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martes, 25 de abril de 2023

1. Rápido que Dios nos mira

 

Abrió sus ojos lentamente, como si los párpados le pesaran. Era la primera vez en toda la semana que despertaba alegre, pues era sábado y eso significaba que no había clases en la preparatoria. Estiró sus blancos y delgados brazos por encima de la cabeza, haciendo que sus costillas se abrieran y permitieran una mejor circulación del aire. Bostezó mientras se sentaba sobre la cama de piernas cruzadas. Se restregó los ojos con el dorso de las manos y sacudió la cabeza, alborotando su bellísimo cabello color miel.

Sí, María Olga Torrealba era una jovencita demasiado atractiva para su edad. Usando cierto tipo de maquillaje, podría pasar por una mujer de veinte. A sus cortos dieciséis años, Mary O, como la llamaban todos, era la perfección andando. Todos los días se le podía ver riendo. Tenía un gran sentido del humor y era capaz de simpatizar con quien se le pusiera en frente. Cuando sonreía, su nariz se arrugaba un poco, provocando que las claras pecas salpicadas en su rostro se acentuaran aún más, dándole ese no sé qué encantador y adorable. Dentadura blanca, labios delgados y rosados acompañados de tiernas facciones e irresistibles ojos color miel, haciendo armonía con su cabello ondulado del mismo tono.

Mary O bien podría haberse convertido en una famosa modelo desde más pequeña, pero sus conservadores padres se apresuraron a arruinar su sueño. “¡Ni siquiera lo pienses, María Olga!”  –le había advertido su padre cuando a la infortunada pequeñita de ocho años se le había ocurrido mencionárselo. “Créeme que las modelos no son bien vistas por Jesús, y no permitiré que mi propia hija se convierta en una de esas cualquieras” –sentenció. Sus padres sólo querían lo mejor para ella, como mil veces se lo habían repetido. Era ese tipo de matrimonio que pasaba los días enteros en la iglesia, ayudando a recolectar las limosnas y acomodar los arreglos florales y que no dudaban en encarrilar a sus hijos en el mismo camino.

María Olga estaba harta de lo mojigata que se comportaba su familia. Ella era diferente a ellos en todo aspecto, pero jamás lo demostraba. Si alguien pudiera describir a Mary O en una sola palabra, seguramente elegiría “manipuladora”.  Era demasiado inteligente como para mostrar su verdadera cara, y mucho menos a sus padres. Pretendía ser inocente y dócil para evitarse algún castigo. Sus padres fácilmente se tragaban esta historia y la tenían en pedestal de santa, alegando que no había una joven más entregada a Dios que su hija. Por esta misma razón, su hermano mayor, William, la odiaba a muerte. Él sabía mejor que nadie que Mary O no era una blanca paloma en ningún sentido, al contrario, conocía absolutamente todas las locuras que había vivido su hermana. Detestaba que sus padres fueran tan idiotas para no darse cuenta de la identidad real de ella. William aguardaba el momento indicado para sacar a relucir los trapos sucios de Mary O y de una vez por todas vengarse.

María Olga  se puso de pie con calma, haciendo las sábanas a un lado. Se encaminó al baño no sin antes echar un vistazo al reloj. Eran las dos de la tarde. Ella misma se sorprendió por haber dormido tanto. Claro, cómo no haberlo hecho, si la noche anterior se había desvelado hasta altas horas de la madrugada viendo pornografía en su laptop. Era una de sus costumbres los viernes por la noche. Ya que esa ocasión no tenía ganas de escaparse por la ventana y ver a sus amigos en el centro nocturno, optó por quedarse en casa y disfrutar un poco. Echó a correr el agua de la ducha y recogió su cabello, lavó su cuerpo dejando que la tibia agua la recorriese por completo, la excitación la envolvió y comenzó a acariciar sus pechos. Al instante sus pezones se pusieron duros y su entrepierna ya no estaba mojada solo por el agua sino también por sus fluidos. Su deseo de placer era incontenible, así que dejó que todo surgiera de manera espontánea. Deslizaba sus manos por su vientre hasta bajar a su sexo, separó las piernas para acariciar con libertad su vagina, respondiendo al estímulo y haciendo que su cuerpo se sacudiera al sentir como sus dedos pasaban por su vulva, separó sus labios y su clítoris descubierto fue asaltado por sus hábiles dedos, los dulces gemidos que provenían de su boca hacían más placentero para ella ese exquisito placer de explorar su sexo. Con ganas de más, tomó uno de los frascos de shampoo y frotó su sexo. En su retorcido placer imaginaba que era una verga que se deslizaba entre sus labios, haciendo que más lujuria la invadiera, era casi imposible que la delgada punta del frasco buscara la entrada de su vagina. Poco a poco entraba hasta que los movimientos que María Olga le daba, le permitía la total entrada para sumergirse en el placer. 

