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lunes, 6 de noviembre de 2023

68. Feria de mascotas

 

Apagué el motor del auto, esbocé una sonrisa perversa y me volví hacia el asiento trasero. Allí estaba Carlota la conejita, mi mascota. Era una chica joven, de veinte años, y muy guapa. Grandes ojos azules, cabello castaño claro que le caía hasta la cintura y unas curvas juveniles que provocaban el deseo en cualquiera que la mirase. Carlota no era su verdadero nombre, sino el nombre de sumisa con que yo la había bautizado. Se llama Diana, y es mi prima en segundo grado. En esos momentos vestía tan solo un corto vestido de una pieza, pues así se lo había ordenado antes de recogerla esa misma mañana y lucia además tres complementos: una diadema con orejas de conejo, un collar de cuero con una plaquita en la que podía leerse Carlota y un plug anal con una cola en forma de pompón que emulaba la de los conejos. “Hemos llegado” –le dije. Carlota se mantuvo con la mirada fija en el suelo del coche, tratando de fingir que no me había escuchado. No la malinterpreten, no es que mi conejita sea una mascota desobediente o poco entregada, sino que en ocasiones se ve superada por su propia vergüenza y su timidez. Había sido así desde el principio de nuestra particular relación, cuando inicié a mi joven prima segunda en el mundo de la sumisión y la adiestré como mascota.

Me llevé la mano al bolsillo y sin que me viese, extraje un pequeño control remoto y pulsé un botón rojo. De inmediato Carlota comenzó a convulsionarse a causa de la descarga eléctrica que su collar emitía. Durante no más de tres o cuatro segundos tembló sin control alguno de sí misma, hasta que levanté el dedo del botón. Una parte de mí deseaba seguir algunos segundos más, pero la experiencia me decía que un abuso de la descarga haría que se mease encima. No quería que lo hiciese dentro de mi auto. “He dicho que ya hemos llegado” –repetí. Víctima todavía de ligeros temblores y con los ojos húmedos, Carlota levantó la mirada del suelo y asintió. Se quitó el vestido, quedando “vestida” tan solo con el collar, el plug y la diadema, y esperó. Salí del auto, tomé la correa que llevaba en el bolsillo y tras abrir la puerta de atrás la enganché al collar. Propiné entonces un suave tirón y mi mascota bajó del coche de inmediato, olvidadas sus dudas gracias a la descarga eléctrica con que la había obsequiado. Cerré la puerta del coche, activé la alarma y con Carlota caminando a mi lado me dirigí hacia la XXIII Feria de Mascotas BDSM, el gran evento anual al que siempre había querido ir y que había sido en buena medida el motivo de que convirtiese a mi prima en lo que ahora era.

La Feria de Mascotas BDSM, pese a tan peculiar nombre, se celebraba en un hotel cerrado al público específicamente para la celebración del evento. Los asistentes dejábamos los coches en el estacionamiento, tomábamos el ascensor y llegábamos hasta la segunda planta, adaptada para la ocasión. Según el folleto que había estado viendo en aquella planta había una gran sala en la que distintas empresas establecían sus puestos para ofrecer todo tipo de accesorios y juguetes, así como libros o películas sobre el tema. Contaba también con un par de salas menores en las que a lo largo del evento se celebraban charlas y actividades, así como presentaciones de libros sobre BDSM o de nuevos productos. Había deseado asistir al evento desde que descubrí su existencia, pero nunca antes había cumplido uno de los requisitos fundamentales para ello: llevar contigo a tu mascota. Bajamos del ascensor, di un pequeño tirón de la correa, lo que hizo que Carlota apresurase su paso para ponerse a mi altura y me mirase con esos enormes ojos azules que parecían no haber roto un plato en su vida.

