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martes, 13 de febrero de 2024

103. Él te acecha

 

La había visto por primera vez en un bar al que suelo ir cuando el tiempo es mi aliado y desde ahí nació ese deseo incontrolable de hacerla mía. No sabía porque esta chica despertaba en mí esos oscuros deseos, siempre me consideré una persona normal, pero en ese momento algo cambió por completo en mi forma de mirarla. Me acerqué con pasos seguros y le invité unos tragos, con la finalidad de obtener información, ya sabía lo suficiente. Nos despedimos, ya que sus amigas que la acompañaban debían regresar a sus casas. Con el correr de los días no podía sacarme de la mente a esta chica. Incluso fue cuando decidí idear la forma de acercarme sin que lo notara para apagar el fuego de lujuria que ardía en mi interior. La llevaba acechando por un tiempo, en mi mente siempre estaba la forma en que podría disfrutar de su cuerpo quisiera ella o no, ya que mi deseo superaba a la razón, aunque había momentos en que intentaba mantener mis pensamientos alejados de ella pero me resultaba imposible hacerlo, ya que se había transformado en una obsesión, en una adicción que era difícil de superar. Entonces decidí dejar los pensamientos y dar pasos a la acción.

Estaba en un callejón, tenía todo listo. Un trapo con cloroformo, una cuerda, algunos juguetes para hacerla gemir como puta y tenía hasta un lugar donde no nos molestarían por mucho tiempo. Era ya de madrugada, cuando la vi pasar, se llamaba Gabriela, una chica de en sus 20 años, de estatura promedio, cara de traviesa, cabello largo castaño, de senos pequeños y complexión delgada, con unas piernas grandes y torneadas, con el mejor culo que podía pedir para la primera víctima de mis deseos descontrolados. La seguí por unos minutos en mi coche y cuando vi la oportunidad salí del auto, la tomé desprevenida por la espalda, sintiendo su delicioso culo en mi entrepierna, con el trapo listo. No sé si ustedes saben pero el cloroformo no es instantáneo, que lo hueles y pierdes la conciencia. La perra luchó, se resistió pero a los minutos su cuerpo estaba cediendo, al punto de desvanecerse por completo. La cargué y la metí a la cajuela de mi auto, sin antes primero sentir ese delicioso culo que me calentó demasiado.

Emprendí la marcha hacía esa cabaña en medio de la nada. Aunque era un viaje de alrededor de hora y media, creo que demoré poco, exigí el motor del auto todo lo que pude, también ayudó el poco tránsito en la carretera a esas horas de la madrugada. Al llegar, la saqué del maletero aun inconsciente, la desnudé. Tenía la cabaña una cama grande de metal con una colchoneta, no necesitaba más que eso; puse sus piernas a la altura de sus tetas, con la cuerda que tenía la até, lo mismo hice con sus manos, quedando inmóvil y vulnerable a mi perversión. Su vagina y su culo estaban a mi entera disposición.  Sus lindas tetitas eran coronadas por unos pezones diminutos, pero que invitaban a morderlos con lujuria. Le vendé los ojos para que no me viera y empezó con eso mi juego.

Al despertarla trató de zafarse, forcejeo y empezó a decir: “¡No me lastimes, déjame ir!”. Yo disfrutaba viéndola tan indefensa, le dije en voz firme: ¡Has lo que te diga, si te quejas no volverás a ver la luz del sol, pero si cooperas te la pasarás bien putita!”. Al verse en esa situación lo único que podía hacer era asentir y lo último que dijo fue: “Sí, pero no me lastimes!”. Saqué mi verga del pantalón, estaba a reventar y la coloque en sus labios, de golpe la metí, me cogía su boca, su saliva brotaba y escucha como en ocasiones se atragantaba y hasta se ahogaba. Lloraba de lo asustada que estaba pero no dijo nada. Estaba poseído por el placer al tener mi verga en su boca y moviéndome como loco, no tardé en acabar y llenarle la boca de semen. La miré a los ojos y le dije: “Trágalo y saca la lengua perra”. Lo sacó sin titubear, al sacar la lengua la bese, se resistió un poco pero era una putita sumisa.