Cada vez se penetraba más rápido, ahogaba sus gemidos con el agua tibia que caía de la ducha, sus piernas temblaban y su lujuria se encaminaba al orgasmo. Estaba con su mano izquierda apoyada en la pared tratando de mantenerse en pie, hasta que al fin ese delicioso orgasmo llegó y la hizo gemir frenéticamente. Con su deseo saciado terminó de ducharse con cara de satisfacción de haber usado a su improvisado amante. Alisó su ondulado y largo cabello con el cepillo, y después fue hasta su armario para sacar algo de ropa. Mientras sacaba sus pantalones, algo rodó por el cajón y cayó al piso, golpeándole el pie. Llevó la mirada al piso. Su mirada se encontró con el vibrador que le había conseguido uno de sus amigas. ¡Qué lástima que no lo saqué anoche! –pensó para sí. La puerta de la habitación se abrió sin previo aviso y escuchó: “¡Buenos días, María Olga!” –saludó su madre. “¡Mamá!” –exclamó ella, sintiendo que toda la sangre se le iba a los pies. Estaba desnuda aún, sintió vergüenza y miedo de que su madre viera lo que estaba en el piso. Se apresuró a tapar el objeto con el pantalón y a envolverse con la toalla. “¿Estás bien, linda? Dormiste mucho, ¿te sientes bien?” preguntó acercándose a ella y tocó su frente. “Sí, sólo que desperté con un poco de dolor de cabeza. Es todo” –contestó con una sonrisa inocente. “¡Pobrecilla! De seguro fue el cambio de clima lo que te afectó. ¡Por Dios! Quédate en cama hoy, ¿de acuerdo?” –dijo su madre sinceramente preocupada.

Mary O celebró en su interior. Eso significaba que no iría a la aburrida misa en el templo, pero reclamó  fingiendo remordimiento: “¿Qué hay de la misa?". “Ni pienses en eso, querida! Jesús sabe que te sientes mal, estará bien si no asistes hoy. Solo descansa” –dijo su madre. En eso, William asomó su cabeza por el marco de la puerta. “¿Mary O no irá?” –preguntó con algo de molestia. “Tu hermana no se siente bien” –respondió la madre. “¡Ja! Sí, claro. Navidad también es en diciembre" –dijo William siendo sarcástico. “Y tú, ¿ya estás listo?” –dijo la madre mirando a William de pies a cabeza. “Nos vamos en cinco minutos” –le dijo antes de salir de la habitación. William caminó hacia María Olga, quien ya había envuelto el vibrador en los pantalones, impidiendo que alguien más lo viera. “Deja de mentir zorra” –le dice a María Olga con desprecio. “¡Cállate y vete ya a arreglar las flores de la iglesia!” –respondió ella en tono burlón, haciéndolo salir y cerrando la puerta.

Cuando la familia salió rumbo a la Iglesia, María Olga estaba un tanto aburrida, se puso a ver unos videos para hacer volar su imaginación un momento y dar rienda a su imaginación. En la soledad de su casa tenia todo el tiempo del mundo para portarse mal de las maneras más perversas que su mente le maquinaba. Acostada en la cama viendo su laptop, las imágenes que le mostraba la pantalla la hacían casi por instinto recorrer su cuerpo. Sus manos buscaron despojarse de la toalla y dejar que el placer la hiciera volar a ese espacio de placer. Solo sus dedos acariciaban su cuerpo con un tanto de perversión, gemía al sentir como sus dedos ponían duros sus pezones en cada recorrido y su vagina se humedecía al saber que tenía tiempo suficiente para comportarse perversamente. Su entrepierna era un incendio y apagarlo con el vibrador envuelto en sus pantalones era una deliciosa idea.