“Excelente mascota la suya. Contrariamente a lo que pueda parecer, no se ven demasiadas conejas” –me dijo alguien. Me di vuelta para ver quién se dirigía a mí y me di cuenta que se trataba de un hombre de mediana edad y bien vestido que portaba una correa unida a una mujer con más clase de lo que se podía esperar de una mascota. Esta debía rondar los cuarenta años, pero, a diferencia de Carlota, estaba magistralmente maquillada y lucía zapatos de tacón y ropa interior que permitía ver sus intimidades sin dificultad. Me llamó la atención especialmente su mirada desafiante y altiva, que contrastaba llamativamente con el hecho de que, a juzgar por su cola y sus orejas, fuese una perra, el tipo de mascota considerado más común y vulgar, tanto que, según había leído en foros y páginas web, buena parte de los Amos asistentes al evento sentían rechazo por este tipo de mascotas. “Gracias” –respondí con una sonrisa nerviosa; era mi primera interacción en la Feria de Mascotas y quería dar buena impresión a toda costa. “Se llama Carlota” –le dije. La aludida se sentó sobre sus rodillas junto a mí, tal y como le había indicado que debía hacer en esas situaciones. La perra, por su parte, se limitó a lanzar a mi mascota una mirada de altivo desprecio. “La perra es Lucy. Tiene muy mal carácter, pero es una mascota obediente y entregada” –dijo el hombre. Un chasquido de dedos bastó para que la perra se acercase a nosotros y bajase la mirada al suelo, a fin de no cruzarla con las nuestras. Acto seguido colocó las manos tras la cabeza, abrió las piernas y permaneció a la espera. “Vaya, no lo parecía” –le dije. “¿Desearía echarle un vistazo?” –me preguntó. Mi primer impulso fue hacerlo, pero me contuve. Esa mujer era todo lo opuesto a lo que era Carlota, y no acababa de resultar de mi interés. Sabía que era frecuente que los Amos realizasen intercambios de mascotas, lo que claramente era la intención de ese hombre, pero sabía que no me sentiría completamente cómodo con esa perra. Además, acababa de llegar a la feria. Solo de pensar en todo lo que esta tenía que ofrecerme todavía, se me ponía dura. “Agradezco la oferta, pero acabo de llegar y me gustaría echar un buen vistazo antes” –le respondí de manera cortés. “Claro, cómo no” –respondió el hombre con una sonrisa que trataba de ocultar su decepción. “Si cambia de opinión, búsqueme. Me encantaría tener la oportunidad de jugar con Carlota” –dijo con sutileza. “Por supuesto. Hasta luego” –le dije despidiéndome y estrechando su mano. Mi mascota se puso en pie de nuevo, regresó a su posición original y me siguió, ajena a la mirada de ira que le propinó Lucy, quizá por celos o quizá porque era muy protectora con su Amo. No me importaba, la Feria de Mascotas era una gran y dulce tarta, y yo apenas le había dado un pequeño bocado.

Seguí mi exploración del evento, paseando mis ojos por los distintos puestos de venta, hasta que me atrajo uno que vendía jaulas para mascotas. Sonreí perversamente solo de pensar en Carlota encerrada en una de ellas y me dirigí hacia allí, pero un tirón de la correa me detuvo. Sorprendido porque mi mascota hubiese hecho algo semejante me encaré con ella dispuesto a castigarla, pero advertí que había sido accidental, pues se encontraba absorta en la escena que se desplegaba en un rincón de la sala. Allí un hombre de no más de treinta años y aspecto de ser adinerado charlaba de forma distendida con una madura que, pese a su edad, tenía un cuerpo escultural cubierto por un vestido rojo que no hacía sino resaltar sus magníficos atributos, atributos que a todas luces habían pasado por más de una operación. Su charla distendida y los cafés que ambos sujetaban me hicieron suponer que estaban tomándose un descanso de la Feria de Mascotas. Sin embargo, no eran ellos a quienes miraba mi Carlota, sino a los que sin duda debían ser sus mascotas. A los pies de los dos Amos un enorme hombre de cuerpo digno de una escultura griega montaba a una mujer de veintitantos, gordita y de grandes tetas. Ésta, con el culo levantado para que el hombre la penetrase con más facilidad, jadeaba y babeaba sobre el suelo mientras que la enorme verga de aquel hombre taladraba su vagina sin miramientos. Sin poder evitarlo me acomodé la verga, pues la tenía durísima y miré a Carlota. Mi joven mascota no apartaba la mirada del espectáculo, absorta y anhelante. Sus pezones estaba firmes y duros, señal de la excitación que había hecho mella en mi conejita y estaba seguro de que tendría la vagina empapada. Miré de nuevo hacia la excitante pareja y solo entonces advertí que del trasero del hombre sobresalía una cola de caballo y que la gordita, por su parte, tenía un ridículo rabito rosa y en espiral, orejas de cerdo, lo que dejaba poca duda respecto a la categoría de cada uno.