De entre los juguetes que preparé, saqué unas varas y un látigo para azotar su redondo culo, unas pinzas, un juguete anal muy ancho y el vibrador más fuerte que conseguí, cuando le puse las pinzas en sus pezones solo gimió de dolor, pero al colocarle el juguete anal gritó, con el látigo la azoté. “No quiero que grites puta” –le dije. Sus nalgas bailaban con mis golpes, me detuve después del décimo azote, seguí intentando abrir su culo con el juguete, hasta lograr meterlo completo. Seguí con su vagina, estaba depilada y húmeda. Tal vez por el miedo o por excitación,  estaba con el vibrador encendido. “Ahora quiero que disfrutes puta” –le dije. Lo puse al máximo sobre su clítoris, le puse una mordaza en la boca para que solo gimiera y no emitiera ningún otro sonido, al sentir las intensas vibraciones no paro de gemir hasta que su vagina empezó a destilar sus tibios fluidos. La muy zorra estaba teniendo un orgasmo y sus fluidos eran expulsados como un torrente que mojaba todo a su paso. Yo estaba tan caliente viendo como la zorra se retorcía de placer, que mi verga otra vez se puso dura. Metí mis dedos en su húmeda vagina, primero empecé con dos, luego ya tenía mi puño dentro, ella se retorcía y gemía como loca. Miraba sus ojos y el placer se reflejaba en ellos, no tardó en tener otro orgasmo intenso que la dejó con la respiración agitada y con la vagina chorreando.

Era tiempo de probar algo que vi en internet, saqué una máquina que generaba un leve toque eléctrico y tres conectores en forma de pinzas, dos para sus tetas y uno para su clítoris. Acomodé el conector en su clítoris, decidí medir la intensidad y la encendí. Los leves toques la hacían retorcerse, mientras se movía al sentir como la corriente pasaba por su clítoris. “Funciona bien” –le dije. Saqué las pinzas que antes le había puesto en los pezones y puse los conectores. Entonces encendí otra vez la maquina e iba cambiando la graduación de la electricidad, no sé pero ella gemía y se retorcía, tal vez era de dolor o placer, pero verla así me tenía sumido en la más oscura perversión. Fueron varios minutos de intensa tortura pero al parecer ella lo disfrutaba tanto como yo, no me detuve hasta que los estímulos la hicieron acabar deliciosamente. “Ves como lo disfrutas” –le dije. Ella asintió. “Te voy a desatar, pero si intentas algo, no podrás huir ya que no nadie a varios kilómetros a la redonda” –le dije para que supiera que cualquier cosa que hiciera no le serviría de mucho en ese lugar. Desaté las cuerdas, liberándola. Ella se quedó inmóvil, sin hacer ningún ruido, le dije: “Ponte abajo”. Obedeció sin protestar. “Escúchame bien zorra, si intentas quitarte la venda lo pasarás muy mal” –dije con tono firme. Asintió otra vez.