Con las ideas exacerbadas y el deseo a flor de piel, sacó ese vibrador y lo metió en su vagina, comenzó a gemir tan fuerte como si quisiera ser escuchada pero no había nadie en casa. Con los ojos cerrados se dejaba llevar al punto de imaginarse que era brutalmente cogida, cada vez que metía y saca el dildo se encaminaba al placer. Se puso en cuatro y dirigió el vibrador a su vagina una vez más, esta vez disfrutando aun de las deliciosas embestidas que ella misma se daba. Presa del placer y con la respiración agitada se quedaba sin fuerzas pero su deseo era más intenso que sus fuerzas, no se detendría hasta alcanzar el orgasmo. Una idea cruzó por su mente, se fue al baño y tomó el frasco de shampoo que le regaló placer hace unas horas y se fue a la cama. Se puso en la misma posición que antes y metió el vibrador en su húmeda vagina y con el frasco comenzó a jugar con su culo para dilatarlo. Poco a poco la botella se fue abriendo paso en su pequeño agujero, el placer era incontrolable, en su cabeza pensaba que pensaría su hermano al descubrirla de esa forma, eso le excitaba demasiado ya que su hermano sabía que era una puta pero ella antes los ojos de sus padres era una santa que tenía una vida casta. Si tan solo supieran cuantas veces ha cogido la imagen de niña buena caería. Con esas ideas en la cabeza su excitación crecía y el orgasmo estaba a la puerta; casi sin fuerzas se dejó llevar siendo presa de ese placer que su sexo anhelaba, haciendo más intenso por el frasco que invadía su culo. Ya con su perversión saciada se acomodó para dormir una placida siesta.

Ya en la Iglesia la familia Torrealba se encontró con Arthur, quien limpiaba las bancas de la Iglesia con un trapo húmedo. “¡Buen día, Arthur!” –saludó la señora. El encantador rubio dejó su posición de rodillas para ponerse de pie y saludar a los recién llegados. Esa familia siempre había venido minutos antes de la misa para ayudar a limpiar la iglesia voluntariamente. “¿Qué tal?” –dijo estrechando la mano de los tres. “¿No viene María Olga con ustedes?” –preguntó. “Le duele la cabeza” –contestó William haciendo comillas con los dedos. Los labios de Arthur se arquearon en una sonrisa. Era un poco desilusionante para él que María Olga no hubiera venido hoy. Tenía muchas ganas de verla. Desde que la vio el primer día que él llegó a la ciudad, quedó deslumbrado por su belleza. Casi se cae de espaldas cuando se enteró que tenía sólo dieciséis años.

Arthur tenía veintiséis, y eso podía ser una barrera para cumplir su objetivo. Había tenido la oportunidad de charlar con ella algunas veces después de misa, pero casi siempre sus padres o su hermano estaban presentes y no existía mayor confianza. De hecho, ante los ojos de cualquiera que lo conociera, Arthur era un joven honrado y transparente. Tenía un carácter tan afable que se disfrutaba estar con él, sin tomar en cuenta, claro, su atractivísimo físico. De cabello rubio y ojos azules, su rostro parecía haber sido esculpido por los mismos dioses. Pasaba la mañana en el gimnasio, dándole como resultado un cuerpo bien trabajado y en forma. El resto del día lo ocupaba en prestar sus servicios voluntarios a la iglesia. Le agradaba estar ahí y conversar con las personas que iban. Todos lo conocían y le habían tomado afecto.

Cuando la misa concluyó, los señores Torrealba se acercaron a él. “Arthur, ¿por qué no vienes a cenar a casa? Nos encantaría tenerte de invitado” –sugirió el señor Torrealba. “Por supuesto, me agrada la idea” –aceptó el joven. Arthur subió al auto de los Torrealba y llegaron hasta su casa. La gran construcción de dos pisos se destacaba de las demás, con ventanas enormes y un porche elegantísimo. La señora le indicó a Arthur que se sentara en la mesa del comedor mientras ella iba hacia la cocina y traer la cena. William le hizo compañía y comenzaron a platicar. Ambos jóvenes se llevaban bien y las carcajadas no se hicieron esperar. La casa se inundó de un olor delicioso que Arthur no pudo describir. La señora Torrealba llegó al comedor  con un recipiente caliente y lo colocó en el centro de la mesa. El señor Torrealba tomó asiento y sonrió. William comenzó a decir algo a lo que Arthur no puso atención. Sólo podía pensar en María Olga. En algún momento tenía que bajar, si es que estaba en su habitación.