Di un fuerte tirón a mi mascota para que me siguiese y eché a andar hacia allí, atraído por la curiosidad. Cuando estuve lo bastante cerca para escuchar la conversación de los Amos me detuve y fingí que observaba un puesto repleto de fustas de todas las formas y tamaños. “Este caballo tuyo es una maravilla” –decía el hombre, cuyos ojos no se apartaban del grotescamente grande miembro del caballo. No es que estuviera pendiente de la verga del equino pero no había visto nunca una herramienta tan grotescamente enorme. “Si te gusta dejaré que te lo lleves un rato, así podré compensarte por lo sucedido” –dijo la escultural mujer. “Podría tenerlo en cuenta ya que estoy pensando en adquirir una pony y sería una buena forma de aparearla –dijo él. “Pollón es un semental, me temo, y me resulta muy difícil contenerlo cuando se siente atraído por una hembra. Al parecer tu cerdita le ha gustado” –le dijo ella. “No me sorprende. Puta es bastante tonta e inútil, la verdad, pero tiene la sorprendente capacidad de atraer a los machos. Ya ves, ni siquiera es particularmente atractiva. Pero no puede pasar mucho tiempo sin tener una verga dentro. Incluso cuando la llevo a la granja los pastores ovejeros la montan y ella se deja sin problemas, así que no estoy del todo seguro de si este incidente ha sido cosa de tu caballo Pollón o de puta, mi estúpida cerda” –dijo él con una sonrisa. “Hagamos una cosa. Mi habitación es la 317, ¿por qué no vienen ambos después de comer?” –propuso la mujer. “Me parece muy buena idea” –contestó el hombre, cuyo bulto en la entrepierna era bastante evidente. “Ahora, ¿qué tal si separamos a los animales? Creo que estamos llamando la atención” –añadió con una sonrisa. Decidí que más tarde tendría que buscar a esa mujer, pues no quería dejar pasar la oportunidad de ver a Carlota follada por un semental así. Solo de imaginar en sus gritos de dolor y placer cuando la penetrase semejante herramienta sentía deseos de acercarme para presentarme. A juzgar por la expresión de deseo de mi conejita, no dudaba en que ella deseaba lo mismo que yo.

“Disculpe, ¿podría hacerme un favor?” –escuché. Ensimismado como estaba en mis propios pensamientos no me había dado cuenta de que una joven no mayor que Carlota se encontraba junto a mí y me miraba sonriente. Debo confesar que me sorprendió, pues la Feria de Mascotas no era la clase de evento frecuentado por atractivas jovencitas, pero más sorprendido quedé al advertir que llevaba dos correas en una mano y que cada una de ella iba unida a una chica de no más de dieciocho años, ambas con orejas de gato, collares con cascabeles y  narices con sus respectivos bigotes gatunos pintados en el rostro. Solo cuando me di vuelta a mirar a la que debía ser su Ama advertí que las tres parecían idénticas, con la salvedad que la Ama era unos pocos años mayor. Su cabello pelirrojo, su piel clara y pecosa, unido a su gran parecido, me llevó a la conclusión de que debía tratarse de miembros de la misma familia. No era algo extraño, a fin de cuentas yo había domesticado a mi prima segunda, pero sospechaba que su parentesco era más cercano que el nuestro. Las gatas, además, eran gemelas. “Sí, claro, dime” –le dije con cortesía. Era consciente de que había balbuceado torpemente y de que no podía evitar mirar alternativamente a la bonita y juvenil Ama, cuyo estilo era similar al de mi propia Carlota y a las dos gatitas gemelas que en esos momentos rodeaban a mi mascota con intención juguetona. Una de ellas comenzó a darle con la pata a la cola de Carlota, mientras la otra le mordisqueó una oreja. Mi sumisa, sin saber muy bien cómo reaccionar, me lanzó una mirada suplicante que ignoré deliberadamente. “¿Podría vigilar un momento a mis gatitas? Necesito ir al baño” –dijo con voz tierna. Asentí estúpidamente y tomé las correas que me tendía la chica, quien, tras lanzar una risita burlona, se marchó corriendo hacia los baños. No pude evitar que mi mirada se clavase en su culo, bien marcado por unos jeans ajustados, mientras se alejaba.