Saqué el juguete de su culo, estaba lista para ser follada, sin piedad se la metí en su apretado culo, gritaba con la mordaza, no me importaba si le gustaba, yo estaba en la gloria. Metí mis manos debajo de ella y la levanté dejándola en cuatro. Se la metía con fuerza, quería que supiera que su culo me pertenecía, lo mucho que había fantaseado con metérsela hasta que ya no pudiera más. Se tomó de los fierros de la cama y quedó casi de rodillas, no paraba de gemir, yo estaba como un lobo que devora a su presa, entre más violentas eran mis embestidas, más fuerte se escuchaban sus intentos por gritar. Bajé la mordaza, entonces sus deliciosos gritos se pudieron escuchar mejor. Estaba como una loca gritando de placer, se había entregado por completo a mis perversas embestidas, había cedido a mis lujuriosos deseos. Me agarré de sus tetas y mientras le cogía el culo apretaba sus pezones, lo que la hacía gritar más. Sus gritos y gemidos eran un lascivo estímulo a mi perversión, por lo que se la metía con más violencia. “¡Eso, grita perra! ¡Muéstrame cuanto te gusta la verga por el culo!” –le decía. Cada grito y cada gemido eran una muestra de que lo estaba disfrutando. Estando en las frenéticas embestidas, mi verga explotó en su culito, lo que desató en ella un placer que la hizo jadear y rendirse a otro orgasmo, estaba exhausta, sudada, con la vagina húmeda por sus fluidos y con el culo chorreando semen. Tenía sus agujeros abiertos y su conchita me invitaba a metérsela. Me la cogí salvajemente, sin ningún tipo de piedad. No tardé mucho en sentir que iba a eyacular, saqué mi verga y le dejé caer mi semen en las nalgas. Tomé unas fotos como trofeo, ya que había conseguido cogerme a la zorra del bar a la que seguí entre las sombras.

La llevé a la ducha y le dije que se bañara, no sin antes ponerla de rodillas y orinarla, para marcar mi territorio. Me quedé en el baño, ya que no quería que se quitara la venda que le había puesto. Cuando ya estuvo lista, la sequé y la vestí. Me quedé con sus bragas como el trofeo más importante. Tomé el cloroformo y el paño, pero esta vez no hubo resistencia, no tardó mucho en caer. La llevé hasta el auto y la metí en el maletero. La dejé en el callejón donde la había estado esperando. Desabroché su blusa y con un marcador escribí en sus tetas: “Soy una puta”. En su vientre escribí: “Te estaré vigilando”. Me subí a mi auto y manejé hasta mi casa. Si bien es cierto, nunca la volví a ver pero siempre será mi primera puta desechable.

Los días pasaron, no supe nada por medio de las noticias del ataque que Gabriela había sufrido, así que me sentí en calma, había cometido el crimen perfecto. Había salido del trabajo, por lo que me dirigí a la parada de buses, tenía una mochila con todos los utensilios para pasarla bien con otra víctima. Miraba en todas las direcciones como buscando una presa para cazar. “Bueno, parece que no hay nada interesante” –me dije. Di un último vistazo alrededor y vi la presa perfecta para mi perversión. A unos cuantos pasos de mí, una mujer rubia, pelo hasta los hombros, llevaba un saco de gamuza negro y unos leggins del mismo color, traía su bolso en una mano y con la otra sostenía su teléfono, unos tacones altos, sin duda una excelente presa.

Me acerqué sigilosamente y con cautela, me coloqué detrás de ella y miré por si había gente cerca, pero no; estábamos solos. Me acerqué y con una mano agarré ese perfecto culo, ella reaccionó, pero posando una navaja en su costado, volvió a quedarse inmóvil, se quedó petrificada ante tal abuso. Por instinto de superioridad, metí mi mano dentro de sus leggins, pudiendo tocar sus nalgas con tan suave piel, llevaba una tanga. Madre mía, de no haberme controlado la hubiese follado ahí mismo. Ella decía: “Llévate todo pero por favor no me hagas nada”. Realmente yo no quería nada más que su cuerpo, rápidamente saqué mi mano de sus leggins y saqué el paño humedecido con cloroformo de mi mochila, cuando saqué mi mano de los leggins de la mujer, se relajó un poco creyendo que todo había acabado. Puse la navaja en su cuello y el cloroformo en su nariz, cuando cayó inconsciente, guardé mis cosas y la cargué hasta mi auto, la metí en el maletero como lo hice con la zorra de Gabriela y la amordacé, amarré sus manos y pies. Encendí mi auto y me fui hasta la cabaña de la otra ocasión. Una vez que llegamos a nuestro destino, la bajé del vehículo aún inconsciente, la metí hasta la habitación y amarre de una viga que había en el techo, antes le retiré su saco, preparé todo lo que iba a ocupar en una mesa, un vibrador, un látigo para azotar, una cámara, una máscara para que no me reconociera, y una pistola falsa. Me puse la máscara y esperé que despertara, una vez que lo hizo me le acerqué y le dije al oído: “Si te portas bien, nada te pasará y disfrutaras tu estadía aquí, pero si te portas mal, tengo un juguete que te agradará”. Fui hasta la mesa y tomando la pistola, la encañone, su rostro se llenó de terror y pánico, dijo: “Por favor, no me mates, haré lo que pides, pero no me mates”.