“Disculpen, ¿dónde está el baño?” –preguntó Arthur. “Tendrás que ir al de arriba, el de la planta baja no sirve todavía” –le indicó el señor Torrealba. “¡Ah!  Aprovechando, si ves a María Olga en el pasillo, dile que baje a cenar, por favor” –dijo la señora. Arthur asintió con la cabeza. Deseó con toda su alma encontrársela. Subió las escaleras forradas de alfombra azul marino hasta la planta alta de la casa. Se quedó inmóvil por un instante. No se podía oír nada. Era como si la parte de arriba fuera una burbuja que impidiera el paso del sonido proveniente de abajo. Meneó la cabeza para volver a la realidad. No tenía ni idea de qué puerta abría el baño  y el hecho de que todas estuvieran cerradas no le ayudaba, así que optó por abrir una por una hasta dar con el lugar deseado. Giró la manija de la primera a su derecha. No era lo que buscaba. Después, la segunda. Tampoco era el baño. Pero, al abrir la tercera, se quedó perplejo. Pensó que no era posible lo que sus ojos estaban viendo, pero ahí estaba frente a él, como un sueño vuelto realidad. La hermosa María Olga, acostada sobre la cama de sábanas blancas, dándole la espalda, totalmente desnuda. Arthur no podía asimilar nada del exquisito espectáculo que se estaba llevando a cabo ahí. Su mirada se perdió en el redondo trasero de la joven, que se movía ocasionalmente a la par que el cuerpo de ella. Sus delgadas y tentadoras piernas se abrían paso por entre las sábanas, haciéndolas parecer kilométricas e infinitas. María Olga no tenía ni la menor idea de que estaba siendo observada, y mucho menos, que sus padres habían llegado a casa con una visita.

Poco a poco, la sangre de Arthur bajó hasta su miembro, haciendo que se apretara contra sus pantalones. Sintió que estaba a punto de explotar cuando notó que ella llevaba una de sus manos a su entrepierna. Era un show digno de apreciar. Arthur sabía que cualquier hombre desearía estar en su situación. Muchos pagarían lo que fuera por ver a María Olga masturbándose. La chica comenzó a jadear suavemente. Sus bajos gemidos lo hacían todo aún más sensual. Se puso de tal forma que su culo quedó expuesto y acercó uno de sus dedos a su ano, estimulándolo sin prisa. Arthur no pudo aguantar más y sacó su miembro del pantalón, acariciándolo sutilmente para seguirle el ritmo a María Olga. Se sentía tan bien. Se estaba dejando llevar por el momento y lo placentero que se sentía, que olvidó que estaba espiando a alguien y un pequeño gemido salió de sus labios. Ella se detuvo en seco. Con rapidez, se giró hacia la puerta, cubriéndose con las sábanas. Se topó con Arthur y su miembro entre las manos. “¿Qué haces aquí?” Preguntó la chica con asombro y vergüenza. “Perdón, estaba buscando el baño, no era mi intención espiarte” –se disculpó Arthur sin dejar de estimularse. “¿Espiarme?” –dijo ella mientras bajaba la vista hacia el miembro de Arthur.

Sonrió maliciosa. No podía creer que el tipo con el que había estado fantaseando por tanto tiempo estuviera en su propia casa, masturbándose mientras la veía. Era como un sueño hecho realidad. Sin pensarlo más, lo tomó de la mano y lo metió en la habitación. “Supongo que mis padres deben estar abajo,  así que hagamos esto rápido” –dijo ella sensualmente. No fue necesario que se lo dijera dos veces, cuando Arthur la cargó y ella rodeó su torso con las piernas. “De cerca es más hermosa todavía”, pensó él. María Olga besó sus labios, metiendo su lengua y tocando la de él. Arthur la sostenía de su trasero y no desaprovechó la oportunidad de apretarlo varias veces con fuerza. La punta de su miembro tocó la entrada de la vagina de la muchacha que ya estaba húmeda. Con una mano ella lo guió hacía la entrada y él comenzó con fuertes embestidas dentro de ella. María Olga aferró sus uñas a la espalda de él, arañándolo. Arthur la oía gemir en su oído, tan delicadamente que eso sólo lo estimulaba para seguir embistiéndola con más fuerzas. “Me gusta cómo me la metes” –jadeó ella. “Ya lo sé, hermosa, también lo disfruto” –dijo Arthur con voz entrecortada. Los senos de la joven rebotaban contra el pecho de él a la par que el erecto miembro entraba por esa húmeda vagina. “Más rápido y más fuerte” –pidió ella en voz baja, cerca de su oído. Sus movimientos se volvieron mucho más rápidos, provocando que cada centímetro de la suave piel de la joven se erizara. Sus gemidos eran lo más delicioso que Arthur pudiera escuchar.