“Parecen muchas mascotas para una sola persona. ¿Están en venta, por un casual? Podría interesarme comprar una de las gatitas, o quizá la conejita. A Mú le vendría bien una compañera” –dijo alguien a mi espalda. Advertí que quien me había hecho tan inquietante oferta era un hombre mayor bien vestido, de alrededor de sesenta años y mirada sucia. Vestía traje y zapatos caros, lo que me hizo suponer que debía ser un hombre de recursos. Su oferta así parecía confirmarlo. Eché un vistazo al otro lado de la correa que llevaba de la mano y para mi sorpresa me encontré con una mujer de edad indefinida, particularmente obesa y de tetas gigantescas. Llevaba un cencerro al cuello. “No, lo siento. No están a la venta” –dije con una sonrisa forzada. “Cuando cambie de opinión, llámeme, será un placer llegar a algún acuerdo con usted” –dijo educadamente. Sin darme tiempo a reaccionar deslizó una tarjeta de color marfil en el bolsillo de mi camisa, echó a caminar de nuevo y propinó un fuerte tirón a la correa para que la vaca lo siguiese, cosa que esta hizo de forma remolona mientras sus grandes ubres se mecían de un lado al otro. Alguien me tocó el hombro y, al volverme, vi a la joven pelirroja. Sonreía, agradecida. “Muchas gracias, no podía aguantar más” –dijo de manera que me resultó particularmente infantil mientras recuperaba las correas de sus dos mascotas. “Estamos en la habitación 703, si vienes más tarde te daremos las gracias como es debido. ¡Hasta luego! ¡Vamos, Mía, Lía!” –dijo con una sonrisa picarona. “Hasta luego” –le respondí. Echó a correr de nuevo, esta vez con las dos gatitas pelirrojas tras ella. Intercambié una mirada confusa con Carlota; todo aquello estaba sucediendo tan rápido que apenas teníamos tiempo de asimilar un encuentro cuando nos encontrábamos inmersos en otro.

Un hombre de aspecto agresivo, como de esas películas donde salen “chicos malos”, cabello largo, barba, polera negra con un Triskel impreso con cuerdas y cadenas rodeándolo y palabras en perfecta circunferencia: Amor, Verdad, Honor, Integridad, Conocimiento, Disciplina; jeans, botas estilo texanas dentro del pantalón y una chaquetilla de cuero como las que usan en los clubes de motociclistas; pasó por delante de nosotros; arrastraba tras él a una chica / zorra en cuyo collar podía leerse Kitsune. Me llamó enormemente la atención, pues la zorra tenía rasgos orientales. Se veía hermosa, ya que encuentro ese animal majestuoso y elegante. Me sentía complacido por todo lo que estaba observando, era tal como lo imaginaba; pese a mi inexperiencia en este tipo de eventos intentaba seguir los protocolos que se desarrollan en este tipo de reuniones.