Tomé su blusa y la abrí de golpe, haciendo que sus botones saltaran. Tenía puesto un lindo brasier blanco que le quedaba muy ajustado, estrujé sus tetas por encima del brasier, ella cerraba sus ojos y se mordía los labios, tomé mi navaja de la mesa y me acerque de nuevo a ella, cuando observó que me acercaba con la navaja se puso pálida, yo me reí con superioridad, corté las tiras de su brasier y se lo quité, Agarré el leggins y lo bajé hasta sus muslos, le corté las tiras de la tanga y se la quite, estaba completamente depilada, el color de los labios de su vagina eran de un tono rosado. Hice dos hoyos en su leggins, uno por el frente y otro por detrás, lo volví a subir hasta su posición inicial y traje el látigo junto con la cámara, me puse detrás de ella y coloqué la cámara en una pequeña repisa y presioné el botón de grabar. Empecé a azotar aquel par de nalgas dignas de las pajas del más morboso, ella gritaba con cada azote, me detuve pues no quería que sufriera, por el contrario quería que gozara, aunque no niego que sus gritos eran excitantes. “Si sigues gritando te amordazaré o cortaré tu puta lengua, tú eliges zorra” –le dije. Ella asintió con su cabeza, entonces seguí azotándola con más fuerza, ella se retorcía y apretaba los labios para no gritar, en el frenesí de la azotaina me di cuenta como sus muslos brillaban por los fluidos que escurrían de su vagina. “¿Estás caliente puta?” –le pregunté. Ella guardó silencio. “¡Te hice una pregunta zorra!” –le dije tomándola del cabello. “Sí, me calienta que me azotes, pero también tengo miedo de que me hagas daño” –me respondió. “Se ve qué eres toda una puta” –le dije y pasé mi lengua por su mejilla.

Saqué mi verga que para ese entonces estaba babeaba liquido preseminal, bajé un poco la soga que la sostenía a la viga, hasta que sus tacones tocaron el suelo, la tomé de sus piernas, las puse alrededor de mi cadera y lubricando mi verga con mis propios fluidos y los de ella se la ensarté completa, soltó un grito, empecé a moverme con brusquedad, pronto sus sucios gritos se transformaron en lujuriosos gemidos de placer. Me la cogía con violencia y a un ritmo vertiginoso. “Tienes una rica concha” –le decía mientras seguía dándole duro. Ya la sensación de acabar me estaba invadiendo, pero aun no quería hacerlo, quería que la puta acabara primero. Seguí un poco más hasta que al fin la zorra tuvo un orgasmo, se sacudía con violencia y me apretaba la verga con fuerza con su vagina. “¡Qué buena puta eres!” –le dije. Le saqué la verga y fui por un frasco que tenía en mi mochila, me masturbé un poco y dejé que mi semen cayera dentro del frasco. Volví a mi presa, quería seguir disfrutando de su cuerpo. Me puse detrás de ella, tomé sus caderas, pasé una mano por su vagina, dejándola mojada por sus fluidos, los unté en su culo, supongo que ella sabía lo que vendría; pues tembló como si un escalofrío corriera por su cuerpo. Abrí sus nalgas y metí el grande en su culo, costó un poco que se abriera pero cuando ya estuvo dentro le di una brutal embestida. Obviamente la zorra gritó y yo reí con maldad. Empecé a moverme sin contemplaciones, haciéndola retorcerse por el dolor que sentía.