“¡Arthur!” –fue lo último que pudo decir cuando echó la cabeza hacia atrás y empezó a gemir ya no de manera silenciosa, el orgasmo la había invadido y estaba en ese éxtasis de placer; gemía, jadeaba, su cuerpo temblaba. Él la besó con lujuria y perversión sin detener sus embestidas, ambos estaban presos de su perversión y disfrutaban de manera intensa el sexo. Él sentía a punto de estallar, estaba a tan sólo un paso de acabar. María Olga lo miró sonriente, bajándose de sus brazos y poniéndose de rodillas frente a él. “No tienes que hacerlo” – dijo Arthur al ver su intención. Algo en los ojos de Mará Olga hicieron que se estremeciera aún más. Por supuesto que no era la jovencita angelical que iba a misa todos los domingos. Ésta era otra persona. Una mujer perversa que sabía lo que quería. “Quieres esto más que yo, no te hagas de rogar” –le dijo ella.

Unió sus labios con la punta del prominente miembro de Arthur, lamió delicadamente todo el tronco, mientras que con la otra mano acariciaba sus testículos. Pasó la punta por sus dientes con mucho cuidado. El fino contacto provocó que Arthur la tomara del cabello y jadeando, terminara por eyacular en su rostro. María Olga sonrió perversamente al sentir como el semen de aquel muchacho se deslizaba por su cara, con su lengua atraía las gotas del espeso liquido hasta llevarla a su boca y degustar su sabor. Definitivamente no había nada más satisfactorio que ver a una hermosa mujer cubierta con semen, pensó Arthur. Él la miró y María Olga juntó el semen de su cara con sus dedos y lo llevó a su boca. “Ha estado delicioso” –le dijo ella con esa sonrisa perversa dibujada en los labios. Ella fue al baño para limpiarse rápidamente, mientras Arthur se subía el pantalón. Para María Olga fue un día lleno de lujuria y perversión que culminó con una cogida inesperada. “Ahora baja, para que mis padres no sospechen. Deben estar esperándote, diles que no me viste, que debo estar dormida” –le dijo. El joven iba a salir de la habitación pero se detuvo de la nada en el marco de la puerta. “Me enviaron a buscarte” –escuchó María Olga la voz de William, su hermano. Ella salió de la habitación con una toalla amarrada al cuerpo. Arthur yacía inmóvil. “Ya veo por qué tardaste tanto, te encontraste a la puta de la casa” –dijo mirando a su hermana. “Pensé que a ti te dolía la cabeza” –le dijo con desprecio. “No es asunto tuyo” –dijo María Olga tratando de defenderse.

William sacó su móvil y reprodujo un video. Arthur y María Olga se quedaron pasmados al ver que ellos eran quienes aparecían en la escena cogiendo. “William, vamos, borra eso. Somos amigos” –pidió Arthur intentando sonar calmado. “¿Qué dirían mamá y papá si se enteran de esto, Mary O” –preguntó William, sarcásticamente. “¿Y qué dirían de ti, Arthur? Piensan que tú eres un hombre tan bueno, incapaz de… tú sabes” le dijo guiñando un ojo.

María Olga tomó a Arthur del brazo y le dijo: “Este baboso no es capaz de nada, se la lleva amenazándome pero nunca ha hecho nada de lo que dice”. “¡Borra eso!” –demandó ella nuevamente. “Tendrán que hacerme un pequeño favor” –dijo William mientras los miró con una sonrisa pervertida. “Eres un maldito pervertido” –le dijo María Olga a su hermano. “No importa, solo sé que quiero que me hagan un favor o nuestros padres se enterarán de que su hija no es tan santa como piensan” –dijo William. “¡Está bien! Solo di lo que quieres” –dijo Arthur. “La verdad se me ocurren tantas cosas, pero quiero cogerme a esta perra contigo” –dijo William. “¿Estás loco? Soy tu hermana” –le dijo al joven. “Es eso o nuestros papás sabrán le verdad” –dijo él. La idea no era tan desagradable para la chica, ya que no hace mucho había estado fantaseando que era descubierta por su hermano masturbándose, pero no podía mostrar que la idea no era tan descabellada. “Bueno, pero no será hoy” –dijo ella.  Bajaron los muchachos, seguidos a los minutos por María Olga. Cenaron como si nada hubiera pasado, entre ellos no se tocó el tema por varios días.

Los días pasaron y el pervertido de William bombardeaba los teléfonos de mensajes de María Olga y Arthur con imágenes subidas de tono y preguntando cuando llegaría el día, porque de lo contrario sus padres recibirían el video de ellos cogiendo y Arthur terminaría en la cárcel por tener relaciones sexuales con una menor de edad y María Olga quedaría expuesta como una puta ante los ojos de sus padres. María Olga le respondió: “Estoy buscando la oportunidad de poder hacerlo, no te desesperes maldito perverso, sí es lo que quieres, debes ser paciente”. “Paciencia es lo que menos me queda puta” –escribió William. “Es eso o te arriesgas con exponernos, ya que no te has puesto a pensar que también saldrás perjudicado, por qué nuestros papás pensarás que eres un pervertido que me espía” –dijo ella. A las horas después se conecta Arthur y escribe: “Yo estaré solo el fin de semana, mis padres van fuera de la cuidad y no llegarán hasta el domingo en la noche”. “Entonces será el fin de semana. ¿Estás de acuerdo puta?” –escribió William. “Tendríamos que inventar algo para salir” –dijo ella. “Tú eres la experta mentirosa, algo se te ocurrirá” –dijo su hermano, cerrando la conversación con una foto de su verga. “¡Eres asqueroso!” –contestó María Olga.