Quise hacer una pausa, creo que la necesitaba por todo lo que había visto y así pensar que haría mas tarde. Di un suave tirón a la correa y Carlota y yo nos dirigimos hacia la cafetería. Necesitaba un café. Pedí un plato con agua para mi mascota, ella sonrió, bebimos despacio sin perder detalles. Carlota también mirada con curiosidad ese entorno nuevo y podía notar por su mirada que estaba disfrutado del paisaje. Después de beber mi café y mi mascota su agua, salimos del salón para ver que había en las habitaciones contiguas. Entramos en una donde había una sesión de BDSM. Entramos habían luces en tono violeta y rojas, sonaba de fondo Rammstein, la canción Rosenrot. Al frente había una cruz de San Andrés y una chica desnuda que era azotada por un misterioso verdugo con una máscara con los que usaban aquellos personajes. Nos quedamos observando como el hábil verdugo laceraba la piel de la chica con un flogger que se abrazaba a la perfección al cuerpo de la muchacha, por la forma en que se retorcía se notaba que había dolor y placer al sentir al caricias de las tiras de cuero en su piel. Era un sensual espectáculo que me prendía más de lo que ya estaba. “¡Qué ganas de azotar tu culo” –le digo a Carlota, ella en silencio asintió aunque sus ojos decían más que mil palabras. Sin decoro ni pudores metí la mano en su entrepierna y noté la humedad en su vagina. Aproveché la oportunidad de jugar un rato con su clítoris, haciendo que gimiera de placer. “Puedes gemir todo lo que quieras pero no tienes permiso para acabar” –le dije. Asintió y mordió su labio con la lujuria encendida. La chica en la cruz se retorcía al igual que lo hacía Carlota al sentir el estímulo de mis dedos. Carlota no dejaba de observar como el verdugo azotaba a la chica y gemía con excitación cuando sintió que mis dedos invadieron su sexo; el hecho de verse usada en público encendía su lujuria y hacia perder el control de su cuerpo. “¿Estás caliente puta coneja?” –le pregunté. “Sí mi Amo” –respondió entre gemidos. “Entonces siéntate en mi verga” –le dije. Bajé el cierre de mi pantalón y obediente se acomodó en mi miembro. Se empezó a mover lentamente para no llamar la atención pero no importaba lo que nosotros estuviéramos haciendo cada quien estaba en su asunto y no había pudor entre los que en la habitación estábamos. De a poco aumentó la velocidad de sus movimientos y no había disimulo en su la forma perversa en la que se movía, mucho menos en la manera de gemir. Le quité la colita de su culo y empecé a jugar con mis dedos en su culo dilatado. Era algo tan intenso, que simplemente me dejé llevar por el frenesí de mis movimientos, mis dedos entraban y salían de su culo siguiendo su despiadado ritmo. En medio de los juegos perversos que teníamos noté que estaba la chica con las dos gatitas y observaba a Carlota moverse con lujuria en mi verga. Se acercó a nosotros para ver de cerca como mi coneja rebotaba en mi verga, ya la sesión de azotes que estaba frente a nosotros había perdido la gracia y estaba abocado a cogerme a Carlota y en darle un digno espectáculo a la joven Ama y sus mascotas.

El ambiente estaba para mucho más y así me lo hizo saber la chica: “Vamos a mi habitación para que tengamos privacidad” –dijo. “Basta de verga Carlota, vamos a otro lado” –le dije. Nos fuimos al ascensor y nos fuimos con la joven Ama y sus mascotas a su habitación. Al entrar, les quita las correas a las gatas y ellas fueron donde estaban sus platos con leche. “Le voy a colocar un plato con agua y otro con vegetales a tu coneja” –me dice. Agradecí el gesto y esperé a que volviera. Cuando llegó traía en sus manos un vaso de whisky y me dice: “Toma asiento”. Me senté en el amplio sofá que había en su habitación y comenzamos a charlar, preso de la curiosidad le preguntó: “¿Por qué tus gatitas se parecen a ti? Entiendo que ellas son gemelas pero tú ¿qué eres de ellas?”. Con una sonrisa en los labios me responde: “Si, son gemelas. Se parecen a mí porque somos hermanas. Ellas son dos años menores que yo”. “Interesante respuesta y ¿qué las llevó a tener este tipo de relación?” –pregunté. Siempre me gustaron los gatos y a mis padres no les gustaban, por lo que decidí si no podía tener uno real, lo tendría dentro del pet play. Así fue que empecé a tratarlas desde al menos cinco años a tratarlas como gatas y aquí estamos” –me dijo. “Muy bien, a mí me sucedió igual con mi coneja. Ella es mi prima en segundo grado y bueno, siempre fui amante del pet play y las cosas se fueron dando hasta que nació el vínculo que tenemos” –le dije. Ella sonrió como la niña que es y me dice: “¡Es una conejita traviesa!”. “Sí, lo es, pero sabe cuál es su lugar” –le digo. “Mis gatitas también son traviesas” –me dice con un brillo especial en sus ojos. “¡Mía, Lía, vengan!” –les ordena. Ellas la miran y se acercan despacio como las gatitas curiosas que son. Ella se quita los zapatos y las dos gatitas se tumbaron a sus pies para jugar con ellos y ronronear. A un chasquido de sus dedos ambas empezaron a pasar la lengua por el empeine de su Ama y por sus dedos. “Me fascina cuando lamen mis pies” –me dice. Era excitante verlas, aún más sabiendo la relación directa que tenían. “Es tiempo de hacer más travesuras para mami” –dice ella. Se coloca de pie y se quita la blusa que cubre su pálida piel y el brasier, después se quitó el jeans y las bragas y se tumbó a deslizó por el sofá con las piernas abiertas. Hizo sonar sus dedos y las gatitas al instante reaccionaron lamiendo los muslos y la vagina de su Ama.

