mandé un mensaje a Miriam diciéndole que Susana seria parte de nuestros juegos. “Sí mi Señor” –fue su respuesta. Así que cada vez que iba al departamento de Miriam, Susana subía a los pocos minutos de yo haber llegado para seguir cogiendo, incluso iba en sus días libres. Tuve que ausentarme por unos días debido a que en el trabajo me habían mandado a un congreso fuera de Santiago, pero en las noches tenia a las dos putas por videollamada haciendo todo lo que quería que hicieran.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

3 comentarios:

  1. Que rico me encanto este relato ser cogida así por todos los lados y ponerse a disposición que delicia.
    Como siempre Caballero exquisito relato

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  2. Qué manera más salvaje de follar en la reja del edificio

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  3. Increíblemente delicioso. Me encantó

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