Llegó el viernes por la tarde y William no se dejó esperar con un mensaje: “Ya es fin de semana” –escribió. María Olga le respondió que iría a hablar con sus padres para que salieran juntos de compras. “Tienes que decir que no quieres ir, que vaya sola, así no despertaremos sospechas” –le respondió ella. “Tienes razón, porque si digo que si muy rápido no se creerán la mentira” –dijo él. Maria Olga habló con sus padres diciéndoles que quería ir al Mall a dar una vuelta para despejarse y que William podría acompañarla para no ir sola. Enseguida el muchacho se negó, diciendo que le daba vergüenza salir con su hermana, que todos la miraban y ella se comportaba mal cuando salían solos. Ella lo mira con enojo y le dice: “Pero cuando quieres que compre algo no dudas en decirme hermanita”. “Solo tomo ventaja de que mi compañía es cara” –le responde. “Hijo, acompaña a tu hermana, además te sirve para salir ya que te la pasas encerrado jugando en la consola, te servirá para que tomes aire” –dice el padre de ambos. “¡Está bien! Pero sepan que no es agradable para mí” –dice William a regañadientes. Cuando salieron de la casa, María Olga llama a Arthur y le pide la dirección de su casa para ponerla en Uber y llegar más rápido. “Vaya si eres una experta mentirosa” –le dice William. “Tú hasta para actuar eres un idiota, casi la cagas estúpido” –le responde ella. “Veremos si después que te coja vas a seguir pensando lo mismo puta” –le dice a su hermana. “Deja de decirme así. Si soy puta no es tu problema, porque no soy tu puta” –le dice enojada. “Ya lo veremos, puta” –le dice él con una sonrisa burlona. Llegó el auto a buscarlos para llevarlos a casa de Arthur. María Olga iba un tanto nerviosa por la situación, ya que no era algo inesperado, sino que había sido planeado por el criminal de su hermano menor. Cuando llegaron pagó el viaje en efectivo para no delatarse cuando llegara la cuenta de la tarjeta a casa. Resignada se bajó del auto, William estaba feliz. 

Tocaron el timbre y sale Arthur a recibirlos. “Pasen” –dice él con nerviosismo. Cuando entraron las hormonas de William entraron en ebullición, ya que al momento de cerrar la puerta le toca el culo a su hermana. “Estúpido, eres un impaciente. ¿Crees que te voy a dejar tocarme de buenas a primeras?” –le dice enojada. Él se ríe en su cara y le responde: “Ahora vienes con que no te gustan que te toquen el culo, a todas las putas les gusta”. “Calma William” –le dice Arthur intentando calmar las revolucionadas hormonas del joven. “¡Calma nada! Tenemos un trato y tienen que cumplirlo” –dijo él molesto. “Tratos son tratos estúpido, pero no llegues y toques, pareces un animal” –le dice María Olga. “Bueno, pero menos palabras y más acción” –dijo él. Muy a su pesar María Olga encontró algo de razón en lo que dijo William, la idea era que el “asunto” terminara rápido y liberarse de los chantajes. “¿Dónde lo haremos?” –preguntó William a su anfitrión. Arthur sin saber que responder permaneció en silencio. La insistencia del muchacho era ya molesta. “Para que buscar un lugar, hagámoslo aquí y ahora” –sugirió María Olga. “Sabía que no te ibas a aguantar las ganas de que te cogieran puta” –dice William. “Mira pedazo de imbécil, ya te dije que si soy puta y si me gusta coger es mi problema. ¿Vas a querer hacerlo o solo te vas a dedicar a decirme puta?” –le dice María Olga enojada.