Observaba y bebía mi whisky lentamente disfrutando de la vista. La chica gemía al sentir la lengua de sus gatas deslizarse por su sexo, yo como seguía caliente saqué mi verga para masturbarme al lado de esas tres perversas hermanas. En eso llegó Carlota en silencio, ya que vio “la zanahoria” que tanto le gusta comerse, se puso entre mis piernas y empezó a lamer mi verga lentamente. Esa exquisita lengua recorría desde el glande a la base en un viaje de ida y vuelta. No había momento más perverso que ese. “¡Chúpale la verga a tu Amo coneja sucia!” –le dice la chica a Carlota, quien obedeció sin protestas y se la tragó completa, chupaba de manera alucinante, siempre ha gustado la forma en que lo hace, pero quería que fuera una sucia, por lo que le marqué el ritmo que debía seguir. Era tan exquisita la forma en que me la chupaba, ver como su saliva impregnaba mi verga y me hacía gemir de manera caliente. Ver también a la chica con sus dos gatitas jugando en su sexo me ponía demasiado caliente, me sentía bendito entre todas esas mujeres.

Con solo un movimiento de mis manos Carlota se subió encima de mí en horcajadas y comenzó a moverse salvajemente en mi verga. Por otra parte la chica disfrutaba de como una de sus gatitas seguía jugando en su sexo, mientras las otras se iba a sus tetas y lamia sus pezones. Estábamos todos tan calientes que disfrutábamos sin tapujos de la perversión reinante en la habitación, en un acuerdo silencioso de solo miradas entre la Ama de las gatitas y yo cambiamos para jugar perversamente con nuestras mascotas. Así que a una orden mía Carlota se fue en picada contra la gatita que se estaba comiendo las tetas de la chica, invadiendo su vagina con la lengua y la otra se cambió a mi verga, la Ama quería comerse la concha de mi conejita así que la dejé que hiciera con ella lo que sus demonios le dictaran. La placentera sensación de la mamada que daba esa gatita perversa era delirante, Carlota disfrutaba de la lengua de la Ama y también lo hacía al recorrer la concha húmeda de la otra gata. Le dije a gatita que se pusiera en cuatro en el suelo y levantara su culo, obediente se acomodó dejando su intimidad a mi entera disposición. Escupí en su ano y acomodé mi glande en la entrada de su culo, la gatita ronroneó al sentir como mi verga se abría espacio en su apretado culo, cuando ya estaba el glande dentro, la embestí con fuerza y empecé a taladrar su rico culo con fuerza, lo que arrancó un alarido de dolor y placer. Sus gemidos y ronroneos empezaron a resonar y le daba un toque perversamente divino a la cogida que le estaba dando. “A esa sucia gata le gusta que le den por el culo, siempre anda con el culo hambriento” –decía la Ama cuando vio que mi verga estaba abriendo el agujero de su mascota. Ella le abrió el culo a Carlota con sus dedos y mi conejita chillaba de placer. Después de tenerla al borde del orgasmo y hacer que sus dedos le dieran placer a mi conejita, les dijo a las dos que se tumbaran en el suelo y que fueran sucias, ella quería observar sin perder detalles todo lo que ambas podían hacer bajo su atenta mirada. Coneja y gata se unieron en un lésbico y exquisito sesenta y nueve. Verlas como hacían rodar sus lenguas por sus húmedas vaginas era un digno espectáculo, Carlota se estaba comportando a la altura y sin duda ella lo disfrutaba. Mientras que la gatita no dejaba de ronronear y gemir al sentir la lengua de mi conejita.