Empezó a gritar y a retorcerse, estuve con ese ritual, sodomizándola con total desenfreno. Le follaba el culo como loco, entonces de sus labios salió la palabra más excitante que pude haber escuchado: “¡Rómpeme el culo!” –dijo. Con más fuerza se la metía, mi verga parecía de piedra, estaba dura y lista para cumplir el deseo de la puta que colgaba de la viga. Me la estuve cogiendo por largo rato hasta que la puta perdió la conciencia, pero no me detuve hasta que estaba a punto de eyacular, saqué mi verga de culo abierto y me descargué en el frasco. Fui por agua y se la lancé en la cara, la muy puta abrió los ojos y me suplicaba que por favor parara, pero mi perversión no le daría tregua. Fui hasta la mesa y traje un consolador de unos seis centímetros de grosor y 22 centímetros de largo, la miré a los ojos y le dije: “¡Ahora puta te lo vas a coger!”. La desaté y cayó estrepitosamente al piso. “¡Levántate puta y móntalo!” –le dije tomándola del pelo. Lo puse en el piso y ella se abrió de piernas deslizándose lentamente por el consolador. Se metió completo en su húmeda concha y empezó a moverse lentamente. “¡Hazlo más rápido!” –le ordené. La putita obediente empezó a moverse más rápido. Me calentaba verla y oírla gemir. Me acerqué a ella, me miró a los ojos y agarró mi verga, la escupió y me empezó a masturbar. Se la metió a la boca y empezó a chupármela, se veía tan perversa que era un deleite para mis morbosos ojos. Yo jugaba con sus tetas mientras me la chupaba e intentaba moverse encima del consolador, le pellizcaba los pezones, se los retorcía. Apretaba esas tetas y les daba palmadas, dejándoles marcada mi mano. Tuvo otro orgasmo pero casi no se puso sostener. La dejé tirada en piso jadeando y me masturbé y eyaculé en el frasco. Tomé la cámara y el frasco. “Ahora puta beberás lo que he recolectado para ti, si no lo haces te recuerdo el juguetito que te mostré al principio” –le dije. No le quedó más remedio que obedecer, no me perdí detalle con la cámara, bebió el contenido como una puta obediente. Apagué la cámara y la dejé encima de la mesa.

Por un momento pensó que todo había terminado, pero aún quedaba la cereza del pastel. “Ponte de espaldas y abre las piernas” –le ordené. La puta obediente a mis deseos hizo lo que se le indicó. Ya con la cordura lejos, le metí el cañón de la pistola en su vagina y me la cogí con ella. La reacción de ella fue de terror. “No hagas movimientos bruscos porque se me puede escapar un tiro” –le dije sonriendo. Después que mi perversión estuvo saciada la llevé a la ducha, como lo hice con mi primera víctima, la oriné para marcar mi territorio y después hice que se bañara bajo mi atenta mirada. Una vez que estuvo lista le puse la blusa que estaba sin botones, guardé su tanga y puse el paño con cloroformo en su nariz, dos minutos y cayó. La llevé al auto y la puse en el maletero. Le escribí en sus tetas: “Soy una puta”. En su vientre escribí: “Eres mi puta”. La llevé al sucio callejón donde había esperado a Gabriela y dejé a mi segunda puta desechable apoyada en un contenedor de basura y sentada. Me fui a mi casa.

Siempre estoy en la sombra acechando a la presa, aunque el lugar de la caceria cambió para no despertar sospechas y seguir aumentando el numero de las bragas de las putas desechables a las que cazo, que ya hasta la fecha van quince.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

1 comentario:

  1. Que decisión ser cogida así de esa manera y cumplir todas las fantasías que una ni se imagina llenas de perversión y lujuria.
    Como siempre Caballero exquisito relato

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