Cuando las hormonas de William se calmaron un poco María Olga, les dice a Arthur y a su hermano que se sienten en el sofá, que desabrocharan sus pantalones y que se masturbaran frente a ella. Al instante ambos hicieron caso a la petición de la chica. A vista y paciencia de ella se empezaron a masturbar, se sorprendió al ver el miembro de su hermano, aunque lo había visto en la foto que había mandado, el grosor y el tamaño no le hacían justicia en la foto. Sintió un hormigueo en su entrepierna que la hizo humedecer al ver a los dos poniéndose duros para ella. Sabía que tenía el control de la situación y eso la calentaba demasiado, se sentía una mujer dominante sin saber siquiera lo que eso significaba, pero verlos ahí masturbándose se le hacía agua no solo la boca. Poco a poco se quitó la ropa, quedando desnuda. Tal vez no era primera vez que su hermano la veía así, ya que con lo que se le había ocurrido, no había duda de que la había espiado en alguna ocasión. Jugaba con sus senos incitando en ellos el morbo, el deseo y la lujuria en ambos.

Se puso de rodillas frente a Arthur, tomó su miembro y lo masturbó con suavidad, disfrutaba el morbo y la cara de excitación del chico, jugaba suavemente deslizando su mano con un ritmo lento pero constante. Arthur gemía encantado al ver a la chica de sus fantasías comportándose como una perversa mujer. Acercó su boca a esa verga que se mostraba erecta, a punto de explotar y la metió en su boca, envolviéndola con sus labios y dándole una mirada lujuriosa a su hermano que estaba al lado. William no podía con su calentura, se puso de pie y acarició las nalgas de su hermana, esta vez no protestó, lo dejó recorrer sus nalgas a destajo, se sintió presa de la perversión por lo que aumentó el ritmo de la felación y Arthur solo podía gemir y retorcerse en el sofá. “¡Tócame pervertido, date gusto!” –le decía a William. Él obediente recorría con toda calma las nalgas de su hermana, siguió su recorrido hasta llegar a la vagina de María Olga, ella separó las piernas para darle libertad de acción. En ningún momento separó la boca del miembro de Arthur, siguió con su frenético trabajo de hacerlo gemir. Los dedos de su hermano recorrían su entrepierna y se hundían en su húmeda vagina, ella gimió al sentir como esos dedos perversos la invadieron. William le dice: “Hace tiempo que tenía ganas de tocarte y de hacerte mi puta, siempre te veía jugando en tu cuarto y me calentaba mucho la idea de cogerte”. Ella sonrió porque no se había equivocado en eso, sabía que William era un maldito fisgón que disfrutaba viéndola darse placer. Sintió como su morbo creció y le dijo a Arthur: “¡Quiero que me la metas!”. Por supuesto él no se hizo de rogar, la tomó y la hizo subirse encima de él. Su verga se deslizó sin dificultad. María Olga comenzó con un sensual movimiento, tomaba sus senos y jugaba con ellos, eso incitaba a Arthur a moverse de manera atolondrada, ya que estaba demasiado caliente por lo que estaba viviendo en su sala.

Sus movimientos poco agraciados ya estaban siguiendo el ritmo despiadado de María Olga, quien gemía y decía a su hermano: “¡Mírame maldito pervertido! ¡Ya sabes que tu hermana es una sucia puta!”. Esas palabras encendieron al máximo la lujuria en William, estaba con su verga más que erecta, se acerca y hace que María Olga eche su cuerpo hacia adelante, mientras era clavada por Arthur, ella entendió lo que William quería y separó sus nalgas, él se acomodó en la entrada de ese apretado agujero y sin una pizca de delicadeza se la metió de una; ella gritó de dolor, aunque quería que su culo fuera usado, jamás pensó que sería sin ni un poco de compasión. El chico comenzó con un movimiento frenético, despiadado que lo había resoplar cuando su cuerpo chocaba con las nalgas de su hermana. Entre el dolor y placer el cuerpo de María Olga soportaba como era follada por dos hombres a la vez, pero le causaba más morbo que su hermano estuviera destrozando su culo.

 “¡Quiero que me la chupes puta!” –dijo William. Ella hizo que tirara en el piso y se puso en cuatro frente a su verga. Se la chupaba como una loca, le gustaba la idea de estar a disposición de su hermano y complacerlo. Arthur aprovechó la oportunidad de ver ese culo abierto y se la metió, aunque empezó con movimientos lentos, poco a poco aumentó la intensidad, se tomó de las caderas de la chica hasta clavársela hasta el fondo de su ano. En medio de la lujuria María Olga fue invadida por el placer, haciendo que tenga un intenso orgasmo. William la miraba y disfrutaba como ella a pesar de ahogarse con su verga, no se detenía, para él era el paraíso prohibido de éxtasis que siempre soñó. “¡Quiero disfrutarte solo!” –le dijo William. Era algo difícil de complacer, ya que Arthur era el anfitrión de esa incestuosa velada. Él no puso problemas, se sentó en sofá a deleitarse y seguir masturbándose viendo como los dos hermanos se darían placer mutuo. Ella miró a William y le dijo: “¡Quieres coger solo con esta putita? ¿Crees ser capaz de complacerme?”.  Ella se subió a horcajadas encima de él y se movió como una loca sobre su hermano, ambos se miraban a los ojos y gemían como poseídos. “Mírame como lo hacías espiándome, pon en tus ojos la perversión de saber que te coges a tu hermana” –le dice María Olga. Él recorría su cuerpo y sus manos se posaron en esas firmes tetas que rebotaban con un ritmo bestial.