Yo seguí dándole por el culo a la gatita que me había sido cedida, hasta que la Ama me dijo que me detuviera, me detuve y saqué mi verga de ese dilatado agujero y ella se puso de rodillas para chupármela y me dijo: “¡Sigue dándole duro a esta sucia gata!” –mientras la nalgueó. Seguí en mi faena parando en cada tanto para sentir la boca de la Ama chupando y lamiendo mi verga. No aguantaba las ganas de tener a esa sensual pelirroja moviéndose en mi verga, por lo que cuando se acomodó para chupármela le dije que quería follarla, sin nada más que decir se puso en cuatro y le dio acceso a mi verga en su concha que escurría de fluidos mientras le comía la concha a su gatita que tenía el culo abierto. Estaba aferrado fuertemente de sus caderas y se la metía con fuerza, ella gemía descontrolada; era tan sensual como caliente en sus pervertidos movimientos. Enloquecidos por el placer nos dejamos llevar por esa lujuria interminable que nos consumía. De pronto, algo inesperado sucedió, la habitación se llenó de gemidos y alaridos de placer, las cuatro estaban acabando al unísono, no daba crédito al momento, ya que era casi improbable que pasara pero pasó y las cuatro estaba siendo azotadas por el diabólico orgasmo. Observaba el exquisito paisaje. Las cuatro estaban de rodillas con las bocas abiertas esperando a que mi verga soltara chorros de semen para engullirlos, me empecé a masturbar con la perversión en los ojos, les metía la verga a cada una para que me la chuparan mientras mi verga se preparaba para darles lo que estaban esperando.

Ya con la verga hinchada y palpitante el semen salió expulsado con fuerza, tres chorros profusos que entre las cuatro supieron compartir como niñas buenas y degustar de forma perversa. No contento con darles mi semen, vacié mi orina en sus cuerpos, parecían niñas riendo cuando mi orina las mojaba e incluso la bebían, se venían hermosas, perversas, sucias y lujuriosas. Sin darnos cuenta que la noche estaba avanzada nos quedamos los cinco tendidos en el piso de la habitacion y nos quedamos dormidos, al otro día eso de las nueve de la mañana, me fui a dar una ducha, a Carlota le dije que se fuera tal y como estaba, hedionda a sexo y orina, la joven Ama se despidió de nosotros con un beso en los labios, lo mismo hicieron sus mascotas. “Hasta el próximo encuentro” –me dijo. “Será todo un placer” –le respondí. Bajamos al estacionamiento, le ordené a Carlota que se pusiera el vestido y se sentara adelante. “¿Te arrepientes de lo que pasó anoche?” –le pregunté. “No mi Señor, lo he pasado de maravilla con usted y con esas gatitas traviesas” –respondió. Acaricié su cabello y le dije: “¡Has sido una conejita sucia y perversa! Me gusta cuando te comportas así de obediente”. “Es qué usted despierta mis demonios mi Señor y yo solo me dijo llevar por los suyos para complacerlo” –me responde. “Así es preciosa. Te iré a dejar a tu casa y recuerda que no tienes permiso de bañarte hasta que yo te lo diga, no me importa si sigues con olor a orina” –le dije. “Así será mi Señor” –asintió ella. La besé en los labios y emprendimos el rumbo a su casa.

Al llegar, bajó del auto y se despidió con un exquisito beso, al llegar a mi casa le hice una videollamada y le dije que quería que desayunara una zanahoria. Fue al refrigerador y me dijo: “Lista mi Señor”. “Muy bien, puedes comértela por ese rico culo” –le dije. Obediente acomodó el móvil y se puso en cuatro sobre la cama y la zanahoria entró en su rico culo. “Eres una buena conejita” –le dije. Observé como su culo devoraba el vegetal hasta el orgasmo, después la mordió y la comió completa. “Así me gusta, que seas obediente” –le dije.

 

 

  

Pasiones Prohibidas ®

3 comentarios:

  1. Con las letras de este relato, uno parece ser parte, se siente protagonista. Excelente relato.
    No hay mejor experiencia que poder disfrutar de lo que uno va a experimentar y todo culmina excelente. Termina la noche o el evento con broche de oro

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  2. Que rico relato cada línea hace ser la protagonista de esas perversas líneas alucinantes tratada como se merecen y que hagan aflorar los demonios que llevan dentro intenso y deliciosos.
    Como siempre Caballero excelente relato

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  3. Muy escrito un placer leerle y gracias por dejarme aventurar con la imaginación un placer qué envuelve cada parte de mi ser y un gran placer que solo las mejores letras logran aserme sentir

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