 “¡Eso putita, me gusta cómo te mueves!” –le decía. Ella seguía moviéndose, acomodaba su cabello cuando llegaba a su rostro. Se bajó y se puso de lado. William se la dejó caer en el culo y empezó a ale verga, haciendo que su hermana solo disfrutara de sus embestidas. Arthur ya no pudo aguantarse más y grita: “¡Voy a acabar!”. María Olga deja por un momento a William y va hacia el sofá, no podía desperdiciar el semen de su anfitrión, se acomodó y lo recibió todo en su boca. La tibieza de esos fluidos eran para ella la miel más dulce y se lo tragó hasta la última gota, después metió la verga de Arthur en su boca y la chupó hasta extraer el más mínimo rastro de semen. Nuevamente se pone en posición frente a William, quien sin compasión se la vuelve a enterrar en el culo. Entre cada movimiento los gemidos de María Olga se hacen más intensos y la escena es más candente. Los cuerpos se ambos estaban unidos en una perversa sincronía, sus respiraciones estaban agitadas y ambos cuerpos envueltos en sudor. “¡Ya no aguanto más!” –dijo William. María Olga también gritaba de placer al sentir como la verga de su hermano se hinchaba en su culo lista para explotar. A la vez ambos acabaron y se envolvieron por un incestuoso orgasmo.

 

Aun sin separar sus cuerpos los hermanos se quedaron prendados recuperando las fuerzas después del placer que habían sido presos. Ella se volteó y besó los labios de su hermano, le dice: “¡Espero ahora estés satisfecho!”. Él con una sonrisa en los labios no dijo palabra. Las horas habían pasado y debían volver a casa. Se vistieron a contra reloj, María Olga besó a Arthur y le agradeció por aquella divertida tarde. Ambos regresaron a casa en silencio, ante los ojos de sus padres fue una mala idea salir juntos aunque sabían muy bien que no era así. Esa noche María Olga y William durmieron plácidamente, aunque en las noches posteriores la puerta de la habitación de Mary O. quedaba abierta por las noches para ser observada por el pervertido de su hermano y por qué no, tal vez recordar esa tarde en la casa de Arthur, pero siempre teniendo la convicción de que Dios los miraba quizá por morbo o tal vez alguna otra razón.

 

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

6 comentarios:

  1. Ufffff.... Que relato tan excitante...
    Seguir detalle a detalle cada linea me ha dejado muy caliente y no pude evitar tocarme mientras terminé de leerlo
    Un deleite a los sentidos
    Me encantó Mí Perverso
    Bien sabes como despertar mis demonios amor
    Sin duda Sabes que te espera la deliciosa sensación de mi sexo palpitante y la humedad que escurre en mi entre pierna
    Que inicio tan maravilloso mi amor

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  2. Wow, ufffff maravilloso relato, quede fascinada y excitada, joder, sabes como hacer que nuestra imaginacion vuele, que lo perverso nasca. Tus relatos provocan hacer muchas cosas totalmente perversas. Gracias por este inicio tan fascinante Mr.P

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  3. Como siempre, un placer leer cada renglón, y dejar salir los demonios de la lujuria, echar a volar la imaginación y llegar allí, hasta donde ocurre cada palabra, sentir lo que el personaje siente y ¿por qué no? dejar que los sentidos vibran con el rose de nuestras manos mientras pensamos que lo estamos viviendo... maravilloso inicio, muchas gracias Caballero

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  4. Muy buen relato, leo a Mary O y me recuerdo de adolescente. Cada palabra, cada línea, cada párrafo fue hipnotizante, sentí totalmente cada uno de los deseos. Fantástico inicio caballero.

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  5. Uffff delicioso me encanta como describe cada línea, cada verso de ese rico placer incestuoso deja volar la imaginación y da ganas de ser usada como puta y perra para saciar todas esas ganas felicitaciones Caballero muy bien. Relato

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